Reyes, por Roberto Montenegro |
Un secreto bien guardado, la Capilla Alfonsina, en el Nº 122 de la Calle Benjamín Hill de la Colonia Condesa en Ciudad
de México, la “mera” casa donde vivió durante sus últimos 19 años y donde murió
rodeado de sus libros el escritor Alfonso Reyes (1889-1959). Allí encaminé mis
pasos hace pocos días y al entrar supe que era el único visitante, como si me
estuvieran esperando.
Con las yemas de los dedos recorrí las hileras
de los libros empastados de mi tocayo Reyes, quien fue un polígrafo excepcional
y dejó una obra abundante y variada que cubre todos los géneros literarios.
Publicó
más de 150 obras: 24 poemarios, siete libros de narrativa, 86 obras de crítica
y ensayo, una obra de teatro y más de veinte libros de memorias, traducciones y
correspondencia. A lo largo de sus 70 años de vida publicó libros de historia,
biografías, estudios literarios, sobre arte y ciencias, ensayos sobre mitología
y religión, crónicas de viaje, reseñas, divertimentos, crítica de cine y hasta
comentarios sobre temas culinarios. Sus obras completas fueron editadas en 26
tomos por el Fondo de Cultura Económica, y su abundante correspondencia ya va
por el tercer tomo. Reyes escribía compulsivamente y sobre todos los temas.
Su primer libro lo publicó en 1911,
cuando tenía recién 21 años de edad. Paradójicamente se consolidó como escritor
durante su estancia en España de 1914 a 1924 y solamente después fue reconocido
en México y reclamado como escritor mexicano. La carrera diplomática le dio la
comodidad necesaria para seguir escribiendo, como ha sucedido con muchos
escritores latinoamericanos. Estuvo de ministro consejero en París hasta
1927, como embajador en Argentina
hasta 1930, y en Brasil hasta 1937.
Borges lo admiraba y llegó a afirmar que
Reyes era “el mejor prosista de lengua española en cualquier época”. Gabriela
Mistral lanzó una campaña en 1949 para que se le otorgara el Premio Nóbel de
Literatura, pero los propios mexicanos obstruyeron ese proceso con el argumento
de que Reyes escribía mucho sobre los griegos y poco sobre los aztecas: nadie
es profeta en su tierra.
Uno entra con respeto a este “templo del
saber”, la Capilla Alfonsina. Así la bautizó Enrique Díez-Canedo, el escritor
español amigo de Reyes quien solía visitarlo con frecuencia. El espacio central
de la casa que acoge una parte de la gigantesca biblioteca aloja cerca de nueve
mil ejemplares, sin contar los que se fueron para Monterrey, más de cinco mil
ejemplares, alojados en un moderno edificio con el mismo nombre, Capilla Alfonsina, en la Universidad
Autónoma de Nuevo León (UANL).
Muchos amigos intelectuales pasaron por
la casa de Alfonso Reyes, entre ellos Gabriela Mistral, José Vasconcelos, Martín
Luis Guzmán, José Gaos, Julio Torri, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Ramón Xirau,
Pablo González Casanova. Y los que no pasaron por allí le escribían. En las
vitrinas se conservan cartas originales de Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de
la Serna, Victoria Ocampo, José Ortega y Gasset, Manuel Azaña, Jorge Luis
Borges, Kiki de Montparnasse, y tantos otros que lo querían entrañablemente. Las
fotografías atestiguan de su relación con André Bretón y otros intelectuales de
la primera mitad del siglo XX.
La casa en la Colonia Condesa fue construida
en 1938-1939 por el arquitecto Carlos Rousseau, basándose en un dibujo realizado
por el propio Alfonso Reyes, quien comenzó a habitarla desde su jubilación del
cuerpo diplomático en 1940. La biblioteca es el corazón de la casa, ocupa más
espacio que todo el resto de las habitaciones. ¿Cuantos podemos decir que
vivimos (y moriremos) literalmente rodeados de libros?
Alfonso Reyes y escribió una líneas sobre
su biblioteca: “Éstas son las líneas que escribo en mi casa, hecha con el
esfuerzo de toda mi vida, para dar asilo conveniente a mis libros... ya está
aquí el salón especial para recibirlos, de dos pisos con mezzanine. Arriba en
un volado, estará mi escritorio. Tengo luz cenital, ventanitas alargadas en todos
los nichos que dan a la calle, y una gran vidriera al lado de mi escritorio que
recorre los dos pisos. No puedo creer a mis ojos”.
