25 agosto 2019

Nerón de Orinoca

 Hay fuegos de vida y fuegos de muerte. Fuegos como el de Prometeo, que se sacrificó para que el conocimiento permitiera la evolución de la civilización, y fuegos de la estupidez humana, que son los que destruyen el planeta. 

El fuego de la inteligencia permite crecer y anima la espiritualidad creativa, y el fuego del amor enriquece las relaciones entre los seres humanos y hace de la sexualidad un ámbito hermoso, como lo describe con tanta lucidez Octavio Paz en “La llama doble”. 

También hay fuego en el infierno de los cristianos, que sirve para aterrar a los ingenuos y castigarlos en vida. Y hay fuego en la tierra, que destruye lo que tomó muchos siglos construir. 

En estos días hemos tenido en Bolivia un ejemplo doloroso del fuego destructivo causado por la indolencia de un gobierno incapaz. No es un fuego casual el que arrasó la Chiquitanía, no es “mala suerte” ni castigo de algún dios: es producto de la insensatez, de la estupidez humana y del oportunismo de corto plazo. 

En julio tuve oportunidad de recorrer con mi hija mayor, mi yerno y dos de mis nietas la zona de la Chiquitanía que ahora ha sido envuelta por las llamas. Estuvimos en San José de Chiquitos, luego en Chochis, la misión Mariana, Roboré y Santiago de Chiquitos. 

Gracias a los consejos de Carlos Hugo Molina del CEPAD, disfrutamos cada minuto ese itinerario que ofrece la historia y arquitectura de las misiones y las pinturas rupestres de El Manantial, pero también el ecosistema que se brinda como un regalo inmerecido porque no es obra del hombre, ni de dioses, sino de la propia naturaleza. Bosques acogedores, aguas termales, alturas vertiginosas con vistas extraordinarias sobre la serranía. Aguardar el amanecer en el mirador de Santiago de Chiquitos fue una experiencia inolvidable. 

Todo ello ha sido devorado por las llamas, por el fuego destructor de una política irracional enemiga de la madre tierra, enemiga de la naturaleza. 

Los culpables están bien identificados. El principal se llama Evo Morales, que funge como presidente de Bolivia, aunque no le corresponde, porque viola la Constitución Política del Estado que él mismo impuso en 2009 entre gallos y media noche. Morales debe ser juzgado por autorizar (Ley 741, PDM-20, DS 3973, RA-ABT 217/2019) la deforestación y la ampliación de la frontera agrícola, además de los cultivos transgénicos y de agrotóxicos. Debe ser juzgado por decir que los “chaqueos” son necesarios. Para el autócrata soberbio, medio millón de hectáreas calcinadas no es nada. El Nerón de Orinoca solo se preocupa por eternizarse en el poder: en dos semanas ha sido incapaz de pedir ayuda internacional que podía haber llegado en 24 horas. 

La ignorancia del personaje es bien conocida y muy aprovechada por otros culpables. Por una parte, los empresarios soyeros y ganaderos: angurrientos, solo les interesa su propio enriquecimiento. Avaros e indolentes, no les preocupa que los bosques de Bolivia queden destruidos mientras en sus cortas vidas disfruten sus ganancias. Y si fracasan aquí, tienen la posibilidad de abandonar Bolivia para gozar su fortuna en Europa o en Estados Unidos. Son aves de rapiña que despojan al país de su riqueza. 

Luego están los llamados “interculturales”, una categoría inventada por el gobierno del MAS, que incluye a masas de avasalladores que arrasan con motosierras y topadoras destruyendo lo que la naturaleza tardó siglos en establecer. Estos interculturales son los obreros de la expansión de la frontera agrícola. Aliados a los empresarios, carecen de un horizonte de largo plazo, solo pretenden el usufructo inmediato: deforestan para negociar la madera, luego hacen chaqueos que no pueden controlar, para exterminar lo que queda de vegetación y de especies animales desorientadas por falta de bosques. 

Todo lo anterior es el resultado de la ignorancia de quienes nos gobiernan, incapaces de entender el equilibrio de la naturaleza. No entienden que la ausencia de nieve en las montañas y de humedad en la serranía es el resultado de la deforestación. Bolivia carga la vergüenza de ser el país en el mundo que más deforesta cada año (por habitante). 

La nieve retrocede en los picos de Los Andes porque no recibe suficiente humedad desde la cuenca amazónica. Por ello llueve menos y los ríos tienen menos agua. La tierra se seca, hay lugares áridos en el altiplano donde antes se podía plantar quinua y ahora las dunas de arena llegan hasta la puerta de las casas. Hay dunas de arena también en Santa Cruz, por la sobreexplotación de la tierra. La falta de conciencia es el peor de los males. 

