26 enero 2021

Bye Donald

Ninguna ficción que tenga como personaje a un presidente de Estados Unidos abiertamente corrupto, mentiroso y manipulador hubiera sido verosímil antes de que la historia produjera a Trump. Ahora podrán hacer varias versiones fílmicas sobre este personaje delirante, torpe, fabulador, tramposo, acosador de mujeres, corrupto, etc. Y será creíble.

Mentiroso contumaz, Donald Trump superó con creces la ficción. El Washington Post, hizo un seguimiento meticuloso de sus mentiras, dichas o publicadas en Twitter, que alcanzaban la suma de 29.508 en 1.386 días (hasta el 5 de noviembre de 2020), es decir 21 mentiras por día, debidamente comprobadas por uno de los más prestigiosos diarios del mundo, el mismo que reveló el escándalo de Watergate y que precipitó la renuncia de Nixon.

Al final, Twitter y Facebook decidieron suspender sus cuentas porque ponía en riesgo los fundamentos de la democracia estadounidense. Lo que Trump propició el 6 de enero no tiene precedentes y ha sido bochorno nacional e internacional para la potencia mundial, rebajada al nivel de república bananera. Incapaz de asumirse perdedor, Trump sacó a las calles a lo más reaccionario de la sociedad gringa, para asaltar el congreso y sembrar caos.

Las mentiras que se repiten calan hondo en la gente menos informada, aquella dispuesta a tragarse las teorías conspirativas de un desaforado sin principios, capaz de engañar al fisco, a su mujer o a sus colaboradores con el mismo cinismo. Quienes lo apoyaron en la Casa Blanca al principio se distanciaron luego convirtiéndose en sus principales acusadores delante del Congreso y del FBI. No solo revelaron sus trampas y mentiras, sino que describieron la intimidad de su carácter racista, misógino y xenófobo. Los libros sobre el torcido personaje proliferaron durante su presidencia, y “friends and foes” lo hicieron papilla por igual.

Los que se mantuvieron a su lado o se unieron al final, como Rudy Giuliani, tenían razones de peso: Giuliani gana 20 mil dólares por día, para prestar el servicio de reiterar las mentiras de Trump. ¿De dónde sale ese dinero? De fanáticos de extrema derecha, ricos y pobres, que en los últimos meses de su presidencia le regalaron más de 350 millones de dólares en donaciones para su “defensa legal”. En retribución, más de cien pillos convictos se beneficiaron con un perdonazo presidencial horas antes de que abandonara la Casa Blanca.

Lo que no pudo Trump es perdonarse a sí mismo, de modo que enfrentará una cadena de investigaciones por evasión fiscal, para empezar, ya que se negó a revelar su declaración jurada de bienes y sus impuestos. El New York Times reveló que pagaba 750 US$ de impuestos por año, menos que una profesora de escuela. Mucho más, 130 mil dólares, le pagó a la actriz pornográfica Stormy Daniels para que no hablara de los servicios prestados. Pero ella vio que era mejor negocio hablar.

El multimillonario resultó menos rico de lo que se pintaba. Según Forbes, no está entre los 100, ni entre los 500, ni entre los mil más ricos del mundo. Ocupa el lugar 1.001, con poco más de dos mil millones de dólares invertidos en edificios, casinos y campos de golf. Por el fracaso de sus inversiones, sus deudas suman más de 500 millones de dólares.

Un tío mío, que vive hace más de medio siglo en California y que siempre fue republicano, me decía hace poco que estaba indignado por la manera como Trump había destruido todo vestigio de institucionalidad. Solíamos tener discusiones amistosas en las que defendía a Bush o a Reagan, pero ahora fue él quien tocó el tema para decirme lo despreciable que es Trump por sus mentiras, por sus trampas, por su engaño a la población con menos capacidad de análisis.

Megalómano delirante y arrogante, con un afán de figuración que raya en lo enfermizo, Trump llevó la investidura a un punto tan bajo, que los presidentes republicanos que lo precedieron aparecen en el relato histórico como caballeros decentes y progresistas.

