28 septiembre 2015

Cine con valores

El XI Festival Internacional de Cine de los Derechos Humanos tuvo lugar del 17 al 22 de agosto, como siempre en la capital de Bolivia. Mantener un festival de esa magnitud a lo largo de once años es una proeza de Humberto Mancilla, su familia y los jóvenes que colaboran con él.

Es la segunda vez que participo en el festival, la primera fue en junio de 2008 como presidente del jurado internacional, y esta vez, además de jurado, para mostrar en Sucre mi largometraje Señores generales, señores coroneles (1976), y para participar en el Foro Latinoamericano de Integración Cinematográfica, en el que participaron los otros miembros del jurado: Benjamín Ávila (Argentina), Silvio Da-Rin (Brasil), Pedro Chaskel (Chile), María Elena Benites y Fernando Valdivia (Perú), Carola Prudencio y Fernando Arispe (Bolivia).

Una ventaja de estar en festivales de cine es ver películas que de otra manera son casi invisibles porque no interesan a las pantallas de las salas de cine comercial.  Más aún en el caso de películas de cortometraje y de mediometraje, que  sufren una suerte de discriminación, consideradas parientes pobres del cine de ficción y de largometraje.

A esto se suma que las obras sobre temas que tienen que ver con valores, justicia y derechos humanos, no son las más apetecidas por un público adiestrado para disfrutar películas de evasión y no de reflexión. Cada vez más, para el grueso del público, el cine es para evadir la realidad y no para abordarla de manera crítica. Con honrosas excepciones, el cine ha dejado de ser el séptimo arte para aproximarse más al circo como espectáculo colectivo.

Mariem Hassan, fallecida el 22 de agosto 2015
Los festivales son como oasis en el desierto de la cinematografía mundial. En Sucre, cuatro salas se habilitaron para mostrar las obras del festival: el Cine SAS, el Teatro 3 de Febrero, el Museo de Etnografía y Folklore (MUSEF) y la Alianza Francesa, todas alrededor de la plaza principal, al alcance de todos.

Me impresionó el documental La vida en espera: el referéndum y la resistencia en el Sahara Occidental (Estados Unidos, 2015) de Iara Lee, que muestra la situación del pueblo saharaui cuyos territorios han sido ocupados por Marruecos, frente a la indiferencia de la comunidad internacional y de Naciones Unidas. La resistencia saharaui no se limita a la lucha del Frente Polisario, sino que se desarrolla de manera cotidiana a través de actividades culturales. 

En el film aparece varias veces la cantante Mariem Hassan, extraordinaria portavoz y voz de la causa de liberación del pueblo saharaui, quien casualmente murió en el mismo día en que se clausuraba el festival de Sucre, el sábado 22 de agosto. Hay que escuchar y ver a Mariem Hassan para sentirse más cerca de la lucha de su pueblo.  
Tuvimos plena coincidencia en el jurado para darle el premio al mejor mediometraje y otorgamos una mención a Aún Tibet (España, 2014) de Miguel Ángel Cano Santizo, que narra en primera persona, cámara en mano, la vida cotidiana de los tibetanos bajo la ocupación China.

Traigo conmigo (2013) de Tata Amaral
El premio Pukañawi de largometraje fue otorgado a Traigo conmigo (Brasil, 2013), de Tata Amaral, sobre un director de teatro jubilado, que recuerda de manera fragmentaria su experiencia en la cárcel durante la dictadura militar. Otros tres films recibieron menciones en esta categoría: El patrón, radiografía de un crimen (Argentina, 2014) de Sebastián Schindel, Los años de fierro (México, 2013) de Santiago Esteinou y Mineros derribados (Sudáfrica, 2014) de Rehad Desai.

En la categoría de cortometraje se otorgó el primer premio a Jambo amani? (España, 2013) de Unai Aranzadi y una mención a La vida es mucho más (Bolivia, 2015) de Frairiver Carvajal y Jhaqueline Dávalos.

Basta ver la lista de premiados para darse cuenta de la enorme diversidad de propuestas y de la capacidad que tiene el festival para atraer obras de todo el mundo.