La gente inconsciente no entiende que la naturaleza es una trama compleja de relaciones, y que la deforestación tiene un efecto dominó que acabará por derrumbar todas las fichas, hasta llegar muy pronto, a un punto sin retorno. 

(Publicado en Página Siete el sábado 24 de agosto 2019)
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Hereje no es el que arde en la hoguera,
hereje es el que la enciende.
—William Shakespeare

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19 agosto 2019

Amado Liber

 Nadie que haya tenido el privilegio de ser amigo de Liber Forti ha seguido viviendo igual que antes de conocerlo. Liber tenía la capacidad de transformar a las personas con su palabra y con su mirada. Era un hombre excepcional en todo sentido. Todos nos enamoramos de él, hombres y mujeres, porque era fascinante y encantador. 


Visitar a Liber en Cochabamba, en París, en Lima o donde estuviera exiliado (porque fuera de Tupiza, siempre fue un exiliado con ganas de volver) era cada vez una experiencia inolvidable. Uno se enfrentaba a un hombre que era un molino de palabras, recuerdos e ideas que salían de su boca como de una ametralladora, apresuradas porque tenía tanto que decir que las palabras se atropellaban al salir. 

Y en una conversación que podía durar fácilmente cuatro, cinco o seis horas Liber iba construyendo un tramado aparentemente desordenado, pero que luego se convertía en un árbol frondoso. Sí, se iba por las ramas, porque su pensamiento complejo encontraba cabos sueltos por todas partes. Como Tarzán sus frases saltaban colgadas en una liana de una rama a otra, y volvían, y se enterraban en la raíz de ese árbol imaginario o brillaban en la copa. 

Era una experiencia maravillosa escucharlo, pero uno tenía que estar preparado para recibir una avalancha imposible de digerir en el momento. Sus palabras seguían emergiendo del subconsciente horas, días y semanas después de haber estado con él alrededor de una taza de té con marraqueta, de una baguette con queso y vino tinto (en París), o de chambergos y sopaipillas llegadas de Potosí (en Cochabamba). 


En esas conversaciones, a veces a solas y muchas veces con otros compañeros y compañeras que lo visitaban, lo que había en su mirada era ternura. Los ojos le brillaban de amistad y solidaridad, quizás porque sentía que alrededor suyo se aglutinaban amigos que compartían con él sus ideales libertarios, y que venían a verlo y a escucharlo para cargar sus corazones y seguir luchando en la vida cotidiana. 

Liber sabía reconocer la calidad humana de las personas inmediatamente, tenía un olfato muy desarrollado para ello. Cierta vez me dijo que no creía que la gente se dividía entre personas de derecha o de izquierda, sino entre buenas y malas personas. Por eso tenía amigos de ideologías diferentes, aunque quizás en todos ellos anidaba en el fondo del pecho un soplo libertario que anhelaba salir. 


En Cochabamba, con Marina y Jorge Ruiz 
Su red de amigos se extendía por muchos países. El mundo era su casa sin fronteras ni aduanas. En cualquier país de América Latina pero también en Francia, en España y otros, era recibido por hermanos anarquistas. Hermanos de verdad, no “hermanos” en el sentido devaluado demagógicamente durante el prebendal “proceso de cambio”. Los anarcos de Barcelona, de París o de Buenos Aires lo recibían con la misma ternura y solidaridad que él tantas veces había dispensado. 

Tan hermosas como sus conversaciones en estilo metralla eran sus cartas, escritas en papel copia tan delgado que se veía a través. En esos tiempos sin internet las cartas tenían que ser livianas para que costara menos su envío, y sobre todo las cartas de Liber que no eran de una sola página sino de 5 o 6, escritas a máquina a renglón seguido aprovechando los márgenes hasta el extremo. Son cartas que hablan, porque en el ritmo de las frases y en la puntuación está su voz atropellada, su manera de saltar de una idea a otra porque es importante hacerlo en ese momento para no olvidar algo que recordó o que quiere apuntar. Y casi siempre terminan con un rápido y cariñoso adiós, a veces a mano, porque se acabó la hoja. 

Cada vez que yo recibía una de esas cartas abría el sobre con muchísimo cariño porque sabía que contenía la voz de Liber, que siempre empezaba con las preguntas generosas, interesándose por los míos, recordando algo que le había contado en alguna carta anterior. Y luego de preguntar, venían sus comentarios, la continuación de una conversación nunca interrumpida pero a plazos, sus temas preferidos: el teatro, la educación por el arte, sus lecturas preferidas (por supuesto Barret), pero tanto más, el debate con todo, con todos y consigo mismo, sus dudas y sus certezas. 


