30 diciembre 2013

Cien veces Yolanda

En sus años finales Yolanda no quería que la fotografiara. Se resistía al igual que su colega poeta Oscar Cerruto, también reacio a las fotos, hasta que Oscar accedió y gracias a ello el retrato que le hice se reproduce una y otra vez en libros, revistas, diarios y en páginas web (pocos se toman la molestia de consultarme). Yolanda nunca cedió a mi invitación, ni siquiera cuando le expliqué la foto que tenía pensada.

Augusto Céspedes, Mariano Baptista Gumucio, Yolanda
Bedregal y Oscar Cerruto rodean a Adolfo Costa du Rels
La hubiera fotografiado en su casona de la calle Goitia, sentada sobre una rústica silla de madera, una muy grande, dos veces el tamaño de una silla normal, fabricada especialmente para que ella se sentara con los pies colgando, como una niña, con las manos juntas sobre el regazo y la mirada melancólica. Esa era la foto que yo quería tomarle para mi serie “Retrato hablado” que se exhibió en 1990 en La Paz y Cochabamba, pero ella no quiso. “Ya estoy muy vieja para que me tomes fotos”, decía, aunque conservaba a su edad los rasgos delicados que la caracterizaron toda su vida, y ese rostro amable que la distinguía.

No pudo evitar la fotografía en una ocasión, a principios de mayo de 1990 cuando invité a un grupo de amigos escritores para conversar con dos poetas paraguayos que estaban de paso invitados por el Centro Portales, Carlos Villagra y Rubén Bareiro Saguier (a quien yo conocía desde los años 1970, en París). Reuní a Augusto Céspedes, mi primo hermano Mariano Baptista Gumucio, Manuel Vargas, Edith von Borries, y Yolanda. En las gradas de acceso a mi casa en Obrajes nos tomamos una foto de grupo, de esas que con el paso de los años adquieren mayor valor memorioso.

Ruben Bareiro Saguier, Yolanda Bedregal, Manuel Vargas, Edith von Borries,
Augusto Céspedes, Alfonso Gumucio, Carlos Villagra y Mariano Baptista Gumucio
Habría cumplido cien años este 2013 que termina, cien veces Yolanda. Por eso quiero dedicarle la última nota del año que fue suyo, año en que la recordamos a través de numerosas manifestaciones culturales que se organizaron en varias ciudades de Bolivia. A lo largo de 2013 se multiplicaron los homenajes a Yolanda y se publicaron numerosos artículos para recordar su trayectoria como escritora y su importancia en la literatura del país y de América Latina.

Cuando publicó su Antología de la Poesía Boliviana, un tomo de más de 600 páginas, incluyó allí cuatro poemas míos: "Detenido", "Silbos", "Ateneo literario" y "Autopsia". Alguna vez su hija Rosángela me invitó a formar parte del jurado del concurso nacional de poesía que lleva su nombre; acepté con mucho gusto.

Pero lo más significativo fue la carta que me envió luego de leer mi libro Sentímetros:

Querido Alfonso: Ya en cama hasta las dos de la mañana, milímetro a milímetro he leído tus Sentímetros. Los he gustado con la lengua y sus implicaciones cerebrales y cordiales. Todo un alambique que al final destila poesía. Te has valido de una cuidadosa y misteriosa alquimia también. Le has arrancado, aunque no creas, frutos a tu papiel, cristales de extraña pulcritud elaborados. Frutos, y también ese silencio de que uno se va llenando para seguir gritando como quien se calla. Muchas cosas podría decirte de lo que esconde el mecanismo enloquecido y seco de tus poemas y como te digo, los leí emocionada y admirando su calidad literaria, además. Si te pongo estas líneas a vuela-punta es porque no puedo ir personalmente estos próximos días, como quería. Yolanda.

Me gusta revisar sus libros, cargar unos segundos los cinco voluminosos tomos de sus obras completas, una hermosa edición publicada por Plural. Releo a Yolanda con el placer de visitar la casa de sus palabras y con el temor de que mi poesía se contagie entre sus paredes.

Menos para todos los demás, la poesía es para los poetas una cosa muy seria. Sigue siendo un misterio cómo a algunos les pica el virus de la poesía, y cómo se rasca cada quien sus versos como garrapatas que chupan la sangre mirando debajo de la piel, atravesando su espesor para hurgar el alma.

