15 diciembre 2022

Cimientos de corrupción

(Publicado en Página Siete el sábado 1 de octubre de 2022)

 Lava más blanco… La burbuja inmobiliaria se ha convertido en la principal forma de blanqueo de dinero mal habido.

Fuera de norma 

 Los constructores de edificios de departamentos reciben pagos en maletas con cientos de miles de dólares o millones de bolivianos provenientes del narcotráfico y del contrabando, algo inédito en cualquier país del mundo que se respete. Constructores y compradores no pasan ni por asomo por entidades bancarias, ni siquiera frente a la puerta para no ser captados por las cámaras. Compran y pagan en efectivo materiales de construcción de contrabando, sin exigir factura. Pagan a sus obreros en efectivo y no respetan las normas de seguridad personal que son obligatorias. Tiran los escombros en el río, o en Achocalla, a medianoche. Construyen sus edificios sin dejar ni un centímetro libre y sin respetar las normas de retiro, número de pisos, estacionamientos suficientes, capacidad de los servicios (luz, agua y alcantarillado), etc. La ciudad colapsa, no hay áreas verdes sin cemento en los edificios, a veces una pequeña jardinera para disimular. La violación de normas, es la “norma”. La angurria del lucro los caracteriza. 

 La alcaldía, otro nido de corrupción, permite todo. Ha hecho concesiones innombrables a constructores cuyo capital es de dudosa procedencia, por decir lo menos. El alcalde baila en las fiestas de Las Loritas, sin mantener la distancia que por sus funciones está obligado. La “regularización” de edificios fuera de norma (más de 150 mil en la ciudad de La Paz, según la propia alcaldía) es una barbaridad que consiste en cobrar por regularizar arbitrariedades, y no para resolver los problemas creados. Peor aún, se está a punto de aprobar una disposición que permitirá construir sin límites ni regulaciones. El SIN, mientras tanto se hace de la vista gorda.

Loritas blancas 

 Por si acaso la alcaldía no lo sepa, les cuento que hay un sistema de demolición de edificios por implosión, que se usa en muchos países para desincentivar construcciones fuera de norma. Se hacen demoliciones en pocos segundos sin dañar los edificios aledaños. Aquí, en cambio, se alienta las construcciones ilegales porque corre mucho dinero por debajo. 

 Es un negocio redondo: en seis años hasta 2019 se abrieron 22.507 nuevas empresas de construcción (solo cerraron 2.293). Hay más de 8 mil departamentos en oferta en La Paz. Es fácil comprobarlo: levante la vista en la noche para ver edificios que ya se han inaugurado hace dos o tres años, y no hay luces. Nadie vive allí. Los compran quienes lavan su efectivo, y ni siquiera tienen interés en alquilarlos, no les importa, ya blanquearon el dinero malhabido.

 Cerca de donde vivo puedo señalar varios de esos edificios de vivienda. Hay un horrible edificio verde en la esquina de la calle 12 con la Av. Sánchez Bustamante, sin ocupación desde que se construyó cuatro años atrás. Otro, al frente, ya “regularizó” a pesar de haber construido 4 plantas de más. Estuvo parado por denuncia nuestra en la gestión de Revilla, pero ahora han retomado los trabajos, lo están terminando gracias a bribones del Concejo Municipal.

 No debe sorprendernos que sigan los avasallamientos autorizados en la zona sur por la corrupta alcaldía de Palca, y hasta octubre de 2019 se haya identificado en el centro 707 predios que infringen normas de construcción. Ahora habrá seguramente muchos más, ya que van a “regularizar” con plata. La alcaldía no hace inspecciones de oficio, solo cuando hay denuncias (o desastres).

 Si usted es un constructor que no recibe maletas de dinero, que usa cuentas bancarias para sus transacciones, que compra materiales con factura, que echa los desechos en áreas designadas, y cumple las normas de construcción, y no se identifica con la corrupción que acabo de describir, no se dé por aludido… usted es una excepción. Sin embargo, su silencio es cómplice.

________________________________   
Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre,
acabarás formando parte de ella.
— Joan Báez 
 

11 diciembre 2022

Cine en Jujuy

(Publicado en Página Siete el domingo 16 de octubre de 2022)

 Uno de los lugares para sentirse culturalmente cerca de Bolivia en territorio argentino, es San Salvador de Jujuy, donde la población de origen boliviano es numerosa y las referencias al mundo quechua o aymara se distinguen en los letreros de la ciudad: Arte Nativo Apacheta, Café Ayllu, Hotel Munay, productos naturales Suma Qamaña, entre otros.

 Jujuy es una ciudad limpia y ordenada. La gente es amable y sabe recibir al viajero que está de paso. Con 270 mil habitantes, podría ser una ciudad caótica y sucia como varias ciudades bolivianas del mismo tamaño, pero no es el caso. El rio Xibi Xibi que la atraviesa, con muy poco caudal de agua, es un cauce limpio, con corredores de paseo en sus márgenes, y no la cloaca que es el río Choqueyapu en La Paz o el rio Rocha en Cochabamba, que hay que esconderlos para que no se vean y escapar del mal olor.

 Me invitaron como jurado de la 8ª Edición del Festival Internacional de Cine de las Alturas, que ha crecido continuamente gracias a su excelente organización, a la mirada que cubre la cinematografía de siete países andinos, y también por el apoyo brindado desde el gobierno provincial. Tanto el gobernador, Gerardo Rubén Morales, como el intendente, el arquitecto Raúl Eduardo Jorge, (ambos del Partido Radical) han hecho una apuesta decidida para fortalecer el cine en la provincia limítrofe con Bolivia y Chile. 

 El gobernador lo tiene claro: “Jujuy tiene un enorme futuro en materia de industrias culturales y creativas. Por eso hemos sancionado y puesto en funcionamiento la Ley Audiovisual de la Provincia de Jujuy, para potenciar el desarrollo de la actividad y posicionar a la provincia como un polo audiovisual de referencia”. En el marco de esa ley está la promoción de la provincia como lugar para filmar, y también el apoyo al festival internacional, sin escatimar medios.

 Una veintena de asociaciones de directores, autores, actores, fotógrafos, productores independientes, editores, directores de arte y cronistas cinematográficos de Argentina, participan y otorgan premios durante el evento, pero los premios más importantes los otorga el mismo festival: una estatuilla y 400 mil pesos argentinos (unos 2.800 US$ dólares) para la mejor película de ficción y otro tanto para el mejor documental, además de otros montos para las secciones de cortometrajes y de proyectos en desarrollo.

