28 octubre 2012

Carta de Drummond de Andrade


Por tres razones me siento cercano al gran poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade, nacido hace 110 años. La primera y más obvia es que su poesía me gusta, y como ejemplo comparto al final de esta nota su poema “A bunda”, sensual y delicioso por donde uno lo mire (por detrás, naturalmente). La segunda, porque Drummond y yo somos escorpiones y nacimos el mismo día, un 31 de octubre, aunque él casi cinco décadas antes que yo, en 1902. 
  
La tercera razón es la que disfruto en particular: Drummond de Andrade y yo tuvimos un breve intercambio epistolar en abril del año 1971, a raíz de un desafortunado episodio de plagio que me tocó poner en evidencia y al que me voy a referir en detalle. 


El Nacional era el diario oficialista del gobierno del general Juan José Torres (“jota jota”), en el que trabajé entre 1970 y 1971 bajo la dirección de Ted Córdova. Además de escribir columnas sobre temas políticos y sociales, mi principal ocupación y preocupación era una página cultural diaria y un famélico suplemento dominical. Fue en ese suplemento que exhibí a un médico boliviano con veleidades de poeta, Harry Trigoso Tapia, porque tuvo la ocurrencia de plagiar el poema “José” de Drummond de Andrade (un clic para ver una versión con música de Paulo Diniz y otro para escuchar el poema en la voz del poeta).
  
El rostro y la firma de Drummond en un billete
Probablemente Trigoso no fue plenamente consciente, en ese momento, de la arbitrariedad que había cometido al fusilar los versos de un poeta tan conocido, pero no se podía pasar por alto su osadía. Había mala fe en esa “adaptación” del poema brasileño a la realidad boliviana: los mismos versos, el mismo ritmo. Para demostrar que se trataba de un burdo plagio, publiqué lado a lado en una plana de El Nacional el poema original de Drummond, su traducción al castellano y la “versión” altiplánica de Trigoso.

El plagio es de por sí un asunto sórdido, que ha dañado la reputación de grandes escritores, como ha sucedido con el peruano Bryce Echenique en años recientes. En el caso de Trigoso, que no tenía ninguna reputación literaria que defender, el incidente no tuvo mayores consecuencias.

Lo que me interesa recordar de esta anécdota no es otra cosa que la carta que recibí de Drummond de Andrade unas semanas después, por intermedio del agregado cultural de la Embajada de Brasil en La Paz. El gran poeta, más allá del bien y del mal, le restaba importancia a su plagiario y lo condecoraba generosamente. Esto me dice en su carta: 

Rio de Janeiro, 19 de abril de 1971.

Mi querido hermano Alfonso Gumucio Dagron: 

He leído sus artículos “Las malas de costumbres” y “Juzgue el lector...” en El Nacional. Vi en ellos, junto con un noble celo por las cuestiones relacionadas con la creación literaria, un toque de simpatía profunda por la obra de un poeta brasileño. Y como ese poeta soy yo, vengo a decirte que me ha tocado mucho su actitud espontánea y generosa.

No me corresponde decidir sobre la cuestión suscitada, ya que, aún involuntariamente, soy parte de ella. El lector dirá, de hecho, la última palabra. Apenas, a modo de comentario, se me ocurre recordar la frase de Virgilio, a quien se censuraba el hecho de utilizar versos ajenos en su obra inmortal, y extraerlos incluso de poetas de menor categoría, como un tal Enio (cito en francés, porque la fuente y Saint-Beuve, en su “Étude sur Virgile”): “Je tire l’or du fumier de Ennius”. El poeta que fue el blanco de sus críticas no estaría siguiendo ese ilustre ejemplo?...

Cordialmente el abrazo, la admiración y el agradecimiento de

Carlos Drummond de Andrade
Rua Conselheiro Lafayette, 60. AP. 701


Luego de muchos años de tenerla archivada, rescato esta carta y la miro detenidamente como si fuera la primera vez, y entonces distingo los golpes gastados de la máquina de escribir, las minuciosas correcciones que hizo Drummond con tinta negra para completar una letra que no se leía bien, o para colocar un acento que faltaba. Por primera vez la traduzco al castellano, no porque suene mejor que en portugués, sino para compartir su contenido. Conservo con cariño inmenso estas líneas enviadas por “el animal menos epistológrafo del mundo”, como se definió a sí mismo ante Rodolfo Alonso, autor de una excelente selección y traducción de 45 poemas de Drummond: Antología (2005), publicada en Bogotá por Arquitrave.

