30 agosto 2020

Trucos en ALADI

Algo sospechoso sucede en la Asociación Latinoamericana de Integración: estamos cerca de la elección de un nuevo Secretario General del organismo regional, pero todo aparece rodeado de misterio. Si uno revisa la página web de ALADI, no hay mención de la elección donde hay solo dos candidatos: el uruguayo Sergio Abreu y la boliviana Karen Longaric. 

El candidato uruguayo fue canciller el siglo pasado y ha sido desenterrado del cementerio diplomático. Simple y llanamente, es un abuso del país sede, pues Uruguay ya tuvo a Didier Opertti y antes a Juan José Real en la Secretaría General. En los últimos tres lustros el cargo ha sido rotado como en una puerta giratoria entre Uruguay, Argentina y Paraguay. Ninguno, ni el actual Secretario General, contribuyó a resucitar a ALADI, que tiene muy poco oxígeno a 40 años de su creación.  

Karen Longaric
El argumento manoseado por Uruguay es un contra-argumento: que la Secretaría General debe ir (¿otra vez?) a un uruguayo porque la sede de ALADI está en Montevideo.  Eso es como decir que el Secretario General de las Naciones Unidas debería ser gringo, o que el Director Ejecutivo de la FAO debería ser italiano, porque la sede está en Roma. 

Entonces, ¿qué tan “regional” es un organismo donde el país sede quiere controlarlo? El pequeño país, con una población que es la tercera parte de Bolivia, ya tiene funcionarios en altos niveles de organismos internacionales, como el propio Luis Almagro en la OEA. ¿Cuál es el afán de acaparar más? ¿Se quiere repetir la maniobra que favoreció a México en 2017? 

Como denunció en 2017 la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI), México impuso a su candidato sin respetar las reglas del juego. El investigador Rubén Armendáriz escribió: “El mexicano Alejandro de la Peña será de facto nuevo Secretario General de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), sin haberse siquiera instalado el XVIII Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores, tal como lo exige la normativa. Es decir, en ALADI se produjo un acto de magia donde se sacó a un conejo de un sombrero inexistente”. 

Los argumentos de la candidatura de Bolivia en cambio muy sólidos, pero eso no parece importar a quienes actúan sin transparencia. 

En primer lugar, el cargo le corresponde a la región andina ya que el actual Secretario General de ALADI representa a los países de América Central y los anteriores fueron uruguayos, argentinos o paraguayos. Esta es una oportunidad para la Comunidad Andina, si es que los países de dicha comunidad actúan como los “hermanos” que dicen que son. En un gesto coherente Ecuador ya ha dado por escrito su voto por Bolivia, y también lo ha hecho Brasil, demostrando que no está de acuerdo con la imposición que intenta Uruguay. 
En segundo lugar, Bolivia nunca ha ocupado la Secretaría General de ALADI. Esta sería la primera vez que nuestro país ocupa la Secretaría General del organismo regional en 40 años. 

En tercer lugar, por primera vez tendríamos en la Secretaría General a una mujer, con lo que se rompería la tradición machista del organismo regional.  Y no cualquier mujer, sino una mujer especializada en temas regionales, que traería al organismo vientos de renovación que buena falta le hacen. 

Está en manos de Perú y de Colombia tomar una decisión que ponga por delante su pertenencia a la región andina por encima de cálculos políticos que no ayudarán a consolidar otros organismos regionales (CAN, Prosur, Pacto de Leticia) donde la Bolivia democrática ha mostrado su mejor voluntad de apoyo. 

Entre los 13 países de ALADI, sería lógico que se diera la unidad en el bloque andino, que Venezuela abandonó. A este bloque podría sumarse Chile, que comparte la cordillera de Los Andes. Pero además de un bloque andino, es también Amazónico, pues tanto Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, comparten la cuenca amazónica con Brasil. 

Quedan en minoría: Argentina, Cuba, México y Venezuela, que no tienen candidato propio pero que por su apoyo al ex autócrata Morales podrían hacer bloque. México le negaría su voto a Bolivia para ajustar cuentas por el conflicto de los delincuentes asilados en su Embajada en La Paz, pero esperemos que los otros países amigos no le hagan el juego. La buena vecindad y la historia deberían permitir que el voto de Paraguay favoreciera a Bolivia, y quedaría Panamá como incógnita. 

En toda lógica democrática, Bolivia debería ganar la Secretaría General de ALADI, pero en estos tiempos de hiperpolítica y trucos debajo de la mesa, el resultado de la elección, al momento de escribir estas líneas, es impredecible. 