Como ejemplo “Tinta negra”, poemas dolorosos que me dan cita en su libro Escrito, publicado en Quito en 1994, aunque sin fecha en pie de imprenta. Ahí como en tantos otros versos se desgrana el alma con extraordinaria humildad, como si la vida le quedara demasiado grande.

Pero también los versos plenos de alegría erótica, aquellos que hacen trascender la sexualidad: “Nudo de los cuerpos / fugaz alegría / que ata nuestro polvo / con la eternidad.”

Mientras la sigamos leyendo la seguiremos recordando.

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Misteriosamente apretamos
-mutuo acuerdo-
lengua de espada
en vaina de silencio;
mas el delgado espacio
se destempla
en la discordia.

—Yolanda Bedregal

15 diciembre 2013

Jorge Ruiz, memoria del mundo

A raíz de la inclusión de las películas de Jorge Ruiz en el Registro de América Latina y el Caribe de Memoria del Mundo, la Cinemateca Boliviana me invitó a participar en un panel de homenaje a nuestro querido cineasta, desaparecido el martes 24 de julio de 2012 en Cochabamba. En el panel que compartí con Pedro Susz hablé de mi larga relación con Jorge, sin extenderme sobre su obra, puesto que en la Historia del cine en Bolivia le dediqué cerca de 50 páginas a esa valoración y ya que Pedro Susz se refirió a ella en detalle durante su presentación.

Familia de Jorge Ruiz el día del homenaje en la Cinemateca Boliviana 


Lo primero que destaqué es la gestión de la Cinemateca Boliviana que ha permitido que la obra de Jorge pase a formar parte del Registro de América Latina y el Caribe de Memoria del Mundo, un programa creado por la Unesco en 1992, cuyo propósito es salvaguardar aquellos documentos que no deben perderse, que deben estar protegidos a través del tiempo por los países de donde son originarios. Varias personas que son parte del dinámico equipo que dirige Mela Márquez trabajaron para presentar la propuesta a Unesco y lograron que el patrimonio fílmico documental de Ruiz fuera reconocido en el mismo nivel que la obra de Buñuel o los noticiarios del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC).

No cabe la menor duda de que uno de los varios actos pioneros de Jorge Ruiz fue la realización de Vuelve Sebastiana en 1953, con el guión de Luis Ramiro Beltrán, su querido amigo que tuvo que aprender a escribir guiones en tres días. Aunque clasificada como documental, esta película es en realidad una película argumental que narra una historia perfectamente estructurada y desarrollada por el equipo de realizadores.

"Vuelve Sebastiana" (1953), de Jorge Ruiz
Vuelve Sebastiana es el precedente más directo de Ukamau y de otras películas de Jorge Sanjinés.  Responde a los mismos criterios: película argumental sobre un tema indígena, con vocación de denuncia social, interpretada por actores naturales y realizada en el contexto propio de los personajes. La voz en off ha hecho clasificar a esta obra como documental, pero hay que entender que en esa época el sonido directo todavía no se usaba en Bolivia. Que la hubiera realizado en color es también un rasgo pionero, aunque ya existía el precedente en su propia filmografía con Donde nació un imperio (1949).  

Jorge fue pionero del cine en Bolivia, pero también en otros países latinoamericanos a los que fue llamado para dirigir películas de encargo. Aportó con algunos films documentales que se cuentan entre los primeros realizados en Ecuador, en Guatemala y otros países que visitó durante la década de los años 1950 y 1960. Su pasión por el cine era tan grande que quizás no fue plenamente consciente de que en algunos casos su cine, realizado con la honestidad que lo caracterizaba, era instrumentado para fines ajenos a su sensibilidad social, como sucedió con Los Ximul, que hizo en Guatemala luego del derrocamiento de Arbenz, y que sirvió a los gringos para justificar la contrarreforma agraria en ese país.

Con Jorge Ruiz, en Cochabamba, el año 2004
Mi amistad con Jorge Ruiz a lo largo de más de cuarenta años, desde fines de la década de 1960 hasta poco tiempo antes de su muerte, está llena de buenos recuerdos.  Solía visitarlo en Proinca mientras llevaba adelante mi investigación para escribir la “Historia del cine en Bolivia” que luego de muchos retrasos y vicisitudes se publicó finalmente en 1982, golpe militar de por medio, pues ya estaba lista en 1980. No solamente me abrió su memoria para hablar de su propio cine, sino de todo lo que vivió como testigo de la evolución del cine boliviano. Por ejemplo, me contaba anécdotas sobre Luis Castillo, el pionero del cine mudo, quien trabajó como laboratorista con Ruiz y Roca durante varios años.

