26 enero 2014

El guerrillero fantasma

El 9 de marzo de 1974, luego de treinta años de luchar contra el ejército invasor de Estados Unidos,  salió del monte el subteniente Hiroo Onoda. A sus 22 años de edad había sido destinado por sus superiores como oficial de inteligencia del ejército imperial japonés para organizar una guerra de guerrillas en territorio filipino, en previsión de un ataque estadounidense.  Sus órdenes eran claras: no rendirse jamás y si era atrapado, suicidarse con honor.

Cuando leí en París esa noticia publicada en Le Monde me impresionó tanto el personaje, que le dediqué inmediatamente un poema que años más tarde se publicó en Sobras completas, mi tercer poemario. Hoy he querido desenterrar estos versos porque otra noticia en la prensa local me informa que Onoda falleció el 16 de enero de este año en un hospital de Tokio, a los 91 años de edad.

La historia da a veces personajes fascinantes como Hiroo Onoda, individuos que actúan motivados por el honor y la certeza de que lo que hacen es en beneficio de su patria o de la humanidad.  Solo una convicción tan profunda podía haber mantenido en vida y luchando a Onoda, sin saber que la Segunda Guerra Mundial había concluido con la derrota de Japón el 15 de agosto de 1945, apenas ocho meses después de que él desembarcara en Filipinas.

Para Onoda, la guerra no había terminado si no recibía órdenes de sus superiores en mando, por lo que cuando se produjo la invasión de Estados Unidos, se replegó a las montañas con un reducido grupo de combatientes. Cuando cada cierto tiempo los aviones enemigos esparcían volantes intimándolos a la rendición o anunciándoles que la guerra ya había concluido, Onoda suponía que se trataba de una estratagema para doblegarlos.

Durante los primeros 20 años de su guerrilla clandestina, Onoda y sus compañeros de armas llevaron adelante acciones de guerrilla rural, y enfrentándose a tiros a la policía y el ejército de Filipinas, entre quienes causaron 30 bajas. 

Los pocos compañeros de lucha de Onoda desertaron o resultaron heridos y muertos en esos enfrentamientos. Durante los dos últimos años, entre 1972 y 1974, sobrevivió y siguió su lucha en solitario, hasta que finalmente trajeron a su antiguo comandante, el mayor Taniguchi, para que lo convenciera de rendirse.

La historia es extraordinaria. Basta pensar en el mundo que encontró Onoda al salir de esa selva que lo había abrigado durante tres décadas. El mundo había cambiado y para él era como despertar de un sueño profundo a sus 52 años de edad, sin mujer, sin hijos, sin otro pasado que 30 años de resistencia ante lo desconocido.

En la ceremonia protocolar de rendición, entregó su fusil tipo 99 Arisaka que aún funcionaba, 500 cartuchos y varias granadas de mano. Fue recibido con honores en su propio país pero con burlas en la prensa occidental que consideraba que su acto de valentía y de perseverancia era una manifestación de demencia. Quizás tuvieran razón: en nuestros tiempos de pragmáticos y oportunistas, valores humanos como la consecuencia, la lealtad y el honor son cosa de locos. 

Eso fue lo que me impulsó a reivindicar su figura en un poema. 



Samurái 

La anécdota: samurái aparecido
blandiendo sables de arena
gritos de guerra
inútiles aún y ahora
viejos de treinta años.

Demasiado tarde o quizás
a tiempo todavía
teniendo en cuenta
que no ha secado la sangre, aún
está pendiente
simplemente dispersa. 

Samurái escondido con años
en los puños, siglos en las sienes
día a día en el hambre.

Te declaran loco, samurái
pieza de museo
rareza a ser fotografiada
el único que no creyó en Hiroshima.

Cómo no quisiste aceptar
tu propia muerte
la radioactividad exuberante
la nueva sangre enriquecida
de base-ball y Coca-Cola.


La bomba ciega es
solamente un recuerdo ahora
puedes visitar su monumento
el museo y tu tumba fresca
y la cámara de horrores
no te la pierdas.

