30 octubre 2021

La crítica de cine y el espectador

(Publicado en Página Siete el domingo 12 de mayo de 2019)

Mi hermano menor me reprochó hace algún tiempo que en uno de mis comentarios sobre cine yo había contado “el final” de la película, y eso le había quitado las ganas de verla. Me puse a reflexionar sobre el tema y llegué a la conclusión de que los críticos no siempre tenemos claro para quien escribimos. 

Love story (1970)

En mi caso, lo hago para los que leen críticas de cine, que son una parte insignificante de la población de lectores de diarios o de internet. Además, escribo para los que leen críticas de cine sobre películas que la mayoría considera “raras”, es decir, que no son las que copan la cartelera de los cines comerciales. Escribo, entonces, para gente que tiene curiosidad por el buen cine y que se interesa más en la calidad de una narrativa, que en la historia misma.

Hubo una época en mi trayectoria de comentarista de cine, que también escribía sobre las películas más taquilleras, para desmontar de manera crítica su armado, sus mensajes subliminales y explícitos, y develar los elementos que hacen que los espectadores las miren embobados, abstraídos de la realidad, sin mantener la “distancia” consciente que aconsejaba Bertolt Brecht con respecto a las obras de teatro.

Entre 1972 y 1980 publiqué en el suplemento Semana de Ultima Hora sendos análisis de una o dos páginas del vespertino, sobre las películas “más taquilleras del año” como “Love story” (1970) de Arthur Hiller, “Terremoto” (1974) de Mark Robson, “Aeropuerto 75” (1974) de Jack Smight, “Juggernaut” (1974) de Richard Lester, “Rocky” (1976) de John Avildsen, “Encuentros cercanos de tercer tipo” (1977) de Steven Spielberg, y “La fiebre del sábado por la noche” (1977) de John Badham, entre varias otros.

Mi crítica a “Love story” hizo que el escritor Augusto Céspedes, que era un gran aficionado al cine en su juventud, añadiera al final de una de las cartas que me envió: “No quedaría tranquilo si no escribiese estas líneas más, para decirle que Ud. es un crítico, aunque lo niegue, y de lo mejor. Lo hice constar ante Mariano Baptista cuando leí su precioso comentario a Love story, en que puso Ud. de relieve la inmensa estupidez de la cultura de masas impuesta por el establishment…”

Algunos de esos filmes que solía comentar, sobre todo los de catástrofe interpretados por Charlton Heston, me hacían recordar la frase célebre de Groucho Marx: “Nunca voy a ver películas donde el pecho del héroe es mayor que el de la heroína”.

Mi intención en esa época era que el espectador que me leía aprendiera a desmenuzar una película y desarrollara de esa manera su propio sentido crítico. No era mi intención convencerlo de mi propia posición o análisis, sino de proporcionar ciertos instrumentos para que cada quien pudiera llegar a sus propias conclusiones, pero de manera lúcida y crítica.

Incluso publiqué en mayo de 1979 un artículo con el título “Sobre estos criterios también se debe juzgar un film”, en el que ofrecía ciertas pistas sobre la publicidad engañosa que rodeaba a las películas taquilleras, que orientaban la manera de pensar de los espectadores incluso antes de ver la obra.

Me refería, por ejemplo, a los afiches de los films taquilleros, que representaban a veces escenas que ni siquiera estaban en la película, para atraer a los incautos. También me refería a las deficiencias de los subtitulados, pero sobre todo de los doblajes, absolutamente arbitrarios (todavía lo son). Finalmente aludía a los diferentes formatos de las películas, donde la relación entre la base y la altura del cuadro de alguna manera determinan su espectacularidad. Películas de densidad sicológica, como las de Hitchcock, solían filmarse en una relación de 1:33 (4:3, el formato clásico de la película de 35mm), mientras que las más espectaculares tendían a formatos apaisados (1:85 o 2:39).

Hitchock, que no veía mucho cine, era un maestro intuitivo. ¿Qué sería de la historia de “Rope” (1948) o de “Psicosis” (1960) en manos de un director novato? Lo mismo podríamos decir por extensión de obras literarias: ¿Las historias de “Cien años de soledad” podrían ser contadas por otro escritor que no fuera Gabriel García Márquez, o las de “Rayuela” por otro que no fuera Julio Cortázar? Es impensable.

En otro artículo de 1979 usé el título “Hemos visto la película, pero no la misma”, para significar que la percepción del espectador es siempre diferente, lo cual es legítimo. Toda obra de arte tiene múltiples lecturas. De hecho, la obra de arte existe solamente en relación con quien la observa. Más allá de las intenciones del creador, su obra adquiere significado sólo en relación con los demás, y cada persona puede tener una lectura propia, más o menos informada.

Romeo + Juliet (1996)

Este último aspecto es fundamental: para apreciar mejor una obra es conveniente conocer el lenguaje del arte, o del cine en este caso. La lectura de una obra cinematográfica pasa por conocer el lenguaje del cine. Es lo mismo que sucede con la escritura y la lectura: el lector tiene que saber leer para abordar un texto, y mientras más conozca el idioma, más podrá disfrutar la riqueza de una obra literaria.