Con Humberto Mancilla en el estreno de Señores Generales, Señores Coroneles
Además de las 26 películas que concursaron en las tres categorías, otras se exhibieron paralelamente. En la “Muestra nacional Plan Cóndor” se estrenó mi largometraje Señores generales, señores coroneles (1976) digitalizado recientemente en Ecuador, y posteriormente se exhibió Al grito de este pueblo (Argentina, 1971) de Humberto Ríos, también sobre el golpe militar del coronel Bánzer, y De vida o muerte (Chile, 2015) de Pedro Chaskel, sobre la Operación Cóndor que las dictaduras del cono sur concertaron para eliminar físicamente a sus opositores.

Aunque no había muchas películas bolivianas en el festival, vi dos que me interesaron particularmente. Rompiendo fronteras, en gira con el teatro trono (Dinamarca-Bolivia, 2013) de Shezenia Hannover y Anahí Machicado, muestra con mucha sensibilidad la relación que se establece entre jóvenes de la ciudad de El Alto y jóvenes de Dinamarca en torno a la toma de conciencia sobre la importancia del agua y de los recursos naturales. El documental está, además, muy bien filmado. También vi el corto Cuatro en uno (Bolivia, 2014) de Paolo Agazzi, cuatro historias, en plano fijo, sobre la violencia que se ejerce contra las mujeres. Es una propuesta innovadora, donde la banda sonora juega un papel fundamental en el discurso narrativo.

Hay películas sobre derechos humanos que son difíciles de ver porque tocan fibras muy sensibles.  Es el caso de La mirada del silencio (Dinamarca, 2014) de Joshua Oppenheimer, que al igual que su documental anterior, El acto de matar (Dinamarca, 2012), aborda, desde la perspectiva de quienes fueron torturadores y asesinos, la sangrienta represión que se desató en Indonesia en 1965. Dura, pero brillante.

Los miembros del jurado del festival
En el Foro Latinoamericano de Integración Cinematográfica, que se realizó por primera vez en el marco del festival, nada menos que en la Casa de la Libertad, abordamos los problemas que enfrenta la producción y distribución del cine de nuestra región, sobre todo en países como Bolivia, donde no existe ningún apoyo del Estado.

Al finalizar emitimos una declaración, la “carta de Sucre”, en la que señalamos la importancia de la soberanía audiovisual como factor determinante de la diversidad cultural, y la necesidad de contar con políticas públicas con financiamiento del Estado para la promoción del cine latinoamericano en cada país. También recomendamos la creación y funcionamiento de la Escuela de Cine Documental de los Derechos Humanos y de la Naturaleza como parte integral de la Cineteca de Derechos Humanos, otra iniciativa del Centro Pukañawi que dirige Humberto Mancilla.  

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El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender. Plutarco

25 septiembre 2015

El cine memorioso de Pedro Chaskel

Pedro Chaskel en Sucre, agosto 2015
El cineasta chileno Pedro Chaskel ya está de vuelta, en el sentido físico y figurado. De vuelta a los encuentros, ya que luego de muchos años de habernos topado en los festivales de La Habana, volvimos a encontrarnos en Sucre, ambos como miembros del jurado del Festival Internacional de Cine de los Derechos Humanos. Y de vuelta en el sentido figurado, porque ya ha vivido su vida de manera comprometida y coherente y ahora mira las cosas de manera desapasionada, como muchos que hemos vivido las épocas duras y ahora escuchamos las cornetas del triunfalismo fácil en las épocas blandas. 

Una de las primeras películas de Pedro Chaskel como director, en 1966 con Érase una vez, un cortometraje de cinco minutos que sorprende por su actualidad.  La idea es sencilla: la historieta, en una página, dibujada por Vittorio di Girolamo animada mediante hábiles movimientos de cámara y una banda sonora eficiente.

La historia, llena de simbolismo, es casi cruel: un poeta forma el “Partido de la Primavera”, con flores como banderas, para marcar su convivencia con quienes lo rodean. Ese partido pronto cae en manos de otros dirigentes que forman el “Ejército de la Primavera” que comienza a eliminar a los opositores e incluso fusila al poeta fundador. En el fondo de la banda sonora se escucha la voz de Nelson Villagra imitando un furibundo discurso de Hitler. En pocos minutos tenemos la evolución de un movimiento democrático a un régimen autoritario y de corte fascista. ¿Suena conocido?

