25 julio 2021

El golpista

(Publicado en Página Siete el sábado 10 de julio de 2021). 

Más allá de las maniobras políticas para mantenerse vigentes, hay rasgos característicos en los dirigentes del MAS y devotos de Evo Morales: gente deshonesta, corrupta y malosa, capaz de mentir sin siquiera sonrojarse. ¿Estoy generalizando? ¿No todos son así? Ciertamente, estoy generalizando, pero lo sostengo: todos son culpables por acción directa o por asociación delictuosa y encubrimiento. Pocos son los que se desmarcan, la mayoría se escuda en “el fin justifica los medios”, que dista de ser ideológico y se convierte en una coartada oportunista.  

El discurso falaz del “golpe” con el que la dirigencia masista (y el no-presidente Arce) trató de encubrir el fraude electoral ha resultado un bumerán que de regreso está segando cabezas o por lo menos lenguas.  

Los testimonios sacan a la luz detalles verosímiles que se incorporan en la minuciosa cronología del fraude y dejan mal parados a los verdaderos golpistas: el jefazo y su rebaño de fervientes seguidores. Las revelaciones de quienes han sido apresados con acusaciones ridículas, dinamitan el discurso de los fiscales corruptos que llevan adelante la estafa histórica del caso “golpe”.  

Dibujo de Abecor en Página Siete 

El artificio que Morales trató de montar ya no engaña a nadie, ni siquiera a sus simpatizantes internacionales. Las injusticias cometidas contra la ex presidente constitucional Jeanine Añez y otras personas detenidas, son aberraciones judiciales por donde se las mire. En Bolivia se persigue igual que en Nicaragua y en Venezuela, gracias a un aparato judicial corrupto sometido a las orientaciones de Evo Morales.  

Este personaje siniestro le ha hecho mucho daño a Bolivia. Más allá de la malversación y dilapidación de miles de millones de dólares percibidos por el Estado en la década dorada (2006-2016), el daño causado a la moral y la ética de los bolivianos es profundo. Tan profundo, que tendrían que pasar décadas para que las nuevas generaciones crezcan con un código de valores que ha sido destruido, hecho añicos, por las acciones del MAS.   

Morales y su guardia personal con uniformes venezolanos

El Nerón de Orinoca fue siempre un hombre violento, aún más cuando adquirió el poder que llegó a tener durante 14 años seguidos. Los testimonios recientes se suman al video donde instruye el cerco de las ciudades, un documento veraz, según comprobaron peritajes realizados en Perú y en Colombia. Tenemos declaraciones juradas de comandantes que vivieron minuto a minuto los intentos de Morales de socavar la democracia. Los militares se negaron a reprimir y también rechazaron el juego golpista, una suerte de “mamertazo” fallido.  

Morales alentó actos vandálicos 

El propósito de Morales de volcar a miles de sus seguidores sobre la ciudad de La Paz es coherente con otras acciones que instruyó para crear caos y violencia, tal la estrategia de acarrear simpatizantes a los que pagaban en efectivo por sus actos vandálicos, como demuestran varios videos de 2019. Así sucedió en El Porvenir y así sucedió en Sacaba, con gente que subió desde el Chapare con la instrucción de invadir la ciudad de Cochabamba.  

Morales es un político acostumbrado a ganar mediante el uso de presiones y violencia, pero no siempre sus disparos dan en el blanco. En esos días aciagos del 2019 trató de crear un vacío de poder con la ilusión de que todas las instituciones de Estado dejaran de funcionar y él pudiera regresar al palacio en hombros (como Hugo Chávez en abril del 2002).  

Dibujo de Coke 

Pero el tiro le salió por la culata: no tiene autoridad moral, es un hombre enredado en sus mentiras, incapaz del menor gesto de hidalguía y probidad. Como Donald Trump, insiste en una gran falacia paralela y le creen quienes lo idolatran. Ha convertido a una generación de funcionarios del Estado en vasallos serviles, carentes de ética, dispuestos a todo para mantenerse en el poder, saltando de un cargo a otro. Morales nombra embajadores, delegados en los tribunales electorales, jueces y fiscales que sirven sus intereses personales.  

