30 agosto 2013

Ricardo, fragmentos

Escribir sobre la muerte de un amigo tan próximo me paraliza, me cuesta. Quiero hacerlo pero siento la tensión entre el dolor y el desasosiego, una forma de molestia, de sentimiento de abandono, de inutilidad, de rabia ante el tiempo injusto.

Ricardo en 1984 
Luego de casi 35 años de amistad y de haber seguido la evolución artística de Ricardo Pérez Alcalá, de haber registrado en audio, en cine y en video muchas horas de entrevistas con él, realizadas en Bolivia y en México, me parece superfluo hacer un resumen, una síntesis de lo que no se puede sintetizar, de lo que más bien merece mucho espacio y tiempo para desplegarse.

Por ello, en esta nota no hago sino repetir lo que dije en el Cementerio Jardín, en La Paz, a medio día del domingo 25 de agosto, cuando enterramos a Ricardo. Luego vendrá el libro y documental que tengo pendiente sobre él, en los que veníamos trabajando desde hace tantos años, como si la vida fuera interminable.

A mediados de los años 1970 entré en la calle Colón al Salón Municipal Cecilio Guzmán de Rojas y descubrí unas acuarelas que me impresionaron. Se trataba de vistas interiores de una iglesia, probablemente San Francisco, no lo recuerdo en este momento. Me sorprendió la profundidad de campo, los ángulos en picado y contrapicado, los colores pálidos de la penumbra. Ricardo era el autor.

Viajamos juntos a Potosí, fue una experiencia única tenerlo como guía de la ciudad donde nació y se hizo pintor. Muchas de las cosas que me había contado con ese su estilo de evocar la realidad en un tono mágico, se revelaron como exactas. Me llevó a ver el álbum de Don Fortunato Díaz de Oropeza, uno de sus  maestros, depositada en la caja fuerte de la Casa de la Moneda. Todo lo que me había contado era cierto: la postales pintadas en el álbum con un realismo extraordinario, los detalles de las estampillas, de un cerrillo quemado, un insecto atrapado entre las hojas, todo dibujado con maestría. Todo era tan bueno como Ricardo lo había descrito, incluso los helados de canela.

En México, 1982
Fue a partir de 1980 que tuve oportunidad de frecuentarlo más, cuando llegué exiliado a México. Allí se desarrolló nuestra amistad de más de tres décadas, que se fue tejiendo como si nunca pudiera llegar a un fin.

Para él no había sido fácil establecerse en México luego de un periplo por Perú, Ecuador y Venezuela. Me contaba con esa seriedad fingida que disimulaba su finísimo humor, que había tocado en su vida muchas puertas que nunca se abrieron: “Al final terminé pintándolas”. Todos recordamos los profundos zaguanes y las puertas viejas que pinto en acuarelas gigantes.

En México tenía dos talleres, el de acuarela y el de óleo, “porque agua y aceite no pueden mezclarse”, decía. Fuimos a buscarlo varias veces con Coco Manto, y como no estaba Coco escribió sobre la puerta de metal “andando nomás paras”. 

Venía a casa y yo le ponía al frente un cuaderno para que mientras conversábamos, se entretuviera dibujando a amigos y otros personajes de Bolivia. Así, se fueron sumando caricaturas de Oscar Cerruto, Jaime Sáenz, Augusto Céspedes, Enrique Arnal, René Bascopé, Coco Manto, Juan Carlos “Gato” Salazar, Norah Claros, Gíldaro Antezana, Cristina de Quiroga y varios dibujos míos, de los cuales usé uno en la contraportada de mi libro Sobras completas (1984). En 1990 me dejó usar en la portada de otro de mis poemarios, Sentímetros, uno de sus cuadros más hermosos, realizado con la técnica de acuarela sobre tabla que él llevó a la perfección. Él también escribía versos, clandestinamente, compartió algunos conmigo. Recuerdo que una vez dejó grabado en el teléfono de casa un breve poema que había escrito para su madre.

