29 octubre 2011

Desde nuestros acentos


Armand Mattelart y Alfonso Gumucio
“Desde nuestros acentos” es una buena manera de nombrar el Encuentro de Radio Universitaria de Latinoamérica y el Caribe que tuvo lugar en Ciudad de México del 5 al 7 de octubre 2011, donde fui invitado para participar en la plenaria del primer día, en la mesa redonda “Función social de la radio universitaria”, junto a Armand Mattelart y a Manuel Alejandro Guerrero, de la Universidad Iberoamericana. Coincidimos los tres en que la radio universitaria no debe recluirse en el espacio académico, pues desde el momento en que es escuchada por una audiencia más amplia, puede contribuir en el desarrollo de una ciudadanía crítica y participativa.

La mesa fue moderada por Guillermo Gaviria, quien preside la Red de Radio Universitaria de Latinoamérica y elCaribe (RRULAC), organización que convocó al encuentro. Antes de comenzar el diálogo se proyectó en pantalla un saludo en video enviado por Federico Mayor Zaragoza, quien fuera Director de la Unesco entre 1987 y 1999, invitado también a la mesa redonda, aunque no pudo viajar a México. También Eduardo Galeano envió un mensaje, que en su habitual estilo dice: “Ojalá significa, en árabe, que Dios quiera. Ojalá que las radios universitarias se multipliquen en cantidad y en calidad en toda América Latina. Y si Dios no quiere, pues que se multipliquen también, aunque nada mal vendría esa ayuda desde el Más Allá a la difusión de estas voces necesarias en el Más Acá. Las radios universitarias son un producto de primera necesidad en países como los nuestros, donde los medios dominantes de comunicación usurpan el espacio público para vender automóviles o guerras, para mentir la realidad y para desalentar la esperanza”.  

Enrique Fernandez Fassnacht (UAM), Guillermo Gaviria (RRULAC), José Narro (UNAM), 
Katherine Grigsby (Unesco), José Morales Orozco (Universidad Iberoamericana)
La inauguración del evento contó excepcionalmente con la asistencia de los tres rectores de las universidades de Ciudad de México que cuentan con radios universitarias, José Narro de la UNAM, José Morales Orozco, rector de la Universidad Iberoamericana, Enrique Fernández Fassnacht, rector general de la Universidad Autónoma Metropolitana; además de Katherine Grigsby, directora de la Unesco en México, Guillermo Gaviria, presidente de RRULAC y  Wim Jansen, director del Departamento Latinoamericano de Radio Nederland (RNW).

El principal objetivo del evento era analizar y proponer estrategias para reforzar la función social de la radio de las instituciones universitarias y de educación superior”, y para coadyuvarlo se diseñaron objetivos específicos, muy concretos, vinculados a realizar actividades de capacitación, estudios de audiencia, concursos para estimular la producción, encuentros entre guionistas y productores, alianzas internacionales, etc.

Radio UNAM transmitió en directo las sesiones plenarias de las mañanas, a un centenar de emisoras universitarias en América Latina y el caribe, que son parte de la red. Radio Nederland en castellano, que dirige José Zepeda, hizo lo propio en video y radio, a través de su centro de producción en Hilversum, Holanda.

El programa del evento de tres días consistió en conversatorios y mesas redondas en las sesiones plenarias de las mañanas, en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); y en la tardes, “Jornadas académicas”, “Sesiones de Trabajo” y “Talleres de Coproducción” en Radio UNAM y otras sedes universitarias de Ciudad de México.

Fue interesante la intervención en la última plenaria del evento, del escritor Antonio Skármeta, quien habló de su larga relación afectiva con la radio, desde que era niño, y su experiencia de adulto como productor del programa “El show de los libros”, donde trató de presentar la literatura mediante un formato de entretenimiento. El autor de Ardiente paciencia, que fue la base del film El cartero de Neruda, mostró su capacidad histriónica y su buen sentido del humor.

