28 junio 2021

La política con altura

(Publicado en Página Siete, el domingo 23 de mayo de 2021)  

Cuando me gusta un libro, soy un lector lento. Saboreo cada página y a veces la leo de nuevo antes de pasar a la siguiente. Tomo notas y subrayo. Eso me pasó con La política como opción de vida (2021, Heterodoxia), la autobiografía de Antonio Araníbar Quiroga, uno de los tres altos dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), tres veces candidato a la presidencia, pero sobre todo un luchador leal y comprometido con ideales de justicia, libertad y democracia.  

Cuando un hombre que ha vivido grandes eventos históricos decide desnudar ante los demás la intimidad de su pensamiento y de su acción, y su vida privada como complemento de su vida pública, lo hace consciente de que nadie más podrá manipular su relato, ni interpretarlo según una coyuntura que quedó atrás. Deja para generaciones futuras (con la esperanza de que lean, cosa cada vez menos probable) su palabra compleja y a veces contradictoria, enriquecida por la reflexión permanente.  

Con la edad, uno revisa cada episodio de su vida y lo sopesa nuevamente, lo vincula a nuevos datos, lo contrasta con la crítica y con el escarnio, porque cada parte vivida y percibida es lo que construye el todo existencial. Mientras avanzo en la lectura del testimonio de Toño Araníbar, detecto aquello que mejor lo define: ética, honestidad, integridad, generosidad, valentía… pero también rabia, impotencia, decepción, amargura, bronca. Hay todo eso en una vida plena. Las primeras son palabras que podrían ser un mantra para las nuevas generaciones, y también las últimas, para derribar a los falsos ídolos del oportunismo y del transfugio, del resentimiento y del odio, de la corrupción y de la mentira, de la mezquindad y de la arbitrariedad… taras a las que nos han querido acostumbrar ejerciéndolas con fruición.  

El relato no pretende ser un discurso vistoso, pero es un ejemplo de existencia, con luces y sombras, que debería abochornar a quienes por su ambición personal demolieron una escala de valores que era un parámetro generacional, y también a quienes no hicimos lo suficiente para impedirlo.  

En el prólogo Fernando Calderón dice que todo testimonio es a la vez personal y colectivo, porque es “la pintura de un tiempo”. Sin embargo, a ello habría que agregar que todo testimonio es una voz única e intransferible, una mirada íntima sobre la propia vida, lo cual la hace distinta a otras miradas igualmente legítimas sobre el mismo fresco histórico. Es propio del género testimonial que el autor justifique y explique sus acciones, y son muy raras las autobiografías autodestructivas (pienso en Adamov, o en la que podría escribir Fernando Vallejo).  

Lo importante de un relato que interpreta la historia en primera persona y hace valoraciones de otros personajes, es que el lector también puede construir su propio relato en primera persona y contrastar sus propias valoraciones, sobre todo cuando hay espacios y tiempos históricos comunes. Por ello, dudo que las nuevas generaciones —para quienes la historia de hace cuatro décadas es tan remota como la revolución francesa, puedan obtener el mismo provecho y sentir el mismo entusiasmo al recorrer las páginas de este testimonio.  

El libro está dividido en seis capítulos, con una calidad que declina hacia el final: “El caminar de un peregrino” (los inicios a partir de las convicciones cristianas), “El MIR” (la construcción de un nuevo instrumento político), “La conquista de la democracia” (el exilio y la lucha contra las dictaduras), “El gobierno” (otra cosa es con guitarra), “Un nuevo camino” (la segundita) y “Un paso al costado” (la bronca final).  

Antonio Aranibar y Guillermo Capobianco

Es mucha vida para comprimirla en 348 páginas con 45 fotografías (que merecían un mejor tamaño y una mejor impresión). Toño Araníbar se las arregla para entretejer su vida política con su vida familiar, y lo hace de manera que el lector encuentra a ambas naturalmente indisociables. No es menor el aporte que hace el prefacio de Ivonne, su esposa y compañera de vida, para ponerle una bomba ventricular a todo lo que viene después.  