Ricardo con uno de los cuadros que tengo de él
Durante los años que estuve trabajando en África y el Caribe, nuestro contacto se redujo al teléfono y a las cartas. El regresó a Bolivia y yo lo visitaba cada vez que llegaba a La Paz, un par de veces cada año. Le traía chiles de México para sus deliciosos platillos o salíamos a comer a sus restaurantes favoritos.

Ricardo se compró un peñón de roca cerca de Aranjuez, al otro lado del río, y durante una época estuvo entusiasmado con una idea extraordinaria, muy propia de él: construir su casa dentro de ese peñón, a la que se podría acceder mediante un ascensor. Iba en serio, hizo los planos detallados de la construcción. Desde afuera se verían solamente las ventanas. Poco a poco esa idea se fue desvaneciendo a medida que crecía la casa que diseñó en Irpavi, y que apenas ocupó hace algunos meses, luego de quince años de construirla con todos sus detalles, como a él le gustaba pensar la casa “para morir”.

Cuando llegué a La Paz hace un par de meses lo llamé por teléfono: “Ya venimos para quedarnos”. Se alegró: “Qué bien, ¿y dónde van a vivir? Le respondí: “Vamos a irnos a tu casa…” Lo tomó literalmente: “Qué lindo, vengan cuando quieran”. Entonces le aclaré que habíamos alquilado una de las casas diseñadas y construidas por él, y se alegró aún más. Durante las semanas siguientes hablábamos casi todos los días de esa casa, me preguntaba si los ciruelos habían florecido, y comentaba todos los detalles que de esa casa excepcional.

En su casa de Irpavi, el 25 de julio 2013
Exactamente un mes antes de despedirlo en el cementerio, el 25 de julio tomé las últimas fotos en su casa de Irpavi, diseñada como un dibujo del holandés Escher. Me invitó una versión propia del ajiaco colombiano, delicioso, como todos los platos que preparaba con doña Marina y siempre en presencia de Rina Mamani, su discípula.

Su fino humor lo acercaba afectivamente a todos sus amigos. Le doy crédito que se merece cada vez que cuento a amigos de todo el mundo una de sus ocurrencias más divertidas: “Se ha muerto Picasso, se ha muerto Dalí… últimamente yo mismo no me estoy sintiendo muy bien”, me dijo hace 20 o 25 años.

A lo largo de su vida Ricardo pintó más de seis mil obras.  Nunca estuvo sin pintar, pintaba desde que abría los ojos cada mañana, pero en los meses recientes la vista le fallaba y había dejado de hacerlo. El martes 13 de agosto, dos semanas después de su cumpleaños, lo operaron de cataratas en un ojo. Lo acompañé a la clínica con su familia más cercana y con Rina. Estaba tranquilo cuando ingresó al quirófano. Tenía muchas ganas de volver a pintar.

Luego de su cirugía hablamos todos los días, yo lo llamaba para preguntarle si notaba una mejoría en su vista. El jueves 22 de agosto le conté que iba a viajar a México y me pidió que le trajera chile ancho, que se le había acabado. Al día siguiente lo llamé de nuevo en la mañana y ya no contestó. Se quedó dormido, todavía no sabe que está muerto.

Puebla de los Ángeles, 30 de agosto 2013 


17 agosto 2013

¿Ley o trampa?

Como sucedió con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual de Argentina, la Ley Orgánica de Comunicación ecuatoriana ha sido recibida con alborozo, cautela o crítica cerrada, según quién se exprese sobre ella.  Me queda claro que los más críticos son los que antes de leerla ya sabían lo que iban a decir, pero me preocupa que esas críticas sean tan sesgadas, que por una parte distorsionan la verdad sobre el proceso que se siguió para poder contar con la ley, y por otra la interpretan a partir de suposiciones de lo que supuestamente se esconde detrás del texto: la intención del gobierno de Correa de controlar a los medios en su favor.

Por ejemplo se dice que el proyecto de ley que se aprobó es un proyecto gestado por el oficialismo, pero yo recuerdo que durante años las organizaciones de la sociedad civil llevaron adelante un proceso de consulta para elaborar una propuesta. Eso no se menciona. ¿Se ningunea el esfuerzo de concertación de la sociedad civil o realmente el proyecto que se aprobó es un proyecto gestado en el oficialismo?