Nunca estuvo Bolivia en una situación de corrupción generalizada y carencia de valores como ahora, todo ello encubierto en un discurso barnizado de izquierdismo inexistente, pero en realidad neoliberal, extractivista y violador de derechos de los ciudadanos y de la naturaleza.

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Todo hombre lleva en sí un dictador y un anarquista.
—Paul Valéry   

20 julio 2021

Signos de vida

(Publicado en Página Siete el domingo 11 de julio de 2021). 

Este 14 de julio se inauguró la exposición virtual “Signos de vida”, coordinada por Gilka Wara Libermann, con obras Tony Suarez, Juan Cristóbal MacLean, Marco Alandia, Guido Bravo, Mamani Mamani y ella misma. Acepté su invitación para escribir unas palabras como amateur del arte, es decir, los que se acercan a las obras para dialogar con ellas y, con suerte, sienten lo que Jean Paul Sartre llamó “alegría estética”.  

La alegría estética no sucede siempre, porque es el resultado de una interacción sensorial entre la obra y su interlocutor. Ni siquiera el artista cuenta, porque una vez que libera su obra (o la abandona, como decía Picasso), ya no le pertenece, aunque pueda extraer de ella un valor monetario. Cada obra adquiere vida porque hay un interlocutor que la aprecia, que la juzga, que le hace el amor o que la rechaza.  

Para sentir un alborozo interior frente a la obra de arte (como frente a la propia naturaleza), no se necesita ser un experto, sino tener sensibilidad hacia las expresiones humanas, y saber distinguir aquellas que son resultado de procesos internos complejos y a veces dolorosos, de aquellas que están orientadas solamente hacia el mercado, objetos sin alma.  

Solo pinté un par de cuadros en mi vida, cuando no había cumplido 20 años de edad, pero he cultivado la fotografía y el cine durante más de cincuenta años, no para vivir de ello sino para que me den vida. Algo he aprendido de la plástica, del color y de la mirada: los sentidos son el tamiz que me permite acercarme a esta muestra y sentir sus pulsaciones. O no sentirlas.  

Esta exposición virtual me provoca tres reflexiones: la temática, la virtualidad y la pandemia que nos enmarca a todos. Los tres temas están más ligados que nunca, pero no son necesariamente interdependientes como se podría pensar.   

Un nombre no es elegido al azar  

Gilka Wara Libermann 

La propuesta de nombrar a la muestra “Signos de vida” tiene mucho sentido en un mundo que está a pocas décadas de llegar a lo que la ciencia llama el “punto sin retorno” o tipping point, es decir, el umbral a partir del cual el proceso de deterioro del planeta será irreversible, no habrá capacidad de regenerar la vegetación, de limpiar el agua del mar y de los ríos, ni devolver la vida a las especies desaparecidas.  

Todo esto no es verso libre ni elucubración intelectual, aunque los poetas y los filósofos abordan cada vez con mayor profundidad el tema, con una preocupación similar a la de los científicos. Solo los políticos y los economistas sin visión de futuro, anclados en un presente oportunista, le dan la espalda a una realidad apabullante, a un horizonte gris para la humanidad.  

La virtualidad engaña  

Guido Bravo 

En un mundo cuya naturaleza tiene los días contados, se impone paradójicamente la tecnología. La virtualidad en el arte tiene más de medio siglo de desarrollo, con experimentos que nacen del audiovisual. Por ejemplo, el artista coreano Nam June Paik, fue un pionero de la virtualidad a través del video, mucho antes de que internet permitiera la intangibilidad física del arte.  