Donald Trump y Evo Morales se parecen: ambos quisieron prorrogarse en el poder contra la Constitución y las leyes, ambos son mentirosos delirantes, tramposos compulsivos, carentes de ética y moral. 

Al igual que nuestro folklórico “jefazo”, Trump tuvo la suerte de llegar al poder en una coyuntura económica favorable que dejó Obama. Los indicadores de empleo favorecieron su imagen, no porque él hubiera tomado decisiones que condujeron a una bonanza económica. Simplemente supo usar el discurso adecuado para atribuirse un éxito que no era suyo. 

Si existe justicia Trump acabará en la cárcel, quizás no por todas las tropelías y abusos que cometió, pero al menos por evadir impuestos, como Al Capone.


(Publicado en Página Siete el sábado 23 de enero del 2021)

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El pueblo no debería temer a sus gobernantes,
son los gobernantes los que deberían de temer al pueblo.
—Hugo Weaving


 

19 enero 2021

El tribunal de Pilatos

Quizás por ser tiempos de coronavirus, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) se lava las manos con mucha frecuencia. Ha perdido autonomía como poder del Estado y ante cualquier denuncia les hace quite a los problemas remitiendo la responsabilidad al Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) que, como todos saben, está alineado con el MAS, como lo están ahora otra vez todos los poderes del Estado.

Pareciera que hemos regresado al tiempo inmediatamente anterior a las elecciones de 2019, cuando el TSE, luego de la renuncia de Katia Uriona y de Dunia Sandoval, quedó en manos de masistas + un tonto útil (Costas). Y ya sabemos lo que pasó: suspensión del TREP, gigantesco intento de fraude electoral comprobado primero por el ingeniero independiente Edgar Villegas, luego por las dos empresas de seguridad informática contratadas por el propio TSE, y finalmente por los expertos de la OEA (invitados por Evo Morales), cuyo informe fue avalado por la Unión Europea, a pesar de los intentos de Morales de impedir la publicación.

El actual TSE no tiene siquiera el valor moral de defender la verdad histórica. Frente al relato de la posverdad del MAS, de que “no hubo fraude, sino golpe”, el TSE calla, como si se hablara de otro país. Los que salimos a las calles con pititas y banderas bolivianas a protestar contra el fraude de 2019, nos sentimos insultados por un TSE que baja la cabeza frente al poder. Se lavó las manos de nuevo y no dijo nada cuando los culpables confesos del fraude de 2019 fueron liberados sin juicio. Entonces, si hay coherencia, que devuelvan sus vocalías a los que fueron eximidos de culpa. Por lo menos así no nos engañamos.

El TSE tampoco hace cumplir la ley, no decide sobre las denuncias de impedimento de candidatos que no deberían estar habilitados para participar en las elecciones subnacionales. Pilatos se lava nuevamente las manos y le pasa el bulto a los TED o al TCP. En cambio, a la vocal Rosario Baptista que denunció irregularidades en las elecciones de 2020 y pidió transparencia, el TSE la sacrifica como cordero para calmar la ira de los dioses masistas.

Que hubo irregularidades en 2020 no es un secreto. Soy testigo de esas irregularidades, nadie me las contó. Es cierto que no habrían cambiado el resultado final de las elecciones, pero para muestra basta un botón, aunque sucediera en pequeña escala. Por ejemplo, la Sala Plena del TSE decidió “unir” el padrón electoral de Venezuela y de Colombia, un absurdo total ya que esos dos países no mantienen relaciones diplomáticas. Quizás los vocales no estaban informados o esperaban que los votantes residentes en Venezuela cruzaran clandestinamente a pie las trochas fronterizas para llegar a votar a Bogotá y cumplir con su patriótico deber en plena pandemia.

Al fusionar con tanta torpeza ambos padrones, en el sorteo de los 12 jurados electorales seleccionados para Colombia, solamente 2 residían en ese país. Cosa de Ripley: las propias notificaciones oficiales del TSE a los jurados indicaban que uno de ellos residía en Chuquisaca, dos en Cochabamba, otros en Madrid, en Caracas, etc. Obviamente, eso creó desconfianza entre los votantes. Hubo problemas similares en Brasil y en Argentina, donde los mismos notarios afines al MAS fueron elegidos en 2019 y en 2020. Los problemas del padrón electoral saltan a la vista. ¿Alguien cree en un padrón “saneado”?

