28 diciembre 2011

Alfred Opubor (1936-2011)


No se cumplió mi deseo de que el año 2011 terminara sin tener que lamentar la muerte de otro amigo. En un seminario que di en Puebla el 12 y 13 de diciembre mencioné a Alfred Opubor sin saber que él había fallecido diez días antes, el 2 de diciembre, a sus 75 años de edad, en Cotonou (Benin), donde había fijado desde hace mucho tiempo su residencia. En estos días de fin de año, cuando todos están obnubilados por las malas costumbres que impone el mercantilismo religioso, la noticia de la muerte de este amigo africano me llega como un oscuro presente, uno de esos que uno quisiera rechazar.

Alfonso Gumucio y Alfred Opubor, en Accra, agosto 2008
Lo vi por última vez en agosto del 2008, durante el congreso de la red NuestrosMedios en Accra (Ghana). Allí nos volvimos a encontrar luego de varios años, aunque a lo largo de la década del 2000 coincidimos varias veces o nos mantuvimos en contacto por correo electrónico con motivo de la Antología de comunicación para el cambio social (2008), en la que él fue uno de los 150 autores seleccionados.

Precisamente cité en el seminario de Puebla una provocadora frase suya que ya he citado otras veces: “Si la comunicación comunitaria es la respuesta, ¿cual es la pregunta?”, título de un texto que Thomas Tufte y yo incluimos en la ambiciosa Antología, la “biblia” de la comunicación, según algunos. En ese artículo Alfred aborda de manera crítica las confusiones sobre medios comunitarios en el contexto africano, y sugiere que debe analizarse si son realmente comunitarios, en base a criterios como la propiedad, el control, el funcionamiento y el contenido. Aborda también temas cruciales como la capacitación, la investigación y la sostenibilidad.

Nacido en Nigeria, Alfred fue el primer africano que obtuvo un doctorado en comunicación; eso sucedió en 1969 en la Universidad del Estado de Michigan (Estados Unidos). Durante mis cuatro años en Nigeria, de 1990 a 1994, nos conocimos y nos vimos varias veces. Alfred ya no vivía en su país de origen, pero venía con frecuencia para visitar la oficina del FNUAP en Lagos, donde estaba Alphonse MacDonald, en cuya casa nos juntábamos. En años siguientes coincidimos en eventos internacionales, o en proyectos que requerían de nuestra capacidad y experiencia en el campo de la comunicación para el desarrollo.

Al igual que otros especialistas de la comunicación para el desarrollo de su generación Alfred Opubor trabajó la mayor parte de su vida asesorando programas de desarrollo y reflexionando sobre el tema.  No se refugió exclusivamente en el mundo académico, sino que se involucró en la realidad concreta, a través de sus ocho años de trabajo (1990-1998) como Asesor Regional de Comunicación e Información del Fondo de Población de las Naciones Unidas (FNUAP), primero en Abidjan y luego en Harare, lo cual le permitió recorrer más de 20 países de África del Este, del Oeste y del Sur.    

Colaboró con asesorías y estrategias de comunicación con numerosas agencias de Naciones Unidas (UNAIDS, UNFPA, Unesco, FAO, OMS, Banco Mundial…) y organismos regionales y nacionales africanos. A lo largo de su vida profesional fue un activista de la comunicación, trabajó en los años 1970 como consultor de la Unesco, fue asesor en la Agencia Pan Africana de Información (PANA) en Dakar (Senegal), dio clases en la Universidad de Lagos (Nigeria), fue fundador de la Agencia Nigeriana de Noticias (NAN), y del Consejo Africano de Educación en Comunicación (ACCE), entre muchas otras actividades que desarrolló.

Uno de sus aportes notables en el campo de la institucionalización de la comunicación para el desarrollo, fue el diseño de la estrategia de comunicación para ECOWAS, la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental, titulada “De una comunidad de Estados a una comunidad de pueblos”. 

De izquierda a derecha: Celeste Cadiz, Ruth Tomaselli, Will Parks, Chris Kamlongera, Alfred Opubor, Daniel Prieto Castillo,
Juan Díaz Bordenave, Louie Tabing, Denise Namburete, Colin Fraser, John Downing, Alfonso Gumucio, Everett Rogers,
Jan Servaes,  Nabil Dajana, Denise Gray-Felder, Jim Hunt, Thomas Tufte

En mayo del 2002, cuando me desempeñaba como Director Ejecutivo del Consorcio de Comunicación para el Cambio Social, invité a Alfred Opubor a una reunión de alto nivel de especialistas en Bellagio, Italia. Logré reunir a un grupo de lo más granado de la comunicación a nivel internacional; no era un grupo grande sino de mucha calidad. Menos de veinte personas, pero cada una con un historial inmenso. Además de Alfred invité a Everett Rogers, a Colin Fraser, a Juan Díaz Bordenave, a Daniel Prieto Castillo, a Jan Servaes, a John Downing, a Louie Tabing, a Nabil Dajani, María Celeste Cadiz, y otros colegas de gran nivel.

