28 septiembre 2021

El que va jumento

(Publicado en Página Siete el sábado 18 de septiembre de 2021)

 “Universidad de Salamanca concluye que los títulos de alasitas son legales”.  

“Universidad de Salamanca contradice a Colón y confirma que la tierra es plana”.  

“El estudio de un profesor chupado y un estudiante encargado de ir por más tirillo, en la escuela de Huacaplaya, determinó que la gravedad no existe. De ahí que la agencia espacial prostitucional determinó que, en estos lares, las personas pueden flotar, si les da la gana”.  

Aún una de las universidades más afamadas de España puede ser blanco de burlas. No es la culpa de la docta institución, sino de un oportunista profesor y dos estudiantes que fabricaron a medida, como si fueran sastres, un uniforme-informe para Juan Lanchipa, Fiscal General de Bolivia, por el que cobraron 30 mil dólares. (Probablemente una cantidad pequeña para Lanchipa, que puso a nombre de sus hijas una fortuna). 

Corchado y sus estudiantes “expertos"

El tema regresa a la cartelera porque Lanchipa fue convocado esta semana por la Comisión de Justicia Plural de la Cámara de Diputados de la Asamblea Legislativa Plurinacional para presentar un informe sobre la misteriosa pericia. Durante la sesión no pudo explicar sus criterios de contratación del académico y los dos estudiantes de Salamanca, ni la razón por la que no evaluó otras opciones antes de hacer un contrato directo y “a medida”. 

El fiscal ha resultado ser uno de esos caimanes agazapados que cuando uno se descuida le muerden la pata (como escribió alguna vez Augusto Céspedes en una polémica). Se acomodó con el MAS y luego con el gobierno de transición de Añez, y ahora otra vez con el MAS. Enterró en el fondo de sus gavetas el peritaje de la fiscalía de Colombia sobre el audio-video de Evo Morales llamando a cercar las ciudades, que Lanchipa recibió en mano propia el 27 de febrero de 2020. 

Hizo un ridículo bochornoso al contratar al profesor Corchado de la Universidad de Salamanca, porque con esa pericia realizada por personas sin experiencia en procesos electorales, pretendió derribar el sólido informe de 34 expertos contratados por la OEA (a pedido del gobierno de Evo Morales), para investigar el fraude electoral que comenzó con el apagón del sistema TREP la misma noche del 20 de octubre de 2019.  

Lanchipa con Evo Morales y otros dirigentes del MAS

Hoy sabemos que la vocal Cruz, nombrada por Evo Morales, recibió instrucciones del “jefazo” para bajar la palanca electoral y dejar a la población en la oscuridad hasta el día siguiente. Sabemos también, por boca de las empresas de seguridad informática contratadas por el propio Tribunal Supremo Electoral, que había dos servidores fantasmas que operaban fuera del control del propio TSE. En fin, sabemos que Morales pidió la auditoría de la OEA, pero cuando recibió el informe final trató por todos los medios de impedir su difusión.  

Sabemos muchas cosas más, la cronología está claramente establecida, los testimonios abundan, la documentación también. No solo los más de treinta expertos electorales contratados por la OEA proporcionaron detalles sobre la operación fraudulenta, sino otras instancias bolivianas independientes. No era necesario ir a Salamanca para pedir ayuda de un profesor simpatizante de Evo Morales, pues ingenieros informáticos bolivianos de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) dieron un veredicto similar al de la OEA, llegando a conclusiones análogas al analizar grupos distintos de actas electorales. 

Es por demás conocido el refrán en latín: “Quod natura non dat, Salmantica non præstat”, que en castellano significa: “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no presta”, pero hay otro menos conocido que dice lo mismo con palabras llanas: “Salamanca no hace milagros, el que va jumento, no vuelve sabio”. 

De su oneroso viaje virtual a la universidad española Juan Lanchipa ha regresado sin diplomas, pero con dos orejas bien largas.

___________________________       
Muchos jueces son incorruptibles,
nadie puede inducirlos a hacer justicia.
—Bertolt Brecht

17 septiembre 2021

El bueno, el malo y el feo

(Publicado en Página Siete el sábado 21 de agosto de 2021) 

Choquehuanca, Arce y Morales - MAS de lo mismo 
 
Como en la película italiana de Sergio Leone, la política boliviana tiene en el MAS actores que interpretan papeles distintos, como estrategia para prolongarse indefinidamente en el poder. 

