30 junio 2023

Ordeñando recuerdos

(Publicado en Letra Siete, suplemento de Página Siete el domingo 26 de marzo de 2023)

 Uno de los problemas de las ediciones de autor es que su circulación depende casi exclusivamente del entusiasmo que tenga el autor para difundir su obra. Por ejemplo, mi amigo Gonzalo Llanos (“Golla”), es ejemplar como promotor de sus libros, y yo soy exactamente lo opuesto (por ello decidí entregar mis últimos 11 títulos publicados en Bolivia a José Antonio Quiroga, de Plural Editores).

 Lo anterior me sirve de introducción a “Tejiendo el tiempo” (2005) de Gisela Derpic Salazar, académica y escritora que ha tenido participación política desde muy joven. El libro que voy a comentar merecería una circulación más amplia, y una mejor edición (con menos errores tipográficos y con un tipo de letra más amable, en lugar de presentar todo el texto en cursivas).

 Se trata de una obra testimonial pero novelada. El propósito inicial declarado es reflexionar y “ordenar los recuerdos” para propiciar el “reencuentro con todas las personas queridas”, a partir de los antepasados croatas y bolivianos de Gisela, incluyendo su propia vida como parte de ese legado familiar. Sin embargo, al optar por un relato novelado, lo testimonial pierde fuerza y lo literario no llega a compensar ese déficit.

 Al optar de principio a fin por un relato en tercera persona, desde un narrador invisible, el texto se coloca en el campo literario y sacrifica la fuerza del testimonio. Aunque todo lo descrito sea (suponemos) autobiográfico, el lenguaje de las memorias las elabora como un objeto externo.

 No cabe duda de que toda creación literaria, en cualquier autor, se remite a la experiencia propia y a la memoria, no necesariamente en los hechos descritos sino en los valores y deudas vivenciales. En este caso, la omisión de lugares, nombres y fechas concretas hace difícil, sobre todo al principio, hilar y tejer los cabos sueltos del árbol genealógico, una de cuyas raíces (materna) está en un lugar indeterminado de Bolivia, y la otra (paterna) en una isla indeterminada del Adriático, en Europa. El ingrediente (muy dosificado) de contexto histórico es un poco más explícito en los capítulos referidos a la ascendencia croata que a la boliviana.

 La pista de Dragutin, el marino croata que se establece un tiempo en Chile y luego cuatro años en Uyuni, es más fácil de seguir en el relato novelado pues a partir de él casi todo sucede en Bolivia. De conjetura en conjetura el lector informado reconoce episodios históricos para situar a los personajes, y lugares como Potosí y Sucre. Entre capítulos referidos a la familia, la narradora introduce textos de recapitulación histórica sobre todo a partir de la década de 1940, la emergencia del MNR, abril de 1952, etc. Es una pena, sin embargo, que esos textos no estén tejidos con la historia familiar, sino que tienen autonomía como descripciones.

Gisela Derpic 

 Quizás la veta testimonial adquiere mayor fuerza en la medida en que la autora del relato comienza a referirse a sí misma en tercera persona, aunque sin usar su verdadero nombre. Los episodios referidos al colegio Santa Rosa, en Potosí, regido por monjas tan arrogantes como ignorantes, que ejercen su poder represivo y domesticado, están entre los mejores. Al leerlos uno entiende perfectamente por qué quienes estudiaron en colegios de monjas o de curas en aquellos años, terminan repudiando la religión católica.

 “Sor Ana Ricarda, de nacionalidad boliviana, era una fanática de la limpieza. Antes de iniciar sus actividades cotidianas, pasaba el dedo índice derecho por el piso, de cabo a rabo, haciendo demostración acrobática envidiable, pues se desplazaba a gran velocidad dando diminutos pasos, inclinándose a la derecha, cual una bailarina que expresa el prolegómeno de la agonía de un personaje de guion. Luego empujaba sus lentes hacia su frente con la mano izquierda y acercándose a la ventana miraba ese dedo que era su instrumento de medición de la limpieza de los pisos”.

 La vivencia es irremplazable en el párrafo anterior y otros también referidos a esa etapa educativa, por ejemplo, el ingreso a un sector de clausura del colegio y el hallazgo de un cristo con resortes que se disparaban sorpresivamente. 

 La hipocresía y la impostura de las monjas está bien retratada en el episodio de la madre superiora del colegio, una peruana acérrima enemiga de los hombres, que sin embargo queda embarazada de un cura y pretende contratar a una empleada boliviana para que aparezca como madre del hijo.

 Los curas se llevan también una ración de ironía. No habían sido aún condenados por pedófilos, pero debían serlo por infligir torturas físicas a sus estudiantes. Todo estaba mal en esa educación que separaba a adolescentes varones y mujeres, niños y niñas. La cabeza enfermiza de curas y monjas convertía en violencia sus frustraciones. Y a ello se sumaba la discriminación social en colegios donde las aulas “paralelas” congregaban a los jóvenes con menores recursos económicos.