Alfred Opubor y Daniel Prieto Castillo, Bellagio 2003
El tema de la reunión era “La formación de profesionales en comunicación para el cambio social”; se trataba en realidad de la continuación de otras reuniones que habíamos convocado allí mismo, en el paradisíaco Bellagio, en enero del mismo año y en agosto del año anterior. En ellas definimos el perfil de competencias del “nuevo comunicador”. 

Como ya estábamos comenzando la preparación de la Antología, Thomas y yo pedimos a cada uno de los participantes que escribiera una lista de diez textos que consideraba importantes para la formación académica de especialistas. Además de incluir en su lista tres artículos propios, Alfred seleccionó textos de autores como Collins Airhihenbuwa, Bunmi Makinwa, Chike Anyaegbunam, Hughes Koné y Colin Fraser. Tuvo la gentileza de incluir también mi libro Haciendo olas

Nabil Dajani y Alfred Opubor, Bellagio, mayo 2003
A mediados de agosto del 2003 me invitaron e incluyeron mi nombre en el programa de un homenaje a Alfred Opubor que organizó en Abuja (Nigeria) el Consejo Africano de Educación en Comunicación (ACCE). Pero no pude ir; me quedé con las ganas de darle un abrazo de felicitación y de saludar a otros amigos africanos que sí pudieron hacerse presentes en el homenaje: Chris Kamlongera, Jean-Pierre Ilboudo, Andrew Moemeka, Onuora Nwuneli, y Bunmi Makinwa, entre otros.

En 2009 ambos participamos como consultores en un análisis sobre algunos de los ocho países piloto seleccionados en el marco de la reforma de las Naciones Unidas. Alfred hizo una evaluación sobre las actividades de las agencias del sistema en Tanzania y Ruanda, mientras a mi me tocó hacer lo propio en Uruguay.

Alfred Opubor y John Downing, 2003
Desde el año 2003  hasta su muerte Alfred Opubor fue el Secretario General del West African Newsmedia and Development Centre (WANAD Centre) con sede en Cotonou. Siguiendo las costumbres de Nigeria, fue enterrado dos semanas después de su fallecimiento, el 20 de diciembre, en Iju.

Pocos africanos han contribuido tanto al pensamiento de la comunicación para el desarrollo y el cambio social como Alfred Opubor. Por lo general en África (como también en América Latina, dicho sea de paso) se confunde la comunicación con la información, y una buena parte del trabajo en “comunicación” tiene en realidad más que ver con el periodismo y los medios de difusión. Alfred, en cambio, tenía muy claro el concepto de una comunicación participativa y horizontal, que pudiera ser asumida y apropiada por las propias comunidades. 

________ 

De yapa: 

no hay página en blanco
sólo escritura y miedo
                     resonancias


             -- Lydda Franco Farías


22 diciembre 2011

Verde que te quiero verde


Me entregaron hace poco un par de ejemplares del libro Experiencias de comunicación y desarrollo sobre medio ambiente: Estudios de caso e historias de vida en la región Andina de Colombia (2011), cuyo preámbulo escribí a pedido de colegas de varias universidades colombianas que participaron de manera conjunta en el proceso de investigación. En más de 400 páginas el libro reúne los resultados de una investigación que llevaron a cabo siete investigadoras y dos investigadores de la Universidad Santo Tomás, de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD) y de la UNIMINUTO.

En una visita a Bogotá, en septiembre del 2010, me reuní con el equipo de investigación liderado por la profesora Eliana Herrera Huérfano, de la Universidad Santo Tomás, y allí me pusieron al tanto del contenido y de la metodología de la investigación, que consistió primero en un amplio mapeo con una cobertura inicial de 250 experiencias, de las cuales 112 respondieron a un primer cuestionario.