Take it or leave it, samurái
el mundo ya está hecho,
abandona tu espada, tu grito
ridiculizado en Time y en Nueva York.
Ya tenemos nuevos dioses.

Pierdes tu soledad y ganas
esas ganas viscerales de gritar.
Tu guerra no acaba, no cede, no reposa
no has dicho sueño todavía.

Tu brazo templado en la sorpresa
puede aún segar de un solo arco
el venenoso hongo que se eleva
gris petrificado.


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Para la mayoría de los hombres la guerra es el fin de la soledad.
Para mi es la soledad infinita.
—Albert Camus


18 enero 2014

Los Imaná

Qué gusto ver juntos a Gil y Jorge, los hermanos Imaná, que viven separados por 7385 kilómetros de distancia, el primero en La Paz, Bolivia, y el segundo –desde hace más de  cuatro décadas- en La Jolla, Estados Unidos. Qué bueno verlos unidos en un abrazo junto a sus obras, que se exhiben en el Salón Municipal Cecilio Guzmán de Rojas. 

Una ocasión como esta no se presentaba desde hace bastante tiempo, pero ahora fue posible por iniciativa del municipio paceño, que adquirió obras de ambos, así como de Inés Córdova y de otros artistas plásticos para incorporarlas en el acervo de la Casa de la Cultura y exhibirlas en la muestra Grandes Maestros Bolivianos del Siglo XX. 


Durante el acto que organizó el equipo de Wálter Gómez, oficial mayor de cultura del Gobierno Municipal de La Paz, rodeado por amigos y admiradores de su obra, Gil Imaná habló emocionado de la enorme importancia histórica que tiene para la cultura boliviana el Salón Municipal Cecilio Guzmán de Rojas donde él y tantos otros artistas pudieron exhibir por primera vez en La Paz cuando todavía eran poco conocidos: 

“En estas mismas paredes del espacio que considero un templo de la cultura boliviana, comenzamos a exponer desde 1950, a partir de entonces la galería acogió a los principales exponentes de la plástica nacional”.

Gil y Jorge Imaná pertenecen a una generación extraordinaria que esgrimió sus primeros pinceles en la capital de Bolivia. Ambos fueron discípulos de Juan Rimsa y miembros del Grupo Anteo. Recuerdo el relato de Wálter Solón Romero durante la visita que hicimos juntos al Colegio Junín de Sucre, donde se conservan los primeros murales que pintaron los jóvenes artistas del Grupo Anteo: los hermanos Imaná, Lorgio Vaca y el propio Solón Romero. Tanto terreno recorrido desde entonces. Quien haya ido a Sucre y no conozca esos murales, ignora un antecedente fundamental en el arte boliviano.

El solo hecho de ver juntos a Jorge y a Gil Imaná es un acontecimiento que abre en cada quien el baúl de la memoria, para sacar quizás fragmentos de recuerdos, fotos en blanco y negro, apuntes sin fecha.

En mi caso, recuerdo por ejemplo las visitas que le hacía hace muchos años a Gil Imaná en un taller en la calle Ayacucho esquina Potosí, en un segundo piso de una casa colonial que ahora amenazan con derruir para ampliar el palacio de gobierno (demasiado chico quizás para las aspiraciones de grandeza de los gobernantes actuales). Recuerdo también algún encuentro en París, a principios de los años 1970, en una exposición de arte boliviano de la que tengo o tuve una foto en blanco y negro que ahora no encuentro. Gil todavía con el cabello oscuro, una chompa con cuello tortuga.

Si todo va bien, veremos en unos años nacer un nuevo museo y centro cultural dedicado a la obra de los hermanos Imaná y de Inés Córdova, en el caserón de la avenida 20 de Octubre esquina Aspiazu. Allí estuvimos el martes 14 de enero brindando con Gil y Jorge para que ese sueño se haga realidad. 

Jorge Imaná estuvo de paso apenas pocos días. No lo vi irse pero quiero imaginar el abrazo de despedida que se dieron los dos hermanos cuando Jorge retomó su itinerario de regreso a California. No ha debido ser fácil para estos dos artistas siameses separarse nuevamente.