Octavio Getino, Michelle Mattelart, Alfonso Gumucio y Armand Mattelart
Como siempre, estos encuentros sirven para hacer nuevos amigos y para volver a encontrar a viejos conocidos. No había compartido una mesa redonda con Armand Mattelart desde que estuvimos juntos en La Habana, el año 1985, en un diálogo en el que también participaron Herbert Schiller, Octavio Getino, Luiz Fernando Santoro y Michelle Mattelart. Conservo una sola foto que alguien tomó de ese encuentro, aunque no aparecen sino unos cuantos de los mencionados.

Esta vez pasamos más tiempo con Armand, y al día siguiente de la clausura del evento visitamos dos museos de reciente creación: el Museo Soumaya con su magnífica colección de Rodin, Renoir, Dalí y tantos otros grandes artistas, y el Museo Memoria y Tolerancia cuya magnífica museografía permite apreciar los horrores de la intolerancia y de la discriminación, los genocidios del holocausto en Alemania, de Pol Pot en Camboya, de los militares guatemaltecos contra la población maya, o de tutsis contra hutus en Ruanda, entre otros que pertenecen a la galería de la vergüenza de nuestra humanidad.

“Desde nuestros acentos” queda como un primer intento de hacer de la radio universitaria una radio pública, que cumpla la función de estimular la participación en el debate sobre el presente y el futuro político y social de América Latina. 

21 octubre 2011

Movimientos y cambios sociales



Hace casi tres años mencioné aquí mismo la publicación en inglés del libro Civic Driven Change, editado por mis colegas Kees Biekart y Alan Fowler. Ahora contamos finalmente con la versión en castellano, El cambio dirigido por la acción cívica (2011), título no del todo afortunado, pero así sucede a veces con las traducciones de términos que son difíciles de traducir. 

No es fácil verter al castellano un concepto que en inglés suena tan certero, en parte porque “acción cívica” evoca la jerga que utilizaron en los años 1960 en América Latina algunos programas de desarrollo mediante los cuales las Fuerzas Armadas querían limpiar o mejorar su imagen. En cualquier caso, de lo que aquí se trata es de cambios sociales promovidos por movimientos de la sociedad civil. El libro analiza el poder de los ciudadanos en las transformaciones sociales, y revisa de manera crítica el papel que cumple la cooperación externa. 

El cambio dirigido por la acción cívica (285 páginas) fue traducido por Bertha Pancorvo y de Susana Ojeda, y publicado en la colección Antrazyt de Icaria Editorial, de Barcelona, especializada en ciencias sociales. Esta editorial independiente cuenta con un frondoso catálogo de 960 títulos, en 26 colecciones, de las cuales esta es la más nutrida. 

Alan Fowler y Kees Biekart
El libro es el resultado de un proceso de investigación y de diálogo intelectual que comenzó en 2007 con el apoyo de varias ONGs holandesas con amplia experiencia de trabajo en el tercer mundo, y con el auspicio del Institut of Social Studies (ISS) de La Haya, que entonces dirigía otro gran colega y amigo, Louk de la Rive Box. En mi caso, fui invitado para integrar el grupo de investigadores hacia el final, poco antes de que el libro entrara a imprenta. El culpable, a quien agradezco esa oportunidad, fue Alan Fowler, mi colega en el directorio internacional de PSO, quien me pidió el capítulo sobre comunicación para "ayer". En dos semanas se lo entregué, trabajando a todo vapor, y un mes más tarde ya estábamos presentando esta obra colectiva en La Haya. Recuerdo que Alan y Kees no aceptaron fácilmente el título de mi capítulo, “Six degrees and butterflies”, aparentemente aún más confuso en castellano, “Seis grados y mariposas”, pero como dicen ambos en el prólogo a la edición española “una pauta que siguieron los autores fue la producción de estudios que no pretendían ser excesivamente académicos, sino por el contrario buscaron redactar ensayos que se basaban en su compromiso personal con el tema”.

