27 noviembre 2014

Luz y movimiento en Ramírez Villamizar

Que nadie es profeta en su tierra es cierto las más de las veces, pero hay excepciones. Hay países y hay ciudades que honran a las mujeres y hombres que han destacado en alguna disciplina, y al honrarlos se honran a sí mismos como lugares memoriosos y agradecidos. Hay otros donde solamente el oportunismo de última hora es celebrado. 



Esto me viene a la cabeza luego de visitar en la pequeña ciudad de Pamplona, en Colombia, el Museo de Arte Moderno Ramírez Villamizar, que reúne una colección importante de los trabajos donados por este gran escultor, además de obras de otros artistas colombianos: Negret, Rayo, Roda, entre otros.

El museo está alojado en una hermosa casa colonial de dos pisos sobre el Parque Águeda, un amplio espacio en el centro mismo de Pamplona. Como otras casas de la colonia conserva la altura generosa de sus techos, la organización de los ambientes alrededor de un patio interior sobre el que ofrece amplias galerías de columnas de madera. La portada de la casa y amplitud del zaguán que da a la calle permite adivinar que allí entraban carros tirados por caballos

La casa aún conserva en algunos de sus ambientes restos de pinturas murales de autores anónimos, entre las que destaca un San Cristóbal en el descanso de la escalera principal. Al pie del magnolio ubicado en esta casona reposan las cenizas del maestro Ramírez Villamizar.

Las 40 obras de Ramírez Villamizar ocupan los espacios más importantes del museo, que cuenta en su colección con trabajos de más de 80 artistas, aunque no todos en exhibición. Las esculturas del artista son representativas de épocas diferentes de su trayectoria entre 1945 y 1990: pintura figurativa, abstracción lírica, expresionismo, cubismo y abstracción geométrica (a la que pertenece la mayoría de sus obras), pues comienza a trabajar en esta forma de expresión hacia 1959.

Aunque no soy muy afecto a la escultura abstracta, la obra de Ramírez Villamizar me gustó.  Sus obras en metal, pesadas por el material de que están hechas, tienen sin embargo una propiedad de levedad que las hace flotar en el aire. Hay obras que son como espejos, que parecen moverse cuando uno las observa desde diferentes ángulos. No hay una sola que ofrezca un solo punto de vista, pareciera que todas se mueven delante de quien las observa.

Aunque la combinación de colores no es una característica común a las obras expuesta, hay una en particular que combina el negro con amarillo y rojo, que me sorprendió. Se trata de una gran escultura cuyo ángulo de inclinación sugiere que está en delicado equilibro, y es como si contuviera en sus formas rectas y sus ángulos movimientos perpetuos, según un plan mágico calculado por el artista.

Miro las fotos que tomé y son evidentemente planas, un solo ángulo de apreciación, mientras que cuando uno rodea las esculturas las siente vivas, reflejando luz, transformándose delante de uno. Este es uno de esos casos donde la fotografía es claramente insuficiente para describir una obra de arte.

Marta Traba, especialista en arte que falleció el año 1983 en un accidente de aviación,  escribió que Ramírez Villamizar “no ha permitido que nada irracional ni pasional se infiltrara en sus obras, pero estas no corresponden a una definición mental estrecha, ni pertenecen a una geometría plana reconocible: las rectas aceptan las curvas, grandes planos admiten terminaciones imprevistas, formas cerradas se emparientan con formas abiertas. La estructura lógica aparentemente impersonal y desapasionada de sus relieves, va pareja a una fantasía geométrica o a una geometría fantástica –como queramos llamarla, que en cada obra presenta una solución inesperada”.

Un dato triste: los ciudadanos de Pamplona no conocen esta joya de museo, aunque está situado sobre el parque principal.  El vigilante que atiende a la entrada nos informó que no más de seis o siete personas por semana, visitan el museo. Un verdadero desperdicio. Y el precio de la entrada es tan barato, que no alcanza probablemente ni para cubrir los gastos mínimos de mantenimiento.

La trayectoria del artista es más o menos típica de aquellos que hicieron su obra a mediados del siglo pasado y tuvieron la oportunidad de exponer sus ideas y su arte frente a las corrientes en boga en las grandes ciudades europeas. Nacido en Pamplona el 23 de agosto de 1922, murió ese mismo día del año 2004, como si fuera otro de sus cálculos premeditados.