Con la sencillez que lo caracteriza, Pedro minimiza Érase una vez como una obra primeriza, un simple experimento realizado con muy pocos medios, en el marco del Cine Experimental de la Universidad de Chile. “No había una intención ideológica, pero de alguna manera es una llamada de atención sobre ciertos procesos políticos”. Para Chaskel fue un ejercicio cinematográfico que le permitió dominar la técnica del montaje.

Ya antes de este corto animado, Chaskel había realizado otros cortos documentales, ya sea como camarógrafo, montajista (ahora se dice editor) o director, entre ellos Aquí vivieron (1964) una colaboración con el antropólogo suizo Jean Christian Spahni, a quien conocí cuando pasó por Bolivia unos años más tarde. Spahni realizaba excavaciones en la desembocadura del río Loa, que le permitieron descubrir importantes restos de la cultura Chango. Chaskel y Héctor Ríos documentaron ese proceso con un comentario poético de Ernesto Fontecilla, que lleva las imágenes documentales a otro nivel de creación artística. “Me fascinó el paisaje misterioso y lunar del lugar.  Había que llegar en bote, se tardaba un par de horas en acceder. Ahora pasa por allí una carretera”.

Pedro Chaskel con el cineasta Joris Ivens
Pero de esa década inicial, su película preferida es Testimonio (1969), donde retrata las condiciones infrahumanas del Hospital Siquiátrico de Iquique: “Me pasó algo muy raro, yo no le había dado mucha importancia, pero después del golpe contra Allende algunos colegas me decían buenas cosas sobre el film, de modo que empecé a mirarlo con otros ojos y a valorar sus cualidades. Creo que es una película redonda, que tiene una intención en cada toma, en cada movimiento de cámara. Filmamos en una mañana y la edición la hice en un día”.

Poco antes del golpe militar de Pinochet codirigió con Héctor Ríos Venceremos (1970), sobre la situación social y política en Chile durante el proceso de llegada al poder de la Unidad Popular. La película obtuvo un premio en el Festival Internacional de Leipzig, pero a varias décadas de distancia Chaskel considera con humildad que ese no fue un premio destinado a su película, sino al cine chileno en su conjunto, un premio político. En este documental destaca una forma de mirar la realidad que es característica en el cine de Chaskel: la cámara se toma el tiempo necesario para observar. Las imágenes, sin comentario, son similares a las que unos años antes había registrado Jorge Sanjinés en su primera película boliviana, Revolución (1964). En ambos films se contraponen imágenes de la pobreza y la injusticia social, con documentos sobre la represión y finalmente el triunfo de la izquierda.

Pedro Chaskel y Alfonso Gumucio, en Sucre 2015
Otras obras como Aborto (1965) y No es hora de llorar (1971) sobre la víctimas de la dictadura brasileña, confirman su interés por el cine documental, sin embargo en su carrera destacan las colaboraciones que hizo como editor con grandes directores del cine chileno en películas emblemáticas realizadas antes y después del golpe militar de Pinochet, que lo llevó al exilio en Cuba durante diez años.

La primera de sus colaboraciones fue con Miguel Littin en El chacal de Nahueltoro (1969), película fundacional en el cine chileno, que muchos siguen considerando la mejor obra de Littin. Trabajó con Helvio Soto en Érase un niño, un guerrillero y un caballo (1967) y editó las tres partes de La batalla de Chile (1974-1977) de Patricio Guzmán, monumental registro documental del periodo de Allende.

También colaboró con Jorge Sanjinés en Para recibir el canto de los pájaros (1995): “A Jorge se le metió en la cabeza (yo no tenía la culpa) que las secuencias en las que aparecían los conquistadores españoles debían ser editadas por otra mano. No sé si realmente se nota la diferencia, pero para mi fue una oportunidad de trabajar con él durante un par de semanas”.  

La famosa foto del Ché, de Alberto Korda
En Cuba realizó varias películas, con todo el apoyo de la industria de cine cubana. La más conocida es Una foto recorre el mundo (1981), donde indaga a través de una entrevista con Korda, cómo el fotógrafo cubano realizó la emblemática foto del Ché que ha sido reproducida cientos de miles de veces en diferentes formatos. “El problema con la entrevista con Korda es que él ya había contado el cuento cien veces, y yo quería algo diferente.  Entonces se me ocurrió decirle a Alberto que empezara a contar ese día desde el momento en que se levantó.  Y empezó a contar, de manera que cuando llegó a ese episodio ya estaba totalmente metido en sus recuerdos,  y por ello creo que es una de las entrevistas buenas que he hecho”, recuerda Chaskel.