 El peso de la religión católica era enorme en esa sociedad potosina que ya comenzaba a vivir la decadencia del auge minero. Las descripciones detalladas de las fiestas religiosas de la Navidad o de la Semana Santa, enriquecen el relato testimonial.

 El despertar sexual en la adolescencia era brutalmente reprimido, al punto que niños y niñas debían dormir con las manos encima de las sábanas y frazadas. A la par de esas distorsiones grotescas, se erigía el poder de una iglesia tan arcaica como hipócrita.

 Probablemente los personajes de Ana y Gerardo representan a Gisela, la autora, y su hermano mayor, porque las descripciones en esa parte de la obra son más realistas, vivencias de primera mano. Aunque la guerrilla del Che se narra como información periodística, el compromiso político partidista de Ana y Gerardo se pronuncia desde muy jóvenes, lo cual crea tensiones familiares. Ambos militan en “la orga”, que poco a poco identificamos como el MIR. Algunos hechos se describen en detalle y otros se despachan en pocas líneas, creando cierto desequilibrio.

 Hay personajes verídicos citados solamente por sus nombres, sin apellidos, lo cual pone en clave para el lector algunos episodios del relato novelado. No todos podrán entender la trama completa.

 La madurez política y personal llega relativamente rápido en el relato, acercándonos al final: frustrante participación política y no menos frustrante experiencia matrimonial, de la que sin embargo quedan tres hijos que son la satisfacción del personaje de Ana-Gisela. Con ironía que no quita filo a su crítica, la autora describe el machismo en ámbitos laborales (ONG y universidades), las primeras viviendo a costa de las poblaciones desfavorecidas a las que dicen ayudar.

 La obra termina con un final abierto hacia otro libro en el que Gisela Derpic narra su experiencia como máxima autoridad de Potosí a principios del presente siglo.

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Nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo
por intenso que sea que no se apague.
—Juan Rulfo
 

28 junio 2023

Territorio narco

(Publicado en Página Siete y en Los Tiempos el viernes 26 de mayo de 2023)

 El sábado 20 de mayo se conoció un hecho importante pero marginado de la agenda noticiosa: el ministerio de Gobierno, con cámaras y acompañamiento de periodistas, mostró “el operativo más importante y más grande efectuado por nuestras fuerzas del orden en toda la historia de nuestra Patria” (contra el narcotráfico). El ministro Eduardo Del Castillo, desde el Chapare, detalló que fueron allanadas y desmanteladas en sólo tres días 27 fábricas de pasta base de cocaína y siete laboratorios de cristalización en el trópico de Cochabamba. No eran solamente palabras grandilocuentes, sino hechos de escala conmensurable.  

 Creí que el domingo los diarios iban a dedicarle a la noticia su primera plana con una gran foto y un titular llamativo, pero no fue así. Página Siete publicó por cuarta vez en la misma semana una foto de deportes, y otro matutino de La Paz cedió su foto de apertura a la Noche de los Museos y su principal titular al escándalo del Banco Fassil. Algo similar hicieron diarios de otras ciudades, que publicaron titulares referidos, por enésima vez, al escándalo de corrupción de la semana. Así, el día de mayor circulación, la noticia más significativa estuvo relegada a páginas interiores.

 En las ediciones digitales de los principales diarios revisé cuáles fueron las notas “más leídas”, pero tampoco estaba esta noticia en la lista de las diez primeras. Recién el martes siguiente Página Siete reflotó el tema en su editorial y en una página interior.

 Algunos piensan que no hay que ayudar a mejorar la imagen pública del ministro interpelado recientemente, pero el argumento me parece poco responsable: para no limpiar la cara del ministro Del Castillo (un camorrero oportunista venido a más), lo que se logra con el silencio es lavar la cara de otro personaje político mil veces más nefasto para Bolivia.

 Todos sabemos que nada sucede en el Chapare sin la venia de Evo Morales. Allí se siente protegido, con un aeropuerto internacional y una poderosa emisora a su disposición (financiada por todos nosotros), además de otros recursos que se ocupó de dotar a su territorio cuando era presidente. El cacique mayor del Chapare sólo sale subrepticiamente de su zona de seguridad, para tomar algún vuelo privado con destino a Cuba, a Venezuela, Argentina o Brasil, y si se desplaza en territorio nacional, usa vehículos del Estado boliviano, aunque él ya no cumple ninguna función oficial. El silencio mediático beneficia al sujeto que controla la zona del Chapare, que conoce todo lo que sucede allí y tiene a su alrededor un “ejército” de guardias personales armados (según fotos que hemos visto), pero no hace nada para frenar el narcotráfico.  

