27 abril 2017

Espinal: desmemoriados y carroñeros

En marzo tuvimos varios actos para recordar la vida y figura de Luis Espinal a 37 años de su secuestro y asesinato cometido por paramilitares que respondían a instrucciones del ejército boliviano. Fue una semana plena de homenajes, donde incluso el gobierno trató de recuperar la figura del sacerdote vilmente asesinado por el Servicio de Inteligencia del Estado (SIE), cuyos archivos secretos están todavía protegidos por el régimen, a pesar del discurso izquierdista de los principales funcionarios. En realidad ya lo sabemos, este es un gobierno de derecha, que mantiene un pacto con los militares y por ello es el único gobierno de América Latina que se ha negado a desclasificar los archivos de las dictaduras.

Mientras el canal de televisión presidencial (ya no es canal del Estado, ni siquiera del gobierno) mostraba clips de homenaje a Espinal usando, sin pedir permiso, fotos de mi autoría y de otros colegas, los amigos y compañeros de Espinal teníamos otra programación ajena a la oficialista.

Primera edición boliviana (2017)
El martes 21 presentamos en la Asociación de Periodistas de La Paz (APLP) un libro que coordiné en 1980 a pedido de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB) y que por razones de golpe mayor nunca se había publicado en Bolivia hasta ahora. El miércoles 22 estuvimos en el sitio de Achachicala, el Mirador de las Nieves, donde apareció el cuerpo de Lucho luego de una noche de tortura en el matadero. Había poca gente... Signo de los tiempos: a los jóvenes les importa un poroto saber que recibieron la democracia en papel de regalo gracias a la lucha de gente como Lucho Espinal. 

Poco tiempo después de su muerte, Gregorio Iriarte me invitó a preparar el libro y para cumplir con ese encargo pedí la colaboración de varios amigos de Espinal: Xavier Albó escribió los capítulos “Trayectoria del hombre” y “Su vida con Dios”, Antonio Peredo “El compromiso del periodista”, Gregorio Iriarte “La hora de los asesinos” y yo “Un hombre de cine”. Además incluí una selección textos de Luis Espinal, homenajes y poemas de Matilde Casazola, Coco Manto y Jaime Nisttahuz, y una sección de fotografías que tuve el privilegio de escoger entre sus pertenencias mientras estuve concentrado en sus archivos, ahí en su dormitorio en la casa de la calle Díaz Romero en Miraflores, donde Albó puso a mi disposición todos los documentos.

Edición peruana (1982)
Entregué el original completo del libro a Gregorio Iriarte, inclusive el diseño de la tapa y contratapa, y luego vino el golpe y lo perdí de vista cuando salí al exilio. Supe más tarde que se había publicado sin los nombres de los autores (por razones de seguridad) primero en Lima en el Centro de Estudios y Publicaciones del teólogo de la liberación Gustavo Gutiérrez (CEP, 1981) y luego en Madrid en el Instituto de Estudios Políticos para América Latina y África (IEPALA, 1982). En la primera edición boliviana, casi cuatro décadas después de las dos primeras, se restituyen los nombres de los autores de los textos y de las fotografías, al menos de aquellas cuyos autores conocemos: Antonio Eguino, Danielle caillet, Oscar Vega y las mías.

Todos estos esfuerzos de memoria se topan con la indiferencia de la mayoría y con los intentos de manipulación de los carroñeros que para retrasar la condena de los asesinos, inventaron la maniobra de exhumar los restos de Espinal. Un fiscal de los que fácilmente se dejan sobornar o influenciar, decidió que había que exhumar los restos de Espinal, pero gracias a que habíamos publicado el protocolo de la autopsia en el libro, esa artimaña no tuvo éxito.

Me parece obvio que si Lucho Espinal viviera, sería crítico de un régimen que no respeta los derechos humanos ni los derechos de la madre tierra y derrocha sumas fabulosas en el culto a la personalidad de una persona arrogante y autoritaria.

Edición española (1983)
No sé qué es peor, lidiar con aquellos que encubren a los asesinos de Espinal o con la desmemoria. Los primeros son parte de lo que siempre hubo, personajes oscuros al servicio de la muerte, pero los segundos son parte de las nuevas generaciones que padecen de amnesia y no quieren recordar.

El interés por nuestra historia reciente parece inexistente en la mayoría de la gente joven, según se ha visto en los homenajes a Lucho Espinal: una ausencia total de juventud comprometida. Solo los viejos luchadores de siempre asisten a esos actos recordatorios, con algunos excepciones honrosas.