Reconozco que tengo debilidad por los títulos sugerentes, que a veces desconciertan, pero en este caso se explica en el contexto del artículo, al referir que en materia de comunicación para el cambio social, todo está vinculado y todo tiene algún impacto, como en la analogía poética del matemático y meteorólogo Edward Lorenz, padre de la teoría del caos, cuando se preguntaba si el aleteo de una mariposa en Brasil podía provocar un tornado en Tejas. 
Atardecer en Scheveningen: Biekart, Fowler, Gumucio
Lo de los “seis grados” de separación no se explica en el texto pero alude a la teoría bastante conocida de que el mundo es en realidad tan pequeño que todo individuo en la tierra está conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. El tema, claro, es descubrir esas conexiones; cómo saber que la persona que se sienta a mi lado en el tranvía en La Haya conoce a alguien en Ámsterdam que a su vez conoció en Londres a un indio que tiene un hermano en Bangalore que trabaja en nuevas tecnologías con un gringo de San Francisco que estudió en la Universidad de Stanford donde enseña mi primo Marcelo Gumucio que vive en Menlo Park y no tiene idea de todo esto. 

15 octubre 2011

Hablando de Roma


La comunicación para el desarrollo sigue haciendo camino desde hace medio siglo, y no es un camino fácil, a pesar de que su función en el desarrollo sostenible y en los procesos participativos está fuera de toda duda. Durante cinco décadas ha tenido que enfrentar la predilección de las agencias de cooperación por la visibilidad institucional, su debilidad por los medios de difusión masiva y su fascinación por los instrumentos que ofrecen las llamadas “nuevas tecnologías”.

La verdadera razón por la que el concepto es resistido por las burocracias institucionales, es porque alienta la participación en la toma de decisiones y la apropiación de los procesos de comunicación por parte de las comunidades. En otras palabras, es subversivo porque promueve la democracia en el ejercicio del poder, un poder que las burocracias no están dispuestas a compartir.

Luego de más de 60 años de desperdicio de los modelos desarrollistas, las grandes instituciones que han fracasado siguen formulando metas que no podrán alcanzar –por mucho dinero que inviertan- si no es con la participación de todos aquellos ciudadanos involucrados en los procesos de desarrollo. Y esa participación solamente es posible a través de la comunicación participativa, algo que las instituciones se niegan a reconocer, empeñadas como están en las campañas de información o, peor aún, en la propaganda institucional.

James Deane (BBC) y Mario Lubetkin (IPS)
De esto y mucho más se habló a mediados de septiembre en Roma, en la “Consulta de Expertos sobre Comunicación para el Desarrollo”, una reunión convocada por la FAO, con el propósito múltiple de revisar el marco conceptual de la comunicación para el desarrollo en nuestros días, particularmente en el sector del desarrollo rural, analizar los desafíos y las oportunidades para institucionalizar la disciplina en las agencias para el desarrollo rural y en los gobiernos nacionales, y conformar alianzas entre instituciones para poder avanzar en el tema.

Fue bueno que esto sucediera precisamente en Roma, y en la misma FAO, donde en 2006 nos reunimos más de mil delegados participantes en el Congreso Mundial de Comunicación para el Desarrollo (CMCD).

Equipo de coordinación de la Consulta de Expertos de la FAO
Esta vez, la FAO me pidió coordinar la consulta de expertos, para lo cual preparé un documento de antecedentes que presenté el primer día de la reunión, y al cabo de la consulta otro documento que fija la posición de los participantes y de la FAO, y recoge las recomendaciones principales. Estos documentos deberían servir a los propios encargados de comunicación para el desarrollo de la FAO, los colegas Mario Acunzo y Riccardo del Castello, a fortalecer su unidad en el interior de una institución que, lamentablemente, no ha sabido mantener el liderazgo que tuvo durante varias décadas en este tema.

Efectivamente, tanto la FAO como la Unesco fueron líderes en comunicación para el desarrollo durante las décadas de 1970 y 1980.  La Unesco produjo el Informe MacBride, Un solo mundo, voces múltiples, (que irritó tanto al gobierno de Estados Unidos que decidió dejar la organización), y la FAO bajo el liderazgo de Colin Fraser desarrolló una enorme capacidad de ejecución para demostrar que la comunicación para el desarrollo era indispensable en la perspectiva de un desarrollo sostenible y a largo plazo.