 Lo sucedido a mediados de mayo confirma, una vez más, que Bolivia no es un país “de tránsito” de la droga como quisieron hacernos creer los gobiernos de Evo Morales, sino un territorio penetrado por el narcotráfico, plenamente integrado a la red del crimen organizado internacional. La producción de cocaína ha crecido exponencialmente durante 17 años, y la prueba es que las confiscaciones de droga aumentaron. Los expertos saben que apenas se logra capturar el 10% del total que circula. El exministro Carlos Romero quiere aparecer como un santurrón, pero todos sabemos que el narcotráfico creció con la llegada del MAS al poder.

 A pesar de ser etiquetada como la operación “más grande” de la historia de Bolivia, no cayó preso ni un solo narcotraficante. ¿No ha aprendido todavía el ministro de gobierno cómo armar un perímetro de seguridad para impedir la huida de los maleantes? No es la primera vez que escapan, advertidos de antemano. No olvidemos (tan rápido) que desde los gobiernos de Evo Morales existe una enorme corrupción en la FELCN, y que al menos cinco altas autoridades antidroga de la Policía Nacional, cayeron por narcotráfico: René Sanabria, Maximiliano Dávila, Oscar Nina, Gonzalo Medina y Omar Rojas. Un balance vergonzoso.

 Tres días después otro allanamiento provocó un ataque armado de narcos a las fuerzas de la FELCN y tampoco hubo presos. El Chapare está controlado por narcotraficantes y una amplia red de complicidad criminal, pero ya no es noticia de primera plana.

 ¿Será que el narcotráfico se ha “normalizado” en la vida cotidiana de los bolivianos? Parece más importante el fútbol, ese circo que adormece a muchos, o la vida y muerte de los famosos. Casi todos los días tengo la impresión de ver las mismas tapas en las ediciones impresas de los diarios, y en las páginas interiores la reiteración del mismo diagramado (copy & paste), variando el titular, pero con las mismas fotos en el mismo espacio (señal de flojera). Como columnista, me siento peor que como lector, porque luego de haber colaborado durante 50 años en los principales diarios nacionales, tengo la impresión de que la agenda noticiosa diaria perdió el oriente.

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Ahora hacen los partidos entre jueces y cantantes. Tendríamos que hacer uno entre los ministros y la mafia: en resumen, un partido amistoso.
—Roberto Benigni
 

26 junio 2023

Cruzada por la justicia

(Publicado en Página Siete y en Los Tiempos el viernes 28 de abril de 2023)

 Pasaron ya dos meses desde que terminó este gran esfuerzo colectivo que no arrojó el resultado que esperábamos, por las razones expuestas en el artículo.

 Ha concluido una etapa de la epopeya de quienes quieren justicia en Bolivia. Se venció el plazo que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) fijó a los juristas independientes para reunir un millón y medio de firmas con el propósito de introducir cuatro reformas concretas y fundamentales en el proceso de elección de magistrados del sistema judicial.

 Dominando por militantes masistas e instrumentado por el poder Ejecutivo a través del ministro Lima-Limón (que anuncia públicamente las decisiones del poder Judicial o Electoral antes que ellos), el TSE puso la vara muy alta y enormes piedras en el camino: más firmas que para fundar un nuevo partido político y menos tiempo que para organizar cualquier proceso electoral.

 A pesar de la estrategia para derrotar por el cansancio y la desesperanza, la ciudadanía respondió con entusiasmo y compromiso. Somos cerca de un millón de bolivianos (833.115) los que participamos con nuestra huella y firma, y apoyando mesas y brigadas móviles que se desplazaron a los barrios para explicar a la población las razones por las que era importante firmar. En el departamento de La Paz, pese a la adversidad, se recogieron 163.942 firmas. En Santa Cruz 304.990, en Cochabamba 204.269.

 Todo el trabajo se hizo a través de voluntarios que tuvieron el coraje de resistir a los ataques verbales del gobierno y físicos de las huestes masistas que amenazaban a las personas que se instalaron pacíficamente en puntos clave de las ciudades. Esa tarea se hizo con enorme responsabilidad y dedicación, pero sobre todo con mucho compañerismo, que permitió constituir vigorosas redes de voluntarios a quienes quiero rendir homenaje en esta columna. No importa si el TSE oficialista invalida el gran esfuerzo, lo que importa es que volvimos a ratificar nuestra capacidad de organización y de movilización con base en el compromiso y no en las prebendas y chantajes, como suele hacer el gobierno en sus movilizaciones.

 Mi aporte fue pequeño. Estuve el primer día en la plaza Camacho y mi firma figura entre las diez primeras del primer libro que firmaron los juristas independientes. Luego participé en contadas ocasiones en mesas de Calacoto y frente a la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), cuyas autoridades, al igual que las de la Universidad Católica (UCB) dieron muestra de cobardía y de complicidad con el régimen del MAS.

