31 diciembre 2018

Luces de Navidad

 No digo nada nuevo al afirmar que la Navidad es la fiesta anual de los comerciantes, que celebran con fruición inmediatamente después de descolgar las brujas, telarañas y calaveras de Halloween, otra ocasión para hacer negocios manipulando el imaginario colectivo. 

La magia de la Navidad se perdió hace varias décadas, cuando los árboles eran todavía pinos y los juguetes no eran de plástico y chinos. Se ponía más empeño en los nacimientos que en Santa Claus, Papa Noel o San Nicolás (como quieran llamarlo). De niños éramos felices si nos daban ropa, dulces y un par de juguetes que no ocupaban un armario. 

Sin embargo, no voy a referirme a las luces de Navidad que adornan las principales avenidas y plazas de la ciudad, y envuelven arbolitos artificiales tanto en hogares sencillos como en los opulentos. Quiero mencionar otras luces parpadeantes, que aparecen en las calles para anunciar el efímero tránsito de los políticos que ejercen el poder. 


En este doble sexenio apareció un fenómeno exacerbado de manifestaciones de arrogancia del poder político como nunca antes habíamos visto en Bolivia: caravanas de vehículos blindados del presidente y de los principales funcionarios, con luces intermitentes rojas y azules que anuncian que alguien “importante” está pasando, escondido detrás de vidrios polarizados. 

Quienes tienen memoria recuerdan los autos presidenciales, desde el Cadillac negro que usó Paz Estenssoro (y también Barrientos), hasta los que usaron los presidentes anteriores a Evo Morales. Walter Guevara se desplazaba en un Mercedes Benz blanco sin blindaje. Jaime Paz hizo comprar en 1989 un BMW gris que tampoco era blindado y que se usó hasta 1997 cuando el primer gobierno de Sánchez de Lozada adquirió dos BMW negros blindados, los mismos que usaron con discreción y sin alarde los presidentes que se sucedieron hasta 2006. 

Todo cambió cuando llegó al poder el humilde indígena cocalero… Para el uso del nuevo mandatario el gobierno compró lujosos autos blindados de marca Lexus, la alta gama de la empresa Toyota. No contentos con el blindaje de origen, gastaron en reforzar el blindaje en Brasil, como si temieran un mortífero ataque del “imperio”.  

La caravana presidencial se abría paso con motos de Policía, vagonetas flamantes y autos blindados con luces parpadeantes y sirenas estridentes. Desde la primera vez asocié ese despliegue de altanería a las luces de navidad y a la necesidad megalómana de expresar: “Está pasando el nuevo dios”. Ya no vemos ese espectáculo porque el autócrata prefiere tomar el helicóptero incluso para trasladarse de la residencia de San Jorge al helipuerto de su palacio de 28 pisos en el centro de la ciudad. El costo del capricho no le importa. 

Los funcionarios masistas que no tienen el helicóptero a diez metros de su cama se conforman con lujosas vagonetas Toyota, la marca privilegiada por el Estado por el vínculo que existe entre la empresa importadora y la familia del vicepresidente. No es una casualidad que Erick Michel Saavedra Mendizábal propietario de la importadora Toyosa haya sido nombrado en 2014 Embajador de Bolivia en Japón. El gasto en centenares de vehículos Toyota que el Estado renueva cada año o dos años no tiene precedentes en la historia de nuestro país.  

Los vehículos oficiales son símbolos del comportamiento altanero de quienes usan y abusan del poder y olvidan que son servidores públicos y que deberían actuar como tales. Es una cruel paradoja quienes dicen representar al “pueblo” más que los anteriores (calificados como “neoliberales”), sea el que mayor ostentación hace de lujos y fanfarrias fielmente representadas en la canción lambiscona de Kala Marka titulada “Etiqueta azul” (en referencia al whisky más caro): “Etiqueta azul nunca faltará / etiqueta azul siempre habrá MAS / con permiso de grandes mallkus / el buen jila Evo Morales / con permiso de grandes mallkus / llegó el Túpac Evo Morales”. 