Durante su juventud, luego de estudiar Arte y Decoración en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, comenzó como acuarelista en un estilo figurativo, pero pronto abandonó la acuarela y empezó a trabajar con óleo. Sus vivencias en París de 1950 a1952 le permitió conocer la obra de artistas como Picasso, Brancusi y Vasarely, que lo influenciaron. La abstracción geométrica de la postguerra y en especial la obra de Vasarely hicieron que se volcara hacia la escultura.

A lo largo de las décadas siguientes hizo largas estadías en París y en Nueva York, pero cada vez regresaba a Colombia para empaparse de la realidad cultural y política de su país. Su escultura evoluciona y adquiere movimiento durante su estadía en Nueva York a principios de los años 1960, trabaja intensamente el volumen en sus tres dimensiones y el movimiento interno y externo de sus esculturas, reduciendo su gama cromática a blanco, negro y rojo.

Cuando en 1974 regresa definitivamente a Colombia y se instala en Bogotá, es un artista ya reconocido internacionalmente y en su propio país. Realiza varias obras públicas y participa en eventos internacionales como la Bienal de Venecia en 1976 donde presenta obras con volúmenes inclinados, en equilibrio.

El museo de Pamplona es una oportunidad única para conocer y reconocer la obra de este artista colombiano.

_________________________________ 
No dejo que la geometría domine mi obra. Creo que la expresión y la sensibilidad tienen que dominar los materiales. Lo que primero debe tener una obra de arte es poesía; sin poesía, sin misterio sería apenas geometría, y esta, sola, no es arte.
Eduardo Ramírez Villamizar


21 noviembre 2014

De Cúcuta a Pamplona

En las ciudades visitadas no quedan grabadas las huellas de los caminantes, pero en la memoria del caminante siempre quedan impresiones de los lugares que recorre, sobre todo si lo hace con pasos que tejen nuevas relaciones.

A mediados de noviembre estuve en la Universidad de Pamplona (Colombia) para dar una conferencia sobre “Sistematización de experiencias en comunicación para el cambio social” y para facilitar un taller en el marco de la XI Semana de la Comunicación. Adriana Vega, la organizadora, me había invitado dos veces en años anteriores, pero recién ahora pudimos hacer coincidir las agendas y disfrutar el encuentro.

Pamplona es una población de 60 mil habitantes, cuya actividad gira en torno a la universidad pública. Las calles están repletas de estudiantes que saludan al pasar como si lo conocieran a uno de toda la vida. Ayuda el hecho de que sus profesores les hubieran dado a leer algunos textos míos como Haciendo Olas o El cuarto mosquetero. Es como para sentirse en casa (mejor, en muchos sentidos).

Las conferencias centrales de Rosa María Alfaro, Iñaki Chaves y otros colegas garantizaron el éxito de la participación. El interés de los estudiantes puede medirse por el hecho de que tenían que pagar aproximadamente 30 dólares para inscribirse, y no dudaron en hacerlo. En Bolivia los estudiantes de comunicación están acostumbrados a que los eventos sean gratis, por eso quizás no los valoran.  

Estuve años atrás en el Norte de Santander, en Bucaramanga, a 124 kilómetros de distancia de Pamplona por la ruta 66 (como la de la famosa canción). Ahora aterricé en Cúcuta, a una pedrada de distancia de la frontera con Venezuela. La frontera natural es el río Táchira, de pocas aguas pero mucha historia. Sobre el puente que une a ambos países ofrecieron un “Concierto por la paz” Juanes, Miguel Bosé, Juan Luis Guerra, Carlos Vives, Ricardo Montaner y Alejandro Sanz el 16 de marzo del 2008. Ahora no registra mucho movimiento porque la crisis económica de Venezuela hace que para los venezolanos resulte demasiado caro cruzar a Colombia, y para los colombianos ya no es interesante llegar a Venezuela y encontrar los supermercados vacíos.

A la izquierda Colombia, a la derecha Venezuela
Gracias a William Javier Gómez, director del Departamento de Comunicación Social, pude hacer esa visita fugaz a Venezuela. Quería vivir la experiencia de estar en la mitad del puente, sobre la línea fronteriza, donde si uno extiende el brazo para mirar la hora, en el lado venezolano es media hora más tarde que en el lado colombiano, (según una disposición del Comandante Chávez que nadie se atrevería a discutir). Así, el cuerpo está a un lado de la frontera y el brazo en el otro, adelantado.

