28 diciembre 2011

Alfred Opubor (1936-2011)


No se cumplió mi deseo de que el año 2011 terminara sin tener que lamentar la muerte de otro amigo. En un seminario que di en Puebla el 12 y 13 de diciembre mencioné a Alfred Opubor sin saber que él había fallecido diez días antes, el 2 de diciembre, a sus 75 años de edad, en Cotonou (Benin), donde había fijado desde hace mucho tiempo su residencia. En estos días de fin de año, cuando todos están obnubilados por las malas costumbres que impone el mercantilismo religioso, la noticia de la muerte de este amigo africano me llega como un oscuro presente, uno de esos que uno quisiera rechazar.

Alfonso Gumucio y Alfred Opubor, en Accra, agosto 2008
Lo vi por última vez en agosto del 2008, durante el congreso de la red NuestrosMedios en Accra (Ghana). Allí nos volvimos a encontrar luego de varios años, aunque a lo largo de la década del 2000 coincidimos varias veces o nos mantuvimos en contacto por correo electrónico con motivo de la Antología de comunicación para el cambio social (2008), en la que él fue uno de los 150 autores seleccionados.

Precisamente cité en el seminario de Puebla una provocadora frase suya que ya he citado otras veces: “Si la comunicación comunitaria es la respuesta, ¿cual es la pregunta?”, título de un texto que Thomas Tufte y yo incluimos en la ambiciosa Antología, la “biblia” de la comunicación, según algunos. En ese artículo Alfred aborda de manera crítica las confusiones sobre medios comunitarios en el contexto africano, y sugiere que debe analizarse si son realmente comunitarios, en base a criterios como la propiedad, el control, el funcionamiento y el contenido. Aborda también temas cruciales como la capacitación, la investigación y la sostenibilidad.

Nacido en Nigeria, Alfred fue el primer africano que obtuvo un doctorado en comunicación; eso sucedió en 1969 en la Universidad del Estado de Michigan (Estados Unidos). Durante mis cuatro años en Nigeria, de 1990 a 1994, nos conocimos y nos vimos varias veces. Alfred ya no vivía en su país de origen, pero venía con frecuencia para visitar la oficina del FNUAP en Lagos, donde estaba Alphonse MacDonald, en cuya casa nos juntábamos. En años siguientes coincidimos en eventos internacionales, o en proyectos que requerían de nuestra capacidad y experiencia en el campo de la comunicación para el desarrollo.

Al igual que otros especialistas de la comunicación para el desarrollo de su generación Alfred Opubor trabajó la mayor parte de su vida asesorando programas de desarrollo y reflexionando sobre el tema.  No se refugió exclusivamente en el mundo académico, sino que se involucró en la realidad concreta, a través de sus ocho años de trabajo (1990-1998) como Asesor Regional de Comunicación e Información del Fondo de Población de las Naciones Unidas (FNUAP), primero en Abidjan y luego en Harare, lo cual le permitió recorrer más de 20 países de África del Este, del Oeste y del Sur.    

Colaboró con asesorías y estrategias de comunicación con numerosas agencias de Naciones Unidas (UNAIDS, UNFPA, Unesco, FAO, OMS, Banco Mundial…) y organismos regionales y nacionales africanos. A lo largo de su vida profesional fue un activista de la comunicación, trabajó en los años 1970 como consultor de la Unesco, fue asesor en la Agencia Pan Africana de Información (PANA) en Dakar (Senegal), dio clases en la Universidad de Lagos (Nigeria), fue fundador de la Agencia Nigeriana de Noticias (NAN), y del Consejo Africano de Educación en Comunicación (ACCE), entre muchas otras actividades que desarrolló.

Uno de sus aportes notables en el campo de la institucionalización de la comunicación para el desarrollo, fue el diseño de la estrategia de comunicación para ECOWAS, la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental, titulada “De una comunidad de Estados a una comunidad de pueblos”. 

De izquierda a derecha: Celeste Cadiz, Ruth Tomaselli, Will Parks, Chris Kamlongera, Alfred Opubor, Daniel Prieto Castillo,
Juan Díaz Bordenave, Louie Tabing, Denise Namburete, Colin Fraser, John Downing, Alfonso Gumucio, Everett Rogers,
Jan Servaes,  Nabil Dajana, Denise Gray-Felder, Jim Hunt, Thomas Tufte

En mayo del 2002, cuando me desempeñaba como Director Ejecutivo del Consorcio de Comunicación para el Cambio Social, invité a Alfred Opubor a una reunión de alto nivel de especialistas en Bellagio, Italia. Logré reunir a un grupo de lo más granado de la comunicación a nivel internacional; no era un grupo grande sino de mucha calidad. Menos de veinte personas, pero cada una con un historial inmenso. Además de Alfred invité a Everett Rogers, a Colin Fraser, a Juan Díaz Bordenave, a Daniel Prieto Castillo, a Jan Servaes, a John Downing, a Louie Tabing, a Nabil Dajani, María Celeste Cadiz, y otros colegas de gran nivel.

Alfred Opubor y Daniel Prieto Castillo, Bellagio 2003
El tema de la reunión era “La formación de profesionales en comunicación para el cambio social”; se trataba en realidad de la continuación de otras reuniones que habíamos convocado allí mismo, en el paradisíaco Bellagio, en enero del mismo año y en agosto del año anterior. En ellas definimos el perfil de competencias del “nuevo comunicador”. 

Como ya estábamos comenzando la preparación de la Antología, Thomas y yo pedimos a cada uno de los participantes que escribiera una lista de diez textos que consideraba importantes para la formación académica de especialistas. Además de incluir en su lista tres artículos propios, Alfred seleccionó textos de autores como Collins Airhihenbuwa, Bunmi Makinwa, Chike Anyaegbunam, Hughes Koné y Colin Fraser. Tuvo la gentileza de incluir también mi libro Haciendo olas

Nabil Dajani y Alfred Opubor, Bellagio, mayo 2003
A mediados de agosto del 2003 me invitaron e incluyeron mi nombre en el programa de un homenaje a Alfred Opubor que organizó en Abuja (Nigeria) el Consejo Africano de Educación en Comunicación (ACCE). Pero no pude ir; me quedé con las ganas de darle un abrazo de felicitación y de saludar a otros amigos africanos que sí pudieron hacerse presentes en el homenaje: Chris Kamlongera, Jean-Pierre Ilboudo, Andrew Moemeka, Onuora Nwuneli, y Bunmi Makinwa, entre otros.