El prestigioso diario The Washington Post (que tanto irrita a Donald Trump porque pone en evidencia sus mentiras) publicó en 2015 una lista de las diez mejores películas sobre Romeo y Julieta, la historia escrita por William Shakespeare que todos conocemos por adelantado, pero que vemos cada vez con ojos nuevos dependiendo de quién la haya adaptado al cine. 

Romeo y Julieta (1968)

En esa lista aparecen representaciones tan diversas como la de 1936 dirigida por George Cukor con la interpretación de Norma Shearer y Leslie Howard en los papeles principales, o “Romeo debe morir” (2000) de Kharen Hill, con Russell Wang y Jet Li. No importa si la obra original es muy occidental (Shakespeare, inglés, escribe sobre una historia que sucede en Verona), porque cada cineasta tiene la libertad de hacer su propia lectura. La obra original, por su riqueza, permite todas esas transfiguraciones. 

Romeo y Julieta (1936)

 La crítica que escribimos los críticos de cine es para que la gente se aproxime a la narrativa de una obra, no solamente a la historia. Todos conocen la historia de Romero y Julieta, y hay unas 50 versiones diferentes en el cine, pero la gente va a una sala a ver la versión de Zeffirelli, o "West Side Story" o "Shakespeare in love" aunque ya sepa "como termina" la historia. Lo que va a ver es cómo está contada, cómo el realizador cuenta la historia, porque ninguno la cuenta de la misma manera. Lo mismo sucede con las novelas, no importa tanto la historia sino la manera de narrar. 

   

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Un mal escritor puede llegar a ser un buen crítico,
por la misma razón que un pésimo vino
también puede llegar a ser un buen vinagre.
—François Mauriac

26 octubre 2021

Oscar Danilo Ortiz: Cineasta de Nicaragua en el exilio

(Publicado en Página Siete el domingo 19 de septiembre de 2021)

La situación política en Nicaragua se deteriora día a día. La represión desatada por la dictadura de Ortega-Murillo alcanza por igual a dirigentes políticos de la oposición, periodistas, médicos, militantes históricos del sandinismo, como Dora María Téllez o escritores de relieve internacional como Sergio Ramírez. Al aferrarse con las uñas al poder, la dictadura ya ha superado con creces aquella de Anastasio Somoza.

También el cine y los cineastas son víctimas de la persecución. Es el caso de Oscar Danilo Ortiz, realizador de documentales que fue mi estudiante de cine en 1980, y que luego construyó una larga trayectoria profesional en Nicaragua y en otros países. Para sortear la represión, debido a las opiniones vertidas contra la dictadura, tuvo que huir de Nicaragua en agosto de 2021. Cruzó clandestinamente la frontera hacia Honduras, y luego de pedir ayuda a las autoridades de ese país siguió su viaje hacia Irlanda, donde se encuentra.

La carrera de cineasta de Oscar Danilo Ortiz comenzó hace 37 años en Managua. Lo recuerdo como un joven muy flaco, casi adolescente, cuando participó como delegado de la Juventud Sandinista en el Taller de Cine Súper 8 que impartí durante varios meses en 1980, en la Central Sandinista de Trabajadores (CST), con el apoyo de la oficina de Naciones Unidas y el Ministerio de Planificación. Del grupo de estudiantes, todos enviados por organizaciones sociales sandinistas, él fue el más persistente en su voluntad de hacerse cineasta.

Hasta entonces su experiencia se reducía a la fotografía, especialmente al trabajo con lentes, pero durante el taller hizo sus primeros ejercicios de cine, un breve documental de 3 minutos y luego asistencia de dirección en “Cooperativa Sandino”, la película con la que culminamos el periodo de aprendizaje. Más adelante perfeccionó su conocimiento y adquirió más experiencia en un proyecto auspiciado por TV holandesa VPRO y el grupo Tercer Cine, esta vez en video, una tecnología cuya calidad era todavía precaria, pero de menor costo en comparación con cine Súper 8. A partir de allí su trabajo de cineasta se entretejió con el de comunicador para el desarrollo, en numerosos proyectos institucionales que involucraron también actividades de radio y televisión dirigidas a comunidades.

Dirigió el documental “Testigos” (1987) siguiendo la trayectoria de un joven y su familia durante los tres años de su servicio militar en Nicaragua. Otro documental, “Son en sí menor”, aborda los esfuerzos de entidades gubernamentales, con el apoyo de UNICEF, para implementar iniciativas de desarrollo rural en beneficio de la infancia. Y en “Sinfonía en gris mayor” (2001) recogió testimonios de pobladores y organismos de cooperación internacional en la reconstrucción de las comunidades afectadas por el huracán Mitch, que azotó a Nicaragua. Realizó también “Angola, nome de mulher” sobre las iniciativas desarrolladas por el gobierno de Angola y la sociedad civil para disminuir la mortalidad materna e infantil.