El bueno sería Choquehuanca, con sus discursos de reconciliación y abrazos. El malo es interpretado Arce Catacora, cuyo caballito de batalla es un “golpe” inexistente para justificar su incapacidad. Y el feo es Evo Morales, el fantasma que se yergue entre los dos anteriores, del que ambos deberían desconfiar porque en cualquier momento les va a serruchar el piso. 

Claro que esta es una ficción, porque ni el “bueno” es bueno, ni el “malo” es malo, ni el “feo”… uy, este sí que es feo, por dentro y por fuera. 

El “bueno” interpreta un papel cuyo objetivo es darle a la gente esperanza de un MAS que se asuma en el futuro como un gobierno para todos, pero son solamente palabras que sirven para engañar incluso a algunos ingenuos candorosos de la oposición y crear expectativas en la población general. 

La realidad: en sus acciones concretas Choquehuanca ha demostrado que no es para nada conciliador: siempre ha agitado la bandera del resentimiento social comportándose él mismo como racista aimara de cara a la mayoría mestiza de la población. Choquehuanca juega el papel de “bueno” en la película, pero su trayectoria en el mundo real lo contradice. Hay una frase de Jung que lo desnuda: “Eres aquello que haces, no aquello que dices que harás”. 

Arce se esfuerza por ser el “malo” de la película, pero es un tecnócrata pusilánime sin ningún atributo político ni fuerza de convicción. El no-presidente no tiene autoridad moral, entonces intenta instalar un discurso belicoso y confrontacional “for export”, a través del que quiere proyectar la imagen de un estadista autoritario a la manera de Ortega en Nicaragua o Maduro en Venezuela, pero le faltan pantalones (como reza la expresión popular machista). 

La realidad: tampoco lo acompaña la situación económica del país, como antes sucedió cuando era ministro de Economía y Finanzas. De hecho, fue elegido con una votación mayor que la que podía obtener Evo Morales, porque para la población menos informada (que es la mayoría), aún proyectaba la imagen de un milagro económico que nunca existió, porque el “milagro” fue producto del contexto internacional y no de sus acciones. Más aún, su gestión consistió en dilapidar diez años de bonanza (2005-2015) y endeudar al país, sin dejar bases para un desarrollo económico y social que acabe con la dependencia de los recursos no renovables. 

Entonces, Arce es un malo de sainete, que se esfuerza por hablar como político de plaza y no le sale, hace ademanes vigorosos con el puño en alto pero no intimida, no convence como “malo” porque es un pésimo actor en la película. 

En cuanto al “feo”, se pone cada vez más feo por tratarse de un personaje torcido, chueco, mentiroso, ladino y malicioso, que asusta por su aspecto y por sus acciones arteras que producen desconfianza en propios y ajenos. De los tres, es quien mejor interpreta su papel, como esos actores que por su físico son siempre caracterizados en los mismos roles a lo largo de su carrera. Morales siempre será un feo del alma en el casting de producción. 

Todos están en la misma bolsa de gatos, porque ninguno se desmarca del otro, y ninguno reconoce públicamente que hubo fraude, violaciones de la Constitución y de las leyes, avasallamiento de los derechos humanos, dilapidación de recursos y endeudamiento, más narcotráfico y contrabando salvaje, además de daños irreversibles a la madre naturaleza de la que hablan demagógicamente elevando las palmas o haciendo reverencias y ritos teatrales. Reconocerlo, sería admitir culpabilidad por 14 años de mal gobierno, de los que precisamente esos tres actores son los principales responsables y cómplices.

__________________    
Me parece que el éxito será completo
Cuando logre inventar un ataúd de doble fondo
Que permita al cadáver asomarse al otro mundo.
—Nicanor Parra  

12 septiembre 2021

La madrina de Libertad Bolivia

(Publicado en Página Siete el 20 de agosto de 2021) 

Rina Tapia de Guzmán 

Vive en una casa pequeña, como una casa de muñecas en el conjunto residencial Entre Ríos, en Bogotá. Las gradas que llevan al segundo piso están cubiertas por un tapiz que ha tejido a mano, como todos los tapetes que cubren el piso, los cojines y forros de los muebles y las sobrecamas. En el diminuto jardín, un árbol de kantuta ha florecido marcando el paso del tiempo y su pertenencia a un nuevo espacio. Ha vivido en Colombia medio siglo y no quiere regresar a Bolivia. Nuestro país le ha dejado profundas marcas en el espíritu, muchas malas y algunas buenas. 