En 2009 ambos participamos como consultores en un análisis sobre algunos de los ocho países piloto seleccionados en el marco de la reforma de las Naciones Unidas. Alfred hizo una evaluación sobre las actividades de las agencias del sistema en Tanzania y Ruanda, mientras a mi me tocó hacer lo propio en Uruguay.

Alfred Opubor y John Downing, 2003
Desde el año 2003  hasta su muerte Alfred Opubor fue el Secretario General del West African Newsmedia and Development Centre (WANAD Centre) con sede en Cotonou. Siguiendo las costumbres de Nigeria, fue enterrado dos semanas después de su fallecimiento, el 20 de diciembre, en Iju.

Pocos africanos han contribuido tanto al pensamiento de la comunicación para el desarrollo y el cambio social como Alfred Opubor. Por lo general en África (como también en América Latina, dicho sea de paso) se confunde la comunicación con la información, y una buena parte del trabajo en “comunicación” tiene en realidad más que ver con el periodismo y los medios de difusión. Alfred, en cambio, tenía muy claro el concepto de una comunicación participativa y horizontal, que pudiera ser asumida y apropiada por las propias comunidades. 

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De yapa: 

no hay página en blanco
sólo escritura y miedo
                     resonancias


             -- Lydda Franco Farías


22 diciembre 2011

Verde que te quiero verde


Me entregaron hace poco un par de ejemplares del libro Experiencias de comunicación y desarrollo sobre medio ambiente: Estudios de caso e historias de vida en la región Andina de Colombia (2011), cuyo preámbulo escribí a pedido de colegas de varias universidades colombianas que participaron de manera conjunta en el proceso de investigación. En más de 400 páginas el libro reúne los resultados de una investigación que llevaron a cabo siete investigadoras y dos investigadores de la Universidad Santo Tomás, de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD) y de la UNIMINUTO.

En una visita a Bogotá, en septiembre del 2010, me reuní con el equipo de investigación liderado por la profesora Eliana Herrera Huérfano, de la Universidad Santo Tomás, y allí me pusieron al tanto del contenido y de la metodología de la investigación, que consistió primero en un amplio mapeo con una cobertura inicial de 250 experiencias, de las cuales 112 respondieron a un primer cuestionario.


Al final, diez trayectorias fueron seleccionadas y estudiadas a fondo: la emisora comunitaria Nuestra Señora de las Mercedes de Mutiscua (Norte de Santander), la emisora comunitaria San Vicente Estéreo (Santander), la Corporación Ecológica y Cultural Ciudad Rural (Antioquia), la Confederación Agrosolidaria Colombia (Boyacá), Sibaté 12.000 Años de Historia (Cundinamarca), la emisora comunitaria Montenegro Stéreo (Quindío), la Escuela de Comunicación Minga del Sol (Huila), el programa de radio Magazín Agenda Ambiental (Huila), y la Fundación Planeta Azul y Vida (Cauca), la mayoría de ellas con 10 o más años de existencia.

En mi preámbulo subrayé el propósito común de los investigadores, de analizar la relación entre la comunicación, el desarrollo y el medio ambiente “en un país donde los procesos comunicativos desde las comunidades representan un espacio fundamental de interrelación social y de construcción ciudadana en medio de la violencia y el conflicto”, es decir una mirada cotidiana que sólo es posible con el acercamiento a la dinámica social comunitaria. Y añadí que aunque me parecía importante la primera parte del libro, que informa sobre el mapeo, la recolección de datos a distancia y el análisis de la información sobre las 112 experiencias que respondieron, pero que a mi juicio la segunda parte cualitativa es más rica y ofrece mayor certeza sobre los hallazgos, porque son las historias de vida y los relatos honestos de las personas los que permiten dibujar con exactitud el paisaje medioambiental andino en Colombia.

Las diez experiencias visitadas por el equipo de investigación muestran que más allá del activismo planetario que llama la atención sobre los problemas con el ánimo de provocar cambios en las políticas globales y mayores compromisos de los Estados, hay espacios de reconstrucción y de acción concreta, que no deben ser abandonados. Cada una de estas experiencias es una demostración de compromiso efectivo por el medio ambiente, que más allá de la retórica implica actuar concretamente en el espacio cercano, para ponerle un hombro al medio ambiente.

Las categorías exploradas permiten cubrir tres importantes sectores de la sociedad que actúan permanentemente sobre los efectos ambientales. Por una parte quienes definen las políticas e inciden en los programas de desarrollo nacionales, es decir las instituciones ya sea del Estado o de la empresa privada. En segundo lugar los mecanismos de mediación con la sociedad, aquellos que inciden en la esfera pública, es decir, los medios de información en sus diferentes formas impresas y audiovisuales.  Finalmente, la sociedad civil en su conjunto, que se expresa a través de organizaciones comunitarias, provinciales, departamentales o nacionales. 

Al retomar el conocido graffiti “no queremos medio ambiente, lo queremos entero” los autores promueven un concepto dinámico basado en la interacción entre las comunidades y su entorno ambiental, apartándose de una concepción meramente ecologista limitada a la preservación de la naturaleza. Son las comunidades indígenas las que mejor han entendido el tema, porque en su concepto de territorio se incluye el uso racional y pausado de la naturaleza en beneficio de la comunidad, con una perspectiva de largo plazo. Esa es la base ética de una nueva –aunque ancestral- cultura del desarrollo humano sostenible, para cuya evaluación las cifras no son lo más importante, sino los relatos.

El tema del medio ambiente me ha interesado desde hace muchos años. No ha sido marginal a mi trabajo en comunicación para el desarrollo, sino más bien esencial a lo largo de mi vida profesional, como testimonian las actividades que tuve.