Antes, los vehículos oficiales tenían obligatoriamente placas amarillas para que la población pudiera distinguirlos si circulaban los fines de semana o si en días laborables estaban haciendo compras en un mercado. Pero hoy usan placas privadas (cuando las usan), estacionan en cualquier lugar sin respetar las normas de tránsito, haciendo valer su condición "oficial", y avanzan raudos con sus luces intermitentes por avenidas donde la velocidad está limitada. Detrás de los vidrios polarizados está algún ministro, viceministro o parlamentario que se cree muy importante. Eso es lo más grave: se lo cree. 

En un país donde los indicadores de salud, educación y empleo están entre los más bajos de América Latina y El Caribe, el despliegue y uso indiscriminado de vehículos de lujo comprados con recursos públicos es insultante. Sus luces parpadeantes nos recuerdan que el gobierno no ha resuelto en 13 años los grandes problemas de Bolivia pero los funcionarios del MAS han resuelto los suyos.
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Nada detiene a una raza animada de ideas que no se doblan, y sostenida por el austero afán de guardarse idéntica a sí misma. Nada, ni el acero de las armas, ni el oro de las opulencias, salva a una raza que pierde el carácter.
Rafael Barrett 

25 diciembre 2018

Pocho Álvarez, documentalista

Pocho Álvarez
 No tenemos en Bolivia un cineasta autor de documentales a la altura del ecuatoriano César “Pocho” Álvarez. Su trayectoria es un ejemplo de creatividad cinematográfica y compromiso social. A través del documental ha dado a conocer en su país no solo las luchas de su pueblo sino también la obra de personajes que han sembrado arte, cultura y pensamiento. 

Conocí a Pocho en 1988 durante el X Festival Internacional de Cine Latinoamericano. Estábamos invitados a La Habana por el Instituto Cubano de radio y Televisión (ICRT) como miembros del jurado de video. Desde entonces nos ha unido una gran amistad y ha crecido mi admiración por su obra. Pocho no descansa. En estos 30 años ha realizado una docena de documentales de importancia y más de 50 “travesuras”, como las llama: breves cápsulas de apoyo a causas justas, que filma y edita rápidamente para ponerlas al servicio de todos, sin esperar nada a cambio. 

Entre sus documentales más reconocidos están los que muestran las luchas contra el extractivismo de las multinacionales depredadoras del medio ambiente y de los territorios indígenas. 


“A cielo abierto, derechos minados” (2009, 78 minutos) es un emotivo testimonio de las comunidades que en Ecuador resisten a riesgo de sus vidas a la penetración de compañías mineras. “El agua vale más que el oro, vale más que el cobre”, dicen al oponerse a los proyectos extractivos. Se enfrentan con palos y piedras a paramilitares de las empresas mineras y militares del gobierno, que a pesar del discurso de la “revolución ciudadana”, es cómplice y reprime. Además de violar la Constitución Política del Estado, para favorecer a las grandes empresas el gobierno de Rafael Correa aprobó sin debate ciudadano una “Ley de Minería” que no respeta el medio ambiente ni la consulta previa en las comunidades afectadas.  

Pocho hace seguimientos minuciosos de las luchas de resistencia, revelando la legitimidad de dirigentes locales lúcidos y comprometidos con sus pueblos. La cámara establece una relación solidaria con la gente y de enamoramiento con la naturaleza amenazada. 


Dos años antes, en “Tóxico Texaco Tóxico” (2007, 35 min), el cineasta se unió al Frente de Defensa de la Amazonía para apoyar el juicio en contra de la empresa petrolera responsable de uno de los grandes desastres ecológicos de América del Sur, que contaminó durante 30 años las tierras y los ríos de la Amazonía ecuatoriana. La codicia de las empresas y de los gobiernos de turno durante la “fiebre del oro negro” dejó sin protección a comunidades y territorios indígenas que entre 1964 y 1992 padecieron enfermedades y pobreza por el impacto ambiental. 

