31 marzo 2021

El día de la peste

¿Dónde estabas cuando asesinaron a Kennedy? ¿Qué estabas haciendo cuando cayeron las torres gemelas en Nueva York? ¿Recuerdas el día que supiste del asesinato del Che?

Para todos los que tenemos la edad suficiente, esos tres momentos de los últimos 50 años son imborrables. Sí me acuerdo del asesinato de Kennedy porque estaba en Maryland y escuché en la radio el momento en que le dispararon en Texas y lo que vino después. Estaba en Guatemala cuando una mañana temprano vi en la televisión, en vivo y en directo, la caída de las dos torres gemelas. Y claro que recuerdo aquel día que mataron al Che y la portada inmensa de la edición especial de Presencia, que aún conservo.

Ahora, nosotros hasta que nos toque la hora, y las generaciones nacidas en este siglo, recordarán con precisión el día que se declaró la pandemia de coronavirus en el mundo. No olvidaremos nunca ese primer día de incertidumbre y escepticismo, que luego se convirtió en la certeza de que estábamos viviendo a nivel global una de las calamidades más importantes que haya sufrido la humanidad en toda su historia.

Claro que hubo dos guerras “mundiales” que ocurrieron en Europa y afectaron de distinta manera al resto del mundo, pero no hubo muertos en nuestra región. Por supuesto que hubo antes la pandemia de la gripe española, pero no nos alcanzó. Duró dos años, de febrero de 1918 a abril de 1920, infectó a 500 millones de personas y tuvo una letalidad estimada entre 20 a 50 millones de personas, pero no fue global.

Esta vez y de aquí en adelante, las pandemias (la gripe española no lo fue, aunque recibió el mismo nombre), endemias y sindemias del futuro serán globales. Tenemos que saberlo y tener la certeza de que volverá a suceder.  Esto no se termina con la vacunación que avanza a marchas forzadas en algunos países como Chile y Estados Unidos, y como tortuga en Bolivia.

Por eso es sano que todos recordemos el instante en que supimos (y quizás no creímos) que nuestras vidas iban a cambiar definitivamente.

En mi caso, era un día soleado y caluroso. Me encontraba en Cartagena de Indias, como invitado en el Festival Internacional de Cine que había comenzado oficialmente tres días antes, el 10 de marzo. Los ecos de la pandemia originada en China eran todavía débiles, aunque ya se habían detectado los primeros casos en Colombia (como en otros países de la región). Nadie sabía todavía que un grupo de turistas italianos había contagiado ya, el 4 de marzo, al taxista Arnold de Jesús Ricardo Iregui, que los recogió del aeropuerto y que moriría el 16 de marzo. Sería la primera víctima mortal en Colombia 

Werner Herzog 

El Festival transcurría normalmente. El miércoles 11 por la tarde, luego de aterrizar, caminé del hotel a la inauguración en el clásico Teatro Heredia, donde un mes antes había asistido a la conmemoración de los 50 años de la Comunidad Andina de Naciones. Al día siguiente, el jueves 12 en la mañana tuve un encuentro memorioso con Caroline Champetier, invitada especial del Festival, colega cineasta que estudió conmigo en el IDHEC en los años 1970 y se convirtió en la más importante jefe de fotografía de cine en Francia. Tomamos un café mientras resumíamos nuestras vidas respectivas y escuchábamos despreocupados la noticia de que el gobierno colombiano había limitado a 400 personas el aforo en espectáculos públicos en todo el país.

En la tarde no me perdí el conversatorio con Werner Herzog, otro invitado especial, en el patio del Claustro de Santo Domingo, atestado de gente, y luego en una sala de altos techos, la conferencia del viceministro Felipe Buitrago sobre economía naranja. Hablé con él sobre la posibilidad de que viniera a Bolivia, mientras nos llegaba la noticia de que ahora el aforo en eventos se había reducido a 50 personas. Todavía asistí en la noche a una invitación del consulado de México para degustar mezcal y escuchar música de Jalisco en el hotel.