En una época, a fines de los años 1980, fui asesor de Conservación Internacional (CI), diseñé una estrategia de comunicación para esta organización internacional, y otra para la Liga de Defensa del Medio Ambiente (LIDEMA) en Bolivia. Entre las actividades que organicé o en las que participé, recuerdo dos seminarios internacionales para periodistas, uno en Bolivia y otro en Costa Rica, de los que salieron dos publicaciones de mi autoría: el libro Conservación, Desarrollo y Comunicación (1990) publicado conjuntamente por Conservación Internacional, la Asociación de Periodistas de La Paz, y LIDEMA; y 10 pasos para organizar un seminario para periodistas (1991) que publicó CI en Washington.  Mi trabajo con Conservación Internacional me llevó incluso hasta Papua Nueva Guinea en 1992, para hacer una evaluación prospectiva de grupos de teatro comunitario involucrados en acciones a favor del medio ambiente.

Otra etapa importante en mi relación con la temática ambiental fue como Director de Tierramérica, una plataforma de comunicación e información para el medio ambiente, que consistía fundamentalmente en un suplemento con artículos de grandes firmas y estupendas portadas de Eko, que se publicaba en una docena de diarios, entre los más importantes de América Latina. A estos trabajos se fueron sumando durante los años siguientes varios otros con FAO, también vinculados al tema de desarrollo sostenible. En la apertura del Congreso Mundial de Comunicación para el Desarrollo (Roma, 2006) me invitaron a presentar la ponencia inaugural en la plenaria sobre desarrollo sostenible.

Por todo lo anterior me alegra que el tema de comunicación y medio ambiente esté de regreso en la agenda de las universidades y también en la agenda internacional, luego de varias décadas en que la mayor prioridad de la cooperación (al menos toda aquella financiada con dinero de Estados Unidos), parecía ser la salud reproductiva y el VIH-SIDA, mientras mucha más gente en el mundo padecía hambre y extrema pobreza. 

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De yapa:  
Verde que te quiero verde. 
Verde viento. Verdes ramas.
 
El barco sobre la mar
 
y el caballo en la montaña.
 
                      Federico García Lorca




14 diciembre 2011

Misiones secretas


Hay magia en pueblos que han vivido durante muchos años aislados y ensimismados, a veces poco conscientes de sus tesoros y de sus secretos. Imaginemos lo que era tres siglos atrás la Chiquitanía –esa gran extensión de territorio entre el Gran Chaco y la Amazonía boliviana- cuando los jesuitas instalaron sus reducciones indígenas, entre 1691 y 1767, hasta su expulsión del reino de España mediante la “Pragmática Sanción” del Rey Carlos III. Imaginemos también lo que significaba llegar hasta Concepción a lomo de mula o de caballo, a 290 kilómetros de Santa Cruz, o hasta San José de Chiquitos, a 833 kilómetros, pasando por San Ignacio de Velasco, San Miguel, San Rafael, y Santa Ana, entre otras.

La epopeya de las misiones jesuíticas en Bolivia, Argentina y Paraguay (en parte narrada en La Misión una película de Roland Joffe con Robert de Niro), desapareció de la memoria y sus emblemas más evidentes, las iglesias de las misiones, pasaron al olvido durante muchas décadas, demasiadas. Hasta principios de la década de 1970, eran decrépitos edificios librados a la intemperie durante tantos años que ya habían perdido su color y su propia estructura estaba en riesgo. Pero en 1975 se llevó a cabo la restauración de la iglesia de Concepción y posteriormente de las otras, marcando así un renacimiento extraordinario no solamente de la arquitectura de las misiones, sino de los pueblos chiquitanos.
 
Las iglesias florecieron con todos sus colores y sus juegos de luz y sombra. Durante los trabajos de restauración de Concepción se encontraron cerca de 6 mil partituras de música de los siglos XVII y XVIII; algo similar sucedió en Moxos y en San Javier. Las partituras se han incorporado desde entonces al acervo de la música barroca boliviana, y ha sido interpretadas en varios festivales y por supuesto grabadas en hermosas ediciones. 

Hans Roth
Al empeño del sacerdote suizo Martin Schmid le debemos la  existencia de varias de las magníficas iglesias de las misiones, pues fue él quien diseñó y construyó la Inmaculada Concepción el año 1725 y San Francisco Xavier en 1749, entre otras. Y el arquitecto Hans Roth Merz, también suizo, tiene el mérito de haberles devuelto la vida a esos templos abandonados durante décadas, a través de su dedicación -a partir de 1972 y durante 27 años- a los trabajos de restauración. Roth rescató también las partituras de música barroca de Domenico Zipoli, entre las más de cinco mil hojas que encontró durante las restauraciones. Renacidos y rehabilitados, los templos fueron declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, en 1990. Roth falleció en 1999 y en su honor se creó al año siguiente el premio que lleva su nombre.

Una reciente visita a mediados de noviembre, a San Javier y a Concepción -las más cercanas a Santa Cruz de la Sierra- me ha permitido regresar a esta región que no ha perdido su magia pero ha ganado color y magnificencia. En lugar de las iglesias cuya madera se había rajado con el tiempo y cuyos colores se habían desvanecido, hoy encontramos magníficas estructuras con colores vivos que brillan quizás más aún que cuando fueron construidas. 


La iglesia de Concepción, que data de 1708, es impresionante, con sus altas columnas y su campanario independiente, separado del edificio de la iglesia. El exterior es imponente, sobresale en el inmenso espacio de la plaza y sobre las casas blancas, de un solo piso, de la población. En el interior iluminado con la luz que atraviesa amplios ventanales, el techo se eleva sobre gigantescos pilares de madera que dejan adivinar la majestuosidad de los árboles de los que provienen. El colorido intenso de los altares, de los retablos o de los confesionarios, se revela en la penumbra con sus ribetes y marcos cubiertos de pan de oro.

Cuando se hizo la restauración se decidió dotar a la iglesia de nuevos relieves de madera representando el via crucis. Es interesante ver cómo el artista local talló imágenes que combinan los momentos del pasado con temas actuales y sitúa las escenas bíblicas en el trópico chiquitano. En uno de esos relieves, que corresponde a la Décima Estación, “Jesús despojado de sus vestiduras”, la imagen muestra en el fondo un camión repleto de madera, significando la destrucción de los bosques, el tráfico de madera y el deterioro del medio ambiente. Como esa, hay otras escenas alusivas a temas muy actuales y con preocupación social.

El frontis de la iglesia de San Xavier es quizás menos majestuoso, pero no menos valioso por su historia y su belleza. Los altos pilares de madera que sostienen el techo están pintados del color de los muros de la iglesia, el campanario está adentro, en una esquina del patio interior, y no sobre la plaza como en Concepción. El reloj de sol marcaba las 5:45 de la tarde cuando iniciamos el regreso.

