27 octubre 2018

Haya o no haya: igual

 Qué pereza me da escribir sobre La Haya. Apenas empiezo ya me duele el estómago. Es un tema que no he tocado nunca, aparte de algún tuit sarcástico. Ahora diré porqué. 

Corte Internacional de Justicia, en La Haya
En los medios de información importantes del mundo, la demanda contra Chile en el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya es una noticia menor, pero en Bolivia, una legión de comentaristas internacionalistas, especialistas, politólogos, historiadores y opinólogos de toda suerte han publicado mucho desde hace varios años, algunos tres, siete o veinte veces. 

Una opinión más o menos, la mía, no hace la diferencia, pero atendiendo el pedido de amigos del exterior, bolivianos y otros, ofrezco mi opinión por esta única vez. (Y como Groucho Marx podría decir: “Y si no les gusta, tengo otra”). 

El tema marítimo me ha llegado a la coronilla hace muchos años, es decir, a lo más alto (para no mencionar las partes pudendas). Desde que tengo memoria ha sido manoseado por gobiernos democráticos y dictatoriales por igual, para convocar a la “unidad del pueblo boliviano”, una demagogia que siempre me pareció ridícula y oportunista. 

Pobres estudiantes
Desde que estaba en colegio soporté a chilenos que venían a cantarnos “Yo quiero un mar, un mar azul, para Boliviaaaa…” mientras nos vendían algún jarabe de bacalao buenísimo para los huesos. Y en el Colegio Militar, donde el Capitán (más tarde Presidente de Bolivia) Guido Vildoso (a quien respeto mucho) era mi comandante, rompíamos filas gritando: “Viva Bolivia, muera Chile”. 

Ese patrioterismo de escarapela es grotesco, así como obligar a los escolares a marchar cada año con banderitas, y otras cosas peores. Mientras más sentimiento patriota querían inculcarnos, más falso me parecía. Algo así como una justificación anual de los militares por haber perdido esa y otras guerras, y por haber dejado colgados a los peruanos en la del Pacífico. 

Negocio entre "socialistas"...
Considero al expresidente Carlos D. Mesa uno de los genuinos defensores de la causa marítima, no en vano confrontó con valentía en Naciones Unidas al entonces presidente Lagos. En cambio Evo Morales, ahora abanderado y tamborilero del desfile escolar, ni siquiera mencionó el tema marítimo en la ONU durante los tres primeros años de su mandato, porque tenía la peregrina idea de que “charlando entre socialistas” (Bachelet y él), iba a resolver la cuestión. Hasta que le dieron atole con el dedo y optó por la demanda en La Haya. 

Para qué negarlo, La Haya le ha dado al autócrata boliviano réditos enormes. Como con el “servicio civil obligatorio” de Bánzer, no dejó a ex presidentes y ex cancilleres otra opción que apoyar a su gobierno en ese tema. Menos los perseguidos políticamente, los judicializados y exiliados, fueron plegándose casi todos los otros, siendo el ex presidente Rodríguez Veltzé el emblema de adhesión ferviente y remunerada. Al menos Carlos D. Mesa dejó claro desde el principio dos cosas: a) como portavoz no quería recibir un salario del gobierno, y b) no iba a cesar de criticar al régimen de Morales en otros temas, como el #21F. 

El "banderazo" mucha tela azul y mucha demagogia 
La Haya nunca me causó ni un estornudo, ni antes del fallo ni ahora. Desde el principio sabíamos (pero no queríamos verlo), que era una batalla simbólica y nada más. Lo máximo que podíamos lograr con un fallo a favor de Bolivia era el compromiso de Chile de sentarse a negociar, lo cual no quiere decir absolutamente nada: ningún gobierno chileno puede comprometer la soberanía de su territorio sin antes llamar a un referendo nacional, en el cual el 99% de los chilenos (incluso los que sienten simpatía por nuestro país) votarían en contra de ceder una franja de su territorio. (Además, Perú tendría que ser consultado). 

Entonces, para decirlo científicamente: son estupideces que si el fallo de La Haya era positivo ya estábamos “a un paso del mar”, como afirmaron en semanas recientes varios jerarcas del gobierno, con un triunfalismo enfermizo; palabras parecidas a las de Guillermo Gutiérrez Vea Murguía cuando dijo que traía “el mar en su bolsillo”. Y ahora que todo salió al revés, Morales, Pary o Montaño solo abren la boca para seguir diciendo estupideces. 