Los orígenes políticos de Araníbar son sugestivos para quienes no lo conocen. El lector común suele estar acostumbrado a retratos de figuras públicas en el momento cúspide de su existencia. Esas fotos con pedestal son engañosas porque capturan una instantánea cuyo espesor no permite llegar al hueso del personaje. Por eso Toño empieza con sencillez: aunque confiesa que nunca quiso meterse en los recovecos de su memoria, lo hace bastante bien para desentrañar su origen en una familia que tenía tierras y pongos en Sarco y La Tamborada, y que vivió el sacudón de la revolución de 1952, cuando la Falange Socialista Boliviana (FSB) capitalizó las energías de quienes eran ante todo cristianos. Paradoja la del PIR, el precursor marxista, que en alianza con la derecha más recalcitrante logró derrumbar en 1946 el proceso de cambio que el MNR había cristalizado a partir de la Guerra del Chaco.  

Oscar Eid, Jaime Paz y Antonio Aranibar 

Una cosa lleva a la otra: ese muchacho espigado, que allá por 1962 tenía que pedir permiso a los dinteles de las puertas para atravesarlas, comienza a descubrir el sabor de la militancia en la Juventud Universitaria Católica de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS), en Cochabamba. Sus primeras amistades “para toda la vida” nacen allí y continúan en el Partido Social Cristiano: Chichi Ríos Dalenz y los dos Alfonsos (Camacho y Ferrufino), imbuidos por la misma convicción.  

Sus primeros años de participación política están marcados por cierta indecisión relacionada con la construcción de su propia familia: ¿trabajar como profesional para dar seguridad a la esposa y a los hijos, o lanzarse al activismo político con ellos, a pesar de los riesgos? Un dato curioso en esa parte: el día de su matrimonio con Ivonne Arze en la iglesia del Montículo, sus testigos y supuestos “amigos”, Remo di Natale y Benjamín Miguel, los dejan plantados.  

En su breve paso por la empresa privada se describe serio y disciplinado, pero también insatisfecho porque quiere romper con sus raíces pequeño-burguesas y no lo logra. Le pican los pies para pisar el terreno de la política, aunque ya ha sido testigo de transfugios y frustraciones: ni los cristianos están exentos de comportamientos con dobleces. El relato de los avatares cotidianos por la sobrevivencia en esos años de juventud, forman también el temple de quien no quiere claudicar en sus ideas. Lejos de un relato de leyenda, el joven Toño trata de conciliar el sufrimiento por la familia, con un destino histórico todavía insospechado.  

El lector disfruta la “profundidad de campo” (como decimos en fotografía), es decir, la perspectiva incluyente de la historia que abarca seis décadas de experiencia personal y permite ver el conjunto. Es lo contrario de ver de manera sesgada y maniquea los tres últimos lustros y creer que la historia comenzó en 2005, como intenta el MAS.  

La dificultad de construir una opción política que no sea ni capitalista ni comunista, no era fácil en un mundo tan polarizado como el de la década de 1970. La “tercera vía” no era tan clara y el contexto internacional pesaba demasiado sobre los procesos políticos de raíz nacionalista. Lo más saliente del testimonio es el proceso de construcción del MIR, del cual fue uno de los principales actores (a Jaime Paz le sirvieron el MIR en bandeja).  

Siles Zuazo, Jaime Paz y Jorge Kolle Cueto 

El periodo anterior al golpe de Banzer es crucial en el crecimiento político de Toño, un proceso continuo que no se estanca porque está guiado por valores y por la reflexión crítica y autocrítica. Esta etapa pre-MIR tiene un punto de inflexión en la Asamblea del Pueblo y el gobierno de Juan José Torres. La participación de Toño, con la limitada práctica política que tenía, no impide una mirada crítica sobre el “ultrismo” que llevó a Torres al palacio de gobierno y lo abandonó allí. Parecía que la ideología era lo último que importaba, pues más peso tenían las rencillas personales y el oportunismo. Lo que ya había visto a su paso por el Partido Social Cristiano parecía magnificarse, y se agravaría en el propio MIR con el paso de los años.  

Los supuestos aliados le hicieron al general Torres un corralito que precipitó en apenas diez meses el golpe de Banzer y una dictadura de siete años de persecución, exilio y clandestinidad. “Ya habíamos mostrado tenacidad en las luchas universitarias. Tocaba ahora tener templanza en este nuevo espacio político que se nos abría. Éramos novatos en este juego, pero llegaríamos a ser expertos. Nuestras destrezas en el arte del camuflaje y la confabulación se irían robusteciendo”, relata al cruzar el umbral de su primera noche en la clandestinidad.  