Algún día conoceremos los tres poemarios inéditos que Drummond escribió a lo largo de la relación secreta que mantuvo con Lygia Fernandes, su amante durante 36 años, fallecida en 2003. Los manuscritos permanecen en custodia de la familia de ella. 


Gracias a Google ahora puedo no solamente encontrar la calle Rua Conselheiro Lafayette, 60. AP. 701, sino “bajar” al mapa y mirar de frente el edificio donde vivía el poeta, que falleció en agosto de 1987. Tuvieron que pasar 34 años desde la carta que me envió, para que pudiera visitarlo, en febrero del 2005, a tres cuadras de su casa, para siempre pensativo y en bronce en la rambla de la Avenida Atlántica, sobre la playa de Copacabana, en una banca que deja leer uno de sus versos: “No mar estava escrita uma cidade”.

Al igual que la estatua de John Lennon en La Habana, la de Drummond ha sido víctima de compulsivos admiradores que le han robado los anteojos ocho veces desde su inauguración, cuatro desde octubre del 2007. En la última, el restaurador Valdeci Santos decidió soldar los lentes como para que no vuelva a suceder.

No me cabe la menor duda de que en esa banca donde aparece con las piernas cruzadas y los antebrazos sobre las rodillas, nacieron los versos de este poema que no me atrevo a traducir:

A bunda, que engraçada

A bunda, que engraçada.
Está sempre sorrindo, nunca é trágica.

Não lhe importa o que vai
pela frente do corpo. A bunda basta-se.
Existe algo mais? Talvez os seios.
Ora - murmura a bunda - esses garotos
ainda lhes falta muito que estudar.

A bunda são duas luas gêmeas
em rotundo meneio. Anda por si
na cadência mimosa, no milagre
de ser duas em uma, plenamente.

A bunda se diverte
por conta própria. E ama.
Na cama agita-se. Montanhas
avolumam-se, descem. Ondas batendo
numa praia infinita.

Lá vai sorrindo a bunda. Vai feliz
na carícia de ser e balançar
Esferas harmoniosas sobre o caos.

A bunda é a bunda
redunda.

23 octubre 2012

El doble exilio de Blanca


Habría cumplido 65 años el 23 de septiembre, pero falleció hace ocho años, el 16 de octubre de 2004. Su vida la dedicó a la literatura, sobre todo a la poesía, y a la actividad académica. Blanca Wiethüchter fue sin duda una de las más importantes voces en la poesía boliviana contemporánea.

Hace un par de meses, caminando por la Avenida Reforma en México, pasé delante de la librería de Conaculta y sentí que desde la vitrina me miraban. Era Blanca, con una mirada un tanto melancólica, desde la portada de una antología de su poesía, realizada por Rodolfo Häsler y publicada por María Luisa Passarge en la editorial independiente La Cabra. En la vitrina estaba junto a Dostoyevski y a San Agustín, bien acompañada. Además de alegrarme de ver su poesía publicada en México, estuve regodeándome un rato con la memoria de algunos encuentros, en La Paz y en Cochabamba, hace muchos años. ¿Cuantos años? Fácilmente 15 o 20. Tengo una foto a mano, del 13 de febrero de 1995 cuando nos reunimos en mi casa en Obrajes (¿sería la última vez?) y otras en mis archivos en Bolivia, demasiado lejos como para estirar el brazo y buscarlas ahora. Son fotos en las que aparecen también Alberto Villalpando, Carlos D. Mesa, Ricardo Pérez Alcalá y otros amigos.

Alberto Villalpando y Blanca Wiethüchter, 1995
Por “razones técnicas”, como diría Cortázar, no nos vimos mucho en los últimos años de su vida. Nuestro contacto fue esporádico. Acabo de encontrar huellas de ello en un mensaje suyo enviado por email el 8 de febrero de 1999, con una selección de poemas que yo le había pedido para una sección del sitio electrónico Bolivia Web. En esa selección de 10 poetas, incluí a Blanca Wiethüchter, a Matilde Casazola, y a Yolanda Bedregal. Escogí de Blanca varios fragmentos de Territorial, de Madera viva y árbol difunto, de El rigor de la llama, y de La lagarta.

Caminando también, suelo pisar en la Avenida Camacho sus versos sobre La Paz escritos en bronce: “Estás hecha de luz y de montaña / de jirones de piedra y ríos / que te trenzan al descender”.  