Mientras Cúcuta tiene un clima cálido, a veces asfixiante, Pamplona está 2 200 metros de altitud y su clima se parece al de Bogotá: cambia cada cinco minutos entre lluvia y sol. A Pamplona llega además la niebla que invade de pronto el pequeño valle y baña los cerros de melancolía. Esta es una de las ciudades más antiguas de Colombia, fundada en 1549 por Pedro de Ursúa, y ha tenido a lo largo de su historia varios títulos extraoficiales: Pamplona de las Indias, Ciudad de Ursúa, Ciudad de las Neblinas, Ciudad Patriota, Ciudad Mitrada, Ciudad Estudiantil, Pamplonilla la Loca, entre otros.

Astrid Gómez y William Javier Gómez 
De haber sido mejor gobernada Pamplona tendría aún la belleza arquitectónica colonial de Villa de Leyva, Popayán o Mompox, pero lamentablemente ha perdido una buena parte de ese encanto, aunque quedan en el cuadro central algunas casas que conservan sus características de origen. Precisamente dos de ellas, la Casa Águeda y la Casona, donde se realizan actividades culturales, pertenecen a la universidad. Parte de las actividades de la Semana de la Comunicación tuvo lugar en esos espacios, mientras que las conferencias principales las dimos en el Teatro Jáuregui.

A diferencia de otros eventos de comunicación en los que me ha tocado participar, donde las actividades se superponen y los minutos se encogen, en la Semana de la Comunicación de Pamplona se privilegia el tiempo para los intercambios. Cada conferencia magistral ocupó la mañana entera, incluyendo el espacio de preguntas y comentarios, así que no era necesario apresurar el ritmo de la exposición.

William Gómez, Rosa María Alfaro, Alfonso Gumucio, Iñaki Chaves y Adriana Vega
Rosa María habló de “La importancia de la ciudadanía en los procesos de cambio social”, Iñaki se refirió a “La comunicación y las discusiones de fronteras” y Miguel Urrutia al “Cine recursivo, aprende a inventar”. Algo interesante es que durante las conferencias se pedía a los estudiantes poner sus celulares en modo silencioso, pero mantenerse activos enviando tuits con frases de los expositores, con fotos o comentarios propios.  Al final de cada conferencia, se dieron premios a quienes habían enviado más tuits. Es una manera inteligente de hacer que los estudiantes estén alertas y desarrollen su capacidad de escuchar y de sintetizar conceptos. Los tuits se iban proyectando en una pantalla lateral, a la vista de todos.

En la Universidad de Pamplona noté un interés creciente por la comunicación vinculada al cambio social y a los procesos de desarrollo participativo. El último día de mi estadía, antes de partir, tuve una reunión con cinco grupos de estudiantes que compartieron conmigo sus experiencias de trabajo en comunidades. El Colectivo de Comunicaciones Construyendo Historia, de la Universidad San Francisco de Paula, por ejemplo, trabaja en la localidad de San Faustino (en el oriente de Cúcuta) con niños y jóvenes de 12 a 16 años en un programa de construcción de paz a través de fotografía, teatro y danza. Solo se puede entender la importancia de un programa de esta  naturaleza cuando se conoce la historia de violencia de estos municipios donde tanto la guerrilla como las autodefensas llevaban adelante reclutamientos forzosos de niños.

Las demás experiencias, llevadas adelante por grupos de estudiantes de la Universidad de Pamplona, abordan proyectos que tienen que ver con economía solidaria y reciclaje de desechos sólidos, sensibilización sobre medio ambiente urbano, trabajo con adultos mayores, apoyo a las juntas de acción comunal y colaboración con radios comunitarias en Arauca. En todos estos proyectos hay elementos centrales de comunicación, aunque en algunos se la entiende como campaña antes que como proceso. En todo caso destaca la voluntad de estos grupos de estudiantes de proyectar hacia la sociedad que los rodea aquello que van aprendiendo en las aulas.

