A sus 81 años de edad y con un espíritu
travieso y creativo que ya quisieran tener muchos jóvenes de 30 años (y también yo), LorgioVaca es un ejemplo de equilibrio entre un artista completo y un hombre de
profundos valores humanos que los pone en práctica en su vida cotidiana en su relación con los demás y en su compromiso sincero con Bolivia, con nuestra América, y con el arte.
Su
extraordinaria energía física y moral indica que tiene muchos por delante para seguir
aportando con nuevas obras, y su experiencia acumulada durante más de seis décadas como artista
plástico, es ya un legado invaluable del que todos disfrutamos, dentro y fuera de Bolivia. Por ello, las miradas retrospectivas son
siempre una oportunidad especial para apreciar su obra.
Por esas coincidencias que disfruto cuando
ocurren, me tocó estar en Santa Cruz de la Sierra en los días en que se exhibía
una muestra dedicada a la obra de Lorgio Vaca, en la galería Manzana 1 Espacio
de Arte. La muestra remite a la obra mural de Lorgio entre 1951 y 2011, de la
que los ciudadanos cruceños tienen muestras abundantes, pues hay más de veinte
plazas y edificios públicos y privados de la capital oriental que están
engalanados con obras de Lorgio Vaca. Como su obra monumental está dispersa,
esta muestra tiene la virtud de reunir en un solo lugar los bocetos, las
maquetas, las fotografías y reproducciones que constituyen una manera de narrar
la biografía de sus murales.
Las grandes figuras en relieve de
cerámica que apreciamos en tantos espacios públicos de la ciudad -que hace unos
años tuve el privilegio de recorrer con el propio Lorgio durante todo un día,
mientras lo filmaba y fotografiaba- nacieron en bocetos, dibujos o lienzos de
formato chico que esta muestra reúne para darnos una idea sobre el proceso de
creación del artista pero también sobre la dimensión monumental de su obra. Y
ahora he tenido otra vez con Lorgio, la oportunidad de recorrer la muestra y
escuchar las historias de Lorgio sobre cada pieza.
Los murales de Lorgio son inconfundibles
allí donde se encuentran. Curiosamente no fue su ciudad, Santa Cruz, la primera
en acogerlos. El primero fue “Educación para la Paz y la libertad” (1956), que
pintó en la ciudad de Sucre junto a Gil Imaná, ambos del Grupo Anteo que
lideraba Wálter Solón Romero. El siguiente fue “Historia de la libertad en el
Perú” (1960), en Lima. En 1965
hizo el mural de la cripta del Mariscal Andrés de Santa Cruz, en la Catedral de
La Paz, y recién en 1970-1971, “La gesta del oriente boliviano”, fue su primer
mural público en Santa Cruz de la Sierra, en el Parque del Arenal.
Las décadas de 1970 y 1980 fueron las más
prolíficas, sus obras se multiplicaron en Santa Cruz y otras ciudades: “La
cooperativa humana” (1973), “La integración nacional” (1974), “Cristo viene del
trigo” (1977), “El hombre, barro y estrellas” (1980), “Homenaje a Cañoto”
(1983), “Homenaje a Melchor Pinto”
(1985), “El camino hacia la paz es tan ancho como el universo” (1988), “Nuestra
señora del maíz” (1989), entre muchos otros hasta llegar a los cuatro murales
“Celebración de Montero” (1999-2000). Si bien una parte de su obra es pública,
ha sido la empresa privada la que ha financiado la mayor parte de su obra en
hoteles, colegios, iglesias y bancos, lo que demuestra el escaso interés que ha
manifestado siempre el Estado boliviano, antes y también ahora, en promover el
arte.
A fines de agosto del 2010, una de sus
obras más emblemáticas, el doble mural en la isla del Parque del Arenal, 240
metros cuadrados de cerámica policromada y vidriada, donde se narra la historia
de la ciudad, sufrió un accidente que parece un atentado, o un atentado que
parece un accidente. Una garrafa de gas estalló en el Restaurante las
Castañuelas, situado en medio del edificio que alberga en sus paredes exteriores
los murales de Lorgio Vaca, y los destruyó en un 70%.
En otro país con sentido
común y leyes que se cumplen, eso daría lugar automáticamente a una demanda
millonaria en contra el dueño del restaurante o contra el gobierno de la
ciudad, responsable de las áreas públicas, pero en este caso, en lugar de una
demanda, la ciudad de Santa Cruz recibe como siempre una sonrisa de Lorgio, que
ya ha hecho tanto por ella, resignado una vez más a vivir episodios como este y
dispuesto a rehacer el mural.
En esta oportunidad parece que se trató
de un accidente, pero en otro caso muy sonado, pocos años atrás, no fue
así. Una de las obras murales de
Lorgio en la plaza principal de Montero, la ciudad a 50 kilómetros al norte de
Santa Cruz de la Sierra, fue lastimada por un vándalo y medio centenar de enardecidos
destemplados que destruyeron con cincel y martillo una porción del mural donde
aparecía el rostro del Ché Guevara junto a una whipala, la bandera multicolor de los aymaras.
El relato publicado en El Deber, el 19
de enero del 2007, es escalofriante y dice mucho de esos bárbaros con cerebro
del tamaño de una nuez: “A la cara, a la cara, coreaba enardecido medio
centenar de personas a un hombre que con un martillo y un cincel removía la
imagen del Che Guevara de uno de los murales realizados a pedido del municipio
de Montero (ciudad perteneciente al Departamento de Santa Cruz) a Lorgio Vaca,
y cuya inauguración está prevista para el próximo 15 de febrero. Aunque en un
comienzo el hombre del martillo se mostró dubitativo, los gritos de su público
le dieron fuerza para terminar a golpes con la figura del emblemático guerrillero
y con la wiphala (bandera indígena) que lo acompañaba”.
Aunque la ciudadanía de Santa Cruz
censuró el hecho, y la autoridades hicieron un acto de desagravio, Lorgio
decidió dejar el mural tal cual, para que nadie se olvide de la intolerancia de
esos atrabiliarios cuyos 15 minutos de gloria en la vida están marcados por el
fuego de la destrucción. Indignado, escribí entonces en Bolpress un artículo,
“Los bárbaros contra el arte”, en el que concluí: “Si Lorgio no
fuera tan generoso como siempre ha sido, trasladaría esos murales a otro lugar
y dejaría a Montero con un gran vacío.”