Sus luchas recientes han acompañado a los pobladores de la isla de Muisne, excluidos después del terremoto de abril 2016, a los de Yasuni, cercados por el extractivismo, y a los de Intag, con obras que denuncian a la gran minería contaminante respaldada por el vociferante Rafael Correa. En “Sitio y ocupación a Intag” (2014, 25 min) y “Javier con Intag” (2015, 53 min) narra la resistencia de las comunidades, la defensa de sus territorios y la represión del régimen del entonces presidente y hoy prófugo de la justicia. Además, los documentales son procesos que en el camino van dejando huellas, breves cortos que llaman a la acción, realizados al calor de las luchas. 

Tengo particular estima por sus retratos de personajes, como “Luar Trocas” (1987) donde filma en La Habana a Oswaldo Guayasamín pintando a Raúl Castro, es decir, un doble retrato de dos grandes del siglo pasado. “Ale y Dumas” (2008) es también un doble retrato de la sabiduría popular de dos personajes que cultivan una relación entrañable a pesar de la diferencia de edad. Y en “El conejo Velasco” (2014, 127 min), retrata al intelectual, académico y activista (fallecido cuando tenía apenas 29 años de edad) a través de una pléyade de amigos. 


Jorge Enrique Adoum
El retrato que más me toca, porque conocí al personaje, es “Jorgenrique” (2010, 118 min) un hermoso testimonio del poeta Jorge Enrique Adoum (fallecido en julio del 2009), a quien entrevistó largamente junto a su hija Alejandra. El resumen de las 40 horas grabadas constituye para el Ecuador un legado extraordinario de su poeta más importante, quien habla con tanta sabiduría como modestia del “camino maldito de la literatura” (pero también dice que “la poesía es el nivel más alto de la humanidad”), y rememora desde su linaje libanés y su infancia en el Ambato, hasta su visión crítica actualizada del país, pasando por etapas importantes que le tocó vivir, muy joven en Chile como secretario privado de Neruda, luego como funcionario internacional en China y Japón, y como poeta en el exilio en el París que alumbró la revolución de los jóvenes en Mayo de 1968. Allí lo conocí yo a principios de los 1970s. 

Como Pocho Álvarez es un poeta de la imagen, el tema le vino como anillo al dedo, pues no hay nada mejor que tratar la poesía con poesía. La fotografía es límpida y la edición es precisa e ingeniosa, con el leit motiv de las teclas de una antigua máquina de escribir Remington Rand que permite rescatar del discurso y de los poemas, algunas palabras clave. 


Cada documental lleva su sello inconfundible. Pocho alterna diferentes texturas (fotos, dibujos, documentos), con frases que aparecen sobre fondo negro para subrayar su importancia, o citas de autores que ayudan a contextualizar  a los personajes. El contexto está siempre presente, por supuesto en los documentales sobre luchas sociales, pero también en los retratos. 

Pude ver su película más reciente, aún no estrenada: “Gartelmann, la memoria” (2018, 126 min), retrato del fotógrafo y cineasta alemán, un testigo y viajero “curioso” (como se autodefine) que filmó durante la década de 1970 en comunidades indígenas amazónicas –particularmente con los waorani, siekopai, achuar, secoya, shuar y kofán, y las de la sierra ecuatoriana alrededor de Latacunga, con la intención de preservar tradiciones y festividades que estaban desapareciendo, y formas de vida cotidiana alteradas por el ingreso de colonos, la “modernidad” y la explotación de petróleo.  Este documental reúne preocupaciones permanentes de Pocho: la cultura y la naturaleza dilapidadas por el extractivismo. 


Karl Gartelmann
El documental rescata al personaje y lo hace construyendo el relato con base en entrevistas donde Karl Gartelmann, con mucha lucidez, sencillez y lenguaje poético, expresa sus motivaciones y su amor por su país de adopción. Las secuencias finales que reconstruyen el encuentro con una tribu waorani nunca antes contactada son maravillosas.  