En una entrevista de 1996, leí que Blanca se quejaba que las poetisas (hay quienes no gustan de ese término, pero pienso que hay que reivindicarlo) de Bolivia eran rara vez incluidas en las antologías hechas por bolivianos, y que tanto Eduardo Mitre como Cachín Antezana las habían ignorado en sus trabajos críticos. Cuando hice la selección para Bolivia Web, ni siquiera lo pensé, simplemente puse poetas que me parecían buenos. 

Hablando de entrevistas, encontré en estos días la grabación de una entrevista que le hice a Jaime Saenz en 1971, y hacia el final Jaime menciona a Blanca en términos muy afectuosos: "Blanca Wiethüchter está en París, ha llegado por un mes o dos no más; está escribiendo una tesis muy concienzuda sobre mi obra poética. Tiene mil o dos mil fichas, entonces se ha compenetrado mucho en mi poesía, y hemos tenido muchas charlas con ella". 

Esos recuerdos, así como la fecha de su nacimiento y de su muerte, me sirven de excusa para referirme ahora al documental El rigor de la llama (2006, 91 minutos) realizado por Leonardo García Pabón, cuyo eje son entrevistas, además de hermosas fotografías del archivo personal de Blanca, lectura de sus poemas, música de Alberto Villalpando y el extracto de una entrevista que le hace Carlos D. Mesa en su emblemático programa “De Cerca”.

Blanca con su padre
La conversación es reveladora gracias a esa confianza que existía con Leonardo. Blanca narra su historia desde el principio, una de cinco hermanos, de padre alemán llegado a Bolivia en septiembre de 1938, y madre chilena de origen alemán. La presencia de su padre “producía mucha tensión” en la casa porque era un “hombre violento”.

Como ha sucedido con otros escritores migrantes, el castellano de Blanca cuando niña “era de cuarta categoría”, pero con acento “paceño y miraflorino”: “hasta ahora el abecedario sólo lo sé en alemán”. Con los años se hizo un castellano límpido, preciso y poético. El esfuerzo de adoptar un idioma que no es el propio suele resultar en un manejo excepcional del idioma adquirido. Es el caso de Blanca en su lucha por gobernar el lenguaje. “No hablaba bien ningún idioma”, recuerda, porque en la familia hablaba alemán y con los amigos castellano. La impresión de vivir “un doble exilio” la acompañó muchos años.

Sus lecturas empiezan a los 9 años con Emilio Salgari, como muchos en nuestra generación, y sus vivencias se alimentan de episodios históricos tan importantes como la Revolución de 1952, que vivió en Miraflores, uno de los puntos álgidos. Esos fantasmas de la infancia son ventilados a través de El jardín de Nora, una novela autobiográfica que escribe con fines catárticos, “para limpiarme de adentro”.  

El compromiso social empieza en la universidad, “donde me hice boliviana” porque era un “microcosmos de lo que sucedía en grande”. Eran años muy agitados en la política boliviana: sucesión de guerrillas, golpes militares y recuperación de espacios democráticos, a fines de la década de 1960 y principios de 1970. Luego, el exilio en España, consecuencia lógica de la militancia por la democracia.

Jaime Sáenz y Alberto Villalpando
Su amistad con Jaime Sáenz, es uno de lo hitos más importantes en su vida. (Blanca usa la expresión “para mi coleto”, que Jaime solía usar). En adelante su literatura estará marcada por esa relación, porque Jaime la apoya de manera decidida, cree en ella, comenta lo que Blanca escribe, se entusiasma con aquellos versos que le gustan. Y más aún, Jaime hace publicar el primer libro de poemas de Blanca. Esa relación “de padre a hija” que se prolonga a lo largo de tres lustros, hasta la muerte de Sáenz y “sólo el amor salva”, el mensaje que le deja a su discípula y amiga, porque “él no pudo amar”.

El amor la hizo quedarse en Bolivia y comprometerse en política, hizo que se casara y viviera 13 años con Ramiro Molina, un proyecto de pareja que no funcionó, como tampoco el siguiente, hasta que encontró a Alberto Villalpando, cómplice de muchas aventuras culturales (libros, revistas, videos), con quien estuvo hasta el final de sus días, como estaba escrito en la carta astrológica…

Su actividad literaria está imbricada con la noción de conversación con los amigos, diálogo constructivo y creativo con aquellos que tienen objetivos comunes de cambio social y de cambios personales, conscientes de que no se puede “fundar otra cosa” si no es a partir de la ruptura. Provocada por Leonardo García Pabón, Blanca habla -con un cigarrillo siempre en la mano- de sus poemas, de sus libros, de esa continuidad coherente que es su vida literaria, pero también de sus transfiguraciones personales, su vivencia de la religión, sus personalidades contradictorias, y de su percepción de lo indígena, para “llegar a ser otra”.

