30 marzo 2013

La catrina de Posada


El personaje al que me voy a referir ahora era hidrocálido… Suena a enfermedad o a chiste, pero no es otra cosa que el gentilicio de los oriundos de Aguascalientes. Allí nació el gran grabador y dibujante José Guadalupe Posada, un 12 de diciembre, lo que explica su nombre y su apodo, “Don Lupe”, pues en México hombres y mujeres se llaman Guadalupe en honor a la virgen.

Antes de hablar de su vida, hablemos de su muerte. “Después de muerto Don Lupe, nació Posada. Su obra, mientras estuvo vivo, no tuvo espacio en ningún museo. Sólo pudo mirarse en las calles de la ciudad, en las iglesias, en las mesas para el juego, en las cartas de amor, en la vida de todos los mexicanos”, escribe Agustín Sánchez González, su principal biógrafo.

Murió el 20 de enero de 1913 en el conventillo más pobre de Tepito, un barrio marginal, completamente alcoholizado y mal oliente, febril y deshidratado (ahora sí lo de “hidrocálido” podría ser una enfermedad), y fue enterrado en el Panteón de Dolores en tumba de 6ª Clase, la única gratuita, destinada a los de menos recursos. Siete años después, como nadie los reclamó, sus restos fueron echados en una fosa común y desaparecieron junto a otras “calaveras del montón”.

Hijo de un panadero, penúltimo de nueve hermanos, entró a sus 19 años de edad como aprendiz litógrafo en el taller de impresión de José Trinidad Pedroza, y pronto cobró prestigio por sus grabados satíricos que se publicaban en El Jicote. Luego de unos años en Guanajuato se trasladó a Ciudad de México en 1888 y desde entonces se incorporó como colaborador de la editorial Antonio Vanegas Arroyo, la más importante de la ciudad.

En 2013 con motivo del centenario de la muerte de Posada, se han organizado numerosos eventos en México. Este es “el año de Posada” y por lo tanto aunque sus huesos ya no existan y sólo se hayan conservado dos fotografías de él, la ciudad entera parece volcada a recordar quien fue.

He peregrinado en estas semanas por un “itinerario Posada”: la exposición “José Guadalupe Posada. Transmisor” en el Museo Nacional de Arte (MUNAL) y la muestra homónima de gigantografías en la Galería Abierta de las Rejas de Chapultepec. También estuve en el Museo del Estanquillo (“Crónica de un cronista”) y en el Museo Nacional de la Estampa (“La línea que definió el arte mexicano”) que incluye varias prensas manuales como las que utilizaba Posada para hacer sus grabados, numerosos tacos de madera con los grabados de zinc y de plomo y una reproducción en tamaño natural de la fachada de su taller. En todas estas exposiciones se le rinde homenaje y se muestran más o menos las mismas obras con algunas variantes museográficas. Pero sobre todo he leído la biografía escrita por Sánchez González, que pone en su lugar muchos mitos a través de viñetas muy precisas sobre la vida de este personaje tan singular.

Donde uno vaya lo que puede apreciar es más de lo mismo porque en realidad lo que queda de Posada son centenares de grabados que se publicaron en hojas volantes (algo muy común en esa época), en gacetillas, en periódicos satíricos como “El Jicote” además de innumerables estampas religiosas, almanaques, juegos, programas de mano, etiquetas para cajetillas de cigarrillos y avisos de farmacias como “La botica de la salud”, entre otros trabajos publicitarios. 
“Arte efímero” se llamaría hoy porque no dura sino unos días, pero Posada producía sus grabados sin conciencia de que eso podía ser considerado alguna vez arte. Efímero sí lo era, como su vida misma, que vivió día a día alcoholizado sobre todo en sus años finales. A veces se alejaba de su casa y de su trabajo durante semanas hasta que se le acababa el dinero para tequila. Solía desaparecer no solamente durante el “puente Lupe-Reyes” (del 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe al 6 de enero, día de Reyes) sino el puente más largo del 12 de diciembre hasta el 2 de febrero, día de la Candelaria. Al regresar de una de esas borracheras el 20 de enero de 1900, cambio de siglo, tembloroso y cansado por la prolongada borrachera, se enteró que su hijo Juan Sabino, de 17 años de edad, había fallecido de tifus exantemático dos días antes.

Se ha tratado de “mejorar” la vida de Posada haciéndolo pasar por un artista revolucionario de su época, pero sus más certeros biógrafos ponen las cosas en su lugar: Posada dibujaba para cualquiera que pudiera pagarle y era ajeno a la participación política. Algunos de sus grabados son contrarios a Francisco Madero y favorables a Porfirio Díaz, en otros ensalza la figura de Emiliano Zapata. No hay en realidad coherencia ideológica porque Posada se consideraba simplemente un artesano que ilustraba textos para un sinnúmero de publicaciones. Pero sí fue un revolucionario del arte (que no es lo mismo que un artista militante) y su influencia ha sido enorme en todos los que vinieron después.

Su habilidad para el grabado era tal, que recorría las imprentas del centro de la ciudad preguntando si necesitaban alguna ilustración, y cuando era el caso sacaba de su bolsillo una plancha y un buril que llevaba consigo, y realizaba el grabado requerido inmediatamente, en pocos minutos. Dominaba la técnica de grabado en hueco y en relieve, al ácido y sobre zinc, así como la litografía. 

