Tuvimos una semana intensa en el 28º Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) convertido durante la
gestión de Jorge Sánchez (2005-2010) en uno de los tres más importantes de
América Latina, junto al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (Cuba) y al más antiguo, el Festival Internacional de Cartagena de Indias (Colombia).
Ahora bajo la dirección de Iván Trujillo,
el FICG sigue creciendo y fortaleciéndose con nuevas actividades, exposiciones,
muestras paralelas, espacios de capacitación, mercado de distribución e
innumerables premios a las películas de ficción, de documental, de cortometraje
y de animación.
Hace tres años, cuando estuve por primera
vez en el FICG-25, Bolivia estuvo representada en concurso por el largometraje Zona Sur de Juan Carlos Valdivia, que se
alzó con varios galardones: recibió el Premio Especial del Jurado, el Premio al
Mejor Guión –escrito por el propio Valdivia- así como el Premio al Mejor Actor
(compartido) otorgado a Pascal Loayza. Pero este año no había películas
bolivianas en concurso, y los pocos bolivianos que estuvimos allí fuimos
invitados para otras tareas: Eduardo “Chichizo” López, Humberto Mancilla y yo
mismo. Chichizo estuvo como miembro del jurado en la categoría Documental
Iberoamericano, mientras que Humberto Mancilla y yo fuimos invitados al IV
EnDoc, el Encuentro de Documentalistas de América Latina y el Caribe.
En medio del festival, una hora antes de
comenzar nuestro encuentro de documentalistas, cayó como una bomba la noticia
del fallecimiento de Hugo Chávez. Los principales delegados venezolanos
abandonaron casi inmediatamente el FICG para retornar a Venezuela, y a partir
de entonces un manto sombrío cubrió las actividades de la fiesta del cine. Al
margen de la simpatía política e ideológica de muchos participantes en el FICG,
la preocupación por la muerte del Presidente de Venezuela tenía que ver con el
apoyo decidido que su gobierno dio al desarrollo del cine en la región, y a la
posibilidad de que ese respaldo pudiera concluir.
Carmen Guarini, Alquimia Peña y Alfonso Gumucio |
Sobre mi conferencia en EnDoc y sobre la
presentación de los libros de la FNCL salieron notas en Mayahuel, la revista
del festival de Guadalajara que se publicó cada día durante el FICG.
Otros dos colegas y amigos presentaron
libros importantes, bellamente ilustrados, editados por la Filmoteca de la
UNAM, que bajo la dirección de Guadalupe Ferrer retoma un ambicioso plan de
publicaciones. Los dos libros son memoriosas historias de periodos emblemáticos
del cine mexicano, a cual más interesante, y ambos son resultado de la
perseverancia de estos dos colegas investigadores que son quizás quienes mejor
conocen el tema que los ha ocupado durante varios años.
En
tiempos de Revolución – El cine en la ciudad de México 1910-1916, de Ángel Miquel es uno de los ensayos más detallados sobre el
trabajo de los documentalistas que legaron a México la memoria visual de su
gran Revolución: Salvador Toscano (sobre el que escribí algo hace un par de
años), los hermanos Alva, Enrique Rosas, Jesús H. Abitia y Jacobo Granat, entre
otros, gracias a quienes podemos ver las fascinantes imágenes de Francisco
Villa, Emiliano Zapata, Francisco Madero, Álvaro Obregón y el pueblo en armas.
Eduardo de la Vega, Angel Miquel y Álvaro Vásquez Mantecón |
El libro “hermano” del anterior es el de Álvaro Vásquez
Mantecón, El cine súper 8 en México
1970-1989, impreso con la misma calidad y casualmente con el mismo número
de páginas. El autor recorre casi dos décadas de producción independiente realizada en formato Súper 8 por
cineastas que se iniciaban en el cine o que experimentaban con ese formato.
Álvaro revisó más de 200 películas de la época, entrevistó a muchos cineastas y
leyó todo lo que pudo conseguir para construir su tesis doctoral, que ahora
entrega en forma de libro.