Por otra parte, asistió en su calidad de asistente y técnico audiovisual en el documental “Papa ¿peregrino de la paz?” (1983) sobre los polémicos acontecimientos durante la visita de Juan Pablo II a Nicaragua (producción de Channel Four de Inglaterra); “La otra invasión” (1984) sobre la brigada de médicos norteamericanos voluntarios que visitan las zonas de guerra para brindar atención a las comunidades (producción de la televisión pública de Los Ángeles); “Granja abierta” (1985) sobre la experiencia de reos convictos en granjas de readaptación de régimen abierto (para la televisión canadiense); “Reboluta” (1985) sobre los movimientos juveniles en la década de los años 1980 en Nicaragua (para la televisión suiza); y “Chicas de la calle” (1992) sobre un grupo de niñas indigentes adictas a drogas en el mercado Oriental (para Unicef).

Fue coordinador de Movilización Social y representante de la universidad Johns Hopkins, director ejecutivo de la fundación Centro para Programas de Comunicación en Nicaragua y posteriormente director de Comunicación y Movilización Comunitaria del proyecto Servicios Esenciales de Salud en la Republica de Angola. Supervisó el desarrollo de estrategias de comunicación y movilización para incrementar conocimientos, actitudes y practicas positivas en agua y saneamiento, salud sexual y reproductiva, y entretenimiento educativo. Como consultor contribuyó con múltiples instituciones de cooperación internacional.

Sin duda su participación como miembro del Comité Nacional de la Coalición Nacional de Nicaragua y su asistencia técnica a la Unidad Nacional Azul y Blanco en la elaboración de la estrategia de comunicación, lo pusieron también en la mira del gobierno de Ortega-Murillo.

Desde la década de 1990 la producción de cine en Nicaragua fue desapareciendo: “No se ha contado con auspicio y mucho menos interés por la promoción de la producción nacional, ha habido una que otra iniciativa con mucho esfuerzo, por ejemplo, Gloria Carrión con ‘Memorias del viento’, y ‘Pantalla desnuda’ de la cineasta franco-nicaragüense Florence Jaugey”, apunta Oscar Danilo Ortiz.

Al igual que en Bolivia, la dictadura de Nicaragua “ha centrado todos sus esfuerzos en imponer su narrativa de golpe de Estado y de estigmatizar a la oposición política como terroristas. No es casual que haya adquirido estaciones de televisión y 19 radio emisoras. El problema es que el gobierno Ortega-Murillo esta desfasado en términos de manejo de comunicación y ha estructurado todo un marco jurídico para judicializar a cualquier voz disidente o denuncie las atrocidades que ha cometido. Existe una ley de cyberdelitos que sanciona con cárcel a quienes denuncian la falta de transparencia o de atención frente a la pandemia del COVID19”, añade Ortiz. La semejanza con Bolivia salta a la vista.

La situación de la pandemia está rodeada de mentiras oficiales, gente sin vacunar, centenares de casos y muertes sin registro. Las directrices de organismos internacionales destacan la importancia de mantener una información actualizada, frecuente y transparente con la sociedad, y una fuerte participación de las comunidades para que el sistema responda de forma segura a las necesidades esenciales, pero “el gobierno hace todo lo contrario y está a nivel mundial en segundo lugar de los países que no comparten información epidemiológica con la OMS, menos con la población”.

El cineasta nicaragüense vivió la dictadura de Somoza y asegura que los Ortega-Murillo lo han superado en los niveles de atrocidades cometidas, todas documentadas por expertos: “Ortega está entre los diez millonarios de Centroamérica y ha declarado que no va a dejar el poder por nada del mundo. Un alto porcentaje de la resistencia cívica en contra de la dictadura proviene de sectores que históricamente estaban vinculados al sandinismo, ese sandinismo desapareció, solo ha quedado una dictadura familiar déspota y sin escrúpulos”.

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Todas las dictaduras, de derechas y de izquierdas, practican la censura y usan el chantaje, la intimidación o el soborno para controlar el flujo de información. Se puede medir la salud democrática de un país evaluando la diversidad de opiniones, la libertad de expresión y el espíritu crítico de sus diversos medios de comunicación.
—Mario Vargas Llosa  

22 octubre 2021

Los recalcitrantes

(Publicado en Página Siete el sábado 2 de octubre de 2021)

Cuesta sintonizar el pensamiento con los recalcitrantes que afirman que las vacunas no deben ser obligatorias en virtud de un supuesto respeto a la “libertad individual”.

No me refiero a fanáticos religiosos que abominan “la marca del diablo” o devotos de las teorías conspirativas que están convencidos de que nos van a poner un microchip en el brazo para controlar nuestras vidas. No me sorprende en gente carente de un mínimo nivel educativo, pues es parte del problema (no solo en Bolivia), pero sí me llama la atención que gente instruida e informada —incluso algunos que escriben columnas en estas mismas páginas, refuerce esa cantaleta de la “libertad individual” como tamborileros en un desfile macabro. 

