28 marzo 2011

Luis Rico y el mar

El Illimani ya no es lo que era
Confieso que llegar a La Paz es siempre una experiencia traumática. Me deprime la ciudad de El Alto, una de las más feas del mundo, y bajar por esa aglomeración urbana aferrada a las laderas, cuyo paisaje es el de una ciudad en ruinas, como un proyecto siempre a medias, con las casas sin terminar (para no pagar impuestos) -cada una un monumento a la fealdad- las vigas de cemento y los muros de ladrillo visto sin revocar.

Pero luego los amigos, las actividades culturales, las discusiones siempre apasionadas sobre la política local, y el reconocimiento de los espacios que de alguna manera me pertenecen, suele aliviar esa sensación de ahogo que “la hoyada” me produce. Antes, cuatro décadas atrás, se veía el esplendor del Illimani desde cualquier punto de la ciudad, se circulaba con tranquilidad por sus calles y había menos basura y malos olores.

Entre las actividades que esta vez me tocó presenciar -por lo menos una interesante cada día- disfruté el concierto público que ofreció mi amigo Luis Rico en la Plaza Abaroa, del barrio de Sopocachi, con motivo de una nueva recordación de la pérdida de territorio boliviano en la Guerra del Pacífico (1879-1883), que definió hasta hoy el enclaustramiento geográfico del país. Para la gente más joven, o para aquella que no tiene acceso a los libros, este repaso didáctico-artístico de nuestra historia fue muy oportuno en circunstancias en que las negociaciones diplomáticas entre Bolivia y Chile están un callejón sin salida. 

Aunque el gobierno boliviano ha esgrimido de manera continua y demagógica la ida de que “estamos cerca de llegar a un acuerdo”, en lo concreto no hay ni ha habido absolutamente ningún avance con el gobierno socialista de Michelle Bachelet y menos aún con el Sebastián Piñeira. Chile no está dispuesto a ceder ningún espacio territorial con soberanía boliviana. Quizás esto hizo que hace poco el presidente Evo Morales lanzara la torpe frase “No es el día del mar, es el día del carajo”. Nada raro en él, que ya es autor de un extenso anecdotario de pachotadas.

Luis Rico y Alfonso Gumucio asilados en la Embajada de México,  en 1980
Con Lucho Rico tenemos una amistad de esas que se sellan tanto en la lucha social y el exilio, como en el trabajo creativo a favor de la cultura, él desde la música popular, y yo desde la literatura y el cine. Estuvimos asilados primero y exiliados luego en México, y nuestras rutas se han cruzado casualmente en otros continentes. Por eso cuando me encontré con él ahora y me invitó a su concierto, decidí que no me lo iba a perder.

Fue una experiencia a la vez artística y didáctica para todos los que se dieron cita en la Plaza Abaroa, porque Lucho ofreció una larga cantata con textos de Eduardo Galeano y música propia, en la que narra los episodios históricos que llevaron a la guerra entre Chile, Bolivia y Perú, que concluyó con la victoria del primero y de los intereses ingleses en la región.

Cuatro días después del concierto, el 23 de marzo, en la misma Plaza Abaroa el Presidente Evo Morales sorprendió a todos con un discurso que tira por la borda los cinco años de “éxitos” en las negociaciones con Chile. Leyó –cosa poco habitual en él- un texto en el que anuncia que Bolivia desestima las negociaciones bilaterales y en cambio presentará a partir de ahora su demanda en tribunales internacionales. Un cambio de timón notable, pero no un cambio de timonero… Luego de cinco años de engaños y demagogia, estamos en fojas cero. Como que no lo sabíamos desde un principio.

Dejemos de lado los exabruptos del primer mandatario boliviano, para volver al concierto. Los textos de Galeano, adaptados y recitados con la poderosa voz de Luis Rico, narran las historia de una manera que penetra no solamente por los oídos, sino por el centro del pecho.

Más allá de los discursos patrioteros, la cantata señala la responsabilidad de los gobernantes militares, Melgarejo entre otros, que llevaron a Bolivia al desastre. Las manipulaciones de Inglaterra para apropiarse de los recursos naturales en lo que hoy es el norte de Chile son muy parecidas a las que ponen en práctica ahora las potencias modernas para apropiarse del petróleo de Libia con la excusa de proteger a la población de ese país.  El mismo cinismo de Europa y Estados Unidos para lograr sus objetivos económicos y políticos.