Cuatro payasos del apocalípsis 
La propaganda millonaria y presencia masiva de delegaciones no convenció a los jueces de La Haya (hoy vilipendiados por los obtusos que nos gobiernan), pero fue eficaz porque nos encandiló a todos, y también a los chilenos, tan seguros de perder que enviaron a La Haya una delegación de segundo nivel. 

Si Bolivia no se iba a beneficiar de verdad con un triunfo en La Haya, ¿para qué gastar entre 80 y 100 millones de dólares en propaganda machacona y viajes de delegaciones desproporcionadas acompañando al jefazo? Obviamente: para beneficiar a Evo Morales en su permanente campaña electoral. El hubiera sido el verdadero triunfador, no Bolivia. Ahora tiene que mascar polvo, pero no por ello está disminuido políticamente. Está acostumbrado a ganar aunque sea a rodillazos. 

(Este artículo fue publicado el 6 de octubre de 2018 en Página Siete)  
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La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar.
—Karen Blixen

   

18 octubre 2018

Muralla y escombros

 Las murallas tienen pasajes secretos como la Muralla China. No son inexpugnables, como muestra la historia de Troya. Murallas que dividían el mundo acaban derrumbándose, como la de Berlín. Las murallas son en apariencia sólidas y permanentes, pero siempre tienen un flanco débil, permeable. 

Me parece muy acertado el nombre del personaje que es también el título del primer largometraje dirigido por Gory Patiño: Muralla.  Una sola palabra, muchos significados. La palabra tiene una sonoridad contundente y a la vez misterio. 

Como toda obra bien lograda, Muralla tiene varios niveles de lectura. Yo quiero referirme a dos: la narrativa que genera el personaje interpretado por Fernando Arze con mucha maestría, y el tema desgarrador del tráfico y trata de personas. 

Veinte años atrás Jorge “Muralla” Rivera era un tremendo arquero en el equipo de fútbol San José, en la ciudad de Oruro. Hasta que no. Hasta que la muralla que su cuerpo construía en el arco fue perforada. Es un sino de quienes llegan muy alto: la caída suele ser estrepitosa.  En la cultura occidental tenemos un rasgo malvado: esperamos que caigan ruidosamente los que más arriba llegaron. 

Muros y murallas 
Muralla cae dos veces, no una. En la primera se convierte en un marginal alcohólico. Los días de gloria se convierten en días de sobrevivencia como conductor de un minibús con amistades de dudosa calaña. Si pensó que había tocado fondo en esta perra vida, estaba equivocado: la segunda caída es más dura. El hijo de 10 años de Coco Rivera, lo más preciado que tiene en la vida, necesita con urgencia un trasplante de riñón y él está dispuesto a rebajarse a los infiernos para conseguirlo. 

Esta es una historia de doble redención. Muralla quisiera redimirse salvando a su hijo (que vive en un hogar decente con la madre), y sin embargo esas alas de redención no puede obtenerlas sin hacer un pacto con lo más odioso y bajo de la degradación, lo que supone que aún si salva a su hijo, tendrá que redimirse nuevamente de un crimen mucho mayor que el de haber caído en el alcoholismo y la irresponsabilidad como padre. 

Fernando Arze, "Muralla"
Ese dilema moral atormenta al personaje que con tanta autenticidad interpreta Fernando Arze, y es sin duda lo más valioso de la narrativa del film de Gory Patiño: construir un personaje de carne y hueso, que es malo y bueno al mismo tiempo, que tiene virtudes que ha relegado en favor de actos crueles que comete sin pensarlo dos veces. Esta vez, pasa los límites de lo que la memoria de aquel que alguna vez fue, puede soportar. 

A simple vista su vida no vale nada, pero si puede hacer una buena acción que lo redima, su vida recobra valor ante los ojos de su hijo y de las almas que se cruzan con él cargando pesados fardos de culpa. 

Uno agradece que esta no sea una película de Hollywood con un final feliz. Por el contrario, es una tragedia griega donde todo lo que podía salir mal, sale mal: el hijo muere, él se convierte en traficante de personas, asesino (aunque haga justicia por su propia mano), y víctima del linchamiento propiciado por su propio gremio de minibuseros, convertidos también en fieras asesinas. En el nivel simbólico no puede irle peor:  termina colgado en un arco de fútbol, como probablemente quedó metafóricamente colgado dos décadas antes. 

