28 febrero 2023

Cine de alturas

(Publicado en Los Tiempos el domingo 8 de enero de 2023)

Hace poco se publicó el anuario de la 8ª Edición del Festival Internacional de Cine de las Alturas de Jujuy, donde estuve en septiembre pasado como jurado de documentales. Ya he publicado sobre ese magnífico evento, pero ahora quiero mencionar los documentales que nos tocó calificar a los miembros del jurado: Sabrina Farji, Alfredo Lichter y yo. Se presentaron seis obras de Argentina y una de Bolivia, Perú, Ecuador, Chile, Colombia y Venezuela. Tuve tiempo de verlas dos veces, y esto rescaté de las que más me interesaron.

 Desde el principio mi candidata fue “Érase una vez en Venezuela” (2020), de Anabel Rodríguez Ríos, a la que le dimos el premio mayor. Es un brillante documental que registra la muerte de un pueblo, Congo Mirador, construido sobre pilones de madera sobre las aguas del lago Maracaibo. Transcurre en tiempos del chavismo y el derrumbe de un proceso político que se evidencia hasta en pequeños pueblos aislados. Dos mujeres se enfrentan y conviven en ese espacio en decadencia: Natalie, una profesora que no es chavista y mantiene un perfil bajo ante las amenazas de que es objeto, y Tamara, activista de Chávez cuya principal función es garantizar disciplina partidaria en las elecciones, anulando a la disidencia mediante prebendas. La virtud del documental es vivir con la gente en lo cotidiano, a lo largo de un periodo de varios años. 

“Érase una vez en Venezuela”, de Anabel Rodríguez R.

 Es un film de observación, de paciencia, que no necesita apoyarse en un discurso para orientar al espectador. Tamara, la operadora local del chavismo, esgrime el típico discurso del miedo:Si gana la oposición va a llegar el imperialismo”. Los votos se compran con 4000 Bolívares o teléfonos celulares. A pesar de las presiones y prebendas, pierden los candidatos oficialistas y ni una tormenta nocturna impide el festejo en el pueblo. Fueron las últimas elecciones democráticas de Venezuela. La sedimentación de la laguna trae plagas, hay derrames de petróleo en el lago, la gente migra a Colombia, no hay esperanza en el horizonte, quedan solo 30 familias. La chavista comienza a expresar dudas sobre el gobierno, su fe no es tan firme como antes. Magníficamente filmado (fotografía de John Márquez), el documental es una parábola del deterioro de Venezuela, su caída al vacío. El pueblo ya está perdido, ya esto es monte y culebras”. No se necesita poner ningún comentario en off, los propios personajes de Congo narran su historia de decadencia. El esqueleto fantasma de un barco encallado que antes venía de Maracaibo parece simbolizar ese deterioro. La secuencia final de la profesora Natalie que sobre dos lanchas lleva flotando su casa de madera con rumbo desconocido, es brillante.  

“Toro” de Ginna Ortega y Adriana Bernal-Mor

 Le otorgamos una mención a “Toro”, de Ginna Ortega y Adriana Bernal- Mor (Colombia), un retrato en blanco y negro de Hernando Toro Botero, fotógrafo, que ha construido un personaje histriónico y provocador que se auto-califica de loco”. Aunque la voz en off es melosa y con frecuencia innecesaria, el personaje es interesante: su obra irreverente comienza en la cárcel modelo de Barcelona, donde estuvo preso por narcotráfico: presos, tatuados, putas, y todo tipo de marginales constituyen su universo fotográfico. Toro siente cariño por sus personajes, y aunque no quiera, es lo mejor de su obra. El propio documental no puede escapar de esa prisión. Hacia el final, en Colombia, Toro ocupa un espacio marginal en ArtBo, la feria de arte de Bogotá, y termina sumido en una resignada soledad. 