Para publicar su libro El verde no es un color, crea la editorial artesanal El Hombrecito Sentado, hoy una de las más importantes entre las independientes. Su trabajo de gestora cultural se prolonga en la revista Piedra Imán. Todo ello desde su “casa abierta”, convertida en lugar de encuentro de poetas, artistas y estudiosos de la cultura.

Hay mucho más en el video El rigor de la llama, donde Blanca se adelanta a su muerte: “He despertado demasiado temprano a la posibilidad de morirme”, “tengo miedo al modo de morir, no a la muerte misma”, reiterando algo que había dicho cuando tenía 17 años en el colegio: “Yo quería vivir mi muerte”.

Documentales como este, que rescatan la vida y memoria de quienes tanto contribuyen en la cultura de Bolivia, tienen un valor excepcional, aunque pocas veces reconocido en un país que prefiere agotarse en cuestiones efímeras y mezquinas.

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Me he muerto a mí misma
y eso me conmueve sobremanera.
Volver a preparar mi desaparición
me consuela y me desgasta.
                   —Blanca Wiethüchter


18 octubre 2012

Quito, cerca del cielo


A principios de septiembre estuve en Quito, invitado por la Agencia Belga de Desarrollo (CTB) para participar en un taller regional sobre comunicación para el desarrollo, un tema que la agencia intenta incluir de manera transversal en sus programas. La reunión fue facilitada y organizada por Guido Couck y Maureen Debruyne, encargados de comunicación en Bruselas, y contó con la participación de los tres países latinoamericanos donde la CTB tiene programas: Ecuador, Perú y Bolivia.

Desde su oficina central en Bruselas, la CTB ha realizado un trabajo interesante de comunicación interna, para motivar a quienes trabajan en los países a que se sientan parte del “espíritu CTB” y de los objetivos de esta agencia de cooperación. Para ello ha puesto en práctica iniciativas como “Té o café” (entrevistas individuales con trabajadores de la CTB), “One day” (brevísimos reportajes de 2 o 3 minutos sobre lo que sucede en un día de trabajo en una oficina de país), y “Extra time” (selecciones de lecturas interesantes).

Sin embargo, estas actividades de motivación y comunicación interna han hecho ver la necesidad de incorporar otros conceptos de comunicación vinculados más estrechamente con los programas de desarrollo en los países. 

En América Latina, el terreno para lograr este avance ya está abonado, ya que las oficinas de Bolivia, Ecuador y Perú han llevado a cabo ciertas actividades puntuales en ese sentido, aún sin contar con personal especializado y menos con un presupuesto específico asignado a la comunicación. Salta a la vista la importancia de incluir la comunicación para el desarrollo desde el inicio del ciclo de programación, desde la identificación del programa, su diseño, formulación e implementación, hasta la evaluación.   

Para abordar esos temas, impartí un taller de introducción a la comunicación para el desarrollo y el cambio social, dirigido al personal de la CTB y a otras instituciones de cooperación y desarrollo de Ecuador. Durante el taller hice dos presentaciones, la primera sobre la historia y evolución del pensamiento y de las prácticas de la comunicación para el desarrollo, y la segunda sobre sostenibilidad, comunicación y desarrollo. 

Al final del taller mostré Voces del Magdalena (2006) el documental sobre las radios comunitarias del Magdalena Medio, que realicé en Colombia.

Entre otros aspectos, abundé durante mis intervenciones en el hecho de que los conceptos de comunicación, desarrollo y cambio social, ya han sido reconocidos e incorporados por muchas instituciones bilaterales y multilaterales de cooperación internacional, a partir del trabajo realizado desde 1997 por el Consorcio de Comunicación para el Cambio Social del cual fui Director de Programas, y de un evento de trascendental importancia: el Congreso Mundial de Comunicación para el Desarrollo (CMCD) que tuvo lugar en Roma en octubre del 2006, convocado por la FAO, el Banco Mundial y la Iniciativa de Comunicación. Los encargados de comunicación de la CTB en Bruselas, Guido y Maureen, realizaron un breve video sobre el taller, con entrevistas sobre comunicación para el desarrollo.  Puede verse en YouTube.