Liber, Elizabeth Burgos, Tony Suarez, Luis Mizon,
Carol Prunhuber, Ana Santiago y Monette en París
No quiero citar frases de sus cartas porque me faltaría espacio. Algún día las publicaré y comentaré in extenso, como era intenso el diálogo que teníamos por correspondencia, del cual una parte (la suya) ahora me pertenece y otra parte (la mía) quizás se haya perdido en la hojarasca después de su muerte. 

Cuando leía sus cartas lo imaginaba inclinado sobre su máquina de escribir, tecleando con la rapidez y con la habilidad con que tecleaba en el linotipo cuando era trabajador gráfico. No salía vapor de plomo de la máquina de escribir, pero el entusiasmo y la pasión por comunicar era la misma. ¿Por qué los primeros sindicatos anarquistas de Argentina los formaron los trabajadores gráficos? Porque los linotipistas leen mucho, leen de todo y todo el tiempo, tienen una cultura amplia… me decía. 

Luego tuvimos computadora y ya no era lo mismo el correo electrónico. Ya no había magia, por mucha magia que los jóvenes crean que hay en la tecnología. 
Simón Reyes, Liber Forti y Juan Lechín 

La política boliviana lo hacía renegar pero estaba metido de corazón en ella y sobre todo en el trabajo sindical. “Cada boliviano es un partido político –decía y añadía inmediatamente- con grave crisis interna”.  Toda su vida la dedicó a la cultura y al arte, primero como radialista y teatrero (Nuevos Horizontes, Tupiza), luego apoyando a los mineros como difusor de a pie o como Asesor Cultural de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y de la Central Obrera Boliviana (COB). 

En la COB empezamos a construir nuestra amistad, y Juan Lechín tuvo mucho que ver en esa intermediación. Liber, a quién nunca le faltaba iniciativa, me pidió que diseñara unos talleres de cine y fotografía, cosa que hice con entusiasmo porque mis visitas a las radios mineras me habían mostrado un camino hermoso para las actividades culturales. Lamentablemente nuestro programa de talleres para mineros y obreros no se concretó por razones de golpe mayor y exilio. Dos exilios, el de Bánzer (que nos permitió volver a encontrarnos en París) y el de García Meza. 

Sus años finales no fueron fáciles. El rebrote del cáncer en el cuello le había quitado la palabra definitivamente. Así fuimos a Cochabamba a celebrarle el último cumpleaños en 2014. Hablaba solamente con los ojos, pero escuchaba y entendía todo. 

Lo que antecede es tan solo un vistazo. Siempre hubo mucho que escribir sobre Liber, pero él no se dejaba grabar o fotografiar. Había que tenderle trampas, porque era radicalmente reacio a las entrevistas. Solo Gisela, con amor, logró torcerle el brazo muy al final de su vida para hacer ese libro donde Liber es quien habla de sí mismo. Gisela Derpic, Lupe Cajías, Erick Butrón y otros compañeros han contribuido a mantenerlo vivo, tal como era en sus mejores momentos. 

Todo lo anterior para celebrar este 19 de agosto de 2019 los cien años del nacimiento de Liber Forti, a quien amamos profundamente. 

(Publicado en la revista Jiwaki en julio 2019)
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Voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo
porque no es lo que importa llegar solo ni pronto,
sino llegar con todos y a tiempo.
—León Felipe

17 agosto 2019

El ojo de Urioste

 Hay artistas que padecen de figuración compulsiva: exponen su obra tres o cuatro veces al año, muestran hasta lo que estornudan sobre un lienzo o una fotografía. No es el caso de Armando Urioste Nardín, del que algunos habían olvidado que además de cineasta es un gran fotógrafo, hasta que decidió reunir este año una retrospectiva de su obra, con una selección extremadamente cuidadosa de Ernesto Azcuy exhibida en el mes de junio en dos pisos del Espacio Simón I. Patiño, en La Paz. 


Armando resume en esa muestra toda su trayectoria de fotógrafo, mostrando de manera equilibrada las diferentes etapas y motivos, es decir, la evolución de sus intereses y de su sentido plástico. 

Tiene una gran ventaja, como otros fotógrafos de nuestra generación: es un artesano de la fotografía. Todos los que empezamos a ejercer como fotógrafos en las décadas de 1960 y 1970 tenemos ese modo artesano de trabajar con las imágenes. 

Crecimos como fotógrafos realizando todo el ciclo de la fotografía artesanalmente. Comprabamos tambores de película de 35mm y en un closet cortabamos y cargabamos los rollos en blanco y negro con Tri-X Pan o Plus-X Pan de Kodak o cualquier otra marca disponible. Luego de agotar nuestras 36 exposiciones (cuidando cada una de ellas, sin desperdicio alguno) revelabamos la película en negativo y hacíamos ampliaciones en un cuarto oscuro cuidando la temperatura del revelador y del fijador. 


