Ahora
que se cumple el 45 aniversario de la muerte del Ché, traigo a la memoria un
disco de vinilo que Casa de Las Américas editó en 1977 para conmemorar los
primeros diez años de su asesinato en Bolivia. Se trata de un disco donde 24 poetas
latinoamericanos y caribeños leen
los poemas que han escrito sobre el Ché.
La
selección de poetas incluye a Julio Cortázar (Argentina), Thiago de Melo (Brasil),
Mario Benedetti (Uruguay), Nicolás Guillén (Cuba), Otto Raúl González
(Guatemala), Rene Depestre (Haití), Jaime Labastida (México), Mirta Aguirre
(Cuba), Jaime Galarza (Ecuador), Gonzalo Rojas (Chile), Pedro Rivera (Panamá),
Luis Vidales (Colombia), Lincoln Silva (Paraguay), Andrew Salkey (Jamaica),
Thelma Nava (México), Edmundo Aray (Venezuela), Eliseo Diego (Cuba), Omar Lara
(Chile), Alejandro Romualdo (Perú), Carlos Changmarín (Panamá), Anthony Phelps
(Haití), Auguste Macouba (Martinica), Félix Pita Rodríguez (Cuba), y un poeta
boliviano que era entonces tan joven como desconocido, pues no había aún
publicado su primer poemario: Alfonso Gumucio Dagron.
No
tengo idea por qué motivo fui invitado a codearme en ese disco con poetas tan
respetables. Quizás fue porque en aquella época, a mediados de 1976, en París,
yo preparaba una tesis sobre el cine documental de Santiago Álvarez, y estaba
planeando un viaje a La Habana, que al final no hice porque los cubanos se
tardaron meses en darme la visa. No sé si tuvo relación con eso, pero un día
recibí una carta de Casa de las Américas pidiéndome que grabara mi poema “Ché”,
que se había publicado en alguna revista, y que años después recogí en mi libro
Antología del asco (1979). Siguiendo las
indicaciones, grabé el poema en los estudios de sonido del Institut de Hautes
Etudes Cinematographiques (IDHEC), donde estaba concluyendo mis estudios de
cine, y envié la cinta a Casa de las Américas a través de la Embajada de Cuba
en París.
Cual
sería mi sorpresa, al año siguiente, luego de recibir un ejemplar del disco
(que aún conservo), cuando escuché mi voz y apenas pude reconocerla. Era una
voz más aguda que la mía, un poco chillona para mi gusto. Entendí lo que había
sucedido: la grabación en París se hizo con electricidad de 50 Hz (frecuencia
en ciclos), pero al reproducirla en Cuba lo hicieron con 60 Hz, por lo que la
velocidad era mayor. Hoy esas cosas ya no pasan, todo está digitalizado,
aparentemente para siempre, aunque no sea cierto.
Lo
anecdótico pasó a la historia, y así quedó el disco. Con el paso de los años
llegué a conocer a algunos de los poetas que eran mis vecinos ocasionales en
esa aventura fonográfica de Casa de las Américas. Ya había conocido a Julio
Cortázar en París, a principios de los años 1970, como he contado otras veces,
y también a Jaime Galarza, a quien filmé en 1975 junto a Philip Agee, el
exagente de la CIA, para recoger sus testimonios sobre las intervenciones de la
CIA en Ecuador. Luego de varias décadas me dio mucho gusto volver a encontrar a
Jaime en Quito, en febrero de 2011.
Unos años
más tarde, en 1982 conocí en México a Jaime Labastida, porque fue uno de los
tres miembros del jurado del Premio Nacional de Testimonio del Instituto
Nacional de Bellas Artes (INBA), que gané con mi libro La máscara del gorila. Jaime era entonces –y lo fue durante casi 20
años- director de la revista Plural, de la que fui colaborador regular. Desde 1990,
Jaime es el director de la Editorial Siglo XXI.
Mi
amistad con el panameño Pedro Rivera tiene que ver más con el cine que con la
poesía. Hemos coincidido varias
veces en el Festival Internacional de Cine de La Habana, y alguna vez lo visité
en Panamá, donde él dirigía el Grupo Experimental de Cine Universitario (GECU)
y una excelente revista, Formato 16. Con Benedetti estuve muy brevemente en
eventos en México y en Cuba, y a Gonzalo Rojas –que acababa de recibir el
Premio Cervantes- lo conocí durante el Festival de Cine de Málaga a fines de
abril del 2004, en el hotel donde ambos estábamos alojados. Nunca conocí a los otros,
la mitad ya fallecidos.
Este es
el poema que grabé entonces, que también se puede ver en YouTube:
Ché
habrá una sombra siempre
allí habrá una sombra una luz cerca
aquí siempre una frente en la maleza
no se la ve se la siente en la humedadde cada árbolse descuelgael latido vivo de la selva vivadesde que la sangreescogió allí su caparazón verdaderoa despecho de hijos de putamilitarotes de estrella norte y águilaen el pechose ha de partir esta tierrahan de morir corbatas y galonesy hasta dará pena hablar en castellanoya el rumor está corriendo ríoslas hojas hacen ecola nieve las alturas el martiemblan de esperanza pero el canto estriste todavía la sombrase mueve lentamentemultiplicadallora sonríe putea no olvida ama crecey no hay quien la detengaporque ama
Casualmente
encontré en Internet el sitio de literatura Palabra Virtual, donde subieron mi poema
y los otros poemas del disco de homenaje al Ché.
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Hay que tener una gran dosis de
humanidad,
una gran dosis de sentido de la
justicia y de la verdad,
para no caer en extremos dogmáticos. —Ché