 Este año hubo 12 largometrajes de ficción y 12 largometrajes documentales en competencia, procedentes de los países andinos, aunque sin duda la representación argentina es la mayor. Bolivia estuvo representada en la competencia de largometrajes de ficción por “El gran movimiento” de Kiro Russo (que se llevó el premio a la mejor dirección de fotografía), y en la de documentales por “Achachilas” de Juan Gabriel Estellano. En total, se exhibieron de manera gratuita, en siete salas de la ciudad, más de 120 obras en diferentes categorías, 44 en competencia y muchas otras no menos interesantes, como las secciones de “Funciones de altura”, “Academia de las artes”, “Cine ambiental”, y “Cine de animación”, “Cine y cannabis”, “Género y diversidad”, entre otras.

“Manco Capac” de Henry Vallejo 

 La noche de premiación dejó a todos (o casi todos), satisfechos. En la principal categoría recibió el premio de Mejor Largometraje de Ficción “Manco Capac”, del peruano (puneño) Henry Vallejo, con quien me tocó hacer el viaje de ida a Jujuy, un largo periplo de 22 horas desde La Paz, pasando por Santa Cruz, el aeropuerto de Ezeiza y el de Aeroparque en Buenos Aires, luego hasta Salta y por tierra a Jujuy. (La vuelta fue más directa, ya que salimos de Jujuy, que tiene mejor aeropuerto que La Paz). La película de Henry Vallejo no era mi preferida en esa categoría donde yo habría elegido “Especial”, del boliviano-venezolano Ignacio Márquez, sin embargo, me alegré por Henry, cuya película se hizo con muy pocos recursos y mucho corazón, suyo y de su familia.

“Erase una vez en Venezuela” de Anabel Rodríguez Ríos 

 En la categoría documental, donde estuve de jurado junto a Sabrina Farji y Alfredo Lichter, no hubo mayor discusión: otorgamos el premio a “Erase una vez en Venezuela” de Anabel Rodríguez Ríos, extraordinaria composición, filmada a lo largo de varios años, que muestra desde un pequeño pueblo en orillas de lago Maracaibo, el proceso de descomposición de la sociedad venezolana, y lo hace con impecable fotografía y edición. Luego de un poco de discusión, acordamos dar dos menciones especiales, una a “Toro” de las colombianas Adriana Bernal-Mor y Ginna Ortega Jiménez, y a “Esquirlas” de Natalia Garayalde.  Diré más sobre los documentales en otro artículo.

Celeste Cid en el festival de Jujuy

 Fue un placer trabajar en el jurado con Sabrina y con Alfredo. Más allá de la reunión en la que decidimos los premios, no perdimos oportunidad de almorzar y cenar juntos varias veces, así como emprender la ruta hacia Humahuaca para degustar vinos en Huacalera y pasear luego por Purmamarka. Tuve oportunidad de ver “Eva y Lola” que Sabrina dirigió en 2010, y la disfruté de principio a fin. El personaje encarnado por Celeste Cid despide una frescura que me recordó a Giulietta Masina en “La strada” de Fellini. Se lo dije a Celeste durante la cena y se alegró por la comparación, aunque ahora, doce años más tarde, es una de las actrices más cotizadas del cine argentino.

 Además de las proyecciones hubo en el festival conferencias magistrales, charlas, presentaciones de libros y homenajes a Agustín Burgos y a Julio Lencina, recientemente fallecidos. Julio Lencina nació en Santa Fe, pero pasó la mayor parte de su vida en San Salvador de Jujuy, y falleció el 13 de junio de 2022. Tuvo mucho que ver con el cine boliviano, ya que trabajó en Bolivia como camarógrafo de Antonio Eguino durante la filmación de “Chuquiago”, en “Fuera de aquí” de Jorge Sanjinés,  y participó en varias otras producciones bolivianas durante las décadas de 1970 y 1980.  En su homenaje se presentó el cortometraje “Julio Lencina, el viaje del fotógrafo” (2016) de Nahuel Almada.

 Estuve conversando con Nahuel y me contó que su proyecto era un ejercicio documental en el marco de sus estudios de cine, pero que tiene la intención de realizar una obra más completa sobre Lencina, que se merece ese reconocimiento. En Bolivia, pocos lo recuerdan.

 En suma, disfruté el Festival, impecablemente organizado bajo la batuta de Facundo Morales y de Jimena Muñoz, que respaldan lo que Daniel Desaloms y Diana Frey consiguieron desarrollar.

_______________________   
Un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador.
—Federico Fellini
 

07 diciembre 2022

La interlegalidad negociada

(Publicado en el suplemento Ideas de Página Siete, el domingo 18 de septiembre de 2022)

 “En busca de la justicia. Historia del pluralismo jurídico e interlegalidades en Bolivia” (2021, 230 páginas) de Ramiro Molina Rivero, es una obra de investigación histórica y sociológica que revela mucho sobre la justicia indígena en Bolivia desde sus orígenes. Ha sido publicada por la Fundación Konrad Adenauer, que ha demostrado desde hace años su compromiso con la democracia y el pensamiento independiente en Bolivia.

 El título podría ser de una novela o serie policial de televisión, y en verdad, esta indagación es tan apasionante como una pesquisa de Sherlock Holmes o de NCIS. El libro está dividido en cuatro partes, correspondientes a periodos históricos bien diferenciados: el incario, la Colonia, la república temprana y la república del siglo XX. Luego de concluir su lectura uno siente que ha aprendido sobre el hilo conductor que existe entre esos periodos, y entiende que nunca hubo quiebres tajantes, como una historia sesgada o los discursos políticos podrían sugerir.

 Lo fascinante es descubrir que en los cuatro periodos hay una negociación permanente entre la justicia indígena y la occidental, sea esta última de la Corona española o de la república. Es más, también existió una negociación entre la justicia vertical y absolutista que implantaron los incas, y la justicia de las comunidades rurales (ayllus) que precedieron al establecimiento del imperio.

 Para neófitos como yo el libro abre los ojos y el espíritu y hace pensar en lo poco que conocen los gobernantes actuales sobre el tema con el que se llenan la boca demagógicamente. La ignorancia que los caracteriza da lástima.

 “La historia del pluralismo jurídico en Bolivia se escribe por primera vez y ese solo hecho es un mérito enorme. A partir de este aporte podrán hacerse otros, que lo amplíen, modifiquen refuten o contradigan; pero, es el primer paso, el primer ladrillo de una apasionante temática”, escribe Carlos Derpic en un prefacio conciso que introduce a la obra y al autor, quien reúne la condición de un académico serio, con experiencia probada de convivencia con las comunidades sobre las que escribe. Su investigación no es solo el resultado de una revisión de archivos.

