24 junio 2015

Los amigos de Pedro

Los amigos de Pedro me invitaron al Cafélibro en Quito para pasar con él unas horas, recordando el primer año de su partida. Le hicieron una fiesta, como se merece, y le pusieron tanto cariño a la preparación, que Pedro estaba allí sonriente y seductor haciendo guiños a todos los presentes. Así vale la pena tener amigos.

Pedro Saad Herrería fue muchas cosas a lo largo de su vida, pero para sus amigos fue sobre todo alguien que los hacía soñar. Dos de ellos, que son también míos, recuerdan esa capacidad que tenía de evocar proyectos que iban más allá de la utopía, que no solamente permitía avanzar hacia un horizonte siempre en movimiento, sino que eran tan improbables como hermosos.

Para quienes no lo conocieron de cerca quizás quede en los anales de la memoria colectiva aquellos que Saad representaba a través de sus acciones públicas: excelente analista de muchos temas (es decir todólogo librepensador), autor de algunas obras de teatro, perpetrador de libros instantáneos que reflejan coyunturas políticas explosivas, cineasta y actor ocasional. “Escritor, dramaturgo, cineasta, político, diplomático, ministro, historiador, poeta, intelectual y periodista…” dice Wikipedia, a lo que habría que añadir masón y “orador consumado y suscitador”, según leemos en una crónica necrológica.

Unos y otros recordarán una de sus últimas piruetas de visibilidad pública, cuando él mismo pidió aparecer en las cajetillas de cigarrillos como ejemplo de aquello que no se debe hacer: fumar hasta cuatro cajetillas diarias al extremo de quedar sin pulmones y sin oxígeno. Durante sus últimos años Pedro Saad tuvo que estar amarrado a un tanque de oxígeno, no sé si arrepentido pero al menos consciente de que se le había acabado el aire en la vida.

Para los bolivianos Pedro Saad es alguien sin que lo sepamos. Pocos lo identifican entre los actores de Fuera de aquí, el largometraje de Jorge Sanjinés, donde aparece encarnando a un ejecutivo de la compañía Minex que trata de venderles a los indígenas de una zona minera, la panacea de una vida mejor. Para Pocho Álvarez, que es uno de esos amigos, la situación en Ecuador se repite cuarenta años más tarde, cuando Rafael Correa, el presidente extractivista, sostiene el mismo discurso.

Los amigos llegaron el lunes 22 de junio al Cafélibro armados de cariño memorioso y de frutos creativos. La extraordinaria Ilonka, primera esposa de Pedro Saad organizó todo hasta el mínimo detalles, junto a su hijo Pedro Saad tercero a su hija Adulcir y a su nieto Pedro Saad cuarto, con quien se prolonga la dinastía de los Saad dedicados al teatro y a la música.

Pedro Saad cuarto,. y "Adiós Nonino"
Pocho Álvarez preparó para la ocasión un sencillo corto de homenaje, usando la entrevista en video que filmó Roberto Barriga, donde Pedro Saad habla de su infancia y juventud, adelanto de un proyecto de mayor aliento. Los hijos de Pedro prepararon la lectura, junto a Isabel, la hermana de Pedro, (que nos regaló además un hermoso texto sobre su niñez), de una escena de la obra de teatro “29 de mayo”, que recuerda la masacre de estudiantes en la universidad de Guayaquil, en 1969. Pedro, el nieto, tomó el acordeón para interpretar “Adiós Nonino” de Piazzola, que el propio abuelo le había pedido que tocara en su entierro.

Hijo de padre cabezón (comunista) y de madre trotskista, no podía ser Saad indiferente al destino de su país, un Ecuador rico y empobrecido. Sus tomas de posición como escritor y analista eran como trombas huracanadas. En dos semanas escribió, cual corresponsal de guerra, libros que daban cuenta de procesos de descomposición de la política nacional, como La caída de Abdalá o La caída de Mahuad (ambos, curiosamente, de origen árabe) y La caída de Lucio: corajudos, jóvenes y forajidos, publicados junto a otros libros suyos en la editorial El Conejo que él animaba. Impulsivo, escribía artículos, obras de teatro y libros en pocos días, motivado por la pasión de expresarse y de intervenir con urgencia en el debate político del que no quería ser un ausente. 