Hay páginas de dolor que trascienden los episodios políticos, por ejemplo, cuando en el exilio en Chile se produce el golpe de Pinochet y el asesinato de su amigo de juventud, casi un hermano, Chichi Ríos Dalenz. La hondura de la pérdida marca a Antonio en un doble sentido. “Claro que sentí miedo”, dice, pero con ese miedo humano crece su determinación de zambullirse íntegramente en la lucha política y desde abajo, con humildad.  

Desde su nacimiento el MIR tardó 12 años para llegar al poder. El MNR lo logró en apenas tres años en alianza con Villarroel, en 1943. Para el MIR la alianza con Siles Zuazo en la UDP fue el paso histórico que permitió acceder al poder, pero los tiempos del calendario no cuentan el detalle. El MIR pasó por un proceso de formación colectiva que Antonio describe minuciosamente en la parte más sustancial de su autobiografía, para colegir que finalmente el desgaste del MIR comenzó con la llegada al poder, el mismo día de la toma de posesión de Siles Zuazo.  

Nadie más puede contar lo que cuenta Toño de su cercanía con Siles Zuazo en el proceso de negociaciones que llevó a la formación de la UDP (“don Hernán complicaba aún más las cosas”). El relato de las reuniones en el exilio con Lechín y Siles (una mirada apasionante de quien había conocido como estudiante universitario a ambos líderes históricos), el “Pacto de Caracas”, el “entronque histórico”, las reuniones clandestinas de la cúpula del MIR, la determinación de dejar las decisiones en manos de la dirección nacional (clandestina en tiempo de dictaduras), son episodios magníficamente narrados.  

con Ivonne yToño en México, 2012

Los rasgos generales de las negociaciones políticas de aquellos años se conocen, pero los detalles que ofrece Toño pueden pasar desapercibidos en los libros de historia. Cuando se discutía quién sería el acompañante de fórmula de Siles Zuazo en las elecciones, el nombre de Toño fue propuesto por todos en la dirección del MIR. Hubo solo dos votos en contra: Araníbar y Jaime Paz… Fue entonces que él propuso a Jaime Paz, y ahí se sembró la semilla del individualismo que en pocos años desvirtuó al MIR.  

Muchos de los que estábamos en el campo progresista en 1979 apostamos por la UDP sin ser militantes. El “entronque” generacional tenía sentido con una izquierda nacional no influenciada por los “ismos” que dominaban el planeta. Aunque el Partido Comunista era parte de la UDP, su papel político ya no era preponderante. Tenía más garra en el ámbito sindical con dirigentes como Simón Reyes y Oscar Salas. Luego vino el “empantanamiento histórico”, la intransigencia que expuso a los partidos políticos que no estaban a la altura de sus responsabilidades. El bajón de ánimo político afectó a Toño, según su relato, de la misma manera que afectó a todos los que creíamos habernos librado de las dictaduras militares.  

Golpe militar en 1980

Natusch (con aliados del MNR y de la UDP) y García Meza llegaron para rematar una democracia moribunda. En el relato sobre el paso a la clandestinidad durante García Meza algo me sorprendió: yo estaba convencido de que solo los que no teníamos militancia tuvimos que acudir a los amigos para pedir refugio, pero Toño narra su peregrinaje con el Dr. Siles Zuazo de una casa a otra, mostrando que el MIR no tenía siquiera casas de seguridad preparadas para un golpe que estaba más que cantado.  

Luego, la fractura del MIR, las divergencias y separaciones entre los principales dirigentes, y el dolor de perder la sigla partidista que en el futuro quedaría asociada al oportunismo político y no a las luchas contra la dictadura.  

A medida que avanza el relato hacia los capítulos finales, se fragmenta y se hace menos intenso. Como toda autobiografía, esta también hace ajustes de cuentas y multiplica aclaraciones a la defensiva, que hacen declinar el relato. Paulatinamente el autor se atrinchera en explicaciones sobre sus actuaciones políticas, y abandona el terreno de la ideología, aunque su convicción política y no el sentido de la oportunidad, lo llevan a apoyar el gobierno de la Participación Popular, liderado por Sánchez de Lozada.  