(Publicado en Página Siete el sábado 22 de agosto 2020)

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Los diplomáticos son personas
a las que no les gusta decir lo que piensan.
A los políticos no les gusta pensar lo que dicen.
—Peter Ustinov

 

23 agosto 2020

Jorge Gumucio Granier

Constructor del servicio exterior 

El jueves 20 de agosto por la noche recibí una de esas noticias que uno no quisiera recibir, aunque las probabilidades de recibirla sean mayores a medida que pasa el tiempo: mi primo Jorge Gumucio Granier había fallecido en Pittsburgh, en el exilio al que fue empujado hace años por el régimen autocrático del MAS que lo persiguió con la saña que hostigó a tantos otros, vaciando la Cancillería de su personal diplomático más calificado. 

Jorge era un diplomático de carrera que muchos califican como constructor del servicio exterior de Bolivia. Su gestión en la Cancillería, en los puestos que ocupó, dejó una huella profunda en todos quienes trabajaron con él cuando fue Viceministro de Relaciones Exteriores (en varias ocasiones), o embajador en Naciones Unidas y en Perú, y en quienes aprendieron de él en la Academia Diplomática.

 

La cancillería de Bolivia está impregnada de su ejemplo, y de su paso por esos salones de altos y señoriales techos queda mucha obra y mucha generosidad. No solamente fue el artífice del edificio anexo que ahora alberga la mayor parte de las direcciones de nuestro servicio diplomático, una construcción que respetó la estructura clásica del edificio original (cuyo espacio físico ya era insuficiente), sino que además se ocupó de los mínimos detalles: en los pasillos del segundo piso donde se encuentran los despachos más importantes del ministerio (despacho de la Ministra, viceministerios, protocolo y ceremonial del Estado), están los retratos que donó de ilustres predecesores de la diplomacia de Bolivia.

 

Llegó al servicio exterior boliviano con su amplia experiencia como doctor en Sociología e investigador de la realidad boliviana, que había enriquecido durante los años que estuvo en IBEAS (Instituto Boliviano de Estudio y Acción Social) donde investigó y publicó varios ensayos y formó a nuevas generaciones de investigadores. El servicio exterior boliviano necesitaba el perfil de personas comprometidas con la realidad del país, con músculo académico y una visión de futuro de las relaciones regionales e internacionales. En esa medida jerarquizó las funciones diplomáticas rodeándose de profesionales del más alto nivel. 


Era meticuloso en todo lo que investigaba: Ocupación y desocupación urbana (IBEAS 1967), Estudio regional del noreste boliviano (IBEAS 1966). Sus libros sobre la cuestión marítima figuran entre los más serios y documentados: Estados Unidos y el mar boliviano (1985), El enclaustramiento marítimo de Bolivia en los foros del mundo (1993), Perú-Bolivia: forjando la integración (1995), Orígenes del enclaustramiento de Bolivia y del Tratado de 1904  (2013), Apuntes para una historia diplomática de Bolivia y Ley del servicio exterior (1993), y Diplomacia presidencial entre Bolivia y el Perú, son algunos de sus aportes.

 

En la familia Gumucio había dos primos especialistas de la genealogía familiar, que podían casi de memoria revisitar la trayectoria de todos nuestros antepasados. Uno era Fernando Baptista Gumucio y el otro Jorge Gumucio Granier. Conversar con ambos era una delicia. Tuve oportunidad de grabarlos para la investigación que hice para la biografía sobre mi padre. Jorge proporcionó información invalorable, matizada con jugosas anécdotas que enriquecían su relato.

 

Uno de los episodios más conocidos en la vida de Jorge Gumucio fue su dura experiencia como rehén del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Todo comenzó con el asalto armado a una recepción diplomática el 17 de diciembre de 1996 en la Embajada de Japón en Lima, con cerca de 800 invitados del mundo diplomático, pero también de instituciones culturales. Yo me enteré el 18 de diciembre de 1996 cuando, por mera casualidad, estaba en Bilbao visitando a los antepasados españoles, la familia Gumuzio del país vasco, que Jorge también había visitado. Uno de ellos acababa de escuchar la noticia en la radio. Pasaron los meses y me encontraba en Haití el 23 de abril de 1997 cuando una acción militar acabó con el grupo de secuestradores y logró rescatar con vida a 71 de los rehenes. Jorge recibió minutos antes el aviso de que se iba a producir el ataque y pasó la voz a los rehenes para que se tiraran al piso.