Sobre este tema sostuve hace poco un diálogo con José Ignacio López Vigil que ha participado, junto a otros especialistas y organizaciones de la sociedad civil, en el diseño de la propuesta de ley que, con modificaciones, fue aprobada por la asamblea ecuatoriana.  El diálogo completo se publicó en el número 128 de la revista Nueva Crónica. Para quienes no tienen acceso a la revista, comparto el texto a través de este blog.

José Ignacio López Vigil 
José Ignacio López Vigil: La verdad es que desde hace más de 20 años, cuando el levantamiento indígena de los años 90, varias organizaciones sociales y campesinas pelean por tener radios comunitarias. En el 95, varias redes de comunicación, entre ellas CIESPAL, trabajaron para incluir en la Ley Reformatoria el concepto de “medios comunitarios”. No fue posible. Las autoridades de entonces tergiversaron todo, hicieron una extraña equivalencia entre “comunitario” y “comunista”, permitieron “radios comunales” pero con prohibición publicitaria, limitación de potencia y las pusieron bajo el estatuto de seguridad nacional. Seguimos luchando y en el 2002 se logró cambiar algo. Pero hubo que esperar a la Constitución del 2008 para incluir al sector comunitario a la par que el público y el privado. Esto no fue por orientación del gobierno, sino por el trabajo largo y militante de muchas redes y organizaciones populares. La Ley que se ha aprobado ahora no ha sido gestada por el gobierno. Muchos de sus artículos provienen de este esfuerzo de la sociedad civil. Destaco entre los mejores la reserva del 34% de las frecuencias de radio y de TV para el sector comunitario, lo que hace unos años hubiera parecido un sueño.

AGD: Los comentarios de instituciones y personas independientes, que son los que más me interesan por ser los más serios y responsables, sugieren que algunos aspectos de la propuesta de la sociedad civil fueron sacrificados.  

JILV: El mayor vacío de esta Ley se refiere a las nuevas tecnologías, al internet, a la telefonía que no ha sido incluido y lo han descoyuntado para una “ley de telecomunicaciones”. Por más que peleamos, no logramos que se entendiera la convergencia digital, que hoy día no se pueden separar contenidos de soportes. Otro aspecto donde perdimos fue en la composición gubernamental y no ciudadana del Consejo de Regulación de la Comunicación.

AGD:  La Ley se aprobó sin que el congreso debatiera todos los artículos, ¿cómo sucedió?

JILV: La Ley lleva más de cuatro años de gestación. En la anterior Asamblea se discutió en dos debates el proyecto de Ley. Pero después cambió la Asamblea (ahora tiene mayoría absoluta Alianza País). Y cambió también en varios artículos el proyecto de Ley. Esos nuevos artículos (algunos bien sensibles, como la composición del Consejo de Regulación y la introducción de una Superintendencia de Comunicaciones) no se debatieron en la Asamblea. Se aprobaron en un par de horas levantando manos de asambleístas.

AGD: El tema de la censura previa suele ser el caballito de batalla de quienes defienden a los grandes medios y atribuyen al Estado intenciones maquiavélicas. A mi entender la libertad de expresión estará mejor cuidada, porque ya no dependerá del arbitrio y del humor de personeros del gobierno, sino que tendrá que ejercerse responsablemente de acuerdo al texto de la Ley. Toda vez que la Ley fija parámetros claros, no debería existir autocensura pero si autorregulación responsable. ¿Hay algún resquicio en esta Ley que permita que el gobierno ejerza la censura previa? ¿Hay riesgos de que el ejecutivo pueda sancionar al margen de los canales judiciales que establecen las leyes?

JILV: Si el texto de la Ley se cumpliera, no habría riesgos de censura previa. El problema es que quienes quedan encargados de hacerla cumplir no tienen suficiente independencia, están nombrados por el Ejecutivo o son cargos de su confianza. Algunos artículos medio ambiguos permitirían, sí, discrecionalidad. Ahora bien, la tremenda campaña presentando la Ley como una “mordaza”, sin duda, llevará a algunos periodistas a actitudes de autocensura. La Ley no incluye sanciones penales, sino administrativas.