 También nos informa Derpic que Molina “fue actor principal y coordinador en una investigación realizada en 1998 por el ministerio de Justicia, que concluyó con la publicación de diez tomos de ‘Justicia Comunitaria’; pionero en el intento de sistematización del pluralismo jurídico en Bolivia”.

 En cada uno de los periodos analizados, el autor analiza la coexistencia de dos sistemas jurídicos, con desventaja para el sistema indígena ancestral, del que no quedan documentos ni testimonios suficientes. “La historia se desarrolla en torno a una pluralidad jurídica, pero principalmente nos centramos en las relaciones de interlegalidad en la medida en que (...) evidenciamos la coexistencia de dos sistemas jurídicos muy distintos en un mismo espacio geopolítico”, escribe en el prólogo.

 Señala el desafío de reconciliar sistemas de valores diferentes, “ya que dependen del poder imperante de uno sobre el otro a lo largo de la historia”. Las relaciones asimétricas entre la justicia indígena y la justicia estatal ordinaria, son una suerte de leit motiv a lo largo de los cuatro capítulos del libro.

 La “interlegalidad” es un concepto lúcido y dominante en el análisis: los indígenas desarrollaron su propio sistema de justicia, pero nunca dejaron de negociar sus reivindicaciones usando los instrumentos de la justicia del Estado.

 El incario

 La abundante bibliografía y las referencias a autores de reconocida trayectoria académica, como Condarco Morales y John Murra, permiten en la primera parte, “El pluralismo jurídico en el incario”, desbaratar el mito del imperio incaico como un Estado socialista, bondadoso y de bienestar para todos. Aunque ese mito ha sido desmontado científicamente por varios autores, sigue siendo utilizado con fines ideológicos como argumento central del discurso del “buen vivir”, sin contenido real, en campañas demagógicas que se asientan en un poder tan vertical como el de los incas.

 Me pregunto si en aquella época los incas también usaban ese discurso para prolongarse en el poder indefinidamente.

 Retomando a Murra, Molina afirma que los sistemas de reciprocidad y de redistribución se desarrollaron en los ayllus precisamente contra el sistema “perverso” de los incas que pretendían consolidar el linaje imperial: “Los sistemas de reciprocidad y redistribución van más allá de una economía de bienestar o de una economía socialista, recayendo más bien en una estrategia de uso racional de los excedentes en almacenamientos para ser utilizados allí donde la autoridad creyera más conveniente” (Murra, 1975).

 La investigación teje las relaciones de la economía, la religión y el poder, con la justicia, que no emerge de principios sino de necesidades. Es fascinante análisis del “dualismo jurídico” como el punto de encuentro entre las prácticas del ayllu y la imposición del Estado inca. La ley estaba subordinada a quienes gobernaban por un supuesto derecho divino y no por representar a la ciudadanía, anota Molina siguiendo a Pease (1965). De hecho, un factor de unificación del imperio fue el mito del origen de la dinastía inca, que se enseña sin cuestionamiento en las escuelas y sirve por igual para los discursos populistas.

 Es difícil olvidar la imagen de Evo Morales disfrazado de rey sol para su entronización en Tiwanaku. Parece que estuviéramos leyendo las noticias de hoy. Eso es fascinante en el libro, es inevitable establecer la relación con el presente.

 Muy diferente era la estructura social del ayllu ancestral. “La palabra ayllu, de origen quechua y aymara, significa, entre otras cosas: comunidad, linaje, genealogía, casta, género y parentesco. Puede definirse como el conjunto de descendientes de un antepasado común, real o supuesto, que trabaja la tierra en forma colectiva y con un espíritu solidario”, nos dice Molina para explicar la estructura estamental del imperio, que supo aprovechar esa forma de organización social comunitaria, alrededor de la cual se desarrolló un sistema de justicia para regular el pago de tributos de quienes trabajaban la tierra, extraían minerales o fabricaban vestimenta.

 Los delitos contra el inca eran delitos contra dios. Aunque no había leyes escritas, la justicia de los incas reconocía delitos civiles y delitos penales. Los primeros eran pasibles de sanciones que podían resolverse con reparación, pero los segundos incluían castigos corporales y la pena máxima. Hablar “mal” del inca o mirar directamente su rostro se castigaba con la pena de muerte. En los procedimientos judiciales no existía apelación: las sentencias se ejecutaban sumariamente.

 El fin último de las leyes era el pago de tributos, de los que vivía el Estado y la clase dominante. Algunos castigos por incumplimiento podían derivar en la confiscación de bienes o el exilio, a veces de comunidades enteras.

 En el incario prevalecían dos sistemas complementarios: la justicia del inca centralizada y teocrática, y la comunitaria, tolerada como parte de las costumbres anteriores al establecimiento del imperio.

 El sistema colonial

 Fueron sagaces los españoles para obrar de manera similar a la de los incas: negociar un sistema de justicia tomando ventaja del que ya existía, puesto que era la base para el cobro de tributos.

 En el capítulo “El sistema jurídico plural colonial, siglos XV-XVIII”, Molina muestra cómo el sistema colonial español (de Castilla y Aragón), se sobrepuso sobre el incaico sin destruirlo, para garantizar la continuidad de la mano de obra en la explotación de recursos, el ordenamiento social estamental y el pago de tributos. El primer acto “judicial” de los conquistadores fue la lectura del “requerimiento” de sometimiento a la iglesia católica que hizo el cura Vicente Valverde en el histórico encuentro (o desencuentro) de Cajamarca en 1532 entre Francisco Pizarro y Atahuallpa. Al igual que los incas, los españoles se decían escogidos por un dios superior. A partir de allí, hay una historia de casi tres siglos de atropellos en los que la iglesia y el poderío militar de España fueron de la mano contra los nativos de América del Sur.

 Con su enorme influencia el virrey Toledo separó jurídicamente la república española del sistema comunitario de los indígenas, destinados a permanecer en áreas rurales. Hábilmente, el poder colonial se alió a la nobleza indígena que siguió gozando de privilegios, como la exención de impuestos. Los jatunruna, la mayoría de indígenas, siguieron sometidos al vasallaje que ya conocían de los incas “socialistas”.

 El mestizaje hizo cambiar algunas cosas progresivamente, ya que los mestizos (al igual que los mulatos) tenían derecho de vivir en las ciudades en lugar de quedar confinados en las “reducciones” para ser evangelizados. “Desde el punto de vista jurídico, la República de los indígenas mantuvo su gobierno local, permitiendo la subsistencia y reproducción de sus tradiciones legales en un contexto de derecho autónomo”, nos dice Molina, quien ve el pluralismo legal como un “pluralismo instrumental”. Curacas y caciques fueron la correa de transmisión entre el poder colonial y los indígenas del común.