Hay un detalle que parece “escapar” a los que rechazan la obligatoriedad de las vacunas: los no vacunados son un peligro para todos, no solo para ellos mismos. Se pasean tan campantes, pero en realidad sus cuerpos pueden ser armas letales y llevar el contagio a otros.

Los porcentajes de vacunación completa son ahora muy significativos en Europa y en países de América Latina, como Chile (73.4%) y Uruguay (73.7%). Incluso Ecuador (55.2%), Argentina (47.4%), y Brasil (41.6%), se han recuperado, pero en Bolivia la vacunación completa solo cubre al 27.5 %, por lo que somos los últimos en América del Sur junto a Paraguay y Venezuela.

El gobierno disfraza los porcentajes añadiendo la muletilla “de la población vacunable”, que primero era adultos mayores y progresivamente 50, 40, 30 y 18 años. Pero ya sabemos que la variante Delta no perdona a los niños, de manera que para obtener un porcentaje realista hay que tomar en cuenta a toda la población, como hace Our World in Data, para poder establecer comparaciones con otros países que ya están vacunando a mayores de 12 años.

Una persona que vive en sociedad y que niega vacunarse es exactamente como un ciudadano que se pasea por la calle con una granada de fragmentación o con polvo de Antrax. En Estados Unidos se producen cada año miles de muertes por armas de fuego que están no solamente toleradas sino protegidas por su carta magna, en virtud de la “libertad individual”.   

Es obvio que la libertad individual termina donde comienza el daño a la colectividad. Eso que parece tan sencillo, es incomprensible para los negacionistas cuyos argumentos constituyen un atentado a la salud pública. No es casual que, en países como Estados Unidos, Francia o Italia, el Estado haya decidido imponer normas para que las personas no vacunadas no puedan acceder a instituciones de gobierno, bancos, espacios deportivos, restaurantes y bares. Ya que no pueden obligar a las personas a vacunarse, al menos se les puede restringir el acceso a lugares donde pueden contagiar a otros.

La estupidez de los recalcitrantes me indigna igual que las personas que no usan barbijo o que no mantienen una sana distancia. Si en la calle veo a alguien sin tapabocas, me detengo para increparlo. Y si me dice que ya está vacunado, le aconsejo que se informe un poco más, porque los vacunados pueden transmitir el virus, aunque ellos no enfermen de gravedad.

Para las mentes obtusas, que hablan del “apartheid” al que estarían sometidos los que rechazan la vacuna, va esta analogía sencilla: los cinturones de seguridad salvan vidas (comprobado estadísticamente, igual que las vacunas) y son obligatorios en todo el mundo. No cabe la coartada de “no uso cinturón de seguridad porque viola mi libertad individual”. 

Parece increíble que con toda la información que circula desde hace más de un año, haya todavía gente desinformada. Por mucha desconfianza que se tenga en las vacunas, las estadísticas son contundentes: la humanidad estaría en una situación deplorable si no existieran vacunas (polio, viruela, difteria, sarampión, rubeola, tétanos, meningitis, etc.) que han salvado millones de vidas.

Hace meses me topé en la calle con alguien sin barbijo que me dijo que si se enfermaba iba a curarse con chuño. No supe en ese momento si reírme o desearle lo peor. En estos 16 meses de pandemia ha fallecido más de un conocido que minimizaba al virus. La letra entra con sangre.

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En este país siempre hemos confundido lucidez con terquedad.
Creemos ser lúcidos, pero en realidad somos tercos.
—Roberto Bolaño


19 octubre 2021

Théo Robichet, cineasta solidario

(Publicado en Página Siete el domingo 5 de septiembre de 2021)

Theo Robichet

En las redes virtuales nadie se muere. Las cuentas sobreviven a sus dueños, a menos que un familiar se tome el trabajo de cancelarlas.  Me doy cuenta de ello cuando reviso las “sugerencias” que hace la red LinkedIn para conectar con amigos y colegas que se supone están expectantes al otro lado del espejo virtual. Por curiosidad reviso esos contactos sugeridos y constato que a dos de cada diez tendría que enviarles mi invitación al más allá, pues por vías terrestres y pedestres, supe que ya fallecieron.

En el caso de Théo Robichet, amigo cineasta francés del que no tenía noticias hace años, no lo supe hasta hace poco. Puse un mensaje en su cuenta de LinkedIn, hice una búsqueda exhaustiva en la red, pero nada, no había manera de contactar a mi querido Théo. Busqué en el anuario telefónico indicando su lugar de residencia en Gennevilliers, al norte de París, sin resultado. Puse “Théodore” en vez de Théo, pero nada.

Pensé lo peor y busqué en los obituarios de Le Monde, que suelen destacar a los muertos importantes, pero no hallé nada, hasta que en una oscura página de archivos de bibliotecas, encontré en letra pequeña el dato que temía encontrar: “Théo Robichet 1941-2016”. Y nada más: se murió sin que nadie se acordara de él. Ni los amigos de París lo sabían, menos yo que vivo en este agujero alejado de todo. 