Aunque ilustró centenares de volantes con oraciones, corridos, historias de milagros, curiosidades, descripciones de casos espeluznantes y comentarios humorísticos, Posada es conocido por sus calaveras para el Día de los Muertos y en particular por haber creado la calavera catrina, hoy uno de los símbolos de la identidad nacional mexicana, la elegante versión femenina y en huesos del caballero catrín. “Hace de la muerte un personaje que nos recuerda la gracia de lo efímero y nos la vuelve algo familiar, cotidiano. Pero también es un ejercicio estético de gran calidad, que atestigua el carácter de la vida como alo poco digno de tomarse en serio”, escribe Sánchez González.

La Calavera Catrina es uno de los íconos más característicos de la cultura y de las expresiones artística mexicanas. No es una calavera cualquiera, no es un vulgar esqueleto descuajeringado y polvoriento sino una fémina elegante y coqueta que muestra las costillas y a veces algo del afilado fémur en pose seductora. A través de los años hemos coleccionado varias figuras de catrinas que estarán para siempre ligadas a la memoria y trayectoria personal en tierra mexicana. He regalado algunas en otros países, aunque para quienes no conocen México y no comparten el mismo sentido de humor sobre la muerte, la figura puede parecer algo truculenta.

Para Diego Rivera, Posada fue un “grabador de genio” y no un simple artesano. Rivera fue quien bautizó a la calavera “garbancera” de Posada como calavera “catrina”, y escribió: “Tan grande como Goya, Posada fue un creador de una riqueza inagotable. Ninguno lo imitará, ninguno lo definirá. Su obra es la obra de arte por excelencia”.

Diego Rivera no solamente le dedicó frases elogiosas, sino que sobre todo inmortalizó a Posada del brazo de la Calavera Catrina (se ha ganado estas mayúsculas) en su obra “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, colocando a ambos en un lugar prominente del hermoso mural que se salvó del terremoto en 1985 y que cuenta ahora con su propio museo. Rivera pintó a Posada junto a Martí, Frida Kahlo y a él mismo de niño, como personajes centrales entre otros 200 de la historia de México que figuran en el mural.

Otro gran muralista mexicano, José Clemente Orozco, escribió: “Posada fue el primer estímulo que despertó mi imaginación y me impulsó a emborronar el papel con los primeros muñecos, la primera revelación de la existencia del arte de la pintura”, y aseguró haberlo visto trabajar en su taller, aunque Orozco tenía entonces apenas 7 años. Para el padre del surrealismo, André Breton, el arte de Posada era “humor en el estado puro y manifiesto en el plano plástico”. El poeta Octavio Paz hizo una valoración histórica: “Posada es de su tiempo, pero su obra sobrepasa a su época. Justamente, uno de sus encantos reside en la contradicción de su versión premoderna –la del México de sus días- y la sorprendente modernidad de su trazo y, sobre todo, de su humor.” Y Luis Cardoza y Aragón escribió: "No fue ingenuo ni erudito; ni rústico o docto de humanismo profundo y sección de oro... No fue un arquitecto, fue un maestro de obras. Qué maestro y qué obras en el caudal de su tinta."

Con motivo del centenario de la muerte de José Guadalupe Posada se pueden apreciar durante varios meses en la Galería Abierta de las Rejas de Chapultepec 125 imágenes de gran tamaño, entre ellas 48 reproducciones de la obra gráfica del artista y 48 afiches premiados en la XIIBienal Internacional del Cartel en México, Homenaje a Posada, en ocasión del centenario del grabador. Los carteles son una muestra más de la influencia de Posada en las generaciones de artistas plásticos que lo sucedieron.


La idea de usar las rejas del Bosque de Chapultepec para muestras de fotografía o el amplio Paseo de la Reforma para exposiciones de esculturas monumentales, es prueba de esa política que pone las expresiones artísticas al alcance de todos. No he perdido nunca la oportunidad de recorrer estas muestras porque siempre me han parecido de excelente calidad, nunca mero relleno del espacio disponible.

El arte en la calle. La cultura al alcance de todos. Esa es una de las grandezas de México que tradicionalmente y a través de gobiernos de diversa ideología ha podido mantener una política cultural de acceso abierto, al menos en lo que al consumo de cultura se refiere. Otro cuento son las mafias culturales que medran del poder, los grupos y capillas que acaparan los medios puestos a disposición de los creadores, pero a nivel del beneficiario final, el acceso suele ser libre y gratuito en muchos casos. En este caso, miles de personas pueden disfrutar durante todo el año de una docena de actividades en torno al centenario de Posada. 

____________________________________ 

A menudo me domina la impresión
de que nunca llegaré a saber, a ciencia cierta,
qué lugar ocupo en el mundo de los vivos.
                                     —Raúl Teixidó

24 marzo 2013

Entre los muertos


La pluma de Mariano Azuela

Ahora me voy a poner fúnebre, aunque no sea día de difuntos. No sé exactamente el porqué, pero siempre me han interesado los cementerios. Los hay propios y ajenos. Los propios son aquellos donde suelo visitar a mis seres queridos, los más próximos en el afecto. Los ajenos son los otros, que me interesan por su historia, su arte y su arquitectura. A lo largo de varias décadas he ido fotografiando aquello que me parece singular en ellos, con la idea de armar alguna vez una muestra. Mejor que sea antes de emprender ese camino.