Grandes museos del mundo, tan extensos como el Ermitage en San Petersburgo (que tuve que recorrer al trote durante seis horas), el Louvre o el Prado (donde iba a sentarme un par de horas los domingos), ofrecen virtualmente lo principal de sus colecciones, como lo hacen ahora las galerías y los artistas individualmente. Cualquiera puede tener su galería personal y sentir que existe en el universo infinito de lo virtual.  

Lo mismo sucede con los libros, con el cine y otras artes. Para quienes estábamos acostumbrados a aproximarnos físicamente para “oler” los libros o mirar de cerca la trama de las obras plásticas, esta es una experiencia diferente a la que tendremos que acostumbrarnos. ¿De qué tamaño es esa obra? Me pregunto cuando veo algo en la computadora, y aunque allí se indiquen las dimensiones, no es lo mismo que verla a dos metros de distancia, en un espacio abierto o cerrado que integra la obra a la visión de su interlocutor.  

La pandemia revela y oculta  

Tony Suarez 

La tercera reflexión que provoca esta muestra es el posicionamiento de los artistas en tiempos de pandemia. El confinamiento obligatorio nos obliga a los creadores a ser más reflexivos con nuestra obra, y por lo tanto a ser más conscientes de las condiciones del entorno. Todo aquello que está al otro lado de la ventana es un mundo exterior que hemos aprendido a sentir y a valorar de una manera nueva.  

Ahora que sabemos que el origen de la pandemia es la deforestación salvaje y el avasallamiento irracional de la mancha urbana sobre el hábitat natural de otras especies, me pregunto qué tan conscientes de ello son estos artistas.    

Marco Alandia 

Algunos han aprovechado el encierro para mirar el exterior del mundo o el interior de sí mismos con ojos más perspicaces e inquisidores. Es extraordinario que un fotógrafo como Tony Suarez le dedique horas, días, meses y años (incluso antes de la pandemia), a retratar todos los rostros posibles del Illimani, una montaña que se transfigura constantemente sin moverse. Que Gilka Wara muestre su dolor por la degradación de la naturaleza a través de obras llenas de color y de nostalgia visionaria (con ecos del aduanero Rousseau), denota un compromiso profundo con la humanidad. Las formas orgánicas de Guido Bravo contagian la sensación de angustia y presión sobre el cuerpo humano confinado, aunque no fuera esa su intención. Entre las manchas caóticas en tinta china de MacLean se teje la complejidad de la caligrafía japonesa y la tauromaquia de Picasso. Las abstracciones de Marco Alandia me transportan a la capilla de Mark Rothko en Houston, que alguna vez visité acompañado por don José María Velasco Maidana.  

Se trata de artistas y de obras muy diferentes entre sí, lo cual le resta unidad a la muestra. No todos dan los mismos “signos de vida”. Quizás la pandemia ha sido tan dura, que alguno ha preferido refugiarse en un espacio y un tiempo desconectado del mundo, y en lugar de plasmar sus sentimientos más íntimos ha optado por ignorar el conflicto en el que vivimos. Es decisión de cada quien practicar el oficio a su manera, como es el derecho de un observador como yo, sentir (o no) la alegría estética que transmiten obras del espíritu creativo, independientemente de las intenciones de cada artista. Lo que cuenta es la obra y quien la observa.

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El arte es el hombre agregado a la naturaleza.
—Vincent van Gogh  

16 julio 2021

Abrazos mortales

(Publicado en Página Siete el sábado 26 de junio de 2021)   

En esta pandemia tan cruel, los dirigentes políticos del mundo se distinguen en dos grupos: los embaucadores indolentes y los “un poco menos”.  