“Esquirlas” de Natalia Garayalde

 La otra mención fue para “Esquirlas”, de Natalia Garayalde (Argentina), un montaje que recupera films en 8mm filmados desde 1994 en Rio Tercero por la directora, cuando era apenas una niña. Los primeros 12 minutos son el registro de la vida cotidiana en una familia normal, perodespués nada fue igual”. De pronto, la ciudad se llena de explosiones, la gente corre de un lado para otro, hay pánico. El 3 de noviembre de 1995 explotó una fábrica militar en pleno día, 20 mil proyectiles cayeron sobre la ciudad como lluvia de fuego y metal, al igual que fósforo blanco, un químico altamente venenoso. Impresionantes vistas aéreas son testimonio de la destrucción de la ciudad. La niña tiene el instinto de seguir filmando todo lo que ve, y seguirá haciéndolo a través de los años, siempre desde la perspectiva íntima de su familia, que sufre los efectos de aquella jornada: su hermana y su padre con cáncer. Lo político aparece en escena: se descubre el tráfico de proyectiles a Ecuador y Croacia, maquillados como otra carga. El documental se convierte en un alegato sobre los manejos dolosos de las dictaduras militares.

“Memorias de Uchuraccay” de Hernán Rivera Mejía

 “Memorias de Uchuraccay” (Perú, 2020) de Hernán Rivera Mejía es un documental de largo aliento sobre la violencia desatada por Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) en los años 1980. En la sierra de Ayacucho hubo más de 70 mil víctimas entre muertes y desaparecidos, entre ellos 50 mil campesinos, según el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en 2003. Ocho periodistas fueron asesinados el 26 de enero de 1983 por campesinos de Uchuraccay:Un símbolo del desencuentro entre el periodismo y la población” en los momentos más duros de la guerra contra el terrorismo. Imágenes de archivo tomadas inmediatamente después de los hechos muestran los cuerpos de los periodistas abatidos a pedradas por una turba de 300 campesinos que habían recibido instrucciones de matar a cualquier persona ajena a la comunidad. Luego de 34 años no hay justicia, los crímenes siguen impunes. El documental recupera esa memoria y la actualiza para las nuevas generaciones a través de entrevistas, a veces excesivamente largas, que hacen del documental una obra desigual.

“Achachilas” de Juan Gabriel Estellano 

 “Achachilas” (Bolivia) de Juan Gabriel Estellano, se caracteriza por la bella fotografía de nuestras montañas. Es un documental antropológico que muestra las tradiciones de una comunidad del lago Titicaca y alterna los rituales y festejos con el andinismo que practican Sergio y Juvenal Condori Vallejo, dos hermanos. Hay escenas que se reiteran y el ritmo es lento para alcanzar la duración de largometraje.

 Me gustó “El silencio del Impenetrable” (Argentina) de Ignacio Robayna, porque narra una historia que bien podría ser la base de una película argumental situada en el Gran Chaco argentino, en Resistencia, donde Manuel Roseo fue asesinado el 13 de enero de 2011 por su lucha por la biodiversidad y la preservación de una zona de 248 mil hectáreas. El documental, que es parte de un proyecto ambientalista, registra un proceso de investigación con cierto suspenso para saber quienes asesinaron a Roseo. Aunque el Estado convierte la zona en una reserva protegida, la lucha contra invasores y cazadores furtivos no termina.

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No soporto al artista cuya principal motivación sea la provocación.
Creo que los grandes provocadores lo son sin proponérselo.
—Pedro Almodóvar

 

25 febrero 2023

Bolivia no existe

(Publicado en Página Siete el viernes 6 de enero de 2023)

 A diez mil kilómetros de nuestro país, pero en el mismo planeta, Bolivia no existe. Los astronautas pueden ver desde el espacio el espejo maravilloso del salar de Uyuni, pero Bolivia no existe. Ni la televisión, ni los diarios y revistas en Europa, mencionan a Bolivia para nada. Nuestro país no existe, parece que lo hemos inventado en un imaginario de pesadilla, una pesadilla que se repite en nosotros obsesivamente, pero que no le interesa a nadie fuera de las fronteras regionales.