En el trayecto de regreso de Pamplona a Cúcuta para tomar el vuelo a Bogotá, iba pensando en lo mucho que se puede hacer con estudiantes motivados por la realidad que los rodea, estudiantes que son conscientes del privilegio de llegar a la universidad y de la responsabilidad social que esto significa.
___________________________________________  
Nunca he encontrado una persona tan ignorante
de la que no pueda aprender algo.
—Galileo Galilei  

  

14 noviembre 2014

El viaje intempestivo del Negro Ríos

De los actos intempestivos que Humberto Ríos cometió a lo largo de su vida, tengo que reprocharle el último: irse sin que hayamos terminado nuestra conversación. No es justo.

Humberto "Negro" Ríos, en México, marzo de 2012
El Negro me decía: “Tú y yo somos los únicos bolivianos graduados en el IDHEC”, y lo decía con orgullo, más por lo de boliviano que por haber estudiado en el Institut de Hautes Etudes Cinématographiques, en París, que era entonces la escuela de cine más prestigiosa en Europa.

Teníamos varias cosas en común con el Negro Ríos: ambos bolivianos, cineastas, graduados en la misma escuela en París, exiliados en México en los mismos años… Por ello en nuestras trayectorias había un diálogo permanente que mantuvimos a lo largo de décadas, a pesar de los años que nos separaban.

El Negro estuvo en París desde 1955 hasta 1960, años en los que estudió en el IDHEC y tuvo participación política. Se tuvo que ir de Francia cuando una parte de la célula Jainson, de la cual formaba parte cuando militaba contra la guerra de Argelia, había sido detenida. Regresó a Buenos Aires, a su casa “que era aún la Argentina”.

Aunque pasaba como cineasta argentino siempre se encargaba de precisar, al menos conmigo, que era boliviano, que había nacido en Sucre. Cuando volvió a su ciudad natal luego de muchos años estaba eufórico. El 18 de julio de 2010 me escribió desde Sucre: “Ayer reconocí la Catedral, el seminario que fuera hospital de campaña en la Guerra del Chaco y en donde me operaron de mis oídos por primera vez. No sé qué se hizo del cine en el que teníamos un palco familiar ni del mercado en donde tomaba api morado antes del cine del domingo. Pero el resto sigue casi igual y lo más rico fue recuperar mis sabores picantes”.

Cuando leyó el artículo donde narro mi encuentro en México con Luis Buñuel y  recuerdo que éste me dijo que yo era el único cineasta boliviano que había conocido en su vida, me escribió para decirme que él también había conocido a Buñuel pero no se había identificado como boliviano.  A raíz de eso intercambiamos varios correos donde me habla de su múltiple identidad nacional:

“No me presenté ni como boliviano ni como argentino, simplemente como refugiado... A mí me dan como boliviano o como argentino, según quien lea sobre mí. Unos lo hacen desde que hago cine, otros desde que nací. Por ejemplo en el Annuaire d’élèves de l'IDHEC, figuro como nacido en Bolivia, pero así mismo hablan de mi como argentino. Lo que vos no sabés y ahora te lo cuento, es que cuando fui Jurado en el Festival de Leipzig (ya vivía en el DF) en 1979, el Cónsul mexicano vino a saludarme al Festival, pues yo representaba a México.

“Nunca, en ningún lado, ni en ningún momento autoridad alguna boliviana vino a saludarme, ni aún cuando presenté Al grito de este pueblo, filmada en Bolivia y con la cual recorrí Europa (España, Francia, Suecia, Dinamarca, Holanda, Italia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Bulgaria, etc). En algunos artículos periodísticos figuro como cineasta argentino-boliviano. Y no negué, ni niego, ni negaré nunca mi nacimiento. De los errores u olvidos de otros, no me hago cargo. Tengo documentos argentinos, sí, como tuve mexicanos y aún guardo mi pasaporte boliviano, emitido en 1936, año en el que mi familia me llevó a Argentina. Recién en 1970 regresé a Bolivia a filmar el documental, pero no pude ir a Sucre, ciudad de mi niñez.”