La doctora Rina Tapia de Guzmán no es un personaje cualquiera, es una luchadora de la vida. Aunque su nombre haya sido olvidado en Bolivia y los “socialistas” de nuevo cuño ignoren por completo lo que fue la resistencia contra las dictaduras, el país le debe mucho a personas como Rina Tapia, por su lucha inclaudicable, su humanismo, su consecuencia y su honestidad, valores que ya se perdieron en la política nacional asaltada por el oportunismo. 

Rina es la madrina de Libertad Bolivia, la niña que nació en la cárcel en 1972 y que representó el emblema de la resistencia contra la dictadura del coronel Hugo Banzer, cuyo golpe militar tuvo lugar hace exactamente cincuenta años, cinco décadas, medio siglo. Rina es la memoria de aquellos años de persecución política, encierro y destierro. 

“Yo nací en el Regimiento Bolívar 2 de Artillería de Viacha. Me llamaron Libertad Bolivia Judith. Me bauticé en la celda No 4 del Regimiento Bolívar el 21 de marzo de 1972. Mi madre es Judith Durán. Mis padrinos son: Dr. Alberto Guzmán López y Dra. Rina Tapia de Guzmán”. 


Así reza la tarjeta que recuerda el nacimiento de la niña Libertad Bolivia en la cárcel de Viacha durante la dictadura de Banzer. La doctora Rina Tapia no solamente fue la madrina de la recién nacida, sino la que atendió el parto sin una sola gota de agua. 

“Llegó una muchacha bajita, pequeña, que tendría entonces 16 años. Tenía vómitos e indisposición. Estaba detenida con nosotros en una pequeña celda con camas tipo camarote, que compartíamos siete mujeres en ese momento, entre ellas Mery Alvarado. Yo era la mayor en el grupo y viéndola tan indispuesta le pregunté si necesitaba atención médica o un consejo. Ella estaba reacia al principio, porque tenía temor de que alguna de las detenidas fuera soplona de la policía. Logré hacer amistad con ella y me dijo que estaba embarazada. Con lágrimas en los ojos me dijo que había sido violada. Le proporcioné la atención que podía, más atención sicológica que médica, porque no teníamos nada más que la palabra, el amor y la bondad”. 

En esas circunstancias la joven sobrellevó todo el embarazo. Dos o tres noches antes del parto quisieron llevarla al plantón, una mole de cemento de dos metros de altura, con una base de medio metro, donde ponían a las mujeres para castigarlas por algún motivo, pero Rina se opuso y trató de intercambiar lugares para que la llevaran a ella y no a la joven: “Vamos a hacer un canje, voy a ir yo al plantón y tú te quedas acá”, le propuso. Pero no logró convencer al coronel, quien dijo que no era ella quien estaba castigada. ¿Cuál era la falta? La joven se había demorado para regresar de los baños a la celda. Al final, Rina convenció al coronel para cumplir ese castigo y le tocó subir al plantón: “soporté bien, porque uno saca fuerzas y valor frente a las circunstancias”. 

Rina atendió el parto en condiciones muy precarias, sin una sola gota de agua. “Éramos siete mujeres y todas inventaron algún pañal, rasgando sus propias ropas. Enaguas y camisas se convirtieron en pañales para atender al bebé. Nació una bebita, mujer. A la mañana siguiente, muy temprano, los soldaditos que nos vigilaban golpearon la puerta: ‘Hemos traído agua caliente para que puedan bañar a la niña’. Llegaron con una lata de agua de agua tibia para bañar a la bebé. Conseguí que uno de los soldaditos fuera al hospital y convenciera a una monja para visitar a la recién nacida. La bebita estaba bien, pero en esas circunstancias una adquiere cierta malicia y lo que yo quería era que la monja fuera testigo de que nació una bebé en el cuartel. Entonces le pusimos el número de detenida política y el nombre de Libertad Bolivia, que fue elegido entre unos 200 detenidos, pasándonos subrepticiamente papelitos cada vez que salíamos al baño. Coincidimos en un 90% de ponerle Libertad Bolivia. La volví a ver unos 35 años más tarde, en uno de mis viajes a Bolivia, y me dijo: “Yo soy Libi…”. “No”, le dije. “Tu no eres Libi, eres Libertad Bolivia. Nos costó mucho elegir el nombre entre todos”. 