Dudo que haya un solo fotógrafo de nuestra generación que no recuerde con enorme añoranza aquellos tiempos en que pasábamos noches enteras bajo una tenue luz roja manipulando con pinzas las imágenes que aparecían como por arte de magia en la cubeta de revelador. Las horas pasaban desapercibidas frente a la ampliadora, haciendo siempre más de una prueba de exposición (primero en retazos de papel fotográfico para no gastar una hoja entera), para lograr el contraste y la gama de grises que queríamos. 

En la sección de fotografías en blanco y negro de la muestra “Máscara y río, grifo de los sueños” de Armando, se adivina ese esfuerzo inicial, aunque haya elegido apenas una o dos fotos de cada etapa. En las fotos nocturnas de puesto de venta callejeros alumbrados con un foco, había que “forzar” la película Tri-X Pan para captara la escena nocturna, y eso significaba una textura diferente, con más “grano”. 


Los fotógrafos de las nuevas generaciones, armados de teléfonos celulares inteligentes capaces de captar cualquier intensidad de luz, de corregir el color automáticamente y de manipular luego las fotos en Photoshop, no tienen idea de lo que era lograr esas imágenes en blanco y negro que Urioste ha conservado para la memoria de todos. Fotos de personajes de la ciudad que ha recorrido con paciencia, fotos de muros, piedras, árboles y por supuesto magníficos retratos en blanco y negro, entre los que destacan en la muestra los de pintores como Quico Arnal, Luis Zilveti, Raúl Lara o Juan Conitzer. 

La afinidad entre la fotografía y la pintura queda establecida. Muy equivocados estaban quienes pensaron que con la aparición de la fotografía a mediados del Siglo XIX, iba a desaparecer la pintura. El ojo del fotógrafo y el ojo del pintor están hermanados en la composición y en la búsqueda del color, aunque sus técnicas sean distintas. De hecho, son pocos los pintores que como Van Gogh siguen creando su obra directamente de la observación de la naturaleza, la mayoría usa la fotografía como recurso. 

Ambos trabajan con texturas que pueden tocarse en la pintura y apercibirse en las fotografías. Una sección importante en la muestra de Armando Urioste dice mucho del trabajo con texturas en color. Más allá del objeto (una flor, un insecto, o la corteza de un árbol) lo que importa en esas fotografías es la textura que revela el ángulo de la luz. La naturaleza se revela con la luz, la fotografía tiene un efecto parecido al de la fotosíntesis: los colores y las transparencias adquieren volumen. 


El ojo de Armando Urioste percibe, selecciona, enmarca y dispara. Su estilo fotográfico, particularmente en la primera etapa en blanco y negro, tiene que ver con fotógrafos como Cartier-Bresson o Ansel Adams, pacientes pescadores de imágenes que disparan el obturador en el momento preciso. Lo mismo sucede en su búsqueda del color en las fotografías de la naturaleza viva (plantas) o muerta (objetos, puertas): en las gotas de rocío sobre una hoja, en la corteza de un árbol renacido, o en una vieja puerta de madera hay una búsqueda del mejor ángulo, de la mejor composición, aquella donde la luz más reveladora se deja atrapar con un sentido poético. 

Las fotos hablan por si mismas, por ello la curaduría de la muestra de Armando Urioste ha omitido marcos y títulos a las obras. La idea es dejar llevarse por las imágenes atravesando el túnel del tiempo de la obra acumulada por Armando Urioste a lo largo de varias décadas, con impresiones de la más alta calidad técnica.

(Publicado en Página Siete el domingo 4 de agosto 2019)
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Cesa el fugitivo presente.
Fija en el espacio la belleza del instante.
Huella en el espejo del tempo.
Guarda los dibujos de la luz en la memoria.
¾Juan Cristóbal Urioste

09 agosto 2019

Detrás del telón

 El espectador común no conoce lo que ha ocurrido detrás de la cámara de cine durante las semanas o los meses de producción necesarios para terminar una película y exhibirla en la pantalla de una sala o en la caja boba de la televisión. 


Desde los orígenes del cine, lo que sucede “fuera de campo”, es decir, en los márgenes de la imagen que se proyecta, es mucho más de lo que se imagina y a veces algo misterioso para el espectador que no sabe que una hora de proyección equivale a 20 o 30 horas de filmación, con un andamiaje complejo en el que participan muchas personas con habilidades técnicas y talentos artísticos. 

En los inicios artesanales del cine boliviano, cuando todavía no existía el sonido en el cine, actores como Emmo Reyes se escondían entre bastidores para decir los parlamentos que su propio personaje gesticulaba en la pantalla muda. Este era un recurso ingenioso de improvisación, complementado por la música de piano en vivo, que acompañaba las escenas con el ritmo adecuado. 