Théo falleció el 27 de agosto de 2016 (hace cinco años) y nadie dijo nada. Qué final tan solitario para alguien que hizo cosas buenas en su vida y lo hizo con generosidad, esfuerzo y compromiso social. Militó muy joven en el Partido Comunista Francés (PCF) pero no aguantó mucho en esa estructura burocrática y vertical. Liberado de la carga y sin apartarse del campo progresista se dedicó a la producción de documentales y a colaborar como camarógrafo en producciones de otros colegas.

Septiembre chileno (1973)

Su voluntad internacionalista lo llevó a Chile poco antes del sangriento golpe militar de Pinochet contra Salvador Allende, presidente electo democráticamente. De lo que filmó en esos días junto a Bruno Muel (Théo con la cámara) salió el primer documental sobre el golpe: “Septiembre chileno” (1973, 39 minutos), con imágenes del entierro de Neruda.

Por limitaciones presupuestarias dejaba de filmar durante largos periodos, pero no cesaba de elaborar guiones, tenía gran facilidad para escribirlos. Sus proyectos se apilaban. Cualquier idea que lo motivaba era rápidamente convertida en guion. Sucedió cuando le conté la historia de la película sobre Luis Espinal que nunca pude terminar.  Le interesó tanto que en pocos días me entregó un tratamiento literario de 59 páginas en francés, pero con el título en castellano: “Luis Espinal, la película imposible”.  

Mientras yo seguía mis estudios de cine en París, en la década de 1970, solíamos vernos con cierta frecuencia por razones profesionales y, cada vez más, de amistad. Él me presentó al “Tata” Cedrón, músico extraordinario, y a su hermano, el cineasta Jorge Cedrón, que murió en circunstancias extrañas durante un interrogatorio en la Prefectura de París.

con Fatiha Rahou y Théo Robichet

Théo y Fatiha Rahou, su compañera argelina que creaba sobre vidrio escenas de hermosa sensualidad, vivían en Gennevilliers, en las afueras de París. Para visitarlos había que tomar tren, bus y caminar un trecho para llegar. Su departamento era como me gustan: un espacio saturado de arte y de objetos de los países donde habían estado. Fatiha pintaba de colores vivos las mesas y las sillas, era como habitar en uno de sus cuadros inspirados en leyendas árabes.

En otra etapa coincidimos en Nicaragua, cuando Théo estuvo junto a Pierre Kalfon como consultor de Unesco ante el Ministerio de Cultura del primer gobierno sandinista, con Ernesto Cardenal de ministro, (cuando ese proceso era todavía revolucionario). Yo era consultor del PNUD en el Ministerio de Planificación, con otro personaje emblemático: el comandante Modesto, Henry Ruiz.

Théo era un experto en cámaras y equipos de cine, se adaptaba fácilmente a las nuevas tecnologías. Era un formidable camarógrafo, cámara en mano. Siguiendo los pasos de Fatiha, se puso a pintar en los últimos años, ya que hacer cine se había tornado tan difícil. Uno de sus cuadros llamó mi atención y él se dio cuenta, de modo que antes de despedirme lo descolgó, le sacó el bastidor, lo enrolló y me lo regaló pese a la resistencia (no muy convincente) de la que hice amago.

Ahora he revisado sus documentales para recordar su pasión internacionalista. Hizo “El hambre del mundo” (1975, 104 minutos) para denunciar el enriquecimiento capitalista a costa de la hambruna en el norte de África.

En “Jérusalem, à la folie” (1998, 54 min.) elaboró un retrato íntimo de esa ciudad compleja, la “capital mundial del fanatismo” (como dice una de sus interlocutoras). En entrevistas con sicólogos revela el lado hipócrita, histriónico y obsesivo del fanatismo religioso, principalmente de los judíos.

Jérusalem, à la folie (1998)

También estuvo en la guerra de Bosnia-Herzegovina, donde hizo reportajes que reunió con el título: “SOS mémoire 2” (1999, 50 min).

Retomó sus raíces bretonas para realizar un entretenido semi-documental, “Ar Cʹhanol : les mémoires du Canal de Nantes à Brest” (2006, 52 min.), el único filme que incluye escenas de ficción, interpretadas por Jean Kergrist. Teje así la historia de Francia y la de su región natal, donde se llevó adelante entre 1804 y 1842 el proyecto ambicioso de unir mediante canales y 236 esclusas, las ciudades de Nantes y Brest, para transportar mercancías en un viaje que duraba un mes.

Les filles du ring (2003)

En los suburbios de París realizó con Jean Dupré un documental sobre jóvenes mujeres boxeadoras: “Les filles du ring” (2003, 56 minutos), donde simpatiza con adolescentes que buscan salir de la marginalidad mediante ese deporte.

En 2006 se reunieron en “Les groupes Medvedkine, 1967-1974”, los documentales militantes que había filmado en la década de 1970 la agrupación de cine bautizada con el nombre del pionero del cine directo en la Rusia revolucionaria de los años 1920-1930. En ese movimiento había participado Théo junto a Chris Marker.