Hay cementerios clásicos a los que he vuelto varias veces, como el de Père Lachaise en París, cerca del cual viví un año. Allí he paseado entre los mausoleos de Miguel Angel Asturias, Edith Piaf, Jim Morrison, Moliere, Balzac, Chopin, Delacroix y Oscar Wilde, uno de los más visitados, entre muchos otros. Cada mausoleo en Père Lachaise es una obra de arte monumental. En el de Montparnasse, en la misma ciudad, reposan a pocos pasos uno del otro César Vallejo y Julio Cortazar. Sus tumbas son muy sencillas. Años atrás escribí un cuento de humor negro sobre este cementerio: “Chez Papa”, que aparece en mi libro Cruentos.

Clásico es también el Cementerio Colón en La Habana (donde están Alejo Carpentier, José Lezama Lima), el de La Recoleta en Buenos Aires (Bioy Casares, Victoria y Silvina Ocampo), el de Araca en Sao Paulo, y los más antiguos de Boston, los primeros fundados por los ingleses del Mayflower en territorio norteamericano. El de Arlington, en Washington, figura en alguna lista entre los diez cementerios más “famosos” del mundo, pero eso de la fama es relativo, sobre todo cuando se trata de la muerte. A mi no me impresionó.

A fines del año 2012, sobrecogido por su leyenda, recorrí en el centro de Praga el viejo cementerio judío que le ha servido de inspiración a Umberto Eco en su novela más reciente, y también estuve en el cementerio judío de Olsany, en Zizkov, donde está enterrado Franz Kafka con sus padres.

He visitado cementerios remotos como el de Mompox, esa maravillosa ciudad extraviada en pleno Río Magdalena, en Colombia; y otros más cercanos pero no menos fascinantes como el señorial cementerio de Sucre, en Bolivia o el de Porto Alegre cuya arquitectura en varios pisos es esplendorosa.  

También me atraen los cementerios más pequeños, esos que uno encuentra en cualquier país a los lados del camino, humildes, con sus cruces torcidas y sus colores chillones, a veces aledaños a una vieja capilla de piedra o de adobe.


Las horas finales de la tarde son las mejores para fotografiar cementerios, porque la luz es cálida y las sombras envuelven las estatuas y los monumentos funerarios. En medio del blanco predominante los colores de las flores, aunque sean de plástico, resaltan.

Volví luego de muchos años al Panteón de Dolores, en pleno Bosque de Chapultepec en Ciudad de México, el tercer parque urbano más extenso del mundo, con 685 hectáreas, y el primero en una ciudad capital.

El lugar más importante del cementerio es la Rotonda de las Personas Ilustres (que antes se llamaba “de los hombres ilustres”) donde yacen los restos de 116 celebridades mexicanas (tiene capacidad para 145), de las que cito solamente algunas que me interesan: los artistas plásticos David Alfaro Siqueiros, Juan O’Gorman, José Clemente Orozco y Diego Rivera, los músicos Agustín Lara, Manuel M. Ponce, Juventino Rosas y Silvestre Revueltas; los escritores Mariano Azuela, Carlos Pellicer, Rosario Castellanos, Alfonso Reyes y Amado Nervo, en sándwich entre políticos, militares, científicos y de todo un poco.  
Alfonso Caso y Agustín Lara, contrastes más allá de la vida

En un amplio círculo están dispuestos en dos filas los mausoleos de estos grandes personajes de la historia contemporánea de México, pero no son todos los que están ni están todos los que son. Uno se pregunta cuales son los criterios para elegir a los que tendrán derecho a ser parte de ese selecto grupo, y quien fija esos criterios (probablemente el “dedazo” presidencial). Lo cierto es que entre los notables que allí están, hay “notables” ausencias, como las de Juan Rulfo, Salvador Novo y Octavio Paz, para citar solamente tres de los grandes de la literatura mexicana y latinoamericana.

Algunas personalidades manifestaron en vida su deseo de no integrar la Rotonda de las Personas Ilustres, como es el caso del pintor Rufino Tamayo, de el compositor José Alfredo Jiménez, y el gran impulsor de la cultura mexicana José Vasconcelos.

Es difícil saber si los mausoleos de la Rotonda de Personas Ilustres fueron diseñados de antemano por los propios ocupantes, o si fue la familia o el Estado quien decidió sus características. Sea como fuere, es interesante comparar la sencillez de algunos con la opulencia de otros.

David Alfaro Siqueiros
Quizás el más sorprendente por su grandilocuencia, colorido y tamaño (unos 3 metros de altura) es el mausoleo de David Alfaro Siqueiros, una obra suya. A los músicos Manuel M. Ponce y Agustín Lara los enterraron debajo de esculturas bañadas en pintura dorada que refulge con el sol de la tarde, una idea estridente. Y a la actriz Dolores del Río, memorable por sus interpretaciones en la época de oro del cine mexicano y en importantes películas de Hollywood, la castigaron con un monumento extraño, por no decir feo, una escultura de conos de metal que no está bien claro lo que representan.

Contrastan con estos estrambóticos monumentos funerarios, otros de extrema sencillez como el de José Clemente Orozco, un simple muro de lava volcánica rojiza, y los del músico Carlos Chávez, el pintor Juan O’Gorman y el arqueólogo Alfonso Caso, sencillos bloques de piedra rústica sin ningún adorno.  