Algo parecido sucede con una cinemateca, filmoteca, cineteca o archivo fílmico, pues recibe todas esas denominaciones según los países. Para el común de los mortales la Cinemateca Boliviana, por ejemplo, es un lugar con salas de proyección donde uno puede ver películas interesantes que no verá en las salas comerciales. Para los cineastas bolivianos es un oasis que permite que sus películas permanezcan en pantalla aunque ya no haya espectadores para verla, lo cual es impensable en otros países. 

Ni esos comunes mortales que van al cine ni esos cineastas muy pagados de sí mismos, piensan en la cinemateca como una institución que tiene otras funciones muy importantes además de mostrar películas. 

Una cinemateca no es un cineclub, ni es una pantalla más que compite con las pantallas comerciales en condiciones desventajosas. Una cinemateca es ante todo un acervo patrimonial, un archivo de la memoria cuya función más noble y menos efímera es rescatar aquello que se ha filmado en el país desde los orígenes del cine. Y rescatar significa no solo archivar latas de películas a una temperatura y humedad precisas, sino catalogar el material laboriosamente, restaurarlo y digitalizarlo. 

Si la institución de la que estamos hablando es la Cinemateca Boliviana, hay que decir que ese trabajo de preservación, catalogación, restauración y digitalización se hace en las condiciones más precarias y constituye un desafío cotidiano para luchar contra la desmemoria y el olvido. 

Si los espectadores y los cineastas pudieran valorar en justa medida el esfuerzo titánico que significa investigar, recuperar y catalogar la memoria fílmica de Bolivia, con magros presupuestos, quizás su apoyo sería más sincero a esta institución que fue levantada ladrillo por ladrillo desde 1976, gracias al esfuerzo inicial de Pedro Susz, Norma Merlo, Carlos D. Mesa, Amalia de Gallardo y quienes los fueron sucediendo a lo largo de cuatro décadas en las labores de gestión institucional de la Cinemateca Boliviana. 

Preparar un catálogo de los materiales que ha logrado acumular la Fundación Cinemateca Boliviana desde sus inicios enfrenta desafíos que es muy difícil entender en el contexto de Bolivia: no solo la ausencia de financiamiento para que un equipo de especialistas se dedique a tiempo completo a esa labor, sino también las dificultades propias de rescatar material de hace más de cien años, a veces pequeños rollos sueltos, o unos metros de película sin identificación de ninguna clase.  Es como catalogar libros que no tienen pie de imprenta, que no tienen fecha, que no tienen autor. 

Al escribir la “Historia del cine en Bolivia” enfrenté problemas similares, pues debía cruzar la información de centenares de pequeñas notas en la prensa boliviana, con los testimonios de los pioneros que tuve la fortuna de buscar, encontrar y entrevistar antes de que pasaran a mejor vida. 

En el primer caso la dificultad de trabajar con recortes de periódicos es mayúscula, porque el hecho de que se haya publicado una nota sobre el “próximo estreno” de una cinta no quiere decir necesariamente que esa película haya sido finamente estrenada. Esas breves notas que pacientemente fui fotografiando (no había fotocopiadora entonces) y clasificando por fecha, no contenían una información verificable: fecha de producción, duración o autor.  A veces la misma película podía aparecer con dos o tres títulos diferentes según capricho del cronista. 

En el segundo caso, los testimonios son indudablemente muy valiosos pero la memoria es frágil y selectiva. Los actores y gestores del cine boliviano de principios del siglo pasado tenían la memoria grata de los primeros emprendimientos de cine en los que habían participado, pero no los detalles que un historiador (peor aún un catalogador), requiere. La memoria, además, se transforma con los años, a veces se empobrece y a veces se enriquece generosamente. 

De aquí que tanto para escribir un relato histórico como para catalogar materiales, no queda más remedio que acudir a signos de interrogación porque en muchos casos no existe la información precisa que uno busca. 

Felizmente la Fundación Cinemateca Boliviana ha recuperado, parcial o totalmente, muchas de las películas que mencioné en mi “Historia del cine en Bolivia”, pero que yo daba por perdidas irremediablemente. Consigné los datos que pude cruzar, pero no tuve evidencia de la existencia de esos títulos patrimoniales hasta mucho más tarde. 

El caso emblemático es sin duda “Warawara” de don José María Velasco Maidana. Cuando yo lo redescubrí en una modesta vivienda en Houston (Texas, Estados Unidos), olvidado por los bolivianos, su memoria ya no le permitía recordar su gran aporte al cine de nuestro país. Cuando lo convencí de que regresara por unos días a Bolivia para volver a encontrar no solamente su patria sino a aquellos que lo recordaban con cariño, nadie le hizo homenajes y él pasó esos días en una nebulosa, con una sonrisa amable que prodigaba a todos, probablemente sin reconocerlos. 