Este trabajo tiene un significado
particular para mi, pues en los años que cubre la investigación estuve directamente
vinculado a algunos de los cineastas mexicanos estudiados: Sergio García, Luis
Lupone, Rafael Rebollar, Gabriel Retes, Diego López, etc. Nos encontrábamos en
festivales internacionales de cine Súper 8 en México, Venezuela, Bélgica, Canadá
y Túnez, que fueron los “polos” de desarrollo de esa actividad. En 1980 asistí
a los dos primeros festivales internacionales que organizó el “Guajo” Rebollar
con el auspicio de la Filmoteca de la UNAM que dirigía entonces Manuel González
Casanova. Entre 1980 y 1985, en
apenas esos cinco años, participé en diez festivales en Ciudad de México, San
Luis Potosí, Caracas, Bruselas, París, Montreal, Toronto, Zacatecas, Kelibia y
otra vez Montreal. Y luego llegó el video…
Hay muchas películas en Súper 8 que
corren el riesgo de perderse, y más son las que se han perdido que las que
sobrevivieron al paso del tiempo. El trabajo acucioso de Álvaro ha permitido
rescatar muchas de las mexicanas.
Los festivales y los congresos son un
lugar de encuentro, lo he dicho otras veces. Hay reencuentros particularmente memoriosos, como el que
tuve luego de 37 años con el cineasta venezolano Miguel Curiel, mi condiscípulo
en los estudios de cine en el Institut de Hautes Études Cinématographiques
(IDHEC), a quien no veía desde aquellos años de convivencia en París. En la
promoción 29ª del IDHEC eran cuatro los latinoamericanos que superaron las
pruebas del concurso o fueron admitidos por convenio con los países (los otros
dos eran el chileno Emilio Pacull Latorre y el mexicano Antonio Beltrán
Hernández, fanático de Bergman).
Miguel Curiel, cineasta venezolano |
Aunque los he visto en tiempos recientes,
fue bueno volver a coincidir con Marta Rodríguez, Jorge Rufinelli, David “Coco”
Blaustein, Edmundo Aray, Manuel Pérez Paredes, Sergio Olhovich, Everardo
González, así como conocer al estudioso español Manuel Pérez Estremera (autor
en 1973 de uno de los primeros libros sobre el cine latinoamericano), a uno de los pioneros del cine documental mexicano Oscar Menéndez, a Nelson Carro, a Cristian
Calónico que dirige el festival de cine “Contra el silencio todas las voces”, a Pita Ochoa y José Peguero, todos
ellos con sustantivas contribuciones a la cinematografía latinoamericana.
El último día, con Humberto Ríos y Oscar Menéndez |
Las otras dos películas que vi me parecen estupendos ejemplos que sirven para alimentar la eterna discusión sobre la frontera borrosa y probablemente inexistente entre el género documental y el de ficción.
Una es El efecto K: el montador de Stalin (2012) del español Valentí
Figueres que se presenta como una película de ficción, y en la acera del frente
está Quebranto (2013) del mexicano
Roberto Fiesco que se presenta como un film documental.
Lo interesante en ambas películas es que la primera, que se presenta como una ficción, tiene una carga documental muy grande pues revisa la historia de un personaje real, el productor Max Ophüls, y las interpretaciones de los actores son discretas, casi sin diálogo; mientras que en la segunda, que se presenta como un documental, hay un mayor trabajo actoral (además del hecho de que los personajes escogidos son actores en la vida real), y las escenas han sido cuidadosamente preparadas y ensayadas, sin dejar nada a la improvisación. Ambas se llevaron sendos premios en el FICG 28.
Lo interesante en ambas películas es que la primera, que se presenta como una ficción, tiene una carga documental muy grande pues revisa la historia de un personaje real, el productor Max Ophüls, y las interpretaciones de los actores son discretas, casi sin diálogo; mientras que en la segunda, que se presenta como un documental, hay un mayor trabajo actoral (además del hecho de que los personajes escogidos son actores en la vida real), y las escenas han sido cuidadosamente preparadas y ensayadas, sin dejar nada a la improvisación. Ambas se llevaron sendos premios en el FICG 28.
Luego de muchos años de discusiones
tratando de dibujar una frontera entre el cine documental y el cine de ficción,
parece haber un acuerdo tácito: tanto el documental como la ficción son interpretaciones
de la realidad, y esas interpretaciones constituyen la verdad de cada
realizador sobre la realidad que mira.
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(…) yo no fabrico falsificaciones, sino nuevas copias de
un documento auténtico
que se ha perdido o que, por un trivial accidente,
nunca
ha llegado a ser producido pero que habría podido o debido serlo.
—Umberto Eco (El cementerio de Praga)