Aranibar con Jaime Paz, Oscar Eid y Capobianco

Muy sensible a la crítica de los adversarios, Toño se defiende con bronca, descendiendo al subsuelo del debate donde lo arrastran personajes como Evo Morales, quien no merecía respuesta. La narración se hace reactiva antes que propositiva. Se nota el cansancio del narrador cuando habla (probablemente ante una grabadora) de episodios que le son desagradables. Toño, que siempre creyó en la política limpia y con altura (la suya en dos sentidos), se ve arrastrado a referirse al fango de la politiquería más baja. El hastío cruza las páginas cuando la historia se reduce a un proceso de cambio sin cambio, con la aparición mesiánica de un gran impostor, que desde 2005 hace retroceder a Bolivia y obliga al autor del libro a dar “un paso al costado”. La frustración gana la partida y él la condena a un exilio injusto impuesto por la vendetta política.  

en México, 2012 

Todo lo anterior, con altos y bajos, es parte de la vida misma y de un testimonio que llega al lector gracias al esfuerzo de Heterodoxia y de su inventor, mi amigo Tyrone Heinrich, cuyo nombre no aparece por ninguna parte, pero es justo rendirle homenaje aunque él opte por el anonimato. Leyendo su “WhatsApp del editor” y la página final sobre Heterodoxia, podemos conocer algo de quien prefiere la modestia a la figuración, activo militante por la vida, como Liber Forti, su mentor.  

La edición está bien cuidada, aunque para mi gusto hay demasiadas y muy largas notas al pie de página (con un tipo de letra muy pequeño), que podían incorporarse en el relato como parte del texto. Y el añadido final de las “Notas sobre el Silala” sale sobrando, es un apéndice innecesario en esta magnífica autobiografía.   

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Cuando los que mandan pierden la vergüenza,
los que obedecen pierden el respeto.
——Lichtenberg

21 junio 2021

Negro: no puedo respirar

(Publicado en Página Siete el sábado 22 de junio de 2021). 

Nunca habrá tenido tanto sentido la frase desesperada: “no puedo respirar”. Nuestro mundo se está ahogando. En Bolivia no pueden respirar los que mueren por COVID-19 y no pueden respirar los ciudadanos que sienten la opresión de un sistema político que en tiempos de pandemia es indolente, comete abusos y viola las libertades ciudadanas.  

Acaban de condenar en Estados Unidos a 30 años de cárcel al policía Derek Chauvin que asfixió al ciudadano negro George Floyd de manera brutal. La justicia actuó de manera independiente y expedita. Para un caso tan complejo, un año desde el hecho criminal hasta el fallo judicial, no es mucho. (Por si acaso, la palabra “chauvinista” o chovinista se atribuye a otro señor, el soldado francés Nicolás Chauvin, que durante las guerras napoleónicas no entendía la diferencia entre ser patriota y ser patriotero).  

En Bolivia no podemos respirar, pero también nos sentimos muy chauvinistas y autosuficientes. Ya sabíamos que en las alturas de nuestras montañas y en ciudades como La Paz, El Alto, Oruro y Potosí, no hay suficiente oxígeno (con lo que ello implica para el desarrollo normal del cerebro). Pero lo peor es que ahora tampoco tenemos en Bolivia oxígeno de tipo medicinal y lo estamos importando de Chile y Brasil, dos países muy “amigos” del actual gobierno, para decirlo con sorna (la falta de oxígeno mata el humor).  

Importar “aire” es una barbaridad. Claro que también es aberrante que importemos papas de Perú, frutas de Chile y productos lácteos de Argentina… Cuando hablo de “importar” soy generoso, pues en realidad se trata de contrabando. El mundo al revés: en este país los contrabandistas traen cantantes de Alemania (Modern Talking o Mr. President) para amenizar fiestas en Huachacalla, que tiene mil habitantes. Todo entra por pasos clandestinos o por aduanas corruptas, ya que Bolivia es incapaz de producir lo más básico para alimentarse, y ahora, algo elemental para sobrevivir: oxígeno.  

La crisis de oxígeno en la primera semana de junio hizo titulares de cinco columnas en los diarios: “Cochabamba desbordada por la muerte y sin oxígeno para paciente”, “El peregrinaje contrarreloj para comprar aire”, “Relatos de agonía: Santa Cruz se asfixia por la escasez de oxígeno”, “Aumentan casos de pacientes que mueren por falta de oxígeno”, “Nada es suficiente para abastecer de oxígeno a tres regiones”.  