Así es la memoria, nos abandona, nos traiciona. Pero en el caso de esta obra emblemática de Velasco Maidana, la Cinemateca no solamente pudo recuperarla, sino restaurarla en las mejores condiciones que se pueda imaginar. Ojalá sea el destino de otros tesoros que conserva en sus archivos. 

Sabemos que la Cinemateca Boliviana ha logrado recuperar aproximadamente un 80% de toda la producción fílmica de Bolivia, tanto en película de nitrato (celuloide) como en acetato. El olor de la bóveda donde se guardan estos valiosos materiales es inconfundible. 

Se ha recuperado la colección casi completa de los Noticiarios del Instituto Cinematográfico Boliviano (136 numerados, más otros sin número), aunque sufrió daños irreversibles durante los primeros años de la Televisión Boliviana, donde tijeras irresponsables despedazaban las películas para ilustrar algún programa informativo. Ahora la Cinemateca tiene clasificados los negativos en 35 MM, copias en ese mismo formato y en 16mm. Es una recuperación notable. Como toda clasificación o trabajo de historia, tiene algunas deficiencias.  Por ejemplo, sabemos gracias a testimonios de gente del ICB que entrevisté, que aunque Waldo Cerruto figura como director de todas las producciones, ni siquiera asistía a los rodajes, que eran realizados y editados en Buenos Aires, en diferentes etapas, por Enrique Albarracín, Pastor Fuentes o Nicolás Smolij. Era un trabajo en equipo. 

Es importante señalar que a lo largo de varias décadas se siguió produciendo para las salas de cine noticiarios bajo diferentes nombres, ya sea desde el ICB o desde empresas privadas. Por ejemplo: “Noticias de Actualidad” (50 ediciones numeradas), “Bolivia lo puede” (9 numeradas), “Aquí Bolivia” (17 numeradas, incompleta), y “Hoy Bolivia” producido por Proinca (incompleta, 26 ediciones numeradas), lo cual constituye un registro casi permanente de los principales acontecimientos ocurridos en Bolivia, ahora bajo el cuidado de la Fundación Cinemateca Boliviana. 

El resto del material recuperado corresponde a producciones independientes e incluso familiares, que no siempre constan con créditos de producción o de realización, aunque algunas hayan sido formalmente editadas para su exhibición. 

Durante su primera etapa, más de una década, la Televisión Boliviana filmaba y editaba en 16mm, de manera que esa producción también es parte del acervo de la Cinemateca Boliviana. De lo más valioso en la producción de la Televisión Boliviana es la serie “En carne viva” de Luis Espinal, cortometrajes sobre temas sociales que al final causaron su expulsión de la televisión estatal, exactamente lo que le había sucedido antes en España con una serie similar: “Cuestión urgente”. 

Sin duda las colecciones más importantes en el repositorio de noticiarios y documentales son las de Jorge Ruiz, Hugo Roncal, Jorge Sanjinés y Antonio Eguino, pues en cada caso cubren periodos fundamentales de sus respectivas carreras profesionales detrás de las cámaras. Haría falta un esfuerzo adicional para repatriar copias de documentales que cineastas bolivianos han realizado fuera de Bolivia para diferentes instituciones, por ejemplo el prolífico trabajo de Eduardo Barrios en la Unesco.

Presentación del Catálogo del Archivo Fílmico Marcos Kavlin
en la 24 Feria Internacional del Libro de La Paz
Por otra parte, sería importante recuperar el más pequeño de los formatos de cine, el Súper 8, que a fines de la década de 1970 e inicios de la década de 1980, poco antes de la llegada del video, tuvo exponentes importantes con películas documentales o de ficción terminadas, cuya permanencia en cuanto a calidad de la imagen ha sido más estable que la de las primeras producciones en video analógico de esos mismos años. Algunas de esas películas en Súper 8 compitieron y a veces ganaron premios en festivales internacionales especializados en el pequeño formato. 

El enorme esfuerzo de catalogación del material fílmico que ha realizado la Cinemateca Boliviana con el concurso de Virginia Aillón era imprescindible. No puede concebirse una cinemateca que simplemente mantenga los rollos de película amontonados, sin conocer el valor intrínseco de cada uno. Este catálogo es ahora la piedra basal de un emprendimiento aún mayor que consistirá en la digitalización profesional de todo el material catalogado, para que sea accesible a los investigadores. 