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Trato de aplicar colores como las palabras que dan forma a los poemas,
como las notas que dan forma a la música.
—Joan Miró

10 enero 2014

Safari a La Paz

En la nota anterior me referí a la muerte del escritor Gérard de Villiers, autor de 200 novelas de la serie de espionaje SAS, una de ellas situada en Bolivia, sobre la que publiqué el comentario que sigue en el suplemento Semana de Ultima Hora, el viernes 10 de junio de 1977. Han pasado 37 años, de modo que apelo a la benevolencia del lector.

Su Alteza Serenísima (SAS) el Príncipe Malko de origen austriaco y para más datos agente de la CIA, llega a La Paz en un vuelo de “Lloyd Boliviano” con la misión especial de encontrar a un importante pez gordo nazi, criminal de guerra condenado a muerte en Holanda y en Francia.  El nombre del ex miembro de la Gestapo, responsable de la muerte de más de 300 personas, es Klaus Heinkel, pero se hace pasar por Klaus Muller (ya sabemos de qué Klaus se trata).  Ha sido utilizado por la CIA desde 1947, pero la CIA teme ahora que Heinkel haga revelaciones que podrían servir al columnista Jack Anderson para armar un nuevo escándalo periodístico. Se trata, pues, de hacer que las autoridades bolivianas se encarguen de eliminar a Heinkel,  lo cual es bastante difícil según descubre Malko, ya que el criminal nazi está protegido por esas autoridades.  Heinkel beneficia además de la protección de un amigo coronel S.S. instalado cómodamente en una finca a orillas del Lago Titikaka, que a su vez ejerce una gran influencia sobre el jefe de inteligencia boliviano (lo de “inteligencia” es un sofisma), el sanguinario Mayor Hugo Gómez.

Klaus Barbie, Teniente Coronel "ad honorem"
del ejército boliviano
Malko permanece en Bolivia en el mes de marzo de 1972 y corre una serie de aventuras evadiendo los cercos que le tienden los organismos de represión oficiales, los organismos de represión paralelos (“los marqueses”),  los ex – nazis, y también un funcionario de USIS que es en realidad el Jefe de la Estación de la CIA en La Paz. Por otra parte, claro, Malko tendrá tiempo, entre cerco y cerco, de conocer el carácter abierto y sensual de las bolivianas: no hay una que se le resista y la que no se enamora de él trata de todas formas de seducirlo para atraerlo a alguna trampa o, simple y llanamente, a la cama.

En ese marco “boliviano” se desarrolla la novela negra Safari a La Paz, escrita, como todas las de la serie (un buen centenar), por Gérard de Villiers y toda la maquinaria que sostiene su prolífica producción. La portada del libro nos presenta una rubia que por vestimenta no lleva sino largos guantes negros y dos revólveres Smith & Wesson, anunciando el color erótico del texto. En realidad, todas las carátulas son similares: mujeres semidesnudas y armas. Sexo y violencia, eso es lo que ofrece la colección. Pero la diferencia entre esta serie y otras similares, aquello que ha convertido a “SAS” en un negocio redondo y le da un sello de originalidad, es que cada novela parece haber sido escrita en el lugar enunciado en el título. Ya no se trata de la especulación sin base real, aquí lo que sorprende es que el argumento esté inspirado en una situación concreta, situado y desarrollado con todo detalle en una geografía o una ciudad, descritas en términos inconfundibles.

Safari a La Paz nos sorprende desde la primera página por la acumulación de ingredientes que tienden a hacer verosímil la novela, elementos que sin duda la enriquecen con relación a otras novelas de tipo clase donde los hechos suelen suceder sobre un telón de fondo confuso e inconsistente.  Aquí, por el contrario, los detalles son impresionantes. Sabemos que Don Federico Sturm, ex coronel nazi, pasa sus días “acariciando una vicuña” que le regalaron “cazadores aymaras” y a la que ha puesto el nombre de “Cantuta”.  Si estos nombres bolivianos podían haber sido encontrados en cualquier enciclopedia, la sorpresa del lector aumenta cuando lee, por ejemplo, que Federico Sturm almuerza “una vez a la semana en Los Escudos”, y que ha tenido alguna aventura sexual con “una bailarina del Maracaibo”.