En otro ámbito falla también el TSE: las autonomías indígenas. Los vocales que hoy juzgan a Rosario Baptista son los mismos que hace pocas semanas omitieron aplicar la Constitución Política del Estado ante la demanda de los pueblos indígenas del TIM–1 en el Beni (el mítico bosque de los Chimanes), y aprobar su Estatuto Autonómico por normas y procedimientos propios. 

Reyes Villa, Dockweiler y Alanoca

Los vocales actuaron en contra de la Ley Electoral e interfirieron en la aplicación de la democracia comunitaria para imponer una decisión que obligó a cinco pueblos indígenas a modificar su estatuto autonómico y erróneamente aprobarlo fuera de toda normativa, montando un show mediático en complicidad con el diputado supraestatal del MAS Adolfo Mendoza (que tiene antecedentes de violencia contra la mujer).

Estamos a un pelito de que el TSE se derrumbe. Tiene todavía la oportunidad de tomar una posición apegada a la ley en el caso de Dockweiler, Reyes Villa y otros candidatos cuestionados. La legitimidad del TSE en la opinión pública llegará erosionada a las elecciones del 7 de marzo si ese “poder” (que no puede nada) continúa con una actitud sumisa y timorata.

(Publicado en Página Siete el sábado 9 de enero de 2021)

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Cuando los que mandan pierden la vergüenza,
los que obedecen pierden el respeto”.
—George C. Lichtenberg

 

 

 

14 enero 2021

El cojo

“El cojo le echa la culpa al empedrado”. Arce Catacora cojea y le echa la culpa a Añez. Ni aunque manipule las cifras puede borrar con el codo lo que hizo durante 14 años de gestión como Ministro de Economía, años en los que Bolivia recibió más recursos que nunca antes en su historia, y el gobierno del MAS los dilapidó con ineptitud e irresponsabilidad.

¿De neoliberal a neoizquierdista?

El nuevo relato de Arce y sus adeptos pretende hacernos creer que hubo una caída en la inversión pública durante el gobierno de transición y que la pandemia influyó poco. Pero no dice cómo fue la inversión pública durante los años autoritarios del MAS, cuando había bonanza y no pandemia.

El gobierno constitucional de Añez, cuya tarea principal era conducir al país a elecciones democráticas no hizo sino heredar una situación de colapso que comenzó en 2015 y administrarla como pudo con la pandemia mundial encima. A pesar de la mala salud de la economía (ni un solo nuevo pozo de gas en 14 años) y de un sistema de salud abandonado, logró llevar a buen puerto elecciones democráticas y combatir con relativo éxito la pandemia, a pesar de los sabotajes del MAS en ambos frentes (ambulancias apedreadas, médicos hostigados, etc). Le fue mal en lo económico, como a todos los países afectados, incluso a los de economías muy sólidas.  

Dibujo de Abecor (Página Siete) 

Lo anterior es una verdad irrebatible, aunque el MAS quiera imponer un discurso fabricado a su medida, como cuando tuvo que contratar a mercenarios para producir su telenovela “El cartel de la mentira”. Al igual que todo movimiento nacionalsocialista (nazi), el MAS sabe que «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad» (Göbbels), sobre todo con una militancia obsecuente, caracterizada por el oportunismo y la prebenda. 

No olvidemos que el MAS es una masa amorfa, sin ideología. Esgrimió durante 20 años un discurso “de izquierda” para alinearse con lo que estaba de moda, el “socialismo del siglo XXI”, pero en los hechos, en el manejo económico se mostró tan neoliberal como los gobiernos que execraba o peor que ellos, pues no tenía un derrotero claro.  Y en lo político, desplegó las mañas neofascistas de quienes persiguen y reprimen a los que ponen en evidencia sus abusos. Ideología, no tiene.