©Abecor, Página Siete 

 Me ha tocado constatar lo anterior durante los dos meses finales del año 2022. Mientras en Santa Cruz y otras ciudades de Bolivia se libraba una cruenta batalla política para lograr la realización del censo poblacional en 2023, no había ni un titular, ni siquiera una sola línea en los medios de información europeos. La aguerrida resistencia de los cruceños frente al autoritarismo no tuvo ningún eco. Al mundo no le importamos, somos menos que una patada en una pelota, menos que el divorcio de Vargas Llosa, y muchísimo menos que los chismes de la realeza de Inglaterra.

 Mientras nuestro país está sublevado contra la manipulación política y la impostura de un gobierno que miente, engaña y está llevando al país al colapso económico y social, el mundo entero permanece indiferente, como si Bolivia no existiera.

Cabildo ciudadano en Santa Cruz

 A nadie le importa si aquí no hay democracia, si el gobierno muestra su músculo autoritario pasándose por el arco no solamente las leyes sino toda norma de convivencia social. No nos hagamos ilusiones, nadie quiere saber que aquí hay una violenta represión, a nadie le interesa que este es un narco Estado, ni que el 84% de la población económicamente activa es informal, ni que se incendien millones de hectáreas de bosques protegidos, se envenenen los ríos con mercurio y se soborna a comunidades indígenas para que pierdan su identidad a cambio de palabras vacías de contenido.

 Este pedazo de territorio y de historia no existe en las noticias como no existe tampoco en el radar de las organizaciones defensoras de derechos humanos. En el congreso mundial de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH) que tuvo lugar a fines de octubre de 2022, se denunciaron las violaciones cometidas por los Estados en Asia, Africa y América Latina, pero no se habló para nada de Bolivia. Los testimonios sobre la represión en Nicaragua, Venezuela, Colombia, Ecuador, Brasil, Perú e inclusive México salieron a relucir pero cuando intentamos denunciar lo que sucede en Bolivia, nadie quiso escuchar. No está de moda hablar de Bolivia.

 Seguimos siendo la nación encuevada de siempre, aislada no solo geográficamente sino culturalmente. Nuestras fronteras las conocen mejor los contrabandistas que el ejército boliviano, hábil para enriquecerse sirviendo al mejor postor, pero incapaz de trabajar por el país. No se puede decir menos de la policía, cuya conducta vergonzosa quedará en nuestra memoria. Jefes y oficiales de alto grado, de rodillas ante un régimen corrupto que en privado desprecian, pero en su conducta pública defienden como asesinos a sueldo para alcanzar sus galones.

 Desde hace más de quince años vivimos sometidos a una banda de pillos que ha vaciado al país no solamente de sus recursos, sino de su ética y de su moral. Esa pandilla cuenta no solamente con una masa de ingenuos empobrecidos y batallones de funcionarios públicos acarreados para agitar banderas azules, varios miles de mediocres humillados por un salario, sino también de una camarilla de intelectuales lambiscones, incrustada en el Estado para obtener beneficios personales mediante consultorías y contratos en los que disimulan sus nombres. 

 La publicidad del gobierno inventa constantemente noticias para consumo interno que hacen creer a los incautos que somos campeones en el manejo económico, en las reservas de litio o alguna otra patraña montada por el gigantesco aparato de la propaganda estatal. Sin embargo, nada de ello es cierto, ni trasciende nuestras fronteras. Vivimos de ficciones y mentiras mientras el gobierno termina de vaciar las bóvedas del Banco Central, incapaz de generar nuevos recursos.

 Pero nada de eso le interesa al mundo porque Bolivia es un punto insignificante perdido en el mapa.