Al final, diez trayectorias fueron seleccionadas y estudiadas a fondo: la emisora comunitaria Nuestra Señora de las Mercedes de Mutiscua (Norte de Santander), la emisora comunitaria San Vicente Estéreo (Santander), la Corporación Ecológica y Cultural Ciudad Rural (Antioquia), la Confederación Agrosolidaria Colombia (Boyacá), Sibaté 12.000 Años de Historia (Cundinamarca), la emisora comunitaria Montenegro Stéreo (Quindío), la Escuela de Comunicación Minga del Sol (Huila), el programa de radio Magazín Agenda Ambiental (Huila), y la Fundación Planeta Azul y Vida (Cauca), la mayoría de ellas con 10 o más años de existencia.

En mi preámbulo subrayé el propósito común de los investigadores, de analizar la relación entre la comunicación, el desarrollo y el medio ambiente “en un país donde los procesos comunicativos desde las comunidades representan un espacio fundamental de interrelación social y de construcción ciudadana en medio de la violencia y el conflicto”, es decir una mirada cotidiana que sólo es posible con el acercamiento a la dinámica social comunitaria. Y añadí que aunque me parecía importante la primera parte del libro, que informa sobre el mapeo, la recolección de datos a distancia y el análisis de la información sobre las 112 experiencias que respondieron, pero que a mi juicio la segunda parte cualitativa es más rica y ofrece mayor certeza sobre los hallazgos, porque son las historias de vida y los relatos honestos de las personas los que permiten dibujar con exactitud el paisaje medioambiental andino en Colombia.

Las diez experiencias visitadas por el equipo de investigación muestran que más allá del activismo planetario que llama la atención sobre los problemas con el ánimo de provocar cambios en las políticas globales y mayores compromisos de los Estados, hay espacios de reconstrucción y de acción concreta, que no deben ser abandonados. Cada una de estas experiencias es una demostración de compromiso efectivo por el medio ambiente, que más allá de la retórica implica actuar concretamente en el espacio cercano, para ponerle un hombro al medio ambiente.

Las categorías exploradas permiten cubrir tres importantes sectores de la sociedad que actúan permanentemente sobre los efectos ambientales. Por una parte quienes definen las políticas e inciden en los programas de desarrollo nacionales, es decir las instituciones ya sea del Estado o de la empresa privada. En segundo lugar los mecanismos de mediación con la sociedad, aquellos que inciden en la esfera pública, es decir, los medios de información en sus diferentes formas impresas y audiovisuales.  Finalmente, la sociedad civil en su conjunto, que se expresa a través de organizaciones comunitarias, provinciales, departamentales o nacionales. 

Al retomar el conocido graffiti “no queremos medio ambiente, lo queremos entero” los autores promueven un concepto dinámico basado en la interacción entre las comunidades y su entorno ambiental, apartándose de una concepción meramente ecologista limitada a la preservación de la naturaleza. Son las comunidades indígenas las que mejor han entendido el tema, porque en su concepto de territorio se incluye el uso racional y pausado de la naturaleza en beneficio de la comunidad, con una perspectiva de largo plazo. Esa es la base ética de una nueva –aunque ancestral- cultura del desarrollo humano sostenible, para cuya evaluación las cifras no son lo más importante, sino los relatos.

El tema del medio ambiente me ha interesado desde hace muchos años. No ha sido marginal a mi trabajo en comunicación para el desarrollo, sino más bien esencial a lo largo de mi vida profesional, como testimonian las actividades que tuve.

En una época, a fines de los años 1980, fui asesor de Conservación Internacional (CI), diseñé una estrategia de comunicación para esta organización internacional, y otra para la Liga de Defensa del Medio Ambiente (LIDEMA) en Bolivia. Entre las actividades que organicé o en las que participé, recuerdo dos seminarios internacionales para periodistas, uno en Bolivia y otro en Costa Rica, de los que salieron dos publicaciones de mi autoría: el libro Conservación, Desarrollo y Comunicación (1990) publicado conjuntamente por Conservación Internacional, la Asociación de Periodistas de La Paz, y LIDEMA; y 10 pasos para organizar un seminario para periodistas (1991) que publicó CI en Washington.  Mi trabajo con Conservación Internacional me llevó incluso hasta Papua Nueva Guinea en 1992, para hacer una evaluación prospectiva de grupos de teatro comunitario involucrados en acciones a favor del medio ambiente.