AGD:  Quienes se oponen a la ley y en general a cualquier mecanismo que regule el funcionamiento de los medios de información consideran que el establecimiento de normas deontológicas es un dispositivo de censura, pero no tienen la honestidad de reconocer que esas normas existen en todos los países que cuentan con leyes de servicios de comunicación, por ejemplo en Europa y en América del Norte.

JILV: Las normas deontológicas que se enumeran en el artículo 10 de la Ley son correctas, bien orientadas, casi diría elementales para el buen ejercicio periodístico. Personalmente, no veo ningún problema en ellas.

AGD: Me ha sorprendido también en las críticas que se hacen a la Ley, la oposición a la promoción de producción y contenidos nacionales. Me recuerda el debate sobre la excepción cultural que libró Francia contra Estados Unidos, que pretendía que la cultura sea un bien comercial como los jabones o los automóviles. Francia y otros países europeos defendieron la diversidad cultural y la necesidad de proteger la producción de bienes culturales nacionales. Lo que algunos aplaudieron en la posición europea, ahora critican a la Ley ecuatoriana que establece tiempos mínimos para la difusión de producción nacional.

JILV: La Ley establece un 60% de producción nacional en los canales de TV. Un 10% de producción independiente. Un 50% de música nacional. Todas estas cuotas son estupendas normas para fomentar la identidad nacional, para salir de la programación gringa enajenada en que nos movemos. Creo que estas cuotas son de las mejores cosas que incluye la Ley y los artistas, en general, están contentos con ellas.

AGD: Quizás los aspectos más importantes una vez que la Ley ha sido aprobada por amplia mayoría en la Asamblea Nacional son dos que tienen que ver por una parte con la conformación de un ente especializado y descentralizado encargado de tomar las decisiones y con la elaboración de disposiciones concretas que lleven a la práctica los lineamientos legales. ¿Existe el riesgo de que el Consejo de Regulación y Desarrollo de la Comunicación sea copado por el Estado?

JILV: El Consejo está conformado por cinco miembros. El primero y que lo preside es nombrado por el Ejecutivo. Después está un representante de los Gobiernos locales, otro del Consejo de Participación ciudadana, otro de los Consejos de Igualdad y un miembro de la Defensoría del Pueblo. En sí misma, esta conformación no sería rechazable. Pero, en la práctica, el Ejecutivo controla la mayoría de esos cinco puestos. Ese es el riesgo, sí.

AGD: La pregunta que se impone es si Ecuador está mejor ahora con Ley que antes sin Ley. A pesar de sus lagunas la Ley, establece límites a los monopolios mediáticos, favorece a los medios públicos y comunitarios  de una manera equilibrada y justa, y protege la cultura nacional frente a la invasión de productos enlatados de pésima calidad.  Ojalá la televisión comercial, que es una basura como en la mayoría de los países de la región, mejore en los próximos años. 


JILV: La Ley que acaba de ser derogada con la nueva venía de los tiempos de la dictadura de Rodríguez Lara, luego maquillada en el 95. Era una Ley discriminatoria, mediocre, obsoleta. Claro que Ecuador necesitaba una Ley de Comunicación y está mejor con esta Ley que con la anterior, o sin ninguna. La limitación de los monopolios (sólo se puede tener una concesión para FM, una para AM y una para TV) es digna del mejor aplauso. Igualmente, la distribución tripartita del espectro entre el sector público, el privado y el comunitario. Creo que hemos dado un gran paso de avance. Pero hay lagunas, hay artículos que deben ser mejorados. Y sobre todo,  la ciudadanía, gestora en buena parte de esta Ley, debe estar vigilante para que los funcionarios públicos la apliquen con transparencia y honestidad. Ese es el desafío para esta nueva etapa. 

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Muchas veces las leyes son como las telarañas:
los insectos pequeños quedan prendidos en ellas;
los grandes la rompen.          —Anacarsis

11 agosto 2013

Rina, acuarelista

Alguna vez mi amigo y gran acuarelista Ricardo Pérez Alcalá me dijo que lo más difícil en la acuarela era pintar los pisos, el suelo, y que en hacerlo bien o hacerlo mal estaba la diferencia entre un acuarelista maduro y otro con menos dominio de la técnica.