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Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos.
—Simón Bolívar 
 

22 febrero 2023

Bacon sobre Bacon

(Publicado en Ideas de Página Siete el domingo 22 de enero de 2023)

 Los pintores hablan a través de su pintura, es injusto pedirles que se expliquen sobre ella. Cierta o no, aquí cabe la anécdota atribuida a Picasso cuando le preguntaron cual era el mensaje de su obra, a lo que él respondió: “Soy pintor, no telegrafista”. Otra anécdota de Picasso, al parecer exacta, es cuando un oficial del ejército nazi lo visitó en su taller con una foto del “Guernica” y le espetó: “¿Usted hizo esto?” A lo que Picasso, sin alterarse, respondió: “No, ustedes lo hicieron”.

 Aunque tengamos conciencia de que la obra de un artista es independiente de cualquier explicación, no es menos cierto que el conocimiento del contexto histórico o del contexto personal del autor, enriquece la relación que establece una obra con quien la observa y se “apropia” de ella (en un sentido figurativo). “Los fusilamientos del 3 de mayo 1808” de Goya tiene importancia por el episodio histórico que alude la obra, terminada seis años más tarde, lo mismo que es importante saber de la influencia del arte africano en un periodo de la obra de Picasso o la vida personal de Frida Kahlo (su accidente y enfermedad) en su obra.

 Si bien hay obras más autobiográficas que otras, en la pintura (en las artes en general) cada artista deja una parte de sí mismo. Por eso leí un libro de entrevistas con Francis Bacon, realizadas por Michel Archimbaud, quien tuvo la oportunidad de grabar las conversaciones que sostuvo con aquel entre octubre de 1991 y abril de 1992. Tenían planeado seguir grabando en París, pero Bacon quiso primero pasar un tiempo en Madrid, donde murió el 28 de abril de ese mismo año.

 El libro es interesante en varios niveles, aunque no dice mucho sobre la pintura de Bacon quien sistemáticamente se niega a hablar de ella, a clasificarla, a darle un sentido con palabras. Para el artista la pintura es autosuficiente y habla por sí misma, sobre todo cuando se trata de la suya, porque cede a la tentación de ofrecer comentarios sobre otros artistas y obras. Sus opiniones son, sin embargo, siempre desde la relación emotiva que establece con las obras y no necesariamente con toda la obra de un artista, porque los artistas cambian, tienen etapas.

 Bacon cuenta que su visita a una exposición de Picasso en París lo indujo a pintar, muy joven, cuando todavía se dedicaba al diseño de muebles y a la decoración, un oficio que odiaba pero para el que le sobraba talento. Picasso fue sin duda un faro a lo largo de su actividad pictórica, pero hay muchos Picasso, y Bacon dice que no se interesa en todos. 

 La primera entrevista se concentra en la relación entre la fotografía y su pintura. Bacon dice que no usa la fotografía para pintar, como hacen otros artistas, y que la fotografía no le sirve de inspiración, pero casi inmediatamente se contradice cuando el entrevistador le recuerda que para sus retratos ha preferido utilizar la fotografía antes que tener delante de él, posando, a los sujetos retratados. Bacon le responde que las fotos son una ayuda memoria, no una guía para el dibujo. Sin embargo reconoce su deuda con el cine, una influencia indirecta que marcó su manera de pintar. La escena de las escalinatas de Odessa y el grito (silencioso) de la mujer en el “Acorazado Potemkin” (1925) de Eisenstein, lo marcaron profundamente: “Si no hubiera sido pintor me hubiera gustado ser director”.

 La agudeza del entrevistador, Michel Archimbaud, es crucial porque no deja cabos sueltos ni preguntas sin respuesta o respondidas a medias. Indaga hasta el fondo los nombres, fechas y detalles. Hay indagaciones sobre el comercio del arte, sobre los “marchand” que imponen modas e influyen en ese comercio. Bacon narra las dificultades que tuvo para comenzar como pintor porque a alguno de esos dueños de galerías no le gustaron sus cuadros. Vendió el primero a Erica Brausen (que creía en él), y está ahora en el Museum of Modern Art (MoMA) en New York.