Esa conciencia –y quizás nostalgia- del pasado planeó inevitablemente sobre la Consulta de Expertos, más aún cuando los enfoques de moda impulsados desde el Banco Mundial hacen hincapié en las nuevas tecnologías antes que en el desarrollo humano, y algunas agencias del sistema adaptan su lenguaje a los nuevos tiempos, negociando los puntos más conflictivos de la agenda pendiente, como es el derecho a la comunicación. La FAO no está al margen de esas influencias, ahora disfrazadas con el discurso de “gestión de conocimiento” (que muchos confunden con diseminación de información) o con el sofisma “sistemas de innovación”, un pozo donde todo cabe con tal de revivir el desprestigiado extensionismo rural que Paulo Freire criticó acertadamente hace 40 años.

La ventaja de esta Consulta de Expertos es que además de algunos funcionarios con poca experiencia concreta en el terreno y poca capacidad para articular ideas, había también colegas con enorme capacidad de reflexión proveniente de su experiencia directa de muchos años de trabajo en comunicación para el desarrollo y el cambio social. Así, me dio gusto volver a coincidir con Bruce Girard, Ricardo Ramírez y Rafael Obregón, además de aquellos que desde el ámbito académico promueven la comunicación para el desarrollo, como Nabil Dajani en la American University de Beirut (Líbano), Helen Hambly en la Universidad de Guelph (Canadá) o Cleofé Torres en la Universidad de Filipinas en Los Baños. Las intervenciones de Silvia Balit, James Deane y Mario Lubetkin, con larga experiencia institucional (FAO, BBC e IPS respectivamente), enriquecieron sin duda el nivel de los intercambios. Aquí se pueden ver algunas fotos.

Ricardo Ramirez
Me llamó la atención, durante la reunión, la angustia que sienten algunos colegas de instituciones porque sus superiores o los donantes a los que quieren convencer sobre la utilidad de la comunicación para el desarrollo, “no entienden” lo que es. Estos colegas se colocan en una posición subalterna y se esfuerzan en encontrar un lenguaje “simple”, que les permita “vender” en “dos minutos” la comunicación para el desarrollo a aquellos importantísimos y muy ocupados burócratas que no están dispuestos a conceder sino una fracción de su precioso tiempo para que les expliquen, como a niños bobos, lo que es la comunicación para el desarrollo y el cambio social. 

Con dedicatoria para esos ejecutivos que apenas se dignan aparecer durante cinco minutos en nuestras reuniones sobre comunicación, Wendy Quarry y Ricardo Ramírez escribieron Communication for Another development: Listening before telling (2009), en el que explican de la manera más didáctica posible a tomadores de decisión, administradores y planificadores la importancia de la comunicación para un desarrollo con dimensión humana. Quarry y Ramírez no banalizan el lenguaje de la comunicación ni lo rebajan para explicar aquello que no es tan difícil de entender. 

Venus Jennings, de Unesco
Coincido plenamente con ellos en que no es necesario colocarse en una posición subalterna. Si algunos donantes o funcionarios que ocupan posiciones de privilegio no entienden los conceptos de diálogo, participación, comunicación horizontal, etc., no es porque sean tontos, sino porque no les interesa. De modo que aunque reduzcamos las descripciones y definiciones de comunicación para el desarrollo a lo más obvio y pedestre, a un par de frases destinadas a la “conversación en el ascensor”, no van a escuchar aquellos que no quieren escuchar. No hay peor sordo que el que no quiere oír... Lo cierto es que si una mujer analfabeta de la India o un campesino aymara del altiplano de Bolivia entienden perfectamente lo que es la comunicación para el desarrollo, no veo qué dificultad tendrían aquellos burócratas que, muy pagados de sí mismos, dicen que “no entienden” o que “no tienen tiempo”.


10 octubre 2011

Efraín Recinos (1928-2011)


Que acabe este año de una vez, ya no lo soporto, me duele. Uno tras otro, casi sin respiro, he ido perdiendo amigos cuya memoria me marca: el 30 de abril, en Panamá, murió Raúl Leis; en Havelock se extinguió Ted Córdova el 10 de mayo; el 13 de julio, en Quito se fue Nicole Adoum; el 22 de agosto, en Cochabamba, Raúl Lara; y en Puebla, el 10 de septiembre, Renato Prada Oropeza. Ahora me entero con una semana de retraso de la partida de Efraín Recinos, el domingo 2 de octubre, en Ciudad de Guatemala.  