Esos titulares son una marca de oprobio: mientras la gente moría por falta del elemento básico de la naturaleza, el presidente estaba guitarreando en Tupiza o en algún otro lugar del país donde le gusta esconderse para no estar en la sede de gobierno.  

En la sede de gobierno está el alcalde, que tampoco hace nada. Cada semana anuncia que “se tomarán medidas drásticas”, pero nunca las toma. Los que votamos por él estamos arrepentidos al ver su actitud pusilánime. Está concentrado en “bachear” las calles para que circulen mejor los minibuses, pero la pandemia solo aparece en declaraciones sin consecuencias.  

Obra realizada por Ejti Stih 

Hace un año, cuando Arias era ministro de Obras Públicas del gobierno de la presidenta Añez, había en Bolivia menos de 6 mil casos de contagios semanales (hoy hay 18 mil). Solo el día miércoles 9 de junio hubo 3.839 casos en el país, pero en la misma fecha en 2020: 630 nuevos casos. Y sin embargo, el gobierno transitorio tuvo la visión de declarar una cuarentena estricta en todo el país, para contener el avance del virus, del que todavía se conocía muy poco. Y se contuvo la primera ola. Ahora, sabemos más y tenemos vacunas, pero los casos se han multiplicado por seis, aunque ni el gobierno central ni el alcalde de La Paz toman medidas. Ambos rehúyen la responsabilidad.  

Iván “Negro” Arias, alcalde de La Paz 

Más que la salud de la población al alcalde Arias le preocupa crear un nuevo logo para su gestión y descartar los chalecos amarillos de la anterior. Que escoja el color gris, porque así se pinta el futuro de la nueva alcaldía. Cada semana posterga decisiones sobre la pandemia. Dice: “Dios no quiera que La Paz llegue a circunstancias como Cochabamba y Santa Cruz” (como si fuera una cuestión de fe), “en La Paz hemos optado por el camino de la concientización y el autocontrol” (babosadas), o “La Paz analiza restricciones de circulación” (todas las semanas “analizan”).  Viva la pepa, todo normal… Pero luego se asusta: “Arias alerta posible situación inmanejable en julio”… Voy a usar una palabra aceptada por la Real Academia de la Lengua: ¡qué carajos espera el alcalde!  

Apela a la “responsabilidad ciudadana” y al “autocontrol” como si estuviéramos en Suecia. El Negro Arias debería ser alcalde de Upsala o de Mälmo. Si cree que con bonitas palabras va a convencer a los micreros o a los gremiales que cumplan con medidas de bioseguridad, distanciamiento, etc. está pateando oxígeno. Es obvio que pactó con ellos para llegar donde está, y que no tiene intenciones de contrariarlos. Mientras tanto, la gente se contagia y muere.

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El que respira, dice: tengo todavía todo por respirar.
El infeliz, dice: tengo todavía lugar para las desdichas de los otros.
El que ha muerto, nos dice: no conozco nada todavía, no puedo estar muerto.
—Elias Canetti

 

 

16 junio 2021

Llenar la huella

(Publicado en Página Siete el domingo 9 de mayo de 2021)  

En varias oportunidades he criticado, con la mayor honestidad, algunos aspectos de la gestión del ex alcalde Luis Revilla, en particular: a) no haber aprovechado el primer año de pandemia (sin tráfico) para terminar a tiempo las obras viales de Miraflores y Sopocachi, b) no hacer respetar las reglamentaciones de construcción, dando pie a edificaciones fuera de norma, o que las violan mediante autorizaciones “truchas” de la propia Alcaldía, c) no haber podido despejar a los comerciantes que ocupan las calles con sus puestos, impidiendo el paso de peatones y vehículos (en vano se hizo “peatonal” la calle Comercio, hoy es un asco), d) no haber limpiado los ríos mediante un sistema de saneamiento y reciclaje permanentes, y sanciones a los infractores, e) no haber detenido y procesado a loteadores que aplanan los cerros que rodean la ciudad, alterando su fisonomía y poniendo en peligro la estabilidad del suelo f) no habernos librado de la maraña de cables que saturan los postes y que suelen aniquilar los árboles públicos, salvajemente mutilados por las empresas para dar prioridad a sus cables sobre el bienestar colectivo de la ciudad.  