María Izquierdo, pintora
Entre la opulencia y la sencillez, están aquellos mausoleos que se alejan de la solemnidad y le ponen un toque de arte a la muerte, y a veces algo de humor, algunos intencionalmente y otros involuntariamente. Me gustó el de la pintora María Izquierdo, con figuras graciosas salidas de sus cuadros, el del escritor Mariano Azuela, una gran pluma de piedra y el de Alfonso Reyes, con su firma y su cabezota. Al líder de luchas sociales Heberto Castillo, lo cubrieron de una enorme caja de vidrio verdoso, como una pecera, con la que quizás pretendían simbolizar la transparencia e incorruptibilidad que caracterizó su accionar político.

Uno de los mausoleos más interesantes es el de Diego Rivera, que muestra la réplica de la mascarilla mortuoria del pintor, y la de sus manos; mientras que la mascarilla mortuoria de Amado Nervo, y toda su tumba, está protegida debajo de una curiosa carpa de vitrales de color.

Más allá del espacio circular dedicado a los personajes ilustres, el Panteón de Dolores está dilapidado, en ruinas. Su mantenimiento es a todas luces inexistente.  Para evitar la profanación de los mausoleos, algunos han sido completamente cubiertos de rejas. Las tumbas están rotas y la basura se acumula por todas partes. Casi todas las placas de metal han sido robadas, incluso algunas de la Rotonda de Personas Ilustres, que ahora carecen de identidad y donde ni siquiera arde la llama de fuego “eterna” que se supone debería estar encendida todo el tiempo. Salta a la vista que solamente cuando se hace algún acto pomposo, a los que son tan afectos los mexicanos, se limpia el lugar.
Diego Rivera

José Clemente Orozco
Y de todo esto, los muertos, ilustres o ignorados, no saben nada ni les importa. Sus huesos, en algunos casos, han desaparecido, como sucedió con el grabador José Guadalupe Posada, cuyo centenario se celebra este año.

Hace tiempo que me hago la pregunta: en este mundo ¿son más los vivos o los muertos? Y encuentro la respuesta en una investigación del Population Reference Bureau, que revela que por cada habitante vivo en el planeta, hay 15 muertos, aunque sean polvo y ceniza.  Multipliquemos los 7 mil millones por 15… y siempre serán más los muertos que los vivos.



______________________________________

polvo de estrellas
sobre la fosa común
que habitamos

—Adriana Almada

17 marzo 2013

Encuentro de documentalistas


Estuve en el IV Encuentro de Documentalistas de América Latina y el Caribe (EnDocXXI) que tuvo lugar del 6 al 9 de marzo en el marco del 28º Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG). Me invitaron a dar la conferencia “El documental como memoria histórica” y además participé en el lanzamiento de mi libro Cine comunitario en América Latina y el Caribe publicado a fines del 2012, presentado por primera vez en el 34º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana.  

Sobre mi conferencia en EnDocXXI y sobre la presentación del libro salieron notas en Mayahuel, la revista del festival de Guadalajara que se publicó cada día durante el FICG. Es la única huella que quedará de esos momentos, ya que en ambos casos se frustraron las buenas intenciones y la planificación inicial. El lanzamiento del libro fue sui generis pues solamente disponíamos de un par de ejemplares para mostrar, la edición completa está al parecer atorada en algún engranaje de la imprenta venezolana. En cuanto a mi conferencia, yo mismo ofrecí suspenderla luego de tomarle el pulso al encuentro de documentalistas que estaba sometido a  tensiones que podían derivar en un infarto masivo. Me limité a entregar el texto que ya tenía listo, y que espero publicar más adelante.

Para la reunión del IV EnDocXXI los organizadores mexicanos (Manuel Martínez, José Peguero, Pita Ochoa, etc.) habían previsto en concierto con Humberto Ríos tres conferencias magistrales y varias mesas temáticas en las mañanas, y la asamblea general en las tardes. Pero la actividad mañanera durante los tres días se vio afectada por la necesidad de dedicarle un mayor tiempo a la discusión sobre los problemas de organización que enfrenta la red de documentalistas.

En sus cinco años de existencia, una buena parte de lo logrado por el EnDocXXI se debe al impulso inicial y al entusiasmo y dedicación de Humberto “Negro” Ríos, a quien todos consideramos fundador de la iniciativa aunque él modestamente rechace esa etiqueta. La mayoría de los asistentes a la asamblea en Guadalajara vio con desazón la persistencia de desacuerdos, rencillas y malentendidos en el interior de la red, disputas por un poder que no es más que figurativo, ya que no se cuenta con recursos y ni siquiera con una personería jurídica. 

Mi posición durante el evento fue clara en sentido de que EnDocXXI no es una federación de asociaciones nacionales, ni un sindicato, sino una red de documentalistas independientes que participan a título individual y que debería estar abierta a todos los que realmente hacen cine documental o reflexionan sobre él. Mi desconfianza natural hacia las organizaciones que se arrogan una representatividad nacional se debe a que por lo general no representan a todos los que son, sino simplemente a todos los que están. O sea, no son incluyentes, salvo alguna honrosa excepción. Son como las cooperativas, que dividen a las comunidades porque solamente favorecen a un grupo. 

Aunque todo está todavía por hacer y no hay ninguna torta para repartir las maniobras para copar espacios me parecieron risibles, aún cuando hubo momentos dramáticos que se vivieron durante la asamblea, donde algunos colegas embargados por la emoción perdían la calma. Al respecto Iván Trujillo —director del FICG— dijo cuando vino a saludarnos: “Si con esa pasión discuten por el documental, cómo será cuando hacen el amor”. Una frase generosa, porque en realidad lo que más se practicó fue el arte de la guerra. 

