¿Alguien dijo que para hacer arte se
requieren muchos recursos? Probablemente
nadie, porque para hacer arte lo que se necesita en primer lugar es creatividad.
Quizás una escultura en bronce cueste miles de dólares y sea un objeto
apetecible para los fundidores y ladrones que se roban hasta las tapas de las
alcantarillas, pero lo que vale no es el material sino la calidad de
expresión.
He visto bodrios tan monumentales como
caros, que me hacen pensar que los artistas no deben ser nunca prisioneros de la
materia que manipulan. Mi querido amigo Walter Solón Romero experimentaba con
todo tipo de materiales para hacer su trabajo, por eso su obra es tan amplia e
incluye pintura mural, cerámica, acuarela, textiles, tallados en madera,
grabados en cemento, y pintura sobre papel de amate, entre otras. Todo material
es noble si se impregna del espíritu de un creador.
Uno de esos materiales es el papel,
extraordinariamente noble porque viene del árbol y termina en los libros. El
papel es noble desde su origen, es bueno, generoso, aunque algunos lo
consideren abundante y demasiado común, y lo maltratan.
Quienes hemos trabajado con imprentas
conocemos la nobleza de papel, su peso y sus diferentes texturas, que son como
clases sociales. El papel “revolución” es popular, el papel “couché” es
refinado. Difícilmente dialogan entre sí en un mismo libro, pero entre ambos
hay muchas calidades y posibilidades.
Esta digresión sobre el papel y su
nobleza viene a cuento porque hace unas semanas estuve en la exposición de
Marion Macedo y Coco Cuellar, “Revive el papel, revive la fotografía”, y me
encantó. A Coco lo conozco hace muchos años y valoro su trabajo fotográfico,
sobre el que no abundaré en esta ocasión porque quiero sobre todo dedicar estos
párrafos al trabajo de Marion, que me sorprendió por su delicadeza y su
imaginación.
La delicadeza oriental de las 27 obras de
Marion Macedo conquista los sentidos. Marion ha trabajado durante muchos años con
papel y sus desfiles de vestidos (en alguno de los cuales participó como modelo
mi hija menor) eran emblemáticos e innovadores, pero esta nueva propuesta
plástica, de obras de arte hechas en papel, me maravilló, también porque la
muestra en el Espacio Patiño de La Paz fue montada con un gusto exquisito, con
un manejo del espacio y de la iluminación que no son frecuentes en la curaduría
nacional.
La figura enigmática, tamaño natural, de
una mujer (un maniquí) completamente en blanco, vestida lujosamente, casi desafiante
con su cabellera rizada de papel, es una de las obras que más sorprende. La
mujer es sin duda el leit motif que
se repite tanto en las esculturas de Marion como en las fotografías de Coco
Cuellar: bustos fantasmagóricos que parecen despegarse de los muros flotando en
su velamen de papel, rostros y perfiles que desbordan misterio y sensualidad.
Otra serie de obras que podríamos clasificar
como arte utilitario, son ocho lámparas que destacan por su elaborada factura.
Tan solo verlas hace pensar en el fuego que representan. Las bases de esas
lámparas despliegan sus atributos de papel como pavos reales, ostentosas, no igualadas
por las pequeñas pantallas que las coronan.
Quizás la serie que prefiero es la de los
libros intervenidos, manipulados, recreados y resignificados. Cada uno es un
desafío artístico porque la manera como emerge la obra de arte a partir de un
libro que ha perdido su identidad anterior, es producto de mucha reflexión y
trabajo.
Me gusta la manera como Marion ha ido
escarbando en el texto, atravesando las páginas con estilete y tijeras, para
llegar a descubrir en el fondo un grabado o una fotografía. Es como si en ese
proceso hubiera dejado las huellas de su penetración, una firma de artista. Cada
libro intervenido es una pieza de arqueología de papel, donde el texto se ha
desvanecido para darle cuerpo a una imaginación no exenta de humor y de
picardía, porque en el arte el humor es un ingrediente fundamental. De otro modo
la solemnidad y el aburrimiento podrían asfixiarnos.
Detesto el arte facilón, aquellas las
instalaciones ramplonas que pretenden engatusar a los ingenuos bañándose de una
luz de supuesta genialidad. Mi tolerancia es baja frente a objetos intervenidos
que solo ponen en evidencia la flojera y la falta de ideas de sus autores: una
fotografía en blanco y negro con una pincelada de color o un objeto común
resignificado mediante una manipulación burda y carente de esfuerzo.
En el caso de Marion, estamos en otra
dimensión, la de la creatividad que se expresa
a través de representaciones que exigen mucho trabajo, no solamente
inspiración. La artista desarrolla cada obra con una delicadeza sorprendente. Uno
quisiera tener en su propia biblioteca, uno de estos libros convertidos en
pájaros de exótico plumaje, en árboles frondosos o en cajas mágicas de las que
surgen personajes de la literatura y del arte, por allá Alicia en el país de
las maravillas, por aquí la Gioconda.
Lamento no haber publicado estas impresiones
antes, para que quienes no vieron la muestra pudieran apreciarla. De todas
maneras dejo constancia de mi admiración por ese formidable trabajo creativo,
de lo mejor que he visto en mucho tiempo en La Paz.
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Las obras de arte se dividen en dos
categorías:
las que me gustan y las que no me
gustan.
No conozco ningún otro criterio.
—Chéjov