27 abril 2010

Oaxaca, todo cielo

Volver a Oaxaca luego de más de dos décadas puede ser peligroso para la ilusión. Mi memoria había preservado de Monte Albán y de Mitla un escenario diferente al que encontré esta vez, sobre todo en Mitla, que hoy descubro apretujada en medio del pueblo del mismo nombre, víctima de su propio éxito entre los turistas.


Aunque más cerca de Oaxaca, Monte Albán se beneficia de su aislamiento en lo alto de un cerro -varios cerros en realidad, donde siguen los descubrimientos- manteniendo su señorial soledad. Más seco y menos verde que en mi memoria, pero igualmente majestuoso y dominante sobre la ciudad que ha crecido a su alrededor. No puede uno dejar de pensar que este fue durante más de mil años (500 a.C. | 800 d.C.) el centro de la cultura zapoteca, cuya influencia fue enorme en el istmo de Tehuantepec.

De las cosas más interesantes en Monte Albán, son los bajorrelieves conocidos como “los danzantes”, personajes cuyas posturas extrañas han generado diversas especulaciones sobre su origen. Alfonso Caso pensaba en 1947 que las lápidas representaban a guerreros y prisioneros de guerra; esa tesis fue desarrollada por Michael Coe en 1962. Mario Pérez Ramírez sugirió en 1963 que no se trata de la representación de personas que bailan, ni de prisioneros torturados y castrados, sino de casos patológicos, es decir, personas enfermas y con deformidades: un hombre barbado que se agarra el estómago, otro que eyacula, una mujer que da a luz… La disposición de estas estelas, una al lado de otra contra un muro, dan a pensar que quizás se trató de una exposición “fotográfica” de aquella época.

Aunque me cuentan que hay una serie de negociados por detrás, lo cierto es que el centro colonial de Oaxaca lleva varios años en proceso de remodelación y está quedando muy lindo con sus calles peatonales y las manifestaciones culturales que tienen lugar todos los días. Bailes y conciertos callejeros van y vienen en las inmediaciones del parque central o de Santo Domingo, que es una joya como ninguna otra, con el techo del sotocoro completamente cubierto de figuras policromadas. Santo Domingo no es solamente una iglesia, sino un centro cultural enorme. Su explanada anterior se ha beneficiado del diseño propuesto por Francisco Toledo, el gran pintor juchiteco.

El maestro Toledo es un referente tan importante en Oaxaca como Santo Domingo o los moles. Y lo es por todo lo que ha aportado a la ciudad pero además por el Centro de Artes que creó en una antigua fábrica de textiles en San Agustín Etla, a unos 20 kilómetros de Oaxaca. El edificio del Centro de Artes parece un palacio, antes que una fábrica. Sus espacios son magníficos y están muy bien aprovechados para presentar exposiciones, como la actual retrospectiva  de cerámica de Gustavo Pérez, en el segundo piso, bellísima.

Oaxaca tiene muchos años de historia, y quizás eso se ve en el gigantesco ahuehuete de Santa María de Tule, un ciprés (taxodium mucronatum), inscrito en la lista tentativa de Patrimonio Mundial de la UNESCO y árbol nacional del país desde 1910. Este ahuehuete tiene cerca de dos mil años, y sigue ofreciendo una generosa sombra. Pesa 636 toneladas, mide 14 metros de diámetro y 58 de circunferencia, lo que equivale a unas 38 personas agarradas de las manos a su alrededor, un gran abrazo que uno no puede darle porque hace algunos años pusieron una valla de hierro a su alrededor.

Quien dice Oaxaca dice “la tierra de los siete moles”. La competencia entre Puebla y Oaxaca es cerrada, pero ganan los oaxaqueños por la variedad: mole negro, mole almendrado, mole chichilo, mole amarillo, mole verde, mole coloradito y mole mancha manteles… a cual más rico, aunque más dulzones y menos espesos que los poblanos. En la Hacienda Santa Martha uno puede darse un atracón sin piedad por solo 120 pesos mexicanos que cuesta el buffet, con el añadido de una “sopa de guía” (la planta trepadora del calabacín), un helado de leche quemada y un mezcal minero. Hasta probé una pizca de chapulines, insectos bandera de la gastronomía oaxaqueña, pero sentí más el sabor del limón que el de los saltamontes.

