29 noviembre 2015

La Cometa, a cielo abierto

El lenguaje de la radio puede ser tan sugerente, que en el pensamiento se transfigura en imágenes. Las voces en la radio nos hacen imaginar el rostro de quienes hablan, los sonidos nos hacen visualizar ambientes y reconstruyen en el pensamiento hechos que “vemos” en una pantalla imaginaria.

La radio no ha desaparecido con la aparición del cine y de la televisión, precisamente porque posee la magia de la sugerencia, como la literatura. Hay muchas maneras de hacer radio, a veces comercial, a veces cultural y a veces comunitaria. Desde hace muchos años me interesan estas últimas, que son para mí las primeras.

A mediados de noviembre, en San Gil, Santander, conocí a los fundadores y pioneros de Radio La Cometa, emblemática entre las radios comunitarias de Colombia, tanto como la pequeña ciudad de San Gil, que ha dado a este país muchas de las iniciativas más interesantes de cooperativismo y de acción colectiva a favor del desarrollo y de la paz.

La Cometa es también un referente para las radios comunitarias de América Latina porque no es una emisora fundada por personas, sino por un conjunto de catorce organizaciones entre las que está la Universidad de San Gil, la Asociación de Organizaciones Campesinas y Populares de Colombia (El Común), La Cooperativa de Ahorro y Crédito para Mujeres, y varias instituciones de la iglesia católica progresista.

Entre los pioneros de la emisora figuran Iván Darío Chahín, Gladys Herrera, Fernando Tibaduiza, Beatriz Toloza, Miguel Fajardo, Tatiana Pinilla y otros que creyeron en un proyecto de comunicación cuando en realidad procedían de campos ajenos.

Ivonne Pico fue parte de ese grupo inicial y la persona que le dio el primer jalón a la pita de La Cometa para que desplegara en el aire sus colores. El 16 de diciembre de 1997, a las cuatro de la tarde de un día caluroso, Ivonne colocó en el lector de CD de la flamante emisora una canción de amor que a ella le gustaba, “Oropel” (vals de Jorge Villamil), para hacer las primeras pruebas de emisión en vivo. A partir de allí La Cometa se elevó en el cielo abierto de San Gil y se posicionó como la voz de la comunidad para realizar a lo largo de 17 años el trabajo de crear tejido social en la ciudad y en el departamento.

Ivonne Pico
En el libro que Ivonne Pico escribió para macar los primeros tres lustros de la emisora, señala que “el vuelo de La Cometa representaba el sueño colectivo de las organizaciones sociales, educativas y empresariales vinculadas al movimiento social, cooperativo y solidario que caracteriza a San Gil y la región”. Según Pico el proyecto de la radio fue “como un niño deseado”: “Lo que hace única a La Cometa es la generosidad de la gestión, porque los organizadores prefirieron apoyar al talento, la convicción y la vocación local”.

Desde el inicio los fundadores de la emisora tenían claro el objetivo de alentar procesos de comunicación “para planificar y programar mejor con el fin de promover la participación popular y la movilización comunitaria”, según señala Beatriz Toloza en otro texto de sistematización sobre la emisora.

La existencia de La Cometa y más de 400 emisoras comunitarias e indígenas en Colombia se hizo posible a partir del 30 de agosto de 1995 cuando el país conoció el Decreto 1447 que reglamentó las concesiones del servicio de radiodifusión y permitió legalizar a las radios comunitarias. En el departamento de Santander fueron distribuidas 34 licencias de funcionamiento en junio de 1997 y poco más tarde otras diez.  Hoy 31 emisoras están representadas por Resander, la Red Cooperativa de Emisoras Comunitarias del Sur de Santander.

En un contexto político y social marcado por décadas de violencia y confrontación, “queríamos ir en contra de esos vientos y volar más alto para mostrar que sí podíamos construir una radio con voces de esperanza, con alegría, con capacidad de ser crítica pero también imaginativa y creativa, para construir un país que no solamente se lamenta de sus penas sino que también es capaz de proponer  otro tipo de cosas, que, sonriendo, sea capaz de hacernos pensar, que nos ayude a imaginar un  país distinto”, dice Iván Darío Chahín.

