El personaje al que me voy a referir
ahora era hidrocálido… Suena a enfermedad o a chiste, pero no es otra cosa que
el gentilicio de los oriundos de Aguascalientes. Allí nació el gran grabador y
dibujante José Guadalupe Posada, un 12 de diciembre, lo que explica su nombre y
su apodo, “Don Lupe”, pues en México hombres y mujeres se llaman Guadalupe en
honor a la virgen.
Antes de hablar de su vida, hablemos de
su muerte. “Después de muerto Don Lupe, nació Posada. Su obra, mientras estuvo
vivo, no tuvo espacio en ningún museo. Sólo pudo mirarse en las calles de la
ciudad, en las iglesias, en las mesas para el juego, en las cartas de amor, en
la vida de todos los mexicanos”, escribe Agustín Sánchez González, su principal
biógrafo.
Murió el 20 de enero de 1913 en el
conventillo más pobre de Tepito, un barrio marginal, completamente alcoholizado
y mal oliente, febril y deshidratado (ahora sí lo de “hidrocálido” podría ser
una enfermedad), y fue enterrado en el Panteón de Dolores en tumba de 6ª Clase,
la única gratuita, destinada a los de menos recursos. Siete años después, como
nadie los reclamó, sus restos fueron echados en una fosa común y desaparecieron
junto a otras “calaveras del montón”.
Hijo de un panadero, penúltimo de nueve
hermanos, entró a sus 19 años de edad como aprendiz litógrafo en el taller de
impresión de José Trinidad Pedroza, y pronto cobró prestigio por sus grabados
satíricos que se publicaban en El Jicote. Luego de unos años en Guanajuato se
trasladó a Ciudad de México en 1888 y desde entonces se incorporó como
colaborador de la editorial Antonio Vanegas Arroyo, la más importante de la
ciudad.
En 2013 con motivo del centenario de la
muerte de Posada, se han organizado numerosos eventos en México. Este es “el
año de Posada” y por lo tanto aunque sus huesos ya no existan y sólo se hayan
conservado dos fotografías de él, la ciudad entera parece volcada a recordar quien
fue.
He peregrinado en estas semanas por un
“itinerario Posada”: la exposición “José Guadalupe Posada. Transmisor” en el
Museo Nacional de Arte (MUNAL) y la muestra homónima de gigantografías en la
Galería Abierta de las Rejas de Chapultepec. También estuve en el Museo del Estanquillo (“Crónica de un cronista”) y en el Museo Nacional de la Estampa (“La línea que definió el arte mexicano”) que incluye varias prensas manuales como las que utilizaba Posada para hacer sus grabados, numerosos tacos de madera con los grabados de zinc y de plomo y una reproducción en tamaño natural de la fachada de su taller. En todas estas exposiciones se le rinde homenaje y se muestran más o menos las mismas obras con algunas variantes museográficas. Pero sobre todo he leído la
biografía escrita por Sánchez González, que pone en su lugar muchos mitos a través de
viñetas muy precisas sobre la vida de este personaje tan singular.
Donde uno vaya lo que puede apreciar es
más de lo mismo porque en realidad lo que queda de Posada son centenares de
grabados que se publicaron en hojas volantes (algo muy común en esa época), en
gacetillas, en periódicos satíricos como “El Jicote” además de innumerables
estampas religiosas, almanaques, juegos, programas de mano, etiquetas para
cajetillas de cigarrillos y avisos de farmacias como “La botica de la salud”,
entre otros trabajos publicitarios.
“Arte efímero” se llamaría hoy porque no
dura sino unos días, pero Posada producía sus grabados sin conciencia de que
eso podía ser considerado alguna vez arte. Efímero sí lo era, como su vida
misma, que vivió día a día alcoholizado sobre todo en sus años finales. A veces
se alejaba de su casa y de su trabajo durante semanas hasta que se le acababa
el dinero para tequila. Solía desaparecer no solamente durante el “puente
Lupe-Reyes” (del 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe al 6 de enero,
día de Reyes) sino el puente más largo del 12 de diciembre hasta el 2 de
febrero, día de la Candelaria. Al regresar de una de esas borracheras el 20 de
enero de 1900, cambio de siglo, tembloroso y cansado por la prolongada borrachera,
se enteró que su hijo Juan Sabino, de 17 años de edad, había fallecido de tifus
exantemático dos días antes.
Se ha tratado de “mejorar” la vida de
Posada haciéndolo pasar por un artista revolucionario de su época, pero sus más
certeros biógrafos ponen las cosas en su lugar: Posada dibujaba para cualquiera
que pudiera pagarle y era ajeno a la participación política. Algunos de sus
grabados son contrarios a Francisco Madero y favorables a Porfirio Díaz, en
otros ensalza la figura de Emiliano Zapata. No hay en realidad coherencia
ideológica porque Posada se consideraba simplemente un artesano que ilustraba
textos para un sinnúmero de publicaciones. Pero sí fue un revolucionario del
arte (que no es lo mismo que un artista militante) y su influencia ha sido
enorme en todos los que vinieron después.