Al día siguiente, viernes 13 (fecha fatídica), se acabó todo. En la mañana alcancé a participar en una sesión de Patrimonio Fílmico Colombiano donde estrenaron la versión restaurada de una película del pintor Enrique Grau, conversé con mi amigo Rito Alberto López, subdirector de Patrimonio Fílmico y allí llegó la noticia de que el festival se había suspendido porque Colombia había declarado la cuarentena en todo el territorio nacional. Cambiar los boletos para el vuelo, correr al aeropuerto para regresar a Bogotá, son las últimas imágenes del día que llegó la peste a nuestras vidas. 

(Publicado en Página Siete el sábado 20 de marzo de 2021)

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No hay que temer nada en la vida, solo hay que entenderlo.
Ahora es el momento de entender más, para que podamos temer menos.
—Marie Curie     

26 marzo 2021

Norma, entre bastidores

No hay muchas personas que hayan atravesado transversalmente el cine boliviano de la manera que lo hicieron Luis Espinal y Norma Merlo. Desde que llegó a Bolivia hasta que lo asesinaron salvajemente en 1980, Espinal abrazó el cine boliviano en la producción, la crítica, la investigación, la cátedra y como promotor de actividades de cineclub. Norma Merlo, nacida en Argentina, llegó a Bolivia para convertirse en una actriz multifacética que transitó como merlo en el agua en obras de teatro y de cine, y fue además una dinámica impulsora de la Cinemateca Boliviana en su primera etapa, imprescindible en ese ambicioso proyecto.

Ahora que el 21 de marzo se conmemora el Día del Cine Boliviano en homenaje a Luis Espinal, me parece justo incluir a Norma Merlo, quien falleció este 14 de marzo, apenas una semana antes, habiendo regalado a Bolivia todo lo que sabía y todo lo que era como persona, mujer y artista.

Más allá de las obras de teatro y de cine en las que participó, en mi memoria se han fijado dos imágenes de Norma relacionadas con el inmenso apoyo que brindó a la naciente cinemateca: la veo en la boletería y en la pequeña oficina de la calle Pichincha y también la veo personificando a Charlot en las jornadas de lucha por la Ley de Cine o cuando era necesario hacer campaña en busca de fondos para la construcción de la nueva Cinemateca. Mientras Pedro Susz, introvertido e indescifrable, proyectaba su pensamiento en un horizonte lleno de desafíos, Norma se exhibía extrovertida y alegre para reclutar a esos amigos que tanto necesitaba el proyecto. La Cinemateca de La Paz (luego Cinemateca Boliviana), no existiría sin su trabajo tesonero.

Otro recuerdo más reciente viene a mi memoria: en julio de 2014, junto a artistas amigos de muchos años como Gil Imaná, Jorge Sanjinés, Antonio Eguino, Erasmo Zarzuela, Lorgio Vaca, Matilde Casazola, Quico Arnal, Luis Ramiro Beltrán, Alfredo La Placa, Guillermo Aguirre y David Mondacca, entre otros, Norma y yo recibimos una vistosa medalla y el título de Maestro de las Artes, que nos otorgó el Ministerio de Educación de Bolivia. En la imagen publicada en algún diario, ella aparece bromeando con los demás, distraída y despreocupada, sin fijar la vista en la cámara, como una niña que no se queda quieta el día de la foto para el anuario del colegio.

Sabíamos que Norma estaba enferma desde hace mucho tiempo y que su salud se había agravado en semanas recientes, pero no medimos la dimensión de su ausencia hasta que Pedro anunció que ese proceso tan largo y penoso había concluido. Antes de partir, Norma se vio rodeada del enorme cariño que manifestaron, durante varias semanas antes de su fallecimiento, todos los que la conocimos, tanto sus colegas del teatro y del cine, como sus amigos y los amigos de Pedro. Norma deja una hermosa huella de alegría y sorpresa.

Con el paso de los años uno tiende a olvidar la riqueza de los detalles que hacen de una persona un ser excepcional. Al compartir la hoja de vida de Norma, Pedro nos ayudó a recordar la amplitud de su obra artística.