 En aquellas ocasiones, pero sobre todo leyendo el chat del Macro Distrito Sur, pude apreciar la valentía y el esfuerzo de varias decenas de personas, sobre todo mujeres, que se involucraron en esa digna tarea. El amor por la justicia y por la libertad se ratificó en aquellas mujeres que día a día, bajo el sol, la lluvia o el granizo (me tocó una granizada en San Miguel), se turnaron en la ciudad de La Paz para atender las mesas de firma, y para proveer con su aporte monetario los materiales necesarios: mesas, sillas, sombrillas, tinta, bolígrafos y alcohol.

 No sería justo escribir lo anterior sin mencionar, aunque sea por sus nombres de pila, a algunas de las mujeres y varones más esforzados, aquellos que en el chat del Macro Sur X la Reforma compartían con alegría cada vez que cerraban un libro del TSE con 100 partidas. Pienso en Charo, Carmen A. y Carmen C., Silvia, Iván, Javier y Eliana, Georgi, Isabel, Kathia, Normy, Roxana, Rosalía, Ximena, Negrito, Pamela, Rosario, Rodmy, Georgina, Daisy, Carmiña, Cintia, Lourdes, María, Mery y Mary, Mercedes, Ceci, Luli, Roberto, Lia, María Elba, Emma, Ruth, Gina María y tantas otras que mostraron capacidad y compromiso. Sin duda no están aquí todas mencionadas, pero qué ejemplares mujeres (y algunos varones). 

Amparo Carvajal 

 Más allá de los resultados que no deben desanimarnos, en tres meses se ha tejido una red de voluntades y amistades más valiosa que todas las presiones y el poder prebendal ejercido por el régimen para impedir que los ciudadanos se expresen a través de esta iniciativa popular.

 Es cierto que no fue fácil. En un país con la pesada carga administrativa pública de 520 mil funcionarios, muchos de ellos pasaban de largo con los chalecos y gafetes de algún ministerio, olvidando que nosotros pagamos sus salarios con nuestra tributación. Es decir, muy ufanos con nuestra plata. La Paz, sobre todo, sufrió de esa indolencia y complicidad con el régimen.

 También faltaron jóvenes, hubo pocos. Muchos son indiferentes y apáticos, y están más preocupados por los “peluditos” callejeros y por lo que sucede en su círculo cercano de diez amistades y 50 metros alrededor, que por el destino de este país sometido al autoritarismo que se ha enquistado en el poder con más violencia y corrupción que las dictaduras militares.

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El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan.
¾Pablo Neruda
 

 

24 junio 2023

Perfil de un sicario digital

(Publicado en Los Tiempos el domingo 5 de marzo de 2023)

 Disparan desde la sombra, se enmascaran detrás de un nombre falso, son cobardes por naturaleza, nunca dan la cara. Insultan, difaman y amenazan desde su mediocre escritorio de funcionarios públicos o algún “búnker” subterráneo.

 Hace tiempo que quiero escribir sobre estos mercenarios del MAS, y he ido acumulando perfiles de Twitter que usan para esconderse mejor. Hay algunos perseverantes que me siguen (insultando) desde hace años, otros más espontáneos, sin historia.

 La noticia de que Meta (compañía matriz de Facebook e Instagram) detectó más de 5 mil cuentas falsas de “guerreros digitales” del gobierno boliviano y las canceló, me dejó de alguna manera triste, porque a veces colecciono los insultos como quien colecciona tarjetas postales. Tendré que conformarme con los insultos tuiteros, los más fieles. Lo grave del informe de Meta difundido a fines de febrero es que el régimen del MAS gastó más de un millón de dólares en pagar publicidad para promover esas cuentas falsas (y falaces), además de los sueldos y los equipos de informática de los oscuros habitantes del “búnker”. Todo eso con nuestros impuestos: menuda manga de oportunistas y bribones sin oficio.

 Antes decíamos “el papel aguanta todo”, para significar que lo que está escrito sobre una hoja de papel no vale mucho. Los programas de gobierno, las promesas electorales o las propias leyes, que se ven muy bien sobre el papel, con frecuencia no valen ni la tinta con que se escriben o se imprimen. Eso se ha multiplicado al infinito con el uso y abuso de las plataformas virtuales, mal llamadas “redes sociales”, pues ni son redes ni son sociales.

 Plataformas como Facebook o Twitter permiten que cualquier sicario digital pueda crear una cuenta con seudónimo para lanzar bosta con ventilador. Hay loquitos o inmaduros que lo hacen por deporte, pero en el “proceso de cambio” de Bolivia esta es una estrategia bien organizada, que le cuesta el erario (es decir a todos nosotros) muchos millones.

 Para esconderse los sicarios se inventan nombres. En Twitter, algunos usan el nombre y la foto de algún personaje famoso, como “Albert Camus”, el escritor francés, o el “Che Guevara”. Otros prefieren un seudónimo común, de los que hay miles, como “Roberto Fernández”, “Manuel Rodríguez” o “Ricardo Pérez”, otros q’ewas usan nombres como “Llamero”, “Hawas Pankarita” o “Ama Llulla”, para reivindicarse como autóctonos. Finalmente están los creativos: “Biométrico”, “Urraca parlante recargado”, “Guerreros samurái”, “Golpista podrido”, etc.