 La negación actual del mestizaje con fines de cooptación política resulta absurda ya que desde el siglo XVII existía una política deliberada de contraer matrimonio entre españoles y mujeres de la nobleza inca, pues a ambos beneficiaba ese tipo de alianza para ocupar puestos estratégicos en la administración criolla.

 El “derecho indiano” en las leyes de Burgos (1512) es clave incluso antes de la llegada de los conquistadores a la región andina. Dichas leyes que se originaron por las denuncias del obispo Bartolomé de las Casas al emperador Carlos V, pretendían proteger a los indígenas del maltrato y acelerar el proceso de evangelización. Reconocían las leyes y costumbres mientras no entrasen en contradicción con los intereses de la Corona.

 La república temprana

 Vemos el mismo pragmatismo de los indígenas en el tercer capítulo que aborda la negociación entre la naciente república y la estructura jurídica mantenida durante siglos por las comunidades. De hecho, sublevaciones como la de Tomás Katari en el norte de Potosí, no eran contra la Corona sino contra los abusos y la corrupción de corregidores locales.

 Paradójicamente, a pesar de los antecedentes libertarios de la Revolución Francesa y de las primeras independencias americanas, la naciente república quiso torpemente erradicar el derecho indiano, pero la justicia indígena se dio formas para sobrevivir. Al no reconocer el pluralismo jurídico, el estado republicano fue más absolutista que la propia Corona española.

 Las independencias americanas se vieron favorecidas por el resquebrajamiento del poder de los borbones y la invasión napoleónica de España. La lucha entre realistas y patriotas independentistas en los Andes tenía una característica que hoy muchos prefieren olvidar por oportunismo político: el grueso de las tropas, tanto realistas como independentistas, estaba conformado por indígenas que no se plegaron en bloque a los vientos de liberación como quien hacernos creer. Los indígenas perseguían sus propios fines, desmarcándose de criollos y mestizos.

 El liberalismo europeo suponía que el ser humano individual y la propiedad privada estaban por encima de la colectividad. La “democracia representativa” no era tal, puesto que excluía a las grandes mayorías analfabetas y a las mujeres. Frente a leyes que no los representaban, los indígenas se replegaron al ámbito comunal donde las asambleas o los consejos de ancianos tomaban las decisiones.

 El capítulo final, “Interlegalidades y pluralismo jurídico en el siglo XX” tiene mayor densidad teórica porque es al mismo tiempo una revisión acumulativa de los capítulos anteriores. Aborda la construcción del sujeto jurídico desde el “reconocimiento” (Hegel) o la “interpelación” (Althusser) del sujeto social e histórico.

 Las medidas legales de “protección” del indio no dejaban de ser discriminatorias desde la perspectiva de la identidad, ya que colocaban a los indios “rústicos” y “miserables” como menores de edad, desvalidos y marginales. La solución de conflictos siguió viabilizada en el espacio movible de la interlegalidad. La “ciudadanía” era para el poder hegemónico, un espejismo conveniente.

 En un país donde la justicia ha retrocedido varias décadas en pocos años del gobierno del MAS, este libro llega en el momento preciso para ayudarnos a reflexionar sobre la justicia que queremos para todos los bolivianos, o quizás la justicia mínima a la que podemos aspirar cuando todo el sistema parece haberse desmoronado por el oportunismo y la corrupción.

 Me viene a la mente esta pregunta: ¿Cuánto aprendería el vicepresidente Choquehuanca si supiera leer?

_________________________________________  
Ningún vencido tiene justicia si lo ha de juzgar su vencedor.
—Francisco de Quevedo 


03 diciembre 2022

Mirada de cristal

(Publicado en Página Siete el domingo 26 de junio de 2022)

Natalia López Gallardo 

 El jueves 9 de junio, en la première de su película “Manto de gemas”, que obtuvo el premio Oso de Plata en el Festival de Berlín (uno de los tres festivales más importantes del mundo, junto a Cannes y Venecia), la realizadora Natalia López Gallardo dijo en la Cinemateca Boliviana algo central para abordar su propuesta creativa: “Construí una vasija que se va a llenar con la subjetividad de los espectadores”.

 Lo anterior significa que la obra no solamente admite, sino que promueve interpretaciones diversas para hacer pensar a cada quien con su propia cabeza. Al final, podríamos decir que no interesa lo que la propia directora diga de su obra, puesto que ella misma celebra la posibilidad de que cada espectador desarrolle su propia explicación. Cada quien con su cristal, su lectura y su dolor.

Nailea Norvind interpreta a Isabel

 Boliviana de nacimiento y mexicana por adopción desde hace 23 años, Natalia López subraya que no quiere narrar una historia, sino transmitir sensaciones y explorar la sicología colectiva del miedo: “Muy rápidamente me di cuenta de que no quería hacer una película sobre narcotráfico, ni sobre la violencia como la hemos visto de muchas maneras. Tampoco quería hacer un manifiesto político y social sobre lo que está sucediendo en México. No es mi campo de proyección. Desde el inicio sabía que quería acercarme a lo que está pasando en la sociedad, en los grupos de personas. ¿Por qué no hay un proyecto en común? ¿Por qué la gente tiene miedo y desconfianza? Esa era mi búsqueda, pero quise acercarme a quienes están más afectados por la violencia y la inseguridad. Rápidamente me di cuenta de que no quería retratar algo sobre lo que ya hay grandes documentales y análisis políticos y sociales. Quería acercarme a una dimensión más psicológica. ¿Qué tenemos en nuestras cabezas después de haber visto por años y años estas imágenes y las caras de las personas que ya no están? ¿Qué es lo que guardamos los mexicanos? ¿Cómo es nuestra herida? ¿Hay una herida? ¿Cómo se va a manifestar esto en las próximas generaciones? ¿Por qué un pueblo así de pronto le corta la cabeza al prójimo? Quería hablar de esa herida que tenemos todos.”

 Y añade en la misma entrevista: “… siento que el cine es una experiencia más que una herramienta para describir una historia y dar información sobre algo. El cine puede ir muchísimo mas allá y transmitir una experiencia que está más ligada al cuerpo. El cuerpo es el que vive en el presente”.

