30 julio 2015

Perioductos

Una de las razones por las que detesto ver televisión en Bolivia (y por la que suelo rechazar cualquier aparición en la “caja boba”) es porque además de la bajísima calidad de su programación, las pantallas están plagadas de publicidad comercial. Y no me refiero a los espacios publicitarios que son una forma (digamos “legítima” para no ahondar en un tema escabroso), para financiar los canales, sino a la publicidad que aparece en pantalla mientras se dan noticias o se entrevista a algún personaje.  Eso ya me parece bochornoso.

Me dice Andrés Gómez que en Bolivia no hay una norma deontológica que regule la actividad de los periodistas en relación a la publicidad encubierta o descarada, pero si no la hay sería bueno inventarla ya que los periodistas no deberían hacer del ejercicio del oficio un negocio que ampara productos y marcas comerciales. Por lo que veo en la televisión nacional (un par de veces al mes) los colegas de la pantallita luminosa se han convertido en vulgares anunciadores y han dejado el periodismo por el “vil metal”, como solía decirse.

No sé si ver periodistas rebajados a esa condición me da más pena que asco, quizás es una mezcla de ambas sensaciones. Me cuesta seguir llamándolos periodistas, tengo que inventar una palabra que los defina, por eso se me ocurre llamarlos perioductos, porque operan como ductos para dar salida a la publicidad de productos comerciales. Y lo hacen sin el menor empacho, con la misma cara de póker con la que relatan 43 muertes en un accidente de tránsito o un chisme de la farándula internacional.

En Bolivia tenemos un código de imprenta creado antes de que existiera la televisión y cuando la radio estaba recién en su albores, de modo que poco se puede esperar de él, y sin embargo la memoria me alcanza para recordar que la ética era parte del ejercicio cotidiano del periodismo, y que aunque no hubiera una regulación precisa, lo que había era dignidad para ejercer con apego a ciertos valores que hoy han sido malversados.

Hice el esfuerzo de practicar el zapping durante varios días por los canales de la televisión boliviana, sobre todo en los horarios “estelares” (ya que los otros son aún más lamentables), y lo que he visto es un supermercado en la pequeña pantalla. Fue penoso el recorrido desde el cura Pérez que se presenta en Fides TV rodeado de productos de la multinacional que produce café soluble, hasta el comentarista emblemático de Cadena A (que escribe tuits con errores ortográficos) y otros presentadores todavía más impresentables, que lo mismo anuncian mortadelas o píldoras para la disfunción eréctil, mientras sus entrevistados responden seriamente a las preguntas antes de que los corten para una pausa comercial (como si hubiera pausa en esa interminable secuencia mercantilista).

Nada menos que en el canal del Estado (del gobierno, para ser más precisos) en las entrevistas entre el perioducto de turno y algún ministro o viceministro, aparece sobre la mesa que los separa (o que los une) una botella verde tamaño familiar y varias latas de papaya Chinguetti, mientras que en otro canal, a la misma hora, el periodista deportivo más importante del país se convierte instantáneamente en perioducto cuando habla detrás de una botella de Poca-Cola, la conocida bebida del logo rojo.

Lo más curioso es que a los invitados a esos programas no parece importarles ser parte de las artimañas publicitarias. ¿Reciben también alguna coimisión?

Dirán algunos: “Es que a los periodistas los obligan en sus contratos a hacer publicidad de los auspiciadores…” En esas condiciones, mejor quitarse entonces la careta y dedicarse de lleno a la publicidad, porque de otro modo la información se convierte en un sub-producto, y el verdadero productor del programa es el anunciante.

“Bagre lanza la línea más completa de desagües del mercado” lee un perioducto, promocionando resistentes tuberías y ductos por los que se vierte tanta porquería como en los canales y canaletas de la televisión boliviana. 
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Cuando se descubrió que la información era un negocio,
la verdad dejó de ser importante.
—Ryszard Kapuściński