 La manera de detectar las cuentas falsas de los guerreros digitales es muy sencilla. Los datos están en los propios perfiles que publican. Doy como ejemplo las cuentas de Twitter:

 1. Los perfiles de los guerreros digitales tienen pocos seguidores, pero muchos tuits. Es normal que tengan menos de 100 seguidores y más de mil tuits. Probablemente les pagan por cada tuit, con nuestro propio dinero.

2. Si uno se fija en el perfil, junto al nombre que aparece, siempre hay una cuenta que a todas luces es falsa. Por ejemplo “@camusalberto45678”, “@9682VFidel”, “@Roberto33333”, “Fernand6525696” “@elciudadano54”, “@Jorge8372927” o cualquier otro número aleatorio que indica la cobardía de ocultar al autor verdadero.

3. Todos los perfiles falsos omiten la foto de identificación. Unos ponen paisajes, otros colocan símbolos como la wiphala, otros ponen fotos de algún personaje.

4. El contenido de los tuits es reactivo: ataque y difamación de las voces críticas, usando con frecuencia palabras soeces y calumnias, pero nunca argumentos, porque no los tienen.

 Me ha tocado encontrar perfiles de sicarios digitales sin ningún seguidor, como si la cuenta se hubiera creado solo para responder a uno de mis trinos. Los “guerreros digitales”, mediocres asalariados del Estado, me han dicho de todo un poco en sus tuits. Desde amenazas de muerte hasta insultos como “agente de la CIA”, “lacayo de la Embajada gringa” (donde nunca he estado) o “narcotraficante”, pasando por epítetos que ellos creen ofensivos como “viejo”, “decrépito”, “anciano moribundo” y otros que revelan su mentalidad discriminadora. Alguna vez, impotente y frustrado, uno de ellos escribió: “muérete de una vez”.

 Lo peor que uno puede hacer es darles cuerda a esos cobardes. Nunca respondo a los guerreros digitales ni a los sirvientes del MAS (aunque firmen con su nombre verdadero) y eso los enfurece aún más, pues empiezan a gritar poniendo en mayúsculas todas las palabras de sus tuits.

 Para vengarse, han clonado mis cuentas varias veces, o las han hecho suspender durante algunos días o semanas. Nada de eso les ha servido.

 El anonimato es una condición que los desnuda. No sabemos su identidad real, pero sabemos una cosa importante: son cobardes y les pagan para insultar a otros, sin argumentos, sin razonamiento, solo improperios. Uno siempre tiene una ventaja moral sobre ellos cuando usa su verdadero nombre y foto de perfil. Contra esa contundencia de opinión, están desarmados.

 Hay maneras de rastrear a los propietarios reales de esos perfiles, pero me da flojera hacerlo. Para abrir una cuenta han puesto una dirección de correo electrónico o un número de teléfono celular. Por mucho que la cuenta de correo sea también falsa, la persona que la abrió puso un número de teléfono real, que permite a los expertos en informática rastrear hacia atrás el origen de cada cuenta falsa. Pero, qué pereza dedicarse a eso. No vale la pena perder el tiempo. Que sigan chillando y recibiendo puntuales pagos, mientras nosotros seguiremos ofreciendo nuestra opinión sin escondernos


 Hace algún tiempo circuló en las redes un video donde un guerrero digital del MAS, muy orgulloso de su condición, muestra las instalaciones que les ha brindado el gobierno para hacer su sucio trabajo. En el video se ve una veintena de computadoras flamantes, y aplicados mercenarios y guerreras digitales haciendo lo único que saben hacer en la vida: mentir. Me pregunto si al menos uno de cada diez siente algún cargo de conciencia o dilema ético. 

 Los sicarios digitales son bastante ignorantes de la historia de nuestro país, por eso se permiten publicar las estupideces que escriben con pésima ortografía y sintaxis. No saben lo que es la dictadura ni la democracia, en su pobre vida nunca han luchado contra regímenes autoritarios, ni han conocido la represión o el exilio, pero se permiten insultar a quienes sí hemos estado exiliados y perseguidos por regímenes autoritarios, sean dictaduras militares o autocracias civiles como la de Evo Morales.

 Finalmente, me dan pena los empleados públicos a quienes se les obliga a ensalzar a sus jefes en las cuentas de Facebook o Twitter, y denigrar a quienes critican al MAS. Estos funcionarios son además obligados a dar “aportes” de sus salarios para sostener a los ociosos dirigentes masistas, y asistir a las marchas del gobierno como relleno. Sus jefes les pasan verbalmente y a veces por escrito las consignas que tienen que repetir, como piezas del mecanismo de avasallamiento del Estado. Todos conocemos a gente que trabaja en los ministerios y nos puede contar cómo los humillan con estas obligaciones de las que dependen sus salarios y su puesto de trabajo.