Una de las cosas más tristes es enterarse de la muerte de un amigo demasiado tarde.

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La solidaridad es la ternura de los pueblos.
—Gioconda Belli 

05 octubre 2021

Cineclubismos latinoamericanos

(Publicado el domingo 25 de julio de 2021) 

Entre las memorias más antiguas que conservo como espectador de cine, hay dos que destacan. Creo que la primera vez que fui al cine en mi vida, tenía 5 o 6 años de edad. Me llevaron al Cine Bolívar, en la Avenida 16 de Julio en La Paz, para ver una película de piratas, probablemente era El pirata Barbanegra (1952) de Raoul Walsh. De ese episodio primerizo como espectador solo recuerdo que me escondí detrás de la butaca porque me dio mucho miedo.  

Otra experiencia que marcó mi memoria, ya en mi adolescencia temprana, es mi asistencia a un cine de pueblo en Montero, en el norte del departamento de Santa Cruz, que entonces tenía 30 mil habitantes, donde solía pasar mis vacaciones escolares mientras mi padre continuaba con su trabajo en Guabirá. El cine no era otra cosa que un patio trasero, a la luz de la luna, con piso de tierra y largas bancas de madera donde nos acomodábamos. Allí recuerdo que vi El siete machos (1951) de Miguel M. Delgado, con Cantinflas.  

Ese recuerdo es mucho más positivo que el anterior, pues más que la película, se me grabó el momento vivido, la audiencia de amigos de mi propia edad, para quienes era una fiesta esa salida nocturna al cine que ni siquiera tenía un nombre.  

Es posible que esos recuerdos precoces hubieran influido de alguna manera en mi interés profesional por el cine. 

De mis estudios en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos (IDHEC) —por entonces la más importante institución de enseñanza de cine en Europa, y en la Facultad de Vincennes —donde tenía como profesores a los críticos de dos revistas emblemáticas, Cahiers du Cinema y Cinéthique, lo que atesoro más que el aprendizaje de la técnica, es la comprensión conceptual de que una obra cinematográfica puede ser leída con mayor riqueza si uno traspasa el umbral de la emoción y de la seducción de la espectacularidad.  

En este proceso de “leer” obras de cine contribuyó también en enorme medida el profesor Marc Ferro, con quien tomé el seminario de “Cine e Historia” en la École pratique des hautes études (hoy se llama École des hautes études en sciences sociales) de la cual es director emérito. Su nombre se suma a Jean Douchet, Jean Narboni y Serge Daney (entre otros), profesores y luego amigos, que por su capacidad de reflexión dejaron una impronta en mi formación académica. 

Esta introducción sirve para entender el valor de la lectura crítica del cine, más allá del espectáculo y de la percepción superficial. A diferencia de las artes plásticas, pintura y escultura, que demandan del espectador una participación mayor en el proceso comunicativo, el cine ha sido colocado en el imaginario colectivo más cerca del circo que del teatro o de la ópera. Por suerte grandes cineastas nos han exigido una mayor participación como espectadores, para entender obras complejas por su profunda humanidad y simbolismo (Bergman, Godard, o Kubrick, entre muchos otros). 

Aprender a leer cine es un proceso educativo en el que no solo la enseñanza formal tiene su parte, sino también el papel de los cineclubes, que son resultado de esfuerzos de la sociedad civil para situarse de manera lúcida y crítica frente a una obra de cine. 

Las funciones de los cineclubes en la actualidad pueden resumirse de la siguiente manera:

1. Es un hecho colectivo y público que promueve la discusión y el intercambio de ideas sobre las obras cinematográficas.
2. Promueve la difusión y el conocimiento de filmes que suelen ser desfavorecidos por la distribución y exhibición comercial.

3. Es un proceso de formación de públicos en apreciación cinematográfica, que permite adquirir instrumentos críticos para valorar obras cinematográficas significativas.

4. Permite relacionar una obra cinematográfica con la sociedad, con la cultura, con la historia y con otras artes.

5. En ocasiones facilita el contacto directo entre los realizadores de una obra cinematográfica, con el público. 

Lo anterior quiere decir que un cineclub no es necesariamente una organización o una institución establecida, sino sobre todo un grupo de personas animadas por un objetivo común: la apreciación crítica del cine. Su valor es insustituible, porque en muchas escuelas de cine se enseña mucha técnica y muy poca aproximación crítica al oficio del cine. De ahí que abunden las malas películas y sean tan raras las excepcionalmente buenas, que lo son por su contenido y su forma expresiva, donde la técnica está al servicio de la razón crítica. 

En un cineclub el papel del programador es importante, pero sobre todo el ejercicio de la participación de los espectadores que se involucran en las discusiones. Para ello, el facilitador no debe ser una persona que habla mucho ni impone criterios, sino alguien que anima las discusiones y estimula los intercambios. 