Dibujo de Abecor en Página Siete 

Habría que ir hasta Nueva Zelanda para encontrar un ejemplo de dirigente nacional que pone por delante la salud y protege al pueblo que representa como servidora: la primera ministra Jacinda Ardern. En Europa, la mayoría de los populistas se aplaza. El británico Boris Johnson hizo un acto de contrición después de que la Covid-19 le calló la boca y estuvo al borde de la muerte durante varias semanas. En España y en Francia, Pedro Sánchez y Emmanuel Macron ya se equivocaron dos veces abriendo la economía antes de tiempo. Ahora, con la tercera ola de contagios, tampoco aprenden porque llega el verano y necesitan el dinero de los turistas internos y externos, pese a que muchos vayan a contagiarse en sus vacaciones.   

Desde que se inició el proceso de vacunación, ninguno de los países europeos ha logrado completar más del 35% de la doble dosis: España 32.4%, Alemania 32.2%, Italia 27.5 %, Francia 25.5%. En otras palabras, están todavía lejos de la “inmunidad de rebaño”, pero ya han autorizado que la vida regrese a la “normalidad” y que la gente ande sin barbijo. En septiembre y octubre, lo estarán lamentando una vez más, por haber privilegiado la economía sobre la salud de la población.  

Y qué decir de América Latina, con ejemplares de la categoría de Bolsonaro, López Obrador, Maduro y el no-presidente de Bolivia, Arce Catacora. Nuestros países están mal, muy mal. Estamos peor que hace un año en número de contagios, a pesar de que ahora hay mayor conocimiento sobre el virus y además tenemos vacunas. En América del Sur solo Chile destaca con un 51% de su población vacunada con las dos dosis, seguido de cerca por Uruguay con 42.8%. Los demás países están muy rezagados, y como siempre, Bolivia está en las peores posiciones: Brasil 11,6%, Colombia 10,2%, Argentina 8,3%, Perú 8,1% y Ecuador 7,1%. En la cola está Bolivia con 5%, Paraguay con 3,4% y Venezuela con menos del 1%, la vergüenza total. Al menos estos últimos están mejor en fútbol: Bolivia está mal en todo.  

México, el gran hermano, debería ser un ejemplo, pero no lo es. Un slogan de la campaña presidencial de López Obrador fue “abrazos y no balazos”. La frase quería ser un gesto de reconciliación con relación al narcotráfico, quizás por eso uno de los actos sorprendentes de AMLO fue liberar al hijo del narcotraficante Chapo Guzmán, tan narco como su padre, y unas semanas más tarde, bajarse del vehículo presidencial para ir a estrechar la mano de la madre del mismo narcotraficante, rodeada ella de un ejército irregular para garantizar su seguridad.  

Los amuletos de López Obrador 

En tiempos de la pandemia, esos abrazos cariñosos se revelaron mortales. Desde el inicio “El Peje” minimizó la pandemia. Con una sonrisita burlona en una de sus “mañaneras” dijo al mundo que él se protegía con una estampita de la virgen y un billete de dos dólares, y alentó a los mexicanos a seguir saliendo a comer a las fondas del barrio. Resultado: México es el cuarto país del mundo en número total de muertes por Covid-19, y el séptimo en muertes diarias esta semana. Persistente en su arrogancia, López Obrador sigue apareciendo en actos públicos sin tapabocas, al igual que Bolsonaro, para quien la pandemia es solo “uma gripezinha”.   

Justicia divina: ambos enfermaron con Covid-19, al igual que otro negacionista de marca mayor, Donald Trump, pero ya se sabe que a ellos no les importa el mal ejemplo que dan a sus conciudadanos. En Bolivia cayó enfermo Evo Morales y muchos de su séquito, mientras el no-presidente Arce Catacora esperó hasta el 24 de mayo para vacunarse (aunque circula el rumor de que se había vacunado mucho antes en Brasil).  

Demagogia pre-electoral 

Arce Catacora se ha despreocupado del coronavirus, aunque aparecía en todas las fotos junto a las vacunas y a los primeros vacunados (muestra de propaganda) en el periodo anterior a las elecciones subnacionales. Después de eso, se la pasa viajando a cualquier rincón del país para evitar la sede de gobierno, que le produce urticaria. Prefiere no-gobernar.  