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El odio es la venganza del cobarde.
—George Bernard Shaw  


22 junio 2023

La mirada inquisitiva

(Publicado en el suplemento Letra Siete de Página Siete el domingo 2 de abril de 2023)

 Roland Barthes escribió magníficos textos sobre la fotografía, también lo hizo Susan Sontag, pareja de Annie Lebovitz.

 En el caso de “Miramientos” (1997) de Javier Marías el ejercicio es diferente: no se trata de un análisis teórico sino de una lectura sensorial de la imagen. Marías comenta en breves capítulos varios retratos de escritores de habla castellana, entre ellos los propios. No es la primera vez que realiza ese ejercicio de interpretación, ya lo hizo en su libro “Vidas escritas”, donde comentó en la última parte los retratos fotográficos de 37 autores. Al no haber incluido ninguno de lengua española, en “Miramientos” corrige esa omisión.

 Como suelo hacer con muchos libros, pero principalmente los de Javier Marías, dejé para el final el prólogo inductor de la infaltable Elide Pittarello e incluso la propia introducción de Marías, para encarar sin prejuicios los textos. 

 Organizado en orden aproximadamente cronológico, el libro comienza con dos hermosos retratos de Valle Inclán, con su inconfundible “barba fluvial”, blanca y larga como una cascada de espuma. Marías señala con propiedad lo que se ve, pero también lo que se esconde en la fotografía, por ejemplo el brazo izquierdo inexistente, amputado por un accidente y hábilmente disimulado en ambas fotos tomadas por “Alfonso” (Alfonso Sánchez García, 1880-1953) un nombre detrás del cual se disfrazaba el trabajo documental de al menos cuatro fotógrafos a lo largo de cuarenta años de la historia de España, que dejaron como acervo más de 100 mil negativos. 

 Javier Marías no toma en cuenta a los fotógrafos, ni siquiera tan emblemáticos como Alfonso. Rara vez los menciona, como si él quisiera hacer un retrato sobre el retrato que de alguna manera lo cubre con una nueva capa, su propia mirada.

Ramón del Valle Inclán 

 A cada autor cuyas fotos desmenuza le pone un adjetivo distinto, a manera de título que en una palabra debiera definir al personaje. A Valle Inclán le añade el membrete de “invulnerable”, Jorge Luis Borges es “desvalido”, García Lorca es “asilvestrado”, Luis Cernuda recibe la calificación de “vencido”, Horacio Quiroga es “vehemente” y así uno a uno, aunque el texto no justifique plenamente la adjetivación.

 La lectura de una imagen, cualquiera que sea, retrato, paisaje o escena de la vida cotidiana, requiere sensibilidad, conocimiento y cultura. La mayoría de los ojos no ve, por ejemplo, esos detalles aparentes y otros invisibles que no escapan a Marías y a otros escritores y pensadores capaces de atravesar la superficie de una imagen y levantar las capas de interpretación para descomponerla.

 Si bien la selección incluye importantes escritores (la mayoría de ellos ya fallecidos cuando se publicó la primera edición del libro), no es el propósito elaborar una lista de “los mejores” autores y tampoco de los mejores retratos. De hecho, casi todos los retratos son bastante banales pero adquieren notoriedad gracias al comentario que hace de ellos Marías. No hay un criterio de selección que pretenda imponer un canon.

Guillermo Cabrera Infante 

 En casi todos los ejemplos Marías comenta dos retratos de cada autor, separadas por el tiempo (juventud y ocaso), pero excepcionalmente incluye tres retratos (Cabrera Infante), e incluso cuatro (Antonio Martínez Sarrión y Luis Cernuda), o seis (Horacio Quiroga y él mismo, en un arranque narcisista).

 Marías presta siempre atención a los detalles: los ojos y la mirada (que no es lo mismo), la posición de las manos, la calidad de la piel, la vestimenta y el porte (que tampoco es lo mismo). De Borges dice que “nunca fue joven” a juzgar por las fotos más conocidas, incluso antes de su ceguera. En la frente del escritor argentino distingue “perfiles de pájaros en un Van Gogh (en la foto más antigua) y “la corteza de un árbol” (en la más reciente). Dice que Borges ya no posa porque “no puede controlar lo invisible ni sentirse herido por quienes lo inmortalizan”.

 Se expresa con mayor cariño e intimidad sobre los retratos de escritores a los que frecuentó, como Vicente Aleixandre y Juan Benet, lo que le permite incluir algún apunte testimonial. Puede ser implacable con otros, pero no con Bioy Casares por cuya “belleza” manifiesta una suerte de encantamiento: “… y uno pensaría que tal regalo ha sido un lastre un freno para su figura pública: en el fondo un escritor guapo no está bien visto, no es lo que se espera de él y en ello hay algo de afrenta”.

