En la Conferencia Internacional Bienes Comunes y Nuevos
Paradigmas Civilizatorios que tuvo lugar en La Paz, del 18 al 20 de noviembre
en salones de la Cinemateca Boliviana, a la que me referí en la anterior nota,
hubo cinco paneles sobre “Bienes comunes: un paradigma para la convivencia y la
transformación”, “Experiencias locales en la gestión de bienes comunes”, “Gestión
de Bienes Comunes de la Naturaleza”, “Economía, trabajo y cuidado”, “Internet y
software libre, cultura y conocimiento”, y varias sesiones de debate e intercambio
sobre “Biodiversidad, alimentación y bosques”, “Agua, energía y cambio
climático”, “Feminismo y economía”, “Economías alternativas y cooperativas”, y “Cultura
y conocimiento, internet y software libre”.
En esos paneles y sesiones se contó con la participación de
invitados internacionales y bolivianos, entre ellos: Horacio Machado (Argentina),
Carolina Botero (Colombia), María Selva Ortiz (Uruguay), Tom Kucharz (España), Clarisse Goulart y Pablo Capile (Brasil), Ilse Márquez y Ender Duarte (Venezuela), Georges Garcia (Francia), y los bolivianos Hernando Calla, Katherine Fernández, Amaru
Villanueva, Miguel Crespo, Cecilia Requena, Marcos Valverde, Juan Carlos Guzmán y por supuesto Elizabeth Peredo, la organizadora del evento. Varios fueron entrevistados por Rafael Archondo, uno de los
moderadores, en su programa “Mapamundi” en Radio ERBOL. El audio está a dos clics
de distancia.
En la segunda parte de mi intervención en el panel sobre “Cultura,
ciencia y conocimiento” me referí al conocimiento colaborativo como bien común
y la pérdida del espacio público por el mal uso de las nuevas tecnologías de la
información y de la comunicación (NTIC).
Todo conocimiento es producto de la interacción y de la
colaboración sin fronteras y restricciones.
El conocimiento no se empaqueta, no se envasa, no se traslada como si se
tratara de un producto terminado, cerrado. El conocimiento está siempre en
movimiento, está siempre abierto a enriquecerse y a transformarse, a absorber
como esponja. No existe un solo conocimiento, hay conocimientos plurales y
diversos en constante transformación.
No hay conocimiento sin colaboración, una colaboración que
va más allá de la producción colectiva de información. La colaboración que se
da en la elaboración del conocimiento es aquella que resulta de la
participación activa en una vasta red de interacciones individuales y
colectivas, donde todos y cada uno de los ciudadanos somos receptores de la
información de otros, que procesamos de acuerdo a nuestros valores, a nuestra
experiencia, a nuestra visión del mundo, para de esa manera construir un
conocimiento individual que enriquece el conocimiento colectivo.
La gestión comunitaria del conocimiento no es un ejercicio
artificial y artificioso de aislar a las comunidades en un microcosmo que no
afecta el universo de las decisiones sobre el planeta. La gestión comunitaria
del conocimiento significa crecer como comunidades sin fronteras para ocupar
esa esfera pública que es donde se cruzan y dialogan las manifestaciones del
poder político, económico, social y cultural.
El autismo colectivo
La ventaja de haber vivido en dos épocas es que uno ha sido
testigo de cambios importantes que le permiten tener una visión de conjunto y
una memoria histórica de largo plazo para mirar de manera crítica la
fascinación tecnológica.
La esfera pública intangible tiene implicaciones en el
espacio público físico y concreto que compartimos cotidianamente. Existe el
peligro de que ese espacio físico se erosione y sea abandonado. El ágora, la
plaza, el mercado o el parque, pueden convertirse solamente en espacio virtual.
La tendencia va en ese sentido desde los sofisticados juegos como “Second Life”
(que permite vivir una vida virtual paralela) hasta el simple chat que separa físicamente
a las personas mientras produce la ilusión de acercarlas.
Cada vez más la tecnología de bajo costo y fácil
manipulación adorna superficialmente a quienes tienen -como nunca antes, acceso
más rápido a una mayor cantidad de información, pero que sin embargo carecen de
capacidad de procesar la información y manifiestan en el uso de esa tecnología
una perspectiva estrecha y ajena a referentes históricos que no sean
inmediatos.