En 1971, cuando se produjo el golpe del Coronel Hugo Bánzer Suarez, el Negro fue de los primeros en documentarlo. Hizo el film Al grito de este pueblo (a un clic de distancia), junto a Hebe Serebrisky y Jorge Hönig. En mi Historia del cine en Bolivia (1982) le dediqué unos párrafos:

“Los cineastas filmaron las jornadas de agosto de 1971 cuando se produjo el golpe militar de derecha.  La película comienza con una revisión histórica, que abarca referencias sucintas a la cultura de Tiwanaku, a la Colonia, a la Guerra del Chaco, a las masacres de trabajadores mineros a lo largo de este siglo, etc.  Se hace una reconstitución de la vida cotidiana del minero, e incluyendo referencias a la masacre de San Juan.  Se entrevista a Domitila de Chungara, aunque sin mencionar su nombre. Como muchas de las películas realizadas por cineastas que no vivían en Bolivia, la de Humberto Ríos peca por una desviación foquista que no contribuye a dar una visión correcta de la realidad política del país.  Una vez más, el eje está dado por una entrevista con el Chato Peredo, que en su análisis no logra explicar, por ejemplo, el sacrificio de decenas de jóvenes universitarios en Teoponte.

“La película incluye también entrevistas con el sacerdote Mauricio Lefevre (asesinado al poco tiempo), con Juan Lechín en la Asamblea Popular, y con Simón Reyes. Las imágenes más importantes son las del 19 de agosto de 1971, similares a las de la película La hora de los Generales.  Los mineros llegan en camiones empuñando dinamitas, para manifestar su repudio hacia el golpe fascista que se ha originado en Santa Cruz. Se produce una manifestación, los discursos, y poco después los combates.  Estas sí son imágenes inéditas, de un valor histórico.  El pueblo se arma como puede, la gente corre transportando a los heridos, los aviones sobrevuelan la ciudad de La Paz. Luego, la Universidad es ocupada por los militares, Bánzer jura a la Presidencia, Gutiérrez y Paz Estenssoro se dirigen a la militancia de sus partidos.  A pesar del montaje caprichoso, a pesar del análisis foquista, no cabe duda de que se trata de una película muy válida desde el punto de vista histórico-documental.”

El Negro mantuvo amistad con innumerables intelectuales y políticos bolivianos a los que conoció en el exilio chileno: Hernán Siles Zuazo, René Zavaleta, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Tota Arce, Mario Arrieta, Simón Reyes, Antonio y Chato Peredo, y otros a los que menciona en la correspondencia que intercambiamos. El 30 de junio del 2012, al enterarse de la muerte de Antonio Peredo por una nota de mi blog, me escribió un sentido mensaje: “Dolor y más dolor por esta noticia. No es posible creerla. No tengo deseos de creerla”. Y recordó que había interrumpido en Santiago de Chile una partida de ajedrez entre los dos hermanos Peredo para entrevistar al Chato sobre la guerrilla de Teoponte.

Pocos meses más tarde, el 20 de octubre del mismo año escribió a propósito de la muerte de nuestro común amigo Octavio Getino: “¿Qué cantidad de tiempo tendré que remontar para encontrarme de nuevo con el rostro juvenil, casi adolescente de Octavio Getino?”

En años recientes el Negro abría su memoria como un libro en las cartas que enviaba por correo electrónico. Son cartas que atesoro por venir de él y también porque ofrecen informaciones muy precisas sobre su vida y su trayectoria por muchos países. Luego de dos o tres largos párrafos autobiográficos solía terminar abruptamente: “Bueno, ahora sí, me voy a la cama”, o “Hermano, me voy a almorzar”.

Alfonso Gumucio, Negro Ríos, Ruy Guerra, en los Estudios Churubusco
Compartimos una parte del exilio en México a principios de la década de 1980 y estuvimos involucrados en el documental que él y Adolfo García Videla hicieron sobre la filmación del largometraje La cándida Eréndira y su abuela la desalmada, dirigida por Ruy Guerra, basada en el relato de García Márquez, con Irene Papas y Claudia Ohana en los papeles principales. Luis Lupone y yo éramos asistentes en esos documental. Hace unos meses me envío una foto memoriosa en la que aparecemos conversando con Ruy Guerra.