 Lamentablemente la reproducción de los retratos en la edición argentina de 2008 es bastaste deficiente, algunas fotos han sido incluso recortadas, de manera que el texto aparece comentando detalles que han quedado afuera de la imagen (es el caso del primer retrato de Bioy Casares y el segundo de Martínez Sarrión). Hay editores que cultivan el descuido y no entienden ue recortar una foto es lo mismo que hacerlo con un texto. 

Rabindranath Tagore 

 La única mujer incluida en la selección es Victoria Ocampo. Su foto de joven es histórica pues aparece en 1930 en París junto a Rabindranath Tagore, premio Nobel de Literatura 1913. Marías no simpatiza con Tagore, por eso subraya la actitud de Ocampo que “ni atiende al fotógrafo ni atiende al sabio”.

 Hay párrafos notables como el que le dedica a la segunda foto de Cabrera Infante, quizás porque es también uno de los mejores retratos del libro: “El elemento asiático que no se veía ha surgido con determinación: los ojos se han achinado y quizás no sólo por las gafas redondas de trotskista exiliado, sino por el bigote y la barba aguda que lo emparientan con un espía de los que no disimulan o con el mismísimo Fu Manchú”. De Neruda apunta: “Pero esos ojos saltones y un poco despreciativos, la cara ensanchada, confieren al hombre reminiscencias del batracio”. Sobre la última foto de pasaporte de Luis Cernuda dice: “Aquí el hombre maduro se muestra como lo que siempre fue y tal vez anduvo disimulando, después y antes: un derrotado”. Y sobre Horacio Quiroga escribe: “Más que un hombre de acción o de campo parece un misionero, un asceta que ha elegido la selva cuando ella no lo ha señalado”.

Javier Marías 

 De sus propios retratos de “farsante” (usa esa palabra), menciona varias veces los labios femeninos insinuando la sexualidad indecisa que lo acompañó toda su vida. Hace un esfuerzo para mirarse a sí mismo desde afuera, como quien analiza las fotos de un pariente lejano: “la otra faceta, la histriónica, no lo abandona jamás del todo”. “Pero cuánto se dice de los demás es leyenda siempre, sobre todo si no están vivos y son sin embargo contemporáneos”, anota como si calificara de efímero su propio ejercicio.

 La lectura de este libro es un juego de complicidad entre el que escribe y el que lee, porque al fin de cuentas el ejercicio literario de Javier Marías tiene muy poco o nada que ver con los retratos fotográficos de los personajes, y más con su propio estilo especulativo y ambulatorio, esa manera de darle vueltas a cualquier cosa o tema para desarrollar frases inteligentes, a veces brillantes.

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La posibilidad de vivir empieza en la mirada del otro.
—Michel Houellebecq 


16 junio 2023

La vida de un electrón libre

(Publicado en el suplemento Letra Siete de Página Siete el domingo 30 de abril de 2023)

 Toda vida es fascinante, ningún ser humano pasa por el mundo como un ventarrón, pero pocos pueden narrar su propia historia de manera atractiva para los demás, en apenas 263 páginas. Es lo que hace Matthias Preiswerk en sus memorias tituladas “Travesías – Itinerario pedagógico, teológico y político” (Plural, 2022), que he leído con inmenso placer no solamente porque conozco a Matthias desde hace muchos años, sino porque es un libro impecablemente escrito, en perfecto y delicioso castellano, a pesar de no ser el idioma materno de su autor.

 Hay otro motivo íntimo: empecé a leer el libro en voz alta cuando acompañé a Xavier Albó en sus últimas horas de vida en Cochabamba. No sé si Xavier oía (la enfermera dijo que sí), pero ojalá hubiera escuchado algunas páginas de la vida de su amigo suizo, compañero de aventuras de investigación. Temprano al día siguiente, Xavier expiró en tranquilidad. Quizás el testimonio de Matthias fue lo último que resonó en su espíritu.

 El libro cautiva desde la introducción. El autor explica la naturaleza de sus itinerancias narradas para sí mismo, para su familia, para sus amigos y para un público más amplio que puede beneficiarse de la extrema sinceridad y compromiso comunicativo: “Partir para aprender, atravesar y dejarse atravesar”, dice parafraseando a Michel Serres.

Matthias Preiswerk

 En seis capítulos esculpidos con voluntad de perfección y a la vez de amenidad, Matthias narra su existencia desde su juventud en Suiza hasta su jubilación en Bolivia. Es un balance lúcido de una vida dedicada a los demás, aunque como señala al final: “Al compartir mis travesías he renunciado a toda pretensión edificante porque el itinerario recordado quiere ahorrarse enseñanzas y conclusiones”. Pero sí las hay, y muchas, si el lector aborda el testimonio con apertura intelectual y deseo de aprender.  

 Lo que marca la vida de Matthias es “la cadena de producción teológica”. Desde muy joven en una familia “protestante intercultural”, participa en grupos parroquiales, en círculos de oración y comunidades de base que buscan una iglesia diferente, orientada hacia el ecumenismo y alejada de las imposiciones institucionales. Ahí se inicia el recorrido exterior, físico, pero también interior y reflexivo, que incluye la “aventura y riesgo” de optar por nuevos rumbos y raíces.