Otra etapa importante en mi relación con la temática ambiental fue como Director de Tierramérica, una plataforma de comunicación e información para el medio ambiente, que consistía fundamentalmente en un suplemento con artículos de grandes firmas y estupendas portadas de Eko, que se publicaba en una docena de diarios, entre los más importantes de América Latina. A estos trabajos se fueron sumando durante los años siguientes varios otros con FAO, también vinculados al tema de desarrollo sostenible. En la apertura del Congreso Mundial de Comunicación para el Desarrollo (Roma, 2006) me invitaron a presentar la ponencia inaugural en la plenaria sobre desarrollo sostenible.

Por todo lo anterior me alegra que el tema de comunicación y medio ambiente esté de regreso en la agenda de las universidades y también en la agenda internacional, luego de varias décadas en que la mayor prioridad de la cooperación (al menos toda aquella financiada con dinero de Estados Unidos), parecía ser la salud reproductiva y el VIH-SIDA, mientras mucha más gente en el mundo padecía hambre y extrema pobreza. 

________

De yapa:  
Verde que te quiero verde. 
Verde viento. Verdes ramas.
 
El barco sobre la mar
 
y el caballo en la montaña.
 
                      Federico García Lorca




14 diciembre 2011

Misiones secretas


Hay magia en pueblos que han vivido durante muchos años aislados y ensimismados, a veces poco conscientes de sus tesoros y de sus secretos. Imaginemos lo que era tres siglos atrás la Chiquitanía –esa gran extensión de territorio entre el Gran Chaco y la Amazonía boliviana- cuando los jesuitas instalaron sus reducciones indígenas, entre 1691 y 1767, hasta su expulsión del reino de España mediante la “Pragmática Sanción” del Rey Carlos III. Imaginemos también lo que significaba llegar hasta Concepción a lomo de mula o de caballo, a 290 kilómetros de Santa Cruz, o hasta San José de Chiquitos, a 833 kilómetros, pasando por San Ignacio de Velasco, San Miguel, San Rafael, y Santa Ana, entre otras.

La epopeya de las misiones jesuíticas en Bolivia, Argentina y Paraguay (en parte narrada en La Misión una película de Roland Joffe con Robert de Niro), desapareció de la memoria y sus emblemas más evidentes, las iglesias de las misiones, pasaron al olvido durante muchas décadas, demasiadas. Hasta principios de la década de 1970, eran decrépitos edificios librados a la intemperie durante tantos años que ya habían perdido su color y su propia estructura estaba en riesgo. Pero en 1975 se llevó a cabo la restauración de la iglesia de Concepción y posteriormente de las otras, marcando así un renacimiento extraordinario no solamente de la arquitectura de las misiones, sino de los pueblos chiquitanos.
 
Las iglesias florecieron con todos sus colores y sus juegos de luz y sombra. Durante los trabajos de restauración de Concepción se encontraron cerca de 6 mil partituras de música de los siglos XVII y XVIII; algo similar sucedió en Moxos y en San Javier. Las partituras se han incorporado desde entonces al acervo de la música barroca boliviana, y ha sido interpretadas en varios festivales y por supuesto grabadas en hermosas ediciones. 

Hans Roth
Al empeño del sacerdote suizo Martin Schmid le debemos la  existencia de varias de las magníficas iglesias de las misiones, pues fue él quien diseñó y construyó la Inmaculada Concepción el año 1725 y San Francisco Xavier en 1749, entre otras. Y el arquitecto Hans Roth Merz, también suizo, tiene el mérito de haberles devuelto la vida a esos templos abandonados durante décadas, a través de su dedicación -a partir de 1972 y durante 27 años- a los trabajos de restauración. Roth rescató también las partituras de música barroca de Domenico Zipoli, entre las más de cinco mil hojas que encontró durante las restauraciones. Renacidos y rehabilitados, los templos fueron declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, en 1990. Roth falleció en 1999 y en su honor se creó al año siguiente el premio que lleva su nombre.

Una reciente visita a mediados de noviembre, a San Javier y a Concepción -las más cercanas a Santa Cruz de la Sierra- me ha permitido regresar a esta región que no ha perdido su magia pero ha ganado color y magnificencia. En lugar de las iglesias cuya madera se había rajado con el tiempo y cuyos colores se habían desvanecido, hoy encontramos magníficas estructuras con colores vivos que brillan quizás más aún que cuando fueron construidas. 


La iglesia de Concepción, que data de 1708, es impresionante, con sus altas columnas y su campanario independiente, separado del edificio de la iglesia. El exterior es imponente, sobresale en el inmenso espacio de la plaza y sobre las casas blancas, de un solo piso, de la población. En el interior iluminado con la luz que atraviesa amplios ventanales, el techo se eleva sobre gigantescos pilares de madera que dejan adivinar la majestuosidad de los árboles de los que provienen. El colorido intenso de los altares, de los retablos o de los confesionarios, se revela en la penumbra con sus ribetes y marcos cubiertos de pan de oro.