 A pesar de esa mirada de autora, es inevitable que el espectador y los medios que han comentado la obra, reconozcan en ella la cruda violencia que atraviesa a México frente a la incapacidad de sucesivos gobiernos de lidiar con los problemas. El miedo colectivo existe, pero no hay sicología colectiva que pueda remediarlo. Aunque en palabras de la directora la película pretende dejar un horizonte de esperanza, veo ese horizonte cerrado, tanto por la ambigüedad de la política mexicana, como por la resignación de los personajes, jodidos para siempre. Lo que queda son las lecciones que cada uno puede sacar de lo que ve en la pantalla: la mayoría hará una lectura de los hechos que se muestran, otra parte de los espectadores se adentrará en la trama sicológica, y una minoría apreciará la propuesta creativa no convencional. Pero la atmósfera que enmarca los hechos violentos será siempre, en todas las interpretaciones, un referente imposible de soslayar. Eso es México y cada vez más, es el resto de América Latina y del mundo. El narcotráfico, la trata de personas, los secuestros y tráficos de toda suerte, tienden a “normalizarse” en el imaginario colectivo, con apoyo del propio mundo del audiovisual: música popular, series de TV, películas, etc.

Aida Roa interpreta a Roberta 

 En una zona rural devastada por el narcotráfico, los desaparecidos y la muerte, tres mujeres se vinculan por dramas personales que son producto de la violencia endémica. Isabel (Nailea Norvind), de clase media acomodada, se instala con sus hijos en una casona familiar en el campo. Quisiera ayudar a María (Antonia Olivares), su empleada doméstica, a buscar a una hermana desaparecida, probablemente en un afán de encontrarse a sí misma antes que buscar a la mujer secuestrada. La tercera mujer que destaca es Roberta (Aída Roa), comandante de la policía local, cuyo hijo Adán (Juan Daniel García Treviño) es miembro de una banda criminal de secuestradores donde, paradojas de la vida, también “trabaja” María vigilando a personas secuestradas.

 En un momento de clímax dramático Isabel es también secuestrada y liberada después, desnuda. Su desnudez no es solamente física: la experiencia la ha despojado de la coraza defensiva que creía tener por su condición social. Su paternalismo (o maternalismo) no le ha permitido entender nada, mientras que María, víctima y cómplice al mismo tiempo, es más fuerte que ella. Todo esto sucede en esa tierra vacía y desolada donde no existe Estado ni ley, donde los desaparecidos se multiplican por centenares sin que haya esperanza de encontrarlos, ni siquiera sus huesos.

Juan Daniel García Treviño interpreta a Adán

 Durante la presentación de su obra y en entrevistas Natalia López ha mencionado que le preocupa el cine contemporáneo por su uniformidad conceptual y expresiva: “Una misma película o serie le gusta a un niño o a un adulto mayor, eso es sospechoso”. No estoy seguro de que sea un parámetro para separar el cine “bueno” del “malo” (habría que definir ambos términos), porque caeríamos en un prejuicio similar de quienes afirman que hay obras de cine que solo se hacen para complacer a los jurados de festivales europeos. Creo que el debate es más profundo que eso.

 El diario Milenio de México, bajo el título “'Manto de gemas' cubre de gloria a México en Berlinale”, reporta una charla que Natalia López Gallardo sostuvo con el presidente del jurado, M. Night Shyamalan: “él me decía, después de la premiación, que pusieron lineamientos claros para la selección de las películas”. “Tenía que ver con qué tanto había cumplido el cineasta con el lenguaje que planteaba, qué tanto el tono de una película es consistente, creo que lo que vieron fue una consistencia en todos los elementos que conforman el todo. Hablaron mucho de la forma de narrar y que era arriesgada y lograda, entonces creo que eso fue lo que vieron”. No cabe duda que el exigente jurado del festival valoró ante todo la estética y la manera de contar.

Antonia Olivares interpreta a María 

 Hay, ciertamente, una expresión no convencional sobre todo en la fotografía y en la edición. Imágenes deconstruídas a propósito, planos desenfocados o fragmentados donde no se ven las cabezas de quienes hablan, diálogos superpuestos, etc. La obra es un modelo para armar, como una novela de Cortázar. El estilo visual expresionista no es nuevo en el cine ni en la literatura, pero es el que la realizadora ha elegido para que el espectador se concentre más en las percepciones y sentimientos de los personajes, y menos en la temática del filme.

 Los bolivianos somos campeones en apropiarnos del éxito de los que triunfan en el exterior. “Manto de gemas” es una película mexicana, con algo de coproducción argentina, y no tiene de boliviana más que el lugar de nacimiento de Natalia López Gallardo, a quien probablemente no le hubiera ido tan bien en Bolivia. La película es una prueba de ello. Los créditos del final muestran que si bien en términos mexicanos la producción puede considerarse una inversión modesta, en términos bolivianos sería una superproducción por el tiempo y los recursos invertidos. 

_______________________________  
Lo fascinante del cine es colocar al espectador
en posiciones morales en las que nunca estuvo. 
—Alex de la Iglesia 
 

28 noviembre 2022

Para seguir caminando

(Publicado en el suplemento Ideas de Página Siete el domingo 2 de octubre de 2022)

 Dicen que lo bueno viene siempre en envases pequeños. Es el caso de “Un cafetal del tamaño de Bolivia y su relación con el turismo y las ciudades intermedias” (2022) de Carlos Hugo Molina que, a pesar de la grandilocuencia de su título, es un ensayo destilado gota a gota.

 La obra publicada por el Centro para la Participación y el Desarrollo Humano Sostenible (CEPAD), con apoyo de la Fundación Solydes, Aexcid y Acodam, cuenta con apenas 104 páginas, pero su contenido es inmenso: toda una propuesta de futuro para Bolivia, con aroma de café.

 En esta época en que muchos como yo se sienten sumidos en la depresión por la situación de desesperanza que vive el país en su caída libre hacia la nada, el optimismo recalcitrante de Carlos Hugo señala un horizonte posible, en el que se conjugan de manera sintética y propositiva tres ejes principales que nos devuelven algo de energía.

 El autor viene trabajando desde hace varios años en estos ejes, cultivando como una mata de café en sombra la filosofía que sustenta su pensamiento, tejiendo un entramado de ideas que hacen de la propuesta algo posible y plausible en una situación de democracia y de compromiso con Bolivia. Una democracia que todavía no hemos reconquistado de manos del autoritarismo y la injusticia.

 Los tres ejes centrales, como surcos que confluyen, son el turismo, las ciudades intermedias y el café. Tres propuestas que se conjugan como las piezas finales de un rompecabezas que completa un panorama de desarrollo con sentido humano, con racionalidad y con pasión.

 Muchos países viven enteramente de la industria sin chimeneas, pero Bolivia carece de la infraestructura y de la educación necesarias para atender adecuadamente a los turistas, porque no nos damos cuenta de su importancia y despreciamos no solamente a los extranjeros sino a los propios bolivianos que quisieran conocer mejor el territorio. Seguimos encuevados en un chauvinismo provinciano y un resentimiento social acumulado que no nos ayuda.