Al cabo de los tres días se pudo finalmente recomponer a la manera de una colcha de retazos una visión colectiva que permitirá seguir avanzando hacia el quinto encuentro, donde se planteará una propuesta de organización más estable. La doble tarea de preparar las opciones para una figura legal de EnDocXXI y de mostrar resultados del trabajo de las comisiones en un plazo de dos años le corresponde ahora a un colectivo provisional de coordinación que se eligió durante la última jornada del evento. La asamblea eligió un Secretario Ejecutivo (Humberto Ríos), una Secretaria Técnica (Susana Molina, Cuba) y colegas para coordinar cada una de las cinco comisiones existentes: Comisión de Formación (Tito Ameijeiras, Brasil), Comisión de Distribución, Difusión y Exhibición (Ana María García, Puerto Rico), Comisión de Normativas y Legislación (David Hernández Palmar, Venezuela), Comisión de Festivales (Víctor Luckert, Venezuela), y la Comisión de Organización y Comunicación (Alquimia Peña, Cuba). 

 No fue un desenlace muy salomónico pues una parte de la región quedó marginada. Con toda razón países como México, Bolivia, Argentina, Chile, Colombia, Ecuador y otros podrían argumentar que no fueron tomados en cuenta en la conformación de ese equipo provisional de siete personas, y que dos países “repitieron” en la repartición de cargos, pero el caso es que así funcionó la asamblea y lo que resta es mirar hacia delante y mantener la esperanza de que los coordinadores de las comisiones serán eficientes en el trabajo al que se auto-presentaron como candidatos.

En medio del festival, apenas una hora antes de comenzar el encuentro de documentalistas cayó como una bomba de fragmentación la noticia del fallecimiento de Hugo Chávez. Los principales delegados venezolanos abandonaron inmediatamente el FICG para retornar a su país y a partir de entonces un manto sombrío cubrió las actividades de la fiesta del cine. Además de la simpatía política e ideológica de muchos participantes, la preocupación por la muerte del Presidente de Venezuela tenía que ver con el apoyo decidido que su gobierno dio a la cinematografía de la región y al temor de que ese respaldo pudiera concluir. Concretamente la red EnDocXXI fue una de las instancias que recibió ese apoyo oficial.
Rafael Rebollar, Oscar Menéndez, Alfonso Gumucio

Para disolver la incertidumbre sobre el futuro del EnDocXXI se anunció durante la clausura una oferta venezolana de auspiciar la realización del V EnDoc en Caracas, el año 2015. Otro ofrecimiento de los delegados de Cuba permitirá realizar en 2014 un encuentro de medio término en La Habana, donde se reunirá el grupo encargado de llevar adelante las propuestas de reforma de la red de documentalistas.

Cada uno de los eventos anteriores de EnDocXXI ha generado declaraciones de principios y documentos que pueden ser leídos en la página web de la red. Está la Declaración de Caracas (2008), la Declaración de Guayaquil (2009), la Declaración de Buenos Aires (2011) y por supuesto la Carta de Río (2008), considerada como el hito fundacional de la red.  

A pesar de la precariedad del IV EnDoc reunido en Jalisco, también habrá una declaración pública que todavía se está discutiendo a través de la plataforma virtual de intercambio, para acomodar las peticiones de todos los que quieren subrayar algún aspecto organizativo o patriótico. Parece que no será un documento conciso y eficiente, sino más bien extenso y retórico, pero tendrá un rasgo reconocible: será un reflejo de lo que en este momento es EnDocXXI. 

 _________________________________________ 


La memoria del corazón elimina
los malos recuerdos y magnifica los buenos...
— Gabriel García Márquez


11 marzo 2013

Guadalajara en un llano


Tuvimos una semana intensa en el 28º Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) convertido durante la gestión de Jorge Sánchez (2005-2010) en uno de los tres más importantes de América Latina, junto al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (Cuba) y al más antiguo, el Festival Internacional de Cartagena de Indias (Colombia).

Ahora bajo la dirección de Iván Trujillo, el FICG sigue creciendo y fortaleciéndose con nuevas actividades, exposiciones, muestras paralelas, espacios de capacitación, mercado de distribución e innumerables premios a las películas de ficción, de documental, de cortometraje y de animación.    

Hace tres años, cuando estuve por primera vez en el FICG-25, Bolivia estuvo representada en concurso por el largometraje Zona Sur de Juan Carlos Valdivia, que se alzó con varios galardones: recibió el Premio Especial del Jurado, el Premio al Mejor Guión –escrito por el propio Valdivia- así como el Premio al Mejor Actor (compartido) otorgado a Pascal Loayza. Pero este año no había películas bolivianas en concurso, y los pocos bolivianos que estuvimos allí fuimos invitados para otras tareas: Eduardo “Chichizo” López, Humberto Mancilla y yo mismo. Chichizo estuvo como miembro del jurado en la categoría Documental Iberoamericano, mientras que Humberto Mancilla y yo fuimos invitados al IV EnDoc, el Encuentro de Documentalistas de América Latina y el Caribe.

En medio del festival, una hora antes de comenzar nuestro encuentro de documentalistas, cayó como una bomba la noticia del fallecimiento de Hugo Chávez. Los principales delegados venezolanos abandonaron casi inmediatamente el FICG para retornar a Venezuela, y a partir de entonces un manto sombrío cubrió las actividades de la fiesta del cine. Al margen de la simpatía política e ideológica de muchos participantes en el FICG, la preocupación por la muerte del Presidente de Venezuela tenía que ver con el apoyo decidido que su gobierno dio al desarrollo del cine en la región, y a la posibilidad de que ese respaldo pudiera concluir.