Predomina en las nuevas generaciones una especie de autismo colectivo, un ensimismamiento en las pantallas de los celulares y la ignorancia de nuestro pasado. El espectro que cubre la cabeza de los jóvenes de ahora es reducido, puesto que no leen ni libros, ni periódicos, ni participan en acciones colectivas y comunitarias. Cada vez más tengo el sentimiento de que todo el esfuerzo no sirvió para nada, cada día más estoy convencido de que a nadie le importa que muchos hayan muerto o hayan padecido prisiones y exilios luchando por la democracia. Los jóvenes de hoy disfrutan de libertades que recibieron en bandeja y no son conscientes de ello, y menos aún agradecidos. Y esa apatía y desmemoria por supuesto que le sirve a un régimen autoritario como el que tenemos. 

(Publicado en Página Siete el 25 de marzo 2017) 

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Algunos quisieran que la religión fuese una aliada de las pompas fúnebres; 
que se dedicase a preparar a los hombres a bien morir.
Pero, en realidad, a la religión le importa mucho más la vida que la muerte;
y ha de defender los derechos de los vivos.—Luis Espinal



21 abril 2017

La memoria organizada

Edgar "Huracán" Ramírez
No sé qué es lo que me impresionó más, si la magnitud de la documentación del archivo o la dedicación de quienes allí trabajan. Me refiero al Sistema de Archivo de la COMIBOL uno de los más importantes de Bolivia en cuanto a su riqueza documental, pero sobre todo al servicio integral que presta.

No existiría, o acaso de manera precaria, sin el ejercicio cotidiano de un celoso guardián: Edgar Ramírez Santiesteban, exdirigente minero que encontró la vocación de su vida y la dedica a este proyecto que abarca varias generaciones. Edgar es como esos dragones que guarda la entrada de una cueva mítica. Cuida el archivo con un celo equiparable al de Gunnar Mendoza en el Archivo y Biblioteca Nacional de Bolivia y al de Luis Oporto Ordóñez en la Biblioteca del Congreso.

Las instalaciones del Archivo de la COMIBOL en El Alto distan de ser una cueva iluminada. Dos modernos edificios de dos pisos cada uno, con amplios pasillos interiores, albergan las colecciones de documentos que incluyen los de las empresas de Patiño, Hochschild, Aramayo y otros que hicieron de la minería una fuente de riqueza y opulencia. Patiño, ya lo sabemos, llegó a ser el hombre más rico del mundo.

En el exterior del archivo se guardan viejos vehículos blindados de lujo que pertenecieron a los gerentes de la Patiño Mines y que se van a restaurar para un museo en ciernes, al igual que la rotativa del diario La Razón, el diario de la oligarquía minera del siglo pasado.

Son tantos los archivos que se conservan, que solamente es posible cuantificarlos por metros lineales: 40 kilómetros en total, de ellos 18 mil metros en el archivo en El Alto. Los expedientes de miles de trabajadores mineros están perfectamente organizados en el archivo. El día de mi visita Edgar Ramírez tenía a mano el folder completo de Oscar Salas, fallecido unos días antes. También el de Juan Lechín, el de Simón Reyes, el de Víctor Paz Estenssoro, quien trabajó como abogado en la Patiño Mines antes de lanzarse a la política.

Edgar “Huracán” Ramírez cuenta que el año 1990 algunos dirigentes de la FSTMB se enteraron a través de Hans Möller, que los documentos de la COMIBOL iban a ser destruidos, pero no pudieron hacer nada en ese momento porque “se vino la debacle” de la minería boliviana y fueron retirados de sus trabajos o enviados a otras minas.

A su regreso Ramírez encontró todos los archivos a la intemperie, en el patio a descubierto, de modo que lo primero que hicieron fue meter la documentación bajo techo en cuatro galpones y tratar de organizar de manera artesanal lo que había.  En esa primera etapa el concurso de Luis Oporto Ordoñez fue fundamental, ya que ayudó a redactar el texto de un decreto presidencial que firmó Carlos D. Mesa durante su presidencia, y que estableció la responsabilidad que tenía el Estado boliviano de salvaguardar esos documentos.