Las compañeras de celda creyeron que después del nacimiento de la niña iban a dar libertad a Judith, la mamá, pero no quisieron liberarla. Ambas siguieron presas: “Todas nos sentíamos mamás de Libertad Bolivia. La bautizamos en la cárcel gracias a la amistad que yo hice con el carcelero, el coronel de Viacha, que hizo llegar al cura”. 

La negra de la buena suerte  

Poco a poco Rina había logrado que el coronel le permitiera salir al hospital de Viacha, con custodia, para atender enfermos. 

“Soy la negra de la buena suerte: yo era la única que salía de la cárcel escoltada o acompañada por el coronel. La hija del coronel, una niña de unos 12 años, estaba muy malita ahí en el pueblo de Viacha donde vivían. El coronel que pidió que fuera a verla, pero me negué. Le dije, ‘en cuanto yo salga me pueden disparar por la espalda y decir que había intentado fugarme’. El coronel me dijo que eso no iba a pasar porque él mismo me iba a llevar en su jeep, junto a un subteniente, que también era una persona amable. Hice cierta amistad con ellos gracias a mi profesión.  Lamentablemente ya no recuerdo sus nombres”. 

La hija del coronel estaba mal, se estaba asfixiando porque tenía las amígdalas hipertróficas infectadas y respiraba apenas con la boca abierta. Rina fue a la casa del coronel para aplicarle una inyección de antihistamínico y esperó para ver si el efecto no era adverso, porque podía producirse una reacción alérgica. La esposa del coronel, muy atenta, le ofreció un pocillo de café con leche, con una masita. 

“No gracias -le dije, yo vine a curar a su hija, no vine invitada a tomar té con pan recién horneado por usted. Somos siete detenidas políticas en mi celda, yo no puedo hacer eso”. 

La señora se llamaba Rosa Tapia, apellidaba como Rina. Eso permitió crear cierta confianza, y tuvo el gesto de preparar siete panes para las detenidas de la celda Nº 4. “Son episodios que uno no hubiera creído que sucedan estando detenida como presa política, pero mi profesión me abría puertas para que hiciera amistad con mis enemigos, con los que me perseguían”. 

Rina estuvo presa sobre todo en Achocalla y en Viacha, y recuerda lo mucho que sirvió su profesión médica para ayudar a otros: 

“Salvé los dedos pulgares de los pies de un detenido, que habían sido machucados y lastimados con los golpes de las culatas de los fusiles. El hombre no podía caminar porque sus dedos estaban infectados. Tuve que pedir permiso al coronel de la prisión de Viacha para que me permitiera curar a este hombre grande y fornido, de apellido Soliz, que era de Sacaba. En Viacha ejercí la medicina, porque las circunstancias lo exigían así. Yo era la única que podía subir al segundo piso o al tercer piso donde me necesitaban los detenidos políticos. Allí permanecí unos 11 meses.” 

Su esposo, el doctor Alberto Guzmán, no estuvo todo el tiempo en la misma prisión.  Lo tuvieron apenas dos meses en Viacha y el resto del tiempo estuvo en Chonchocoro, en celdas de La Paz, en el Panóptico, y otros lugares. 

Alberto Guzmán 

Del tiempo que estuvieron presos quedan otros recuerdos. Rina conserva un par de retratos de Alberto Guzmán y otro de ella, dibujos realizados por presos políticos con quienes convivió. Rina recuerda que esos dibujos se hicieron con base en fotografías que les tomaban los propios carceleros: “En los pasillos de las celdas en La Paz los policías nos tomaron fotos sentados, parados, caminando hacia adelante y hacia atrás, de perfil, agachados o con la cabeza arriba. Fueron sesiones de 10 o 12 fotografías. Eran sádicos, era una forma de traumatizarnos”. 