El taller que impartí tuvo lugar en un salón del Museo Etnohistórico de Artesanías del Ecuador, Mindalae, que fue creado precisamente con apoyo de la cooperación de Bélgica. Cuenta con más de un millar de piezas de artesanía, en salas de excelente museografía dispuestas en los cuatro pisos del museo. Se trata de una propuesta alternativa de gestión de patrimonio artesanal, ya que no solamente se exhiben las piezas, sino que se explica el origen y el significado de los materiales que se han usado, así como el contexto cultural y simbólico.

Es importante que la Agencia Belga de Desarrollo haya decidido incorporar de manera transversal en sus programas el tema de la comunicación para el desarrollo, entendida como un elemento indispensable para la sostenibilidad y la durabilidad de sus programas. Ciertamente, esa decisión tendrá que acompañarse de una serie de acciones que fueron discutidas durante el evento, y que quedaron registradas en un documento que será compartido con las autoridades de la CTB en Bruselas.

El primer paso está dado: hay ahora una comprensión clara de lo que es la comunicación para el desarrollo y la diferencia esencial que existe entre las actividades de información y visibilidad institucional, con las de comunicación. Si se confirma la voluntad política de trabajar en esa línea, la primera medida que la CTB tendría que tomar es la reflexión, discusión y aprobación de una política de comunicación para el desarrollo, que sirva de orientación a todos sus programas y permita a la propia institución expresar de manera clara su opción en materia de comunicación.

A partir de una política o marco conceptual, la CTB podrá desarrollar estrategias de comunicación e información en sus programas, en los países donde tiene presencia. El propio ejercicio de diseñar esas estrategias permitirá reconocer la falta de personal calificado y especializado en comunicación para el desarrollo, así como la necesidad de contar con un presupuesto específico destinado a la implementación de la estrategia.

Ese proceso pasa por un cambio de mentalidad no solamente en aquellos que toman las decisiones, sino en todo el personal que trabaja en los programas y proyectos, cuya idea de la comunicación, por lo general, se reduce a los medios masivos y a la diseminación de información, pero no a la comprensión de la comunicación como un proceso horizontal y participativo. 

Guido Couck, de la Agencia Belga de Desarrollo (CTB)
La incorporación de una política de comunicación para el desarrollo debe vincularse estrechamente con los procesos de gestión de conocimiento, que la Agencia Belga de Desarrollo denomina “capitalización del conocimiento” y define como “la interpretación crítica de la experiencia que busca la lógica del proceso para ponerla a disposición de otros actores”.  Independientemente de esta definición, el concepto de gestión de conocimiento aún no ha permeado en la CTB; muchos siguen confundiendo conocimiento con información, y reducen la gestión de conocimiento a la difusión de las evaluaciones o lecciones aprendidas, cuando en realidad el énfasis debería estar en el proceso de aprendizaje. 

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Resulta imposible atravesar una muchedumbre
con la antorcha de la verdad
sin chamuscar una barba aquí, una peluca allá.
                                  —Lichtenberg   



13 octubre 2012

Gregorio Iriarte


El jueves 18 de enero de 1979, en La Paz, desde un balcón sobre la Plaza Venezuela en el que discursearon los dirigentes René Higueras (maestro), Luis López Altamirano (fabril), Víctor López (minero), y Casiano Amurrio (campesino), tomé varias fotos en blanco y negro de la gran concentración de la COB que se apretujaba abajo. “Fuera el ejército de las minas”, decían las pancartas. Esa misma noche, mientras revelaba y ampliaba las fotos en mi laboratorio, descubrí el rostro de Luis Espinal en medio de la multitud y me pareció que destacaba con su propia luz. De todas las fotos que tomé de Lucho, esa ha sido siempre para mí la que mejor lo describe. En ella destaca también la calva reluciente y la sonrisa de Xavier Albó, rodeado de otros amigos luchadores de los derechos humanos. Incluí la foto en una exposición de retratos que hice en 1990, y ha sido usada en varios libros y también pirateada a diestra y siniestra.

Manifestación de la Central Obrera Boliviana (COB), en La Paz, el 18 de enero 1979
Esto ya lo he contado antes, pero lo que no he mencionado es que en la imagen aparece también Gregorio Iriarte, un poco escondido en la parte de arriba. Hay mucho que decir sobre este cura oblato nacido en Navarra (España) en 1927, que llegó a Bolivia en 1964 y se quedó para siempre para luchar por la democracia y por los derechos humanos. Fue fundador de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de Bolivia (APDHB), ex director de la Radio Pío XII, fundador de la red de organizaciones no gubernamentales UNITAS, y también de la red Educación Radiofónica de Bolivia (ERBOL).