Desde 1996 se realiza cada dos años en las misiones de la Chiquitanía el Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana, un festín no solamente para los amantes de la música barroca, sino para quienes saben apreciar el arte barroco colonial. En su primera edición el festival atrajo 14 grupos de 8 países, y más de 12 mil espectadores, y en los años siguientes esas cifras se fueron multiplicando gracias a la calidad de la oferta musical y a la espectacularidad de los templos y de la naturaleza chiquitana. En la octava  edición, en 2010, el festival atrajo 45 grupos de 14 países (diez menos que en su año “cumbre” que fue 2008), y 60 mil espectadores. El número de músicos participantes, de conciertos y de sedes del festival ha crecido incesantemente. Sin duda el 2012 será una vez más la prueba de que el festival se ha convertido en un referente internacional de la música barroca.

El paseo tuvo ingredientes memoriosos, desenterró de mi memoria sabores e imágenes de la infancia.  En el restaurante El Buen Gusto, en Concepción, me bajé con la comida una gran jarra de refresco de achachairú, que hace muchos años no había vuelto a encontrar en mis viajes a Santa Cruz; y en la plaza de San Javier – con sus árboles de motacú a los que se abraza el bibosi- me topé con un antiguo trapiche para moler caña de azúcar de manera artesanal, de esos que todavía me tocó ver en funcionamiento cerca de Guabirá, muuuchos años atrás, cuesta creer que sean tantos. 


04 diciembre 2011

Lorgio monumental


A sus 81 años de edad y con un espíritu travieso y creativo que ya quisieran tener muchos jóvenes de 30 años (y también yo), LorgioVaca es un ejemplo de equilibrio entre un artista completo y un hombre de profundos valores humanos que los pone en práctica en su vida cotidiana en su relación con los demás y en su compromiso sincero con Bolivia, con nuestra América, y con el arte. 

Su extraordinaria energía física y moral indica que tiene muchos por delante para seguir aportando con nuevas obras, y su experiencia acumulada durante más de seis décadas como artista plástico, es ya un legado invaluable del que todos disfrutamos, dentro y fuera de Bolivia. Por ello, las miradas retrospectivas son siempre una oportunidad especial para apreciar su obra.

Por esas coincidencias que disfruto cuando ocurren, me tocó estar en Santa Cruz de la Sierra en los días en que se exhibía una muestra dedicada a la obra de Lorgio Vaca, en la galería Manzana 1 Espacio de Arte. La muestra remite a la obra mural de Lorgio entre 1951 y 2011, de la que los ciudadanos cruceños tienen muestras abundantes, pues hay más de veinte plazas y edificios públicos y privados de la capital oriental que están engalanados con obras de Lorgio Vaca. Como su obra monumental está dispersa, esta muestra tiene la virtud de reunir en un solo lugar los bocetos, las maquetas, las fotografías y reproducciones que constituyen una manera de narrar la biografía de sus murales.

Las grandes figuras en relieve de cerámica que apreciamos en tantos espacios públicos de la ciudad -que hace unos años tuve el privilegio de recorrer con el propio Lorgio durante todo un día, mientras lo filmaba y fotografiaba- nacieron en bocetos, dibujos o lienzos de formato chico que esta muestra reúne para darnos una idea sobre el proceso de creación del artista pero también sobre la dimensión monumental de su obra. Y ahora he tenido otra vez con Lorgio, la oportunidad de recorrer la muestra y escuchar las historias de Lorgio sobre cada pieza.

Los murales de Lorgio son inconfundibles allí donde se encuentran. Curiosamente no fue su ciudad, Santa Cruz, la primera en acogerlos. El primero fue “Educación para la Paz y la libertad” (1956), que pintó en la ciudad de Sucre junto a Gil Imaná, ambos del Grupo Anteo que lideraba Wálter Solón Romero. El siguiente fue “Historia de la libertad en el Perú” (1960), en Lima.  En 1965 hizo el mural de la cripta del Mariscal Andrés de Santa Cruz, en la Catedral de La Paz, y recién en 1970-1971, “La gesta del oriente boliviano”, fue su primer mural público en Santa Cruz de la Sierra, en el Parque del Arenal.

Las décadas de 1970 y 1980 fueron las más prolíficas, sus obras se multiplicaron en Santa Cruz y otras ciudades: “La cooperativa humana” (1973), “La integración nacional” (1974), “Cristo viene del trigo” (1977), “El hombre, barro y estrellas” (1980), “Homenaje a Cañoto” (1983),  “Homenaje a Melchor Pinto” (1985), “El camino hacia la paz es tan ancho como el universo” (1988), “Nuestra señora del maíz” (1989), entre muchos otros hasta llegar a los cuatro murales “Celebración de Montero” (1999-2000). Si bien una parte de su obra es pública, ha sido la empresa privada la que ha financiado la mayor parte de su obra en hoteles, colegios, iglesias y bancos, lo que demuestra el escaso interés que ha manifestado siempre el Estado boliviano, antes y también ahora, en promover el arte.  

A fines de agosto del 2010, una de sus obras más emblemáticas, el doble mural en la isla del Parque del Arenal, 240 metros cuadrados de cerámica policromada y vidriada, donde se narra la historia de la ciudad, sufrió un accidente que parece un atentado, o un atentado que parece un accidente. Una garrafa de gas estalló en el Restaurante las Castañuelas, situado en medio del edificio que alberga en sus paredes exteriores los murales de Lorgio Vaca, y los destruyó en un 70%. 

En otro país con sentido común y leyes que se cumplen, eso daría lugar automáticamente a una demanda millonaria en contra el dueño del restaurante o contra el gobierno de la ciudad, responsable de las áreas públicas, pero en este caso, en lugar de una demanda, la ciudad de Santa Cruz recibe como siempre una sonrisa de Lorgio, que ya ha hecho tanto por ella, resignado una vez más a vivir episodios como este y dispuesto a rehacer el mural.

En esta oportunidad parece que se trató de un accidente, pero en otro caso muy sonado, pocos años atrás, no fue así.  Una de las obras murales de Lorgio en la plaza principal de Montero, la ciudad a 50 kilómetros al norte de Santa Cruz de la Sierra, fue lastimada por un vándalo y medio centenar de enardecidos destemplados que destruyeron con cincel y martillo una porción del mural donde aparecía el rostro del Ché Guevara junto a una whipala, la bandera multicolor de los aymaras.