En el escritorio de su casa conserva colgado en la pared, como trofeo, el viejo candado de la celda, que su esposo Alberto Guzmán “confiscó” subrepticiamente cuando los presos fueron trasladados a Viacha. 

A Rina Tapia y a su esposo Alberto Guzmán los tomaron presos en Cochabamba. “Era septiembre y por alguna razón salimos, y almorzamos en la Plaza 14 de septiembre, porque ya no había almuerzo en el Club Social. Ya sentados en el restaurante me di cuenta de que estábamos rodeados de falangistas, y se lo dije a Alberto Guzmán: ‘Algo va a pasar con nosotros’. El no le dio importancia y seguimos almorzando. Llegó un momento en que había siete falangistas frente a nosotros, que seguíamos charlando y riendo, como si todo fuera normal. Fue el almuerzo más largo de mi vida. Cuando salimos a pagar (la caja estaba afuera), nos rodearon los falangistas. Yo iba a cruzar hacia la calle Jordán para ir a nuestra casa, pero uno de los agentes me golpeó la espalda con la cacha de su revólver: ‘Están citados en la policía’, espetó. Yo me enfrenté a él: ‘vaya, valiente con revólver contra una mujer, estúpido, cretino. Dígame dónde debo ir, pero no vuelva a ponerme el revólver en la espalda’”. 

En ese momento, la señora que les vendía todos los días el periódico, en la esquina, y que los trataba amablemente de “doctor y doctorcita”, agachó la cabeza y se hizo la desentendida. Llevaron a Rina a la policía y allí le ofrecieron amablemente un café (que no quiso tomar hasta que lo probara primero su interrogador) y le tomaron declaraciones. Allí comenzó el largo periplo de un año por varias cárceles. 

A Alberto Guzmán no lo habían apresado hasta que se presentó en la policía para buscarla. Allí mismo lo aprehendieron y lo pusieron en una celda frente a la suya. Desde lejos le hizo señas para que se quitara la corbata, para no correr el riesgo de que lo ahorcaran. Alberto entendió sus gestos, se quitó la corbata y se la mostró en la mano. Estuvieron dos días detenidos en Cochabamba, y luego trasladados a la policía de La Paz, en la Plaza Murillo. 

Rina Tapia

Ni ella ni su esposo eran activos en la política. La única militancia que tuvo Rina fue en el PIR, cuando tenía 16 años de edad, en las postrimerías de esa agrupación política. Conoció bien a José Antonio Arze, Alfredo Mendizábal y Ricardo Anaya. Más tarde hizo amistades en el Partido Comunista y recuerda que Ricardo Anaya y Mendizábal la criticaban por ello.  

Su periodo más largo de encarcelamiento fue en el cuartel de Viacha, donde nació Libertad Bolivia, y luego en la prisión en Achocalla. Los meses pasaban sin tener la menor idea de cuánto iba a durar todo aquello y sin noticias de su esposo, el doctor Alberto Guzmán. “He tratado de olvidar las cosas desagradables”, me dice Rina medio siglo después. 

Casi un año después la dictadura de Banzer puso a Rina Tapia en un avión hacia Colombia, junto a otras cuatro mujeres detenidas. Para viajar le dieron un salvoconducto, o pasaporte especial que todavía conserva, fechado el 20 de julio de 1972. En el aeropuerto vio a su madrastra, Alicia, pero no pudo acercarse a ella para saludarla ni preguntarle a dónde la estaban enviando. Supuso que su pasaje había sido pagado por ella. Recién entonces se enteró que el destino era Bogotá. Antes de abordar el vuelo le quitaron todo el dinero que llevaba, salvo unos dólares que había escondido en sus medias. Ese dinero le sirvió para comenzar una nueva etapa de su vida. Al aterrizar en la capital colombiana encontró en el aeropuerto a un agrónomo boliviano, Lauro Luján, que fue su primer apoyo en el exilio. 