El cojo Arce está en problemas. El opaco economista que nunca soñó con llegar a la presidencia, tiene que resolver una difícil ecuación: ¿cómo tapar el agujero de malgasto y de deuda externa que él mismo creó durante los 14 años que estuvo a cargo de la economía del país? Ya que no puede echarle la culpa al empedrado que el MAS tapizó en la ruta trazada por Evo Morales, entonces se ensaña con un gobierno que durante un corto año no hizo sino apagar incendios (literalmente, los provocados por un decreto de Evo Morales).

La agresividad verbal y física es característica del sector azul más belicoso, cuyos grupos de choque queman autobuses y bloquean el paso de oxígeno para los hospitales. Cuando se acercan con palos y estribillos de guerra, las tiendas y los edificios parapetan sus puertas y ventanas. Arce se tendría que cuidar de ellos, porque como un búmeran la bosta que esparcen con ventilador regresará sobre su cara. Hay un límite para la mentira, y ese límite son las cifras: bastará que economistas serios pongan en evidencia cuánto dinero ingresó a Bolivia durante el periodo de bonanza del MAS, cuánto y cómo se gastó, y cuanto se invirtió realmente en el país.

Arce, el cajero dócil del “jefazo"

La diferencia entre “gasto” e “inversión” pone en figurillas al supuesto artífice del boom económico del MAS. Gastó a manos llenas: palacios mussolinianos, museos a la gloria del emperador, aviones y terminales aéreas presidenciales de lujo, empresas estatales diseñadas para quebrar (Bulo Bulo, Mutún, Enatex o San Buenaventura, entre otras), sin pensamiento de desarrollo con horizonte de largo plazo. Solo narcotráfico y contrabando. Y estamos pagando las consecuencias.

El gasto es vistoso y colorido como el teleférico subvencionado e impagable que se construyó en La Paz a un costo por kilómetro más caro que cualquier otro en América Latina, pero la inversión requiere de un proyecto competente y amortizable cuyo objetivo de mediano plazo es crear empleo permanente y fortalecer la industria y la integración económica nacional.

El MAS no hizo inversión, solo encandiló a ingenuos con gastos superfluos como el costo de cada hora de vuelo del avión de Evo Morales, cientos de miles de dólares irrecuperables. Arce endeudó al país como nunca antes y ahora ruega en Naciones Unidas que le condonen la deuda.

Arce Catacora va por mal camino y a tropezones cuando intenta imponer un discurso que no tiene asidero en la realidad. La verdad que quedará al final ya la conocemos: él fue causante de malgastar la bonanza de Bolivia en su mejor momento, y él es ahora responsable de corregir sus propios errores.

Tiene la oportunidad de hacerlo, si se rodea de gente competente, ya que a él solito no le alcanza la sesera. 

(Publicado en Página Siete el sábado 12 de diciembre de 2020)

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La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos,
hacer un diagnóstico falso y aplicar después
los remedios equivocados.
—Marx (Groucho)  


09 enero 2021

Analistas por montón

De la noche a la mañana todos se han convertido en analistas políticos en Bolivia. “Según las teorías de Marx y Engels, las masas actúan llevadas por…”, dice un señor en el PumaKatari. “Esas teorías están pasadas de moda, los jóvenes ya no se guían por ideologías…”, replica otro sentado al otro lado del pasillo: “Sé lo que le digo, soy economista y he leído todas las teorías”, insiste. “Y yo soy abogado y politólogo…”, retruca el primero. Ambos bajan en la misma parada y siguen discutiendo, sin violencia y sin asperezas.

Cada boliviano es un analista con una opinión diferente. Algunos aparecen en la televisión para hablar con solemnidad para darse aires de importancia, otros lo hacen en las calles, en el transporte público, en el trabajo, en sus casas o en redes virtuales.

Si el MAS no hubiera ganado las elecciones en primera vuelta, probablemente no habría paz social. Sus bases ya habían anunciado que no reconocerían un resultado electoral desfavorable. Los supermercados cubrieron sus vidrieras con hojas de calamina y la gente compraba reservas “por si acaso” perdiera el MAS. La vigilancia policial y militar fue redoblada para proteger instituciones del Estado y puntos neurálgicos en las ciudades. Todo se podía esperar de quienes han demostrado en otras ocasiones su capacidad de crear pánico y caos. Nadie lo hace “tan bien” como el MAS.