 Bacon afirma que nunca pensó que iba a ganar dinero con su pintura, pero que está contento de que haya gente que aprecia sus cuadros y los compra, aunque no entiende bien por qué lo hacen. Él nunca pintó para otros sino para sí mismo, salvo los retratos de encargo.

 Las influencias de otros pintores no son directas, aunque en algunos casos se haya propuesto retomar los mismos temas. Su serie inspirada en el papa “Inocencio X” de Velázquez es una de las más importantes. Además de la influencia del pintor español reconoce la de los primitivos italianos como Cimabue. Cuando un pintor no le gusta dice que no lo entiende, no se erige en juez. Se siente cercano a Rembrandt y no así a Vermeer, por ejemplo.

 Considera que la mejor pintura se hizo en la Europa continental y no en Inglaterra, país de grandes poetas pero de pocos pintores importantes, según sus palabras. Sin embargo, descarta las etiquetas que tienden a uniformar en “movimientos” o reducir a “categorías” a pintores muy diversos: impresionismo, cubismo, expresionismos, etc. Para él cada pintor es diferente. Cézanne o Van Gogh no pueden estar en el mismo saco. Ninguno de los dos es impresionista, según Bacon. De su amigo Giacometti prefiere los dibujos a las famosos esculturas.

 Él mismo, solitario, no se siente parte de ninguna tendencia o movimiento. Probablemente el hecho de ser autodidacta y de no haber siquiera concluido los estudios escolares debido a su afección de asma, le permitió desarrollar su arte al margen de las corrientes pictóricas: En un mismo gesto el horror y la belleza, lo obsceno y lo sublime”.

 En los pintores de las nuevas generaciones no encuentra ninguna originalidad en ninguna parte del mundo: “… quizás mi estado de salud altera un poco mis posibilidades de descubrir a pintores que renuevan la pintura, no lo sé”.

 Bacon es un hombre que duda siempre y no se siente seguro de sus propias obras. Le devuelve al entrevistador algunas preguntas que no sabe cómo responder, por ejemplo cuando inquiere qué tipo de música cree que iría bien en un documental sobre su obra. Archimbaud sugiere que podría ser la música de Berg, Weber o Michel Portal. No duda en descartar de sus gustos a artistas que no entiende: “Sé que a mucha gente competente en pintura le gusta mucho la obra de Paul Klee, pero a mi no me dice nada. No la encuentro nada atractiva. Me parece que sus cuadros carecen de volumen, estoy tentado a decir que no hay nada”.

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En science, on pense que ce qui vient après est plus vrai que ce qui était avant,
ce n’est pas du tout la même chose en art, le temps n’est pas le même”.
—Francis Bacon 
 

19 febrero 2023

Xavier

Visité a Xavier en Cochabamba hace un mes exactamente, el jueves 19 de enero, y escribí ahí mismo este artículo para que se publicara el viernes. Estuve con el P’aqla (así firmaba él) hasta las 8:00 de la noche en que regresé a La Paz. El artículo se publicó al día siguiente, me hubiera gustado que alguien se lo leyera, porque al parecer todavía oía, pero falleció ese mismo viernes a las 10:05 de la mañana. Aparte de las enfermeras y un colega jesuita de la casa de retiro, no había nadie más cuando se nos fue, fui el último amigo que lo vio con vida la noche anterior. Luego llegaron muchos otros para su velorio y entierro.  

(Publicado en Página Siete el viernes 20 de enero del 2023)

 Sobre su inmensa obra han escrito sociolingüistas, antropólogos, sociólogos, teólogos, filósofos, politólogos… y toda suerte de especialistas que encuentran en sus numerosos libros materia prima de investigación, análisis y pensamiento del más alto nivel académico. Sobre su vida hay una biografía importante: Un curioso incorregible (2017), que hizo junto a Carmen Beatriz Ruiz, y numerosas semblanzas publicadas a lo largo de los años, así como documentales y entrevistas en video.