Desde 1960, cuando comenzó su carrera artística en Argentina, participó en más de cincuenta obras de teatro, interpretando complejos personajes de Jean Anouilh, Bertolt Brecht, Jacques Prévert, Ionesco, Tennessee Williams, Oswaldo Dragún, García Lorca, Darío Fo, Auguste Strindberg o William Shakespeare, bajo la dirección de directores como Pedro Asquini, Andrés Canedo, David Mondacca, Marta Monzón, Carlos Cordero, Mabel Rivera, Maritza Wilde, Rose Marie Canedo y la querida Tota Arce, entre otros.

Luego de su llegada a La Paz en 1975 cruzó la calle del cine, y allí son memorables sus breves interpretaciones en largometrajes representativos de nuestra cinematografía, como “Amargo mar” de Antonio Eguino, “Cuestión de fe” de Marcos Loayza, “El día en que murió el silencio” de Paolo Agazzi y  “El Atraco” del mismo director. Sin embargo, es un proyectos pequeños e independientes, y por tanto menos conocidos, donde Norma se explayó como actriz. En “El piso 24” de Pedro Susz, en “La ciega” de José Marchiori y en “Elegía” de Gioconda De Benedetti, tuvo papeles protagónicos que dejaron huella.

Para mi, no importa el soporte (sea celuloide, video o digital), sino las obras en las que contribuyó con cineastas que comenzaban sus trayectorias y que en parte gracias a Norma obtuvieron los premios de aliento que otorgaba en esos años la alcaldía municipal de La Paz. “Recorrer esa Distancia” (1988) de Francisco Ormachea, “Enigma de Fulgor” (1989) de Iván Rodrigo, “Don Quijote en la Ciudad de La Paz” (1989) de Jean Claude Eiffel, “Cuando tu te hayas ido” (1990) de Marcos Loayza y “Ese Sordo del Alma” (1990) de Raquel Romero, son algunas de las obras sobre las que escribí en un libro (todavía inédito) en aquella época pionera.

Recuerdo en particular su trabajo en el cortometraje de Marcos Loayza, “Cuando tú te Hayas Ido (Me envolverán las sombras)”. El bolero “Sombras” de Rosario Sansores y Carlos Brito Benavidez, así como “La Voz Humana” de Jean Cocteau y las “Memorias” de Olga Guillot, aparecen como una abultada bibliografía de respaldo para una idea simple, pero que no por ser sencilla es menos importante: llevar adelante la propuesta dramática en un solo plano fijo a lo largo del cual, delante de la cámara o fuera del encuadre, habla un personaje interpretado por Norma Merlo. Desde que este personaje pone en funcionamiento la cámara hasta que comete suicidio al final, transcurren 18 minutos en los que con pericia y madurez Norma Merlo logra mantener en vilo al espectador. Su personaje elabora, revive y expresa con profundidad un monólogo que deja sentir su dolor (o su ira), para refrescar su memoria, demasiado consciente de que lo hace por última vez.

Toda la obra descansa en la interpretación. El espectador entiende muy pronto que el personaje no se dirige verdaderamente a la persona ausente que ama. La cámara deja de importarle a la mujer, que olvida el aparato para acordarse de sí misma, y en múltiples ocasiones abandona el campo visual, pero sabemos que está allí por su voz que continúa ejercitando ese último derecho de réplica.

El mundo exterior está sugerido en el video por luces de color que parpadean en la ventana, por el sonido de los vehículos que transitan en la calle y por un televisor encendido en el fondo de la habitación. Pero la mujer se ha aislado de ese mundo exterior, lo necesita solamente como un ruido de fondo que, quizás, la hace sentir menos sola en su soledad existencial. Si bien uno de los méritos de la obra es haberla filmado en un plano fijo (que se echa a perder al final), su mayor fuerza radica en la solidez interpretativa de Norma Merlo. Ella sostiene la acción y la tensión que atraviesa el video. Con una actriz menos experimentada, hubiera sido un gran riesgo.

Norma se fue, pero entre bastidores, está mirando con una sonrisa traviesa a los que seguimos bregando en el escenario de la vida. Ella está más allá de nuestros afanes y nuestras pequeñeces. 