Recuerdo el viaje que hicimos el Negro y yo en su auto, de Ciudad de México a Jalapa, Veracruz, para participar en una de las filmaciones del largometraje.  A lo largo del camino escuchábamos emocionados un casete que le habían enviado de Buenos Aires, con el primer concierto de Mercedes Sosa y León Gieco después de la caída de la dictadura militar. Desde entonces me estremezco cada vez que escucho esa hermosa versión de “Solo le pido a Dios, que la vida no me sea indiferente…”

Las escenas de interiores de la película de Rui Guerra se filmaron en los inmensos estudios Churubusco, y allí, en el set donde también fotografié a Irene Papas muy metida en su papel de la abuela desalmada que devoraba con las manos una torta envenenada, hice un retrato del Negro en el mismo decorado. El retrato le gustó y me gustó, de modo que lo incluí en mi exposición “Retrato hablado” que se exhibió en el Espacio Portales en La Paz en febrero de 1990, y semanas más tarde en el Salón Gíldaro Antezana de Cochabamba. Mostré 50 retratos de escritores, artistas, gente de cine y de la política, y cada foto iba acompañada de un breve texto (de ahí el título de la muestra). 

Sobre el Negro escribí en esa ocasión:

El Negro en el set de filmación de La cándida Eréndira...
“Nacido en Bolivia, argentino de adopción, exiliado en México, el Negro Ríos es un cineasta especializado en películas documentales. Estudió cine en París, y al regresar a Buenos Aires realizó Eloy, su primer largometraje de ficción.  Su sangre boliviana lo atrajo al país en 1971, durante el periodo de la Asamblea Popular, para hacer un documental titulado Al grito de este pueblo.  Como muchos cineastas, Humberto Ríos tiene más proyectos que posibilidades económicas de realizarlos.  "Las perspectivas son buenas, el optimismo cauto y las ilusiones, como siempre, grandes", me dijo cierta vez que preparaba su retorno a Argentina, luego de diez años de exilio.  Junto a Adolfo López Videla, otro cineasta argentino, realizó en México una película documental titulada Del Viento y del Fuego sobre el proceso de filmación de La cándida Eréndira y su abuela desalmada, del brasileño Ruy Guerra.  En uno de los decorados de esa gran producción hice este retrato”.

Al cabo del exilio regresó a Argentina y yo a Bolivia. Solíamos vernos en casa de Octavio Getino y Susana Velleggia en Buenos Aires, pero después de la muerte de Octavio nos vimos en algún café de la calle Corrientes.

En Guadalajara, con Humberto Ríos y Oscar Menéndez
En México nos vimos de nuevo varias veces, porque el Negro, al igual que yo, solía retornar cada vez que tenía una oportunidad de hacerlo. Allí estuvimos juntos las últimas veces, en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara a principios de marzo del 2013, y en la ciudad de México unos días más tarde cuando presentó su documental Fernando Birri, el utópico andante, en La Vitrola, el café de su amigo Modesto López en la esquina de las calles Córdoba y Coahuila, en la Colonia Roma. Muchos otros amigos del Negro, algunos argentinos que decidieron quedarse en México después del exilio, estaban allí para abrazarlo.

En Guadalajara habíamos tenido algunas divergencias durante la reunión del Encuentro de Documentalistas (EnDoc XXI). Yo salí un poco asqueado de las jugarretas políticas entre compañeros que, en el fondo, querían las mismas cosas para el cine documental latinoamericano, pero pretendían copar los puestos de referencia de la red. En lugar del “espacio de fraternidad” que quería el Negro, lo que quedó fue un terreno sembrado de recelos y desconfianza. Al parecer en reuniones anteriores de la red había sucedido lo mismo. A raíz de eso intercambiamos varios mensajes a mediados de marzo del 2013, que no tiene ya sentido detallar aquí.

El Negro con Picasso
Un par de meses más tarde me dijo que preparaba un documental sobre Santiago Álvarez y a vuelta de correo le conté que yo había hecho un intento similar a mediados de los años 1970 pero que la burocracia cubana había retrasado tanto el proyecto, que acabé por abandonarlo. Me respondió con mucho detalle sobre las dificultades, similares que él mismo había enfrentado cuando en 1996 surgió su iniciativa con el apoyo del propio Santiago y de Lázara, y concluyó: “No sé si lograré finalmente hacer el documental, pues los riesgos son muchos y yo ya tengo muchos años. Un comentario: guárdate este mail para ti solo. No lo difundas”.