 Me tocó ver hace años en Potosí cómo un grupo de jóvenes escupía las espaldas de una pareja de turistas que transitaba con mochilas por nuestra emblemática ciudad colonial. Ese escupitajo de desprecio, lanzado con aire de triunfalismo, se quedó grabado en mi memoria como una expresión de barbarie. De alguna manera eso nos define en el tema del turismo.

 “El turismo es un acto de reconocimiento de nuestro territorio, ligado a la autoestima” escribe Carlos Hugo, y también al respeto a la diferencia, además de lo que representa como cadena de valor para a economía.

 Por eso es tan absurdo que la violencia “esa parte obscura de nuestra conducta colectiva”, sea predominante en los conflictos, antes que el diálogo o la reflexión. ¿Cómo pues vamos a desarrollar el turismo con escupitajos, con chauvinismo y una ignorancia lamentable que lleva a quemar los hermosos domos que había en el salar de Uyuni?

 Cuatro mil millones de dólares podrían entrar al país si existiera una política pública seria sobre el turismo, pero hasta ahora lo que hay son pequeñas iniciativas privadas que deben enfrentarse a las rivalidades locales, los celos y el avasallamiento, esa forma naturalizada de obtener cosas que pertenecen a otros.

 El eje de las ciudades intermedias me fascina en particular, porque es innovador y sintetiza todo lo que hemos aprendido o debemos aprender sobre un futuro mejor para todos. Creo que muy pocos bolivianos tienen conciencia de su importancia. Es un fenómeno internacional: el espacio rural se ha ido vaciando en el último medio siglo, mientras la marginalidad urbana crece como un cáncer que envenena el agua y el aire, y produce basura que no podemos reciclar.

 Las ciudades intermedias son una alternativa atractiva, sobre todo después de la pandemia que nos enseñó a trabajar a distancia, a convivir más con la familia, a cuidar la salud y el medio ambiente. Una mejor calidad de vida en armonía con la naturaleza es posible si se cuenta con los servicios públicos indispensables descentralizados y en línea. La vida en ciudades intermedias nos ofrece la posibilidad de redimirnos, de enmendar el desastre creado durante un siglo de estupidez colectiva. Las relaciones humanas se benefician y también la productividad. La megalomanía del centralismo a ultranza no ha hecho sino crecer los cordones de miseria en las grandes ciudades.

 El tercer eje, el café, es un sueño todavía, pero como demuestra la obra de Carlos Hugo, no es un sueño imposible. Requiere por supuesto de una condición: abandonar la mentalidad “minera” que se extiende incluso sobre la agricultura, es decir, el extractivismo salvaje.

 Carlos Hugo aborda la cultura del café no solamente desde la raíz etimológica de la palabra “cultura”, que significa cultivar (por asociación: cultivar la tierra), sino también en términos sociológicos, subrayando la importancia de cultivar las relaciones sociales, es decir, fortalecer el sentido de comunidad entre personas que habitan un mismo espacio territorial.

 La dimensión de sembrar y cosechar que propone en el libro no es la de empresas que lo hacen de manera mecánica y ajena a la condición de la tierra, sino de familias que usan sus manos en el proceso productivo. El planteamiento coincide con aquello que la FAO promueve como política pública y que no ha tenido eco en los gobiernos del MAS: la agricultura familiar en armonía con el medio ambiente, para generar empleo local y frenar la migración desesperada hacia los grandes centros urbanos.

 Cuando Carlos Hugo usa la palabra “café”, se refiere al símbolo de una cadena de valor sustentable que incluye la castaña, la almendra, los arándanos y otros productos que pueden asociarse al cultivo del café. Concuerda con lo que mi padre llamaba la “mentalidad minera” en la agricultura, de quienes exigen a la tierra beneficios inmediatos, aunque no sean sostenibles.

 Contra el discurso ideológico de odio y confrontación que ha promovido el MAS durante más de tres lustros, Carlos H. Molina nos habla de un país unido, que se reconoce mestizo desde las trincheras de la Guerra del Chaco, donde comenzó a construirse un sentido común de ciudadanía y convivencia.

 Este libro no es un ensayo formal que describe en detalle la propuesta, sino una bitácora del proceso que ha seguido el propio autor, una colcha de retazos con ideas, información estadística, testimonios y un entramado de sueños.

_________________________________  
La fortuna llovida del cielo corrompe y arruina. Es común la idea falsa de que la agricultura y la industria exigen para desenvolverse fuertes capitales. Lo contrario es lo cierto. Lo que dura y prospera y perdura es lo que nació humildemente y se fue nutriendo de su propia sustancia.
—Rafael Barrett 
 

25 noviembre 2022

Robo chico y robo grande

(Publicado en Página Siete el sábado 3 de agosto de 2022)

 A un ciudadano del Chapare le robaron uno de sus teléfonos celulares (en julio pasado), y se armó un revuelo nacional que oscureció otro robo más importante también relacionado con las nuevas tecnologías: las computadoras Kuaa que fabrica la empresa estatal Quipus.

 Uno de los propósitos del robo del celular, es obviamente mantener el nombre del ciudadano en los titulares. Pero, para curarse en salud, el sujeto empezó a salpicar acusaciones con ventilador: la CIA, la DEA, el ministro de Gobierno, el imperialismo, la oposición, etc., y por si acaso, dijo que cualquier “montaje” que se hiciera con el contenido de su celular, no era otra cosa que una maniobra política para dañar su imagen.

 Conociendo al personaje, nadie duda que su celular debe guardar documentos importantes, al menos por la preocupación que hizo trascender en lugar de minimizar el asunto. Probablemente el ciudadano chapareño tiene varios celulares, uno para asuntos políticos, con números privados de personajes que ni siquiera sospechamos. Otro celular para conspirar, que contiene llamadas como la que hizo desde México a Faustino Yucra instruyéndole cercar las ciudades y dejarlas sin alimentos (dos peritajes, en Perú y Colombia, probaron la autenticidad de esa llamada), otro celular para “asuntos del Chapare”, y quizás un tercer celular para guardar fotos de sus amigas quinceañeras, como las fotos que dio a conocer Noemí, uno de sus amores primaverales.

 ¿Cuál de esos celulares le robaron? ¿Será el que tiene las listas de contactos con militares, jueces, fiscales, magistrados, ministros, vocales electorales…? ¿Será el que contiene conversaciones con dirigentes de base dispuestos a actuar inmediatamente bajos sus órdenes? ¿Será un celular que lo compromete por su conocimiento de todo lo que sucede alrededor de la producción de coca y cocaína del Chapare? Me resisto a cree que sea el celular donde guarda fotos de sus quinceañeras, ese lo debe tener bien pegado a su cuerpo.