 Entonces, ¿qué puedo yo añadir a tantos aportes sobre la vida y la obra de Xavier Albó? Probablemente nada más que estos apuntes de mi propia vivencia con el “P’aqla”, el amigo y colega que mientras escribo estas líneas se encamina con absoluta paz de espíritu hacia el desenlace de sus 88 años de existencia, más de siete décadas en el país que él eligió como puerta, puente y destino final.


 Cualquiera de los muchísimos amigos que tiene en Bolivia desde que llegó de Catalunya cuando apenas había cumplido los 17 años de edad, podría ofrecer un testimonio vibrante y personal. Espero que lo hagan para enviarle con sus letras a Xavier el cariño que merece para despedirse de todos rodeado de admiración, respeto y amor. 

Jorge Dandler y Xavier Albo ©fotoAlfonsoGumucio

 Sin duda, en la comunidad jesuita muchos convivieron con él momentos preciosos, entre ellos Lucho Alegre y Luis Espinal. Ambos compartieron durante años la misma casa cuando fomentaron una comunidad basada en la amistad y en los valores humanos antes que en la religiosidad.

 Los que investigaron con él podrán dar testimonio de su rigor y de su compromiso con el mundo indígena y con las culturas de Bolivia, que lo llevaron a aprender aimara, quechua y guaraní para comunicarse mejor con las comunidades que respetaba profundamente. Conocía Bolivia más que el 99,9 % de los bolivianos, y sin necesidad de desplazarse en avión o helicóptero.

La huelga de hambre, diciembre 1977 ©fotoAlfonsoGumucio

 A mi regreso del exilio a fines de 1977, no bien aterricé fui a visitar el grupo de la huelga de hambre instalado en la redacción del diario Presencia, por entonces el más importante de Bolivia. En ese grupo estaban varios amigos: Domitila de Chungara, Luis Espinal y Xavier Albó, entre otros a los que no había visto desde 1975 cuando ingresé clandestinamente a Bolivia. Las fotos que tomé de los diez huelguistas han circulado mucho, quizás por ser de las pocas sobre ese episodio determinante para la amnistía general y la caída de la dictadura.

 Poco después comencé a trabajar con Xavier en el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA), hasta el golpe militar de García Meza, solíamos viajar a los lugares donde CIPCA apoyaba proyectos. Fuimos juntos a comunidades del altiplano, de Yungas o del Izozog, donde filmé para CIPCA un documental con el Capitán Grande Bonifacio Barrientos, y Xavier fue el productor de campo ideal para lograr ese cometido.

Huella de la visita de Xavier a Guatemala

 CIPCA no era el único espacio de trabajo y complicidad con el P’aqla, ya que también éramos parte del semanario Aquí, con Lucho Espinal, Erick de Waseige, Amparo Carvajal, René Bascopé, Antonio Peredo, y otros compañeros de la redacción o del grupo de apoyo al semanario. Y en la Asamblea Permanente de Derechos Humanos coincidíamos con Gregorio Iriarte y Julio Tumiri. Menciono los nombres porque son seres excepcionales, que dieron todo por la democracia y las libertades en Bolivia. Gregorio me encargó preparar un libro sobre Luis Espinal pocos días después de su asesinato, y Xavier me abrió las puertas de la casa en Miraflores donde pude sumergirme en los archivos personales de Lucho.

 Coincidimos en varios lugares fuera de Bolivia, pero recuerdo sobre todo su visita a Guatemala para un congreso, y una memorable reunión en mi casa con amigos comunes: Miguel Urioste, Victor Hugo Cárdenas, Sergio Delgado y Jorge Dandler. 