Hizo otras dos películas sobre el Ché en Cuba, Constructor cada día, compañero (1982) y Ché, hoy y siempre (1983); aclara que él nunca fue partidario del culto a la personalidad, pero que le interesaba explorar el símbolo.

Pedro Chaskel es un cineasta emblemático del cine chileno, es importante recordar su contribución al cine latinoamericano.
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Es imposible hacer una buena película sin una cámara que sea
como un ojo en el corazón de un poeta. —Orson Welles


16 septiembre 2015

Palabras, palabras, palabras

Cuando un gobierno insiste en que “hay libertad de prensa” es que esa libertad está amenazada. En los países donde realmente hay libertad de expresión y de pensamiento, no es necesario repetirlo todos los días.

Hace unas semanas acompañé la concentración y la marcha de apoyo a Amalia Pando y a Erbol, la red de emisoras independientes. Fue una demostración de repudio a las argucias gubernamentales para acallar a las voces críticas. El gobierno está asustado porque esas voces han trascendido las fronteras y la imagen internacional del régimen se oscurece. Fuera de Bolivia son cada vez menos los que creen en el mito del indígena bien intencionado que trabaja por el bienestar de su país.

La censura es un animal con muchos colores, un camaleón que actúa mimetizándose para que no se lo vea, pero su olor lo pone en evidencia. Las acciones de este gobierno para acallar a las voces críticas, huelen mal.

Primero, como mostró Raúl Peñaranda en su libro Control remoto, jerarcas del gobierno han comprado periódicos y canales de televisión a través de palos blancos venezolanos o bolivianos. No tengo que abundar en ello ya que es de dominio público.

Segundo, el MAS ha utilizado dineros del Estado para montar el más grande aparato de propaganda que haya conocido el país. No tiene parangón en la historia contemporánea lo que se invierte todos los días en publicidad fundamentalmente dirigida a ensalzar la imagen presidencial.

La cadena de emisoras Patria Nueva, el diario oficialista Cambio y la red de televisión estatal al servicio del partido de gobierno, son algunos ejemplos de desvío de fondos del Estado en beneficio de un partido político y, peor aún, de una persona. Eso no es información, eso es propaganda pura.

A esos medios financiados con dinero público se suma el canal del televisión Abya Yala, un regalo personal del gobierno Iraní a Evo Morales. No es un medio del Estado, es un medio privado, lo cual plantea un tema ético: ¿puede un presidente en ejercicio recibir de una potencia extranjera y a nombre personal un regalo de esa magnitud?

Tercero, el uso de la publicidad del Estado como instrumento de chantaje. El ejecutivo no diferencia los recursos públicos de los recursos del MAS, y usa de manera arbitraria los fondos del erario para sancionar a los medios de información críticos. ¿Quién le dijo al presidente y al vice-presidente pueden disponer de recursos del Estado como si fueran de su bolsillo? En los países democráticos existe una política de Estado equilibrada para asignar recursos públicos a los medios.

Cuarto y doloroso, la violencia física ejercida contra periodistas a través de agentes, incluyendo casos de asesinato, como el de Hanalí Haycho, al parecer encubierto por órdenes superiores.

Con esa maquinaria en marcha, no necesita el gobierno ejercer la censura previa, porque cuenta con medios de información propios, utiliza dinero del erario para la propaganda y para la compra de voluntades, y ejerce presiones, chantaje y violencia. Esto se tiene que conocer dentro y fuera de Bolivia.

El tema de fondo radica en la distancia cada vez mayor que existe entre el discurso “de izquierda” del régimen y la realidad de un gobierno neoliberal, autoritario y arrogante. Muchos creyeron años atrás en el proceso de cambio y hoy están decepcionados. Otros continúan porque el régimen les permite ejercer arbitrariamente el poder y beneficiarse de migajas a cambio de mantenerse callados. La ideología no es más que discurso: palabras, palabras, palabras, como en Hamlet.