Ese mismo consejo, y seguramente miles más, le ha dado a lo largo de varios años a su discípula Mónica Rina Mamani, una joven pintora de El Alto cuya exposición visité, guiado por ella, en estos días en la Galería Arte 21, en calle Pankara No 1002 entre 21 y Montenegro zona San Miguel. La muestra cierra el 15 de agosto, razón para visitarla cuanto antes.

Hace poco más de un año Mónica Rina Mamani presentó su muestra anterior en las salas del Tambo Quirquincho, en La Paz, 41 cuadros reunidos bajo el título “Mi tiempo”.  Estuve la noche de la inauguración, acompañando a Mónica y a Ricardo Pérez Alcalá, su maestro y mentor, y escribí una nota saludando la emergencia de la joven pintora de El Alto. Ahora vuelvo a hacerlo para celebrar su consolidación como una de las pintoras más importantes de la novísima generación.    

No quiero decir mucho sino a través de las palabras de la propia Rina y de las imágenes de sus obras en esta muestra que reúne por una parte paisajes bucólicos, por otra naturalezas muertas y finalmente dos acuarelas que representan mujeres, una de ellas un desnudo muy bello. En el breve video Rina habla de su camino en la pintura y de las enseñanzas de su maestro, Pérez Alcalá. 



Tal como lo señalé en 2012, en los cuadros de Mónica Rina Mamani es clara la influencia de Ricardo Pérez Alcalá cuya tutela le ha permitido alcanzar la excelencia técnica, trabajando en un universo temático que sin duda está todavía contaminado por la mirada de su mentor. Al igual que Ricardo, Rina rehúye el facilismo de una pintura de poco detalle y técnica precaria, que con frecuencia esconde la arrogancia o la inseguridad de los artistas que comienzan con ganas de “cambiar la pintura” o de "cambiar el mundo". Como su maestro, Rina prefiere hacer un camino más pausado y más firme, y así ha logrado establecerse como una artista que domina la técnica y que puede pintar en acuarela ya sea un paisaje, una naturaleza muerta o un desnudo. La experimentación estilística y temática más allá de estas fronteras clásicas vendrá en su debido momento, una vez que los desafíos técnicos hayan sido dominados.

Las mazorcas de maíz, los viejos baúles de cuero, las marraquetas de pan, los quirquinchos o el brillo intenso amarillo de los membrillos o rojo de las granadas en una naturaleza viva aunque estática, guían el recorrido por la muestra. Quizás lo que más sorprende a los visitantes son los dos cuadros que representan a mujeres, los únicos donde los personajes son centrales. En esos dos cuadros se despliega la imaginación de Rina y trasluce su necesidad de no solamente representar la realidad como es sino de interpretarla con rasgos oníricos.

La trayectoria de Mónica Rina Mamani continua fortaleciéndose en la medida en que ella adquiere un mayor dominio la técnica. Sobre la solidez que ha mostrado hasta ahora en su pintura tendrá que ir construyendo paulatinamente una obra propia, como un gajo independiente que brotará en el terreno fértil abonado por Pérez Alcalá. Ambos son conscientes de que el tiempo los irá separando estilísticamente, poco a poco Mónica encarará los temas que prefiere y lo hará con su manera personal y única de mirar y pensar la realidad.  

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Yo no pinto lo que veo, pinto lo que pienso
                 – Pablo Picasso


05 agosto 2013

Autores en feria

Un  libro es un objeto de papel, generalmente rectangular, que entre dos tapas de cartón o de cartulina contiene una cantidad determinada de hojas numeradas, cada hoja está impresa de ambos lados y cada lado recibe el nombre de página. Las hojas están cosidas o pegadas a la izquierda, de modo que el libro se abre por el lado derecho. La portada del libro contiene el título, el nombre del autor y el sello editorial, mientras que la contraportada suele exhibir una nota de presentación del libro o del autor, o ambas.