Xavier Albó y Alfonso Gumucio, enero de 2004 en La Paz

 Cuando en 2009 falleció mi madre, Xavier llegó al cementerio para ofrecer la misa de cuerpo presente. Se lo agradecí como le agradezco que la haya visitado varias veces cuando yo no podía regresar a Bolivia.  

 Repasé estos episodios este jueves 19 de enero, cuando visité a Xavier en Cochabamba y pasé el día a su lado, hablándole y leyendo en voz alta los mensajes que le enviaron sus amigos que sabían de su condición de salud. Quisiera creer que me escuchó desde su sueño profundo. Necesitaba decirle que su vida es de esas vidas que transforma las vidas de otros.

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En este momento, en cada momento, alguien muere,
alguien blasfema, una inocencia es atropellada, una persona se suicida...
—Luis Espinal 


17 febrero 2023

Sospecha

(Publicado en Letra Siete, suplemento de Página Siete, el domingo 16 de octubre de 2022)

 Conocí a Javier Marías en 1971, cuando no era lo que fue después, ni yo el que ahora soy. Es decir, no éramos sino dos jóvenes que empezaban a escribir. Javier tenía 20 años y yo un año más. Almorzamos en casa de su padre, el filósofo Julián Marías, para quien yo traía desde Venezuela una carta de presentación de mi tía Mercedes Albert, actriz española casada con Gonzalo, hermano menor de mi padre.

Julián Marías y su hijo Javier Marías

 En la mesa presidida por don Julián Marías estaban los otros hermanos: Fernando (que tenía entonces 22 años) y Miguel (de 24 años) que en ese momento era el que más me interesaba porque escribía crítica de cine, como yo. Javier estaba a punto de publicar su primera novela, “Los dominios del lobo”, a la que seguirían quince otras, pero de ese almuerzo solo recuerdo el respetuoso silencio de los hijos (y el mío), delante del patriarca. Yo acababa de aterrizar en Madrid con esas cartas de presentación que me permitieron también conocer brevemente a Jaime de Armiñán y a Paco Rabal, pero ninguna sirvió para mucho, en esa dura época final del franquismo.

 Me he acercado a la obra narrativa de Javier Marías con rodeos, eso me pasa con algunos escritores demasiado precedidos por la fama. He acometido la que es considerada su novela más importante, “Corazón tan blanco”, al menos la que más ediciones y traducciones ha tenido, debido a un concurso de circunstancias que suelen darse en el mercado de los libros. Desde su primera impresión en 1992 la novela se convirtió en un fenómeno literario. Sin embargo, el mayor éxito llegó con las traducciones, sobre todo a partir de un famoso programa de literatura en la televisión alemana, donde el respetado crítico Marcel Reich-Ranicki la definió como una obra maestra. Eso fue cuatro años después de su publicación en castellano.

 La edición que tengo (2010) comienza con un prólogo de Elide Pittarello que me salté para encarar sin ninguna influencia la obra de Javier Marías, y solo lo leí al final, al igual que los dos epílogos de esa edición. Considero que tanto los epílogos como el prólogo sobran, no le añaden nada a la obra. Peor aún el prólogo, que es un intento de “explicar” la novela, de reducir el margen creativo del lector. No entiendo esas decisiones editoriales para una obra que existe por sí misma y tiene una trayectoria tan sólida.

 Como toda buena novela, la primera página engancha al espectador y lo compromete. La imagen de la joven Teresa, la “niña” que entra al baño con el revólver de su padre y se dispara al pecho frente al espejo, es imborrable y poderosa. Y quizás el resto de la novela no está a la misma altura. Dicen que Javier Marías escribía sus novelas a partir de un párrafo o de una idea matriz (en este caso la cita de Macbeth que le da el título a la obra). En cualquier caso, ese primer capítulo sin separación de párrafos no deja respirar, es un comienzo que convierte al lector en cómplice de la pesquisa que constituye el resto de la obra, narrada en primera persona. 