Sin duda más importantes que cinco años de discursos de Evo Morales son las palabras de Eduardo Galeano y la voz y música de Luis Rico, para recordarnos que la cultura es al final lo que nos une y lo que construye nuestra identidad.

22 marzo 2011

Radio local, el libro

Estuve en La Paz hace poco para presentar el libro que coordiné con Karina Herrera-Miller: “Políticas y legislación para la radio local en América Latina”, publicado por Plural Editores, que reúne en 474 páginas los textos de veinte autores de lo más granado en el tema, además de otros documentos.

La presentación se hizo con el auspicio de la Fundación Friedrich Ebert (FES), mejor conocida en Bolivia como ILDIS (Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales). Además de las palabras de apertura de la directora de la FES, Kathrein Hoelscher, y de la presentación del libro que hizo mi colega Karina Herrera-Miller, el evento contó con la participación de Erick Torrico Villanueva, Director del Observatorio Nacional de Medios (ONADEM) y Andrés Gómez Vela, Director Ejecutivo Nacional de Educación Radiofónica de Bolivia (ERBOL), como ponentes de la mesa redonda “Consideraciones sobre normativa para la comunicación en Bolivia”. 

El libro, que tardó dos años en publicarse, refleja el contenido de los trabajos presentados y de las discusiones sostenidas durante el seminario internacional “La radio local en América Latina: políticas y legislación”, que con la misma Karina Herrera-Miller, además de Erick Torrico Villanueva, José Luis Aguirre y Cecilia Quiroga, organizamos a fines del 2008 con el propósito de alentar la reflexión y la discusión sobre las experiencias latinoamericanas.

Alfonso Gumucio, Karina Herrera, Edgar Dávila, Kathrein Hoelscher, Erick Torrico y Andrés Gómez
Tanto para el seminario como para el libro tuvimos la fortuna de contar con un grupo selecto de 15 expertos internacionales, entre ellos Rosa María Alfaro (Perú), Néstor Busso (Argentina), Gustavo Gómez (Uruguay), José Ignacio López Vigil (Ecuador), Aleida Calleja (México), Jeanine El’Gazi (Colombia), Omar Rincón (Colombia), Cicilia Peruzzo (Brasil), Oscar Pérez (El Salvador), Carlos Cortés (Colombia), Carlos Rivadeneyra (Perú), Braulio Ribeiro (Brasil), Thomas Tufte (Dinamarca), Manuel Chaparro (España), y Christoph Dietz (Alemania), todos ellos con amplia trayectoria y ascendencia intelectual.

A ellos se sumaron los bolivianos Luis Ramiro Beltrán, Sandra Aliaga, Gastón Núñez, Carlos Arroyo, Andrés Gómez, Carlos Soria Galvarro, Fernando Andrade, Guimer Zambrana, Ana Limachi, y un centenar de representantes de radios locales y comunitarias de todos los rincones del país.

El libro recoge casi todos los trabajos que fueron presentados, ahora corregidos y ampliados. Sólo se auto-excluyeron los autores que no respondieron a nuestro llamado de enviar sus textos, pero añadimos un capítulo de Carlos Camacho quien no pudo participar en el seminario.  

Tanto el seminario, al que me referí oportunamente en una nota anterior, como el libro, quieren ser un aporte a una discusión que parece encontrar muchos tropiezos. Cuando hace dos años nos lanzamos a esa aventura, creíamos que serviría para estimular el debate sobre la necesidad de contar con una legislación que pudiera amparar a las radios locales que sirven a sus comunidades con contenidos que promueven temas de educación, salud, agricultura y desarrollo en general.

Nuestro principal objetivo era promover el derecho a la comunicación que tienen todas las personas, y no solamente la libertad de expresión que defienden los periodistas y los dueños de medios de información, auto-designados “intermediarios” entre los ciudadanos y el poder político.

Hoy, dos años más tarde, pareciera que un grueso cristal separa aspiraciones que tienen mucho en común, pues nadie niega la necesidad de fortalecer los derechos humanos y en particular el derecho a la comunicación, pero algunos piensan que una reglamentación no es la mejor manera de hacerlo.

