No sé por dónde empezar. Tampoco sé por dónde terminar. Frente a la pantalla en blanco estoy en
blanco. Cada vez me cuesta más escribir sobre los amigos que se van, cada vez
siento yo mismo el cansancio. Y es
quizás más fácil escribir sobre un amigo con el que uno ha compartido en diez o
veinte ocasiones, que con un amigo que uno ha frecuentado un centenar de veces
a lo largo de varias décadas.
Luis Ramiro Beltrán Salmón |
La muerte es algo que todos esperamos, y
hay casos en los que nos decimos a nosotros mismos que estamos preparados para
recibirla. Pero nunca estamos realmente armados del coraje suficiente para
soportar la muerte de los amigos más queridos. Estos últimos años han sido para
mi experiencia personal demasiado duros. Sin ir más allá de nuestras fronteras,
en pocos años hemos perdido a Ricardo Pérez Alcalá, a Líber Forti, a Jorge Ruiz, a los hermanos
Raúl y Gustavo Lara, a Cecilia Quiroga, a Rubén Vargas y ahora a Luis Ramiro Beltrán, entre varios otros, para no mencionar sino a los bolivianos. Es
demasiado. Golpe sobre golpe. Piedra
negra sobre una piedra blanca, como dice el título del soneto de César
Vallejo que habla de morirse un día de aguacero. No hay nada extraño en la muerte, salvo que nos vamos quedando solos.
El tiempo se puso triste en La Paz el
viernes cuando Luis Ramiro fue internado en el Hospital Arco Iris, en Villa
Featima. Al día siguiente los cerros aparecieron inusualmente blancos porque
el frío y el agua juntaron fuerzas en su estrategia de maravillarnos. Y ahora
esos cerros siguen blancos para lastimar la retina del recuerdo.
Luis Ramiro con Nohora |
Pienso en Luis Ramiro y se viene la
avalancha de momentos fragmentados. Las imágenes se pelean, en desorden, para entrar en el callejón de los recuerdos, como
ovejas asustadas. Digo “Moro Mayor” en
voz alta para sentir mejor su presencia. Pocos saben que Luis Ramiro es también
Moro, nuestro primer eslabón de identidad. A ambos nos pusieron Moro cuando
éramos pequeños, a él su padre porque era hijo de “la morita”, doña Becha, y a
mí porque llevaba ya nacido unos cuantos meses y no me habían bautizado. A
falta de ser “cristiano”, seguía siendo moro. En Bolivia, mientras no se pruebe lo contrario, solo hay dos moros (además de algunos caballos), el Moro mayor que
acaba de partir, y el Moro menor que se queda huérfano. Las escenas de la
infancia podrían ser la más antiguas, aunque entonces no sabíamos que nuestros
destinos se irían a cruzar tantas veces.
Pugna ahora por salir otro recuerdo. Veo
a Luis Ramiro en el cementerio Jardín, llorando desconsoladamente y tratando de
echarse sobre la fosa donde acaba de bajar el ataúd de doña Becha, su madre, a
quien idolatró toda su vida. Es un día de sol, los amigos lo retienen. Doña
Betshabé Salmón de Beltrán le dejó a su Morito un legado enorme. Un ejemplo de
entereza y fuerza de voluntad. Su historia es otra historia, enorme, muy rica.
Algo hicimos juntos sobre doña Becha.
Cuando yo dirigía CIMCA (Centro de Integración de Medios de Comunicación
Alternativa) publicamos un libro sobre Feminiflor, la pionera revista feminista
que ella había creado y dirigido en Oruro en la década de 1920. Y un
documental: Dos mujeres en la historia.
Durante ese periodo Luis Ramiro era
asesor regional de comunicación de la Unesco con sede en Quito, y cuando supo
de los esfuerzos que hacíamos en CIMCA como la única institución no
gubernamental de Bolivia exclusivamente dedicada a la comunicación
participativa para el desarrollo, nos apoyó con un fondo semilla que nos
permitió hacer muchas cosas importantes, con muy poco dinero.
Con Lupe Cajías organizamos en noviembre
de 1988 el primer “Simposio internacional realidad y futuro de las emisoras mineras
de Bolivia”, y lo hicimos en Potosí, donde debía hacerse, con participación de
trabajadores de las radios mineras y de colegas que las habían estudiado y
apoyado. Pocos meses después Lupe y yo publicamos Las radios mineras de Bolivia, el primer libro sobre el tema, recogiendo
los testimonios y artículos de todos los que en aquel momento tenían algo que
decir sobre la experiencia pionera de la comunicación participativa. A Luis
Ramiro le debemos ese impulso.