Cuando se hizo la restauración se decidió dotar a la iglesia de nuevos relieves de madera representando el via crucis. Es interesante ver cómo el artista local talló imágenes que combinan los momentos del pasado con temas actuales y sitúa las escenas bíblicas en el trópico chiquitano. En uno de esos relieves, que corresponde a la Décima Estación, “Jesús despojado de sus vestiduras”, la imagen muestra en el fondo un camión repleto de madera, significando la destrucción de los bosques, el tráfico de madera y el deterioro del medio ambiente. Como esa, hay otras escenas alusivas a temas muy actuales y con preocupación social.

El frontis de la iglesia de San Xavier es quizás menos majestuoso, pero no menos valioso por su historia y su belleza. Los altos pilares de madera que sostienen el techo están pintados del color de los muros de la iglesia, el campanario está adentro, en una esquina del patio interior, y no sobre la plaza como en Concepción. El reloj de sol marcaba las 5:45 de la tarde cuando iniciamos el regreso.

Desde 1996 se realiza cada dos años en las misiones de la Chiquitanía el Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana, un festín no solamente para los amantes de la música barroca, sino para quienes saben apreciar el arte barroco colonial. En su primera edición el festival atrajo 14 grupos de 8 países, y más de 12 mil espectadores, y en los años siguientes esas cifras se fueron multiplicando gracias a la calidad de la oferta musical y a la espectacularidad de los templos y de la naturaleza chiquitana. En la octava  edición, en 2010, el festival atrajo 45 grupos de 14 países (diez menos que en su año “cumbre” que fue 2008), y 60 mil espectadores. El número de músicos participantes, de conciertos y de sedes del festival ha crecido incesantemente. Sin duda el 2012 será una vez más la prueba de que el festival se ha convertido en un referente internacional de la música barroca.

El paseo tuvo ingredientes memoriosos, desenterró de mi memoria sabores e imágenes de la infancia.  En el restaurante El Buen Gusto, en Concepción, me bajé con la comida una gran jarra de refresco de achachairú, que hace muchos años no había vuelto a encontrar en mis viajes a Santa Cruz; y en la plaza de San Javier – con sus árboles de motacú a los que se abraza el bibosi- me topé con un antiguo trapiche para moler caña de azúcar de manera artesanal, de esos que todavía me tocó ver en funcionamiento cerca de Guabirá, muuuchos años atrás, cuesta creer que sean tantos. 


04 diciembre 2011

Lorgio monumental


A sus 81 años de edad y con un espíritu travieso y creativo que ya quisieran tener muchos jóvenes de 30 años (y también yo), LorgioVaca es un ejemplo de equilibrio entre un artista completo y un hombre de profundos valores humanos que los pone en práctica en su vida cotidiana en su relación con los demás y en su compromiso sincero con Bolivia, con nuestra América, y con el arte. 

Su extraordinaria energía física y moral indica que tiene muchos por delante para seguir aportando con nuevas obras, y su experiencia acumulada durante más de seis décadas como artista plástico, es ya un legado invaluable del que todos disfrutamos, dentro y fuera de Bolivia. Por ello, las miradas retrospectivas son siempre una oportunidad especial para apreciar su obra.

Por esas coincidencias que disfruto cuando ocurren, me tocó estar en Santa Cruz de la Sierra en los días en que se exhibía una muestra dedicada a la obra de Lorgio Vaca, en la galería Manzana 1 Espacio de Arte. La muestra remite a la obra mural de Lorgio entre 1951 y 2011, de la que los ciudadanos cruceños tienen muestras abundantes, pues hay más de veinte plazas y edificios públicos y privados de la capital oriental que están engalanados con obras de Lorgio Vaca. Como su obra monumental está dispersa, esta muestra tiene la virtud de reunir en un solo lugar los bocetos, las maquetas, las fotografías y reproducciones que constituyen una manera de narrar la biografía de sus murales.

Las grandes figuras en relieve de cerámica que apreciamos en tantos espacios públicos de la ciudad -que hace unos años tuve el privilegio de recorrer con el propio Lorgio durante todo un día, mientras lo filmaba y fotografiaba- nacieron en bocetos, dibujos o lienzos de formato chico que esta muestra reúne para darnos una idea sobre el proceso de creación del artista pero también sobre la dimensión monumental de su obra. Y ahora he tenido otra vez con Lorgio, la oportunidad de recorrer la muestra y escuchar las historias de Lorgio sobre cada pieza.