Paradójicamente, en el campo de quienes afirman que “la mejor ley es la que no existe”, no están solamente los dueños de medios de prensa, radio o televisión (quienes prefieren operar sin responsabilidad social), sino las propias asociaciones de periodistas que –por timoratos o por cuidar sus empleos- defienden los intereses patronales. Esa alianza de facto es por demás curiosa si consideramos los innumerables estudios y análisis que revelan que los medios comerciales y privados, en su mayoría, no contribuyen a la educación, a la cultura o al desarrollo, sino que más bien envilecen con sus contenidos de vocación puramente comercial y con su avidez por la rentabilidad, la profesión de los periodistas, y por supuesto el imaginario de los ciudadanos que consumen esos productos.

En el campo de quienes están mejor dispuestos a hacer propuestas sobre políticas y leyes que regulen el ámbito de la comunicación y de las telecomunicaciones, hay algunas organizaciones tan importantes como la Fundación UNIR y la red ERBOL (Educación Radiofónica de Bolivia); pero llama la atención la timidez de las carreras de comunicación de las universidades, y de la propia Asociación Boliviana de Investigadores de la Comunicación (ABOIC), que permanece a la expectativa sin plantear propuestas concretas y sin saltar a la palestra de la discusión.

En el ámbito del Estado, que toma las iniciativas que debería tomar la sociedad civil, las contradicciones se agudizan, porque mientras algunos funcionarios declaran enfáticamente que el Gobierno de Evo Morales no tiene intenciones de propulsar una ley de comunicación, un grupo de reconocidos especialistas en el tema desarrolla propuestas -de manera más discreta- a la sombra de la Vice-Presidencia.

Es tan posible que la propuesta de un sector del gobierno sea muy buena, como que sea rechazada en plancha por los dueños de medios, las asociaciones de periodistas, y todos los opositores que no necesitan conocer los detalles para declararse en contra. A tan absurdo grado de polarización hemos llegado, que toda iniciativa desde el Estado corre el riesgo de darse de cara contra una pared de cemento, independientemente de sus contenidos.

Sin duda el propio gobierno del MAS es responsable, en la medida en que promueve la descalificación de toda oposición, no solamente de derecha. El gobierno vilipendia a quienes fueron sus aliados en la izquierda y a todos los que quisieran contribuir en el proceso de cambio desde una perspectiva progresista.

Lo ideal hubiera sido un proceso como el de Argentina, donde las organizaciones de la sociedad civil llevaron adelante un arduo trabajo de reflexión y discusión para buscar consensos, y luego, la propuesta Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue debatida y aprobada en el parlamento de ese país, a pesar de los ataques furibundos de ciertos grupos de poder que vieron afectados los intereses económicos y políticos que habían podido fortalecer a la sombra de las dictaduras militares. 

El libro “Políticas y legislación para la radio local en América Latina” solamente aborda el llamado “tercer sector”, es decir una parte de los que debería abarcar una Ley de Comunicación amplia, pero es un aporte y ya quisiéramos ver pronto otros aportes similares referidos a los otros sectores, no solamente con relación a los medios privados y públicos, sino con una visión abarcadora del derecho a la comunicación.


13 marzo 2011

Vargas Llosa, actor


No me incluyo en el grupo patético de quienes desprecian a Mario Vargas Llosa por su posición política y pretenden así disminuir su estatura de escritor. Considero a Vargas Llosa un gran novelista y ensayista, y disfruto la lectura de sus libros al mismo tiempo que admiro su disciplina como investigador y escritor, su seriedad en el oficio de la literatura, y si bien discrepo con alguna de sus posiciones políticas, el tiempo mismo le está dando la razón continuamente sobre muchas de ellas.  

Las rabietas que algunos despistados hacen sobre Vargas Llosa son similares a las que vertían sobre Octavio Paz o Jorge Luis Borges, cuya obra y nombre por supuesto sobrevivirá en la memoria de todos mucho más que la obra y nombre de sus mediocres detractores. Comisarios políticos como estos ha habido en todas las épocas, y por suerte desaparecen en la hojarasca.

En días pasados, un funcionario, creo que director de la Biblioteca Nacional de Argentina, cuyo nombre no había escuchado antes ni recuerdo ahora (ni me interesa recordar), escribió una carta virulenta a Cristina Kirchner pidiendo que Vargas Llosa fuera vetado en la Feria del Libro que se inaugurará en Buenos Aires en abril. La Presidenta lo mandó a pasear, como debía ser. Lo peor que podría pasarle a la cultura es que los censores se salgan con su gusto.