El relato publicado en El Deber, el 19 de enero del 2007, es escalofriante y dice mucho de esos bárbaros con cerebro del tamaño de una nuez: “A la cara, a la cara, coreaba enardecido medio centenar de personas a un hombre que con un martillo y un cincel removía la imagen del Che Guevara de uno de los murales realizados a pedido del municipio de Montero (ciudad perteneciente al Departamento de Santa Cruz) a Lorgio Vaca, y cuya inauguración está prevista para el próximo 15 de febrero. Aunque en un comienzo el hombre del martillo se mostró dubitativo, los gritos de su público le dieron fuerza para terminar a golpes con la figura del emblemático guerrillero y con la wiphala (bandera indígena) que lo acompañaba”. 

Aunque la ciudadanía de Santa Cruz censuró el hecho, y la autoridades hicieron un acto de desagravio, Lorgio decidió dejar el mural tal cual, para que nadie se olvide de la intolerancia de esos atrabiliarios cuyos 15 minutos de gloria en la vida están marcados por el fuego de la destrucción. Indignado, escribí entonces en Bolpress un artículo, “Los bárbaros contra el arte”, en el que concluí: “Si Lorgio no fuera tan generoso como siempre ha sido, trasladaría esos murales a otro lugar y dejaría a Montero con un gran vacío.”



27 noviembre 2011

IBERCOM, ABOCCS, ABOIC



Por lo general evito las siglas y las palabras escritas con mayúsculas, pero en este caso son inevitables. Puede que para algunos de los que leen esta nota las tres siglas del título no signifiquen gran cosa, pero son gran cosa en el mundo de la comunicación latinoamericana.

Ingrid Steinbach, Luis Humberto Marcos, Margarita Ledo,
Enrique Sanchez Ruiz, José Márques de Melo y Carlos Arroyo
Meses atrás, Ingrid Steinbach, Decana de la Facultad de Humanidades y Comunicación de la Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra (UPSA), y Carlos Arroyo, Presidente de ABOIC, me hicieron una invitación muy especial como organizadores del XII Congreso de IBERCOM: abrir ese evento internacional con una ponencia magistral sobre comunicación y derechos humanos, tema central del congreso que tuvo lugar del 10 al 12 de noviembre. 

Me agradó la invitación y también la idea de regresar al mismo espacio académico donde, en junio del 2002, tuvimos el VI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC), organizado por la misma Ingrid, quien con energía y precisión admirables lleva adelante esas grandes empresas en las que confluyen colegas de toda la región.

Pero hay más… La misma Universidad Privada de Santa Cruz de la Sierra, por iniciativa de Ingrid, propuso mi nombre para el premio que cada dos años otorga la Asociación Boliviana de Carreras de Comunicación Social (ABOCCS). En este caso hice al principio un amago de resistencia y sugerí el nombre de otro colega, pero los argumentos de Ingrid me convencieron. Tres días antes del congreso me llegó la carta oficial de ABOCCS, firmada por Martha Paz, su presidenta, anunciando que me habían otorgado el premio que reconoce “la contribución académica de comunicadores bolivianos por su trayectoria profesional en cualquiera de los ámbitos de trabajo de la comunicación”. 

Doble motivo, pues, para disfrutar del viaje y la estadía en Santa Cruz, y una nueva ocasión para encontrar a colegas y amigos de la comunicación, bolivianos y latinoamericanos, y conocer a otros nuevos.

En esto de las siglas, vamos por partes (como dijo Jack el Destripador), empezando por IBERCOM, que es el congreso bienal de la Asociación Iberoamericana de Comunicación (AssIBERCOM), creada formalmente por José Marques de Melo el año 2000, aunque los congresos empezaron a realizarse desde 1986, hace 25 años. Con la incorporación de España y Portugal, y la realización de congresos a uno y otro lado del Atlántico, esta asociación se fortaleció paulatinamente hasta convertirse en lo que es hoy: una red académica amplia, motivada por el interés de desarrollar relaciones internacionales en torno a los estudios y a la investigación en comunicación.

De izquierda a derecha: Alfonso Gumucio, Martha Paz, Enrique Sanchez Ruiz, Lauren Muller (Rectora de la UPSA),
Ingrid Steinbach, José Márques de Melo y Carlos Arroyo
Mi ponencia inaugural, “El derecho a la comunicación: articulador de los derechos humanos”,  fue una reflexión sobre los procesos comunicacionales en tanto que dinamizadores del ejercicio de los derechos humanos en su conjunto. Abundé en los temas que he enfatizado en los últimos años: la comunicación como proceso participativo, el espejismo de la fascinación tecnológica, y la visión estratégica de la comunicación para el desarrollo y el cambio social, entre otros.

Martha Paz y Mary Torrico entregan el premio ABOCCS
Después de la inauguración formal del congreso y antes de mi ponencia inaugural, luego de mostrar un breve video sobre mi trabajo, Martha Paz y Mary Torrico (Universidad Gabriel René Moreno) me entregaron el Premio de ABOCCS, un hermoso tallado de la chiquitanía, casi tan alto como yo. El significado que tiene para mi esa artesanía es triple; por una parte el valor simbólico del premio, por otra el reconocimiento del trabajo formidable de los artesanos chiquitanos y de Ada Vaca, quien estimula la producción y difusión de esas obras a través del proyecto Artecampo; y finalmente la calidad y belleza de la pieza, con su entramado de plantas y aves de vivos colores.

Otorgar un reconocimiento académico a alguien que no pertenece de cuerpo entero a la academia dice mucho de la generosidad de mis colegas. Soy simplemente alguien curioso, que ha investigado para conocer más y ha publicado para exponer lo que piensa. Mi trayectoria es ecléctica caracterizada por cierta temeridad para incursionar como neófito, amateur o amante en campos que me han atraído. Una veintena de libros publicados y centenares de textos son prueba de que he investigado sobre aquello que quería conocer mejor, y en ningún caso lo he hecho por obligación académica, por cumplir con un estatuto, o con la esperanza de hacer méritos en una carrera universitaria. Y he publicado porque creo en la puesta en común, en compartir lo que uno piensa y descubre, y en el riesgo de ser criticado.