 

Al cabo de unas semanas del asalto a la embajada los captores del MRTA dejaron salir a muchos rehenes, pero conservaron a 72 que tenían un peso político mayor, entre ellos Jorge Gumucio, que padeció hora por hora los 126 días de su cautiverio, aquejado por una dolencia cardiaca que mantenía su salud en un estado de extrema fragilidad. Meses después Jorge ofreció su propio relato de esa experiencia cuya noticia dio la vuelta al mundo, y alguna vez me comentó con tristeza que el gobierno de Sánchez de Lozada no había hecho lo suficiente para gestionar su salida de esa situación tan riesgosa para su salud.

 

En una entrevista con Anna Infantas Soto publicada en Los Tiempos el 10 de diciembre de 2006, reconoció que una salida negociada hubiera sido imposible dada la determinación de los guerrilleros del MRTA, y habló de las conversaciones que sostuvo durante su cautiverio con el jefe del comando, Néstor Cerpa Cartolini:

 

“Cerpa era un dirigente con mucha experiencia sindical en Perú. Conversamos sobre Bolivia, había vivido en Santa Cruz y en Chapare. Tenía papeles de ciudadano boliviano, de Uyuni, que le permitían mimetizarse como colla. Me mostró su carnet de identidad. Su señora también vivió en Bolivia, y fue ella la que, cuando sucedió el secuestro de Samuel Doria Medina, llevó el dinero a Perú. Cerpa conocía bastante bien el país. Era parte de sus estrategias, aunque tenía problema de habla… hablaba como limeño. (…) Él vino en busca de nombres de empresarios para secuestrar. Elaboró una lista. Tenía gente de Santa Cruz y de La Paz, pero al final optaron por Doria Medina, porque vieron que era el más joven y por quien el padre podía pagar. Algo que me dijo es que cuando se secuestra a un empresario mayor, los hijos lo venden para cobrar el seguro. Por eso, prefirieron a un joven, porque el padre siempre da todo para salvar a su hijo”.

 

Antes de morir, Jorge expresó su voluntad de ser cremado y de que sus cenizas fueran esparcidas en el océano Pacífico, un acto simbólico que debería ser acto de Estado. 

 

No dudo que todo gobierno democrático en el futuro mantendrá vigente el reconocimiento y la memoria de Jorge Gumucio Granier, que murió lejos de la patria a la que sirvió con grandeza y humildad, hasta que la ignorancia y torpeza arbitraria del MAS lo apartó del camino.

 

(Publicado en Página Siete el sábado 22 de agosto 2020)

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¿Cómo se puede decir a un hombre que tiene una patria

cuando no tiene derecho a una pulgada de su suelo?

—Henry George

18 agosto 2020

Gabo y Gaba

  El texto que sigue lo escribí pocos días después de la muerte de Gabriel García Márquez, y estaba seguro de que lo había publicado en alguna parte, pero parece que se quedó, como tantos otros, en el archivo de los recuerdos (y de los olvidos). 

Ahora es el momento de publicarlo, porque este sábado 15 de agosto falleció en México la Gaba, Mercedes Barcha, la compañera de uno de los escritores más queridos de América Latina. Digo bien “querido”, porque más allá de su obra enorme, Gabo era, como Julio Cortázar, uno de esos seres humanos de los que uno se enamora instantáneamente.

 

Así va este texto, con algunas variantes, que rescaté en el arcón de los secretos:

 

Ahora que ya pasó el tsunami de homenajes póstumos a Gabriel García Márquez, quiero decir un poco de lo mucho que significó para mi su existencia y sus obras. Cada quien tiene su Gabo, hay un Gabo para todos, nos permite apropiarnos de él, tanto de su obra como del personaje.

 

Y quiero hablar también de la Gaba, que fue según el propio Gabo lo más importante que le pasó en la vida: Mercedes Barcha, la mujer sin la cual García Márquez no sería lo que fue ni como persona ni en la literatura.

 

En una carta de 1950 que Gabo escribió a su amigo Francisco Padilla antes de casarse con Mercedes Barcha, estaba este hermoso párrafo: “La tengo aquí, atravesada como un venablo en la bomba circulatoria, en una terrible cosa entre tiempo y espacio, viento y marea, que no sé si sea amor o muerte. De todos modos, es algo tan tenebroso que no habrá más remedio que disolverlo en una buena pócima matrimonial, con cucharaditas suministradas tres veces al día, hasta la hora de la muerte, amén”.