Sin embargo, sería injusto dejar de reconocer aquello que ha sido positivo en una década de gestión continua del alcalde Revilla, del Concejo Municipal (con gente extraordinaria como Pedro Susz), y de todos los trabajadores del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz (GAMLP). Se ha hecho mucho, ha sido una de las mejores alcaldías que ha tenido esta ciudad.   

Lo más evidente, aquello que los ciudadanos disfrutamos más, es el Puma Katari, el servicio de autobuses municipales con paradas fijas, limpios y cómodos. El resultado del Puma Katari no es solamente un mejor transporte público, que gradualmente debería remplazar a los desordenados y caóticos minibuses privados, sino además su impacto sobre la educación y la cultura ciudadanas, algo similar a lo que sucedió desde 1995 en Medellín, cuando se inauguró el metro: los ciudadanos aprendieron a hacer fila, a mantener limpio el espacio público y, sobre todo, a respetarse entre sí. Ese es un logro irreversible. En tiempos de pandemia, con ocupación del 50%, el Puma Katari se convirtió en el transporte ideal para quienes queremos cuidarnos del virus. Los ciudadanos lo defendimos contra el vandalismo organizado del MAS, nunca sancionado por las leyes.  

Las ideas buenas hay que adoptarlas. Así como el Puma Katari se inspira en el Transmilenio colombiano que se ha replicado en un centenar de ciudades de América Latina, también se adoptaron en La Paz algunas iniciativas de cultura ciudadana de uno de los mejores alcaldes que tuvo Bogotá, Antanas Mockus, para alentar creativamente la educación vial, tanto de conductores como de peatones. El programa de las cebras es innovador y ha sido replicado con particularidades propias en otras ciudades de Bolivia, aunque no con el mismo éxito. Incluso en La Paz, queda mucho por hacer con las cebritas, que no siempre están donde son necesarias.  

Las cebras significaron empleo para muchos jóvenes, al igual que los espacios de estacionamiento en zonas determinadas de la ciudad. En lugar de colocar parquímetros automáticos, la alcaldía privilegió el empleo de jóvenes y generó recursos para pagarles. Así logró que los conductores entendieran que el espacio público tiene un costo, no es cuestión de dejar el vehículo en cualquier lado. A ello se sumaron iniciativas como el Día del Peatón (una vez al año es muy poco) o los domingos de ciclovías, aunque éstas con una extensión muy limitada (Bogotá tiene 550 kilómetros de ciclo rutas permanentes y 117 kilómetros de ciclovías temporales, creadas en plena pandemia).  

Se han hecho esfuerzos de educación ciudadana a través de la separación de basura, aunque en muy pequeña escala. Los contenedores grandes eran indispensables, así como un sistema de recolección y separación eficiente. ¿Cómo pudimos vivir sin ello tantos años? Se han creado plantas industriales para procesar desechos orgánicos y convertirlos en abono, de desechos sólidos para reciclarlos, y de desechos de construcción para producir losetas. La ciudad se ha modernizado con empresas municipales como EmaVerde y Emavías, así como el sistema de hospitales del municipio (que han sido indispensables durante la pandemia).  

Los “barrios de verdad” no solo generaron empleo temporal, sino que embellecieron sectores abandonados que carecían de infraestructura mínima. Se pavimentaron calles, mejoraron servicios públicos, construyeron infinitas gradas para integrar los barrios al centro de la ciudad, habilitaron espacios deportivos y culturales. La crítica que se le hace al programa es que legalizó (de hecho) construcciones fuera de norma y premió a los loteadores que terminan saliéndose con la suya, y que la alcaldía no sanciona porque no actúa de oficio, sino solo cuando hay denuncias.  

Desde mi perspectiva de ciudadano cercano a las artes, el sector de la cultura recibió un apoyo nunca antes visto en la historia del gobierno municipal. Además de los concursos que proporcionaron fondos semilla para la producción artística, la Secretaría Municipal de Culturas (SMC) coordinó e impulsó la realización de actividades culturales en todos los ámbitos, gracias a la visión y carisma de Andrés Zaratti Chevarría y de su predecesor, Walter Gómez.  