El programa del congreso era nutrido, sesiones plenarias en las mañanas y en las tardes sesiones de los 10 grupos de trabajo. En las plenarias intervinieron Enrique Sánchez Ruiz (presidente saliente de AssIBERCOM), Margarida Kunsch, María Immacolata Vassallo, Luis Humberto Marcos, Gustavo Cimadevilla, y Margarita Ledo, todos ellos representantes de la asociación en diferentes países, así como los colegas bolivianos Carlos Arroyo, Marcelo Guardia, Erick Torrico, José Luis Aguirre, Martha Paz, y Alvaro Hurtado, entre otros.

Destaco entre los participantes en el congreso, la delegación de la Universidad Técnica de Oruro (UTO), encabezada por Orlando Valdez López, quien distribuyó una publicación nueva, el libro Pensamiento e investigación latinoamericana de comunicación (2011). Los más de 60 estudiantes orureños participaron con entusiasmo en los grupos de trabajo a lo largo del congreso, e hicieron el esfuerzo de llegar hasta Santa Cruz en autobuses, una larga jornada del altiplano al trópico.  

El intercambio de publicaciones, en éste como en otros congresos, fue una vez más muestra de la enorme capacidad de producción sobre comunicación en América Latina. Se publica mucho y bueno, que lamentablemente no circula con facilidad de un país a otro, aunque ahora se suelen “colgar” en la red las publicaciones institucionales, permitiendo un acceso muy amplio.  Todos llegamos con la maleta repleta y nos fuimos también con exceso de equipaje. Marques de Melo destaca siempre porque aparece con dos o tres nuevos títulos en cada evento, su productividad opaca la de los demás colegas.

Ingrid Steinbach presentó, recién salido del horno, el número 15 de “Aportes de la comunicación y la cultura”, revista de la Facultad de Humanidades y Comunicación de la UPSA, 118 páginas con artículos especializados sobre la vida urbana, arquitectura, imagen e identidad de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Sería bueno que la publicación pudiera ser accesible en línea, como otras de la Red Iberoamericana de Revistas de Comunicación y Cultura

Otra actividad paralela del congreso fue la exposición de caricaturas X PortoCartoon, sobre derechos humanos, organizada por el Museu Nacional da Imprensa, en Oporto (Portugal), que dirige Luis Humberto Marco. Esta muestra y concurso, que se realiza desde 1999, convoca a caricaturistas de todo el mundo que abordan, con humor y arte, temas tan serios como la desertificación, la globalización o el agua. La oportunidad de conocer y entablar amistad con Luis Humberto Marcos, Enrique Sánchez Ruiz (alias “Larry Punto Cuatro”), Margarita Ledo, Cipriano Jiménez, y Juan Murillo Dencker, entre otros colegas, fue uno de los saldos más positivos del evento de IBERCOM.   

Asamblea de ABOIC
En el marco del congreso, ABOCCS realizó su VIII Seminario Nacional y ABOIC una asamblea en la que renovó su directiva. Carlos Arroyo, presidente saliente, presentó un informe de gestión y Esperanza Pinto, electa para encabezar la nueva directiva, se comprometió a elaborar un plan estratégico.  En la nueva directiva, compuesta mayoritariamente por mujeres, acompañan a Esperanza: Rommy Durán, Sandra Villegas, Gunnar Zapata y Alvaro Hurtado. ABOIC cuenta con un nuevo logo y una página web renovada.


23 noviembre 2011

Clave de la comunicación participativa


Hace diez años, en diciembre de 2001, en un evento de Unesco realizado en Bucarest (Rumania), presenté por primera vez mi ensayo titulado “Communication for social change: key to participatory development”, que un año más tarde tuve oportunidad de presentar en castellano con el título “Comunicación para el cambio social: clave del desarrollo participativo” como ponencia magistral en el XX Encuentro Académico de AFACOM, en Medellín (Colombia), en septiembre 2002. A partir de allí el texto dio muchas vueltas por el mundo virtual y “carnal” (como dice mi amigo John Perry Barlow), y finalmente aterrizó en Colombia, en dos publicaciones importantes de universidades colombianas, por lo que me siento muy honrado.

Por una parte la Universidad Javeriana de Bogotá en el marco de la Cátedra Unesco, y la Universidad Minuto de Dios (Uniminuto), con apoyo del Centro de Competencia en Comunicación para América Latina (C3) de la Fundación Friedrich Ebert (FES), publicaron el texto en la primera parte de un libro cuyo título algunos quisiéramos haber utilizado antes: Comunicación, desarrollo y cambio social – Interrelaciones entre comunicación, movimientos ciudadanos y medios, editado por los colegas y amigos José Miguel Pereira, Director de la Maestría en Comunicación en la Universidad Javeriana y Amparo Cadavid, Decana de Comunicación de la Uniminuto.

En la introducción del libro ambos señalan que el libro constituye “una carta de navegación, a modo de propuesta-apuesta, en el proceso de construcción del campo intelectual de la comunicación” en la medida en que “recoge y desarrolla una tensión” conceptual en la comprensión del desarrollo y de la comunicación para el desarrollo, terminología que unos execran al rechazar las experiencias del desarrollismo o el “mal desarrollo” (Rene Dumont), y otros intentan recuperar y revalorizar desde los enfoques de desarrollo humano y de desarrollo con perspectiva de derechos. 

En 520 páginas se recogen esas perspectivas que son un aporte fundamental sobre el tema. Los autores seleccionados constituyen sin duda lo más emblemático del pensamiento generado en Colombia sobre comunicación para el desarrollo y el cambio social, entre ellos Clemencia Rodríguez, Rafael Obregón, Jair Vega, Jorge Iván Bonilla, Omar Rincón, Mario Murillo, César Rocha, Mónica Pérez, Jeanine El’Gazi, y los propios editores. Además figuran Gustavo Cimadevilla (Argentina), Diana Coryat (USA), Alejandro Barranquero (España), y John Downing (UK), este último con dos capítulos de su libro Medios radicales, traducidos por primera vez al castellano.   