Para debatir ese país deseado La Cometa creó una programación variada que se emite durante 24 horas todos los días. Uno de los programas bandera es “Cabildo abierto” donde dirigentes políticos y sociales de la región comparten sus análisis críticos.

Como toda radio comunitaria que trata de cumplir con una política de micrófono abierto, una parte de la programación de La Cometa está en manos de colectivos de jóvenes que se organizan para producir segmentos que abordan temas de derechos humanos sexuales y reproductivos, en coordinación con instituciones prestadoras de servicios de salud, justicia, educación y cultura.

Miguel Fajardo
Para Miguel Fajardo, “la principal fortaleza de La Cometa son los equipos voluntarios, que vosotros llamamos comunicadores o exploradores solidarios, la gente que está construyendo su propia parrilla de programación”.

Fernando Tibaduiza me dice que una de las fortalezas más importantes de La Cometa es su capacidad de gestión empresarial, que en tantas otras emisoras comunitarias es el talón de Aquiles. La actual gerente de la emisora, Fanny López Prada ha continuado la tradición de gerentes duchos para conseguir los fondos necesarios para “mantener la pita bien templada” de La Cometa, para que siga volando sin tener que hacer compromisos de desvirtúen su orientación social.

Ella misma se autodefine como “una mujer de resultados” y su apariencia es más próxima a una empresaria que a una periodista, aunque también le gusta tomar el micrófono de vez en cuando. La creatividad que ha sostenido a la emisora no es solamente la de los periodistas, sino la de los gerentes que han logrado, como Fanny, diversificar los ingresos: “Lo más importante de mi gestión es haber posicionado a la emisora a nivel nacional”.

En las conclusiones del análisis que realiza en su libro Ivonne Pico, destaca algunos rasgos de La Cometa que la hacen seguir volando a cielo abierto: es un modelo de organización sustentable, un espacio para la gestión democrática del conocimiento, y es un laboratorio de enseñanza-aprendizaje.  “Aquí terminamos volando La Cometa y volando la vida”, dice Ivonne, que no vive de la radio pero vive para ella.
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La radio marca los minutos de la vida;
el diario, las horas; el libro, los días.
―Jacques de Lacreitelle 
 

26 noviembre 2015

Comunicadores solidarios

"De Bucaramanga a San Gil hay solamente dos curvas, una a la izquierda y otra a la derecha, pero se repiten 975 veces", me dice Rafael el conductor, mientras recorremos los 92 kilómetros de distancia entre ambas ciudades, a veces colgados sobre las vistas espectaculares del Cañón de Chicamocha.

He recorrido bastante Colombia, pero no conocía San Gil, en el departamento de Santander. Ahora tuve la oportunidad de estar allí con motivo del I Encuentro Nacional de Comunicadores Solidarios, al que me invitaron para ofrecer una conferencia y participar en un conversatorio sobre los caminos posibles de la comunicación en el mundo de las organizaciones solidarias.

Los colombianos ponen títulos muy buenos a sus eventos, para significar el valor que tiene reunirse a debatir y concertar.  Esta vez, la frase emblemática era “Dejando huella y pacificando territorios”, que denota el anhelo colectivo de este país por aterrizar el proceso de paz en las regiones, y apropiarse de él pese a quien pese. 

En el I Encuentro Nacional de Comunicadores Solidarios encontré una mezcla interesante de asociaciones de cooperativas (como la Confederación de Cooperativas de Colombia, la Universidad Cooperativa de Colombia, la Asociación Colombiana de Cooperativas, la Banca de Oportunidades, Fundación Coomuldesa, Banco Coopcentral, Fusoan, BanCoomeva, Felcolfin, etc), de redes de comunicación comunitaria (como Suma 4C, la Red Cooperativa de Emisoras Comunitarias de Santander, la Red Cundinamarquesa de Radios Comunitarias, la Corporación Colombia Solidaria, El Radar Informativo y La Cometa, la emisora comunitaria de San Gil), y de organizaciones del Estado (como la Unidad Administrativa Especial de Organizaciones Solidarias, la Oficina delAlto Comisionado para la Paz, el Ministerio de Cultura, el Ministerio de Tecnología de la Información y la Comunicación, Fondo para el Financiamiento del Sector Agropecuario, y la Unidad para la Atención y Reparación Integral alas Víctimas). 