Lo anterior viene a cuento porque tuve la oportunidad de asistir en México a un par de actos de acceso restringido donde Vargas Llosa fue el protagonista.  Estuve en el hermoso Alcázar de Chapultepec cuando el Presidente Felipe Calderón le otorgó la condecoración del Águila Azteca, la más alta distinción que puede merecer un ciudadano extranjero, y al día siguiente, el sábado 5 de marzo, gracias a mi condición de colaborador de la DPA (Agencia Alemana de Prensa), asistí a la primera de dos exclusivas representaciones de su adaptación “Las mil noches y una noche”, en el imponente y recientemente renovado Palacio de Bellas Artes; en presencia, otra vez, del Presidente Calderón.

La novedad de esta obra, a diferencia de “Al pie del Támesis” que vi y comenté hace exactamente dos años cuando asistí a los ensayos en Lima, es que el propio Vargas Llosa actúa interpretando al legendario rey Sahrigar.

Entre las pasiones recurrentes del Premio Nobel de Literatura 2010, al menos dos destacan: el teatro y el erotismo. Desde “Pantaleón y las visitadoras” a “Travesuras de la niña mala”, pasando por “Elogio de la madrastra” y “Los cuadernos de Don Rigoberto”, el erotismo y la sexualidad constituyen un leit-motif en la obra del escritor peruano y muestran la inclinación del autor por un mundo de erotismo y sexualidad donde la transgresión es un aspecto central.

Los episodios que Vargas Llosa escogió adaptar en “Las mil noches y una noche” , estrenada inicialmente en España en julio del 2008, no son los más conocidos del clásico de la literatura oriental, pero son aquellos que más tienen que ver con las propias pasiones del escritor.

A través de los personajes representados por el propio Vargas Llosa y por Vanessa Saba -los únicos actores con diálogo en la obra- se describen no solamente las relaciones de infidelidad que están en el origen de las historias del rey Sahrigar y la bella Sherezada, sino otras transgresiones y picardías sexuales que son parte del imaginario del escritor.

Las relaciones entre hijos y madres, los cambios de identidad sexual, los amores clandestinos, y esa vecindad constante y estrecha entre el amor y la muerte, eros y tánatos (que son las dos caras de una misma moneda), acercan al espectador a aquel territorio de sombra donde todo es posible sin que ello tenga necesariamente que escandalizar las buenas conciencias.

Cuando Sherezada logra mantener despierto, hasta el amanecer, el interés del rey Sahrigar, noche tras noche durante mil noches y una noche, no solamente logra salvar su cuello de la implacable cimitarra que ha decapitado a tantas antes que ella, sino que también consigue despertar el erotismo dormido del rey como de los espectadores de la obra, y estimular su imaginación.

Porque ciertamente de lo que se trata a través de este contar historias interminable, es despertar el fuego doble del deseo por el erotismo y por la fantasía. Y eso es precisamente lo que Vargas Llosa reivindica como esencia de la literatura: contar –y hacer vivir- historias que estimulan los sentidos del lector o espectador, y estimulan su sensualidad hacia lo bello que tiene la vida.

Aunque el propio Vargas Llosa afirma que su adaptación de la obra es “minimalista”, el montaje escénico del director Luis Llosa, su primo, es por el contrario frondoso, con coreografías de bellas bailarinas orientales, un horizonte con proyecciones cinematográficas sugerentes y poéticas, efectos de luces que marcan las transiciones del día y de la noche, la música oriental interpretada en escena, y algunos personajes extraños que aparecen ocasionalmente.

El peso de la puesta en escena reside en las interpretaciones de Vanessa Saba y de Vargas Llosa; la primera destaca por su versatilidad cada vez que cambia de personaje: con sólo dar dos pasos en otra dirección, adopta otra voz, otra postura y otra actitud. No se puede decir lo mismo de Vargas Llosa; aunque también asume personajes diferentes lo hace en todos los casos sin pretender diferenciarlos. Su interpretación es lo más cercano al minimalismo.