Mi relación con Jorge es aún más antigua, precede mi interés por la historia del cine boliviano. El vínculo, más afectivo que cinematográfico, tiene que ver con mi padre, sobre cuyos planes económicos y visión del desarrollo Jorge Ruiz y Gonzalo Sánchez de Losada realizaron la película Un poquito de diversificación económica (1955). Con motivo de esa producción llegaron a conocerse bastante.

Ruiz durante la filmación de "Detrás de Los Andes"
Jorge me hablaba de sus grandes sueños, que no llegaron a concretarse. Uno de esos era el largometraje Machete Marbán, que quería filmar en Cachuela Esperanza con Charles Bronson en el papel protagónico. Aunque buena parte de su obra es altiplánica Jorge soñaba con esa aventura en las zonas tropicales de Bolivia, como la que tuvo al filmar Detrás de los Andes un film que renació muchos años después con el título de Mina Alaska. Tenía también el ambicioso proyecto de realizar un largometraje sobre la Guerra del Chaco, basado en los relatos del libro Sangre de Mestizos de Augusto Céspedes.

Nunca antes había tenido tanto tiempo de disfrutar de la amistad y la compañía de Jorge Ruiz como cuando le rindieron un gran homenaje en el Festival Iberoamericano de Huelva, el año 2003. El director del festival, Porfirio Enríquez, a sugerencia del propio Jorge, tuvo a bien invitar a algunos amigos, de modo que en Huelva coincidí durante una semana con Alfonso Bilbao (el artífice del homenaje a Jorge Ruiz y al cine boliviano), José Sánchez y Lalo Solíz. Allí estuvimos, acompañándolo en un momento que fue tan importante para él y para su familia.

Jorge Ruiz, Premio Ciudad de Huelva
Los homenajes en Huelva fueron del más alto nivel. Recuerdo que a nuestra llegada a la sede del festival una nube de camarógrafos rodeó a Jorge para entrevistarlo. Lo estaban descubriendo y él era el centro de atención. Ese día, el 10 de noviembre del 2003, fue pleno para Jorge y para todos quienes lo rodeamos. 

Me tocó presidir una mesa redonda en la que junto a otros colegas bolivianos hablamos del personaje y de la obra. En la noche, en el gran Teatro de Huelva, el Presidente de Ibermedia y también Presidente de Cinematografía de España, le hizo entrega del Premio Ciudad de Huelva, que ese año recibió también el actor español Imanol Arias. Conservo alguna foto de Ruiz intercambiando admiraciones con el actor español, ambos rodeados de cámaras y grabadoras.

Al recibir el premio Jorge mantuvo la humildad que lo caracterizó toda su vida: “Soy apenas un artesano del cine”, dijo. Otras veces decía “soy un cinero” o “soy un peliculero”. Evitaba la palabra cineasta, quizás porque le parecía muy pomposa.

Además del premio, Jorge recibió una copia de Vuelve Sebastiana, película que acababa de ser restaurada con la más  alta tecnología. También pudimos ver durante el festival de cine la copia restaurada de Mina Alaska. Todo, absolutamente todo lo que pasó en esos días hizo que Jorge se sintiera reconocido por su larga carrera. Estaba tan feliz que si le pegaban un cohete no lo sentía, como dicen en Nicaragua. 

En esos días de estadía en Huelva hicimos varias visitas a lugares emblemáticos, entre ellos la pequeña ciudad de Moguer donde vivió Juan Ramón Jiménez. En una tasca celebramos en grupo el 53 aniversario de matrimonio de Jorge y Marina. Conservo una foto de ambos sosteniendo una botella de un vino llamado Viagra, que hizo reír mucho a Marina. 

Despedimos a Marina

Quién iba a pensar cuando escribí la nota anterior, que tendría que añadirle hoy este colofón. Quién iba a pensar que las fotos que tomamos el pasado 3 de diciembre en la puerta de la Cinemateca Boliviana, serían las últimas.

Hoy, en una funeraria de Miraflores, despedimos para siempre a Marina, que falleció este jueves 19 de diciembre luego de seis días de hospitalización a raíz de una caída.

Mi larga amistad con Jorge Ruiz fue también una larga amistad con Marina, su ángel guardián y su sostén en todo momento. Marina, invariablemente sonriente en toda circunstancia; Marina siempre coqueta, bien peinada y bien maquillada. Así la recordaré.