Las contradicciones entre el discurso y la realidad saltan a la vista. Luego de tantas amenazas que hizo cuando estaba en la oposición, Morales ha mantenido vigente el Decreto 21060, la Ley 1008 y en general la política neoliberal. Poco ha cambiado, salvo la fortuna que tuvo el gobierno de contar con más recursos que todos los anteriores gracias al contexto económico internacional.

En la agenda indígena el régimen autoritario se tropieza cada vez que reprime a quienes piden que se cumpla la propia Constitución Política del Estado. En el área de derechos humanos se aplaza al no desclasificar los archivos militares en virtud de un pacto secreto de encubrimiento mutuo. En el tema de medio ambiente, la política extractivista pulveriza el discurso manido de la “madre tierra”, que solo el canciller utiliza para aburrir a los invitados en recepciones oficiales.  Finalmente, la corrupción corroe al régimen en todos sus niveles, como nunca antes se había visto.

Todo esto se sabe cada vez más, y mientras más se conoce, la gente toma conciencia, y la conciencia crítica debilita al régimen autoritario. Hay algo de decencia en la gente que pone el pie en el freno: hasta aquí llegué…
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La libertad es el derecho que tienen las personas
de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía.

—José Martí

06 septiembre 2015

Territorios revelados

Volver a Cali es siempre un placer, aunque nunca tengo tiempo suficiente para recorrer esa ciudad de amplias avenidas, parques y calles arboladas, que conserva una zona tradicional de calles estrechas y construcciones de barro pintadas de blanco, a la vez que una ciudad moderna que desborda con inmensos campus universitarios y deportivos.

Ahora solo pude visitar la antigua colina de San Antonio y observar la ciudad al filo de la media noche desde el mirador de Belalcázar, gracias a Fernando Calero y a su esposa, que me llevaron luego por el margen del Río Cali, limpio y agradable, un lugar de esparcimiento para los caleños. 

Esta vez, tenía varias tareas que cumplir en apenas cuatro días de estadía. Un programa completo y estimulante que me tocó desarrollar del 11 al 14 de agosto. Por una parte, fui invitado para inaugurar con una ponencia magistral el XII Encuentro de la Red de Radio Universitaria de Colombia (RRUC) y en el mismo evento facilitar un taller para directores de emisoras.

Por otra parte, la Dirección de Comunicaciones del Ministerio de Cultura de Colombia, en el marco de su Proyecto de Comunicación y Territorio, me invitó a presentar la “Comunicación, cambio social y construcción de territorio”, en el Encuentro de Comunicación y Patrimonio del Pacífico Colombiano, que se desarrolló en paralelo con el magnífico XIX Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez.

El lema escogido para el XII Encuentro de la Red de Radio Universitaria de Colombia (RRUC) fue “Paz al aire, un aire para la paz”, adecuado para una reunión que tenía como objetivo reflexionar sobre el papel que debían cumplir las emisoras universitarias de Colombia (que son 57) de cara a la posibilidad de alcanzar la paz en el país como resultado de las negociaciones que el gobierno colombiano sostiene en Cuba con representantes de la guerrilla de las FARC.

En mi conferencia de apertura, “Una paz participativa: las radios locales en procesos de cambio social” traté de expresar mi convicción de que el proceso de paz en Colombia empezó hace muchos años gracias a una sociedad civil activa y comprometida, y que no concluirá con la firma de los acuerdos políticos porque la paz se construye de manera permanente, no se instaura por decreto. Para ello use la frase de Mahatma Gandhi que ya he citado otras veces: “No hay caminos para la paz, la paz es el camino”.

XII Encuentro de la Red de Radio Universitaria de Colombia (RRUC)
La utopía de la paz es parte de la vida cotidiana de los colombianos y debería ser también esencial en el trabajo de las emisoras universitarias, a condición de que las propias universidades comprendan su papel en la sociedad.  La radio universitaria puede ser tan buena o tan mala como la propia universidad de la que depende.  Si la universidad se encierra sobre sí misma y no asume los retos que le corresponden en la construcción de la paz, difícilmente su emisora puede comportarse de maneras diferente. 

Esas y otras cosas dije para manifestar mi convicción de que las emisoras universitarias deben superar el nivel de la información, salir a la calle y trabajar más en procesos de comunicación y de generación de conocimiento. “Si las universidades siguen promoviendo una visión instrumental en sus carreras de comunicación social, ¿podemos esperar que las emisoras universitarias tengan una perspectiva más amplia de servicio a la comunidad y de acompañamiento a los procesos de comunicación para la paz?”, afirmé en el curso de la conferencia.