Carmen Guarini, Alquimia Peña y Alfonso Gumucio
Preparé una “conferencia magistral” (así la llamaron) programada en el IV EnDoc, e hice la presentación de mi libro Cine comunitario en América Latina y el Caribe. Alquimia Peña, directora de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, presentó también la edición argentina del libro Producción y mercados del cine latinoamericano en la primera década del siglo XXI de Octavio Getino. Y Carmen Guarini en representación de Directores Argentinos Cinematográficos (DAC), proyectó un corto video de homenaje a Octavio, fallecido hace unos meses en Buenos Aires. Moderó la sesión José Rodríguez, Secretario Ejecutivo de FIDECINE, a quien no veía hace varias décadas.   

Sobre mi conferencia en EnDoc y sobre la presentación de los libros de la FNCL salieron notas en Mayahuel, la revista del festival de Guadalajara que se publicó cada día durante el FICG.

Otros dos colegas y amigos presentaron libros importantes, bellamente ilustrados, editados por la Filmoteca de la UNAM, que bajo la dirección de Guadalupe Ferrer retoma un ambicioso plan de publicaciones. Los dos libros son memoriosas historias de periodos emblemáticos del cine mexicano, a cual más interesante, y ambos son resultado de la perseverancia de estos dos colegas investigadores que son quizás quienes mejor conocen el tema que los ha ocupado durante varios años.

En tiempos de Revolución – El cine en la ciudad de México 1910-1916, de Ángel Miquel es uno de los ensayos más detallados sobre el trabajo de los documentalistas que legaron a México la memoria visual de su gran Revolución: Salvador Toscano (sobre el que escribí algo hace un par de años), los hermanos Alva, Enrique Rosas, Jesús H. Abitia y Jacobo Granat, entre otros, gracias a quienes podemos ver las fascinantes imágenes de Francisco Villa, Emiliano Zapata, Francisco Madero, Álvaro Obregón y el pueblo en armas.   

Eduardo de la Vega, Angel Miquel y Álvaro Vásquez Mantecón
El libro “hermano” del anterior es el de Álvaro Vásquez Mantecón, El cine súper 8 en México 1970-1989, impreso con la misma calidad y casualmente con el mismo número de páginas. El autor recorre casi dos décadas de producción independiente realizada en formato Súper 8 por cineastas que se iniciaban en el cine o que experimentaban con ese formato. Álvaro revisó más de 200 películas de la época, entrevistó a muchos cineastas y leyó todo lo que pudo conseguir para construir su tesis doctoral, que ahora entrega en forma de libro. 

Este trabajo tiene un significado particular para mi, pues en los años que cubre la investigación estuve directamente vinculado a algunos de los cineastas mexicanos estudiados: Sergio García, Luis Lupone, Rafael Rebollar, Gabriel Retes, Diego López, etc. Nos encontrábamos en festivales internacionales de cine Súper 8 en México, Venezuela, Bélgica, Canadá y Túnez, que fueron los “polos” de desarrollo de esa actividad. En 1980 asistí a los dos primeros festivales internacionales que organizó el “Guajo” Rebollar con el auspicio de la Filmoteca de la UNAM que dirigía entonces Manuel González Casanova.  Entre 1980 y 1985, en apenas esos cinco años, participé en diez festivales en Ciudad de México, San Luis Potosí, Caracas, Bruselas, París, Montreal, Toronto, Zacatecas, Kelibia y otra vez Montreal. Y luego llegó el video…

Hay muchas películas en Súper 8 que corren el riesgo de perderse, y más son las que se han perdido que las que sobrevivieron al paso del tiempo. El trabajo acucioso de Álvaro ha permitido rescatar muchas de las mexicanas. 


Los festivales y los congresos son un lugar de encuentro, lo he dicho otras veces.  Hay reencuentros particularmente memoriosos, como el que tuve luego de 37 años con el cineasta venezolano Miguel Curiel, mi condiscípulo en los estudios de cine en el Institut de Hautes Études Cinématographiques (IDHEC), a quien no veía desde aquellos años de convivencia en París. En la promoción 29ª del IDHEC eran cuatro los latinoamericanos que superaron las pruebas del concurso o fueron admitidos por convenio con los países (los otros dos eran el chileno Emilio Pacull Latorre y el mexicano Antonio Beltrán Hernández, fanático de Bergman).

Miguel Curiel, cineasta venezolano
De mi anterior estadía en México (1980-1985) volví a encontrar a colegas que entonces trabajaban en la Filmoteca de la UNAM y que estuvieron involucrados en la edición de mi Historia del cine en Bolivia (1982), entre ellos a Jaime Tello (cuyo Grupo Octubre estaba entonces en la vanguardia del cine militante), Eduardo de la Vega y José Rodríguez. De la misma época mexicana volví a ver luego de dos o tres décadas a Federico “Fritz” Weingartshofer y a Jorge Denti.

Aunque los he visto en tiempos recientes, fue bueno volver a coincidir con Marta Rodríguez, Jorge Rufinelli, David “Coco” Blaustein, Edmundo Aray, Manuel Pérez Paredes, Sergio Olhovich, Everardo González, así como conocer al estudioso español Manuel Pérez Estremera (autor en 1973 de uno de los primeros libros sobre el cine latinoamericano), a uno de los pioneros del cine documental mexicano Oscar Menéndez, a Nelson Carro, a Cristian Calónico que dirige el festival de cine “Contra el silencio todas las voces”, a Pita Ochoa y José Peguero, todos ellos con sustantivas contribuciones a la cinematografía latinoamericana. 