Vargas Llosa dice que esta obra narra “la evolución de un ser brutal en un ser humano" a través de "la inteligencia y la destreza narrativa" de Sherezade. Es más que eso: el amor y la sensualidad rescatan a los seres humanos. Frente “al fuego del amor, la ciencia es inútil” dice el astrólogo, uno de los personajes narrados, y podríamos parafrasear la afirmación para decir que frente al mundo de la creatividad literaria, la racionalidad es inútil. La literatura de la imaginación y su mundo onírico, de picardía y divertimento, son una fuerza ante la cual es mejor rendirse y disfrutar.

08 marzo 2011

El ojo de Cristóbal


La fotografía es el arte de representar la realidad en imágenes y muchos suponen que se trata solamente de reproducirla. Antes de existir la fotografía, la pintura cumplía esa función: representar la realidad, no solamente copiarla. La creatividad de los pintores, aún los que hacían pintura realista, permitía plasmar miradas diferentes sobre los mismos temas: un paisaje, una naturaleza muerta, un retrato. No en vano cada pintor realista tenía su sello inconfundible, no es lo mismo Manet que Degas, Courbet que Corot.

La tecnología ha avanzado tanto y tan rápido en décadas recientes, y su accesibilidad se ha ampliado tanto, que hoy cualquier persona que posee una cámara fotográfica sofisticada, se considera fotógrafo. Y sin embargo, entre millones de instantáneas que se disparan cada hora en el mundo, siguen siendo muy pocas, un porcentaje ínfimo, las destinadas a trascender como expresión artística.

Es una verdad de Perogrullo –diría Quevedo si viviera hoy- que la cámara no hace al fotógrafo. La fotografía es obra de luz y de composición, y la tecnología por sí sola no puede hacer nada si no es por el ojo del fotógrafo.  Y por “ojo” entendemos obviamente lo que hay detrás, la experiencia, la sensibilidad y creatividad artística, y la capacidad de mirar la realidad como algo que tiene muchas dimensiones y una profundidad que el ojo común no puede ver.

Lo que precede es para hablar de Cristóbal Corral, el “Pecas”, fotógrafo ecuatoriano al que volví a encontrar luego de varías décadas. Nos conocimos en Ecuador en 1975 durante la filmación del largometraje “Fuera de aquí” de Jorge Sanjinés, donde trabajé como asistente de dirección, y nos volvimos a encontrar 35 años más tarde gracias a nuestra amiga común Alejandra Adoum y al cineasta Pocho Álvarez. Con ellos tres, unidos por una amistad a toda prueba, estuve de nuevo en Quito a fines de febrero.

El Pecas me regaló su libro “Ecuador, el camino del sol”, una hermosa edición con textos de Pocho Álvarez, a través de cuyas páginas ambos hacen un recorrido por el país que tanto quieren y conocen. Los textos de Pocho no solamente ofrecen información sobre cada fotografía, sino que también muestran un enorme conocimiento y respeto por las culturas y tradiciones, por la naturaleza y las amenazas que se ciernen sobre ella, por los hombres y mujeres –siempre nombrados e identificados- que hacen lo que es hoy el Ecuador.

Cristóbal Corral se alimentó de fotografía desde niño y aún recuerda la magia del laboratorio que su padre instaló en la casa y las visitas a la Botica Central del doctor Sojos, en Cuenca, donde adquiría los químicos y reactivos para revelar y fijar los negativos en blanco y negro.  Desde entonces el Pecas vivió con la fotografía y el cine, y encaminó su carrera profesional hacia la fotografía documental, la que más estrechamente ligada está a la memoria y a la realidad.

La mirada estética de Cristóbal Corral se complementa con la mirada ética del fotógrafo, porque la fotografía no es simplemente apretar un botón impunemente sino comprometerse con la realidad.  El fotógrafo no solamente descubre la diversidad, sino que asume un papel de interlocutor entre la gente, desde la realidad de cada quien.

Dice bien Esteban Michelena en el prólogo del libro, cuando afirma que las fotos de Corral provocan al mismo tiempo sensaciones de “alegría y regocijo desbordantes al ver la ternura, la vitalidad, la inocencia, la tenacidad y otros dignos materiales con los que, día a día, el país de nuestra gente se va haciendo, se va tejiendo, inventando y construyendo”; pero también la tristeza por la incertidumbre, porque “no existe certeza de hasta cuando va a sobrevivir ese país festivo, lleno de vida, bañado de colores y bendito de luz”.