Por suerte no hubo violencia. Arce ganó en primera vuelta sin necesidad de quemar ánforas, ni interrumpir el conteo de votos o intervenir los servidores del Tribunal Supremo Electoral. Una sensación de impotencia, pero también de desahogo, cundió en la población de las ciudades. Esta vez no hubo bombas molotov en los almacenes del Ministerio de Culturas, ni ataques con dinamita a la planta de combustibles de Senkata, al grito rabioso de “ahora sí, guerra civil”.

Lo que vendrá es un misterio. La impunidad ya ha sido proclamada para los que orquestaron el fraude electoral de 2019, para los que quemaron 64 buses PumaKatari, estaciones de la Policía y Tribunales Electorales Departamentales. Por otro lado, hay tensiones en el interior del MAS entre las diferentes tendencias. Y Evo Morales gira como un asteroide que amenaza con el impacto de su verborrea.

Como consuelo, todos somos analistas, “profesionales” (como si existiera una carrera para estudiar ese oficio) o “improvisados” tratando de explicar cómo Arce y Choquehuanca lograron 55% de la votación cuando ni ellos mismos lo esperaban. El “jefazo”, a pesar de sus maromas mediáticas, pasó a segundo plano pero incomoda a los vencedores que lograron más votos que él en 2019 (con fraude y todo). Arce, el oscuro funcionario que sirvió a varios gobiernos neoliberales, llegó donde nunca había soñado y ahora le toca bailar con la más fea.

A pocos días del cambio de gobierno, los analistas se dedicaron a repartir culpas con ventilador. En inglés hay una buena expresión: “the blame game”, el juego de echar culpas a otros. Parecería que se necesita encontrar un culpable para entender lo sucedido. Según los analistas, cada uno más sagaz que el otro, los culpables son: la presidenta Jeanine Añez, Camacho y Pumari, Carlos Mesa, los regionalistas cruceños, el Tribunal Supremo Electoral, los indecisos que ocultaron sus preferencias hasta el final, el miedo de la gente, entre otros.

Cada quien defiende al culpable de su preferencia, con o sin argumentos. En la televisión los “analistas” proliferan: es una profesión sin título académico, hecha a pulso con artes de especulación. Los sesudos especialistas del análisis político acomodan sus lecturas de la realidad para no reconocer que sus cálculos anteriores estaban errados. Canales y canaletas los siguen entrevistando como si a alguien le importara lo que puedan decir a estas alturas del partido. Igual que los comentaristas de fútbol, son hábiles para reiterar sus predicciones cuando el árbitro ya tocó el silbato final.

Las empresas encuestadoras también se equivocaron, pero hicieron mucho dinero equivocándose, y volverán a ser contratadas para volver a equivocarse y seguir ganando dinero con mediciones de dudosa calidad técnica. ¿Quién verifica a las encuestadoras?

Empieza el tiempo de reposicionamiento del relato masista negacionista: no hubo fraude en 2019, no hubo corrupción en los 14 años del autoritario Morales, no hubo megaobras inútiles, no hubo gastos superfluos en aviones de lujo y palacios, no hubo represión, no hubo chantaje a los medios de información, no se persiguió y presionó a periodistas, no se abandonó a la salud y a la educación, etc. El nuevo relato es como la foto de la “revolución cultural” de Mao: cuando es necesario, aparecen o desaparecen personajes. La verdad se puede manipular como ya lo hicieron con Neurona Consulting, la fachada de un negociado internacional. La empresa fantasma que aterrizó en Bolivia para hacer negocios con el MAS, está siendo también investigada en España.

Por el momento, todo quedará borrado. El nuevo relato consiste en echar tierra, mucha tierra, sobre la memoria de los bolivianos. Los que retornaron ahora al poder saben que un pueblo sin memoria está condenado a ser manipulado por la mentira y el oportunismo.