Pocho Álvarez documenta el proceso de construcción de su documental, desde que Gartelmann lleva a la Cinemateca del Ecuador los rollos de 16mm (filmados con una Bolex Paillard de cuerda) que tenía arrinconados, para digitalizarlos y “descubrir” de nuevo lo que solo conservaba en su memoria, y lo acompaña hasta su regreso a las comunidades indígenas para una devolución cultural cuatro décadas más tarde. Es un doble descubrimiento: el de Gartelmann como ser humano y el de su obra indispensable, que Pocho reproduce con la calidad y tonalidad original. 

Más allá del valor antropológico del trabajo de Gartelmann, Pocho Álvarez rescata la ternura y el compromiso del cineasta, similares a su propia experiencia como documentalista. 
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El pasado nunca está donde crees que lo dejaste. 
– Katherine Anne Porter

21 diciembre 2018

Palabras para “Toto” Schmucler

 Las malas noticias vuelan. Este 19 de diciembre murió a los 87 años de edad en Córdoba (Argentina) Héctor Schmucler, a quien conocíamos como “Toto”.  Fue uno de los teóricos de la comunicación más importantes de América Latina, en una generación pletórica de pensadores fundamentales que construyeron su obra entre persecuciones y exilios. 


Con "Toto" Schmucler en Bogotá, 2010 
Nos conocimos en el exilio de México, en 1981, donde él dirigía y publicaba la revista “Comunicación & Cultura”, que había fundado años antes en el Chile de Allende junto a Armand Mattelart y Hugo Assman. La revista salía cuando podía salir y donde podía salir, de modo que después del golpe de Pinochet se publicaron tres números más en Buenos Aires (2, 3 y 4), y el periplo continuó en México donde se publicó desde el número 5 al 14. 

Fue  en México que Toto me pidió contribuir en el No. 8 (julio 1982), dedicado a las radios comunitarias. Allí apareció mi ensayo “El papel político de las radios mineras. Un documento para la historia”, donde hice el relato de la resistencia de las emisoras mineras frente al golpe del General García Meza, ocurrido un año antes. En el mismo número había textos de Antonio Oseguera, María Cristina Mata, Reynaldo Pareja, Michael Chanan, Orlando Encinas y una entrevista con Jorge Mancilla.  


Aunque “Comunicación y Cultura” no pasó de 14 ediciones entre 1973 y 1985, reunió en sus páginas lo más selecto del pensamiento progresista latinoamericano en el campo de la comunicación. Los nombres de Rafael Roncagliolo, Jesús Martín Barbero, Octavio Getino, Jorge A. González, Nicolás Casullo, Ariel Dorfman, Javier Esteinou, Luis Peirano, Fernando Reyes Matta, Fátima Fernández, Luis Gonzaga Motta, Carlos Monsiváis, Heriberto Muraro, Raquel Salinas y por supuesto el propio Schmucler y Armand Mattelart figuran entre los principales colaboradores. 

No fue la única revista en cuya creación y orientación estuvo involucrado.  Schmucler era una hombre de palabras, discípulo de Barthes y semiólogo también, conocía el valor de la palabra impresa. Antes de “Comunicación & Cultura” ya había fundado “Pasado y Presente” y “Los libros”. 

Plasmó su pensamiento teórico en artículos y ponencias que recogió en “Memoria de la comunicación” (1997) y otros libros de autoría compartida, como “América Latina en la encrucijada telemática”, con Armand Mattelart. También escribió el prólogo para el libro emblemático de principios de la década de 1970: “Para leer al pato Donald”, de Mattelart y Dorfman. 


Toto Schmucler era un buen conversador que mostraba un humor explosivo cuando estaba en grupo con otros colegas.  La última vez que nos vimos fue en Bogotá en el X Congreso de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC), en 2010.  