En materia de trabajo era qonana, o sea obsesivo compulsivo. A
pesar de su trayectoria y su amplio conocimiento de la comunicación, cuando
tenía que preparar un artículo o una ponencia, empezaba con varios meses de
anticipación recolectando todas las referencias disponibles. Su proceso de
escritura era lento, ya que nunca pudo dar el salto de la máquina de escribir a
la computadora, de modo que descansaba esa responsabilidad en Nohorita o en
alguna secretaria que conocía un poco más que él de computación. Escribía a
mano o dictaba.
Quiroga, Aliaga, Beltrán, Claure, Herrera y Arroyo |
En todos los puestos que ocupó, allí
donde estuvo, se esmeró en apoyar a quienes hacían cosas interesantes. Varias
generaciones de colegas dedicados a la comunicación están en deuda con su
generosidad. Tan generoso que yo solía decirle: “eres una chica fácil”, pues
era incapaz de decir “no” a nadie. Le pedían presentaciones, prólogos,
entrevistas y el siempre aceptaba, aunque ello le tomaba cada vez más tiempo y
energía, y lo obligaba a postergar su principal proyecto: la investigación y
libro sobre su padre, su madre y la guerra del Chaco. Yo mismo fui uno de los hinchabolas que le pidió una vez un
texto de presentación, y fue tan generoso que estuvimos a punto de pelearnos
cuando le pedí que rebajara los elogios excesivos que hacía de mi trabajo.
Gumucio, Uranga, Gerace, Beltrán, Díaz Bordenave y Prieto Castillo en Santa Fé (Argentina), mayo 2005 |
Mientras pudo sostenerse sobre sus
piernas fue un seductor de hombres y mujeres, fiestero y bailarín. Su esposa
Nohorita Olaya, compañera de tantos años, puede dar fe de esa manera que tenía
de dejar la formalidad a un lado y con sus canciones y chistes alegrar a
quienes lo rodeaban. Cantaba en quechua, aimara y hasta en guaraní con su
querido amigo del alma Juan Díaz Bordenave. Con ambos y otros colegas
(Washington Uranga, Daniel Prieto Castillo, Francisco Gutiérrez y Frank Gerace)
pude compartir una semana memorable en Santa Fe, Argentina, el año 2005. Nunca habíamos estado antes todos juntos como
en esa ocasión.
Exeni, Aliaga, Beltrán, Gumucio, Peñaranda y Aguirre |
Durante varios meses en el año 2013, José
Luis Aguirre y yo estuvimos grabando en video a Luis Ramiro, con la intención
de hacer un libro que pudiera completar aquel que se quedó en Mis primeros 25 años. Todos los jueves por
la tarde venía Luis Ramiro a mi casa, se sentaba en un sillón frente a
nosotros, y comenzábamos a interrogarlo, avanzando cronológicamente para ubicar
mejor la evolución de su pensamiento. Teníamos en mano su tesis de maestría y
su tesis de doctorado, cuyos directores fueron nada menos que David Berlo y Everett
Rogers. Una formación de lujo la que tuvo en Estados Unidos con esos pensadores
tan importantes a los que, sin embargo, cuestionó con un pensamiento renovado.
Poco antes de morir Rogers expresó en una entrevista su deuda con Luis Ramiro y
otros pensadores latinoamericanos que con su pensamiento crítico lo ayudaron a revisar su posición “difusionista”.
Luego de una docena de sesiones de una
hora, José Luis y yo decidimos suspender la grabación porque Luis Ramiro se
cansaba y él mismo nos decía que su memoria ya no le permitía recordar los
detalles que le estábamos preguntando. No era justo someterlo a esa presión.
Estos tres últimos años en la vida de
Luis Ramiro estuvieron llenos de homenajes y reconocimientos, lo cual nos
alegró profundamente. No es frecuente
ser profeta en su propia tierra, pero Luis Ramiro obtuvo el reconocimiento
merecido, ya sea con la publicación de obras con selecciones de sus textos, o
con honores, diplomas y medallas que recibía humildemente agradecido.
Su último libro importante fue La comunicación antes de Colón (2009)
una investigación pionera que realizó junto a Karina Herrera-Miller, con el
apoyo de Esperanza Pinto y Erick Torrico.
__________________________________
Y en
la fina agonía se levanta
Con
anhelos de vida, mi otra vida,
Erguida
sombra en medio a mi desierto.
—Dora Isella Russell