En las páginas de un libro hay textos, párrafos, líneas, palabras que pueden ser narraciones, poemas o ensayos. Lo apropiado, cuando uno tiene un libro en la mano, es leerlo, sin embargo algunas personas, sin abrirlo, lo colocan alineado verticalmente junto a otros sobre una estantería, llamada biblioteca, que a veces puede constar de cientos o miles de volúmenes, más o menos abandonados al polvo.

Cuando se usa, un libro es un objeto lúdico, porque además del placer que produce leer su contenido, está el goce incomparable de tenerlo en las manos, de admirar el diseño de la tapa, de abrirlo y oler sus páginas, de sentir el peso de su cuerpo y en las yemas de los dedos la textura del papel.

La descripción anterior es casi imprescindible porque para muchos jóvenes el libro es un objeto en desuso y en vías de extinción, casi no lo conocen ni tienen en sus casas algo que se parezca a una biblioteca. En un mundo tan plástico, el papel y la noble tinta ya no están de moda, incluso las envolturas para regalo son de plástico brilloso.

Muchos jóvenes han reemplazado los libros por una serie de dispositivos electrónicos táctiles, llamados tabletas, pads o pods (en inglés), que pueden contener una cantidad casi ilimitada de información, miles de libros, muchas bibliotecas en la palma de la mano.

Esos jóvenes que tienen a su disposición la memoria del mundo, dicen que en sus tabletas almacenan miles de libros electrónicos, y que no necesitan libros de papel. Ojalá, porque lo que me ha tocado comprobar muchas veces es que ni siquiera teniendo a la mano o en el bolsillo tanta información la pueden procesar en la vida cotidiana. Viven pegados a prótesis electrónicas de impresionante capacidad y velocidad, y son muy duchos para hacer que esos objetos hablen varios idiomas, tomen fotografías y video, suenen con timbres y músicas de infinita variedad, se comuniquen con el otro lado del mundo instantáneamente y realicen complejas operaciones comerciales, pero a juzgar por lo poco que retienen en la memoria y lo poco que saben de lo que pasa en el país y en el mundo, parecería que los jóvenes usan sus prótesis electrónicas para todo, menos para leer.

Por eso es tan estimulante una feria de autores como la que organizó Elías Blanco Mamani en Villa San Antonio, el 16 de julio de 2013, en la que participé junto a otros colegas escritores. Villa San Antonio es lo que a veces llamamos un “barrio popular”, como si el pueblo no viviera en todas partes. Lo que cabe destacar es que esta comunidad de pobladores de Villa san Antonio ha sido capaz de muchas cosas en meses recientes, y quizás la más importante de todas ha sido la de conocerse y reconocerse como vecinos, y actuar colectivamente por el bien de todos.

La feria de autores no es sino uno de los resultados intermedios de un proceso de organización que comenzó cuando los vecinos se opusieron a que el único parque del barrio, aledaño a la Casa de la Cultura Jaime Sáenz, fuera arrasado para construir allí un hospital. Un hospital es una buena cosa pero un parque es mejor porque es un espacio público de encuentro, un pulmón de árboles, un centro de gravedad de la comunidad. Los vecinos supieron distinguir la prioridad: un hospital puede salvar vidas, pero un parque público es un espacio de articulación comunitaria. Al hospital le buscarán otro espacio, pero nadie tocará los árboles de su parque.

“Antes, los vecinos ni siquiera nos conocíamos” dice Elías Blanco Mamani, creador del Museo del Aparapita y del Diccionario Cultural Boliviano que ya cuenta con 2.250 entradas de “forjadores de la cultura boliviana” (nadie sabía que éramos tantos), y casi medio millón de visitas. Elías es uno de esos activistas de la cultura capaces de movilizar a personas e instituciones sin ofrecerles nada más que su amistad y su entusiasmo.