Regresé de Oaxaca con un galón del mejor mezcal casero, que me tenía reservado Carlos Plascencia Fabila, activista de todas las causas justas, desde las radios comunitarias hasta el derecho al agua.  Este mezcal blanco o “minero” es el que sale directito del alambique, la más pura destilación de la penca del agave. Es fuerte porque es puro y hay que libarlo con el bello colibrí de Zaachila, con mesura pero repetidas veces.

19 abril 2010

Comunicación e interculturalidad


Pasé la última semana de marzo en Sao Paulo, para participar en el 3er Simposio Internacional de Comunicación y Cultura en América Latina, organizado por CELAAC, invitado por Dennis de Oliveira para participar en el panel sobre medios y culturas alternativas. Mi ponencia, “Interacción cultural y medios alternativos” desarrolló la perspectiva de que los medios participativos y comunitarios son esenciales para la interculturalidad y para el mantenimiento y la expresión de la diversidad cultural. El texto podrá leerse -con un poco de suerte- en la página del evento.

Otras mesas abordaron temas como “Periferia, nuevas prácticas en la producción cultural”, “El papel del Estado y la acción del capital”, y “Patrimonio cultural material e inmaterial: identidad, historia y media ambiente”. Además, tres grupos se reunieron en paralelo para presentar trabajos y dialogar sobre “Globalización y cultura”,  “Industria cultural y políticas culturales” y “Experiencias de medios alternativos en la cultura”. No sólo se habló de cultura, sino que se programaron muestras de pintura, baile, además de las sesiones de cine documental, de ficción y de animación de Televisión America Latina (TAL), que preside el cineasta Orlando Sena.

Emir Sader, eminente sociólogo y analista político brasileño, ofreció en la penumbra (la luz se cortó más de una hora) la conferencia magistral de apertura del evento. Iluminó a la audiencia con una visión optimista de los procesos de integración latinoamericanos en base a nuevas alianzas en las que los gobiernos privilegian el enfoque social sobre el mercantilismo en la relaciones económicas. Sader se expresó con idealismo y bastante romanticismo sobre la situación regional, destacando los cambios políticos en Venezuela, Bolivia y Ecuador aunque sin profundizar en las contradicciones y riesgos de las posturas autoritarias de sus gobernantes.

Lo triste en estos eventos donde la inscripción es gratis, es que de los 400 o 500 participantes que se registran, la mitad ni siquiera retira sus credenciales y las salas rara vez se llenan.

Sin embargo, siempre hay un saldo positivo: los encuentros y reencuentros con colegas y amigos. Volví a ver a José Marques de Melo y a Cicilia Peruzzo en casa de esta última; con ellos suelo coincidir en reuniones y ambos son autores que seleccioné con Thomas Tufte para nuestra Antología de Comunicación para el Cambio Social.

En el simposio conocí también a varios colegas con cuyo trabajo puedo identificarme: Susana Sel que enseña cine en la Universidad de Buenos Aires (UBA), y Ricardo Tena, Director de Investigación del Politécnico Nacional (México).

El Centro de Estudios Latinoamericanos sobre Cultura y Comunicación (CELAAC), que coordinan María Nazareth Ferreira y Dennis de Oliveira (con él compartí una mesa redonda en Fortaleza en 2009), es un núcleo de investigación de la Escuela de Comunicación y Artes (ECA) de la Universidad de Sao Paulo (USP), creado en 1995 para favorecer la integración latinoamericana en los estudios de comunicación y cultura, mediante seminarios, investigaciones, publicaciones y otras actividades académicas y de intercambio.

El simposio tuvo lugar en el Memorial de América Latina, institución emblemática no solamente por los objetivos con los que se creó hace 21 años por iniciativa de Darcy Ribeiro, sino porque el conjunto arquitectónico –que consta de teatro, biblioteca, museo, galerías, salas de reuniones- fue diseñado por Oscar Niemeyer (Oscar Ribeiro de Almeida Niemeyer Soares Filho), el longevo arquitecto brasileño, comunista toda su vida, que cumplió 102 años en diciembre pasado, y que es el autor de obras tan importantes como el conjunto de edificios públicos de la ciudad de Brasilia, el edificio de las Naciones Unidas en New York, o el Museo Niterói de Arte Moderno en Río de Janeiro.