(Publicado en Página Siete el domingo 21 de marzo de 2021)   

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El teatro es poesía que se sale del libro para hacerse humana.
—Federico García Lorca 

22 marzo 2021

Puerco diplomático

Mayta

Me cuentan que el ministro de Relaciones Exteriores, tan flamante como poco transparente, reaccionó como energúmeno en un canal de televisión donde fue interrogado sobre la masacre blanca de diplomáticos: más de 150 profesionales de carrera (el 92%), burdamente remplazados casi en secreto, por nueve allegados a Evo Morales, mientras 29 embajadas y 36 consulados siguen descabezados.

Decir que los despedidos son “diplomáticos de nariz respingada, que les gustaba ir a los salones a doblar el dedo meñique mientras se dedicaban a cócteles” dice mucho sobre la garrafal ignorancia de Mayta sobre las relaciones internacionales y la carrera diplomática, que sí existe, muy a su pesar.

De la Academia Diplomática salieron generaciones de excelentes profesionales que han servido a diferentes gobiernos, incluyendo al MAS. Lo sé bien porque tengo amigos que estudiaron allí, pero además porque mi primo Jorge Gumucio (muy respetado por cualquier diplomático boliviano o extranjero que lo haya conocido), fue uno de sus directores. Es más, Jorge fue el gestor del edificio anexo de la cancillería, y de muchas reformas importantes de las que ahora se beneficia un personaje resentido y mediocre. Jorge fue también embajador en Naciones Unidas y en Perú, donde pasó siete meses en la embajada de Japón como rehén de un grupo terrorista con el que el actual canciller quizás simpatiza.

Puedo decir con orgullo que varios en mi familia han ejercido funciones diplomáticas. Mi hermano Pedro fue despedido por Choquehuanca después de dos décadas en Cancillería, habiendo ejercido en China, Suiza, Brasil, y en la Plaza Murillo. Mi primo hermano Mariano Baptista Gumucio fue digno embajador en Estados Unidos y Cónsul General en Chile. Mi padre fue embajador en Uruguay y luego en España. Todos dejaron el nombre de Bolivia en alto.

No se puede decir lo mismo de diplomáticos del MAS que ocuparon altos puestos no por sus méritos profesionales sino por cuotas de poder. Son comidilla los embajadores masistas que llevaban su colchón y su anafe a las oficinas para no gastar en alquileres. Uno que estuvo en Italia, no tuvo mejor idea que meterle tijera a un antiguo gobelino porque cubría un interruptor de luz. No sé si fue el mismo que encontré en una reunión de la FAO en Roma, donde llegó al cóctel de clausura vestido con un saco con listones andinos, copia fiel del jefazo. A los pocos meses leí que el propio MAS lo había echado y cambiado las llaves de la embajada para que no pudiera ingresar, ya que no aceptaba su cese de buena gana.

En Colombia, amigos diplomáticos recordaban a un embajador boliviano, cooperativista minero, que había bromeado con el embajador ruso: “Nosotros también tenemos a nuestro ‘putín’ en Bolivia”. He sabido de embajadores del MAS que tenían botellas de whisky (etiqueta azul, claro) en sus escritorios y las usaban en horas de oficina. En un país andino, el embajador boliviano llevó a la residencia oficial a varias jóvenes venezolanas necesitadas de techo y cama. Y así, hay otros ejemplos para el anecdotario.

Los embajadores del MAS se relacionaban solo con los diplomáticos del ALBA y contribuyeron al aislamiento de Bolivia por sus dislates, torpezas y angurria: comprarse un vehículo liberado para revenderlo con ganancia o hacer un negocio en beneficio personal. 

Cuando Mayta difama a diplomáticos nombrados por la canciller Karen Longaric, olvida que la principal tarea de ellos a lo largo de nueve meses fue ocuparse de los vuelos de repatriación y de los bolivianos en situación de emergencia. No hubo cócteles porque las fiestas nacionales y los eventos culturales y comerciales se hacían de manera virtual durante la pandemia.

Propios y ajenos se refieren en broma al cuerpo diplomático como “puerco diplomático”, no solo en Bolivia. Lo cierto es que, como en cualquier gremio, los hay buenos y los hay malos. Lo que el advenedizo canciller no sabe todavía, es que él es de los malos y carece de visión y de experiencia en relaciones internacionales como para calificar a nadie.