De los datos generales de tipo enciclopédico la novela pasa a detalles cotidianos que no pueden conocerse sin haber estado realmente en La Paz.  Hay pruebas tan sorprendentes de esa fidelidad a los detalles, que cuando en uno de los capítulos se habla, por ejemplo, del Panóptico de San Pedro, se describe incluso a la famosa “awicha” quien “mató a su marido y lo cortó en pedazos para hacer salchichas que luego vendió en el mercado”. Reprocharle al libro el detalle de que la “awicha” no hizo salchichas sino fricasé, sería exagerado de nuestra parte… Otras alusiones y citaciones muy precisas se refieren a los “trufis”, al Motel Turist, al “Kilómetro cuatro”, a la iglesia de San Miguel, al antiguo edificio  de “Presencia”, etc.

Los eventos políticos del pasado son aludidos a lo largo de la novela sin mucho detalle.  Se menciona de pasada el “accidente” de un presidente boliviano que se estrelló con su helicóptero, así como la nacionalización de la Gulf o la intervención del siniestro “Doctor Gordon” (alusión al cubano “Doctor” Gonzáles, agente de la CIA durante la guerrilla del Ché), y también un tráfico armas a Israel. 

Gérard de Villiers
Los eventos contemporáneos a la acción narrada, merecen una mejor atención.  No solamente describe con bastante detalle el ambiente político en 1972 (una marcha el 23 de marzo, la propaganda oficial en grandes afiches en el camino de bajada del aeropuerto, la captura de militantes del ELN), sino que además incorpora en los diálogos ciertos hechos, como ser la expulsión de los funcionarios soviéticos considerados por el gobierno boliviano como “demasiados” Jack Cambell, Jefe de la estación de la CIA, ve que sus “esfuerzos de siete meses” han dado resultado y telefonea al embajador norteamericano: “Señor Embajador ya es oficial. Yo lo sabía desde anoche pero no quería avisarle antes. Esta gente podía darse la vuelta como siempre”. El Embajador felicita a Cambell que lee el artículo en “Presencia”:  el gobierno boliviano ha decidido expulsar ciento diez y nueve funcionarios de la embajada soviética, acusados de colaborar con los enemigos de la república.  El presidente ha declarado que esta medida era el resultado de una larga encuesta de los Servicios de Seguridad”. “De los servicios de seguridad, repitió Cambell, riendo hasta las lágrimas. Los diplomáticos tienen 8 días para abandonar el país. Continuó leyendo. El Embajador lo interrumpió. —Yo creí que no había sino 59 personas en la embajada de la URSS —Exacto dijo Cambell, han puesto en la lista todos los que tenían pasaporte soviético (…) incluso han sacado a bebés y a perros.”

No se crea que el punto de vista del autor es de izquierda; nada por el estilo.  El objetivo de la serie SAS es subrayar el heroísmo y la personalidad del agente de la CIA, con la salvedad de que es un agente de nacionalidad europea, menos vulgar que los agentes yanquis, residuo nostálgico de los tiempos en que la Scotland Yard o la Sureté Française realizaban también “operaciones clandestinas” a nivel internacional. 

Por lo demás, el lenguaje del libro es de desprecio a Bolivia. Dejando a un lado las descripciones de carácter folklórico observamos que, por ejemplo, se refiere despectivamente a “los pobres diablos pescadores del Titikaka, en sus barcas de paja”. A lo largo de la novela las alusiones racistas se reiteran, lo cual no es sorprendente cuando sabemos que Gérard de Villiers en una entrevista que le hicieron se declaró abiertamente racista y de ultraderecha.