Tengo que decir algo sobre Sao Paulo, una ciudad donde la cultura de mantenimiento parece inexistente. Las calles se caracterizan por el descuido, con aceras rotas, escombros y profusión de basura. No es un placer caminar por el centro histórico de la ciudad, como lo es en otras grandes ciudades de nuestra región. La Plaza de Zé, el ombligo urbano donde se encuentra la catedral del mismo nombre, está invadida por la marginalidad y la suciedad. Abunda la vigilancia policial, lo que no impide que en el área acampen decenas de pordioseros que muestran la cara deprimente de esta gran metrópoli. ¿Y el gobernador Serra quiere ser el próximo presidente de Brasil?

08 abril 2010

Eric y Lucho

Días de tristeza y memoria. Me acabo de enterar casualmente -leyendo en internet el diario Cambio- de la muerte de Eric de Wasseige, cura dominico, gran persona, siempre solidario, amigo de muchos años y de muchas luchas. El viernes 2 de abril por la mañana, a sus 78 años de edad le falló el gran corazón que había usado tanto para los demás.

Por otra parte, no he dejado de pensar en estas semanas sobre el 30 aniversario del asesinato de Luis Espinal, otro amigo entrañable, cura jesuita, que se hizo boliviano y luchó por nuestro país hasta el final.

Tanto Eric Wasseige como Luis Espinal fueron pivotes del semanario Aquí.  Lucho fue su fundador y director hasta su muerte, y Eric fue quien sostuvo la segunda época, cuando los de Aquí regresamos de “allá” (del exilio) y volvimos a publicar el semanario bajo la dirección de René Bascopé y luego de Antonio Peredo y Remberto Cárdenas.

Eric no aparecía mucho, era discreto, pero los de Aquí sabíamos de su apoyo solidario que permitía al semanario mantenerse. Esa solidaridad de Eric fue uno de sus rasgos salientes en las épocas duras y en las maduras. Durante la dictadura de Bánzer fundó Justicia y Paz, precedente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos; a su instancia alguna vez hice de correo para traer de Francia dinero para los presos políticos. En marzo de 1975 la dictadura banzerista lo expulsó al Perú,  junto a Jorge Wavreille, cura oblato; al regresar, siguió con su trabajo a favor de los perseguidos y oprimidos. Cuando hace unos años el ex dirigente campesino Genaro Flores enfrentaba una enfermedad y carecía de recursos económicos, Eric activó la red de amigos para ayudarlo.

Intercambiábamos mensajes electrónicos de vez en cuando, Eric siempre parco, breve. Yo le llamaba “Eric le Rouge” y le dejaba mensajes en la grabadora que yo mismo le había transferido tiempo antes. Le anunciaba mi llegada a La Paz y nos dábamos cita para comer salteñas en la Plaza del Estudiante. Hablábamos de política, de amigos comunes.  Apoyaba decididamente el proceso llevado adelante por Evo Morales y estaba de acuerdo con algunas de mis opiniones críticas, pero prefería pasar por alto las debilidades del proceso en función de lo que consideraba eran sus fines últimos. Yo no estaba de acuerdo con él en eso de que “el fin justifica los medios”, porque significaba entrar en contradicción con principios por los que habíamos luchado muchos años. Y además, “el fin”, está cada vez menos claro, y los “medios” asustan.

Era muy reservado con su vida privada, alguna vez mencionó a sus familiares en Bélgica, y las vacaciones que tomaba para visitarlos. Nunca conocí su casa, solamente la oficina de OSAP en el Edificio Brasilia. No encuentro ahora ni una foto de él, y creo que no debe haber muchas.

Eric nació el 20 de febrero de 1932 en Namur, Bélgica, sus padres eran André de Wasseige y Beatrice de Witte; tenía tres hermanos: Antoinette, Baudoin y Xavier. Su familia se trasladó a Bogotá, Colombia, donde él estudió la secundaria en el Liceo Louis Pasteur, hasta hoy uno de los mejores. En Lovaina obtuvo una licenciatura en ciencias comerciales y en 1960 ingresó a la Orden de los Dominicos. Estudió teología en Friburgo y obtuvo su licenciatura en 1967. A partir de allí, su vida fue Bolivia, hasta el final.

Sobre Luis Espinal he escrito muchas veces. Esbocé su vida y su muerte en mi libro “Luis Espinal y el cine”, y en “Lucho, el grito de este pueblo” (que coordiné pero se publicó sin los nombres de los autores en tiempos de la dictadura de García Meza), y en muchos artículos por ahí dispersos, de manera que hoy solamente quiero recordar que el día de su asesinato yo no estaba en Bolivia sino en Nicaragua, donde a él le hubiera gustado estar, en la Plaza de la Revolución, presenciando la partida de miles de muchachos y muchachas alfabetizadores, con un pañuelo rojinegro anudado al cuello, dispuestos a trabajar durante nueve meses en las comunidades más recónditas para tratar de eliminar el analfabetismo en su país. Ese día recibí en Managua la noticia del asesinato, y sentí esa mezcla de dolor por la pérdida para Bolivia y de regocijo por el proceso sandinista, que entonces no estaba maleado como ahora.