Todo un mundo solidario. Más allá de lo que la cúpula del gobierno negocie en La Habana, todas estas organizaciones solidarias están apostando a transformaciones en la vida cotidiana de la población.  

En todas esas instituciones hay gente íntegra y comprometida con la paz y el cambio social, gente con la que uno puede establecer inmediatamente lazos solidarios porque compartimos el lenguaje y a grandes rasgos los objetivos de vida. Me llevo la amistad de Miguel Fajardo, Fernando Tibaduiza, Ivonne Pico, Esperanza Puentes, Fernando Bragado, Andrés Cifuentes, Jesús Hernán Zambrano, entre otros.

Fue muy estimulante escuchar los intercambios entre representantes llegados de todas las regiones del país, algunas de las que me ha tocado visitar en anteriores oportunidades para conocer los procesos de desarrollo y paz que llevan adelante con entusiasmo y a veces arriesgando sus vidas. He estado en el Magdalena Medio, en El Carmen de Bolívar, en el Oriente Antioqueño, en el Cauca y otras zonas de conflicto que no han cesado en su empeño por construir y recobrar una vida digna.

Los objetivos del encuentro que tuvo lugar en el Hotel Mundo Guarigua en San Gil (un bello lugar rodeado de ríos y montes, conocido entre otras cosas por las "hormigas culonas", que se comen luego de tostarlas), eran debatir y reflexionar sobre el contexto que algunos llaman de “pos conflicto” (aunque otros consideran que el conflicto no termina con la firma de los acuerdos de paz), reconocer el potencial para la paz de las organizaciones solidarias, y por otra parte avanzar en la construcción de una estrategia nacional de comunicación y de información concertada entre las empresas de la economía del sector solidario y las redes de medios comunitarios.

Mucho aprendí en estos días sobre la naturaleza de las cooperativas, aquellas que se crean y crecen con base en valores de solidaridad, colaboración, horizontalidad, democracia, generosidad, ayuda mutua, participación y conciencia de la realidad social del país. En Bolivia las únicas cooperativas que suenan son las de la minería, y suenan por los cachorros de dinamita y los disparos con que a veces se enfrentan en persecución de objetivos puramente económicos.

Todas las exposiciones y relatos de experiencias me parecieron interesantes, en mesas sobre temas tan diversos como “la comunicación solidaria y los entes del Estado”, “los gremios solidarios y la comunicación”, “la universidad y la comunicación solidaria”, “la comunicación para el desarrollo”, “la comunicación solidaria y la paz en Colombia”, “la herramienta económica y la paz”, entre otros. Aunque este es el primer encuentro nacional, ya se han hecho seis encuentros anteriormente en el departamento de Santander para tratar el tema de la comunicación en las organizaciones solidarias.

Cada presentación era un modelo de construcción colectiva de tejido social, por ejemplo las experiencias del Oriente Antioqueño, golpeado por la violencia, donde las cooperativas 
juegan un papel importante por la paz apoyando a los sectores organizados de la sociedad y reconstruyendo el tejido social, al extremo de que van detrás de los agremiados que han sido desplazados por la guerra a otras regiones. Granada fue uno de los municipios más golpeados y el que más rápido se reconstruyó gracias al trabajo de las cooperativas.

Mi presentación, la única de carácter individual en el evento, hizo hincapié en “comunicar para transformar”. En esencia hablé de la oportunidad que significa partir de organizaciones solidarias para construir procesos de comunicación con base en esos mismos valores, y subrayé la necesidad de diferenciar el trabajo de información y posicionamiento institucional que todas esas organizaciones cooperativas realizan, con una propuesta de comunicación participativa que implica no solamente generar productos interesantes (folletos, videos, programas de radio), sino procesos en los que los agremiados se apropien del proyecto de paz y de cambio social.

Insistí en “perder el objeto y recuperar el proceso”, como dijo Jesús Martín Barbero, que también significa recuperar al sujeto de los procesos de participación y olvidarse de los productos, de la productivitis de materiales impresos y audiovisuales que todas las organizaciones difunden sin tener primero una política y una estrategia clara de comunicación. Más interesantes son los relatos de los procesos, las historias de vida de las personas que se han transformado en el trabajo de comunicación y de creación colectiva de conocimiento.