Abrazó con entusiasmo la red virtual Facebook porque le permitía comunicarse con todos los amigos. Era muy activo por temporadas, cuando en uno o dos días publicaba post sucesivos con fotos de personalidades que había conocido a lo largo de su vida, una magnífica colección donde aparecía con Joris Ivens, Francois Truffaut, Pablo Picasso, Julio García Espinoza, Ernesto Cardenal, García Márquez, Glauber Rocha, Julio Cortázar, y Santiago Álvarez, su gran amigo Raymundo Gleyzer, asesinado por los militares argentinos y tantos otros.

En un mensaje del 15 de mayo del 2012 me decía: “Alfonso: Podríamos intercambiar firmas y figuritas. ¿Qué te parecen las mías? Humberto”. En los últimos meses al ver esa compulsión con la que abría en la red virtual el libro de su vida, de sus amistades, de sus seres queridos, de sus historias de cine, sentí que el Negro estaba compartiendo todo lo que le quedaba por compartir, como una manera de preparar el camino de salida.

Facebook le jugó una mala pasada hace unos días cuando viajó a Tucumán y usó una computadora de un café internet.  Probablemente dejó abierta su cuenta de Facebook y algún joven malicioso escribió en el muro del Negro: “Soy gay y puto”. Aunque era totalmente innecesario hacerlo, él salió a aclarar a los amigos: “Me gustan y siempre me han gustado las mujeres”.

Con el Negro en Buenos Aires, en 2012
Su nuera Natalia sorprendió a los amigos en todo el mundo con un mensaje desde el propio correo electrónico del Negro: “Hola a todos, soy la nuera de Humberto, y quiero avisarles que desgraciadamente el Negro nos dejó, pero sólo en cuerpo porque su amor por el hijo, los nietos, el arte y la vida estoy segura de que va a vivir en nuestros corazones por siempre. Gracias Negro por haber existido. Natalia”.

Amistades como esta se extienden a lo largo de tres o cuatro décadas y dejan sembradas  muchas señales en el camino, fragmentos de encuentros, fotografías, canciones, correos y cartas. Es difícil reunirlo todo en unas cuantas páginas, sin embargo, en el entramado de fragmentos aparecen siempre los ojitos vivos y la sonrisa de picardía del Negro Ríos, que nos dejó sin preaviso el 8 de noviembre, cuando ya casi iba a cumplir 85 años de edad .

_____________________________________________
Sólo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre
vacío y solo sin haber hecho lo suficiente. 
—León Gieco



07 noviembre 2014

Nadie quieto

Hace quince años publiqué sobre el Teatro Trono en uno de mis libros, Haciendo Olas: comunicación participativa para el cambio social,  porque me pareció un ejemplo inspirador y un hermoso esfuerzo para darle a la ciudad de El Alto un espíritu de ciudadanía, de comunidad y de convivencia de las que todavía carece.

Iván Nogales y Mela Márquez, en la Cinemateca Boliviana
Semanas atrás estuve en el estreno en la Cinemateca Boliviana de la película Movimientos espectaculares (2014) de Mateo Hinojosa, precisamente sobre el teatro Trono. Por ello esta es una oportunidad para comentar esta obra cinematográfica que muestra que el grupo fundado y cultivado como una plantita delicada por Iván Nogales no solamente sigue en pie y luchando por el oxígeno del arte, sino que además lo hace con vigor y honestidad para mostrar los logros y también los obstáculos que se enfrentan en ese arduo camino.

Era hora de contar parte de la historia del Teatro Trono en un documental, pero además de que se hiciera en un proceso participativo como el que lleva adelante el grupo de Nogales, un hombre humilde porque “se borra” detrás de sus actores y detrás de sus proyectos culturales. Para muestra un botón: en el hermoso cartel de Movimientos espectaculares aparece su nombre sin prominencia mezclado entre los nombres de otros miembros del grupo.

Cartel de Movimientos espectaculares
El titulo del film puede parecer ajeno a su contenido (aunque es metafórico), no así una frase que aparece discretamente en algunas de las imágenes promocionales que he visto: “Nadie quieto”, es decir, nadie debe permanecer indiferente.

Aunque la dirección del documental la asumió Mateo Hinojosa, todo el proceso de producción es resultado de una colaboración sin fronteras, donde el guión se hizo colectivamente y se adaptó según las circunstancias de la filmación, cuya primera etapa transcurrió en 2010 y la segunda en 2012. El financiamiento mediante la modalidad de crowdfunding (se traduce como micro-mecenazgo) va parejo con ese espíritu colaborativo.