Adulcir, Pedro Saad tercero, y la hermana en "29 de mayo"
Apasionado en el amor y en la vida cotidiana, según él mismo por la sangre árabe que recorría sus venas, Saad intervino en el mundo intelectual de Ecuador como un francotirador ajeno a las camisas de fuerza ideológicas, aunque alguna vez se puso la camiseta de una agrupación política, por ejemplo durante los gobiernos de Rodrigo Borja y de Alfredo Palacio, como secretario de Información, embajador en la Unión Soviética y asesor presidencial. No siempre sus elecciones políticas fueron buenas, pero no será recordado por ellas sino por su manera de ser.

Alejandra Adoum, confidente suya, lo recuerda como un gran conversador con el que podía pasar noches en blanco, de la cena al desayuno, hablando sin parar. Pocho Álvarez escribió sobre las incursiones de Pedro Saad en el cine: “Nunca su ser creativo dudó en colaborar con la causa rebelde de la imagen en movimiento desde todos los espectros posibles de la creación… Fue actor, stunt o doble de acción, narrador, guionista y director, mil oficios de la imagen y su proceso de creación… Incursionó alguna vez haciendo cámara y edición… pero sobre todo fue un suscitador de búsquedas”.

Hermosa constatación la que hice esa noche entre los amigos de Pedro: cada quien tiene de él recuerdos diferentes, cada quien recuerda a un Pedro distinto, cada amigo y cada amiga se emocionan con un Pedro Saad propio e intransferible, como si él hubiera decidido darle a cada quien algo especial y único de sí mismo. Me hizo recordar los versos de Walt Whitman: “¿Que me contradigo? / Pues bien, me contradigo. / (Soy grande, contengo multitudes)”.
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Vamos a andar, vamos a volar, vamos a escribir, vamos a leer, vamos a amar, vamos a seguir construyendo, a seguir avanzando, a seguir colaborando, a seguir esforzándonos porque el futuro sea mejor cada vez.

—Pedro Saad

14 junio 2015

La niña de 73 años, Sebastiana

Sebastiana hoy y ayer
Volvió Sebastiana, la tuvimos unos días en La Paz y pudimos conversar con ella. Llegó porque la vida es dura y a veces un homenaje tardío puede traducirse en algo de dinero para alimentarse durante unos meses. Le han hecho homenajes antes, pero este era con una medalla, que ella sostenía entre sus manos un tanto extrañada, quizás preguntándose cual era el valor real, no el simbólico, de ese objeto circular, dorado y pesado. A sus 73 años (nació en 1942), poco les están importando los honores, pero sí los recursos para mantenerse. Simplemente lo necesario para no pasar penurias, que allá en su comunidad chipaya pasa con frecuencia, sobre todo cuando las ovejas no tienen ya donde pastar.

Hago hincapié en esto porque ella me lo dijo varias veces durante nuestra conversación. En pocas palabras expresa lo obvio, lo que tantas veces le han preguntado: su participación, cuando era una niña de diez años, en la emblemática película de Jorge Ruiz: Vuelve Sebastiana. Los recuerdos de esa experiencia que tuvo hace 63 años son escasos, o quizás le da pereza volver a repetir las mismas cosas.

"Me prestó el maestro..."
“Me prestó el maestro, por mis buenas notas”, dice, como si en aquel tiempo todo lo que tenía que hacer era obedecer. No recuerda cuanto duró la filmación “una semana, dos semanas ¿o un mes será?”. Todo eso que importa tanto a los cinéfilos, a ella la tiene sin cuidado. Si viene a La Paz es con la esperanza de regresar a su comunidad con algo de dinero contante y sonante, no con  bellas palabras.

No recuerda sino tres momentos de la filmación: las escenas donde estaba pastoreando ovejas, aquellas que se filmaron en Sabaya, y luego la escena de la muerte del abuelo que se aventura en el altiplano para buscarla. Cuando le pregunto sobre la muerte del abuelo, me dice que lloró de verdad, no fingió. “De verdad he llorado, pues”.  ¿Por qué? le pregunto. “Porque se ha muerto”, responde. Pero si no ha muerto de verdad, insisto. “Igual he llorado. Vas a llorar me han dicho, entonces he llorado”.