Una de las joyas en la corona de laureles de la cultura municipal es la revista Jiwaki, que con tanto amor produce Fernando Lozada, animador cultural por excelencia. El contenido y el diseño de la revista (de distribución gratuita) pueden competir con cualquier revista cultural en el mundo. Cada página de la edición está producida con especial esmero. Y no se queda atrás la “mini” agenda Jiwaki, el programa de bolsillo de actividades culturales que cada mes nos permitía acceder a toda la oferta cultural de la ciudad, no solo aquella de la alcaldía.  

Fue también un acierto el liderazgo de Mabel Franco en el ámbito de las artes escénicas. El teatro ha sido lastimosamente una obra de titanes en Bolivia, pero gracias al impulso que se le ha dado en estos años en La Paz los escenarios estaban siempre ocupados con obras de interés. Esa gestión se cierra con broche de oro al bautizar el Teatro de Cámara del Teatro Municipal con el nombre de Norma Merlo.  

En un plano más personal, el Gobierno Municipal honró a mi padre en 2014 con el título póstumo de Hijo Predilecto de la ciudad de La Paz (la segunda vez que esa distinción se otorgaba a una persona), colocó una placa conmemorativa junto a su tumba en el Cementerio General (otro espacio embellecido por la gestión municipal) y en la plaza que lleva su nombre en la calle 22 de Achumani. En el Salón Rojo del Palacio Consistorial se presentó la biografía que escribí sobre mi padre, El ingeniero descalzo, en una sesión de honor con palabras del alcalde Luis Revilla y de mi amigo Carlos Mesa. En 2019, fui honrado junto a otros artistas y productores de la cultura con la Tea de la Libertad.  

Los resultados de una gestión de diez años superan con creces las deficiencias. Revilla entrega una alcaldía modernizada, con una batería infinita de normas y reglamentos, que son como las bóvedas de los ríos, obras escondidas que no atrapan la mirada como las plazas, puentes y espacios de esparcimiento, pero sirven como fundamentos de una mejor ciudadanía. Es cierto, también le entrega a Iván Arias una alcaldía con deudas, en parte atribuibles a la pandemia.  

Ahora que Revilla culminó su mandato y que el Negro Arias asumió la Alcaldía, queda sugerirle a este último que con humildad y sabiduría sepa llenar la huella que dejó el primero, y si es posible, hacerla más grande como desafío para las próximas gestiones. Más allá de cualquier color partidario, los chalecos amarillos inspiran el respeto de los ciudadanos. No se debe abolir ese símbolo.

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Otros siguiendo tus huellas, frescas recorrerán tu camino palmo a palmo,
pero tú mismo no debes distinguir la derrota de la victoria
no debes renunciar ni a una brizna de ti mismo.
—Boris Pasternak 

13 junio 2021

Pensar la obra de Sanjinés

Lo que sigue es una adaptación resumida del prólogo que escribí para el libro de David Wood sobre Jorge Sanjinés, publicado en 2017 luego de años de investigación.  

Pocos estudios se han atrevido a abordar la obra de Jorge Sanjinés en Bolivia, por varias razones, entre ellas por la propia personalidad del cineasta y las pocas oportunidades de ver su cine. Las nuevas generaciones no conocen el cine de uno de los mayores autores del nuevo cine latinoamericano. Me ha tocado hablar en Bolivia en auditorios con varios centenares de estudiantes de comunicación que nunca habían visto Ukamau, Yawar Mallku, El coraje del Pueblo o La nación clandestina, para no citar sino algunas de las más emblemáticas.  

Las dificultades para ver el cine de Sanjinés y para escribir sobre él las ha salvado David Wood a lo largo de varios años de paciente investigación. Wood es un estudioso nacido en Inglaterra y radicado en México, cuyos trabajos destacan por el rigor metodológico, el exhaustivo acopio de información y una aguda capacidad de análisis. Su trabajo sobre Sanjinés pone en relieve esas tres virtudes del estudioso que no ha abordado desde lejos la cinematografía de uno de los más importantes cineastas bolivianos, sino que se ha tomado el trabajo de llegar a Bolivia al menos en tres ocasiones (2003, 2008 y 2014), de empaparse del contexto y de revisar en la Cinemateca Boliviana muchas horas de material fílmico.   