Alberto Guzmán y Rina Tapia

Alberto Guzmán llegó recién nueve meses después. Mientras esperaba a su esposo, Rina abrió un consultorio privado, luego de presentar su diploma de médico. Le abrieron las puertas en Colombia, le dijeron que podía ejercer la profesión donde quisiera. No hubo más exigencias que una firma.  Ella recuerda la generosidad de los colombianos con entrañable afecto. De ahí para adelante ejerció su profesión de cirujana en Colombia. 

Rina no desea regresar a Bolivia, aunque piensa constantemente en el país. Desde su jubilación profesional como médico cirujana, ha continuado participando en organizaciones profesionales de la medicina en Colombia, y ha desarrollado su actividad poética, como demuestran los libros que ha publicado. Escribe poesía compulsivamente, lo cual mantiene su cerebro alerta y su memoria fresca. Pero ese es tema para otro ensayo sobre ella.

_________________________            
y el alma vuelta guiñapo
sin entender el final
de este vital torbellino
—Rina Tapia 


 

 

07 septiembre 2021

La memoria sensible de Coco Blaustein

(Publicado en Página Siete el domingo 22 de agosto del 2021)

El cineasta argentino David Blaustein 

Me acabo de enterar del fallecimiento, el 16 de agosto, de David “Coco” Blaustein amigo y colega cineasta argentino, con quien coincidimos en el exilio en México y en muchas oportunidades en eventos cinematográficos en varios países. 

Un par de años menor que yo, falleció debido a un accidente cerebro vascular (ACV), es decir una de esas sorpresas arteras con las que la muerte nos espera en las esquinas oscuras de la vida. 

Coco hizo varias películas documentales, todas ellas marcadas por su compromiso político como militante del peronismo de izquierda (para lo que valga ese apellido en estos tiempos en que las ideologías so sustituidas por el discurso). Entre sus obras destacan “Cazadores de utopías” (1995), “Botín de guerra” (2000), “Hacer patria” (2006), “Fragmentos rebelados” (2009), “Porotos de soja” (2009) codirigida con Osvaldo Daicich, y “La cocina. En el medio hay una ley” (2011) también con Daicich. Paradójicamente, la más reciente es “Se va a acabar” (2021). 

Jorge Rufinelli, David Blaustein y Alfonso Gumucio

Fue también director del Museo del Cine en Buenos Aires, docente universitario y productor de cine. En esta última actividad colaboró con otros cineastas. Fue productor de Jorge Denti en el documental “Malvinas: historia de traiciones” (1984), “Historias cotidianas” (2001) de Andrés Habegger, “Papá Iván” (2004) de María Inés Roqué, entre otras. 

Nos veíamos esporádicamente durante nuestro exilio en México, a principios de la década de 1980, cuando él se asoció a Jorge Sánchez en Zafra, la más importante distribuidora de cine independiente latinoamericano. Para entonces no había incursionado como director de cine, ya que su primera experiencia fue como productor de Jorge Denti en 1984. También colaboró con el “Negro” Humberto Ríos y con Adolfo García Videla, igualmente exiliados en México. 

Cazadores de utopías, de David Blaustein

Fue al retornar del exilio, a la caída de la dictadura militar argentina, que Coco debutó como director con “Cazadores de utopías” (1995). La primera sentencia al inicio del film deja en claro su objetivo: “La recuperación de nuestra memoria no podría ser desapasionada ni imparcial”. Dedica esa obra de dos horas y media de duración “A los 30.000 desaparecidos y a los que todavía creen que se puede vivir la historia con un poco más de dignidad”.  

El film comienza con imágenes de Eva Duarte de Perón, ícono del peronismo, y un discurso del propio Perón, en 1955, donde sentencia que se responderá a la violencia con violencia. Esto da pie al resto del film, que mezcla imágenes de archivo en blanco y negro, con testimonios de ex militantes de los Montoneros, la guerrilla urbana peronista, aunque se cuida de no mencionar a dirigentes como Firmenich o Vaca Narvaja. “Armarse para traer al general Perón” (que estaba en el exilio en Madrid), era el objetivo inicial de los Montoneros, alentados también por la guerrilla del Che en Bolivia y otros movimientos guerrilleros del continente, así como la guerra en Vietnam, el movimiento de Mayo de 1968 en París, y el Cordobazo en Argentina. 