(Presentación en el Catálogo del Archivo Fílmico Marcos Kavlin) 


08 agosto 2019

Envenenados

 No aludo ahora al envenenamiento cotidiano del imaginario colectivo a través de la monumental golpiza propagandística del régimen, que cuesta millones a los bolivianos causando daño a sus conciencias. Es como si pagáramos por nuestra propia lobotomía o tratamiento de shock al estilo de “La naranja mecánica”. 


Me refiero esta vez a un daño físico irreversible: nos están envenenando a través del agua. No es broma ni titular sensacionalista: el agua que consumimos en La Paz y en otros lugares de Bolivia es venenosa porque contiene partículas de químicos y minerales muy superiores a los tolerados según normas internacionales. 

Lo dicen estudios documentados realizados por CEDIB, uno de los centros de investigación más serios de nuestro país. Sus pruebas son contundentes porque exponen no solo la calidad del agua que consumimos sino también las políticas económicas neoliberales que alientan el extractivismo y la minería salvaje, de las que el paladín es nada menos que el vicepresidente, el Robespierre de Alasitas. 


El agua que recibimos en las ciudades o que recolectan en los ríos quienes viven en áreas rurales, está lejos de ser el líquido prístino y puro que nos regalaban los nevados, porque en su recorrido se carga de veneno. Es escalofriante: el agua nos llega cargada de arsénico, cadmio, mercurio, plomo y otros residuos de la minería que se ha instalado en las faldas de las montañas y que los vierte nada menos que en las reservas del sistema de distribución de agua “potable”. 

Estos residuos venenosos aumentan exponencialmente la predisposición a problemas gástricos y de la piel, afectan al sistema nervioso, al hígado y los riñones, provocando cáncer y otras enfermedades. De nada sirve hervir el agua porque aunque se eliminen bacterias y partículas fecales, no podemos deshacernos de los residuos minerales. 


La descripción puede sonar alarmista pero está científicamente documentada por los investigadores de CEDIB y respaldada por años de seguimiento, que los gobiernos deberían agradecer en lugar de atacar para esconder la verdad. La Fundación Solón ha contribuido con estudios similares y otras organizaciones lo saben, pero son demasiado pusilánimes para enfrentar al gobierno. 

No hay minería sin agua, y si bien es cierto que la explotación minera salvaje e irresponsable se ha dado durante décadas, nunca había llegado a los extremos registrados en el gobierno extractivista de Evo Morales, campeón por su política neoliberal. Como ejemplos tenemos la invasión de aventureros chinos para la extracción clandestina de oro en los ríos del Beni y Pando (cuenca amazónica) o la minería salvaje en las faldas de los nevados cercanos a La Paz. 



Contra la propia Constitución Política del Estado, el gobierno de Morales ha cambiado leyes y normas para acentuar el desastre ecológico, triplicando –por ejemplo, la extensión de deforestación para las plantaciones de soya transgénica, o desregulando medidas ambientales para favorecer la explotación minera e hidrocarburífera. El Decreto Supremo No. 3856 del 3 de abril de 2019 es la prueba más reciente de que el gobierno atenta contra la ya vapuleada y violada “Pachamama”. 


Veamos si lo siguiente conmueve a quienes viven en La Paz: las represas de agua de Alto Hampaturi, Peñas, Huayna Potosí, Janqo Khota, de los sistemas Pampahasi y Achachicala, que brindan agua “potable” a la ciudad, están envenenadas ya que a poca distancia operan compañías mineras cuyos residuos acaban en las lagunas. En Incachaca las empresas Los Pioneros, El Progreso y Somet vierten residuos directamente en la represa. Para favorecer a las empresas mineras sucesivos gobiernos han autorizado, mediante disposiciones “transitorias”, niveles de contaminación del agua superiores a las normas establecidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS). 

La cacareada inversión en redes de distribución de agua posterga lo más importante: la calidad de las fuentes de agua, la infraestructura de tratamiento de aguas residuales, el alcantarillado y saneamiento. En otras palabras: el Estado es muy eficiente para distribuir agua envenenada. 


Lo anterior es complejo y está estrechamente vinculado con el modelo de desarrollo extractivista (deforestación masiva, minería salvaje, agricultura con agroquímicos): el gobierno malogra la salud de los bolivianos en el corto plazo y agrava el cambio climático en el mediano y largo plazo. 

¿Esto mueve un pelo a los ministros de Agua o de Minería, o a la ministra de Salud? Para nada: les importa un comino aunque algunos funcionarios tengan en su pasado la “mancha” de haber profesado la defensa de la naturaleza. Parafraseando a Marx (Groucho, claro): “Esos eran mis principios, pero como al jefazo no le gustan, ahora tengo otros”. 