Su habilidad para el grabado era tal, que
recorría las imprentas del centro de la ciudad preguntando si necesitaban
alguna ilustración, y cuando era el caso sacaba de su bolsillo una plancha y un
buril que llevaba consigo, y realizaba el grabado requerido inmediatamente, en
pocos minutos. Dominaba la técnica de grabado en hueco y en relieve, al ácido y
sobre zinc, así como la litografía.
Aunque ilustró centenares de volantes con
oraciones, corridos, historias de milagros, curiosidades, descripciones de
casos espeluznantes y comentarios humorísticos, Posada es conocido por sus
calaveras para el Día de los Muertos y en particular por haber creado la
calavera catrina, hoy uno de los símbolos de la identidad nacional mexicana, la
elegante versión femenina y en huesos del caballero catrín. “Hace de la muerte
un personaje que nos recuerda la gracia de lo efímero y nos la vuelve algo
familiar, cotidiano. Pero también es un ejercicio estético de gran calidad, que
atestigua el carácter de la vida como alo poco digno de tomarse en serio”,
escribe Sánchez González.
La Calavera Catrina es uno de los íconos
más característicos de la cultura y de las expresiones artística mexicanas. No es una calavera cualquiera, no es un vulgar esqueleto descuajeringado y polvoriento sino una fémina elegante y coqueta que muestra las costillas y a veces algo del afilado fémur en pose seductora. A
través de los años hemos coleccionado varias figuras de catrinas que estarán para
siempre ligadas a la memoria y trayectoria personal en tierra mexicana. He regalado algunas en otros países,
aunque para quienes no conocen México y no comparten el mismo sentido de humor
sobre la muerte, la figura puede parecer algo truculenta.
Para Diego Rivera, Posada fue un “grabador
de genio” y no un simple artesano. Rivera fue quien bautizó a la calavera
“garbancera” de Posada como calavera “catrina”, y escribió: “Tan grande como
Goya, Posada fue un creador de una riqueza inagotable. Ninguno lo imitará,
ninguno lo definirá. Su obra es la obra de arte por excelencia”.
Diego Rivera no solamente le dedicó frases
elogiosas, sino que sobre todo inmortalizó a Posada del brazo de la Calavera Catrina
(se ha ganado estas mayúsculas) en su obra “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, colocando a ambos en un lugar prominente del hermoso mural
que se salvó del terremoto en 1985 y que cuenta ahora con su propio museo.
Rivera pintó a Posada junto a Martí, Frida Kahlo y a él mismo de niño, como personajes
centrales entre otros 200 de la historia de México que figuran en el mural.
Otro gran muralista mexicano, José
Clemente Orozco, escribió: “Posada fue el primer estímulo que despertó mi imaginación y me impulsó a emborronar el papel con los primeros muñecos, la primera revelación de la existencia del arte de la pintura”, y aseguró haberlo visto trabajar en su taller, aunque Orozco tenía entonces
apenas 7 años. Para el padre del surrealismo, André Breton, el arte de Posada
era “humor en el estado puro y manifiesto en el plano plástico”. El poeta Octavio
Paz hizo una valoración histórica: “Posada es de su tiempo, pero su obra
sobrepasa a su época. Justamente, uno de sus encantos reside en la
contradicción de su versión premoderna –la del México de sus días- y la
sorprendente modernidad de su trazo y, sobre todo, de su humor.” Y Luis Cardoza y Aragón escribió: "No fue ingenuo ni erudito; ni rústico o docto de humanismo profundo y sección de oro... No fue un arquitecto, fue un maestro de obras. Qué maestro y qué obras en el caudal de su tinta."
Con motivo del centenario de la muerte de
José Guadalupe Posada se pueden apreciar durante varios meses en la Galería
Abierta de las Rejas de Chapultepec 125 imágenes de gran tamaño, entre ellas 48
reproducciones de la obra gráfica del artista y 48 afiches premiados en la XIIBienal Internacional del Cartel en México, Homenaje a Posada, en ocasión del
centenario del grabador. Los carteles son una muestra más de la influencia de
Posada en las generaciones de artistas plásticos que lo sucedieron.
La idea de usar las rejas del Bosque de
Chapultepec para muestras de fotografía o el amplio Paseo de la Reforma para
exposiciones de esculturas monumentales, es prueba de esa política que pone las
expresiones artísticas al alcance de todos. No he perdido nunca la oportunidad
de recorrer estas muestras porque siempre me han parecido de excelente calidad,
nunca mero relleno del espacio disponible.
El arte en la calle. La cultura al
alcance de todos. Esa es una de las grandezas de México que tradicionalmente y
a través de gobiernos de diversa ideología ha podido mantener una política
cultural de acceso abierto, al menos en lo que al consumo de cultura se
refiere. Otro cuento son las mafias culturales que medran del poder, los grupos
y capillas que acaparan los medios puestos a disposición de los creadores, pero
a nivel del beneficiario final, el acceso suele ser libre y gratuito en muchos
casos. En este caso, miles de personas pueden disfrutar durante todo el año de una docena de actividades en torno al centenario de Posada.
____________________________________
A menudo
me domina la impresión
de que
nunca llegaré a saber, a ciencia cierta,
qué lugar
ocupo en el mundo de los vivos.
—Raúl
Teixidó