El libro está dividido en cuatro secciones, la primera de las cuales, ‘Cuestiones conceptuales; balances y debates”, compila textos históricos y conceptuales, comenzando con el mío. El segundo apartado, “Movimientos sociales, tejidos y prácticas comunicativas” reúne capítulos sobre experiencias en diferentes lugares de Colombia, mientras el tercero, “Medios, narrativas y mediaciones” reúne estudios sobre el comportamiento de los medios ciudadanos y comunitarios, y las nuevas TICs en Colombia.  La cuarta sección, ya mencionada, reúne los textos de John Downing.

En suma, una obra ambiciosa y completa, que demuestra que Colombia está ahora a la cabeza en América Latina, en la discusión sobre comunicación para el desarrollo y el cambio social, gracias al compromiso de algunas de sus más importantes universidades.

En ese mismo sentido obra la propuesta más reciente de Signo y Pensamiento, la revista semestral de comunicación de la Universidad Javeriana. El número 58 (Vol XXX, enero-junio 2011), dedicado al tema de “Comunicación y Desarrollo: tensiones entre hegemonías y emergencias”, estuvo a cargo de Fanny Patricia Franco Chávez, y contiene un sinnúmero de textos de autores latinoamericanos.

La sección “Eje temático” se abre con mi texto “Comunicación para cambio social: clave del desarrollo participativo”, e incluye artículos de colegas como Thomas Tufte, Dennis de Oliveira, Antonieta Munoz Navarro y Carlos del Valle, entre otros. La entrevista de este número, realizada por Fanny Franco y Ana María López Rojas, es con Luis Ramiro Beltrán, nadie mejor que él para hablar del tema central de la revista.    


16 noviembre 2011

Retrouvailles


detalle de Diálogo del tiempo y la muerte, de Arturo Borda

Me gusta más la palabra francesa que la castellana “reencuentros”, para significar esos momentos privilegiados en los que uno vuelve a coincidir en la vida con personas a las que aprecia. De eso quiero hablar en esta nota que reúne en un solo lugar a varios amigos, algunos de los cuales no veía hace tiempo, otros a los que me da gusto volver a encontrar.

Ahora que desde el 31 de octubre somos 7 mil millones de personas en el pequeño planeta, valoro cada vez más las relaciones privilegiadas que me unen a amigos en varios rincones del mundo. París se presta a estos encuentros alrededor de una botella de vino tinto, una buena comida y una conversación memoriosa.

con Michel y Monette Servant, Paris octubre 2011
No veía a Monette y Michel Servant desde hace tres décadas, años más y años menos. Ahora viven en el sur de Francia, en Saint-Mary, cerca de Limoges.  Nos une la amistad cultivada en la distancia y de una red de abrazos con amigos comunes como Liber Forti. 

La estadía de Monette y Michel en Bolivia, en los años 1970 los marcó para siempre; ambos sienten por nuestro país un especial cariño, que entre otras cosas se manifestó hace un par de años con la donación que hicieron al Museo Nacional de Arte de 60 obras de Guzmán de Rojas que habían adquirido a lo largo de su estadía en La Paz: 58 dibujos y dos óleos, “Diálogo del tiempo y la muerte” y “La Diana cazadora”. 

En La Paz crecieron sus hijos Alain y Frederick, éste último regresó a Bolivia hace unos años, y decidió quedarse. Es un animador cultural en El Alto, donde ha formado un grupo de teatro. Alain hizo teatro y ahora, en Francia, es parte de una agrupación musical. 

Sylvain, Monique y Julien Roumette
A Monique y Sylvain Roumette los vi la anterior vez hace unos cuantos años, y ahora los visité de nuevo en el 16 de Rue de Villafranca, que desde afuera parece una casita en un pueblito en el campo, envuelta en enredaderas y plantas.  Sólo que esta vez la casita creció al doble de su estatura, con dos pisos nuevos. Monique fue la traductora de algunos capítulos de mi libro Bolivie, el primero publicado en Francia en 1983, y Sylvain es un cineasta que hace las cosas que le interesan, como el documental Claude Lanzmann, il n’y a qu’une vie (2009) sobre el escritor y cineasta que ha devuelto la memoria sobre el holocausto. 

Julien, el hijo de Monique y de Sylvain, tiene a quien salir; ya había leído yo hace años un poemario suyo, de pocas páginas, y ahora compartió conmigo un libro más reciente -inspirado en los escritos de Michaux sobre la India- con textos, reflexiones y versos, que escribió en Calcuta donde vivió 16 meses.

Fatiha Rahou
Gracias a Pierre Kalfon, de quien ya he hablado otras veces aquí, y de Nicole, quienes me invitaron otra vez a su casa a cenar, pude ver de nuevo a Fatiha Rahou y a Theo Robichet, amigos que me da gusto abrazar cada cuatro o cinco años, cuando el tiempo nos permite vernos. Un par de días después los visité en su casa en Gennevilliers, que tanto me gusta porque está literalmente tapizada de obras de arte y objetos interesantes, sobre todo la colección de objetos de arte erótico de varias culturas. El erotismo ha sido uno de los temas recurrentes en la pintura de Fatiha, quien pinta sobre vidrio o más bien debajo del vidrio prolongando una técnica muy particular de hacer arte, me puso al tanto de sus últimos trabajos, unas ventanas hermosas a las que dio nueva vida y color. 

Theo Robichet
Theo, con la misma energía de siempre, produce obras de caballete, esculturas o documentales en video. Esta vez me convenció de que tenemos que trabajar juntos en algún proyecto cinematográfico. 

La trayectoria de Theo en el cine documental es amplia y tuvo momentos culminantes, por ejemplo en 1973 cuando realizó en Chile, con Bruno Muel,  Septiembre chileno, una de las primeras películas documentales sobre el golpe militar de Pinochet. Otro de sus documentales importantes fue La faim dans le monde (El hambre en el mundo). Que además de su intensa labor de cineasta se dedique a la pintura y a la escultura, dice mucho de su talento creativo.

No pude resistir la tentación de hacerme con una obra de cada uno de ellos, un cuadro de Theo y una obra bajo vidrio de Fatiha, que ya tienen un lugar en casa. El pequeño cuadro de Fatiha representa una pareja, en vivos azules, haciendo el amor en un paisaje abierto que sugiere el desierto del norte africano. El de Theo muestra también una pareja desnuda, en tonos vivos, abrazada de cuclillas.  