Miguel Fajardo
En la época más dura de la violencia en Colombia, solo la iglesia y la cooperativa permanecían abiertas. En muchas poblaciones la cooperativa era más importante que la alcaldía. Ahora son factores centrales en la construcción de la paz desde los territorios. Fue a partir de la constitución de 1991 que se fortaleció la capacidad descentralizada de las comunidades para buscar sus caminos de desarrollo y paz.

La actitud del Estado es abierta y constructiva. César Vanegas, de la Unidad Administrativa Especial de Organizaciones Solidarias, decía que a él y a su equipo le había hecho mucho bien “salir de la burbuja de Bogotá para ver todo lo que se está haciendo en las regiones”.

Al cierre del evento Miguel Fajardo recordó: “Nos vamos con el desafío de construir procesos comunicativos que tengan dos elementos: horizontalidad y participación”. Y subrayó la “necesidad de hacer una alianza entre la economía solidaria y la comunicación participativa”.
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El cerebro no es un vaso por llenar,
sino una lámpara por encender.
—Plutarco


22 noviembre 2015

La paloma más blanca

Colombia se viene preparando para la paz desde que comenzó la violencia. Durante siete décadas ha vivido bajo presión tanto desde Estado como desde los grupos armados violentos, lo que no ha impedido que sea un país de extraordinaria vitalidad, donde las cosas se hacen a pesar de la adversidad.

Se han fortalecido las organizaciones de base, se multiplican proyectos y propuestas, y la sociedad civil en su conjunto avanza hacia ese horizonte de paz que se mueve constantemente (como decía Eduardo Galeano de la utopía: “sirve para caminar”). Siempre que estoy en Colombia me contagia el optimismo y la capacidad de respuesta de los ciudadanos, ajenos a cualquier pose plañidera.

Ahora que la utopía de la paz parece más cercana, al menos en términos formales, los colombianos y colombianas se interrogan sobre los efectos que puede tener la firma de documentos oficiales y su impacto en la vida cotidiana. ¿Qué es lo que realmente puede cambiar? ¿Qué puede mejorar? ¿Cómo abordar los desafíos de una nueva convivencia? ¿Cómo actuar colectivamente a favor del desarrollo y los cambios sociales? ¿Cómo encarar los temas de justicia?

Esta semana que termina, invitado a dar la ponencia magistral en el I Encuentro Nacional de Comunicación Solidaria “Dejando huella y pacificando territorios”. En San Gil, departamento de Santander, me reuní con redes de cooperativistas colombianos interesados en debatir el tema de la comunicación para la paz. Su himno alude, desde hace muchos años, a “la paloma más blanca” clara señal de que la paz ha estado en su agenda desde hace mucho tiempo.

El papel de la comunicación en Colombia es fundamental en el proceso de reconstrucción del tejido social. Es un país en el que abundan experiencias que están dejando una huella profunda en el proceso de pacificar territorios.

He tenido el privilegio de conocer muchas de esas experiencias desde hace una década. Recorrí regiones en conflicto como el territorio el río Magdalena Medio para visitar la red de emisoras comunitarias y con el apoyo en la producción de Amparo Cadavid, que conoce su país palmo a palmo, realizar una película documental, Voces del Magdalena (2006). 

Tuve la oportunidad extraordinaria recorrer ese caudaloso río en chalupa parando en cada una de las radios que están en el camino de agua: primero San Vicente Chucurí, y ya sobre el río a partir de Barrancabermeja, Puerto Wilches, Simití, Santa Rosa, Gamarra, Agua Chica, etc. hasta llegar a Mompox y luego subir a El Carmen de Bolívar donde fue estremecedor y revelador conocer las acciones de comunicación participativa que lleva adelante el Colectivo Montes de María, con poblaciones de desplazados por la guerra. 