La Capilla Alfonsina, muy cerca de la “Librería
Rosario Castellanos” del Fondo de Cultura Económica, fue renovada y reabierta
al público en septiembre del 2012. Tiene 15 metros de largo y 8 de ancho, y la
altura de su techo es de 7 metros, lo que permitió construir el mezanine y
alojar tantos libros y objetos. Tuve la fortuna de ser guiado durante mi visita
por el director de la biblioteca, que me fue explicando cada objeto y cada
sección de libros.
A cada paso
algo de interés. Cubierta de terciopelo verde está la cama donde don Alfonso
Reyes solía leer durante largas horas y donde le llegó su última hora, la
definitiva. En ese rincón del mezanine, sobre la pared un cuadro de Diego
Rivera. No lejos de allí el escritorio donde escribía, intacto. En la planta
baja, en una vitrina, su colección de pipas, su reloj, sus lentes, varias pluma
fuentes, una cámara fotográfica y otros objetos personales. Hay más de 200
obras de arte, pintura y escultura de Manuel Rodríguez Lozano, Ángel Zárraga,
Roberto Montenegro, José Clemente Orozco, Pedro Coronel, Angelina Beloff,
Marguerite Barciano, Julio Ruelas, Candido Portinari, Gabriel Fernández Ledesma,
Benjamín Coria, Dimitri Ismailovich, entre otros.
Al pasar uno encuentra algunos objetos
curiosos, como su colección de soldaditos de plomo de la conquista de México, realizada
en Francia en 1927, que incluye a personajes de la historia, como Moctezuma, la
Malinche, Hernán Cortés y algunos de los capitanes que llegaron con él,
soldados españoles y caballeros águila, etc.
En una pared me llamó la atención el
breve y curioso poema que le dedicó Max Aub: “Humanista / Ensayista /
Preceptista / Prosista / Cuentista / Narrador / Traductor / Profesor / Dramador
/ Memorialista / Periodista / Poeta, inventor. / Si trece Alfonsos Reyes / —y
el rabo por desollar— / el singular / ¿qué tal?
Alfonso Reyes era un lector voraz de
novelas policiales, que ocupan varias estanterías de su biblioteca. Tenía por
costumbre colocar sus iniciales en cada libro que leía, con un pequeño círculo.
Tanto le interesaban los casos criminales, que compró Crimefile Lumber 4, File on Claudia Cragge (1938) un libro muy
curioso de Q. Patrick (Patrick Quentin, autor de novelas de detectives), donde
el lector tiene que resolver el caso. La publicación, muy sofisticada, incluía
las “pruebas” del caso: un polvo blanco desconocido, muestras de sangre, una
tarjeta de paquete de cigarrillo, etc.
Actualmente la casa es también un Centro
de Estudios Literarios que además de difundir la obra de Alfonso Reyes, organiza
actividades culturales: conferencias, mesas redondas, cursos de formación, etc.
Otorga además el “Premio Internacional Alfonso Reyes”; el primero en recibirlo
en la Capilla Alfonsina fue nada menos que su gran amigo el escritor Jorge Luis
Borges, en 1973. Otros galardonados le hacen buena compañía: Alejo
Carpentier, André Malraux, Jorge Guillén, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Alí
Chumacero, Adolfo Bioy Casares, Germán Arciniegas, George Steiner, Mario Vargas
Llosa, Harold Bloom, Uslar Pietri, José Emilio Pacheco… y sigue la larga lista
de grandes escritores.
Qué gusto da estar en un país que reconoce
a sus hombres de letras y preserva la memoria de sus grandes escritores y
artistas. La Capilla Alfonsina se mantiene desde 1973 gracias a un presupuesto
anual del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). No es el primer lugar, ni
el décimo, que los recién llegados suelen visitar en Ciudad de México, pero es
uno de los más acogedores.
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Escribo: eso es todo. Escribo conforme voy viviendo. Escribo
como parte de mi economía natural. Después, las cuartillas se clasifican en
libros, imponiéndoles un orden objetivo, impersonal, artístico, o sea
artificial. Pero el trabajo mana de mí en un flujo no diferenciado y
continuo.