El último día, con Humberto Ríos y Oscar Menéndez
Debido a la intensidad de las reuniones de la red de documentalistas apenas tuve tiempo de ver cuatro películas durante todo el festival, entre las 250 exhibidas en las diversas categorías. La argentina Todos tenemos un plan (2012) de Ana Piterbarg es un thriller cuya ambientación en el Delta del Tigre la hace fascinante; y lmultipremiada Blancanieves (2012) del español Pablo Berger me pareció una innovadora —pero no genial— mezcla de cuentos para niños adaptada para adultos. Muda y en blanco y negro, sigue la senda que abrió hace un año El artista, para demostrar que el "gran público" (cuyo comportamiento en las salas de cine es cada vez más vulgar y torpe) no les ha dado la espalda.

Las otras dos películas que vi me parecen estupendos ejemplos que sirven para alimentar la eterna discusión sobre la frontera borrosa y probablemente inexistente entre el género documental y el de ficción. 

Una es El efecto K: el montador de Stalin (2012) del español Valentí Figueres que se presenta como una película de ficción, y en la acera del frente está Quebranto (2013) del mexicano Roberto Fiesco que se presenta como un film documental. 


Lo interesante en ambas películas es que la primera, que se presenta como una ficción, tiene una carga documental muy grande pues revisa la historia de un personaje real, el productor Max Ophüls, y las interpretaciones de los actores son discretas, casi sin diálogo; mientras que en la segunda, que se presenta como un documental, hay un mayor trabajo actoral (además del hecho de que los personajes escogidos son actores en la vida real), y las escenas han sido cuidadosamente preparadas y ensayadas, sin dejar nada a la improvisación. Ambas se llevaron sendos premios en el FICG 28.

Luego de muchos años de discusiones tratando de dibujar una frontera entre el cine documental y el cine de ficción, parece haber un acuerdo tácito: tanto el documental como la ficción son interpretaciones de la realidad, y esas interpretaciones constituyen la verdad de cada realizador sobre la realidad que mira.

 ______________________________________________________________  


(…) yo no fabrico falsificaciones, sino nuevas copias de un documento auténtico 
que se ha perdido o que, por un trivial accidente, 
nunca ha llegado a ser producido pero que habría podido o debido serlo. 
—Umberto Eco (El cementerio de Praga)  

04 marzo 2013

Capilla Alfonsina


Reyes, por Roberto Montenegro

Un secreto bien guardado, la Capilla Alfonsina, en el Nº 122 de la Calle Benjamín Hill de la Colonia Condesa en Ciudad de México, la “mera” casa donde vivió durante sus últimos 19 años y donde murió rodeado de sus libros el escritor Alfonso Reyes (1889-1959). Allí encaminé mis pasos hace pocos días y al entrar supe que era el único visitante, como si me estuvieran esperando.

Con las yemas de los dedos recorrí las hileras de los libros empastados de mi tocayo Reyes, quien fue un polígrafo excepcional y dejó una obra abundante y variada que cubre todos los géneros literarios. 

Publicó más de 150 obras: 24 poemarios, siete libros de narrativa, 86 obras de crítica y ensayo, una obra de teatro y más de veinte libros de memorias, traducciones y correspondencia. A lo largo de sus 70 años de vida publicó libros de historia, biografías, estudios literarios, sobre arte y ciencias, ensayos sobre mitología y religión, crónicas de viaje, reseñas, divertimentos, crítica de cine y hasta comentarios sobre temas culinarios. Sus obras completas fueron editadas en 26 tomos por el Fondo de Cultura Económica, y su abundante correspondencia ya va por el tercer tomo. Reyes escribía compulsivamente y sobre todos los temas. 


Su primer libro lo publicó en 1911, cuando tenía recién 21 años de edad. Paradójicamente se consolidó como escritor durante su estancia en España de 1914 a 1924 y solamente después fue reconocido en México y reclamado como escritor mexicano. La carrera diplomática le dio la comodidad necesaria para seguir escribiendo, como ha sucedido con muchos escritores latinoamericanos. Estuvo de ministro consejero en París hasta 1927,  como embajador en Argentina hasta 1930, y en Brasil hasta 1937. 

Borges lo admiraba y llegó a afirmar que Reyes era “el mejor prosista de lengua española en cualquier época”. Gabriela Mistral lanzó una campaña en 1949 para que se le otorgara el Premio Nóbel de Literatura, pero los propios mexicanos obstruyeron ese proceso con el argumento de que Reyes escribía mucho sobre los griegos y poco sobre los aztecas: nadie es profeta en su tierra.

Uno entra con respeto a este “templo del saber”, la Capilla Alfonsina. Así la bautizó Enrique Díez-Canedo, el escritor español amigo de Reyes quien solía visitarlo con frecuencia. El espacio central de la casa que acoge una parte de la gigantesca biblioteca aloja cerca de nueve mil ejemplares, sin contar los que se fueron para Monterrey, más de cinco mil ejemplares, alojados en un moderno edificio con el mismo nombre, Capilla Alfonsina,  en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). 