Me tocó el secuestro y asesinato de Luis Espinal cuando yo estaba en Nicaragua en una jornada histórica: el inicio de la campaña de alfabetización del gobierno sandinista. Al regresar a Bolivia, Gregorio Iriarte, que estaba en la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH), me encomendó coordinar un libro sobre nuestro amigo asesinado. Pasé varios días encerrado en el cuarto de Espinal, contiguo al de Xavier Albó en la casa que ocupaban en Miraflores, revisando sus papeles, sus fotos y archivos sobre cine.

Terminé el trabajo en un tiempo record, incluyendo la selección de textos y fotos de Lucho, y el diseño de la portada y contraportada, pero en eso vino el golpe militar de García Meza en julio de 1981. El libro se publicó un año más tarde en Lima, con el título Luis Espinal, el grito de un pueblo (1981), y por razones de seguridad salió sin los nombres de los autores. Para la historia debe quedar establecido que el capítulo sobre  Luis periodista lo escribió Antonio Peredo, el de Luis religioso lo escribió Xavier Albó, el de Luis mártir de la democracia lo escribió Gregorio Iriarte, y yo escribí el capítulo sobre su actividad como crítico de cine y cineasta. 

Supe años más tarde que una segunda edición se publicó en España con el título Lucho Espinal, testigo de nuestra América (1982). No he tenido en mis manos hasta ahora un ejemplar de esa edición, pero se puede leer en red. Sería bueno publicar otra vez el libro, por primera vez en Bolivia y ahora con los nombres de todos.

La historia de Gregorio en Bolivia comienza con Radio Pío XII, esa gran emisora sobre la que muchos hemos escrito, en especial José Ignacio López Vigil en su libro de testimonios Una mina de coraje (1984). El hermoso testimonio de Gregorio ocupa un tercio del libro. La emisora nació en uno de los campamentos mineros más emblemáticos de Bolivia, en las alturas de Siglo XX, encima de la población de Llallagua y muy cerca de Catavi. La radio pretendía en un principio luchar “contra el alcoholismo y el comunismo” de los trabajadores mineros, una perspectiva miope del Padre Lino, su fundador y primer director, que pronto cambiaría con la llegada de Gregorio Iriarte. El relato de Filemón Escobar, dirigente minero de izquierda, en su libro El evangelio es la encarnación de los derechos humanos (2011) dice más sobre la calidad humana de Gregorio.  

Gregorio era un hombre de médula solidaria y con una ética y una moral de hierro, aunque decir esto suena demasiado obvio tratándose de quien se trata: todos los saben. Vivió su fe católica de la manera menos dogmática, anteponiendo en todo momento las necesidades y aspiraciones de la colectividad y de las personas. Era un hombre que sabía escuchar, que consultaba, que creía en el diálogo. Su compromiso con los luchadores por la justicia era sin reservas.

Cuando vivía en las minas ayudó a dirigentes sindicales comunistas como Federico Escobar a escapar el cerco del ejército, y muchas veces fue a sacarlos de la cárceles cuando caían presos. En junio de 1967 le tocó vivir en la minas la masacre de San Juan, durante la dictadura del general René Barrientos, donde murieron 26 personas que no estaban involucradas en el enfrentamiento con el ejército, sólo un minero, Rosendo García Maisman, quien murió defendiendo la radio La Voz del Minero. Años después, en su propia casa, Gregorio escondió al dirigente socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, y como represalia el gobierno militar de Hugo Bánzer lo expulsó del país, pero regresó. Ahora que se cumplen 30 años del retorno a la democracia en Bolivia, podemos decir que Gregorio fue uno de los principales artífices. 

Su faceta intelectual no es menos importante.  En una veintena de libros y centenares de artículos Gregorio Iriarte desarrolló su amplio conocimiento crítico sobre la deuda externa, sobre educación, sobre religión y otros temas de economía y sociedad. Su texto Análisis crítico de la realidad (1983), alcanzó 17 ediciones y más de 80 mil ejemplares. Con Xavier Albó, Eric de Wasseige y otros, hizo el informe y luego libro sobre La masacre del valle (1975) que tuvo lugar durante la dictadura de Bánzer. En el Comité de Resistencia Antifacista, en París, hicimos una re-edición del libro de 86 páginas.