(Publicado en Página Siete el sábado 31 de octubre del 2020)

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El poder analítico no debe confundirse con el simple ingenio,
porque mientras el analista es necesariamente ingenioso,
el hombre ingenioso está con frecuencia notablemente incapacitado para el análisis.
—Edgar Allan Poe
 

05 enero 2021

Satisfacciones pírricas

Desde hace varios años, en estas fechas se me da por escribir un balance personal, pero nunca lo hago, por varias razones. De la lista de propósitos entusiastas con que empiezo cada año, nunca logro ni siquiera la mitad, porque otras actividades imprevistas aparecen a lo largo de los 12 meses, desviando mi atención de las metas iniciales.

Por otra parte, con el tiempo me va ganando el desgano y me pregunto: “¿Vale la pena trabajar tanto?”. Hay periodos en que nada de lo que hago parece importar. Ni siquiera sé cual es el motor interno que me impulsa a seguir. Nunca he buscado reconocimiento ni figuración pública, como otros hacen de manera tan bien orquestada, pero a veces me cansa la indiferencia y el ninguneo.

En este 2020 extraño y complejo, en el que subí al séptimo piso de la vida y viví -como todos- una pandemia mundial que nos pilló de sorpresa, hago este balance, pero no de lo que hice, no de los logros efímeros, sino de mi agradecimiento a quienes se interesan por lo que hago, más allá del espejismo de las redes sociales, donde la gente marca un “me gusta” facilón sin siquiera haber leído lo que uno se toma el tiempo de escribir.

Detalle de “La puerta del infierno” de Auguste Rodin

Me llegan boletines de redes profesionales como Academia.edu, Research Gate, Linkedin y otras donde intentan halagarme con mensajes como: “su texto más leído este mes fue Haciendo Olas…”, o “encontramos 726 nuevas referencias a su trabajo”, o “29 personas buscaron su nombre esta semana…”, o “fulanito y zutanito citaron su artículo…”, o “el nombre Alfonso Gumucio fue mencionado en 697 PDF subidos recientemente a Academia.edu”.  Lo revelador de esos mensajes es que me leen más fuera de Bolivia que en mi propio país.

Internet es un espejo engañoso, por eso tomo con cautela el hecho de tener cerca de tres mil seguidores (no “amigos”) en Facebook y más de diez mil en Twitter, o que en la más reciente búsqueda de Google sobre “Alfonso Gumucio” aparezcan 246.000 resultados en medio segundo. Lo que para muchos es una prueba de existencia, para mi no lo es. Sigo pensando que “estar en la nube” (algún gigantesco servidor en San Francisco o Hyderabad) no quiere decir mucho.

Como disciplina personal publico cada año un centenar de textos, más de la mitad en este diario y el resto en publicaciones internacionales. A diferencia de otros países, en Bolivia ese esfuerzo no me deja ni un centavo, ni siquiera un pago simbólico. Estoy en la amplia categoría de escritores que no viven de su escritura y cineastas que no comen con su cine.

La satisfacción que a uno lo mantiene rompiéndose la espalda frente a la computadora como si fuera a salvar al mundo, viene de los lectores que de veras se toman el tiempo de leer lo que uno escribe. Eso justifica el esfuerzo de hacerlo. Tengo amigos fuera de Bolivia que están pendientes de mis artículos y cuando los leen me escriben. Sé que los han leído porque el comentario que me envían por correo electrónico no es simplemente un “like” banal y desprovisto de alma. 

Hay estudiantes y maestros en universidades de otros países que consiguen mi dirección y me escriben agradecidos por algún texto que los ha ayudado a comprender algo de su propio proyecto de investigación o de vida. Eso compensa el ninguneo de otros.

Es el caso, por ejemplo, de jóvenes comunicadores de Colombia que me escribieron sobre sus motivaciones y mi aporte teórico que habían estudiado en profundidad: “A principios del 2015 conformamos el Colectivo de Comunicaciones Gumucio Dagron, con el que iniciamos en comunidades vulnerables procesos de formación con niños, niñas y jóvenes desde la fotografía como radiografía de las diversas problemáticas y lugares felices en sus localidades”. Un par de años después ese mismo grupo creó una página web y cuentas en Facebook, Twitter, YouTube y otras plataformas, y las nombraron “El cuarto mosquetero”, título de un artículo mío que por alguna misteriosa razón tuvo más difusión que otros. 