Al improvisado canciller el cargo le queda demasiado grande, como traje de pepino de carnaval. Ha sido puesto ahí para ser de fácil manejo político, no por méritos personales ni experiencia. El que manda es Choquehuanca, que también hace tres lustros despidió a casi todos los diplomáticos de carrera y dejó a un solo embajador en Europa. Al igual que Mayta, Choquehuanca tiró a la basura el escalafón diplomático que había sido establecido con la cooperación de Naciones Unidas, institución que ahora calla en sus seis idiomas oficiales.

(Publicado en Página Siete el sábado 6 de marzo de 2021)

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Se puede hacer mucho con la diplomacia,
pero desde luego se puede hacer mucho más
si la diplomacia está respaldada por la imparcialidad y la fuerza.
—Kofi Annan

 

09 marzo 2021

Despedida de Michel

Apenas han pasado dos semanas desde que un mensaje de Monette atravesó el Atlántico en medio de la noche desde Francia y aterrizó en mi insomnio para decirme que Michel, finalmente, decidió despedirse el viernes 26 de febrero a las 5 de la tarde.

Michel, Liber y Monette 

Se fue tranquilo (“sans angoisse ni souffrance”), sedado, sin dolor, con la cercanía de ella, de Frederick y de Alain, sus dos hijos. La bajada de las gradas de la vida (“la descente des marches chaque jour, comme il disait”) se aceleró en los últimos días, desde la última vez que hablamos (dos semanas antes).  

Así terminó un trayecto penoso de más de seis años de lucha contra un cáncer invasivo. Michel se apagó en su casa en Saint-Mary y descansará definitivamente desde el martes 2 de marzo en el cementerio de Lussac.

Michel y Monette Servant fueron amigos por muchos años, no solo amigos míos y de Liber Forti, Eduardo Quintanilla, Jorge Lazarte, Alain Mesili, entre otros que estamos (o estaban) en estas montañas, sino también amigos querendones de Bolivia, país difícil y malagradecido que ellos aprendieron a amar durante su estadía de siete años entre 1973 y 1980 (casi todo el periodo de la dictadura militar de Banzer), mientras Michel estaba a cargo de un programa de investigación científica de ORSTOM (Office de la recherche scientifique et technique outre-mer).

París, octubre de 2011

Su amor por Bolivia creció de varias maneras a través de Frederick, que vivió 17 años en La Paz dedicado a actividades teatrales y tiene una hija boliviana. En 2009 los Servant donaron al Museo Nacional de Arte su colección de 58 dibujos y dos cuadros de Arturo Borda.

Su amistad con Liber fue amorosamente intensa, lo recibieron allá en Saint-Mary en su último viaje por Europa.

Estuve con Monette y Michel cuando todavía vivían en París, en Rue de la Montagne Sainte Geneviève, la última vez en 2011, pero ya no pude visitarlos en Saint-Mary como era mi deseo. Iré a ver a Monette cuando las circunstancias lo permitan. Hay amistades que nos enriquecen, esta es una de ellas.

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L'une sort du matin et chante avec l'aurore,
L'autre gémit le soir un triste et long adieu.
—Alphonse de Lamartine 

05 marzo 2021

Al-qāḍī


Como otras palabras del castellano que comienzan con “al”, la palabra “alcalde” viene del árabe. Al-qāī significa “juez” y denomina a personalidades con criterio, experiencia, amplios conocimientos y elevada autoridad moral para gobernar una comunidad. Esa superioridad moral y ética quisiéramos ver en los próximos alcaldes de Bolivia, país caracterizado por la corrupción generalizada, la desidia y el abandono, particularmente en las alcaldías rurales donde no existe fiscalización alguna.

Lo más próximo al ciudadano son las alcaldías, de ahí que es tangible lo que hacen y lo que dejan de hacer. Por ejemplo, en La Paz tenemos nuevos hospitales, puentes y un buen servicio de transporte público (y educativo) como el PumaKatari —además del Teleférico que es obra del gobierno central.  Estos últimos sirven como pedestal de campaña a dos candidatos a la alcaldía.