Este es un film oscuro, porque saca a relucir esa sombra negra que Muralla trae aprisionada en el pecho. Si bien todas las interpretaciones de los otros actores son normalmente buenas, la del personaje central tiene la capacidad de desnudar el conflicto sin paliativos, con sincera crudeza. 

Un final de tragedia: todos los hombres son lobos  
Uno agradece también que no haga concesiones folclóricas como tantos films bolivianos que con o sin disimulo nos muestran los paisajes turísticos de los que estamos saturados. La película de Patiño nos muestra la ciudad sucia, corrupta y marginal que no tiene ninguna magia ni encanto. Un mundo sórdido que nos rodea en las laderas sin que queramos verlo, porque siempre preferimos la vista del Illimani, lejano y límpido, para olvidar que nuestros pies están en el barro y en la basura. 

Y eso lleva a la lectura del tema: la trata y tráfico de personas. Para quienes piensen que esta es una película muy “dura”, muy “cruel”, muy “explícita”, muy “difícil de ver”… quizás no bastará el dato de que en América del Sur, Bolivia y Venezuela son los dos países con mayores índices de tráfico de personas, ya sea para prostitución o para arrancar órganos vitales que luego son vendidos por sumas astronómicas en redes internacionales. 

Pablo Echarri y Fernando Arze
La única concesión que hace el director, es que coloca como el más “malo” del casting a un cirujano argentino que con el mayor disfrute y frescura extirpa los riñones de sus víctimas, y no a un médico boliviano, que es lo que probablemente sucede en la realidad. Las estadísticas nos dejan siempre indiferentes hasta que un numerito nos toca en la lotería.  Por ello, deberíamos ser más conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor: no es casual que cada semana veamos pegados en los postes de la ciudad avisos con las fotos de jóvenes desaparecidos, que padres desesperados colocan con la esperanza de que se hayan fugado de casa, solamente, pero que no hayan caído en manos de estas redes de traficantes. 

Es una realidad que muerde el alma, no es solamente el argumento de un film de suspenso. A diferencia de otras películas recientes que apenas soban por encima temas como el machismo, la violencia de género, etc., esta entra hasta el fondo de un problema sobre el que las autoridades no actúan con decisión, en parte porque el negocio es también compartido por quienes deberían hacerlo desaparecer.  Exactamente igual sucede con el contrabando o el narcotráfico. 

Rodrigo "Gory" Patiño, director
Muralla tiene un tema importante y está muy bien hecha en casi todos los aspectos técnicos (menos, a veces, el doblaje de los diálogos), pero en un escenario mundial no podría competir con producciones similares de Estados Unidos o de Europa.  No creo que sea su objetivo y no importa, porque es una película honesta, hecha para un público exigente de Bolivia o América Latina.  No propone una experiencia cinematográfica nueva, no es una película para cineasta y cinéfilos, sino para un público amplio que necesita ver algo que lo haga pensar y no evadirse de los problemas. 

La apuesta en publicidad ha sido enorme, si comparamos con otras películas bolivianas. Los anuncios espectaculares en las calles no pasan desapercibidos. Esperemos entonces que el público reconozca el valor de este film y permita recuperar la inversión. 

(Publicado en Página Siete el domingo 14 de octubre 2018)
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Cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie.
—Concepción Arenal


04 octubre 2018

El cacique no tiene quien le escriba

Evo Morales (foto @Platon)
  Está solo. No tiene amigos. No puede decir lo que siente. No confía en nadie porque sabe que solo está rodeado de servidores obsecuentes y oportunistas, tirasacos y chupamedias. 

Los que eran sus amigos se aprovecharon de él, lo hicieron quedar mal. Robaron descaradamente en su nombre. Hermanos de “cama y rancho” como Santos Ramírez acabaron en la cárcel, también narcotraficantes como el clan Terán tan cercano a él en el Chapare, su amante pálida y teñida que lo exprimió con un falso hijo que él mismo reconoció estampando su firma en el certificado de nacimiento, y dirigentes de “movimientos sociales” fácilmente corrompidos en el Fondo Indígena. Todos lo usan y él los deja hacer porque está enamorado del poder, un poder asentado en la corrupción.


No se da cuenta todavía, pero está acorralado.  Nadie le sopla las malas noticias. Quienes lo rodean lo endiosan públicamente aunque entre bambalinas hablen mal de él. Está acorralado en una espiral que solamente puede llevarlo al fondo del sumidero. No importa cuantos acólitos le amarren los zapatos y le dejen meter goles en los partidos. Está acorralado, pero no lo sabe todavía.