El trabajo de estos mosqueteros de la comunicación es tesonero y creativo. Quizás yo los inspiré en algún momento, ahora ellos me inspiran con más de cien videos, programas de radio, blogs y mucha actividad en comunidades. 

Lo mismo puedo decir de varias experiencias en África y en Asia que retomaron el título de mi libro “Making waves” (2001) para nombrar experiencias de comunicación comunitaria. Son satisfacciones, quizás pírricas, en un país dominado por el egoísmo y el oportunismo.

(Publicado en Página Siete el sábado 26 de diciembre 2020)  


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Una vida usada cometiendo errores no solo es más honorable,

sino que es más útil que una vida usada no haciendo nada.

—George Bernard Shaw


 

02 enero 2021

Memoria y patrimonio fílmico

Biblioteca Klementina, en Praga

En el conocido cuento de Borges, la biblioteca de Babel no solo es interminable como el universo, sino también eterna y en ella cada libro es distinto a todos los demás. Esa biblioteca fantástica se expande en idiomas nunca antes conocidos y es una fuente infinita de conocimientos. El bibliotecario es imperfecto, dice Borges, pero el contenido de la biblioteca “solo puede ser obra de un dios”.

Las bibliotecas son lugares mágicos, aunque no sean infinitos, y es una pena que se estén perdiendo en los países donde son más necesarias, remplazadas por “nubes” de almacenamiento digital que no se encuentran precisamente en el cielo sino en enormes galpones de California o Hyderabad.

Experto en restauración

Entender la importancia que tiene una biblioteca con libros de papel nos permite, por analogía, comprender mejor lo que es un archivo fílmico, es decir, un repositorio de películas donde se conserva la memoria histórica del cine. Esa era mi idea cuando a mediados de 1975 propuse al alcalde de La Paz, Mario Mercado, la fundación de una filmoteca: no tanto para mostrar películas como para salvarlas de una desaparición segura. Entendió la idea y un año más tarde creó por ordenanza municipal la Cinemateca de La Paz, hoy convertida en una fundación autónoma con el nombre de Cinemateca Boliviana, que cuenta con un hermoso edificio que se hizo gracias al apoyo de muchas personas.

En la mayoría de los países las cinematecas y filmotecas concentran las funciones de recopilar, preservar, exhibir y educar. Colombia tiene un modelo diferente, pues cuenta con una magnífica Cinemateca de Bogotá y varias más en otras ciudades del país, pero existe además un archivo fílmico donde se conserva y protege como un tesoro toda la producción cinematográfica nacional, desde las producciones más antiguas hasta las más recientes. Conservar en las mejores condiciones esa memoria cinematográfica es una gran responsabilidad, no olvidemos todo el cine que se ha perdido en incendios como el de la Cineteca de México o el laboratorio Alex en Buenos Aires, y otros que contenían depósitos con material altamente inflamable.

Patrimonio Fílmico Colombiano es un enorme repositorio que ocupa nueve edificios en un terreno donado por RTVC, la entidad estatal de la radio y televisión colombiana. Hasta 2004, cuando comenzó su construcción, las instalaciones y el acervo de Patrimonio Fílmico se encontraban en el centro de la ciudad, en un edificio donde el mecenas Leónidas Lara donó dos pisos que hacían de bóveda para alojar 18 mil rollos de cine. Se ha recorrido un largo camino desde entonces. Hoy se conservan todos los soportes: cine de 35mm, 16mm, 9mm, Super8 y 8mm, así como video analógico de 1” pulgada, ¼ pulgada, Betacam, U-Matic, Beta, VHS, Hi8, MiniDV, DVD y formatos digitales más recientes. 

En cuanto se relajaron un poco en Bogotá las estrictas medidas de confinamiento por la pandemia de coronavirus, fui a visitar a mi amigo Rito Alberto Torres, Subdirector Técnico de la institución en la que lleva 21 años. Rito podría oler a vinagre después de tanto tiempo en contacto con películas que sus técnicos acarician centímetro por centímetro para reparar una perforación o limpiar una mancha, antes del proceso de digitalización que permitirá que esa obra terminada sea exhibida públicamente con una calidad de imagen que mejora la condición del original celosamente conservado.