Las elecciones subnacionales del 7 de marzo, se presentan como un rompecabezas donde las piezas no encajan. Iré a votar con pesimismo, en un ambiente enrarecido por la demagogia barata y el transfugio político, la carencia de ideales y las propuestas ridículas.

Alcaldía de La Paz 

A uno de los candidatos se le ocurre ofrecer autobuses PumaKatari de dos pisos, como en Londres, lo que supondría talar árboles en las aceras, pues los actuales de un piso apenas pasan debajo. Parece que el sujeto no entiende que el problema no es de espacio, sino de frecuencia y de rutas, es decir, de número de unidades, no de capacidad.

Otro candidato, que fue gerente del Teleférico (donde todas las cabinas tenían como sello de propiedad el rostro de Evo Morales), utiliza el apoyo presidencial en su favor, omitiendo que el proyecto fue realizado con sobreprecio y que es económicamente insostenible. Este candidato fue ilegalmente habilitado por un Tribunal Electoral pusilánime y entregado al gobierno.

Los barrios “de verdad” en las laderas de La Paz han mejorado en años recientes, lo cual tiene dos filos: se ven más bonitos con sus gradas pintadas de colores chillones y sus canchas de deportes, pero por otro lado así se legalizan asentamientos de avasalladores y construcciones fuera de norma, dotando de servicios de agua potable y electricidad a barrios enteros sin planimetría. Basta tomar el Teleférico, para descubrir debajo una ciudad caótica de ladrillo de construcción sin revoque, donde no hay ni un centímetro entre los edificios y las casas. La complicidad es una estrategia electoral, no de desarrollo urbano.

Los grandes proyectos de urbanismo y vialidad de la administración saliente nunca se terminaron en los plazos prometidos inicialmente. La excusa manida es el periodo de lluvias y la más reciente la pandemia, pero precisamente el periodo de confinamiento permitió a otros alcaldes de América Latina terminar obras viales de importancia, ya que no había circulación de vehículos. Bogotá (donde nunca cesa de llover) hizo más: aumentó 80 kilómetros de ciclovías y embelleció áreas verdes. En La Paz “maravillosa” ni siquiera repintaron los pasos de cebra, pero dejaron a las compañías de cable arrancar árboles de cuajo.

En un acto de burda demagogia electoral en favor de su frustrado heredero, el alcalde saliente de La Paz ofrece destinar recursos del gobierno municipal para comprar 250 mil vacunas y priorizar su destino a conductores de minibús y gremiales, algo que ningún país del mundo haría cuando aún no se ha vacunado al personal de salud. La cruel paradoja es que esos dos sectores mafiosos son los que hicieron la vida difícil a la ciudadanía de La Paz, mientras en sus diez años de gestión el alcalde Revilla (por quien voté) cedió al chantaje, incapaz de actuar con firmeza y sabiduría.

Hay muchas áreas grises en la gestión municipal, y parece que no será diferente gane quien gane, porque no se ve determinación para acabar con la corrupción. ¿Alguien propone fiscalizar de oficio las construcciones que se hacen para lavar dinero en efectivo proveniente del narcotráfico y del contrabando? Hay más de 8 mil departamentos vacíos en La Paz, pero los edificios continúan elevándose sin dejar un mínimo espacio para jardines y colapsando los servicios de agua y electricidad. Ningún candidato se atreve a tocar el tema.

¿Alguien ha propuesto formalizar el transporte privado de las mafias sindicales? ¿Alguien propone limpiar las vías de puestos de venta de contrabando, que ocupan no solamente las aceras sino hasta la mitad de las calles? ¿Alguien ha propuesto salvar al rio Choqueyapu y sancionar a los que lo saturan de basura? ¿Alguien se ha comprometido a eliminar la maraña de cables que arruinan el paisaje urbano y controlar a las compañías que no retiran los cables inservibles?

Así como a nivel nacional estamos condenados con un gobierno de mentira, me temo que en los niveles departamentales y locales no tenemos tampoco esperanza.