Cuando me encontraba preparando junto a Thomas Tufte la “Antología de Comunicación para el Cambio Social”, le pedí autorización para recoger su texto “El regreso de las palabras o los límites de la utopía mediática”, que hicimos traducir para la primera edición en inglés (2006). Allí puso como puerta de ingreso a su artículo unos versos de T.S. Elliot: “Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia, / toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte, / pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.” 

(Publicado en Página Siete el viernes 21 de diciembre 2018)

13 diciembre 2018

El hombre caleidoscopio

 Es muy refrescante ver de vez en cuando una película que no se toma en serio, que se burla de sí misma y de los espectadores, sin vapulearlos, simplemente provocando su imaginación y su agudeza visual. Esa película absolutamente extraña, que se desmarca del cine “serio” que se hace en nuestro país, se llama “El hombre”, un título que es parte de la tomadura de pelo, porque el hombre en el film es interpretado por varios actores y tiene tantos rostros como intérpretes. 

“El hombre” (2018), dirigida por Daniel Moreno Catalano, de quien no tengo ninguna referencia anterior, podría clasificarse en varias categorías: film policial negro, comedia experimental o broma surrealista. No importa el género en este mundo en que las fronteras entre géneros son ahora tan tenues, pero importa la realización, la manera de contar una historia. 

En el cine boliviano hay demasiadas historias que creen que porque tocan algún tema social considerado “importante”, ya merecen el apoyo de los espectadores y de la crítica, aunque estén muy mal llevadas al cine. En los mismos días en que vi “El hombre” como miembro del jurado boliviano que eligió los filmes que enviaríamos a los premios Oscar y Goya, vi también “Las tres rosas” y “Madre agua”, y siento decirlo, pero estas dos que acabo de mencionar no me dejaron absolutamente ningún rastro en la memoria, mientras que “el hombre” estuve dándome vueltas en la cabeza hasta que decidí escribir estos párrafos. 

En descargo de “Madre agua” y de “Las tres rosas” diré que son películas bien intencionadas, pero sin ningún mérito narrativo. Revisando mis notas veo que la primera es un documental que  subraya su preocupación por la desaparición del lago Poopó y muestra imágenes del carnaval de Oruro y de zonas aledañas al Sajama con un uso exagerado y no siempre justificado de dron. Y la segunda, aún más débil narrativamente a pesar de un comienzo interesando en animación, es una especie de Romeo y Julieta en Charazani, entre dos niños indígenas huérfanos, con escenas inverosímiles, un final pink y un abuso de fundidos en negro para pasar de una escena a otra (o incluso sin cambiar de escena). 


Sin embargo en “El hombre” hay elementos que quedan grabados en la memoria, independientemente de que la historia sea solamente una excusa para que un grupo de jóvenes creativos se diviertan haciendo cine. Qué bueno hacer un ejercicio colectivo y pasarla bien al mismo tiempo, aún siendo muy conscientes los autores del filme, de que no es otra cosa que un ensayo de estilo, un borrador de propuesta, pero con hallazgos sumamente interesantes en la fotografía (color, encuadres), en las interpretaciones de los actores (que cambian sin que eso importe, como en un film de Buñuel), en el montaje y en el guion. 

La historia de partida es cualquiera en el rango de historias policiales: una mujer es secuestrada y asesinada por un par de rufianes que la dejan abandonada sobre una calle empedrada. Su esposo, un hombre cualquiera (“el hombre”), decide vengar su muerte porque en su vida de pronto todo carece ya de sentido. Ese itinerario de venganza en el que se producen muertes violentas (pero sin dramatismo exagerado) es la excusa para desarrollar ese relato saturado de experimentos. 


Empieza con cine de animación en stop-motion mientras pasan los títulos del film y se repiten los nombres del pequeño equipo creativo de la película: una maqueta de pequeñas casas, un tren que pasa de noche, sombras que anuncian un film oscuro.  