Todo esto viene a cuento porque a fines de julio de 2021 se realizó el Primer Seminario Latinoamericano de Cineclubismos, en plural, ya que no existe un solo modelo. El seminario fue organizado por un grupo de apasionados de Brasil, Ecuador, Perú, México, Chile, Argentina, Venezuela, Colombia y Bolivia, y contó con la participación de 33 ponencias distribuidas en diez mesas sobre historia, reflexiones teóricas, el papel de las mujeres, las universidades, identidades y trayectorias nacionales o individuales. Las ponencias presentadas durante el seminario serán parte de un libro publicado por la casa de la Cultura de Ecuador. 

La mía se ocupó de hacer un breve repaso del cineclubismo en el marco de cine comunitario de la región, y luego abordé el desarrollo del cineclubismo en Bolivia, destacando las principales experiencias desde el Cine Club Luminaria y el Cine Club Juvenil en los que tenían un papel protagonista Luis Espinal, Renzo Cotta y Amalia de Gallardo (entre otros), hasta los más emblemáticos de años recientes: La mejor película del mundo, que anima Diego Gullco; El espejo cine club, creado por Mauricio Ovando y Sergio Zapata; Sopocachi cineclub de Carlos Martínez y el Cineclubcito Boliviano impulsado por Diego Mondaca, para no citar sino los más importantes. 

Cada cineclub tiene sus particularidades, pero en su conjunto representan una opción diferente para ver buen cine latinoamericano y mundial, debatir y reflexionar sobre películas que rara vez llegan a las salas comerciales. 

Las grabaciones del Seminario Latinoamericano de Cineclubismos están disponibles en las cuentas de YouTube y de Facebook, a pocos clics de distancia para los que saben buscar.

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Hay millones de artistas que crean; sólo unos cuantos miles son aceptados o, siquiera, discutidos por el espectador; y de ellos, muchos menos todavía llegan a ser consagrados por la posteridad.

—Marcel Duchamp  


02 octubre 2021

Casa de la Moneda, un espacio mágico

(Publicado en Página Siete el martes 3 de agosto de 2021). 

La Casa de la Moneda de Potosí ejerce desde siempre un poder mágico sobre mi. La he visitado muchas veces, nunca he ido a Potosí sin ingresar a ese recinto magnífico, donde se respira no solamente historia sino un aroma fantasmal.  

En la Casa de la Moneda hice descubrimientos inolvidables, a veces solo y a veces de la mano de amigos como Ricardo Pérez Alcalá, artista potosino extraordinario, o de Wilson Mendieta Pacheco, durante el tiempo que ejerció como director de esa institución patrimonial. Con ambos era una delicia conversar sobre las historias potosinas transmitidas oralmente durante siglos, transformadas a veces por el ingenio y el humor fino y pícaro de Pérez Alcalá.  

Con Ricardo solíamos disfrutar en Potosí los tradicionales helados de tumbo, chirimoya y canela de doña Brígida, o nos hacíamos sacar fotos con uno de los últimos fotógrafos de parque, los verdaderos, que impresionaban los negativos y hacían copias ahí mismo, no los que ahora usan polaroid o, peor, una cámara digital escondida donde antes había una cámara analógica antigua.  

El ingreso a la Casa de la Moneda siempre me pareció majestuoso, sobrecogedor. El mascarón del primer patio, realizado por el francés Eugene Moulon, fue incorporado recién en 1856, pero se convirtió en un elemento inseparable del edificio construido hace 248 años (1759-1773). El Baco de Moulon representa la abundancia y el exceso de la época en que la plata del Cerro Rico fluyó a raudales hacia Europa, y convirtió a la ciudad de Potosí en una de las más prósperas del planeta. El rostro enigmático recibe a los visitantes como si estuviera burlándose de ellos: “Fuimos la gloria, somos el olvido”. 

Ricardo no había regresado a su ciudad natal durante 12 años cuando estuvimos allí a mediados de mayo de 1989. El 16 de ese mes visitamos a Wilson Mendieta Pacheco con una solicitud especial: que abriera para nosotros la caja fuerte de la casa de la Moneda. Allí se encontraba una joya invalorable que pude examinar y fotografiar: el extraordinario álbum “Potosí gráfico” de Fortunato Díaz de Oropeza. ¡Ni el propio Wilson, nombrado recientemente en el cargo, sabía que tenía ese tesoro en su oficina!  

El álbum es una de las obras de dibujo más bellas que jamás he visto en Bolivia. Cada página está íntegramente dibujada, tal como me había contado antes Ricardo. Postales de Potosí que parecen pegadas, retratos de personajes ilustres, hasta un cerillo quemado, una estampilla y una moneda que uno está a punto de levantar porque proyecta incluso su sombra: todo está dibujado como una reproducción perfecta de la realidad. La maestría del artista era tan grande, que una vez dibujó un billete y lo fue a cambiar al banco, donde lo aceptaron sin pestañear.  