 Antes de dar el salto a América del Sur, hay vivencias que marcan esa etapa felizmente influenciada por la juventud que emerge de los movimientos estudiantiles de mayo de 1968 que proponen “cambiar la vida”. Sus apuntes son muy interesantes sobre el diálogo entre diferentes confesiones, reinventando a nivel local las prácticas religiosas que derrumban los muros que separan a los jóvenes motivados por ideales de justicia social: “No somos los últimos cristianos de un mundo que se agota, somos los primeros cristianos de un mundo nuevo”.

Su resistencia a las imposiciones institucionales tiene una primera prueba durante su servicio militar en 1972, donde inicia su activismo antimilitarista en un comité de soldados. Aún cuando el ejército suizo es uno de los más abiertos y pacifistas del mundo, “no tolera el diálogo ni cuestionamiento alguno”, por lo que trató de impulsar cambios desde adentro.

 Dice el autor que su partida a América del Sur “se parece más a una evasión” y que llevaba entonces la maleta cargada de estereotipos y de mitos. Muy rápidamente se produjo una “conversión” -como él mismo dice, porque su llegada en 1975 a Argentina, en tiempos que preludian la dictadura militar después de la muerte de Perón, significó aterrizar de panzazo en una realidad política que ya caracterizaba al cono sur de América Latina. Su experiencia de vida comunitaria le sirvió bastante, pues encontró espacios similares que le permitieron iniciar su aprendizaje. Matthias nos hace descubrir a muchas personas religiosas, de extraordinaria calidad humana, que dedicaron su vida a la causa de la libertad, cruelmente desaparecidas o exiliadas por la dictadura. Habla con generosidad de quienes inspiraron sus pasos y confiaron en él.

 El testimonio remite a episodios de hace 50 años como si fuera ayer, lo cual muestra la excelente memoria selectiva de su autor. La abundancia de nombres, circunstancias y fechas le otorgan verosimilitud al relato: esta es una vida vivida plena y conscientemente, no es una vida novelada. Para separar los párrafos informativos y menos personales (sobre instituciones o personas que conoció), utiliza un margen y una tipografía diferente.

 “Una credulidad proporcional a mi ingenuidad” lo lleva a aceptar en 1976 una vaga invitación a Bolivia, donde se inicia la etapa definitiva de su vida, no solamente por su mayor implicación política e institucional, sino porque descubre el amor (Carmen Bilbao), determinante en su decisión de optar por nuestro país como segunda patria.

 Así se vincula “al mundo de la espontaneidad y de la informalidad bolivianas”. Su amor por Bolivia, que él adopta y que lo adopta, no es sin complejos. Por donde va arrastra la marca de ser suizo, que algunos le hacen sentir y otros no. Su voluntad se impone y su contribución al país, aunque él la describa de manera autocrítica y humilde, es grande, tanto en la construcción de espacios de reflexión y educación teológica, como de investigación en temas sociales y culturales.

Xavier Albó 

 No solamente lo recibe Bolivia en condiciones de vida muy precarias que él acepta con resignación, sino que además debe hacer frente a la mezquindad de quienes quieren difamarlo dentro de la iglesia metodista, donde irrita su manera de pensar con libertad. En compensación, conoce a Gregorio Iriarte, Amparo Carvajal y el grupo gestor de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB) en la recta final de la dictadura de Banzer.

 “Hoy es jueves 17 de julio de 1980” … Todo el libro está narrado en tiempo presente histórico, lo cual al principio me incomodó, como también me contrarió el exceso de explicaciones al pie de página (muchas podrían ser parte del texto principal), pero a medida que se avanza en la lectura el estilo optado por el autor se impone en el lector.

 Además de su vivencia política, de sus éxodos y retornos, de sus visitas a otros países, una buena parte del libro se ocupa de describir en detalle su dedicación a la “construcción de la casa”, metáfora del Instituto Superior Ecuménico Andino de Teología (ISEAT) donde invierte lo mejor de su experiencia y pensamiento, sin esconder los “vicios ocultos” que a la larga producirán frustración y alejamiento.

 Sobre la teología de la liberación y sobre la educación popular deja también apuntes críticos que desnudan el mesianismo y el vanguardismo. Su mirada política sobre Bolivia, que se extiende sobre los años autoritarios del MAS, es como un espejo para el lector boliviano.

 Dejo el resto a la curiosidad de los lectores, que disfrutarán el relato de vida de este “electrón libre” de origen suizo, pero más boliviano que muchos de nosotros.

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No nos dejes ser tan prudentes. Que queramos contentar a todos. Tu palabra es hiriente como espada de dos filos. Además de las bienaventuranzas, también pronunciaste las maldiciones.
¾Luis Espinal