Tengo tanto que decir sobre Efraín, que me cuesta decirlo, la emoción traba el tintero y la memoria hierve a borbotones. Las burbujas mezclan imágenes de los múltiples momentos que compartimos, ya sea en su estudio en el Teatro Nacional, en los paseos que hicimos para que lo filmara frente a sus esculturas y relieves regados por la ciudad, en el Conservatorio Nacional de Música, en la Biblioteca Nacional, o en casa con Mario Monteforte Toledo, su gran amigo. Aquí van, fragmentos.

Conservo varias horas de entrevistas que le hice en video a lo largo de cinco o seis años, con la intención de armar un documental sobre su vida y su obra. Ese proyecto se fue postergando por esa idea absurda de que la vida se estira a medida de que la vamos viviendo, con la peregrina esperanza de que durará mientras nos mantengamos activos. Es lo que creían Efraín Recinos y Mario Monteforte, cuando hasta el último día ponían a prueba su energía y su creatividad. Es lo que creemos todos.

Efraín tenía su taller -su nido más bien- en el Teatro Nacional, en el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, que él mismo diseño como arquitecto e ingeniero, y cuya construcción vigiló día a día, pasando por infinidad de peripecias que me contó en detalle. Allí guardaba todo lo que era importante en su vida, desde los dibujos que hizo cuando niño, celosamente conservados por su padre, hasta los discos de música clásica que atesoraba.    

Cada vez que llegaba a visitarlo lo encontraba escuchando música, mientras trabajaba ya sea en el fondo del taller, donde tenía su caballete, el banquito manchado de pintura que le servía de paleta y las maquetas de sus obras; o en la parte de adelante, junto a la ventana, donde una amplia mesa soportaba sus apuntes, sus bocetos, y papeles de toda suerte cuyo orden solamente él conocía. Alguna vez le sugerí que permitiera que alguien lo ayudara a ordenar todos esos documentos, pero creo que la idea no le gustó.

Conocía mucho de música, al igual que Mario Monteforte, y sus gustos eran variados. Le gustaba, por ejemplo, George Antheil, el autor de “Le ballet mecanique” (que ahora vuelvo a escuchar para recordarlo) y de numerosas composiciones para cine. En uno de mis viajes me pidió que le trajera la autobiografía del compositor: “The bad boy of music”, que disfruté leyendo en el avión.

De una curiosidad desbordante, cada vez que pintaba a un personaje se tomaba el tiempo de investigar su historia, para entenderlo mejor. En una oportunidad me dijo que quería pintar a mujeres notables de la independencia de América Latina, y me pidió que en mi próximo viaje a Bolivia le trajera una biografía sobre la guerrillera Juana Azurduy de Padilla, y datos sobre la heroína colombiana Policarpa Salvarrieta, fusilada por los españoles en 1817. Cumplí con esos encargos alentado por el placer de verlo sonreír cuando recibiera la encomienda.

La galería de personajes que pintó para el Conservatorio Nacional de Música es digna de un capítulo especial. El día que lo filmé allí, rodeado de todos esos personajes, me explicó cuales habían sido los motivos para incluir a cada uno de ellos, incluso a algunos (o “alguna”, diremos), que ocupaba un lugar especial en su corazón.

A medida que pasaban y pesaban los años, permanecía más tiempo escribiendo o dibujando sobre la mesa junto a la ventana, y menos tiempo en el fondo del taller de pintura. Más de una vez lo encontraba dormitando, sentado, con el lápiz en la mano, y entonces cerraba la puerta con cuidado y me iba. Encorvado sobre un cuaderno, escribía con mano temblorosa, dibujando cada palabra, relatos o guiones para las películas que soñaba hacer, y que hizo, por ejemplo Los Visitantes, un film de animación donde incluyó a los personajes que más admiraba, desde Leonardo da Vinci –su referente más importante- y la Mona Lisa, hasta Marilyn Monroe y Grace Kelly, pasando por sus arquitectos predilectos, Mies van der Rohe y Le Corbusier.