A falta de liderazgo nacional, las gobernaciones y alcaldías se han visto obligadas a asumir la responsabilidad de la lucha contra el coronavirus, pero lo han hecho tímidamente, de ahí que los casos de infección y las muertes se multiplican, los hornos crematorios ya no dan abasto, y la gente peregrina desesperada de hospital en hospital buscando una cama en las unidades de terapia intensiva (UTI). Pero las medidas de las alcaldías son ridículas, parece que complacen las exigencias de los gremiales y transportistas, como la absurda prohibición de circular en el horario en que todos duermen…

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Las enfermedades no nos llegan de la nada. Se desarrollan a partir de pequeños pecados diarios contra la Naturaleza. Cuando se hayan acumulado suficientes pecados, las enfermedades aparecerán de repente.
—Hipócrates 

09 julio 2021

El futuro es hoy

(Publicado en Página Siete el domingo 30 de mayo de 2021)

Jude Law en Contagio

El virus comenzó en China, por un contagio de murciélagos a seres humanos. Una viajera lo trajo a occidente y en cuestión de días se propagó a otros países. Los infectados tenían síntomas de deficiencia pulmonar y morían rápidamente pues al principio no se conocía ningún remedio o paliativo. Lo mejor era evitar el contagio lavándose las manos, usando barbijos y alcohol para desinfectarse. El contacto con personas infectadas y con objetos que hubieran sido tocados por ellas, era altamente peligroso.

Los trabajadores de la salud cayeron enfermos y las farmacias y supermercados fueron vaciados por gente atemorizada. Los gobiernos decidieron confinar las ciudades, suspendieron vuelos y viajes por carretera. Cerraron las oficinas, restaurantes, hoteles, fábricas, y solo quedaron abiertos los servicios esenciales: hospitales, farmacias, mercados de alimentación. Se prohibió la circulación en las calles sin justificativo. Mucha gente no le daba importancia al principio, y en internet surgieron remedios milagrosos promocionados por blogueros con millones de seguidores que se enriquecieron difundiendo teorías conspirativas. Los protocolos de bioseguridad se hicieron estrictos y se comenzó a trabajar a distancia, por plataforma. 

Matt Damon en Contagio

Las ciudades, desiertas, eran desinfectadas por cuadrillas de trabajadores, mientras la basura se acumulaba. Los hospitales y cementerios se vieron rebasados, y no era extraño ver cadáveres en las calles y entierros en fosas comunes, porque los crematorios no daban abasto. Se ensayaron más de un centenar de vacunas, pero el proceso de aprobación llevaba varios meses. La gente se organizaba solidariamente para repartir comida a los más necesitados. 

El Dr. Sanjay Gupta ofrecía sus análisis en CNN cada noche. Se empezaron a administrar las primeras vacunas pero hubo que decidir quién tenía derecho a recibirla primero. Poco después surgieron las primeras mutaciones del virus en África y otros continentes.  

¿Lo anterior suena conocido?  

Steven Soderbergh, director

Es el argumento de “Contagio” (2011) película dirigida por Steven Soderbergh con guion de Scott Z. Burns y una pléyade de grandes actores. Todo lo que vivimos ahora está en ese filme realizado hace 10 años. El futuro nos ha alcanzado antes de lo que podíamos suponer en 2011.  

Las diferencias de “Contagio” con la pandemia del coronavirus son mínimas comparadas con las coincidencias. Todo comenzó en Wuhan y no en Hong Kong, como narra el filme. Y la primera persona que llevó el contagio a occidente aterrizó en Chicago y no en Milán. En la película el virus ataca a todos, no solamente a adultos mayores, como sucedió en 2020. Por ello, cuando comienzan a aplicarse las vacunas, es por sorteo según la fecha de nacimiento, y no por edad. La vacuna es descubierta en Estados Unidos y parece tener efecto instantáneo, no hay mucho que esperar. Un brazalete con código de barras permite a los ya vacunados circular libremente.  