Los murales de Lorgio son inconfundibles allí donde se encuentran. Curiosamente no fue su ciudad, Santa Cruz, la primera en acogerlos. El primero fue “Educación para la Paz y la libertad” (1956), que pintó en la ciudad de Sucre junto a Gil Imaná, ambos del Grupo Anteo que lideraba Wálter Solón Romero. El siguiente fue “Historia de la libertad en el Perú” (1960), en Lima.  En 1965 hizo el mural de la cripta del Mariscal Andrés de Santa Cruz, en la Catedral de La Paz, y recién en 1970-1971, “La gesta del oriente boliviano”, fue su primer mural público en Santa Cruz de la Sierra, en el Parque del Arenal.

Las décadas de 1970 y 1980 fueron las más prolíficas, sus obras se multiplicaron en Santa Cruz y otras ciudades: “La cooperativa humana” (1973), “La integración nacional” (1974), “Cristo viene del trigo” (1977), “El hombre, barro y estrellas” (1980), “Homenaje a Cañoto” (1983),  “Homenaje a Melchor Pinto” (1985), “El camino hacia la paz es tan ancho como el universo” (1988), “Nuestra señora del maíz” (1989), entre muchos otros hasta llegar a los cuatro murales “Celebración de Montero” (1999-2000). Si bien una parte de su obra es pública, ha sido la empresa privada la que ha financiado la mayor parte de su obra en hoteles, colegios, iglesias y bancos, lo que demuestra el escaso interés que ha manifestado siempre el Estado boliviano, antes y también ahora, en promover el arte.  

A fines de agosto del 2010, una de sus obras más emblemáticas, el doble mural en la isla del Parque del Arenal, 240 metros cuadrados de cerámica policromada y vidriada, donde se narra la historia de la ciudad, sufrió un accidente que parece un atentado, o un atentado que parece un accidente. Una garrafa de gas estalló en el Restaurante las Castañuelas, situado en medio del edificio que alberga en sus paredes exteriores los murales de Lorgio Vaca, y los destruyó en un 70%. 

En otro país con sentido común y leyes que se cumplen, eso daría lugar automáticamente a una demanda millonaria en contra el dueño del restaurante o contra el gobierno de la ciudad, responsable de las áreas públicas, pero en este caso, en lugar de una demanda, la ciudad de Santa Cruz recibe como siempre una sonrisa de Lorgio, que ya ha hecho tanto por ella, resignado una vez más a vivir episodios como este y dispuesto a rehacer el mural.

En esta oportunidad parece que se trató de un accidente, pero en otro caso muy sonado, pocos años atrás, no fue así.  Una de las obras murales de Lorgio en la plaza principal de Montero, la ciudad a 50 kilómetros al norte de Santa Cruz de la Sierra, fue lastimada por un vándalo y medio centenar de enardecidos destemplados que destruyeron con cincel y martillo una porción del mural donde aparecía el rostro del Ché Guevara junto a una whipala, la bandera multicolor de los aymaras.

El relato publicado en El Deber, el 19 de enero del 2007, es escalofriante y dice mucho de esos bárbaros con cerebro del tamaño de una nuez: “A la cara, a la cara, coreaba enardecido medio centenar de personas a un hombre que con un martillo y un cincel removía la imagen del Che Guevara de uno de los murales realizados a pedido del municipio de Montero (ciudad perteneciente al Departamento de Santa Cruz) a Lorgio Vaca, y cuya inauguración está prevista para el próximo 15 de febrero. Aunque en un comienzo el hombre del martillo se mostró dubitativo, los gritos de su público le dieron fuerza para terminar a golpes con la figura del emblemático guerrillero y con la wiphala (bandera indígena) que lo acompañaba”. 

Aunque la ciudadanía de Santa Cruz censuró el hecho, y la autoridades hicieron un acto de desagravio, Lorgio decidió dejar el mural tal cual, para que nadie se olvide de la intolerancia de esos atrabiliarios cuyos 15 minutos de gloria en la vida están marcados por el fuego de la destrucción. Indignado, escribí entonces en Bolpress un artículo, “Los bárbaros contra el arte”, en el que concluí: “Si Lorgio no fuera tan generoso como siempre ha sido, trasladaría esos murales a otro lugar y dejaría a Montero con un gran vacío.”