El resultado es una masa de autistas que vive solamente en
un mundo virtual sin asidero en el mundo real, sin memoria de la historia de
los años recientes, ni experiencia en interacciones sociales reales.
Lo real y lo virtual se confunden. Pienso en John Perry
Barlow, co-fundador de la organización Electronic Frontier Foundation (EFF),
pionero en el uso de las NTICs, que distingue la diferencia entre el espacio
virtual y lo que el llama el “espacio carne” (meat space), es decir, la realidad de carne y hueso donde la
interacción entre los seres humanos es insustituible, irremplazable.
El autismo colectivo afecta el tejido de las redes sociales
reales porque las sustituye por redes virtuales donde el compromiso político y
social se reduce a un clic en “me gusta” que supone cantidad pero no calidad
participativa, y sin mayor esfuerzo deja la buena conciencia de haber puesto un
granito de arena a una causa.
El promedio de horas diarias que los usuarios de la
tecnología de la información dedican a los aparatos de los que dependen cada
vez más, crece de tal manera que ya es difícil distinguir cuando están y cuando
no están conectados. Los espacios libres sin conexión, es decir los momentos no
mediados por las prótesis electrónicas, son cada vez menos.
No es extraño ver en conferencias o en el teatro o en salas
de cine, un comportamiento adictivo que va más allá de la necesidad de utilizar
la tecnología para el fin concreto de recibir información, comunicarse, o
registrar audio o video. En la oscuridad de las salas de cine las luces de las
pantallas de los teléfonos celulares se encienden como estrellas en una bóveda
invertida cuando los usuarios sufren del síndrome de abstinencia. Necesitan
cada cinco minutos mirar sus pequeñas pantallas convencidos de que siempre hay
algo muy urgente en los mensajes de texto o en las llamadas que reciben.
A tal extremo llegan estas adicciones, que hay una veintena
de nuevas enfermedades causadas por el abuso de las tecnologías de uso
personal. Enfermedades que afectan al organismo por el sedentarismo de los
usuarios, disminuyen la masa muscular, producen lesiones en las articulaciones
del codo o de la mano, etc. Está el
síndrome del túnel carpiano, la bursitis, la tendinitis, la epicondilitis (o
codo de tenista, una ironía porque se aplica a quienes han abandonado
completamente el ejercicio físico).
Reconquistar el
espacio ciudadano
No es ociosa la anterior digresión porque lo que intento es
mostrar la gravedad de lo que está sucediendo: abandonar el bien común, es
decir, abandonar la acción colectiva como práctica social, significa abandonar
la posibilidad de ejercer los derechos humanos. Estamos abandonando las formas
directas de diálogo y de acción colectiva, cediendo el territorio de la
comunicación y el espacio público a quienes prefieren mantenernos aislados,
encerrados.
No es casual que esa falta de diálogo colectivo y su
sustitución por formas de interacción virtuales, se traduzca en la pérdida
–también colectiva, de la memoria histórica. La disminución de la capacidad de
análisis de los usuarios más jóvenes, es directamente proporcional a la
abundancia de información a la que tienen acceso, sin poder procesarla. El
“copiar y pegar” que se ha convertido en una problema ético en las
universidades, es tanto un síntoma de la incapacidad de pensar la realidad como
de participar en los procesos sociales.
Es imprescindible rescatar formas de convivencia que no
pasan por las relaciones de mercado, por la lógica del lucro y de la
acumulación, sino por prácticas sociales que a partir del conocimiento
compartido y de la comunicación participativa, generan acciones colectivas por
el bien de los ciudadanos.
Ya no podemos cifrar esperanzas en propuestas de poder
político que esconden su verdadera naturaleza detrás de un discurso de
inclusión vaciado de contenido, porque en poco tiempo esas propuestas han
demostrado ser más de lo mismo, depredadoras no solamente del medio ambiente y
de los recursos naturales, sino de los derechos humanos y de la posibilidad de
organizarse en la esfera pública de manera independiente.
El discurso del poder está viciado en su médula por el
autoritarismo y la corrupción. El fin que persigue el ejercicio del poder
justifica todos nuestros miedos. Por ello, sentirse parte de una mayoría
absoluta de ciudadanos comunes, ser parte de una comunidad mundial de comunes
sin otra afiliación que la solidaridad y la voluntad de vivir la cotidianeidad
de otra manera, nos hace mantener la esperanza.