 En las redes virtuales yo hice una sola pregunta: ¿qué marca es el celular robado? ¿Es de la empresa Quipus (nacional), o Huawei (China), o iPhone (imperialismo gringo)? Si existiera coherencia, debería ser uno de la gama Quipus, pero nadie supo responder a mi pregunta.

 Eso me lleva a hablar de las computadoras Quipus. Apenas se supo que el municipio de Santa Cruz compró nada menos que 19.635 computadoras Kuaa surgieron las críticas, bien fundamentadas. Por un parte, el precio de adquisición es astronómico, pues cada computadora cuesta 2.796 Bolivianos (US$ 403 dólares). Por comparación, un modelo similar que fue distribuido a todas las escuelas públicas de Uruguay en el marco del Plan Ceibal, costó cuatro veces menos (100 US$), además de ser parte de un programa que incluye contenidos, formación de profesores, mantenimiento de equipos, conectividad en todas las escuelas y parques. Una verdadera estrategia educativa.

 “Guardadas, obsoletas por falta de mantenimiento, sin conexión de internet ni ítems para garantizar su funcionamiento, así se encuentran las computadoras portátiles Kuaa, ensambladas por la empresa Quipus, que se entregaron en 2017 a los colegios”, según información ampliamente difundida desde hace varios años.  Las computadoras de Quipus ya no sirven, fueron distribuidas sin capacitación, muchas ni siquiera salieron de sus cajas (cajas con la foto del ciudadano del Chapare, como si fueran un regalo personal, ahora aparece la foto del Alcalde de Santa Cruz, que no las pagó con sus ahorros, semejante pillo).

 Muchas de las computadoras que fueron entregados hace años a las escuelas aparecieron deshuesadas en basureros. No existe el menor control sobre la propiedad de las mismas, por lo que se alienta un tráfico ilegal. Las que han sido adquiridas por la alcaldía cruceña están cargadas con el sistema Windows 10, no con software libre, lo que significa dependencia de Microsoft para renovar las licencias de futuras actualizaciones.

 Gastar por gastar, esa parece ser la consigna. Sin plan ni estrategia educativa. Deberían aprender del Plan Ceibal de Uruguay, pero no les interesa. Este robo (por el sobreprecio y la mala calidad del producto), es mucho más grave que el robo del celular del dirigente cocalero que se desespera por permanecer vigente en los titulares.

_________________________    
Los hombres no son formados en el silencio,
son formados en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión.
—Paulo Freire


 

 

21 noviembre 2022

De la crónica a la ficción poética

(Publicado en Página Siete el domingo 7 de agosto de 2022)

 Que esta sea la primera incursión en la ficción de Juan Carlos Salazar del Barrio no significa que se trate de un ejercicio primerizo. Por el contrario, es una obra madura, trabajada como quien pule una escultura de mármol hasta limar todas sus asperezas. No me sorprende la destreza que caracteriza a “Figuraciones” (2021), porque a lo largo de 50 años de periodismo, el “Gato” Salazar ha cultivado la crónica, un género más cercano a la literatura que al periodismo: se nutre de hechos reales para convertirlos en el lenguaje universal de la narrativa de ficción.

 Sobran ejemplos de escritores que desde la crónica han derivado en la mejor literatura. Hemingway o García Márquez son ejemplos emblemáticos, pero hay muchos más. La misma experiencia vital que nutre la crónica de un periodista acucioso, desarrolla la creatividad de un narrador para quien el lenguaje no es un desafío, sino un río sobre el que navega con despreocupada soltura.

 La brevedad del libro (62 páginas) recuerda la precisión en el lenguaje que caracteriza los cuentos de Borges o de Rulfo, quienes se admiraban mutuamente (como sabemos a raíz de un encuentro entre ambos). En los relatos de Juan Carlos Salazar, existe esa misma voluntad: no utilizar más palabras que las necesarias. Hay escritores que estiran sus textos para ocupar más páginas y otros que hacen lo contrario para concentrar la esencia.

 Estos cuentos que tienen valor intrínseco como ficciones, serán mejor disfrutados por lectores que conocen la historia reciente de América Latina, aquella que el cronista-cuentista ha vivido de cerca. La lectura será aún más beneficiosa si el lector reconoce los hechos que inspiran a Juan Carlos Salazar. Tenemos ventaja quienes hemos vivido en México y Centroamérica y podemos reconocer el cuento que nos habla al oído sobre la guerrilla salvadoreña o los zapatistas, entre otros guiños contextuales que se inscriben a la par en la historia personal y en la Historia grande, además de una complicidad etaria, por así decirlo, con los lectores que están en el séptimo piso de la vida.

 Hay un orden temporal en el libro. El primer cuento, “Casilda”, apela a la memoria más remota, las historias vividas en la infancia, rodeadas de misterio y fascinación. El autor podría escribir un libro entero con las memorias rumiadas en el subconsciente durante décadas, pero prefiere contenerse, por el momento, con este relato que tiene brochazos costumbristas y un toque de realismo mágico.

 El segundo cuento, “El Triste Pizarro”, aborda una etapa de juventud en la que lectores de la misma edad podemos reconocernos en los eucaliptos que rodean el pueblo, las lecturas de Emilio Salgari, los enamoramientos prematuros y clandestinos, entre otras señales que van trazando un camino que inevitablemente lleva lejos del lugar donde uno vivió de niño y joven.

 Debo confesar mi debilidad por “¿Acaso crees en Dios?”, por la magistral narración de una historia en dos tiempos paralelos. Atrás quedó la Tupiza (no mencionada explícitamente) y ahora estamos en el México del Púas, el famoso campeón de boxeo con conciencia social, un ídolo mexicano. También el México de la pasión de Cristo en Iztapalapa, una tradición cultural que crece cada año más. El cuento teje la violencia simbólica religiosa y la violencia real del bajo mundo en un personaje cuyo nombre emblemático es Jesús Salvador. Un gran cuento.

 “Los lugares son como la ropa, sientan bien o mal a las personas…”. Aunque el narrador evita sistemáticamente nombrar países, ciudades o lugares que inspiran sus relatos, es inevitable reconocerlos y reconocerse en ese ir y venir entre México y Bolivia.

 Precisamente un cuento, “El santo prestado”, vincula ambos países a través de una historia de narcotráfico que sucede en el Chapare (que tampoco se menciona). Aquí también la cultura popular, que se expresa en creencias religiosas y mitos urbanos, marca la lectura, mejor aprovechada por quienes tienen antecedentes sobre Jesús Malverde, el santo clandestino de los narcos. La influencia del narcotráfico mexicano en el boliviano es irrefutable, muy lejos de las inocentes influencias culturales que hace cincuenta años se limitaban a las películas de Jorge Negrete y Cantinflas, o a la proliferación de la música de mariachis. Ahora dominan los nuevos “valores” que descomponen la sociedad: la ostentación del oro y de la muerte. No digo más sobre este cuento que describe esa involución a través de un personaje emblemático: Jacinto.