Sin embargo, como dice en el film Envar El Kadri, ex dirigente del Peronismo de Base (PB) y de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), había con Evita y con Perón, “una relación sentimental”, que no pasaba necesariamente por la ideología: “Era una relación de calentura, de apasionamiento, de confianza”. El culto a la personalidad atraviesa las motivaciones de casi todos los entrevistados, que recuerdan cómo se involucraron en el movimiento guerrillero contra la dictadura militar. Entre líneas, el film se presta también a una lectura crítica de la lucha armada, pero sobre todo a las disputas internas del peronismo por recibir los favores del gran líder. Tardaron años en darse cuenta que el propio Perón jugaba al mismo tiempo con los sectores de derecha y de izquierda del peronismo. Esa gran crisis de la mitificación de Perón y luego la gran decepción, se aborda en el film con detalle. 

Sin duda, “Cazadores de utopías” es, como lo fue en su momento “La hora de los hornos”, un ensayo-testimonio sobre la historia contemporánea de Argentina, esta vez desde la mirada autocrítica de los ex militantes guerrilleros.  

Botín de guerra (2000) de David Blaustein

En “Botín de guerra” (2000), Blaustein retrató la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo en su cruzada por identificar a los niños secuestrados por los militares y represores durante la dictadura militar. A lo largo de muchos años esas abuelas encontraron a los jóvenes, hicieron denuncias y llevaron adelante complejas batallas legales, con implicaciones políticas y sicológicas para los involucrados. Cerca de sesenta jóvenes fueron recuperados y devueltos a sus familias, donde pudieron redescubrir su propia identidad. Blaustein recupera la gesta de las abuelas y la celebración de los encuentros, mediante entrevistas con las abuelas y también con varios jóvenes secuestrados cuando eran niños y que en algunos casos recuerdan cuando sus padres eran asesinados. Sin comentario adicional, el montaje de testimonios reconstruye las historias desgarradoras. 

Hacer patria (2007)

Su documental “Hacer patria” (2007), revisa su historia personal entretejida con la historia política y social de Argentina, país al que llegaron sus ancestros desde Polonia. Es su película más personal, una manera de recuperar su propia identidad. 

En “Fragmentos Rebelados” (2009), abordó la vida del cineasta argentino Enrique Juárez, asesinado durante el periodo de la dictadura militar. Sobre el personaje, poco conocido, dijo Blaustein al periodista Pablo E. Arahuete: “Juárez aporta lo que cada uno de aquellos cineastas hacen en su personal forma de ver el cine y los procesos políticos. Creo que la pertenencia de Enrique a un gremio y un sector social le da una impronta. También su oficio de montajista o su manejo de los otros oficios. Finalmente su cercanía a Montoneros es definitiva en su deseo de reconstruir el tiroteo en la pizzería La Rueda de Williams Morris. Son hipótesis de alguien que opina por la obra. No por haber conocido personalmente a Enrique Juárez”. 

Blaustein fue director del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken entre 2000 y 2007. El museo tenía material filmado por cineastas argentinos, latas de película a veces sin clasificar, y a Blaustein se le ocurrió producir audiovisuales sobre algunos de esos cineastas. “En el 2001, sin prever lo que se venía o intuyendo lo que se venía se me ocurrió́ que una de las posibilidades del Museo fuera producir algún tipo de material sobre los cineastas desaparecidos”, narró al diario Página 12. 

En su última película documental, “Se va a acabar” (2021), que codirigió con Andrés Cedrón, recoge los testimonios de trabajadores que participaron en conflictos sindicales durante la dictadura (1976-1983), y se enfrentaron a los intentos de desarticular a la clase obrera. 

A lo largo de su obra documental David Blaustein recupera para sí mismo y para los argentinos la memoria de la historia reciente, y lo hace siempre poniendo en relación los hechos con las personas, subrayando la fuerza de los testimonios personales.

_______________________________________  
En Argentina no nos une la alegría, sino el espanto.
—Jorge Luis Borges  

03 septiembre 2021

Vándalos disfrazados

(Publicado el sábado 7 de agosto del 2021)

El 2 de agosto, un nefasto personaje armado de un combo, vestido con poncho, lluchu y una pluma sobre la cabeza, destruyó la nariz de la estatua de Cristóbal Colón y le pintó el rostro de negro. Ante la protesta de la gente que pasaba por ahí, él y sus cómplices fueron detenidos por unos minutos, pero ni siquiera llegaron a dependencias policiales. Se dice que la reparación de la estatua costará 28 mil dólares. En un país civilizado y con normas ese dinero saldría del bolsillo de los depredadores, pero en Bolivia los vándalos son héroes fugaces. 