Zootropo

El conjunto de edificios de Patrimonio Fílmico Colombiano está rodeado de jardines y espacios abiertos. Cuenta con seis bóvedas donde más de 250 mil unidades (rollos) de películas y videos se conservan en condiciones de humedad y temperatura adecuadas. Una de ellas aloja los acetatos (vinagres) y los nitratos (explosivos) en un entorno bioclimático sostenible, “como una caja dentro de otra caja”, Rito dixit. En otra, de dos pisos, están todos los soportes magnéticos. Otras cuatro bóvedas guardan negativos, positivos, masters en video y copias duplicadas. El Centro de Gestión y Almacenamiento Digital tiene su propio espacio, así como los procesos técnicos y las oficinas de Rito, mientras que la dirección general, la administración y el Centro de Documentación se encuentran en el edificio más prominente, que exhibe en un amplio vestíbulo una suerte de museo del cine, con cámaras y proyectores de diferentes formatos, incluyendo los bisabuelos del séptimo arte: zootropos, praxinoscopios y kinetoscopios, usados como materiales didácticos.

Bóveda de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano

El trabajo de catalogación es tan importante como el de restauración y digitalización. Importantes colecciones privadas han enriquecido en décadas recientes el acervo de Patrimonio Fílmico. La directora de la institución, Alexandra Falla, me dice: “Si tuviera que destacar algunos de los materiales sin duda mencionaría el Archivo Acevedo, hoy considerado Memoria del Mundo por la UNESCO y ya digitalizado casi en su totalidad. Contiene una variedad de registros que van desde noticieros hasta la filmación de paseos familiares o espectaculares imágenes de ciudades colombianas. También destacaría sin duda la restauración digital del periodo silente, que contiene los inicios de la filmografía colombiana con varias películas hoy consideradas clásicas como Bajo el cielo antioqueño, Garras de Oro o Alma Provinciana”.  

Falla dirige la institución con dinamismo y un espíritu jovial, participando personalmente en todas las actividades públicas, realizadas a través de Zoom en esta época de pandemia. El modelo de gestión y financiamiento de la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano puede ser un ejemplo para otros países: es una entidad privada sin ánimo de lucro, con una junta directiva en la que participan tres entidades públicas nacionales y locales: el ministerio de Cultura, RTVC Sistema de Medios públicos y la secretaria de Cultura de Bogotá. Recibe anualmente recursos del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico para el Programa de Fortalecimiento del Patrimonio Audiovisual Colombiano, a lo que se suma lo que la entidad consigue a través de contratos, convenios y prestación de servicios tales como digitalización, catalogación, formación y licencias de uso del material disponible.

En palabras de Alexandra Falla, estas son las diferencias entre la cinemateca y el archivo que dirige: “La Fundación se dedica a la preservación, conservación y salvaguarda del patrimonio audiovisual colombiano mientras que las diferentes cinematecas del país dedican su trabajo a la exhibición, circulación y formación. De hecho, la Fundación tiene en sus bóvedas material de la Cinemateca de Bogotá. Yo diría que el trabajo de la Fundación se enfoca más en la salvaguarda, aunque se realicen también exhibiciones gratuitas como ocurre a través del programa Memoria Activa. Las cinematecas tienen salas de exhibición a diferencia de la Fundación”.

Durante la época de la pandemia no se han detenido las actividades formativas. Mediante la plataforma Zoom se realizan múltiples sesiones sobre la importancia de la preservación del cine y se han difundido hermosos ejemplos de películas restauradas.

Un convenio entre la Cinemateca Boliviana y Patrimonio Fílmico Colombiano permitirá que en los próximos meses contemos con versiones digitalizadas de alta calidad de los cinco documentales en 16mm que realizó Luis Espinal durante su paso por la Televisión Boliviana.

(Publicado en Página Siete el domingo 18 de octubre de 2020)

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No guardes nunca en la cabeza aquello que te quepa en un bolsillo.

——Albert Einstein