En sus años finales Yolanda no quería que la fotografiara. Se resistía al igual
que su colega poeta Oscar Cerruto, también reacio a las fotos, hasta que Oscar
accedió y gracias a ello el retrato que le hice se reproduce una y otra vez en
libros, revistas, diarios y en páginas web (pocos se toman la molestia de consultarme).
Yolanda nunca cedió a mi invitación, ni siquiera cuando le expliqué la foto que tenía pensada.
Augusto Céspedes, Mariano Baptista Gumucio, Yolanda Bedregal y Oscar Cerruto rodean a Adolfo Costa du Rels |
La hubiera fotografiado en su casona de la calle Goitia, sentada
sobre una rústica silla de madera, una muy grande, dos veces el tamaño de una
silla normal, fabricada especialmente para que ella se sentara con los pies
colgando, como una niña, con las manos juntas sobre el regazo y la mirada
melancólica. Esa era la foto que yo quería tomarle para mi serie “Retrato
hablado” que se exhibió en 1990 en La Paz y Cochabamba, pero ella no quiso. “Ya
estoy muy vieja para que me tomes fotos”, decía, aunque conservaba a su edad
los rasgos delicados que la caracterizaron toda su vida, y ese rostro amable
que la distinguía.
No pudo evitar la fotografía en una ocasión, a principios de
mayo de 1990 cuando invité a un grupo de amigos escritores para conversar con
dos poetas paraguayos que estaban de paso invitados por el Centro Portales, Carlos
Villagra y Rubén Bareiro Saguier (a quien yo conocía desde los años 1970, en
París). Reuní a Augusto Céspedes, mi primo hermano Mariano Baptista Gumucio,
Manuel Vargas, Edith von Borries, y Yolanda. En las gradas de acceso a mi casa en
Obrajes nos tomamos una foto de grupo, de esas que con el paso de los años
adquieren mayor valor memorioso.
Ruben Bareiro Saguier, Yolanda Bedregal, Manuel Vargas, Edith von Borries, Augusto Céspedes, Alfonso Gumucio, Carlos Villagra y Mariano Baptista Gumucio |
Habría cumplido cien años este 2013 que termina, cien veces
Yolanda. Por eso quiero dedicarle la última nota del año que fue suyo, año en
que la recordamos a través de numerosas manifestaciones culturales que se
organizaron en varias ciudades de Bolivia. A lo largo de 2013 se multiplicaron
los homenajes a Yolanda y se publicaron numerosos artículos para recordar su
trayectoria como escritora y su importancia en la literatura del país y de
América Latina.
Cuando publicó su Antología
de la Poesía Boliviana, un tomo de más de 600 páginas, incluyó allí cuatro
poemas míos: "Detenido", "Silbos", "Ateneo
literario" y "Autopsia". Alguna vez su hija Rosángela me invitó
a formar parte del jurado del concurso nacional de poesía que lleva su nombre;
acepté con mucho gusto.
Pero lo más significativo fue la carta que me envió luego
de leer mi libro Sentímetros:
Querido Alfonso: Ya en
cama hasta las dos de la mañana, milímetro a milímetro he leído tus Sentímetros. Los he gustado con la lengua y sus
implicaciones cerebrales y cordiales. Todo un alambique que al final destila
poesía. Te has valido de una cuidadosa y misteriosa alquimia también. Le has
arrancado, aunque no creas, frutos a tu papiel, cristales de extraña pulcritud
elaborados. Frutos, y también ese silencio de que uno se va llenando para
seguir gritando como quien se calla. Muchas cosas podría decirte de lo que
esconde el mecanismo enloquecido y seco de tus poemas y como te digo, los leí
emocionada y admirando su calidad literaria, además. Si te pongo estas líneas a
vuela-punta es porque no puedo ir personalmente estos próximos días, como
quería. Yolanda.
Me gusta revisar sus libros, cargar unos segundos los cinco voluminosos tomos de sus obras completas, una hermosa edición publicada por
Plural. Releo a Yolanda con el placer de visitar la casa de sus palabras y con el
temor de que mi poesía se contagie entre sus paredes.
Menos para todos los demás, la poesía es para los poetas una
cosa muy seria. Sigue siendo un misterio cómo a algunos les pica el virus de la
poesía, y cómo se rasca cada quien sus versos como garrapatas que chupan la
sangre mirando debajo de la piel, atravesando su espesor para hurgar el alma.
Como ejemplo “Tinta negra”, poemas dolorosos que me dan cita
en su libro Escrito, publicado en
Quito en 1994, aunque sin fecha en pie de imprenta. Ahí como en tantos otros
versos se desgrana el alma con extraordinaria humildad, como si la vida le
quedara demasiado grande.
Pero también los versos plenos de alegría erótica, aquellos
que hacen trascender la sexualidad: “Nudo
de los cuerpos / fugaz alegría / que ata nuestro polvo / con la eternidad.”
Mientras la sigamos leyendo la seguiremos recordando.
_____________________________________________
Misteriosamente
apretamos
-mutuo
acuerdo-
lengua
de espada
en
vaina de silencio;
mas
el delgado espacio
se
destempla
en
la discordia.
—Yolanda Bedregal