Así consiguió que la feria de autores pudiera contar con la música de una banda del ejército y de la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos (OEIN). Además, pases de magia, relatos de cuentacuentos, y los Títeres El Waky, así llamados en memoria de Waki Cajías, gestor cultural desaparecido prematuramente. La escritora cruceña Dolly Peña Pedraza sorprendió con la edición de su libro Mojada, cuyo papel especial elaborado con polvo de piedra no se moja aunque uno lo sumerja largo tiempo en una cubeta de agua. Ideal para leer en la tina de baño, solo o acompañado.

Villa San Antonio acogió a diez escritores, lo que permitió  coincidir a colegas y amigos como Manuel Vargas, Humberto Quino, Gaby Vallejo, Ariel Pérez, Lupe Cajías y Luis Oporto Ordoñez, entre otros. Cada quien con sus libros, publicados con esfuerzo propio o por editoriales nacionales. Los vecinos de Villa san Antonio pidieron a los escritores apadrinar los árboles del parque y escribir un poema sobre aquel que eligiéramos, como si nuestros versos pudieran armar una coraza para protegerlos.

Ocasiones similares a esta regresan a la memoria con ecos amistosos o a veces como fantasmas. Recordé la feria de libros de autores que urdimos en 1980, apenas 3 días antes del golpe de García Meza, y las que organizamos con el retorno de la democracia, hace más de tres décadas. La regla era la misma que ahora: cada autor con sus propios libros, no se admiten ni libreros ni editoriales.  

Hace treinta años, los escritores disfrutábamos la idea de vender nuestros libros directamente a los lectores. Solíamos pararnos codo a codo en El Prado de La Paz o en la Plaza 25 de Mayo de Sucre. En una mañana vendíamos más ejemplares que durante un año en una librería. Los lectores de entonces estaban ávidos de conversar con los autores, no solamente de conseguir una firma.

Conservo la convocatoria que hicimos para una “Caza de autores” que tuvo lugar el domingo 4 de mayo de 1986. Varios de aquellos colegas y amigos ya no están con nosotros: René Bascopé, Antonio Paredes Candia, Jorge Catalano, Alcira Cardona, Fernando Baptista, Blanca Wiethuchter, Marcelo Urioste, Silvia Mercedes Ávila, Julio de la Vega… y otros viven más allá de nuestras fronteras: Oscar Rivera Rodas, Pedro Shimose, Leonardo García Pabón… Conservo aún una lista con sus teléfonos de seis cifras, no habían celulares, ni radio taxis, ni pid-pad-pods.

Nos reunimos también en Sucre en la Cuarta Feria del Libro de Autores Bolivianos el 8 de julio de 1986 y se nos ocurrió elaborar un documento titulado un tanto pomposamente “Declaración de Chuquisaca” en el que en ocho puntos: (1) reclamábamos por la postergación cultural; (2) denunciábamos las restricciones presupuestarias del Estado hacia la cultura y la educación; (3) urgíamos la organización de un Congreso Nacional de Cultura; (4) mostrábamos nuestra extrañeza porque Sucre, la capital del país, no contara con un diario; (5) deplorábamos la inexistencia de una Casa de la Cultura en Chuquisaca; (6) manifestábamos nuestro apoyo al juicio a García Meza y sus secuaces que se llevaba a cabo entonces; (7) solicitábamos el apoyo de las autoridades para continuar con las ferias de autores; y (8) agradecíamos la hospitalidad de la población de Sucre.

No recuerdo cuantos escritores participamos en esa feria de autores en Sucre, pero el documento que aún conservo en una fotocopia de alcohol con tinta morada, está firmado por Néstor Taboada Terán, Antonio Paredes Candia, Luis Ríos Quiroga, Alcira Cardona Torrico, Humberto Quino, Hernán Ludueña, Hugo Molina Viaña, Alfonso Gumucio Dagron y Máximo Pacheco Balanza.

Quizás si los jóvenes recuperan el hábito de la lectura y el amor por los libros, podamos seguir organizando las ferias de autores. Pero me temo que los chicos y las chicas plásticas ya están atrapados sin salida en sus prótesis electrónicas y en esa forma de autismo colectivo que los hace estar al mismo tiempo maravillosamente conectados con el espacio cibernético y tristemente aislados del mundo real.


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Teme al hombre de un solo libro.
—Santo Tomás de Aquino