Gregorio Iriarte y Antonio Aramayo, de UNIR
Las columnas de Gregorio me llegaban puntualmente hasta hace muy pocas semanas. Hace unos meses empecé a preocuparme por él, porque vi en la prensa que le estaban haciendo muchos homenajes. Fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad Católica Boliviana San Pablo, le otorgaron el Premio nacional de Cultura de Paz “Ana María Romero de Campero” de la Fundación UNIR, por su labor en Defensa de la Libertad de Expresión y Derechos Humanos, entre otros. Recibió un bello trofeo elaborado en cerámica por Lorgio Vaca y declaró con humor: “Estoy un poco delicado de los pulmones, pero ya me estoy mejorando”. Con motivo de esta distinción Nelson Martínez Espinoza y Juan Álvarez Durán realizaron un breve documental de 8 minutos: Gregorio Iriarte, religioso de la Paz (2012), donde Gregorio habla de su experiencia en las minas.

Ya se sabe, en Bolivia se hacen honores y homenajes a quienes se lo merecen, cuando ya empieza a correr el rumor de que el estado de salud es precario. En algunos casos es demasiado tarde y no faltan esas patéticas fotos de hospital, donde le ponen una medalla a alguien que ya no la necesitará en su largo viaje definitivo. Somos un país que no reconoce en vida a quienes tanto han aportado.

La última vez que chateamos brevemente fue el 10 de septiembre del 2011, renovando una promesa de vernos en Cochabamba, algo que no pudo ser. Ya no contestará el teléfono 424-6589. Xavier Albó y Roberto Durette, estuvieron con él, en silla de ruedas y tubos el sábado 29 de septiembre de este año: “Tuvimos una agradable tertulia, él lúcido como siempre. Entre otros, tocamos el tema reciente de la muerte del minero, del que poco antes yo había escrito una columna…”, me contó el P’aqla después.

Gregorio seguía enviándome sus artículos, entonces supuse que no todo andaba mal. Y quizás no andaba mal, pero 87 años debajo de la piel son muchos y a pesar del clima supuestamente saludable de Cochabamba, quizás Gregorio decidió que ya era hora de hacer maletas. Se fue este 11 de octubre por la tarde.

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Las   paradojas  que vivimos
      
P. Gregorio Iriarte o.m.i. 

Ahora compramos y acumulamos más cosas,
     pero tenemos menos satisfacciones.
Poseemos  más grados académicos,
     pero menos sentido común.
Tenemos más medicinas,
    pero menos bienestar.
Hablamos demasiado,
    pero reímos muy poco.
Vemos mucha televisión
    y cada vez leemos menos.
Divagamos  y soñamos,
    pero ni reflexionamos ni rezamos.
Las pasiones se exacerban,
    pero el amor languidece.
Tenemos más  conocimientos,
   pero cada vez menos valores.
Hemos aprendido a ganarnos la vida,
   pero no hemos aprendido a vivirla.
Vamos añadiendo  años a nuestra vida
   pero no vida a nuestros años.
No vemos nuestros defectos
   pero nos molestan los del vecino.
Hemos  ampliado nuestro espacio exterior,
   pero se ha achicado el interior.
Hacemos muchas cosas,
   pero no las hacemos mejor.
Conocemos mucho,
   pero cada vez sabemos menos.
Tenemos más  medios de comunicación,
  pero nos comunicamos muy poco.
Manejamos  más información,
   pero sabemos menos.
 Hay muchas cosas en los escaparates,
   pero  cada vez menos valores en nuestra conciencia…
 Te recomiendo que  entres en tu interior:
    hay dentro de ti otro “tú” que te está esperando.

     (Inspirado en algunas ideas de  George Carlin)

08 octubre 2012

Voces para el Ché


Ahora que se cumple el 45 aniversario de la muerte del Ché, traigo a la memoria un disco de vinilo que Casa de Las Américas editó en 1977 para conmemorar los primeros diez años de su asesinato en Bolivia. Se trata de un disco donde 24 poetas latinoamericanos y  caribeños leen los poemas que han escrito sobre el Ché.

La selección de poetas incluye a Julio Cortázar (Argentina), Thiago de Melo (Brasil), Mario Benedetti (Uruguay), Nicolás Guillén (Cuba), Otto Raúl González (Guatemala), Rene Depestre (Haití), Jaime Labastida (México), Mirta Aguirre (Cuba), Jaime Galarza (Ecuador), Gonzalo Rojas (Chile), Pedro Rivera (Panamá), Luis Vidales (Colombia), Lincoln Silva (Paraguay), Andrew Salkey (Jamaica), Thelma Nava (México), Edmundo Aray (Venezuela), Eliseo Diego (Cuba), Omar Lara (Chile), Alejandro Romualdo (Perú), Carlos Changmarín (Panamá), Anthony Phelps (Haití), Auguste Macouba (Martinica), Félix Pita Rodríguez (Cuba), y un poeta boliviano que era entonces tan joven como desconocido, pues no había aún publicado su primer poemario: Alfonso Gumucio Dagron.