(Publicado en Página Siete el sábado 20 de febrero de 2021)

 

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Tenemos un Cielo tan piadoso,
que nos envía el daño sin el remedio.
Pedro Calderón de la Barca

01 marzo 2021

Los Forqué en pandemia

Los organizadores de los Premios José María Forqué me invitaron de nuevo como jurado de la categoría “Largometrajes latinoamericanos”. No hay cambios de procedimiento con relación a ediciones anteriores, ya que el visionado y la votación se realizan a través de una plataforma virtual, pero hay diferencias en la calidad de las películas, ya que muchas se filmaron antes de la pandemia y se editaron durante el confinamiento.

Nuevo orden (México) de Michel Franco 

En 2020, solo cuatro fueron pre-seleccionadas en la categoría “Largometrajes latinoamericanos” por un jurado invisible que dejó a un lado filmes importantes como Chaco (Bolivia) o La llorona (Guatemala), para favorecer a dos largometrajes menos trascendentes, lo cual apunta a la necesidad de promover la industria, antes que la calidad de la expresión artística. La tensión entre el cine como espectáculo de distracción evasiva y como representación de la vida y de la historia, se agudiza cada vez más. No es imposible un equilibrio, como demuestran grandes obras, pero lamentablemente algunas apuestan solo al negocio.

Voté por la mejor de las cuatro películas en la recta final de la 26 Edición de los Premios Forqué: la mexicana Nuevo orden (2020) de Michel Franco, que podría describirse como una fábula descarnada sobre la política y la corrupción en América Latina. Esto lo escribí antes de que se conociera el resultado de la votación (en enero), y no me equivoqué, pues la película fue premiada. El relato avanza de manera vertiginosa a partir de las primeras escenas de tensa “normalidad”, donde se celebra el matrimonio de la hija de un ricachón en su lujosa mansión. De pronto se producen hechos que parecen salidos de una pesadilla diurna pero que no son otra cosa que la violencia social que toca a la puerta de quienes nunca la viven como víctimas: una insurrección popular deriva en un sistema político militarizado y corrupto, aún más cruel y sangriento porque se instala como una forma de vida permanente.

Nuevo orden (México) de Michel Franco 

Nuevo orden apabulla por cuanto que el terror que describe no es una ficción cinematográfica sino parte de la realidad cotidiana que no suele mostrarse a la luz de forma tan brutal, pero está en el sótano oscuro de la sociedad: corrupción, asaltos, torturas, asesinatos, chantajes y delaciones son los ingredientes de un caos social que permite al ejército instaurar una dictadura de terror. Los pocos personajes motivados por ideales de solidaridad y justicia son descartados a balazos sin mayor trámite. El toque de queda y la represión permite a los militares hacer jugosos negocios, a la manera de un cartel de narcotraficantes. El “nuevo orden” es un poder fáctico sombrío que controla todo sin piedad.

Uno de los niveles de lectura del film ahonda en las relaciones sociales y de interdependencia entre la burguesía corrupta y sus empleados, leales al extremo de dar su vida. En esa escala de clases sociales que conviven en frágil equilibrio hay ecos de Parásitos, la extraordinaria película de Bong Jong-ho, aunque sin profundizar, como hace la cinta coreana, en los niveles simbólicos.

El olvido que seremos (Colombia-España) de Fernando Trueba

Cerca de la película premiada está en mi preferencia la colombiana El olvido que seremos (2019) dirigida por el español Fernando Trueba y con el protagonista interpretado por el también español Javier Cámara. El filme se basa en el libro de Héctor Abad Faciolince, periodista, escritor y traductor colombiano, que narra la vida y el asesinato de su padre Héctor Abad Gómez, profesor universitario, médico y defensor de los derechos humanos, cuya muerte no ha sido completamente esclarecida, pero se atribuye a las autodefensas (paramilitares al servicio de grandes hacendados).