A partir de ese decreto el apoyo del Estado ha sido consistente y ha permitido dotar al archivo minero de todo lo necesario para preservar, restaurar, clasificar, digitalizar y poner los documentos al servicio de los investigadores. Actualmente se cuenta además de los documentos con una biblioteca,  una hemeroteca, una mapoteca, una colección de fotografías, documentación  cartográfica, mapas, 47 mil planos de prospección y de explotación minera, pero también planos detallados de las herramientas que la propia COMIBOL fabricaba, adaptadas a las necesidades de nuestra minería.  

“Es un archivo políglota –dice Ramírez- porque tenemos documentación en inglés, español, francés, italiano, alemán, documentación en japonés, incluso en hebreo en el fondo de Hochschild”.

No es este el primer archivo en el que Edgar Ramírez se involucra con la misma pasión. El primero fue el archivo de la Federación de Mineros (FSTMB), parcialmente destruido durante el golpe militar de García Meza. A partir de 1985 Edgar pudo rescatar de los sindicatos una buena parte de la documentación. El segundo archivo que salvó fue el de la empresa Aramayo Francke en Tupiza, y logró que la alcaldía se hiciera cargo de protegerlos y custodiarlos.

El archivo de COMIBOL, con sus más de 15 años de existencia, es donde se concentra la mayor cantidad de documentos. Además de la sede en El Alto, forman parte del mismo archivo los de Oruro y Potosí, con los que se mantiene permanente contacto mediante video conferencias. La Unesco declaró a una parte del archivo como Memoria del Mundo en 2016. “De la basura estos documentos se están convirtiendo en patrimonio de la humanidad”, dice Ramírez citando a un periodista que formuló esa frase.

“Decidimos que esto se convirtiera en un archivo que trate de romper los esquemas de los archivos convencionales. Normalmente los archivos sirven para que los investigadores estudien el pasado, pero para nosotros este archivo permitiría encontrar la información para reconstruir la minería boliviana”.

El archivo tiene cuatro secciones en cada uno de los cuatro fondos (Patiño, Hochschild, Aramayo y COMIBOL), que a su vez tienen sub-fondos de otras empresas. Una sección es la financiera, otra de recursos humanos, otra de documentación técnica y finalmente la alta dirección de COMIBOL. Los primeros documentos sobre la existencia de COMIBOL, que datan de 1952 (incluso unos días antes de la nacionalización de la minería), están allí, curiosamente en archivadores de la Patiño Mines.

Una sección técnica del archivo tiene tanta importancia estratégica, que funciona como la bóveda de un banco, donde nadie tiene acceso fácil, ni siquiera el director de la institución, que tuvo que tocar la puerta varias veces hasta que le abrieran para que pudiéramos visitar el área juntos.

Las puertas y las mesas de trabajo están vigiladas permanentemente por cámaras y ni siquiera los investigadores externos tienen acceso a este repositorio que conserva todos los estudios de minería realizados con apoyo de la cooperación internacional, con un detalle que sorprende: cada mina, cada socavón, cada veta de mineral estudiada en detalle, con la composición del mineral, la extensión de la veta, su potencial de explotación. Para Ramírez, no es necesario seguir gastando en millonarias prospecciones, pues toda la información está allí y solamente el Estado debe utilizarla en beneficio de la población boliviana.

Tesis de Pulacayo, original
Si esta sección es un “tesoro” potencial de riquezas minerales, el archivo cuenta con muchas otras joyas que sí pueden mostrarse y que son un festín para los investigadores. Por ejemplo, una copia original de la Tesis de Pulacayo, paradójicamente mecanografiada en papel membretado de la empresa minera de Patiño, el rey del estaño. También está la “antítesis” de Pulacayo, un folleto firmado por Juan Íñiguez y Antonio Llosa. Otro archivo curioso es el de los informes de los delatores que pasaban información detallada a la policía o a la gerencia de la empresa sobre los movimientos ‘subversivos’ de los trabajadores.

Foto de Jean-Claude Wicky
Gigantescas fotos de Jean-Claude Wicky, un gran mural en la escalera de entrada, varias esculturas relacionadas al tema minero hacen del ambiente de trabajo del archivo un espacio de convivencia y complicidad entre los 32 trabajadores de El Alto (48 en todo el país). Motivados, todos participan en las decisiones y en la administración. Muchos han descubierto una vocación que no sospechaban que tenían. Y el visitante se siente en casa por la cordialidad y el compromiso de todos.
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Los hombres y pueblos sin memoria, de nada sirven;  
ya que ellos no saben rendir culto a los hechos
del pasado que tienen trascendencia y significación;
por esto son incapaces de combatir
 y crear nada grande para el futuro.
—Salvador Allende