 

Me remonto a la década de 1960, cuando éramos jóvenes con pretensiones de escribir, ávidos lectores en cualquier caso, todavía no deformados por la televisión que iba a aparecer recién en Bolivia a fines de esa década.

 

Esperábamos como una revelación mística cada obra de los escritores del “boom” de la literatura latinoamericana. Cada libro nuevo de García Márquez, de Cortázar, de Carlos Fuentes y de Vargas Llosa lo adquiríamos y lo compartíamos con algarabía, pero también las novelas y los cuentos de Guimarães Rosa, de Alejo Carpentier, y otros que aprendimos a querer como si fueran hermanos mayores.

 

Para alguien que a sus diez años se leyó la colección completa de novelas de Agatha Christie, descubrir durante la década de 1960 El coronel no tiene quien le escriba (1961), La mala hora (1962) o Los funerales de la mama grande (1962) de García Márquez constituía un inmenso placer. Recibíamos cada libro de “los nuestros” con genuino entusiasmo: Todos los fuegos el fuego (1966) de Cortázar, las novelas de Vargas Llosa de esa década, La ciudad y los perros (1963) o La casa verde (1966), y la narrativa de Carlos Fuentes con Aura (1962), Cantar de ciegos (1964), Zona sagrada (1967) y Cambio de piel (1967).

 

En mi caso, sentía la misma excitación cuando salía un nuevo disco de The Beatles, precisamente en esos mismos años.  Qué gran década para la literatura y para la música.

 

Tener la primera edición de esos libros era como adquirir un tesoro, y no por el valor, insospechado entonces, que tienen hoy esas ediciones, sino por la fortuna que sentíamos de poder contarnos entre los primeros lectores de libros que tantas generaciones han venerado después.

 

Solíamos reunirnos con Jaime Nisttahuz, Manuel Vargas, y Pedro Shimose (unos años mayor que nosotros), en la trastienda de la Librería y Editorial Difusión, que tenía en la Avenida Mariscal Santa Cruz nuestro querido Jorge Catalano, a quien le debe tanto la literatura de Bolivia.

 

Cuando en 1967 se produjo la explosión deslumbrante de Cien años de soledad sus chipas nos llovieron como un regalo de los dioses. Sentimos tanta alegría estética y entusiasmo literario como el que habíamos sentido cuando cuatro año antes, en 1963, nos llegó Rayuela, de Julio Cortázar, una obra que no tenía comparación con ninguna otra en la literatura latinoamericana. Teníamos la primera edición (las mías desaparecieron entre exilios y asaltos) de esas grandes obras que nos deleitaban y nos desafiaban.

 

Puedo decir que mi generación mamó de la teta literaria de esos grandes escritores que no solamente nos hicieron gozar la literatura sino que nos abrieron los ojos sobre la realidad de nuestra región.

 

A Gabo lo vi varias veces en Cuba, casi siempre en diciembre cuando aparecía con o sin Fidel en las actividades desarrolladas alrededor del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Muy pocas de esas muchas veces tuve oportunidad de saludarlo, aunque cuando lo hice siempre se mostró amable y cordial, a diferencia de otros (Benedetti, por ejemplo).

 

Una de sus últimas apariciones públicas fue la noche que se inauguró el Museo Soumaya, un evento al que solamente se podía entrar con invitación (sobre el que escribí una nota para la DPA). Allí estuvo Gabo con Mercedes, junto Larry King y cerca del anfitrión y dueño del museo, Carlos Slim. 

 

La última vez que vi a Gabo fue con Gaba, y eso me parece importante decirlo. Gaba me invitó a su casa en el No. 144 de la calle Fuego en el Pedregal de San Ángel, una calle estrecha, larga y tranquila a pesar de encontrarse a espaldas muy cerca del Estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria de la UNAM.

 

Era una mañana soleada a fines de enero de 2013, que compartimos con Jaime Muñoz Baena, amigo de Gabo y Gaba. No era la primera vez que visitaba a Mercedes, pero en las anteriores Gabo no se había dejado ver.

 

Luego de conversar con Jaime y Mercedes, apareció Gabo que acababa de desayunar y se sentó junto a nosotros luego de preguntarme de dónde era yo. No olvidaré lo que me dijo cuando le comenté que era boliviano: “Aahh, menos mal”.  Nunca supe que quiso decir con eso.

 

(Publicado en Página Siete el 17 de agosto 2020)

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Estar enamorado es como tener dos almas y eso es maravilloso.