 La tragedia familiar constituye un vago recuerdo prestado y heredado por el protagonista, Juan, un intérprete de idiomas que trabaja en organismos internacionales y que acaba de casarse con una colega que hace lo mismo. Su trabajo le hace pasar temporadas en diferentes capitales donde se producen reuniones diplomáticas del más alto nivel (de las que por lo general no sale gran cosa).

 El estilo circular y envolvente del relato, las descripciones maniáticamente minuciosas, las variaciones en torno a una idea o una palabra, van definiendo al personaje protagonista cuyo mundo interior es complejo y lleno de fantasmas e inseguridades. A la vez, esa forma de relato reflexivo le otorga unidad los capítulos, aunque los extiende innecesariamente (Rulfo hubiera tachado páginas enteras).

 Desde el inicio entendemos que el protagonista se encuentra atrapado en un destino prefigurado e inevitable, sellado por fuerzas ajenas a su propia voluntad, como parece ser el caso de su matrimonio con Luisa, que él mira como espectador ajeno (“como si ella se hubiera casado y yo no todavía”) y no duda en calificar muchas veces como un “artificio”. En la mente de Juan, todo está rodeado de sospechas e incertidumbre, todo es artificioso y falso.

 Las reflexiones sobre la memoria son constantes: nada existe hasta que no está dicho. “I did the deed” (“Hice el hecho”), repite con Shakespeare, varias veces a lo largo de la obra, mientras espera revelaciones y hace conjeturas. Su imaginación, que es como una coraza defensiva, lo lleva a establecer relaciones donde no existen, entre episodios que describe en La Habana, en Nueva York o en Madrid. Cualquier coincidencia o semejanza es motivo para desplegar una trama que en realidad solo le sirve al protagonista retrasar el momento ineludible en el que, por persona interpósita, enfrentará una verdad más grande que su propia vida, que transcurre sin grandes desafíos.

 “… para no seguir ocupando su propio lugar y ocupar el de otra persona, el mundo entero se mueve a menudo sólo para dejar de ocupar su lugar y usurpar el de otro, sólo por eso, para olvidarse de sí mismo y enterrar al que ha sido, todos nos cansamos indeciblemente de ser el que somos y el que hemos sido”. Es posible que estos devaneos de corte filosófico hayan sido en la traducción alemana disparadores de un interés internacional mayor.

 Luego de un par de capítulos innecesarios, el primero referido al trabajo profesional de intérpretes y traductores, y una digresión sobre Macbeth para explicar el título de la obra, la novela adquiere vuelo en la medida en que se convierte en una búsqueda de respuestas que son vitales para la salud sicológica del narrador y protagonista, que quisiera descubrir la verdad y al mismo tiempo parece preferir ignorarla.

Javier Marías, Vargas Llosa y Pérez Reverte 

 Los personajes que rodean a Juan se revelan en dimensiones insospechadas. Sucede con su amiga Berta, intérprete en Naciones Unidas que suele alojarlo en Nueva York, pero sobre todo sucede con Ranz, su propio padre, del que sabe muy poco, solo aquello que él ha querido compartir, pero esconde el secreto más horrendo.

 La novela parece ser un ejercicio de sucesivas variaciones literarias para llegar a un final que no es final, sino una suerte de prolongación de la agonía del protagonista.

  Javier Marías murió el 11 de septiembre de 2022, luego de un mes afectado por una neumonía bilateral agravada por Covid-19, de la que no se recuperó. Me hubiera gustado encontrarme de nuevo con él en estas cinco décadas para decirle que quizás él no se acordaba de que estuve en su casa, pero yo sí. 

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Contar deforma, contar los hechos deforma los hechos y los tergiversa y casi los niega, 
todo lo que se cuenta pasa a ser irreal y aproximativo aunque sea verídico…
—Javier Marías