En las alturas que rodean la ciudad de Medellín he conocido las comunas tradicionalmente caracterizadas por la violencia, donde ahora grupos de jóvenes llevan adelante procesos de comunicación participativa a través de la elaboración de programas de radio, publicaciones periódicas (Tinta Tres, Visión 8, Signos desde la 13), videos (Pasolini en Medellín) y fotografía, entre otros. Son decenas de ejemplos de esa comunicación comunitaria que le quita carne fresca a la guerra. Cada uno de ellos vine trabajando por la paz y la convivencia desde mucho antes que se pensara en las negociaciones paz.

En el oriente antioqueño, desde Río Negro hasta Guatapé, he podido conocer de cerca procesos de comunicación y cambio social derivados de los Laboratorios de Paz. 

En Granada estuve en el “Salón del Nunca Más”, un espacio de la memoria que mantienen las mujeres y familiares de las víctimas de la violencia. 

He escrito anteriormente en este espacio sobre todas esas experiencias vividas, una por una:  el Salón del Nunca Más, las comunas de Medellín y sus multiples procesos comunicativos, el Proyecto Pasolini, las emisoras comunitarias del Magdalena Medio, el Foro Nacional de Comunicación Indígena, el Colectivo Montes de María, el Laboratorio del espíritu, y tantas otras que en cada viaje a Colombia tengo el privilegio de conocer. 

También participé en el Foro Nacional de Comunicación Indígena, en Popayán, hace tres años exactamente, en noviembre del 2012, donde las organizaciones indígenas se planteaban “reflexionar sobre el sentido de la comunicación indígena, sus formas propias, así como los medios y las tecnologías apropiadas; pensar el papel de la comunicación indígena como eje transversal en los procesos organizativos y en todos los aspectos de la vida comunitaria y colectiva en el territorio”. Los indígenas tienen muy clara su posición y su papel en la defensa del territorio y no le hacen juego ni al Estado ni a la guerrilla.

En agosto de este año participé en Cali, en un evento organizado con  poblaciones afrocolombianas, el Encuentro de Comunicación y Patrimonio del Pacífico Colombiano sobre “Comunicación, cambio social y construcción de territorio”.

Otro espacio importante que se ha abierto para apoyar la reconstrucción de territorios de paz está constituido por las emisoras universitarias. Colombia cuenta con una importante red de radios universitarias que prueba que es mejor una universidad abierta a la ciudadanía, que una universidad cerrada sobre sí misma, mirándose el ombligo. En agosto pasado me invitaron a su XII Encuentro nacional en Cali: "Paz al aire, un aire para la paz". Colombia cuenta con una importante red que me hace pensar que es mejor una universidad abierta a la ciudadanía, que una universidad cerrada sobre si misma, mirándose el ombligo.

Cuando la universidad se cierra sobre sí misma y levanta muros que la separan del resto de la sociedad, la radio suele comportarse de la misma manera. La expresión “torre de marfil” se ha usado tradicionalmente para referirse a esas universidades que consideran que están por encima de la sociedad, como ciudadelas medievales del saber que miran desde su atalaya a la ciudadanía de a pie.

La radio universitaria es tan buena o tan mala como la comunidad universitaria a la que representa. Puede ser una radio que se ocupa sobre todo de los temas académicos, para acompañar la función  de enseñanza, o puede ser una radio que contribuye en la generación de conocimiento nuevo (para cumplir con la segunda función primordial de las universidades), y puede ser una radio que se proyecta sobre la sociedad. Si la responsabilidad de las universidades no es solamente educar, la de las emisoras universitarias no es solamente informar.

Todos los esfuerzos de comunicación para la paz mencionados son los que conozco, pero hay muchos más, se cuentan por miles, desde la sociedad civil pero también desde el Estado, que trabajan codo a codo preparándose para el pos-conflicto, porque todo colombiano sabe que no se acaban los problemas con la firma de los acuerdos de paz en La Habana.
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Se requieren nuevas formas de pensar
para resolver los problemas creados
por las viejas formas de pensar.
Albert Einstein


13 noviembre 2015

Alrededor de Norte estrecho

Algunos colegas discrepan conmigo, pero a mi me gustó Norte estrecho, de Omar Villarroel.  Creo que es una película digna, honesta, bien  hecha, que no le pide a nadie conmiseración ni apoyo por ser una producción nacional. Si fuera una película china o africana, me hubiera sentido igualmente satisfecho de verla, porque de lo que se trata es de la relación que uno establece con una obra de arte, de aquella alegría estética (de la que hablaba Sartre) en la relación que establece cada persona con una obra de arte.