Julio Verne escribió obras que predijeron con 150 años de antelación el viaje a la luna, y la exploración en el fondo de los océanos o en el centro de la tierra. Pero en un mundo que gira vertiginosamente a la velocidad de internet, los diez años de anticipación de “Contagio”, equivalen a un siglo. Soderbergh ha sido tan visionario, que incluye al personaje real del Dr. Sanjay Gupta, cuyo rostro se ha hecho familiar en CNN durante la pandemia de Covid-19.  

Gwyneth Paltrow en Contagio 

Soderbergh no es un desconocido para nosotros, ya que dirigió “Che” (2008) superproducción en dos partes, parcialmente filmada en Bolivia. Un detalle para cinéfilos: el autor de “Sexo, mentiras y video” suele hacer la fotografía de sus películas con el seudónimo Peter Andrews.  

“Contagio” transcurre en un periodo de 135 días, con varias líneas paralelas de acción y numerosos flashback para armar el rompecabezas. El relato se construye mientras se investiga el origen del virus. Lo principal sucede en Chicago, Minneapolis, San Francisco y Atlanta (Estados Unidos) y Hong Kong (China), con saltos en el tiempo y en espacio, y un montaje eficaz que mantiene al espectador pegado a la pantalla.  

Es en un casino de Hong Kong donde se produce el primer contagio. Cuando Beth Emhoff (la actriz Gwyneth Paltrow) regresa a Estados Unidos y hace una parada de varias horas en Chicago, contagia allí a un antiguo amante y luego, en Minnesota, a su hijo menor. Sin embargo, su esposo Mitch (Matt Damon) y su hija parecen inmunes. En Atlanta, el equipo del Dr. Ellis Cheevers (Laurent Fishburne) del Center for Disease Control (CDC), alerta en San Francisco al especialista Dr. Ian Sussman (Elliott Gould) y envía a Minnesota a la Dra. Erin Mears (Kate Winslet) para investigar la cadena de transmisión del virus desde la llegada de Beth Emhoff.  

Marion Cotillard 

Muy hábil para atrapar noticias y convertirlas en teorías de conspiración, el bloguero Alan Krumwiede (Jude Law) trata de sacarle información al Dr. Sussman, sin lograrlo. Sin embargo, difunde información falsa sobre un medicamento que supuestamente cura el extraño virus: Forsitia (como la Ivermectina de ahora). Eso provoca largas filas e incluso asaltos en las farmacias. Al otro lado del Atlántico la Organización Mundial de la Salud envía a la Dra. Leonora Orantes (Marion Cotillard) a Hong Kong donde es secuestrada por su contacto local, cuya familia vive en un pueblo que ha sido contagiado: la tendrán como rehén hasta que puedan intercambiarla por vacunas. 

Los clímax de suspenso no opacan la seriedad del relato, por el contrario, son ocasiones para transmitir el estado generalizado de pánico frente al virus desconocido. A lo largo de “Contagio” hay una descripción minuciosa de la cadena infecciosa. Todos nos tocamos la cara más de mil veces cada día, sin ser conscientes de ello. A partir de allí, la revisión de los videos de Beth en Hong Kong permite explorar el detalle de sus contactos: una ficha de casino, una copa, su teléfono celular… Cada persona que tocó esos objetos, muere en poco tiempo. 

Gwyneth Paltrow

Probablemente no era la intención, pero la proyección apocalíptica de un futuro imaginario puede verse ahora como un filme didáctico: todo lo que hemos vivido desde febrero de 2020 está explicado en detalle y a través de un film que tiene acción, suspenso y muerte como las que conocemos ahora cada día.  