Ni al navegante genovés ni a los escultores Grazziossi y Guerzoni les hace cosquillas la nariz rota porque ya están muertos. El daño es a la sociedad, ya que el acto vandálico es reivindicado en nombre de la lucha anticolonial, paradójicamente en un país donde según el censo de 2012, la gran mayoría de los habitantes no se reconoce como indígena. Esa verdad puede doler a algunos, pero no deja de ser la verdad: Bolivia es un país mayoritariamente mestizo. 

Lo más probable es que el indígena disfrazado no se pasea todos los días con esa pinta ni con el combo en la mano, pero apuesto que usa la lengua del colonizador para expresarse y lleva en el bolsillo un teléfono celular inteligente de origen chino. Tuvo 15 minutos de gloria sintiéndose el líder de una revuelta histórica, y al día siguiente regresó a la mediocridad de su vida cotidiana, a lidiar con sus frustraciones no resueltas, recibiendo unas palmaditas en la espalda de sus amigos que no quieren enemistarse con un tipo tan violento. 

Destrucción de los talibanes en 2001

Los intentos de transformar el pasado a combazos nunca han tenido otro resultado que la destrucción y la violencia estéril. Son actos que no llevan a nada, de los que no germina nada, ni siquiera una conciencia del colonialismo. 

En 2001 los talibanes de Afganistán devastaron obras milenarias y saquearon museos que nunca más podrán reponerse. Destruyendo obras de arte solo se consigue escamotear una parte del pasado y por lo tanto del futuro. 

Asia está llena de monumentos maravillosos que fueron el legado de antiguas civilizaciones invasoras. Los templos de Indonesia, Tailandia o Camboya, fueron producto de largos periodos coloniales y de imposiciones religiosas milenarias. En India conviven, no siempre en paz, los musulmanes, hinduistas, budistas, jainistas y sijistas cuyas vidas se definen por prácticas religiosas provenientes de antiguas invasiones. En la región de Goa vi templos cristianos que son el legado de imposiciones coloniales más recientes, pero no son objeto de destrucción. 

Patio de los Leones en la Alhambra de Granada 

En Turquía visité ejemplos arquitectónicos maravillosos que muestran la superposición colonial, y que hoy se conservan como obras de arte y testigos de la historia. Estambul no sería una ciudad tan hermosa sin esa mezcla cultural. 

Los árabes dominaron durante siete siglos la mayor parte de la península ibérica y dejaron edificaciones maravillosas como la Alhambra de Granada o la mezquita de Córdoba, además de centenares de palabras que comienzan con “a” y que se usan todos los días en las lenguas de España. ¿Hay que destruir esos monumentos y eliminar esas palabras? 

Cholula, México

El imperio incaico extendió militarmente su poderío sobre otras naciones indígenas en el territorio actual que cubre Ecuador y Bolivia. Los incas dominaron por la fuerza y trataron de destruir las formas de organización de otras naciones originarias, hasta imponer su lengua, el quechua (runa simi). ¿Qué hacer contra esa forma de imperialismo autóctono? 

Los conquistadores españoles desfiguraron las representaciones de los dioses autóctonos y construyeron iglesias sobre templos nativos. Cusco y Cholula son ejemplos emblemáticos de la imposición colonial sobre santuarios y pirámides de civilizaciones anteriores. ¿Deberían ser destruidas esas iglesias? 

La mayor imposición de los procesos coloniales es el idioma, siempre lo ha sido. Si fueran consecuentes, los que dicen luchar contra la herencia colonial, deberían empezar por dejar de hablar el castellano (y también el quechua impuesto por el imperialismo de los incas). 

Queda claro que los actos de vandalismo no son sino una expresión de la incapacidad creativa de quienes los cometen. Frente al colonialismo cultural el arte debería ser la respuesta, no la violencia estéril.

__________________________________  
Es un error esencial considerar la violencia como una fuerza.
—Thomas Carlyle