Escena tras escena, cada una es un experimento diferente en la “direxión” de fotografía y de la música: toda la gama de efectos. Desde time lapse, blanco y negro, escenas saturadas de color o recortadas como un comic de Dick Tracy, uso de dron muy pertinente, sin exageración, encuadres en picado, contrapicado, movidos, borrosos, primeros y primerísimos planos… 


Cada escena es una situación diferente, aunque todas situadas en la década de 1940 o 1950, inspiradas en el cine policial negro y en los comics de entonces. Y cada escena es una propuesta artística, plástica, provocadora, aunque no necesariamente innovadora, porque todo lo que vemos ahí ya lo hemos visto antes. Curiosamente esa mezcla “sacrílega” de estilo no molesta, todo lo contrario, a mí me fascinó. 

Todo el film es un elogio del absurdo, lo cual es gratificante para el espectador. La película es kitsch de principio a fin, aunque a diferencia del kitsch involuntario (los cholets de El Alto, por ejemplo), que provoca mofa (o admiración de algunos con la misma mentalidad kitsch), el kitsch voluntario de esta película tiene un encanto especial. 


El comentario en off también saturado, y por lo tanto en muchas escenas innecesario, está muy a tono con el resto de la narración porque el personaje principal no va describiendo sus propias acciones e intenciones que se traducen en escenas de violencia sin violencia.  Es decir, una violencia sublimada por el estilo jocoso de la historia, como en la escena final conde el hombre (esta vez interpretado por Camilo Zilvety), dispara un cigarrillo encendido que se clava en la frente de su última víctima, el asesino de su esposa. 

Una escena, la de la madre que le regala al niño un caleidoscopio, podría resumir la intención estética del filme: un caleidoscopio de posibilidades, un juego de cristales con muchas visiones para anunciar algo más, muchas posibilidades de expresarse sin tomarse demasiado en serio el arte cinematográfico. 

Prefiero una película con esta honestidad en su sentido de “juego”, que aquellas obras de arte (y esto se ve mucho en el llamado “arte conceptual” o “arte contemporáneo) donde una basura de verdad, una piedra, un pedazo de madera colgado, son elevados a la categoría de arte. En este caso es todo lo contrario: un intento de decir “no se hagan los serios” porque el cine y el arte son también expresiones lúdicas. 

(Publicado en Página Siete el domingo 28 de octubre de 2018)
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La venganza es dulce y no engorda.
—Alfred Hitchcock


07 diciembre 2018

El régimen más corrupto

 No cabe la menor duda: el régimen que preside Evo Morales desde hace 13 años es el más corrupto que haya conocido Bolivia a lo largo de su historia, tanto en el número de casos de corrupción como en las cantidades de dinero y bienes públicos que se malversaron o desviaron. 


El régimen de Evo Morales 
Al leer la contundente afirmación anterior la reacción típica del masista promedio suele ser: “En todos los gobiernos hubo corrupción”... El detalle es que eso no es completamente cierto. Aunque el MAS ha buscado con lupa y microscopio durante 13 años a los corruptos de gobiernos anteriores, en ese noble esfuerzo ha encontrado pocos casos, por lo que se ha visto obligado a inventarlos, como sucedió con los más de 70 procesos en contra del Ingeniero José María Bakovic, a quien acabaron liquidando físicamente con juicios sin respaldo. 

Por el contrario, con el MAS es fácil detectar la corrupción (por lo menos la punta visible del iceberg) porque la soberbia de sus dirigentes es tan grande, que ni siquiera la disimulan. Estos son algunos casos emblemáticos para que no perdamos la memoria. 


Santos Ramírez a la cárcel - YPFB
Caso uno: El profesor rural Santos Ramírez fue nombrado por su amigo de cama y rancho Evo Morales (con quien compartía incluso un departamento en Miraflores), presidente de la más importante empresa del Estado: Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). El despropósito fue mayor aún cuando el presidente boliviano dictó un decreto que le permitía firmar contratos por decenas de millones de dólares que antes debían pasar primero por la superintendencia de hidrocarburos. Ya sabemos el resultado: Ramírez recibía cuantiosas coimas y una de esas, de 450 mil dólares de la empresa fantasma Catler fue “volteada” por sus propios cuñados y acabó con en el asesinato de un joven empresario igualmente corrupto. 