Como todo investigador que se respeta y que respeta el ámbito que investiga, David ha invertido mucha energía y tiempo en este proceso. Desde septiembre de 2008, cuando coincidimos en México, me ha hecho parte de su aventura de pensar el cine de Jorge Sanjinés, compartiendo el proceso de investigación y las versiones sucesivas de este libro estructurado en cinco capítulos y un epílogo abierto, a través de los cuales reconstruye de modo analítico la trayectoria excepcional, diversa y a veces contradictoria del cineasta boliviano.  

El recorrido de David Wood es profundo en la medida en que no se limita a las películas, sino también a las ideas expresadas por Sanjinés en sus textos de reflexión sobre la visión de “autor” cinematográfico en el sentido europeo, que Sanjinés rechaza enfáticamente, aunque cada vez más se afirma en los hechos como tal. En todas sus películas su ideología y su visión plástica como realizador se impone de manera contundente.  

Para desarrollar su análisis tomando en cuenta el contexto personal de Sanjinés, Wood se remonta a fines de la década de 1950 cuando el cineasta boliviano todavía en borrador transita por los estudios de filosofía y por los impulsos literarios hasta decidirse definitivamente por el cine, aunque sus primeros cortometrajes producidos en el marco del aprendizaje del cine en Chile, no se han conservado.  

La emergencia del cineasta boliviano no se explicaría sin el movimiento del nuevo cine latinoamericano que inician los cineastas brasileños (Nelson Pereira dos Santos), cubanos (Tomás Gutiérrez Alea, Julio García Espinosa) y argentinos a fines de la década de 1950 y en los primeros años de 1960. A ellos se sumarían rápidamente desde 1964 cortometrajes de Mario Handler (Uruguay), Raúl Ruiz (Chile), y del propio Jorge Sanjinés, entre otros muchos que le darían cuerpo al nuevo cine latinoamericano.  

No solamente de ese contexto imprescindible se ocupa David Wood sino también de la trayectoria del cine boliviano que intersectó Sanjinés al comenzar a trabajar en Bolivia, muy particularmente el cine pionero de Jorge Ruiz, que es su precedente más inmediato tanto por sus preocupaciones sociales, como por una estética donde la ficción de enriquece con una mirada documental sobre la realidad a través de la participación de actores naturales.  

En el plano de la teoría Wood subraya en los primeros escritos de Sanjinés las lecturas de teóricos europeos, para mostrar que desde el inicio de su actividad el cineasta optó por desarrollar su propia reflexión sobre la estética y la política del quehacer cinematográfico.  

Película tras película, David Wood se enfrasca en un análisis meticuloso de los argumentos, la estética, el impacto político social y la crítica que en su momento o más tarde se acercó a cada una de las obras, sin dejar a un lado las anécdotas y testimonios narrados por quienes vivieron de cerca cada etapa. Sin complacencia y con mucha integridad intelectual el estudioso de la trayectoria de Sanjinés esboza un panorama de luces y sombras.  Esta es una obra de análisis crítico, según demuestra en cada página.  

Jorge Sanjinés y Beatriz Palacios 

En el octavo piso de la vida Jorge Sanjinés no ha dejado de dirigir cine. A partir de Insurgentes su cercanía con el gobierno de Evo Morales le ha permitido montar proyectos cinematográficos ambiciosos con apoyo oficial. El largometraje más reciente estrenado, Juana Azurduy, guerrillera de la patria grande aborda un episodio histórico fundamental en la creación del Estado republicano.  

Para David Wood el desafío continúa porque analizar el conjunto de la obra de un cineasta cuya actividad no ha culminado podría entrañar el riesgo de dejarse llevar por los acontecimientos políticos y sociales más recientes, sin tomar la distancia critica y analítica necesaria en un trabajo tan abarcador como este.   

La garantía de que esto no suceda es el rigor científico del investigador que se aproxima a la realidad sin prejuicios, con compromiso pero también con distancia, con el único propósito de contribuir en la creación de nuevo conocimiento que permita a las nuevas generaciones recuperar la memoria tantas veces extraviada.  

(Publicado en Página Siete el domingo 2 de mayo 2021)  

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El cine nunca es arte.
Es un trabajo de artesanía, de primer orden a veces,
de segundo o tercero lo más.
—Luchino Visconti