Las 115 fotografías del libro son la síntesis de un largo itinerario de Cristóbal Corral, cuya gran versatilidad le permite fotografiar por igual paisajes, naturaleza, personas, fiestas populares, oficios o poblaciones indígenas.

De ahí la importancia del ojo del fotógrafo, el ojo que es la ventana de la sensibilidad, de la cultura, de la memoria.
  

01 marzo 2011

Ciespal, comunicación y desarrollo

Estuve en Quito a fines de febrero para participar en la Mesa Redonda sobre Comunicación para el Desarrollo, organizada por el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (Ciespal) y la Unesco.

Volver Ciespal en esta nueva etapa de la institución, bajo la conducción de Fernando Checa, fue muy grato porque no se puede olvidar que Ciespal fue durante varias décadas la casa de la comunicación de todos los latinoamericanos interesados en el tema. Las décadas de 1970 y 1980 permitieron resultados emblemáticos, tanto en el área de capacitación (mediante una alianza importante con RNTC), como en las investigaciones y publicaciones, entre ellas la revista Chasqui y las colecciones de libros que inspiraron a las nuevas generaciones de comunicadores.

Pero sobre todo, ese elevado hongo de cemento donde se encuentra Ciespal en la Avenida Diego de Almagro en Quito, fue el gran lugar de encuentro de tantos especialistas de comunicación para el desarrollo, una comunicación con perspectiva de derechos, de la cual América Latina ha sido pionera.

Una segunda razón para sentirse “en casa” durante el evento, fue el auspicio de Unesco, la agencia líder de comunicación en el sistema de Naciones Unidas, sin duda la única que a lo largo de su historia se ha tomado la comunicación en serio, tanto, que a principios de los años 1980 su posicionamiento estratégico a favor de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC), provocó la salida de Estados Unidos y de Inglaterra de la organización.

Mi presencia en Quito tuvo que ver precisamente con un trabajo de análisis del papel que cumple la comunicación para el desarrollo en el ámbito de las organizaciones del sistema de las Naciones Unidas en Ecuador. Unesco ha realizado este tipo de estudios en varios países (yo conduje otro ejercicio similar en Uruguay a fines del 2010), como un aporte al proceso de preparación de la 12ª Mesa Redonda de Comunicación para el Desarrollo que tendrá lugar en la India en noviembre de 2011.

Además de mi estudio, Ciespal y Unesco encomendaron dos más a especialistas ecuatorianos. Elianor Franco se ocupó de analizar el mundo de las ONGs desde la perspectiva de la comunicación para el desarrollo, y lo propio hizo Rubén Bravo con las instituciones del Estado.

Nuestras constataciones, y también las de quienes comentaron nuestras presentaciones (José Ignacio López Vigil, Marco Encalada y Francisco Ordóñez respectivamente), son similares: con algunas excepciones honrosas, la comunicación para el desarrollo no está en la agenda ni del Estado, ni de las organizaciones no-gubernamentales, ni de la mayor parte de agencias del sistema de Naciones Unidas.

En general, esos tres sectores carecen de políticas, estrategias y acciones que específicamente se enmarquen en el concepto de comunicación para el desarrollo, en cambio muestran una inclinación a promover la difusión de información y la visibilidad institucional.

Y sin embargo, muchos documentos políticos y estratégicos tanto del Estado ecuatoriano, así como del sistema de Naciones Unidas, se ocupan de subrayar la importancia de la participación social en los procesos de desarrollo, desde una perspectiva de derechos. La nueva constitución ecuatoriana establece, por ejemplo, importantes consideraciones en torno al “buen vivir” o sumak kawsay, que lamentablemente no se traducen en políticas de participación en las que la comunicación para el desarrollo tendría un papel central.

En el mismo Ciespal, abierta al público esta vez, me tocó ofrecer una conferencia sobre comunicación para el cambio social que fue transmitida en vivo a través de la página web de Ciespal

Queda mucho por hacer (no solamente en Ecuador) para cambiar esa percepción de que la comunicación es lo mismo que la difusión de informaciones o –peor aún- una mera actividad de visibilidad y posicionamiento institucional. De eso hablé en una entrevista que Carlos Rabascall me hizo en CN Plus.