El clan Terán, cercano a Morales
Su corral es la historia. Todavía cree que puede saltar todas las trancas y controlar el país con propaganda masiva y muy costosa para el erario, discursos de plaza y gestos autoritarios. Descubrió maravillado que con un chasquido de dedos podía decidir la compra de un satélite millonario, construir un museo a su propia gloria o un lujoso palacio estilo neofascista del tamaño de su ego y de su resentimiento social, cada vez más alejado de la tierra firme que de niño pisó con abarcas. Para él el poder es una escalera que sube sin fin. 


Nuevo Palacio de Evo Morales
Está ahora encerrado y solitario en el piso 28 de su palacio, rodeado de lujos que son como espejos de su degradación personal. Un piso más arriba, el helipuerto. Listo para escapar todos los días a cualquier rincón del país o fuera del país, a un costo altísimo para los bolivianos. De allí saldrá algún día su último vuelo, cuando huya.

Repitió los gestos de los señores feudales, reprodujo la misma actitud arrogante de los militares cuando ocupaban el poder por la fuerza de las armas. No midió los alcances de sus exabruptos porque el círculo de obsecuentes celebra todo lo que dice y hace.



Bolivia ya le dijo NO
La historia le pasará la factura. Quizás no inmediatamente, sino en los tiempos en los que la historia camina y se escribe. Si quería dejar su nombre en letras doradas en algún libro, no sucederá. Toda la propaganda de ahora se la llevará el viento. Si pretendía estar por encima de los numerosos escándalos de corrupción y tráfico de influencias, de las repetidas represiones de comunidades indígenas, de la insolvencia en materia de derechos humanos y de la falta de respeto por la madre tierra (la manoseada "pachamama"), no lo ha logrado. Su discurso está vacío, no se verifica en la realidad de todos los días. La espiral de la historia lo atrapará.

Quizás esta sentencia parezca prematura, pero todavía hay que confiar en la memoria de aquellos que lucharon contra las dictaduras, aquellos que le tendieron la cama presidencial para que la ocupara con esa actitud arrogante y absolutista que es una mezcla de “todo me lo merezco” y “no me importa lo que piensen o digan”, y que ahora se dan cuenta del grave error.  



Sello personal en las obras del Estado
“Métanle nomás” dijo y dice todavía con prepotencia, llevándose por delante la Constitución y cualquier regla de juego existente, porque para él no existen reglas, solamente existe su propia voluntad autoritaria y los rodillazos con que se abre camino cada día que juega fútbol o que juega a la política politiquera. En ambos terrenos juega sucio.  

Ha convertido Bolivia en su feudo. A todo le pone el sello de su rostro, como una marca de propiedad. El mal manejo de las entidades públicas y la corrupción prevalente en las empresas vinculadas al Estado se han convertido en la “marca país” de Bolivia durante dos sexenios de desgobierno. Ese logo es ahora marca de oprobio, símbolo del abuso del poder, del uso indiscriminado de los bienes del Estado, de arrogancia personal e insolvencia moral. 



Doble blindaje: ¿a quién teme?
A la desconfianza que siente por quienes lo rodean se añade el miedo. Ningún mandatario del pasado –ni siquiera los dictadores militares, ha vivido rodeado de tanta seguridad, autos con blindaje doble, caravanas de vagonetas con luces de navidad y agentes con lentes oscuros y audífonos armados hasta los dientes, policías equipados como “robocops” rodeando una plaza Murillo cerrada como nunca antes por miedo a la gente, al pueblo en cuyo nombre habla siempre.   

En sus apariciones públicas apuesta a lo seguro, ya no se arriesga a un baño de masas, apenas de masistas. Solo entran en el perímetro de sus actuaciones públicas (donde discursea todos los días lo mismo), los de su partido político o funcionarios públicos con pases, obligados a aplaudirlo y a corearlo a riesgo de perder sus puestos. Los utiliza incluso incluso como delatores de quienes se filtran para gritarle en la cara #BoliviaDijoNo.    


Este hombre vive una gran soledad y tiene miedo. El cacique no tiene quien le escriba.    


(Artículo publicado en Página Siete el sábado 8 de septiembre 2018)

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Los caciques son parásitos de un sistema
de pura apariencia democrática.
—–Castelao