Poco antes de mi viaje a Nicaragua Lucho me había ofrecido uno de sus tallados de madera: “Eres el único amigo que no se ha llevado uno”, dijo, o algo parecido.  Mientras nos tomábamos un whisky en su casa, le dije que escogería uno de sus tallados a mi regreso.  No sucedió. Ahora, al ver sus fotos caigo en cuenta de algo que me sorprende.  No encuentro ninguna foto mía con Lucho, a pesar de que estuvimos juntos tantas veces y a pesar de que yo le tomé muchas fotos a él.

Semanas atrás, cuando estuve en La Paz, me entrevistó Claudio S ánchez en Radio Cristal. En el blog de Cine con Cristal se puede escuchar la entrevista sobre Luis Espinal.

03 abril 2010

Miradas Desinhibidas

Recibí hace tiempo los ejemplares de “Olhares Desinibidos | Miradas Desinhibidas” (2009), de Paulo Antonio Paranagua, libro sobre el cine documental latinoamericano producido del año 2000 al 2008.  Allí hay un comentario mío sobre la película de Eduardo “Chichizo” López, Inal Mama: sagrada y profana. Es el único texto sobre el cine boliviano incluido en esta antología crítica publicada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) del gobierno de España.

El libro bilingüe consta de 204 páginas, con ilustraciones, y fue presentado en ocasión del 2º Congreso Iberoamericano de Cultura, a principios de octubre del 2009 en Sao Paulo. Incluye textos sobre las 25 películas seleccionadas en una muestra cuya coordinación estuvo también a cargo de Paranagua. Cuba, España, Argentina y Brasil están representados con tres películas cada uno, México con dos, y otros 11 países con una. La introducción de Paulo se refiere a la “Metamorfosis del nuevo documental iberoamericano” en los últimos años.

Este es un excelente aporte, sobre todo porque incluye países cuyas cinematografías con frecuencia quedan al margen de los compendios, y porque renueva una vez más la carta de ciudadanía del género documental, tan maltratado en la región por los productores, distribuidores y exhibidores de cine.

Conozco a Paulo Antonio Paranagua desde hace muchos años, unos 35 por no decir más: dos jóvenes latinoamericanos, brasileño y boliviano, involucrados en el mundo del cine independiente en Paris en los años 1970s. Nos encontrábamos con frecuencia en la Cinémathèque Française, escribíamos crítica de cine, leíamos la última edición de Le Monde, y preparábamos libros sobre el cine latinoamericano.

Guy Hennebelle y yo invitamos a Paulo para que escribiera el capítulo sobre Brasil en nuestra enciclopédica “Les Cinémas d’Amérique Latine” que publicó L’Herminier en 1981 antes de declararse en quiebra.

No tuve mucho contacto con Paulo durante las dos últimas décadas del siglo pasado, hasta que a principios de la que acaba de terminar me invitó a colaborar en su libro “Cine documental en América Latina” (2003), 542 páginas con textos sobre cineastas y películas documentales de la región, una revisión exhaustiva precedida por el preámbulo de Nelson Pereira dos Santos, y estudios del propio Paranagua, de María Luisa Ortega, de Vicente Sánchez-Biosca, de Alberto Elena y Mariano Mestman.

En esa obra contribuí con un texto sobre Jorge Ruiz, pionero en la etapa del cine sonoro en Bolivia, y otro sobre Las banderas del amanecer, de Jorge Sanjinés. El libro se publicó en el marco del Festival de Málaga, con el sello de Ediciones Cátedra.

Luego de muchos años sin vernos, y de esporádicos mensajes electrónicos que intercambiamos, finalmente Paulo y yo nos sentamos a comer en un restaurante italiano cerca de Odeon, en París. Con las inevitables canas y unos años encima -pero no tantos como para sentirnos fuera de lo que pasa en el cine y en la política latinoamericana- nos pusimos al día.

Paulo es corresponsal viajero de Le Monde y por esas casualidades de la vida cubre precisamente lo que sucede en Bolivia, con mucho tino y agudeza.