Una mañana que lo visité en el Teatro Nacional me leyó partes del guión mientras me mostraba los dibujos de caracterización de cada personaje, y el vehículo que él había imaginado los transportaría por las calles de Ciudad de Guatemala. De eso se trataba la película, de mirar su país, que tanto le dolía, a través de los ojos de esos ilustres visitantes.

Sus gruesos anteojos quizás ya no le servían de mucho para ver de cerca, aunque todavía se aventuraba a manejar en las calles de Ciudad de Guatemala, en el auto rojo que le regaló Pepo Toledo, el sobrino de Mario Monteforte.

Entre 1971 y 1978, durante los años que duró la construcción del Teatro Nacional, Efraín tenía un escarabajo Volkswagen de esos que ya no se fabrican, que al final quedó estacionado frente al teatro mientras el tiempo daba cuenta con él y el metal adquiría color de esqueleto. Cuando en 2008 se concretaba el proyecto del parque escultórico que lleva su nombre, en Santo Domingo el Cerro, cerca de la salida de Antigua, Efraín tuvo la ingeniosa idea de convertir a su viejo automóvil en una escultura.  Le sentó encima una risueña y colorida guatemalita, el personaje que aparece en muchas de sus obras, y lo plantó en el parque como un caballo chúcaro que levanta las patas delanteras.  

Disfruté muchas veces del fino humor de Efraín, que solía por ejemplo contar La Caperucita Roja al revés, es decir, invirtiendo las sílabas de cada palabra, de modo que la historia era la de “Tacirupeca” y así sucesivamente. Se sabía el cuento entero al revés, y lo decía imitando las voces de la “tacirupeca” y del “bolo”, lo cual además de ingenio era una prueba adicional del privilegio de la memoria que lo caracterizaba.

Era vegetariano y tempranero, por lo que declinaba cortésmente las invitaciones a cenar, pero varias veces tuvimos la suerte de que nos visitara en la casa. Tener a Efraín Recinos y a Mario Monteforte juntos, era un regalo, por el ingenio de ambos y por la riqueza del diálogo que sostenían. 

En una de sus visitas, en junio del 2003 dejó su huella en un cuaderno: hizo un dibujo en el que aparezco con una cámara de cine. En otra oportunidad, en enero del 2004, estuvo en casa con otros artistas e intelectuales guatemaltecos cuando recibimos a Carlos D. Mesa, quien acababa de asumir la presidencia de Bolivia, y llegaba a Guatemala para asistir a la toma de posesión de Oscar Berger. 

Como todos los que lo conocieron, recordaré a Efraín con sus zapatos manchados de pintura, sus manos finas temblorosas y los chalecos que lucía. Alguna vez le pregunté cuantos chalecos tenía, y no supo decirme, eran tantos que no llevaba la cuenta. Recordaré sus "guatemalitas" de rostro amable y aquellas mujeres piernudas y sensuales que le gustaba pintar. Recordaré a Efraín en la colina sobre la que se asienta el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, su obra magna, los paseos que hacíamos entre los árboles de jacaranda, florecidos de intenso violeta, y el edificio en construcción de lo que iba a ser otro de sus sueños, el Museo de la Marimba.
   


03 octubre 2011

Fundación del horizonte


Una de las imágenes más bellas en La Habana es la caída del sol vista desde el malecón. Centenares de jóvenes se dan cita cada tarde en ese largo paseo frente al mar, para admirar el disco enrojecido del sol que se hunde en las aguas del horizonte.

Ese y otros horizontes son importantes para los cubanos, por ejemplo el horizonte del cine. Pocas veces he conocido a un pueblo tan motivado por la actividad cinematográfica, tan amante del cine.

Uno de los primeros decretos del gobierno de Fidel Castro al triunfo de la Revolución, en 1959, fue la creación del Instituto de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), que no solamente ha sido motor fundamental para alentar durante cinco décadas la producción de cine cubano, sino que ha apoyado a centenares de cineastas de toda la región para que puedan concluir sus películas, gracias al apoyo generoso del ICAIC y de otras instituciones dedicadas al cine.