Más allá del ojo crítico que suele ser mucho más exigente con las producciones nacionales que con las extranjeras, el principal filtro -personal e íntimo- para apreciar toda obra de arte son los sentidos. Uno siente o no siente.  Yo sí sentí Norte estrecho.  La película me hizo pensar en situaciones de vida que son importantes y que a veces, desde perspectivas demasiado intelectuales, tendemos a rechazar.

Siempre somos más críticos con lo nuestro. No usamos los mismos ojos para una cantidad de porquerías que vemos en las salas comerciales o en la televisión. Un gusanito celoso nos hace ver las producciones bolivianas con ojos de inquisidores. Es cierto que hay algunas que no se salvan ni con la mirada más benigna, pero no es el caso de Norte estrecho (2014).

A este largometraje no le falta ni le sobra nada, pues no pretende otra cosa que narrar correctamente las historias en paralelo de varios inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos: a) joven argentino que tiene su novia en Buenos Aires, b) mamá mexicana que con su trabajo de empleada doméstica apoya a su hijo universitario que estudia en México, c) un camba que dejó a su hija atrás en Bolivia con una prima, y d) el boliviano dueño de un locutorio de video conferencias, cuya familia quedó en Cochabamba, y que es el eje del film ya que todas las historias convergen en el locutorio.

Escuché decir “ya estamos hartos de películas con historias paralelas” como la emblemática Amores Perros del mexicano González Iñárritu. Es cierto que desde entonces hay muchas películas que han utilizado ese recurso narrativo, pero eso no lo hace malo. Si de repetición de recursos narrativos se tratara, tanto en el cine como en la literatura, tendríamos que descartar el 80% de las obras, porque no se puede pretender que cada obra cinematográfica o literaria sea fundadora de una corriente. De hecho, si Norte estrecho en lugar de narrar varias historias en paralelo hubiera optado por cualquier otro estilo narrativo, sería también, a los ojos de los más exigente, una repetición.

¿Cuantas formas narrativas podemos distinguir en la cinematografía mundial? ¿Cuántas se repiten en decenas y cientos de películas sin que a nadie se le mueva un pelo? En el cine contemporáneo es difícil descubrir narrativas novedosas, sin precedentes, por ello algunos cineastas acuden con éxito a representaciones asociadas a narrativas “prestadas” de otras artes, como es el caso de Shirley (2013) de Gustav Deutsch, que reproduce milimétricamente 13 cuadros de Edward Hopper, o inspiradas en el propio cine de antaño como es el caso de Medea (2014) de Lars von Trier, que imita el estilo de Carl Dreyer en La pasión de Juana  de Arco (1928).

Conozco amigos que han salido fascinados de la película argentina Historias salvajes, una colección de seis cortos sin conexión entre sí, pero le dan duro a Norte estrecho porque es una colección de historias que se conectan a través del personaje de Jorge (Luis Bredow), el dueño del locutorio.

La película de Omar Villarroel me pareció bien narrada, bien interpretada, bien fotografiada, bien ambientada. Es verosímil y plantea los dramas personales de los inmigrantes en Estados Unidos sin maniqueísmo ni miserabilismo. Es un film sobre relaciones humanas, tanto en la distancia mediada por la tecnología, como en el día a día de la convivencia con otros migrantes o con ciudadanos gringos (que también son migrantes, pero más antiguos, lo cual con frecuencia olvidan).

Para apreciar Norte estrecho hay que despojarse de una manera de ver cine que ha contaminado a nuestros espectadores dependientes, fundamentalmente por los contenidos de la televisión que son avasalladores.  Si tuviéramos mayor sensibilidad y ojo crítico, veríamos en Norte estrecho el juego de espejos que nos proporciona la narrativa de las pantallas a través de las cuales se encuentran o se engañan los personajes. Ese análisis enriquece mucho la reflexión sobre la identidad, la distancia, la solidaridad o el desencanto.