El día anterior, 15 de mayo, Ricardo y yo habíamos visitado en Sucre a don Gunnar Mendoza, quien nos mostró en el Archivo Nacional las láminas originales de las acuarelas de Melchor María Mercado, una obra extraordinaria cuya edición facsímil preparaba ya por entonces don Gunnar. ¿Por qué no se ha hecho hasta ahora una edición facsímil del álbum de Fortunato Díaz de Oropeza? ¿Sigue bien resguardado en la caja fuerte de la Casa de la Moneda?  

Visitar Potosí con Pérez Alcalá era una experiencia especial, por la magia que era capaz de operar la presencia de mi querido amigo, sin embargo, en otras ocasiones que visité por mi cuenta la Casa de la Moneda estuve igualmente embriagado por el encantamiento que esa inmensa estructura arquitectónica ejerció sobre mi.  

Tengo la ventaja de haber estado en la Casa de la Moneda cuando no había tantos turistas y uno podía caminar por todos sus rincones sin ninguna restricción. No era obligatorio unirse a un grupo con un guía que explicaba las cosas de manera grandilocuente. Siempre he preferido las visitas no guiadas, aquellas donde la sensación de descubrimiento es única e intransferible.  

Un par de razones familiares hacen que la Casa de la Moneda sea también mi casa, de una manera que trataré de explicar.  

Desde niño crecí en la casa familiar de Obrajes donde había hermosos muebles coloniales que mi padre heredó de mis abuelos Adriana y Antonio. Una enorme banca y dos sillas del mismo estilo, un arcón donde se guardaban las sábanas y una repisa de pared, todo ello tallado en madera. Los muebles estaban en el pasillo que atravesaba la casa desde la entrada hasta la parte posterior, eran demasiado voluminosos como para ponerlos en la sala. En sus últimos años de vida mi padre cedió los muebles a la Fundación Cultural de Banco Central de Bolivia, que tuvo el acierto de enviarlos a la Casa de la Moneda, donde se encuentran ahora. Lamentablemente las visitas guiadas no cubren todas las salas del museo, sin embargo, en más de una ocasión pude verlos allí y evocar mi propia casa (que ya no existe).  

La otra razón familiar es que en la colección de minerales de la Casa de la Moneda, están la Gumucionita y la Delmirita, ambos descubiertos por mi tío abuelo Julio Gumucio Valdivieso, hermano menor de mi abuelo Antonio. Mi tío Julio clasificó ambos minerales que llevan el apellido familiar y el nombre de su esposa, Delmira. La Gumucionita es una variedad de esfalerita (sulfuro de zinc) de color verde, gris, marrón y negro, y contiene 0,64% de arsénico. Se cree que el color es causado por la mezcla de rejalgar. No es un mineral fácil de identificar y clasificar. De hecho, la variedad “esfalerita” viene del griego sphaleros, que significa engañoso o inseguro. Cada vez que regreso a la Casa de la Moneda espero el momento de llegar a la colección de minerales, para fotografiar una y otra vez las seis o siete muestras que se exhiben.  

Por lo demás, toda la Casa de la Moneda es un espacio que cautiva. El edificio es una de las construcciones más imponentes, fuertes y sólidas que tenemos en Bolivia. Sus gruesos muros de piedra podrían resistir al tiempo y a los accidentes de la naturaleza mejor que cualquier construcción moderna en el país. Su estructura es noble, sencilla y acogedora (más de 15 mil metros construidos). En su lugar original está la pesada maquinaria de madera que sirvió para acuñar los Reales de 8, 4, 2, 1 y ½, y otras monedas con las efigies de los sucesivos reyes de España. Esas hermosas máquinas movidas por tracción animal y humana permiten visualizar el proceso enorme que involucraba ese trabajo. Las celdas para esclavos en el altillo superior del edificio son hoy testigos mudos de los abusos cometidos.  

Las piezas de moneda llamadas “macuquinas” (voz proveniente del quechua) eran anteriores a la casa de la Moneda, ya que se trabajaban a golpes de martillo, cortadas irregularmente con pesadas tijeras, y selladas en cospeles de plata. Algunas tenían forma de corazón.  

No tengo certeza si las pequeñas monedas de 5 centavos que circulaban en Cochabamba en 1876 con el lema “Pagará a la vista Nicasio de Gumucio”, fueron acuñadas en Potosí por mi antepasado, pero sé que tenían el mismo valor de cambio que otras monedas bolivianas de la época.  

En las salas de la Casa de la Moneda se exhiben maravillosas colecciones y objetos de valor artístico. La pinacoteca contiene obras de Pérez de Holguín y Guzmán de Rojas, además de la colección de vírgenes cuyos trajes replican la forma cónica del Cerro Rico. La sala de platería no es muy grande, pero contiene artefactos hermosos, aunque sin duda los más están dispersos en museos de Europa. Los tallados de madera policromada para las iglesias, los altares, y las ya aludidas colecciones de numismática y minerales, constituyen algunos de los principales atractivos de la Casa de la Moneda, que para mi nunca será solamente un museo o una grandiosa obra arquitectónica, sino un espacio que me recuerda a los amigos y a la familia.  

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El rico come, el pobre se alimenta.
—Quevedo