—Gabriel García Márquez

 

09 agosto 2020

MAS terrorismo

  El MAS cometió crímenes durante 14 años dentro del gobierno y ahora los sigue cometiendo fuera del gobierno. Lo que hemos visto en Bolivia en estos días no puede tener otra calificación que la de terrorismo. 

Dibujo de Abecor en Página Siete

Quienes en medio de una pandemia mortífera bloquean carreteras para que no pasen las ambulancias y las apedrean, los que impiden el paso de camiones con tubos de oxígeno para salvar vidas, los que cercan las plantas de distribución de gas licuado y de gasolina, son verdaderos criminales y tienen que ser procesados por esas acciones.

 

Ni siquiera en los peores momentos de la guerra en Líbano o en Irak (donde estuvo como corresponsal mi querido primo Juan Carlos Gumucio), se impedía el paso de la Cruz Roja, ambulancias y personal de salud, como está sucediendo en Bolivia por órdenes del MAS y sus huestes: lumpen sin conciencia de clase que aprovecha toda oportunidad de desorden para saquear camiones de transporte o fábricas.

 

Estos criminales han causado muchas muertes en hospitales que no reciben el oxígeno y las medicinas que necesitan para tratar a los enfermos de Covid-19. La lógica perversa del MAS es provocar un estado de caos que hunda a nuestra sociedad en el desconcierto y la desesperanza.

 

Mientras el “jefazo” está a sus anchas en Buenos Aires, sus operadores en Bolivia empujan a la gente a las calles no solo para que se contagien colectivamente y contagien a sus familias hasta colapsar los servicios de salud, sino también en búsqueda de muertos. En la medida en que provoquen enfrentamientos con las fuerzas del orden y haya muertos y heridos, podrán nuevamente hablar de “masacre” y de “mártires” que ellos mismos empujaron a la calle.

 

No sería nada sorprendente que uno de esos operadores terroristas sea el capitán Juan Ramón Quintana desde la Embajada de México, gracias a la permisividad cómplice de esa misión diplomática. Quintana, quien alguna vez dijo “alguien tiene que hacer el trabajo sucio”, es el equivalente de otro capitán, Luis Arce Gómez, que sirvió los intereses más oscuros de las dictaduras militares.

 

En la situación de crisis sanitaria y económica, el MAS se aprovecha de la debilidad de la gente que no tiene nada que perder, para lanzarla a la muerte. Con todo el dinero que se llevó el MAS del Banco Central días antes de la fuga de Evo Morales, están pagando a los que bloquean y organizan manifestaciones violentas. Circulan videos donde se ve cómo pagan 100 Bs a los “ponchos rojos” para que, contra toda norma de seguridad y bioseguridad, causen zozobra entre la población. Eso me recuerda un artículo que publiqué en Nueva Crónica en 2009, “Mi carpintero, poncho rojo” donde contaba cómo mi carpintero hacía mejor negocio pagado por el MAS para ponerse un poncho rojo en manifestaciones, que con su noble oficio de trabajar la madera.

 

El resultado de esa plata que corre por debajo son los cien lugares de bloqueo en todo el país. Los disciplinados y bien pagados bloqueadores son trasladados de un lugar a otro en camiones contratados para ese fin, tal como sugería Evo Morales en el audio en el que instruía crear caos.

 

La cancillería boliviana ha elevado a la Organización de las Naciones Unidas, a la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Acnudh), al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), a la Organización de los Estados Americanos (OEA), la Unión Europea (UE) y al Parlamento Europeo una denuncia sobre los sectores impulsados por el MAS que impiden la movilidad de los trabajadores médicos, la circulación de ambulancias, y el transporte de insumos médicos. 



También envió una carta a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cidh), pero no hay mucho que esperar de este organismo que dirige Paulo Abrão, falto de ética y de profesionalismo, quien le debe su carrera arribista a los gobiernos del llamado “socialismo del siglo XX” y ha convertido en una célula del PT brasileño la oficina que apoya las movidas del MAS y protege a Evo Morales. Con la coartada de “progresista” Abrão es en realidad un oportunista autoritario y conservador.

 

El gobierno debe tener mucho cuidado en no caer en provocaciones que podrían costar vidas, porque eso sería pisar el palito que le ha puesto Evo Morales, acusado de terrorismo y sedición, sin que veamos que ese proceso -que merece la tarjeta roja de Interpol, avanza en la justicia boliviana. 


(Publicado en Página Siete el sábado 8 de agosto 2020) 

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El terrorismo es inmune,

se nutre de los minutos de silencio multitudinarios.

Sólo la resistencia individual le contraría.

—Fernando Savater