Para algunos en Norte estrecho “no pasa nada”, es decir, nada extraordinario o nada que no sepamos de antemano, pero esa opinión tiene mucho que ver también con el tipo de cine al que estamos acostumbrados, un cine con mucho movimiento, con escenas espectaculares, con momentos extremos de clímax que saturan la pantalla y estremecen a los espectadores, incapaces de mantener una distancia crítica.  En La película de Villarroel hay un sentido de lo cotidiano, del diario vivir y el diario evolucionar de los personajes, que podemos asociar más con el cine europeo que con el cine de Estados Unidos.

Una vez más pude apreciar la maravillosa capacidad de Luis Bredow en el papel protagonista. Luis es un actor que puede interpretar personajes muy diferentes y encarnarlos con una naturalidad que asombra, sin que jamás se exceda en algún rasgo del personaje, lo cual podría suceder por su trayectoria teatral.

No creo que el cine boliviano viva su peor momento, como afirman algunos. Si bien es cierto que entre la abundante producción nacional hay muchas películas mediocres (ya sea por la incapacidad de sus autores o por ambiciones sobredimensionadas que terminan en chascos ridículos), debemos reconocer que hay una mayor diversidad de géneros cinematográficos que la que hubo décadas atrás, y que se han producido a veces con pocos recursos películas muy bien narradas, como El ascensor (2009) de Tomás Bascopé.

Es cierto que nos falta, para empezar, una política de Estado. No creo que haya un solo gobierno en América Latina, que ignore al séptimo arte de manera tan flagrante, como el boliviano, a pesar de vanagloriarse de tener las arcas de Estado llenas de dinero. Con una acertada política de Estado el cine ecuatoriano se ha levantado en apenas diez años. Nosotros seguimos en un limbo de indecisiones. Claramente no es una prioridad.
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El exiliado mira hacia el pasado, lamiéndose las heridas;
el inmigrante mira hacia el futuro,
dispuesto a aprovechar las oportunidades a su alcance.
Isabel Allende

04 noviembre 2015

Pasolini en Medellín

Pier Paolo Pasolini fue asesinado el 2 de noviembre de 1975, hace cuarenta años.  Yo estudiaba cine en París y estuve en la Cinemateca Francesa unas semanas después cuando su amigo Bernardo Bertolucci, otro gran cineasta italiano, llegó para presentar en estreno mundial la película que Pasolini había dejado casi terminada: Salo o los 120 días de Sodoma y Gomorra. Ver esa parábola sobre el fascismo fue una de las experiencias más difíciles que muchos cinéfilos hemos vivido. 

Si ahora la película es fuerte, lo era más aún hace cuatro décadas. Cuando terminó la proyección, un silencio profundo invadió la sala de la Cinemateca Francesa en el Palais de Chaillot (donde todavía tenía su sede en esos años). Ningún aplauso, por respeto, por dolor. Simplemente estábamos todos abatidos frente a una obra magníficamente violenta y reflexiva. Cada quien se levantó de su butaca y salió cabizbajo de la sala.

Esto viene a mi memoria no solamente por el aniversario de la muerte del cineasta y poeta italiano, sino porque la casualidad hizo que hace un par de semanas en Colombia conocí a un grupo de profesionales jóvenes que le rinde con su trabajo tributo a Pasolini: el colectivo “Pasolini en Medellín”. No solo Pasolini es un referente para ellos, también lo es Jean Rouch (con quien tuve oportunidad de estudiar en París) y el enigmático Chris Marker.

Pasolini, el de los suburbios de Roma, el de los jóvenes marginales, revive en Medellín, renace en las comunas donde la frontera entre la vida y el abismo es tenue. Comunas donde la única manera de redimirse es a través de expresiones artísticas. Los niños y jóvenes que participan en el proyecto educativo y cultural de Pasolini en Medellín se alejan con cada taller de creación artística, de la posibilidad de incorporarse a los grupos ilegales que operan todavía en algunas de las comunas que rodean la ciudad.

Tuvimos una larga conversación con tres integrantes del grupo: César Tapias (sociólogo) y Diego Gómez (antropólogo y poeta) mientras el tercero Germán Arango (mejor conocido como “Lukas Perro”, también antropólogo) lucía sus habilidades culinarias preparando un delicioso almuerzo. Sobre la importancia de cocinar como ejercicio de socialidad, diré algo más adelante.