La música incluye canciones de Luzmila Carpio, de Jesús Durán, Arawi y de Jean-Pierre Magnet además de temas originales interpretados por los jóvenes actores de Teatro Trono. Destacan las secuencias animadas diseñadas por Alejandro Salazar (Al-Azar) y realizadas con el apoyo de artistas venezolanos y norteamericanos.

Mucho terreno ha recorrido el Teatro Trono, que ya no es el mismo sobre el que escribí hace tantos años porque Nogales se ha ocupado de renovar constantemente el núcleo de actores y el repertorio de obras.

Todo comenzó en 1989 como resultado de una experiencia de trabajo con niños de la calle. Al principio el grupo trabajaba en el marco de un programa estatal, pero muy pronto ganó independencia y autonomía para continuar desarrollando actividades culturales para niños y jóvenes de la ciudad de El Alto. En pocos años consolidaron COMPA y el Teatro Trono, proyectos en los que los niños y jóvenes asumían las responsabilidades de gestión. A través del tiempo el grupo ha sido capaz de ofrecer a la población una gama de actividades culturales: biblioteca, películas, muestras de arte y por supuesto obras de teatro que han sido representadas no solamente para la audiencia de los barrios populares de El Alto, sino también en festivales y eventos culturales nacionales.

Los jóvenes actores del Teatro Trono no desmayan en su intento de llevar sus obras a poblaciones que no tienen memoria, por ejemplo, de los acontecimientos políticos que vivió El Alto (y el país) el año 2003: la llamada “guerra del gas”. En 118 minutos el documental trata de recobrar esa memoria, no a través de imágenes de violencia, sino de interpretaciones dramáticas de quienes eran apenas niños cuando los hechos sucedieron. Son los hijos de la guerra del gas los que aquí se expresan, pero no se trata solamente de un acto político, sino de una reivindicación del mestizaje y del migrante alteño que asoma su cultura itinerante sobre la ciudad de La Paz.

El itinerario del grupo de teatro por varios lugares de Bolivia para representar sus obras sobre la plataforma de un camión tiene un valor testimonial inmenso porque lo que nos muestra no es una trayectoria triunfalista, sino una de esfuerzo, compromiso y dedicación que con frecuencia se topa con la apatía de la propia gente.

“El circo de la politiquería” que los jóvenes del Teatro Trono representan para apoyar las reivindicaciones de la memoria se topa curiosamente con la indiferencia de quienes no entienden el valor de la expresión artística. Son particularmente duras las escenas filmadas cerca de la Plaza Murillo en La Paz, donde los jóvenes actores tratan de adherirse a una marcha de las víctimas de octubre de 2003 pero son aceptados a regañadientes, su arte no logra crear empatía, los rostros duros e inflexibles de los manifestantes no se ablandan con esta forma de expresión y de lucha.

Las intervenciones ambulantes del teatro callejero se enfrentan no solamente a la desmemoria y a la apatía, sino a ese carácter sombrío y cerrado de los migrantes. A pesar del dolor que los jóvenes actores logran hacer suyo para convertir en expresión creativa la memoria de hechos que no vivieron, tienen que vencer todavía el obstáculo de la falta de complicidad de un público poco participativo. Como afirma el propio director de Teatro Trono en una entrevista, para mucha gente este es un teatro invisible, porque no lo quiere ver.

En el Teatro Trono y en Movimientos espectaculares no me atrae tanto las obras terminadas como el proceso creativo de inclusión social que se desarrolla gracias al compromiso de quienes participan.

El grupo cultural trasciende las fronteras del teatro y demuestra que se puede hacer resistencia política y cultural de una manera propositiva, positiva y no destructiva. A diferencia de otros movimientos sociales de El Alto, Compa y el Teatro Trono tienen desde siempre una propuesta de política cultural. Más allá de los estallidos heroicos que duran menos que una llamarada de petate, el trabajo de Teatro Trono lleva años construyendo ciudadanía. Iniciativas como esta pueden salvar a El Alto de su destino de ciudad de migrantes indiferentes e individualistas.

_____________________________________
En una pequeña o gran ciudad o pueblo,
un gran teatro es el signo visible de cultura.
—Laurence Olivier