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El cine tiene el deber de agarrar de los pelos al espectador ensordecido y,
de un gesto imperioso, ponerlo de cara a los problemas actuales.


—S.M. Eisenstein  

10 diciembre 2013

Conocimiento colaborativo

En la Conferencia Internacional Bienes Comunes y Nuevos Paradigmas Civilizatorios que tuvo lugar en La Paz, del 18 al 20 de noviembre en salones de la Cinemateca Boliviana, a la que me referí en la anterior nota, hubo cinco paneles sobre “Bienes comunes: un paradigma para la convivencia y la transformación”, “Experiencias locales en la gestión de bienes comunes”, “Gestión de Bienes Comunes de la Naturaleza”, “Economía, trabajo y cuidado”, “Internet y software libre, cultura y conocimiento”, y varias sesiones de debate e intercambio sobre “Biodiversidad, alimentación y bosques”, “Agua, energía y cambio climático”, “Feminismo y economía”, “Economías alternativas y cooperativas”, y “Cultura y conocimiento, internet y software libre”.

En esos paneles y sesiones se contó con la participación de invitados internacionales y bolivianos, entre ellos: Horacio Machado (Argentina), Carolina Botero (Colombia), María Selva Ortiz (Uruguay), Tom Kucharz (España), Clarisse Goulart y Pablo Capile (Brasil), Ilse Márquez y Ender Duarte (Venezuela), Georges Garcia (Francia), y los bolivianos Hernando Calla, Katherine Fernández, Amaru Villanueva, Miguel Crespo, Cecilia Requena, Marcos Valverde, Juan Carlos Guzmán y por supuesto Elizabeth Peredo, la organizadora del evento. Varios fueron entrevistados por Rafael Archondo, uno de los moderadores, en su programa “Mapamundi” en Radio ERBOL. El audio está a dos clics de distancia.

En la segunda parte de mi intervención en el panel sobre “Cultura, ciencia y conocimiento” me referí al conocimiento colaborativo como bien común y la pérdida del espacio público por el mal uso de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (NTIC).
 
Amaru Villanueva, Carolina Botero, Elizabeth Peredo, Alfonso Gumucio Dagron y Georges Garcia
Todo conocimiento es producto de la interacción y de la colaboración sin fronteras y restricciones.  El conocimiento no se empaqueta, no se envasa, no se traslada como si se tratara de un producto terminado, cerrado. El conocimiento está siempre en movimiento, está siempre abierto a enriquecerse y a transformarse, a absorber como esponja. No existe un solo conocimiento, hay conocimientos plurales y diversos en constante transformación. 

No hay conocimiento sin colaboración, una colaboración que va más allá de la producción colectiva de información. La colaboración que se da en la elaboración del conocimiento es aquella que resulta de la participación activa en una vasta red de interacciones individuales y colectivas, donde todos y cada uno de los ciudadanos somos receptores de la información de otros, que procesamos de acuerdo a nuestros valores, a nuestra experiencia, a nuestra visión del mundo, para de esa manera construir un conocimiento individual que enriquece el conocimiento colectivo.

La gestión comunitaria del conocimiento no es un ejercicio artificial y artificioso de aislar a las comunidades en un microcosmo que no afecta el universo de las decisiones sobre el planeta. La gestión comunitaria del conocimiento significa crecer como comunidades sin fronteras para ocupar esa esfera pública que es donde se cruzan y dialogan las manifestaciones del poder político, económico, social y cultural.

El autismo colectivo

La ventaja de haber vivido en dos épocas es que uno ha sido testigo de cambios importantes que le permiten tener una visión de conjunto y una memoria histórica de largo plazo para mirar de manera crítica la fascinación tecnológica.

La esfera pública intangible tiene implicaciones en el espacio público físico y concreto que compartimos cotidianamente. Existe el peligro de que ese espacio físico se erosione y sea abandonado. El ágora, la plaza, el mercado o el parque, pueden convertirse solamente en espacio virtual. La tendencia va en ese sentido desde los sofisticados juegos como “Second Life” (que permite vivir una vida virtual paralela) hasta el simple chat que separa físicamente a las personas mientras produce la ilusión de acercarlas.

Cada vez más la tecnología de bajo costo y fácil manipulación adorna superficialmente a quienes tienen -como nunca antes, acceso más rápido a una mayor cantidad de información, pero que sin embargo carecen de capacidad de procesar la información y manifiestan en el uso de esa tecnología una perspectiva estrecha y ajena a referentes históricos que no sean inmediatos.