El film deja para el final el “Día 1”, el más importante, una sucesión de planos sin palabras: un tractor (de la empresa de Beth) derrumba un árbol en la selva, los murciélagos salen volando y uno de ellos se cuelga en el techo de un criadero de cerdos que a su vez terminan en el restaurante del casino donde está Beth. El cocinero se toma una foto con ella y le da la mano. La cadena queda establecida: la deforestación y la reducción del entorno natural de los animales los empuja a acercarse a las poblaciones. De allí a la transmisión del virus a los mamíferos, hay un solo paso. ¿Aprenderemos alguna vez?  

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Me interesa el futuro porque es el sitio
donde voy a pasar el resto de mi vida.
—Woody Allen

 

02 julio 2021

Congo: memoria devuelta

(Publicado en Página Siete el domingo 6 de junio de 2021)  

Cada país debería tener un libro como este, que sintetice su historia y represente su diversidad, que lo describa con sentimiento y sentido crítico, y lo haga de una manera agradable a la lectura.  

Aunque el título de David von Reybrouck es simplemente “Congo: una historia” (2014), su ensayo de 860 páginas es mucho más que eso: un relato a partir de cientos de documentos, pero sobre todo de las voces de quienes vivieron la historia. Los informantes de la investigación son muchos, algunos con más de 100 años de edad, que vivieron el periodo pre-colonial de su país, como Nkasi, que en el río vio nada menos que al explorador Henry Morton Stanley. 

“El río” no tenía nombre. Es tan extenso y caudaloso, que no lo necesitaba. Es el segundo en África después del Nilo y nadie lo había recorrido en sus 4700 kilómetros. Los exploradores lo llamaron río Congo y atraviesa un gran territorio que no tenía fronteras definidas. Las primeras las dibujó el rey Leopoldo II con lápiz rojo sobre una hoja de papel, a miles de kilómetros de distancia, para apropiarse de un territorio que nunca conoció, 77 veces más grande que Bélgica. El Congo no nació como colonia belga, sino como “territorio independiente” propiedad de Leopoldo II de 1885 a 1908.  

El caudal del río se vierte en el Atlántico como “una sopa amarillenta” encima de más de cien kilómetros de agua salada. Con esa misma fuerza abigarrada fluye el apasionante relato del Congo antes de que fuera país, antes de que fuera colonia, para llegar a un presente republicano incierto y sorprendente. Pocos territorios del mundo habrán cobijado a través de los siglos tanta riqueza en su superficie y en el subsuelo: primero el marfil que exterminó la población de elefantes en la época precolonial, luego el caucho que enriqueció a Bélgica cuando aparecieron las bicicletas y los primeros vehículos motorizados. Luego los diamantes desde las manos de niños mineros empobrecidos a las de millonarios ostentosos, y el cobre, uranio, oro y estaño. En décadas recientes el coltán para los teléfonos celulares: 80% de las reservas mundiales. ¿Bendición o maldición?  

Por esas riquezas hubo violencia colonial y guerras tribales, con saldos sangrientos: cientos de miles de muertos. El exterminio de una tribu por otra era de un encono que no tiene parangón: los vencedores arrancaban el corazón de sus víctimas y se lo comían para que el espíritu vengador no regrese.  

El autor tomó el desafío improbable de escribir un libro por los 50 años de independencia de un país donde la esperanza de vida es de 45 años, pero logró tejer con la vida cotidiana el relato de la geopolítica mundial, el comercio, la sociedad y la cultura, sin caer en un sesgo euro-centrista pero tampoco en la parcialidad de las miradas congolesas tan numerosas como irreconciliables.  

“Nada es tan actual como el recuerdo” escribe para significar que lo que se dice hoy sobre el ayer es tan poco confiable como basarse en textos inefablemente escritos por las clases dominantes. De ahí su elección de no obviar los escritos, pero de hacer énfasis en las voces testimoniales. Nkasi, su principal informante de la etapa colonial, tenía 126 años de edad cuando lo entrevistó, había nacido en 1882. En cada etapa, se apoya en nuevos y valiosos testimonios.  