El trato que da a las mujeres bolivianas no es mejor. La diferencia entre una bailarina del Maracaibo y “Doña Izquierdo”, por ejemplo, es tan sutil que no se nota. Y qué decir de Esteban Barriga, periodista de Presencia, pequeña alimaña crapulosa y oscura. Ciertas costumbres bolivianas retuvieron la atención del autor: la brujería ocupa bastantes párrafos del libro y los fetos de llama son descritos con asco, así como la chicha, “alcohol grosero”.

A pesar de lo meticuloso que es en las descripciones, en los nombres registrados y en otros detalles, el libro sorprende a veces por sus errores, reiterados una y otra vez. En vez de escribir “cholos”, el autor escribe “chulos”, en vez de “aguayo” escribe “agayo”, y en vez de “canillita” escribe “canitilla”. En varias oportunidades sugiere que la pequeña burguesía boliviana que vive en Sopocachi o en Calacoto, se comunica en aymara.

Pero lo que destaca en el libro, que me ha sorprendido a pesar de sus errores y de su punto de vista fascista y despectivo con respecto a Bolivia, es una extraordinaria habilidad para captar los hechos y las actitudes en nuestra vida política y cotidiana. Hay una visión sociológica con descripciones acertadas como la del “mentidero” del Club de La Paz donde “se planean todas las revoluciones”, gran parte de las que abortan cuando, por ejemplo, una joven atractiva pasa entre las mesas.

No cabe duda de que el libro tiene como base una investigación en el lugar de los hechos y representa un intento de aprehender elementos de nuestra realidad, aunque obviamente esos elementos sean luego desviados, vaciados de su verdadero sentido, manipulados inescrupulosamente en función de las necesidades comerciales e ideológicas de la serie policial. Pero queda en algún lugar un trabajo de base realizado tal vez por otras personas, trabajo que revela un fino sentido de la observación. Este libro-basura lanzado para la sociedad de consumo nos invita a reflexiones pertinentes sobre el oficio de escribir en nuestro país.
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La democracia es el proceso que garantiza
que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos. 
—George Bernard Shaw 


05 enero 2014

Gérard de Villiers

El 31 de octubre del 2013 a los 83 años de edad murió con un cáncer de páncreas el escritor Gérard Adam de Villiers. La noticia pasó casi desapercibida en estas alturas altiplánicas, porque pocos en Bolivia conocen a este francés que publicó 200 novelas de espionaje (a un  promedio de 4 por año), que fueron traducidas a muchos idiomas y que vendió la friolera de 150 millones de ejemplares desde que comenzó en 1965 con la saga de su personaje estrella, el espía Su Alteza Serenísima (SAS), el príncipe Malko.

La prolífica y famosa serie SAS cuenta las aventuras de este espía internacional que aparece con la misma facilidad en cualquier ciudad o rincón del mundo, vinculado a organismos de inteligencia nacionales e internacionales, a conspiraciones y complots. No hay ciudad del mundo que no haya aparecido en sus novelas, pero no es la cantidad de obras la que posicionó al escritor entre los especialistas del género, sino la exactitud de la información ofrecida.

Esto se atribuyó durante mucho tiempo a los viajes de dos o tres semanas que de Villiers realizaba a los países para reunir información para sus proyectos. Su disciplina era legendaria: dos semanas de exploración en el terreno y seis semanas de escritura en París le permitían entregar una nueva novela cada enero, abril, junio y octubre. Sus ingresos anuales de aproximadamente un millón de euros le garantizaban una vida confortable en alguna de sus mansiones.

Como otros escritores de novelas de espionaje que se venden bien pero que no merecen mucho el respeto de la crítica, la vida de este autor permaneció en una conveniente zona de discreción hasta que el New York Times le dedicó un largo artículo en enero del 2013, escrito por Robert Worth, colocándolo bajo los reflectores del mundo editorial.  Una revista francesa retomó el tema en agosto 2013 para revelar que de Villiers había trabajado con el servicio de inteligencia francesa (SDECE), lo cual explicaría la información de primera mano que revelaban sus novelas.

Como puertas que se abren hacia una verdad más interesante que la que deja suponer el éxito superficial de los best sellers, siguieron apareciendo testimonios de diplomáticos y antiguos oficiales de inteligencia de varios países que dieron a entender que de Villiers obtenía su información de fuentes de inteligencia en activo.