 Disfruto cuando el autor me convierte en cómplice de su experiencia literaria. Me sucedió también con “Quitapesares”, las muñequitas de tela que hacen los mayas, y que cumplen una función similar a los “atrapasueños” de los indígenas ojibwa (hilos tejidos en un aro con plumas de ave, que se cuelgan sobre la cama para proteger de las pesadillas). De entrada, con las menciones de Jacmel, La Habana, Chiapas, París y Madrid, me sentí pisando territorio conocido, y más aún con los guiños a la Maga de Cortázar (a quien no menciona porque sería redundante hacerlo). Hemos caminado pasos similares en más de cuatro décadas lejos de Bolivia, y eso es algo que nutre la memoria compartida. El cuento es una delicada historia de amor, que nace en tierra zapatista.

 “Aquí vive la muerte” subraya la intolerancia y absurdo de ciertos movimientos armados que ajustician a sus propios camaradas, como sucedió con el poeta Roque Dalton en la guerrilla salvadoreña. No es necesario que se mencione el apellido para reconocer su impronta en este relato que contiene descripciones poéticas hermosas, que me hubiera gustado citar aquí. 

 El libro se cierra con “El espejo”, sensible relato en primera persona del guerrillero más emblemático en sus últimos minutos de vida, antes de ser acribillado a balazos. Si no fuera por el dibujo de Luis Zilveti, quedaría en el aire ese famoso apodo de tres letras que ha sido inmortalizado en tantos filmes, ensayos, cuentos y poemas. La perspectiva subjetiva supera a otros relatos sobre lo sucedido en la escuelita de La Higuera.

 En “Figuraciones” Juan Carlos Salazar infiere que el lector es un cómplice informado, cultivado y sensible. Como en la poesía, el autor no precisa ofrecer todos los detalles, sino que invita a recorrer el espacio imaginario compartido que representa toda lectura.  

__________________  
Las apariencias son realidades que se visten de poesía para burlar los sentimientos.
—Juan Carlos Salazar del Barrio
 

15 noviembre 2022

Demorragia

(Publicado en Página Siete el sábado 15 de octubre de 2022)

 Los medios de información se han llenado en días recientes de opiniones y notas especiales recordando los 40 años de “recuperación de la democracia”. Aunque con palabras diferentes todos terminemos expresando lo mismo: nuestra democracia ha sido malversada por el MAS.

 Frente a esa saludable abundancia de expresiones sobre el estado calamitoso de la democracia en tiempos del autoritarismo, el gobierno no ha tenido la capacidad de reclamar ningún espacio propio, aunque haya emitido algún comunicado para no quedar atrás en la conmemoración.

 Lo cierto es que ninguno de los principales impostores que gobiernan ahora puede decir “yo luché por la democracia”. Uno tocaba trompeta y pateaba pelotas en el Chapare, otro medraba en una ONG que hoy ataca, y el tercero era un oscuro burócrata en gobiernos neoliberales. Esos tres y muchos otros se beneficiaron de la lucha de ciudadanos que se enfrentaron a las dictaduras, esas mismas que ahora son protegidas por el secreto cómplice del régimen y por la reserva de los archivos militares. 

 La profusión de recordatorios sobre las luchas por la democracia y los reconocimientos (incluso del órgano electoral) que hoy reciben algunos luchadores de larga data, irrita a los oportunistas que gobiernan. Lamentablemente, nada de esto le importa mucho al 99% de los jóvenes que son incapaces de determinar (sin ayuda de sus celulares) si el Che Guevara fue un guerrillero, un futbolista o un narcotraficante. No exagero: esa ignorancia supina salta a la vista en las aulas de nuestras mejores universidades, entre estudiantes que pronto serán flamantes profesionales y quizás (el diablo nos lleve) funcionarios del Estado, pero desconocen quién fue Marcelo Quiroga Santa Cruz o Luis Espinal, dos de las víctimas de 1980.

 Los que hemos vivido exilios, represión o censura durante las dictaduras militares, y los pocos jóvenes (apenas el 1%) que se han informado sobre nuestra historia reciente, sabemos lo que representa vivir en democracia y luchar por las libertades y los derechos.

 Eso no aprenden los funcionarios del gobierno del MAS, partido nacido con el virus del autoritarismo (¿será por la sigla comprada a la Falange?), que en 16 años ha hecho retroceder al país alineándose vergonzosamente detrás de las peores dictaduras del mundo (Rusia, Irán) y de América Latina (Venezuela, Nicaragua), e implantando en Bolivia un régimen impostor, corrupto y depredador, y por supuesto un sistema de judicialización de la política y represión de la protesta social.

 La democracia de partido hegemónico que controla todos los poderes del Estado es en realidad una “demorragia”, porque desangra lentamente y letalmente los fundamentos de la democracia participativa, sustituyéndola por la prepotencia del autoritarismo, sin contrapesos en el Estado, solamente en la sociedad civil que se encuentra acorralada por disposiciones burocráticas tanto como por presiones directas que mellan la independencia de sus organizaciones.

 ¿Qué clase de Estado democrático es aquel que pone como requisito a todos sus funcionarios hacerse militantes del partido de gobierno? Esto parece una reedición criolla del nacional socialismo de Hitler. Aquí también los funcionarios públicos son obligados a asistir a las concentraciones convocadas en apoyo al gobierno, agitan banderas azul y negro, pagan cuotas para uniformes, ceden parte de su salario para el partido, recogen fichas para certificar que estuvieron con el puño en alto, aunque en su pecho sientan la humillación de ser obligados a hacerlo para conservar su puesto.

 El avasallamiento del Estado por el MAS es abierto y descarado. La repartición (y venta) de cargos en el poder judicial da la medida de la inexistente independencia del sistema de justicia en el país. Solo las pugnas internas marcan los resquicios entre los que se filtra a veces alguna decisión justa.

 Entonces, a 40 años de la recuperación de la democracia, menos los 16 años de autoritarismo masista de partido único en el Estado, solo podemos conmemorar 24 años de libertades y juego democrático, que acabaron en 2006 cuando comenzó la demorragia de los valores y de los derechos humanos.

_____________________________
La diferencia entre una democracia y una dictadura
consiste en que en la democracia puedes votar
antes de obedecer las órdenes.
—Charles Bukowski