El pensamiento de la comunicación como articuladora de los derechos humanos en la vida cotidiana hace hincapié en la construcción de un nuevo enfoque de la comunicación como proceso, y que por lo tanto hace énfasis en los sujetos. Este enfoque propone que las sociedades aprendan a convivir con la contradicción y la provocación permanente que significa dialogar en la alteridad, y por ello afirma la posibilidad de coexistencia de puntos de vista diferentes, de historias individuales o colectivas distintas, para articular distintas identidades con la condición de que ninguna resulte perdedora en ese intercambio.

Con José Luis Valderrama, profesor en la Universidad del Valle y gestor de mi presencia en Cali, esperábamos menos personas para el taller de profundización, pero al final tuvimos una audiencia considerable, lo cual no permitió desarrollar un taller participativo como hubiera sido ideal. Sin embargo pudimos ahondar en los temas que había evocado en la conferencia magistral.

El otro evento, el Encuentro de Comunicación y Patrimonio del Pacífico Colombiano, con el subtítulo de “Territorio revelado”, tuvo un sesgo cultural muy interesante y me permitió descubrir, a la par que muchos colombianos, las expresiones artísticas e identitarias de una región poco conocida de Colombia.

Gloria Triana, antropóloga y cineasta
Fue un gusto escuchar a Gloria Triana, documentalista y antropóloga autora de 22 documentales sobre la cultura de los afrocolombianos, entre ellos el emblemático La marimba de los espíritus (1983). “Los antropólogos me criticaban y decían que lo que yo hacía no era antropología, y los cineastas decían que eso no era cine”, dijo humildemente. Y Aura Elena González habló de “recrear la vida a través de la palabra hablada y cantada” porque “la memoria colectiva no se acaba con la brújula del tiempo cuando morimos individualmente”.

No son solamente expresiones poéticas sino un discurso cultural que se construye todos los días de el arte y la cultura para luchar contra la violencia y los violentos, que atacan las producciones culturales sobre saben que en ellas está el pensamiento libre y crítico. En ese contexto se erigen propuestas innovadoras como la Corp-Oraloteca.

Encuentro de Comunicación y Patrimonio del Pacífico Colombiano
Gracias a la invitación que me hizo Angie Forero, del proyecto “Comunicación y Territorio”, fue un desafío para mi reflexionar sobre el objetivo del proyecto cuya misión esfortalecer procesos de comunicación en los territorios que contribuyan al reconocimiento de la diversidad cultural,  la apropiación del patrimonio y la construcción de paz, a través del fomento a la creación de contenidos culturales”.

En mi ponencia abordé temas de gestión cultural y comunicación como sustrato esencial de los esfuerzos por construir una noción de territorio. Puesto que los participantes en el evento eran todos creadores de música, poesía, teatro y literatura, animadores y animadoras culturales, fue muy rica la discusión sobre las experiencias concretas a través de las cuales se construye ciudadanía, territorio y conocimiento. 

“Toda acción cultural es una manifestación de diálogo en el que intervienen la memoria y los lazos de solidaridad. La defensa del territorio es también una defensa de la cultura”, concluí.

XIX Festival de Música del Pacífico "Petronio Álvarez"
Y como no todo fue trabajo, todos los participantes estuvimos esa noche en la apertura del XIX Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, una oportunidad única de conocer la variedad de la música negra del Pacífico sur de Colombia. En esa inauguración, además, participaron los grupos ganadores de anteriores festivales, por lo que pude deleitarme con el Grupo Bahía (Cauca), Buscajá (Buenaventura), La contundencia (Chocó), y Mario Macuacé (Nariño).

Cocada de camarón con patacones
Durante el día, el enorme espacio de la Unidad Deportiva Panameric
ana destinado al festival ofrecía comida típica de la costa y artesanías de diferentes comunidades. No pude resistir la tentación de comprar un par de instrumentos musicales y de degustar una cocada de camarón que estuvo a la altura de mis expectativas. 

Desde todo punto de vista, regresar a Cali en esas condiciones fue un placer.
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La poesía nace con el exceso, la desmesura, con la búsqueda acuciada por lo vedado.

—Aimé Césaire