Hay dos protagonistas en El olvido que seremos: Abad Gómez, personaje amante de la verdad y de la vida, y su hijo, que narra desde su perspectiva de niño y joven la vida familiar con atisbos a la política de las décadas de 1970 y 1980. Durante la primera parte del filme la violencia parece ausente porque el adolescente no la ve o no la entiende. Por eso su entorno, como lo representa Trueba, es de vivos colores, un mundo Kodachrome que subraya la felicidad y armonía de la familia Abad-Faciolince. Pero cuando el joven regresa de estudiar en Italia y comienza a entender el drama de Colombia, las imágenes se tornan en blanco y negro, porque la tragedia de la violencia así lo determina. Hay en esas imágenes contrastadas una referencia a las fotos de prensa, a la crónica roja en blanco y negro, y a las magníficas fotos de Jesús Abad Colorado, cuya muestra tuve la suerte de ver en Bogotá.

El olvido que seremos (Colombia-España) de Fernando Trueba

El film evita la victimización a la que podría prestarse el drama. Por el contrario, muestra a un personaje cuyo compromiso social contagia entusiasmo y alegría. Consecuente con un comportamiento ético antes que una ideología política, Abad Gómez conoce los riesgos pero no está dispuesto a abandonar su labor social ni dejar de expresar públicamente lo que piensa. Asume sin amargura su expulsión de la universidad y los ataques verbales de la sociedad pacata y conservadora de Medellín, donde gobiernan finqueros que se apropian de las tierras de campesinos empobrecidos. Abad Gómez se rige por valores humanos y por la necesidad de cuestionar a una sociedad injusta y discriminadora. Su misión es “enseñar a pensar con libertad” porque “el mero conocimiento no es sabiduría”. Solo eso lo convierte en un marxista subversivo, “aunque nunca leí a Marx”, según confiesa en una entrevista. El filme de Trueba es importante no solo como testimonio del pasado sino del presente.

El robo del siglo (Argentina) de Ariel Winograd 

Sigue en mi lista El robo del siglo (2020) del argentino Ariel Winograd, con un título grandilocuente, diríamos “porteño”. Basado en hechos reales, empieza y termina con una tonada parecida a la de las películas de James Bond. Los asaltantes de un banco son pequeños trúhanes que no quieren hacerle daño a nadie, pero esperan hacerse suficientemente ricos como para vivir bien el resto de sus días.

El guion y los diálogos son precarios, se esfuerzan en afincar la tesis del ladrón bueno que roba a los ricos bajo la premisa atribuida a Bertolt Brecht (explicitada en una escena): “robar un banco es un delito, pero más delito es fundarlo”. Con eso, los Robin Hood de Winograd quedan perdonados de antemano para que el espectador simpatice con ellos. El filme le debe ideas a la saga de Ocean eleven, pero una cosa es la vocación comercial y otra la pretensión de llegar a las ligas mayores del cine, por mucho que quiera pisar las huellas de fortuna de La odisea de los giles (2019), cuyo trasfondo es más político. Este remedo no le aporta mucho al arte del cine, pero quizás a la industria.

Ni el risueño personaje que planea el robo, ni las peripecias familiares de los seis miembros del grupo, ni las torpezas que cometen, convencen, a pesar de las reiteradas referencias cinematográficas que quieren darle legitimidad de “buen cine” mostrando, al pasar, un afiche de Ciudadano Kane.

Agente topo (Chile) de Maite Alberdi

La cuarta película, la sobrevalorada Agente topo (2020) de la chilena Maite Alberdi podría ser el capítulo de un programa de televisión sobre la tercera edad, pero es inexplicable como candidata en un premio que busca calidad cinematográfica. Con la fachada de “documental”, muestra la vida en el interior de un asilo de ancianos donde uno de ellos actúa como “espía” (topo) para informar si son maltratados. La película sensibiliza sobre las condiciones de la vejez y de la soledad en el último tramo de la vida, y en un segundo nivel de lectura presenta una mirada sobre quienes saben que los están filmando desde la cuarta pared invisible que los involucra y exige un determinado comportamiento. Surge una cuestión ética: ¿sensibilización sobre la vejez o invasión impúdica de la privacidad? 

(Publicado en Página Siete el domingo 21 de febrero 2021)

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Un buen vino es como una buena película:
dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria;
es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas,
nace y renace en cada saboreador.
—Federico Fellini