20 junio 2008

Derechos humanos en pantalla

Acabo de regresar de Sucre, la capital de Bolivia, donde participé en el IV Festival Internacional de Cine de los Derechos Humanos, una iniciativa muy meritoria de Humberto Mancilla, gestor cultural quien desde el Centro Pukañawi impulsa proyectos quijotescos como este. Y lo hace, como suelen hacerse estas cosas, a puro pulmón, sin apoyo de las autoridades departamentales o de la ciudad, y apenas con el sostén solidario del Vice-Ministerio de Culturas del gobierno nacional, es decir, de Pablo Groux. Toda la familia de Humberto está involucrada, sus tres hijas, su esposa, sus amigos cercanos.

El festival ya es parte de una red internacional de veinte festivales de cine sobre derechos humanos, lo cual es un reconocimiento al esfuerzo de Mancilla. Este año, entre los miembros del jurado internacional, estaba la directora de un festival similar en Bologna, Italia, Giulia Grassilli; Vincent Carelli cineasta brasileño creador de Video nas Aldeias; el cineasta alemán Manfred Vosz; la estadounidense Marianne Dugan, y tres bolivianos: Inés Pérez de Amnistía Internacional, Hugo Cordero, actor y director de teatro de Cochabamba, y el periodista chuquisaqueño Gabriel Peláez Gantier. Me tocó ejercer como Presidente de ese jurado, y fue un ejercicio llevadero y estimulante por la calidad de los colegas que me acompañaron.

Más de setenta producciones de corto, medio y largometraje se exhibieron a lo largo de una semana, celebrando los 60 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, 42 de ellas en concurso. Las exhibiciones se hacían en el Teatro 3 de Febrero, en el Archivo Nacional y en la casa de la Libertad.

La miopía provinciana de las autoridades de la Universidad Mayor de San Xavier impidió que además se usara para el festival el patio de la facultad de derecho, como en años anteriores. Pero no hizo falta, pues el festival desplegó las alas y las películas se exhibieron en espacios muy significativos: el centro de salud PROVIDA que acoge a ancianos sin recursos, un cuartel militar en Lajastambo, el mercado central o el psiquiátrico Pacheco. A una de las sesiones en el teatro 3 de Febrero, asistió un destacamento de la policía, con su comandante. Fue muy interesante, porque la película que se exhibió era “Lucio”, la vida de un anarquista español, gran tipo.

El nivel de todas las películas presentadas fue muy bueno, con representación de no menos de 30 países, y los premios reconocieron la excepcional calidad de unas cuantas procedentes de Perú, Ecuador, Guatemala, Chile, Brasil, Estados Unidos, Holanda, España, Corea del Sur y Bolivia. En otro lado he escrito sobre el detalle de esos premios. Por primera y única vez, los ciudadanos de Sucre pudieron ver películas que no tienen oportunidad de ver ni en la televisión, ni en las pobres pantallas cinematográficas de la ciudad.

09 junio 2008

Regalo de JEA

Digamos que ya no estoy en la edad en que espero ansiosamente un regalo, y menos si se trata de mi cumpleaños o la Navidad, pero cuando un regalo me llega sin esperarlo, es agradable, pero lo es en mayor medida cuando se trata de un regalo muy especial, enviado por alguien que aprecio.

Es así que abriendo uno de esos sobres con libros y revistas que aterrizan en mi escritorio cada cierto tiempo, me llevé la sorpresa de encontrar el poemario más reciente de Jorgenrique Adoum (JEA): “mayo de 1968 (siglo XXI?)”. El título aparece también en francés en la tapa, ya que se trata de una edición bilingüe, editada y traducida por la persona que mejor conoce a JEA, puesto que comparte su vida con él, Nicole Rouan.

El envío del libro es una travesura de Alejandra Adoum, queridísima amiga y cómplice, que quería sorprenderme y lo logró con creces. Su travesura incluye una generosa dedicatoria de JEA, a quien conocí en París a principios de los años 1970s por intermedio de un amigo común, el poeta español Luis López Álvarez, cuando ambos trabajaban en la UNESCO, y yo también, sólo que ellos haciendo cosas interesantes y yo seguramente fotocopias. El caso es que López Álvarez tenía una brevísima revista de poesía, “Desquicio” se llamaba, y tanto JEA como yo colaborábamos con poemas.

He leído verso a verso el libro mientras volaba sobre Ecuador esta semana, precisamente a unos siete mil metros sobre la cabeza de JEA en Quito, mientras sonaban en mis audífonos los acordes de Pachebel, Scarlatti, Corelli y Marcello. El trayecto entre San José y Lima es suficiente para disfrutar las cien páginas, con las dos versiones de los poemas, y apreciar así la calidad de la versión que hizo Nicole.

Curiosamente, hay versos que parecen haber sido escritos primero en francés, o pensados en francés para hacer posible una traducción que es a la vez un texto original. Por ejemplo, “Paris by le désir” (“Paris bajo el deseo”) o “Je nous revois de loin, quand nous prenions encore des décisions” (“Yo nos veo a lo lejos, cuando aún teníamos decisiones ”). Pero en algunos casos, un verso extraordinario resulta intraducible, como este: “no supe cuantos soy porque estoy uno” (“je n’ai pas su combien je suis puisque je suis seul”).

Como en mucha de la obra poética y narrativa de Adoum, este libro ofrece un vaivén entre la política y el amor. De alguna manera esta es más una evocación de la relación amorosa, que de los hechos políticos de Mayo 68 que sirven de telón de fondo. Mayo es la excusa para hablar de agosto, y la revuelta social es la excusa para abordar la insurgencia amorosa y sacársela del pecho donde anida desde hace cuatro décadas.

Adoum rescata ese secreto instante en que Paris vibraba de emociones. Esta es su vuelta y re-vuelta al pasado, para que Mayo 68 no quede petrificado, momificado en el folclore revolucionario. Por supuesto, este itinerario melancólico está lleno de guiños a quienes vivieron en Paris en esos años, hay un código de señales que escaparía de otro modo a quienes no hubieran pertenecido a ese momento: desde la sopa de cebolla en Le Marais hasta “los pordioseros rubios que iban a ser genios” y la “juventud marxista pesimista”, pasando por la huelga de barrenderos y por los puentes de Paris que son siempre emblemáticos.

El poeta está atravesado por las calles de la ciudad, como en la contratapa del libro. Los referentes muy fuertes son el Sena (que “avanza tan cansado”) o el puente de Alma de los encuentros y desencuentros. Esta ciudad que se rebeló contra “la calma algodonosa” (“Francia se aburre”, escribió poco antes del estallido Pierre Vianson-Ponte), es el escenario recobrado de las pasiones, políticas y amorosas. “La política sucede en la calle”, es decir, fuera de uno, es “lo otro” que pasa por el espíritu. Y el poeta es en ese contexto un espectador solitario de los acontecimientos (“no soy de aquí…”) que no puede disociar de la revuelta política su vivencia amorosa y erótica (“sus tajadas de muslo mordible…”).

Al final, lo que queda de esta conversación memoriosa es lo mismo que quedó de la revuelta de Mayo 68: la poesía en la vida cotidiana, la de los muros y la íntima, y el deseo trascender la mediocridad y el aburrimiento.