El resultado es una masa de autistas que vive solamente en un mundo virtual sin asidero en el mundo real, sin memoria de la historia de los años recientes, ni experiencia en interacciones sociales reales.

Lo real y lo virtual se confunden. Pienso en John Perry Barlow, co-fundador de la organización Electronic Frontier Foundation (EFF), pionero en el uso de las NTICs, que distingue la diferencia entre el espacio virtual y lo que el llama el “espacio carne” (meat space), es decir, la realidad de carne y hueso donde la interacción entre los seres humanos es insustituible, irremplazable.

El autismo colectivo afecta el tejido de las redes sociales reales porque las sustituye por redes virtuales donde el compromiso político y social se reduce a un clic en “me gusta” que supone cantidad pero no calidad participativa, y sin mayor esfuerzo deja la buena conciencia de haber puesto un granito de arena a una causa.

El promedio de horas diarias que los usuarios de la tecnología de la información dedican a los aparatos de los que dependen cada vez más, crece de tal manera que ya es difícil distinguir cuando están y cuando no están conectados. Los espacios libres sin conexión, es decir los momentos no mediados por las prótesis electrónicas, son cada vez menos.
 
No es extraño ver en conferencias o en el teatro o en salas de cine, un comportamiento adictivo que va más allá de la necesidad de utilizar la tecnología para el fin concreto de recibir información, comunicarse, o registrar audio o video. En la oscuridad de las salas de cine las luces de las pantallas de los teléfonos celulares se encienden como estrellas en una bóveda invertida cuando los usuarios sufren del síndrome de abstinencia. Necesitan cada cinco minutos mirar sus pequeñas pantallas convencidos de que siempre hay algo muy urgente en los mensajes de texto o en las llamadas que reciben.

A tal extremo llegan estas adicciones, que hay una veintena de nuevas enfermedades causadas por el abuso de las tecnologías de uso personal. Enfermedades que afectan al organismo por el sedentarismo de los usuarios, disminuyen la masa muscular, producen lesiones en las articulaciones del codo o de la mano, etc.  Está el síndrome del túnel carpiano, la bursitis, la tendinitis, la epicondilitis (o codo de tenista, una ironía porque se aplica a quienes han abandonado completamente el ejercicio físico).

Reconquistar el espacio ciudadano

No es ociosa la anterior digresión porque lo que intento es mostrar la gravedad de lo que está sucediendo: abandonar el bien común, es decir, abandonar la acción colectiva como práctica social, significa abandonar la posibilidad de ejercer los derechos humanos. Estamos abandonando las formas directas de diálogo y de acción colectiva, cediendo el territorio de la comunicación y el espacio público a quienes prefieren mantenernos aislados, encerrados. 

No es casual que esa falta de diálogo colectivo y su sustitución por formas de interacción virtuales, se traduzca en la pérdida –también colectiva, de la memoria histórica. La disminución de la capacidad de análisis de los usuarios más jóvenes, es directamente proporcional a la abundancia de información a la que tienen acceso, sin poder procesarla. El “copiar y pegar” que se ha convertido en una problema ético en las universidades, es tanto un síntoma de la incapacidad de pensar la realidad como de participar en los procesos sociales.

Es imprescindible rescatar formas de convivencia que no pasan por las relaciones de mercado, por la lógica del lucro y de la acumulación, sino por prácticas sociales que a partir del conocimiento compartido y de la comunicación participativa, generan acciones colectivas por el bien de los ciudadanos.

Ya no podemos cifrar esperanzas en propuestas de poder político que esconden su verdadera naturaleza detrás de un discurso de inclusión vaciado de contenido, porque en poco tiempo esas propuestas han demostrado ser más de lo mismo, depredadoras no solamente del medio ambiente y de los recursos naturales, sino de los derechos humanos y de la posibilidad de organizarse en la esfera pública de manera independiente.

El discurso del poder está viciado en su médula por el autoritarismo y la corrupción. El fin que persigue el ejercicio del poder justifica todos nuestros miedos. Por ello, sentirse parte de una mayoría absoluta de ciudadanos comunes, ser parte de una comunidad mundial de comunes sin otra afiliación que la solidaridad y la voluntad de vivir la cotidianeidad de otra manera, nos hace mantener la esperanza.