Pasolini en Medellín comenzó su actividad en 2003, por iniciativa de un grupo de estudiantes de la Universidad de Antioquia que se interesaba en la antropología visual y quería interrogar a los jóvenes de las comunas lo que pensaban sobre su entorno social. El nombre vino después como homenaje a Pasolini, cuyas primeras obras literarias (Muchachos de la calle, 1955) y cinematográficas (Accattone, 1961) eran inspiradoras para el trabajo de antropología dialógica. Es más, en sus inicios el grupo solía mostrar en los barrios las películas de Pasolini.

El grupo utiliza la metodología de “transferencia de medios”, para llevar adelante procesos de aprendizaje en técnicas y conceptos audiovisuales y etnográficos que buscan convertir a los jóvenes participantes en “antropólogos visuales nativos”. La idea es que esos jóvenes observen con una mirada renovada su propio territorio (barrio, comuna o vereda) para pensar de manera crítica las identidades locales y los imaginarios de la ciudad.

Meses atrás, en mayo, tres corporaciones culturales de Medellín publicaron un manual conjunto sobre Metodologías en diálogo de saberes (2015), donde Ciudad Comuna, Con-Vivamos y Pasolini en Medellín describen los fundamentos filosóficos de su trabajo.

Para Pasolini, la “Clave RE” (REmirar, REver, REsignificar y REpensar) es la metodología “para la apropiación social de los medios”, mientras que “Lo dialógico” se orienta a la “apropiación social del territorio”. Cada una de estas dos vertientes incluye prácticas y procesos tan interesantes como la “Cocina de guiones”, los “Marcos de cartón”, las “Cartografías” y los “Recorridos” (entre otros), que permiten generar procesos de comunicación participativa.  

“Nuestro trabajo se enfoca en la formación y producción audiovisual con jóvenes y niños desde un enfoque participativo y reflexivo con el objetivo de fomentar en los participantes la lectura crítica de los contextos sociales y la emergencia de estéticas y narrativas locales que permitan a los jóvenes y niños de la ciudad contarse, y resignificar sus experiencias para resistir desde el arte a la presión del conflicto armado o de otras problemáticas sociales”, señalan.

La “Cocina de guiones” es particularmente atractiva, una metáfora y “una estrategia de aprendizaje y de apropiación audiovisual” para cocinar imágenes mientras se elaboran alimentos para el grupo (como lo hizo para nosotros el amigo “Lukas Perro”): “Cocinar involucra saborear de manera colectiva, para equiparar la palabra con el alimento; para fortalecer el encuentro y el diálogo, elementos determinantes en la fase de composición de las reproducciones audiovisuales”.

Con los colegas que me acompañaban (Amparo Cadavid y José Luis Aguirre), pudimos visualizar una decena de ejemplos del trabajo realizado, una muestra pequeña pero representativa entre más de un centenar de cortometrajes, documentales y clips musicales realizados hasta la fecha.

Una parte importante del trabajo con jóvenes es a través de la música hip-hop, que como se sabe está muy vinculada a la violencia. Juan Pepito (2009), es uno de los videos que caracteriza a esa generación. Tanto la música como las palabras de la canción fueron creadas por el grupo barrial Ojos de asfalto de la Zona 8 y son excelentes. Muestran una clara conciencia de los desafíos de los jóvenes para no resbalar en la violencia que garantiza poder y dinero .

Pasolini en Medellín se presenta como un proyecto participativo, donde los propios jóvenes “cocinan” los guiones y producen las películas. Sin embargo, como expresé y reconocieron los amigos de Pasolini, el proceso de participación corre el riesgo de  desvanecerse debido a las presiones de los financiadores para lograr resultados con mayor calidad técnica.

La posibilidad que ha tenido la corporación Pasolini de acceder a nuevas fuentes de financiamiento hace que las decisiones (cámara, sonido, dirección) estén cada vez más bajo el control de Pasolini y no de los grupos con los que trabaja. Si bien esto redunda favorablemente en la calidad, afecta el proceso participativo que constituía (al menos en el enunciado) la parte más estimulante de la experiencia. 


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El guión es al cine lo que la oruga a la mariposa.
Jean-Claude Carriere