Nemesia Achacollo a la cárcel - FONDIOC
Caso dos: Las reglas del Fondo Indígena (FONDIOC), creado durante la breve presidencia de Rodríguez Veltzé, fueron cambiadas por Evo Morales de manera que el directorio compuesto por dirigentes de los “movimientos sociales” fabricados por el gobierno (para quebrar el sindicalismo boliviano), pudieran recibir en cuentas privadas fondos supuestamente destinados a 153 proyectos productivos para el beneficio de comunidades rurales. Así se esfumaron 6.8 US$ millones y se enriquecieron y corrompieron una docena de dirigentes indígenas, mientras que quien los denunció, Marco Antonio Aramayo, lleva más de tres años en la cárcel con una carga de 256 procesos en su contra. Para no creerlo. 


Caso tres: La empresa china CAMC con capital boliviano de apenas 17 mil dólares suscribió contratos con el Estado por más de 560 millones de dólares ya que la intermediaria en esos negocios era la amante del presidente Morales y usaba su influencia para que las empresas estatales otorgaran dichos contratos, con coimas entre firma y firma. El hecho de que la señora Gabriela Zapata esté presa (con un holgado régimen de salidas para ir a la peluquería) no cambia en nada la figura pues la empresa china sigue operando en el país y probablemente otros funcionarios se benefician de sus coimas, más discretas. 


Caso cuatro: El Estado boliviano expulsó durante el gobierno de Carlos D. Mesa a la empresa chilena Quiborax por incumplimiento de contrato. Esta empresa inició un juicio de arbitraje al Estado boliviano, que podía haberse resuelto con un par de millones de dólares pero algunos tenían interés en que la suma creciera para recibir una tajada.  Al final, gracias a los buenos oficios de Héctor Arce, Pablo Menacho, César Navarro, Carmiña Llorenti y Ramiro Guerrero, Bolivia terminó pagando 42,6 millones de dólares. Tajadas van, tajadas vienen. 


Pari a la cárcel - Banco Unión
Caso cinco: El pinche Jefe de Operaciones de la agencia del Banco Unión en el pueblo de Achacachi logró robar en efectivo 5.2 US$ millones en once meses. Obviamente no lo hizo solo, porque semejante asalto a un banco perteneciente al Estado boliviano no puede hacerse sin cómplices. Mariela Valdés, la persona que denunció la trama de corrupción estuvo presa por haberlo hecho. Es una regla de oro en la corrupta justicia de Bolivia: van presos los que denuncian, no los que cometen los actos criminales. 


El lector acucioso puede seguir completando los casos de corrupción que son de dominio público. Constan en documentos pero envían en muy pocos casos a los culpables detrás de los barrotes de una cárcel: visas chinas en 2006, Papelbol en 2007 (sobreprecio de 7.4 US$ millones en maquinaria), el tráfico de franquicias en la Embajada de Bolivia en Buenos Aires y los 33 camiones de Quintana en 2008, las barcazas chinas en 2009 (28 US$ millones), la red de corrupción en la Aduana y sobreprecio del avión presidencial en 2010, el clan de corrupción en YPFB en 2014, los taladros de YPFB y el tráfico de tierras menonitas por Rogelio Cocarico (hermano del ministro César Cocarico) en 2017, Dircabi, Bolivia TV… y lo que vendrá todavía. 

Lo anterior no incluye los casos de narcotráfico y contrabando en los que han estado implicados dirigentes del MAS. Una historia de no acabar, inédita en Bolivia antes de Evo Morales. Ahora no pueden sino callar, pero con el próximo gobierno dirán que es persecución política…

(Publicado en Página Siete el sábado 17 de noviembre 2018)

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Vamos a invertir primero en educación, segundo en educación, tercero en educación. Un pueblo educado tiene las mejores opciones en la vida y es muy difícil que lo engañen los corruptos y mentirosos. —José Mujica