Muchos amigos intelectuales pasaron por la casa de Alfonso Reyes, entre ellos Gabriela Mistral, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, José Gaos, Julio Torri, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Ramón Xirau, Pablo González Casanova. Y los que no pasaron por allí le escribían. En las vitrinas se conservan cartas originales de Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Victoria Ocampo, José Ortega y Gasset, Manuel Azaña, Jorge Luis Borges, Kiki de Montparnasse, y tantos otros que lo querían entrañablemente. Las fotografías atestiguan de su relación con André Bretón y otros intelectuales de la primera mitad del siglo XX.

La casa en la Colonia Condesa fue construida en 1938-1939 por el arquitecto Carlos Rousseau, basándose en un dibujo realizado por el propio Alfonso Reyes, quien comenzó a habitarla desde su jubilación del cuerpo diplomático en 1940. La biblioteca es el corazón de la casa, ocupa más espacio que todo el resto de las habitaciones. ¿Cuantos podemos decir que vivimos (y moriremos) literalmente rodeados de libros? 

Alfonso Reyes y escribió una líneas sobre su biblioteca: “Éstas son las líneas que escribo en mi casa, hecha con el esfuerzo de toda mi vida, para dar asilo conveniente a mis libros... ya está aquí el salón especial para recibirlos, de dos pisos con mezzanine. Arriba en un volado, estará mi escritorio. Tengo luz cenital, ventanitas alargadas en todos los nichos que dan a la calle, y una gran vidriera al lado de mi escritorio que recorre los dos pisos. No puedo creer a mis ojos”. 

La Capilla Alfonsina, muy cerca de la “Librería Rosario Castellanos” del Fondo de Cultura Económica, fue renovada y reabierta al público en septiembre del 2012. Tiene 15 metros de largo y 8 de ancho, y la altura de su techo es de 7 metros, lo que permitió construir el mezanine y alojar tantos libros y objetos. Tuve la fortuna de ser guiado durante mi visita por el director de la biblioteca, que me fue explicando cada objeto y cada sección de libros. 

A cada paso algo de interés. Cubierta de terciopelo verde está la cama donde don Alfonso Reyes solía leer durante largas horas y donde le llegó su última hora, la definitiva. En ese rincón del mezanine, sobre la pared un cuadro de Diego Rivera. No lejos de allí el escritorio donde escribía, intacto. En la planta baja, en una vitrina, su colección de pipas, su reloj, sus lentes, varias pluma fuentes, una cámara fotográfica y otros objetos personales. Hay más de 200 obras de arte, pintura y escultura de Manuel Rodríguez Lozano, Ángel Zárraga, Roberto Montenegro, José Clemente Orozco, Pedro Coronel, Angelina Beloff, Marguerite Barciano, Julio Ruelas, Candido Portinari, Gabriel Fernández Ledesma, Benjamín Coria, Dimitri Ismailovich, entre otros.
Al pasar uno encuentra algunos objetos curiosos, como su colección de soldaditos de plomo de la conquista de México, realizada en Francia en 1927, que incluye a personajes de la historia, como Moctezuma, la Malinche, Hernán Cortés y algunos de los capitanes que llegaron con él, soldados españoles y caballeros águila, etc.

En una pared me llamó la atención el breve y curioso poema que le dedicó Max Aub: “Humanista / Ensayista / Preceptista / Prosista / Cuentista / Narrador / Traductor / Profesor / Dramador / Memorialista / Periodista / Poeta, inventor. / Si trece Alfonsos Reyes / —y el rabo por desollar— / el singular / ¿qué tal?

Alfonso Reyes era un lector voraz de novelas policiales, que ocupan varias estanterías de su biblioteca. Tenía por costumbre colocar sus iniciales en cada libro que leía, con un pequeño círculo. Tanto le interesaban los casos criminales, que compró Crimefile Lumber 4, File on Claudia Cragge (1938) un libro muy curioso de Q. Patrick (Patrick Quentin, autor de novelas de detectives), donde el lector tiene que resolver el caso. La publicación, muy sofisticada, incluía las “pruebas” del caso: un polvo blanco desconocido, muestras de sangre, una tarjeta de paquete de cigarrillo, etc.

Actualmente la casa es también un Centro de Estudios Literarios que además de difundir la obra de Alfonso Reyes, organiza actividades culturales: conferencias, mesas redondas, cursos de formación, etc. Otorga además el “Premio Internacional Alfonso Reyes”; el primero en recibirlo en la Capilla Alfonsina fue nada menos que su gran amigo el escritor Jorge Luis Borges, en 1973. Otros galardonados le hacen buena compañía: Alejo Carpentier, André Malraux, Jorge Guillén, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Alí Chumacero, Adolfo Bioy Casares, Germán Arciniegas, George Steiner, Mario Vargas Llosa, Harold Bloom, Uslar Pietri, José Emilio Pacheco… y sigue la larga lista de grandes escritores.

Qué gusto da estar en un país que reconoce a sus hombres de letras y preserva la memoria de sus grandes escritores y artistas. La Capilla Alfonsina se mantiene desde 1973 gracias a un presupuesto anual del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). No es el primer lugar, ni el décimo, que los recién llegados suelen visitar en Ciudad de México, pero es uno de los más acogedores. 

__________________________________________  

Escribo: eso es todo. Escribo conforme voy viviendo. Escribo como parte de mi economía natural. Después, las cuartillas se clasifican en libros, imponiéndoles un orden objetivo, impersonal, artístico, o sea artificial. Pero el trabajo mana de mí en un flujo no diferenciado y continuo.