Cuando en el mes de diciembre se realiza cada año el festival de cine, la ciudad entera se convierte en una pantalla cinematográfica, las salas de cine se llenan de gente, la actividad es incesante. El Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana es una gran fiesta para los sentidos. Allí se puede ver lo mejor de la producción de cine en la región. De todos los festivales en los que participé, el 7º fue el mejor regalo, por la cantidad y calidad de películas y colegas que participaron, y por el ambiente extraordinario que vivimos. Allí se otorgó ex aequo el Gran Premio Coral a Frida-Naturaleza Viva de Paul Leduc (México) y a Tangos – El exilio de Gardel de Fernando Solanas (Argentina).

Eso fue en 1985, y tuve la suerte de estar en el Teatro Karl Marx la noche de clausura, el 15 de diciembre, cuando en un discurso de casi cinco horas Fidel mostró su conocimiento y su pasión por el cine, y anunció la creación de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños (EICTV) y de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL).

Quinta Santa Bárbara, sede de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano
La Quinta Santa Bárbara, sede de la Fundación, es un espacio emblemático por varias razones, entre ellas porque fue allí que Tomás Gutiérrez Alea, uno de los grandes del cine cubano, filmó “Los sobrevivientes”. En el acto de inauguración de esta sede, el 4 de diciembre de 1986, Gabriel García Márquez, Presidente de la Fundación, afirmó: “Pocas casas como esta podrían ser tan propicias para emprender desde ella nuestro objetivo final, que es nada menos que el de lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado. Y nadie podría condenarnos por la simpleza sino más bien por la desmesura de nuestros pasos iniciales…”.
La Fundación ha sido desmesurada durante los 25 años que han seguido a las palabras inaugurales de Gabo, y se ha convertido en un referente indispensable en el cine latinoamericano, la casa de todos los cineastas y estudiosos del cine de la región. Al ritmo de la dulce batuta de Alquimia Peña, los trabajadores de la Fundación hacen actos de magia cotidianos para mantener ese espacio lleno de actividad.  El centro de documentación es un ejemplo de ello, como lo es el Portal del Cine y el Audiovisual Latinoamericano y Caribeño y su boletín semanal.  Uno admira aún más la riqueza de contenido de este boletín cuando conoce las dificultades que enfrenta Cuba en materia de conectividad de internet.
Lola Calviño, Julio García Espinosa, Nora de Izcue, Fernando Birri,
Alfonso Gumucio, Alquimia Peña
Sin duda, la Fundación es uno de los cuatro pilares sobre los que se asienta el festival de cine, la gran fiesta del cine latinoamericano. Los otros tres pilares son el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), y la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) en San Antonio de los Baños.
De la Escuela Internacional de Cine se han graduado varias generaciones de cineastas latinoamericanos, pero también europeos, norteamericanos, africanos o asiáticos. Cinco lustros después de su creación, me dio mucho gusto retornar a la escuela a fines de julio pasado, para asistir a la graduación de la 20ª promoción de nuevos cineastas, y volver a encontrar a Fernando Birri, quien fuera el primer director, a Julio García Espinosa, a Orlando Senna, a Lola Calviño, y a otros grandes animadores de la escuela.

Cine comunitario en América Latina: grupo de investigadores
Pero el motivo principal de la visita a La Habana fue participar en una reunión de investigadores de cine, convocados por la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano para abordar un proyecto de investigación sobre el cine comunitario en América Latina y El Caribe, que recibió el apoyo del Fondo de la Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de Expresiones Culturales de la Unesco. Por invitación de Alquimia Peña acepté coordinar al equipo de investigadores, en consulta también con Octavio Getino, que coordina a su vez investigaciones para el Observatorio del Cine y del Audiovisual Latinoamericano y Caribeño.
La investigación sobre cine comunitario cubrirá una selección de procesos participativos en el campo audiovisual, desde el año 2000, que se caracterizan por producciones y acciones lideradas por los propios sujetos comunitarios.  En otras palabras, nos concentraremos en los procesos de cine y video gestionados por la propias comunidades, incluyendo producciones de ficción, documentales, de animación, etc. Es una primera aproximación a un tema poco estudiado.