Soy un atrevido, siempre lo he sido. A veces escribo sobre temas que no son de mi
competencia, simplemente porque quiero expresarme a propósito de ellos. Sobre
cine y comunicación tengo cierta autoridad, ganada a través de muchos años de
práctica y de mucha investigación. Algunas veces me atrevo a escribir sobre
artes plásticas, porque mi proximidad con las obras y con los artistas me
invita.
El pueblo de Gula saluda a Clara | Foto de Ariel Duranboger |
Algo parecido me sucede cuando escribo
sobre arte dramático, pero no es un terreno en el que me sienta tan seguro, a
pesar de haber publicado en 1995 un libro sobre teatro popular, y de haber
escrito algunos comentarios críticos sobre obras que me han gustado. Esta es la
puerta de entrada que justifica mis impertinencias: aquello que me gusta.
Vi hace algunos días Gula, la visita de la vieja dama, una obra de Friedrich Durrenmatt
adaptada por el joven director Eduardo Calla, con un elenco formidable en el
que destacan David Mondacca y Patricia García.
La obra es un regalo de la Embajada Suiza,
que en lugar de celebrar su aniversario con propaganda nacionalista o discursos
circunstanciales del estilo “qué buen gobierno tenemos” o “qué maravillosa es
nuestra cooperación con Bolivia” (lo cual es cierto, porque es uno de los
países que más apoya al nuestro), prefirió que la celebración fuera un aporte
cultural. Los que hemos estado de vez en cuando en aquellas aburridas
celebraciones nacionales de las embajadas, saturadas de discursos
grandilocuentes, agradecemos profundamente esta propuesta novedosa. Si todas las embajadas hicieran lo mismo,
tendríamos menos corbatas y más cultura.
Una escena de Gula | Foto de Ariel Duranboger |
Vamos a la obra, cuyo argumento es
necesario resumir para subrayar sus valores. El pueblo de Gula atraviesa años
de grave crisis, está sumido en el abandono y la decadencia cuando recibe la
noticia de que Clara Zachannassian, una mujer nacida en el lugar muchos años
atrás y ahora multimillonaria, ha decidido visitar su ciudad natal. El alcalde,
el cura, el policía, el maestro y todo el pueblo ven la oportunidad de pedirle
a la vieja dama una donación que permita a Gula salir de su estado de
postración.
La llegada de Clara se prepara
cuidadosamente y de pronto la figura de Elías (Alfredo, en el libreto original),
el tendero de Gula, adquiere notoriedad porque en su juventud fue el amante de
la dama. Sobre él se hacen todas las apuestas: dependerá de Elías que la
ilustre visitante despliegue su generosidad y haga una donación mayor.
Sin embargo el pueblo entero se lleva una
sorpresa: la vieja dama, que cojea con una prótesis de madera y una mano de
marfil (perdió ambas en un accidente aéreo en Afganistán), está muchos pasos
delante de ellos y tiene su propio plan: ofrece mil millones a cambio de que el
pueblo asesine a Elías, que la humilló cuando eran jóvenes y la hizo condenar por
todos, sobornando a testigos para que la acusaran de ser una prostituta.
Problemas de conciencia en Gula | Foto de Ariel Duranboger |
Si en ningún momento se pierde el tono de
comedia de la obra, poco a poco el espectador
se va adentrando en la complejidad de la temática, que tiene que ver con
la justicia y la ética. Por un lado la inicial defensa cerrada de Elías, uno de
los personajes más queridos en Gula, y por otra la ambición del dinero ofrecido
por Clara, que poco a poco tuerce el destino para decidir, con el argumento de
hacer justicia pero en realidad por el bienestar que supuestamente traerá el
dinero, la muerte del ciudadano. Elías ciudadano ilustre, y Elías paria. La
paradoja, claro, es que el pueblo entero era responsable de aquel acto de
injusticia ocurrido cuarenta años antes. El diablo no sabe para quién trabaja.
Dilemas morales, apuntes sobre la
justicia, sobre el poder, sobre el dinero, sobre el machismo, sobre la lealtad
y la hipocresía… la obra tiene un poco de todo para alimentar un buen debate.
El diseño y producción de la
escenografía, a cargo de Gonzalo Callejas no solamente es eficiente, sino que
se convierte en un personaje más de la obra, un personaje que se transforma,
que se mueve y llama la atención de los espectadores. Todos los movimientos se
hacen en escena y contribuyen a crear esa sensación de un espacio limitado del
que el personaje de Elías no puede huir. La banda sonora (que incluye una
canción de los Beatles) y las proyecciones (quizás demasiado pequeñas)
contribuyen a crear la atmósfera que signa el destino de los personajes.
Mondacca en Gula | Foto de Ariel Duranboger |
Me ha parecido formidable el casting, especialmente el de Patricia
García como Clara, imponente en todo momento, y el de David Mondacca, cuya
experiencia y trayectoria no hacen sino confirmar su calidad de actor. Patricia
y David están completamente sellados a sus personajes.
Todas las actuaciones
son correctas, aunque a veces los actores no calzan físicamente con los
personajes que representan. Me gustó Denisse Arancibia en el papel de asistente
de Clara, Claudia Andrade en el papel de Matilde y Paola Oña en el papel de
periodista, pero no estoy seguro de que otros actores principales signifiquen
con la misma verosimilitud a los personajes que representan.
El personaje de la periodista frívola,
superficial y vana me pareció tan acertado que a pesar de la caricatura se
parece demasiado a muchos periodistas que circulan en el mundo real, y no
solamente en Bolivia. Hace poco me tocó ver de cerca en Marbella a Mariela
Encarnación, la presentadora de farándula de CNN en Español, y es exactamente
así de caricatural, metida en su teléfono celular como en una ratonera.
Lo he dicho o escrito otras veces: siento
una alta admiración por mis amigos teatreros, desde Líber Forti hasta David
Mondacca, Maritza Wilde, Jorge Ortiz, Luis Bredow (que presta su voz al juez de
esta obra) y varios más que desde hace tantos años dan su vida por el teatro en
Bolivia. Ensayan obras durante meses para ofrecerlas unas cuantas veces a un
público que lamentablemente no acompaña.
(Este comentario se publicó en Página Siete, el domingo 9 de agosto 2015)
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La
comedia tiende a representar a los hombres como peores,
y la
tragedia como mejores, de lo que son en la vida real.
—Aristóteles