Una de las razones por las que detesto
ver televisión en Bolivia (y por la que suelo rechazar cualquier aparición en
la “caja boba”) es porque además de la bajísima calidad de su programación, las
pantallas están plagadas de publicidad comercial. Y no me refiero a los
espacios publicitarios que son una forma (digamos “legítima” para no ahondar en
un tema escabroso), para financiar los canales, sino a la publicidad que
aparece en pantalla mientras se dan noticias o se entrevista a algún
personaje. Eso ya me parece bochornoso.
Me dice Andrés Gómez que en
Bolivia no hay una norma deontológica que regule la actividad de los
periodistas en relación a la publicidad encubierta o descarada, pero si no la
hay sería bueno inventarla ya que los periodistas no deberían hacer del
ejercicio del oficio un negocio que ampara productos y marcas comerciales. Por
lo que veo en la televisión nacional (un par de veces al mes) los
colegas de la pantallita luminosa se han convertido en vulgares anunciadores y
han dejado el periodismo por el “vil metal”, como solía decirse.
No sé si ver periodistas rebajados a esa
condición me da más pena que asco, quizás es una mezcla de ambas sensaciones. Me
cuesta seguir llamándolos periodistas, tengo que inventar una palabra que los
defina, por eso se me ocurre llamarlos perioductos,
porque operan como ductos para dar
salida a la publicidad de productos
comerciales. Y lo hacen sin el menor empacho, con la misma cara de póker con la
que relatan 43 muertes en un accidente de tránsito o un chisme de la farándula
internacional.
En Bolivia tenemos un código de imprenta
creado antes de que existiera la televisión y cuando la radio estaba recién en
su albores, de modo que poco se puede esperar de él, y sin embargo la memoria
me alcanza para recordar que la ética era parte del ejercicio cotidiano del
periodismo, y que aunque no hubiera una regulación precisa, lo que había era
dignidad para ejercer con apego a ciertos valores que hoy han sido malversados.
Hice el esfuerzo de practicar el zapping durante varios días por los
canales de la televisión boliviana, sobre todo en los horarios “estelares” (ya
que los otros son aún más lamentables), y lo que he visto es un supermercado en
la pequeña pantalla. Fue penoso el recorrido desde el cura Pérez que se presenta
en Fides TV rodeado de productos de la multinacional que produce café soluble,
hasta el comentarista emblemático de Cadena A (que escribe tuits con errores
ortográficos) y otros presentadores todavía más impresentables, que lo mismo
anuncian mortadelas o píldoras para la disfunción eréctil, mientras sus
entrevistados responden seriamente a las preguntas antes de que los corten para
una pausa comercial (como si hubiera pausa en esa interminable secuencia mercantilista).
Nada menos que en el canal del Estado (del
gobierno, para ser más precisos) en las entrevistas entre el perioducto de turno y algún ministro o
viceministro, aparece sobre la mesa que los separa (o que los une) una botella
verde tamaño familiar y varias latas de papaya Chinguetti, mientras que en otro
canal, a la misma hora, el periodista deportivo más importante del país se
convierte instantáneamente en perioducto
cuando habla detrás de una botella de Poca-Cola, la conocida bebida del logo rojo.
Lo más curioso es que a los invitados a
esos programas no parece importarles ser parte de las artimañas publicitarias.
¿Reciben también alguna coimisión?
Dirán algunos: “Es que a los periodistas
los obligan en sus contratos a hacer publicidad de los auspiciadores…” En esas
condiciones, mejor quitarse entonces la careta y dedicarse de lleno a la
publicidad, porque de otro modo la información se convierte en un sub-producto,
y el verdadero productor del programa es el anunciante.
“Bagre lanza la línea más completa de
desagües del mercado” lee un perioducto,
promocionando resistentes tuberías y ductos por los que se vierte tanta
porquería como en los canales y canaletas de la televisión boliviana.
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Cuando se descubrió que
la información era un negocio,
la verdad dejó de ser
importante.
—Ryszard Kapuściński