David von Reybrouck

Hasta 1879, el centro de África no era sino una mancha blanca en los mapas. Tierra incógnita que un puñado de aventureros, entre ellos Stanley, había logrado atravesar desde los grandes lagos a la desembocadura del río Congo. En ese territorio misterioso se tejió la compleja trama de 400 grupos étnicos, cada uno con su lengua y sus tradiciones, en medio de la disputa entre exploradores, mercaderes árabes, misioneros evangelizadores y múltiples religiones locales que en contacto con el cristianismo adoptaron sus símbolos como fetiches mágicos.    

Unas tribus sometían a otras. La esclavitud era un fenómeno que existía antes de la llegada de los colonizadores occidentales. Los árabes coparon el comercio africano antes que los europeos. La innovación de los colonos fue exportar esclavos a América, pero todo el trabajo sucio lo hacían los propios africanos. Algunos belgas eran asesinos seriales: el comisario Léon Fiévez asesinó personalmente en cuatro meses a 572 congoleses.  

Lumumba

La obra aborda enfermedades como la “mosca del sueño” (que acabó con 60% a 90% de la población en la ribera de los ríos); la sustitución del trueque por papel moneda que hizo a los congoleses más dependientes de las transnacionales; las historias de congoleses que combatieron en la II Guerra Mundial (la bomba de Hiroshima hecha con uranio del Congo); la llegada de la independencia con 14 mil kilómetros de vías férreas, 140 mil kilómetros de caminos, 40 aeropuertos, 100 centrales de electricidad, cuatro gobiernos y cuatro ejércitos (pero solo 16 diplomados universitarios); el asesinato de Lumumba (ejecutado por Moisés Tshombe y los belgas); los 32 años de dictadura de Mobutu; la salvaje guerra interna con brujería, canibalismo, amuletos y flechas envenenadas; la guerrilla del Che Guevara (apenas unas pocas líneas); Kabila y otros caciques; el genocidio en Ruanda; el fútbol, la música y la cultura popular. El libro finaliza en Cantón (China) en barrios donde miles de congoleses viven para comerciar con África. Esta enorme historia se teje con pequeñas historias cotidianas.  

Los detalles de los personajes son apasionantes: Lumumba no miraba nunca a los ojos, Mobutu acumuló una fortuna personal que lo convirtió en el séptimo individuo más rico del mundo mientras los congoleses eran asesinados con machetes, para no gastar balas.  

Trabajé y viví cuatro años en Nigeria, y durante meses y semanas en otros 20 países africanos, pero hasta leer esta obra no imaginaba la fuerza gravitacional que tuvo el Congo sobre sus vecinos, por ejemplo, en el genocidio en Ruanda. Creí que Nigeria era el país más difícil de África, pero Congo lo supera con creces.  

Mezcla de antropólogo, historiador y novelista, von Reybrouck teje su relato con muchas voces y con detalles precisos escrupulosamente documentados: 38 páginas de bibliografía y 27 de notas (por suerte al final). Sorprende constatar que no haya grabado ni filmado las entrevistas, solo se basa en notas que tomó (con el riesgo que ello conlleva). El escritor está en la categoría de cronistas como Mark Kurlanski o Jared Diamond, autores de ensayos que se leen como novelas porque son amenos, narran episodios históricos como alrededor de una fogata en una noche fría.  

La edición francesa obtuvo el Premio Médicis 2013 al mejor libro extranjero, y el premio Le Mot d’Or a la mejor traducción, realizada por Isabelle Rosselin, cuyo nombre aparece en la tapa como homenaje a su trabajo. La prosa es bella, sin duda también en la versión original en holandés.  

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 Es un lugar común hablar sobre cómo el colonialismo
envilece por igual al colonizador y al explotado.
—Alvaro Mutis