Aunque lo veo con mayor frecuencia que a los amigos mencionados antes, quiero aprovechar para mencionar a mi yerno Michaël Neuman que acaba de publicar con el sello de Médicos sin Fronteras, donde trabaja, Agir a tout prix un libro de análisis crítico sobre la ayuda humanitaria en condiciones políticas que plantean dilemas éticos para las organizaciones que intervienen. Fue un trabajo largo de escritura y edición, junto a los colegas Claire Magone y Fabrice Weissman. La experiencia de Michaël y de mi hija Sybille, que trabaja en Médicos del Mundo (la organización hermana de Médicos sin Fronteras) en el trabajo humanitario es amplia, pues ambos han estado en varios países en situaciones de emergencia. Trabajaban a veces separados durante varios meses para atender emergencias el uno en Chechenia y la otra en El Salvador, y ambos en países africanos que vivían situaciones críticas de guerra, refugiados, etc. 



04 noviembre 2011

El lente de Keith John Richards


Keith John Richards es un investigador inglés que se ha interesado por el cine y la literatura de América Latina, y en particular de Bolivia, donde reside desde hace varios años. Keith enseñó en varias universidades, entre ellas la Universidad de Leeds (Inglaterra) y la Universidad de Richmond (Estados Unidos). Ahora lo hace en la Universidad Mayor de San Andrés. Lo imaginario mestizo: aislamiento y dislocación de la visión de Bolivia de Néstor Taboada Terán (1999), su primer libro publicado por Plural, que es la tesis doctoral que presentó en el King’s College de la Universidad de Londres. Además ha publicado artículos y capítulos en libros especializados.  

A fines de mayo del 2009 conocí a Keith en La Paz, durante una visita que hice a Elizabeth Carrasco, encargada de documentación de la Cinemateca Boliviana, y en julio del mismo año Keith me escribió para preguntarme si podía escribir el prólogo de un libro que estaba terminando de escribir sobre el cine latinoamericano.

Hace unas semanas –dos años más tarde como suele suceder en temas de edición- recibí con satisfacción el libro Themes in Latin American Cinema – A Critical Survey (2011), publicado en North Carolina por la editorial McFarland. Confieso que a primera vista la foto de la portada me desconcertó, no solamente porque muestra a un militar en traje de campaña, sino porque el haber escogido la foto de una de las películas analizadas en el libro, de alguna manera reduce la riqueza que este encierra.

Cabeza de Vaca (México)
En 232 páginas, Richards analiza 19 largometrajes latinoamericanos y lo hace, según declara en su introducción, con una intención didáctica, pero su texto sobrepasa con creces ese objetivo. Su selección de películas es interesante sobre todo por inesperada, ya que ha evitado caer en lugares comunes, se ha concentrado en obras de los últimos 25 años y en realizadores mejor conocidos en sus países que internacionalmente (con algunas excepciones). Ello permite incluir países como Bolivia, Uruguay o Guatemala, no necesariamente conocidos por su cinematografía. Lo cual me lleva a recordar el trabajo que nos costó en los años 1970 (sin internet, sin email, sin bibliografía de referencia), a Guy Hennebelle y a mí, preparar el libro Les Cinémas d’Amérique Latine, la primera revisión exhaustiva de la cinematografía latinoamericana, país por país, sin dejar a ninguno al margen.

Caída al cielo (Bolivia)
Muchas de las películas seleccionadas son “invisibles” en salas de cine, aunque ahora gracias a las ediciones en DVD, son accesibles para consumo casero, al menos en Estados Unidos. Uno de los méritos de este libro, justamente, es llamar la atención sobre ellas.

Más interesante aún es la estructura que Richards le ha dado a su libro. Si bien las fichas de las películas seleccionadas contienen información útil y concisa sobre el contexto, el realizador, la historia que se narra, el lenguaje, etc., es en los estudios temáticos donde Keith Richards vuelca su capacidad de análisis. Para ello, ha agrupado las películas en siete secciones que tratan estos temas: “México precolombino”, “Sexualidad e identidad”, “El niño sabio”, “Roles y estereotipos femeninos”, “Crimen y corrupción”, “Fratricidio y neo-imperialismo: conflictos en el Siglo XX”, y “El poeta en la ciudad”. Bajo estos temas de estudios, nada convencionales, se agrupan tres películas mexicanas, dos bolivianas, dos brasileñas, dos argentinas, dos peruanas, una paraguaya, una chilena, una cubana, una uruguaya, una colombiana, una venezolana, una ecuatoriana y una guatemalteca.

El silencio de Neto (Guatemala)
En esas secciones explaya su conocimiento del cine, de la literatura, de la historia y de la sociedad latinoamericanas, de modo tal que sus apretadas referencias son vetas que permitirían seguir profundizando en cada uno de los temas. Cuando aludo a su “conocimiento”, me refiero justamente a su capacidad de procesar la información a través de una lectura propia del contexto político, social y cultural. Para ofrecer un texto que es fácil de leer y que puede servir para quienes se aproximan por primera vez a los temas tratados, el autor ha tenido que leer y procesar cientos de libros y de películas.

El cristal a través del cual mira Keith Richards es multifacético y refracta una gran riqueza de colores, porque es el cristal de la diversidad cultural, una entidad en permanente proceso de transformación e intercambios, que es precisamente lo que hace que la cultura viva y se enriquezca. Así puede abordar la complejidad cultural de tantas culturas, grandes y pequeñas, que comparten un  mismo espacio físico, no siempre en armonía.

En la puta vida (Uruguay)
El libro de Richards respira frescura y cierta espontaneidad, a pesar del rigor del investigador que se aproxima sin embargo a cada tema con el espíritu abierto al descubrimiento y al aprendizaje.  En eso se diferencia de muchas investigaciones académicas cuyo punto de partida es una camisa de fuerza: una hipótesis que se trata de probar a toda costa. Y no es menos aleccionadora su manera de demoler los mitos superficiales y las caracterizaciones fáciles que sobre América Latina circulan en otras regiones, a través de agudas citas de escritores y cineastas que echan por tierra las miradas romantizadas, tropicalistas y paternalistas sobre nuestras culturas.

Esperemos que la edición en castellano del libro pueda circular pronto. No solamente los de habla inglesa tienen que aprender sobre nuestro cine latinoamericano, sino nosotros mismos.