Así se sucedieron novelas cuyo título generalmente indicaba el lugar de los hechos narrados, varias de ellas ambientadas en la región latinoamericana e inspiradas en hechos históricos y políticos reales, como Duelo en Barranquilla, El orden reina en Santiago, Visa para Cuba, SAS contra la CIA, La caza del hombre en PerúSamba para SAS, El ángel de Montevideo, Cruzada en Managua, Ciudad Juarez, Que viva Guevara, El hombre fuerte de Panamá, etc.

Una nota reciente de mi amigo Carlos Carrasco me convenció de que no sería mala idea recordar la novela que de Villiers escribió sobre Bolivia, Safari a La Paz, sobre la que yo publiqué un largo comentario en el suplemento Semana de Ultima Hora, el viernes 10 de junio de 1977. Quizás fui uno de los pocos lectores que esa novela tuvo en Bolivia.

Leí ese y otros de sus libros, que no pueden ser clasificados entre las grandes obas literarias, pero que tienen un rasgo interesante, que es la descripción minuciosa de algunos detalles que nos hacen pensar que reunía cuidadosamente información sobre cada caso, ciudad o país sobre el que iba a escribir.  Al menos tiene el mérito de haber conocido los lugares sobre los que escribió, viajó bastante más que Lobsang Rampa, aquel místico autor de El tercer ojo y otros best-sellers, de quien luego se supo que era el buen señor inglés Cyril Henry Hoskin que nunca había salido de su casa en Surrey, hasta que las revelaciones sobre su verdadera identidad lo llevaron a huir a Irlanda, a Uruguay y finalmente a Calgary en Canadá, donde falleció. En nuestra época de búsqueda de la espiritualidad todos leímos con fruición sus primeras novelas, y muchos nos sentimos igualmente engañados cuando se supo la verdad, aunque otros muy voluntariosos todavía le rinden culto.

De Villiers no engañaba a nadie porque no ofrecía sino una buena trama de espionaje basado en hechos reales, o al menos probables. En Safari a La Paz se inspira en la cacería del viejo nazi refugiado en Bolivia.

Klaus Barbie vivía todavía en La Paz y caminaba tranquilamente por el Prado cuando de Villiers publicó su novela y cuando yo publiqué mi comentario sobre ella. Probablemente leyó ambos muy divertido, pues en esa época gozaba de la protección del dictador Bánzer y más delante de la que le brindó García Meza (si  olvidar que ya había sido protegido por el gobierno de Estados Unidos entre 1947 y 1951, como otros jerarcas nazis).  No fue sino años más tarde, durante el gobierno de Hernán Siles Zuazo, que el “carnicero de Lyon” fue deportado a Francia, el 25 de enero de 1983, para ser juzgado allá por los crímenes de guerra que cometió como jefe de la Gestapo en esa ciudad del sur de Francia. Condenado a 4 años de cárcel en 1987, murió en prisión en 1991.

El comentario que escribí tiene ahora cierto valor histórico por el hecho de que daba cuenta para los lectores paceños, de una novela que hurgaba un tema todavía candente. Fue por ejemplo en esa época que otro escritor francés, René Hardy, a quien llegué a conocer en su casa en París, llegó a Bolivia para identificar en la calle a Barbie, que vivía en Bolivia escondido detrás del apellido Altmann. Con el mismo propósito estuvo en nuestro país la cazanazis Beate Klarsfeld, quien llegó dos veces a principios de la década de 1970 para exigir la extradición. El 23 de febrero de 1972 ni siquiera la dejaron abordar el avión en Lima, con destino a La Paz. A ese extremo protegía el gobierno militar al viejo nazi.

Ese es el contexto histórico de la novela, pero como mi comentario sobre Safari a La Paz es un poco largo, lo dejo para la siguiente entrega.

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La política es más peligrosa que la guerra,
porque en la guerra sólo se muere una vez. 
—Winston Churchill