La vida de Sebastiana no es glamorosa, aunque a nosotros nos parezca glamoroso tenerla en La Paz, en el escenario de la Cinemateca o de la Asamblea Plurinacional donde por iniciativa del diputado Santos Paredes de la Comisión de Naciones y Pueblos Indígena Originario Campesinos, Cultura e Interculturalidad de la Cámara Baja, se la ha homenajeado con la medalla.

Una gran medalla dorada
Sebastiana no había visto una película en su vida, cuando filmó una como actriz a los diez años de edad. La primera vez que estuvo en un cine fue tres años más tarde y curiosamente no fue para ver Vuelve Sebastiana, sino otra película que no recuerda.

Ahora regresó a La Paz con su única hija mujer. Además tiene un hijo varón y diez nietos. Dos de ellos viven en Antofagasta, a donde ha ido a visitarlos varias veces. De allá trae algo de dinero para comprar arroz en Oruro.

Vive de las 25 ovejas que tiene: “Yo sigo pastoreando, llorando, llorando”, dice. Hace queso de la leche de las ovejas, pero en marzo la tierra se seca y las ovejas ya no dan leche. Los meses buenos son de junio a febrero, cuando llueve. Luego las ovejas se secan.

Jorge Ruiz, con quien conversé tantas veces, me decía: “En toda mi carrera de cineasta, sólo he hecho, unas cuatro películas de mi propia voluntad, todas las demás han sido encargos”. Entre ese puñado de películas propias, Ruiz citaba Vuelve Sebastiana considerada por muchos su obra más importante.

Comparando celulares
“Bolivia Films” financió esta película de 31 minutos, realizada sobre un guión de Ramiro Beltrán, y con el asesoramiento de Jean Vellard, con quién Ruiz había trabajado antes en la película Los Urus.  Vuelve Sebastiana es también resultado de esa primera experiencia de cine en una de las más antiguas comunidades de América Latina. Augusto Roca colaboró con Ruiz en la fotografía en color, y una vez terminado el montaje se añadió la música de Jorge Eduardo, de los Hermanos Aramayo y de Nicolás García, además de un comentario leído por Eduardo Lafaye y Armando Silva.  El film no existiría sin Sebastiana Kespi, la niña chipaya protagonista, y sin Esteban Lupi, Paulino Lupi, Irene Lázaro y otros miembros de la comunidad chipaya.

Ruiz era joven, tenía todavía el impulso de juventud que lo animaba a hacer cine escogiendo sus propios temas, preocupándose por el contenido, por la estructura, por lo que representaba como búsqueda y como descubrimiento en un país que había que revelar porque la gente de la ciudad no lo conocía, más bien lo ignoraba. Ruiz pasó de sus balbuceos iniciales, a una obra mayor, el film social- antropológico que crearía un nuevo referente para el cine boliviano.

El estilo de filmación es el de un film etnológico que centra su atención en una comunidad chipaya, mostrando su habitat, su organización familiar y sus costumbres sociales. Esta “penetración” a través del cine fue posible gracias a la sencillez de medios cinematográficos que utilizó Ruiz, a la manera de los pioneros del cine directo. Ruiz llegó a Santa Ana de Chipaya con Augusto Roca y el chofer que los conducía, nadie más. Cuenta que “no se podía filmar así nomás, había que vivir un tiempo allí, hablar solamente aimara, sacar poco a poco la cámara para pasearla por la comunidad, pero sin filmar”. Todo esto hasta lograr un clima de confianza, período que además servía para recolectar información adicional, historias que los chipaya transmitían oralmente. Luego, la filmación se hizo en apenas una semana.

Durante la proyección de la película Sebastiana se mantiene atenta, con la vista fija en la pantalla. Al finalizar le pregunto qué impresión tiene ahora al ver de nuevo la cinta, y me responde: “Ahí vive mi papá, ahí vive mi mamá, por eso estoy llorando”. Sus padres viven todavía en la pantalla.  Para ella, eso es magia.

Sebastiana retoma el hilo de la conversación que más le interesa. “Algunos me dicen, usted tendría que tener sueldo, por qué no tiene sueldo”.  Es difícil responderle.  “No tengo sueldo, quiero morir”, me dice, pero riéndose.
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Quien busque la injusticia
no necesitará lámpara.
—Lichtenberg