(Publicado en Página Siete el sábado 1 de junio 2019)
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La tierra proporciona lo suficiente para satisfacer
las necesidades de cada hombre,
pero no la codicia de cada hombre.
¾Mahatma Gandhi


04 agosto 2019

El mundo de Aray

Edmundo Aray
Era cineasta y era poeta, como otros trabajadores de la imagen que se expresan con palabras o con películas. No sé si pesan más en la memoria de este amigo venezolano sus libros o sus filmes, pero creo que sobre todo era poeta de imágenes escritas. No solo en sus libros sino en su correspondencia.

Por ejemplo, tenía la costumbre o quizás la virtud, de responder a los correos en versos. Varias veces intercambiamos sobre diferentes temas: el colectivo de documentalistas de América Latina (EnDoc) o la posibilidad de presentar en Venezuela la revista mexicana Archipiélago, realizada por nuestro amigo común Carlos Véjar Pérez Rubio, algo que no pudo concretarse.

Solía comentar de vez en cuando mis notas de blog, cosa que uno siempre agradece porque son pocos los amigos que lo hacen, y menos aún los que las leen. Cuando publiqué un texto sobre Yolanda Bedregal en ocasión del centenario de su nacimiento, me escribió por supuesto en verso celebrando a la escritora boliviana:

Recibo la mañana con tu delicada
crónica sobre Yolanda. ¡Nobleza
de los recuerdos cultivados!
Algunos nombres me son familiares.
Percibo que los personajes han
formado parte de tu vida.  Parecieran
detenidos en el tiempo,
Me complace leerte. Es tuya la palabra,
su templada y sabia escritura.
Un abrazo.
                     Edmundo 
Tuvimos mucho que ver cuando la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL) con sede en La Habana, cuyo presidente era entonces Gabriel García Márquez, me pidió coordinar el libro “Cine comunitario en América Latina y El Caribe”. Venezuela se ofreció a imprimir la primera edición y Edmundo fue uno de mis principales interlocutores.  
Esa primera edición (de las tres que tuvo el libro, en Caracas, Bogotá y Quito), debía hacerse durante el V Festival de Cine Latinoamericano y Caribeño de Margaritas, en octubre del año 2012, pero algún burócrata del gobierno venezolano decidió que había que quitar del capítulo de ese país (que había sido escrito por Pocho Álvarez) algunos nombres que no le caían bien al régimen, de modo que la presentación se hizo recién en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en diciembre del mismo año, con el capítulo cambiado. Edmundo no tuvo que ver con ese absurdo acto de censura y en los años siguiente replegó su actividad a Mérida.
Edmundo Aray (a la derecha), junto a Sergio Trabucco, Roque Zambrano y Alfonso Gumucio 
El cine era una parte importante de su vida, no en vano estuvo entre los iniciadores de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y fue fundador del Comité de Cineastas de América Latina, así como director de la Escuela Internacional de Cine y Televisión en San Antonio de Los Baños. En su filmografía destacan las películas “Pozo muerto” (1968), “Venezuela tres tiempos: fragmentos del anti-desarrollo” (1973), “Simón Bolívar, ese soy yo” (1995), y varios trabajos más. 
Publicó varios poemarios, entre ellos “La hija de Raghú” (1957), “Nadie quiere descansar” (1961), “Tierra Roja, Tierra Negra” (1968), “Cambio de soles” (1969), “Libro de héroes” (1971), “Cantata del Monte Sagrado” (1983). Y obras de narrativa de corte biográfico: “Los cuentos de Alfredo Alvarado, alias el Rey del Joropo” (1997); “Bolívar, de San Jacinto a Santa Marta”; Antología Poética (La vida a la muerte unida: 1958-1999); “Manuela Sáenz, ésa soy yo” (2000); “Simón Rodríguez, ése soy yo” (2000); “José Martí, ése soy yo” (2002); “Sucre, ése soy yo”, entre otras. 
Me obsequió su antología “Laberinto de amor” que reúne los poemas escritos entre 1991 y 2006, con una dedicatoria generosa: “Para Alfonso Gumucio, unidos por el hecho creador”. En ese libro le dedica hermosas páginas de prosa poética a Bolívar y a Manuela Sáenz: “Me mandó a llamar, a su mujer de alma y cuerpo y corazón, hermoso cuerpo desnudo y perfumado con agua de verbena; tierra generosa, de raso y seda, y hamaca y alfombra y terciopelo y piedra blanda y volcán y lava y deliciosa miel… la suya y la mía, y mucha, inolvidable pringamosa, y las 24 horas de mi vulva que su alicaído humor retuvo para saciarse cualquier día de mayo…” 
Edmundo falleció a los 83 años de edad en la ciudad de Mérida, el 26 de junio de 2019. Estas líneas son para la memoria, para la mía, por supuesto.
(Publicado en Página Siete el domingo 21 de julio 2019)

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Pensar es doloroso
El alma hierve y se ahoga.
Edmundo Aray