No tengo idea por qué motivo fui invitado a codearme en ese disco con poetas tan respetables. Quizás fue porque en aquella época, a mediados de 1976, en París, yo preparaba una tesis sobre el cine documental de Santiago Álvarez, y estaba planeando un viaje a La Habana, que al final no hice porque los cubanos se tardaron meses en darme la visa. No sé si tuvo relación con eso, pero un día recibí una carta de Casa de las Américas pidiéndome que grabara mi poema “Ché”, que se había publicado en alguna revista, y que años después recogí en mi libro Antología del asco (1979). Siguiendo las indicaciones, grabé el poema en los estudios de sonido del Institut de Hautes Etudes Cinematographiques (IDHEC), donde estaba concluyendo mis estudios de cine, y envié la cinta a Casa de las Américas a través de la Embajada de Cuba en París.

Cual sería mi sorpresa, al año siguiente, luego de recibir un ejemplar del disco (que aún conservo), cuando escuché mi voz y apenas pude reconocerla. Era una voz más aguda que la mía, un poco chillona para mi gusto. Entendí lo que había sucedido: la grabación en París se hizo con electricidad de 50 Hz (frecuencia en ciclos), pero al reproducirla en Cuba lo hicieron con 60 Hz, por lo que la velocidad era mayor. Hoy esas cosas ya no pasan, todo está digitalizado, aparentemente para siempre, aunque no sea cierto.

Lo anecdótico pasó a la historia, y así quedó el disco. Con el paso de los años llegué a conocer a algunos de los poetas que eran mis vecinos ocasionales en esa aventura fonográfica de Casa de las Américas. Ya había conocido a Julio Cortázar en París, a principios de los años 1970, como he contado otras veces, y también a Jaime Galarza, a quien filmé en 1975 junto a Philip Agee, el exagente de la CIA, para recoger sus testimonios sobre las intervenciones de la CIA en Ecuador. Luego de varias décadas me dio mucho gusto volver a encontrar a Jaime en Quito, en febrero de 2011.

Unos años más tarde, en 1982 conocí en México a Jaime Labastida, porque fue uno de los tres miembros del jurado del Premio Nacional de Testimonio del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), que gané con mi libro La máscara del gorila. Jaime era entonces –y lo fue durante casi 20 años- director de la revista Plural, de la que fui colaborador regular. Desde 1990, Jaime es el director de la Editorial Siglo XXI.

Mi amistad con el panameño Pedro Rivera tiene que ver más con el cine que con la poesía.  Hemos coincidido varias veces en el Festival Internacional de Cine de La Habana, y alguna vez lo visité en Panamá, donde él dirigía el Grupo Experimental de Cine Universitario (GECU) y una excelente revista, Formato 16. Con Benedetti estuve muy brevemente en eventos en México y en Cuba, y a Gonzalo Rojas –que acababa de recibir el Premio Cervantes- lo conocí durante el Festival de Cine de Málaga a fines de abril del 2004, en el hotel donde ambos estábamos alojados. Nunca conocí a los otros, la mitad ya fallecidos.

Este es el poema que grabé entonces, que también se puede ver en YouTube:

Ché

habrá una sombra siempre

allí habrá una sombra una luz cerca

aquí siempre una frente en la maleza

no se la ve se la siente en la humedad
de cada árbol
                     se descuelga
el latido vivo de la selva viva
desde que la sangre
escogió allí su caparazón verdadero

a despecho de hijos de puta
militarotes de estrella norte y águila
en el pecho
se ha de partir esta tierra
han de morir corbatas y galones
y hasta dará pena hablar en castellano

ya el rumor está corriendo ríos
las hojas hacen eco
la nieve las alturas el mar
tiemblan de esperanza pero el canto es
triste todavía la sombra
se mueve lentamente
multiplicada
llora sonríe putea no olvida ama crece
y no hay quien la detenga
porque ama
  
Casualmente encontré en Internet el sitio de literatura Palabra Virtual, donde subieron mi poema y los otros poemas del disco de homenaje al Ché.


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Hay que tener una gran dosis de humanidad,
una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad,
para no caer en extremos dogmáticos.   —Ché