13 octubre 2012

Gregorio Iriarte


El jueves 18 de enero de 1979, en La Paz, desde un balcón sobre la Plaza Venezuela en el que discursearon los dirigentes René Higueras (maestro), Luis López Altamirano (fabril), Víctor López (minero), y Casiano Amurrio (campesino), tomé varias fotos en blanco y negro de la gran concentración de la COB que se apretujaba abajo. “Fuera el ejército de las minas”, decían las pancartas. Esa misma noche, mientras revelaba y ampliaba las fotos en mi laboratorio, descubrí el rostro de Luis Espinal en medio de la multitud y me pareció que destacaba con su propia luz. De todas las fotos que tomé de Lucho, esa ha sido siempre para mí la que mejor lo describe. En ella destaca también la calva reluciente y la sonrisa de Xavier Albó, rodeado de otros amigos luchadores de los derechos humanos. Incluí la foto en una exposición de retratos que hice en 1990, y ha sido usada en varios libros y también pirateada a diestra y siniestra.

Manifestación de la Central Obrera Boliviana (COB), en La Paz, el 18 de enero 1979
Esto ya lo he contado antes, pero lo que no he mencionado es que en la imagen aparece también Gregorio Iriarte, un poco escondido en la parte de arriba. Hay mucho que decir sobre este cura oblato nacido en Navarra (España) en 1927, que llegó a Bolivia en 1964 y se quedó para siempre para luchar por la democracia y por los derechos humanos. Fue fundador de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de Bolivia (APDHB), ex director de la Radio Pío XII, fundador de la red de organizaciones no gubernamentales UNITAS, y también de la red Educación Radiofónica de Bolivia (ERBOL).

Me tocó el secuestro y asesinato de Luis Espinal cuando yo estaba en Nicaragua en una jornada histórica: el inicio de la campaña de alfabetización del gobierno sandinista. Al regresar a Bolivia, Gregorio Iriarte, que estaba en la Asamblea Permanente de Derechos Humanos (APDH), me encomendó coordinar un libro sobre nuestro amigo asesinado. Pasé varios días encerrado en el cuarto de Espinal, contiguo al de Xavier Albó en la casa que ocupaban en Miraflores, revisando sus papeles, sus fotos y archivos sobre cine.

Terminé el trabajo en un tiempo record, incluyendo la selección de textos y fotos de Lucho, y el diseño de la portada y contraportada, pero en eso vino el golpe militar de García Meza en julio de 1981. El libro se publicó un año más tarde en Lima, con el título Luis Espinal, el grito de un pueblo (1981), y por razones de seguridad salió sin los nombres de los autores. Para la historia debe quedar establecido que el capítulo sobre  Luis periodista lo escribió Antonio Peredo, el de Luis religioso lo escribió Xavier Albó, el de Luis mártir de la democracia lo escribió Gregorio Iriarte, y yo escribí el capítulo sobre su actividad como crítico de cine y cineasta. 

Supe años más tarde que una segunda edición se publicó en España con el título Lucho Espinal, testigo de nuestra América (1982). No he tenido en mis manos hasta ahora un ejemplar de esa edición, pero se puede leer en red. Sería bueno publicar otra vez el libro, por primera vez en Bolivia y ahora con los nombres de todos.

La historia de Gregorio en Bolivia comienza con Radio Pío XII, esa gran emisora sobre la que muchos hemos escrito, en especial José Ignacio López Vigil en su libro de testimonios Una mina de coraje (1984). El hermoso testimonio de Gregorio ocupa un tercio del libro. La emisora nació en uno de los campamentos mineros más emblemáticos de Bolivia, en las alturas de Siglo XX, encima de la población de Llallagua y muy cerca de Catavi. La radio pretendía en un principio luchar “contra el alcoholismo y el comunismo” de los trabajadores mineros, una perspectiva miope del Padre Lino, su fundador y primer director, que pronto cambiaría con la llegada de Gregorio Iriarte. El relato de Filemón Escobar, dirigente minero de izquierda, en su libro El evangelio es la encarnación de los derechos humanos (2011) dice más sobre la calidad humana de Gregorio.  

Gregorio era un hombre de médula solidaria y con una ética y una moral de hierro, aunque decir esto suena demasiado obvio tratándose de quien se trata: todos los saben. Vivió su fe católica de la manera menos dogmática, anteponiendo en todo momento las necesidades y aspiraciones de la colectividad y de las personas. Era un hombre que sabía escuchar, que consultaba, que creía en el diálogo. Su compromiso con los luchadores por la justicia era sin reservas.

Cuando vivía en las minas ayudó a dirigentes sindicales comunistas como Federico Escobar a escapar el cerco del ejército, y muchas veces fue a sacarlos de la cárceles cuando caían presos. En junio de 1967 le tocó vivir en la minas la masacre de San Juan, durante la dictadura del general René Barrientos, donde murieron 26 personas que no estaban involucradas en el enfrentamiento con el ejército, sólo un minero, Rosendo García Maisman, quien murió defendiendo la radio La Voz del Minero. Años después, en su propia casa, Gregorio escondió al dirigente socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, y como represalia el gobierno militar de Hugo Bánzer lo expulsó del país, pero regresó. Ahora que se cumplen 30 años del retorno a la democracia en Bolivia, podemos decir que Gregorio fue uno de los principales artífices. 

Su faceta intelectual no es menos importante.  En una veintena de libros y centenares de artículos Gregorio Iriarte desarrolló su amplio conocimiento crítico sobre la deuda externa, sobre educación, sobre religión y otros temas de economía y sociedad. Su texto Análisis crítico de la realidad (1983), alcanzó 17 ediciones y más de 80 mil ejemplares. Con Xavier Albó, Eric de Wasseige y otros, hizo el informe y luego libro sobre La masacre del valle (1975) que tuvo lugar durante la dictadura de Bánzer. En el Comité de Resistencia Antifacista, en París, hicimos una re-edición del libro de 86 páginas.

Gregorio Iriarte y Antonio Aramayo, de UNIR
Las columnas de Gregorio me llegaban puntualmente hasta hace muy pocas semanas. Hace unos meses empecé a preocuparme por él, porque vi en la prensa que le estaban haciendo muchos homenajes. Fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad Católica Boliviana San Pablo, le otorgaron el Premio nacional de Cultura de Paz “Ana María Romero de Campero” de la Fundación UNIR, por su labor en Defensa de la Libertad de Expresión y Derechos Humanos, entre otros. Recibió un bello trofeo elaborado en cerámica por Lorgio Vaca y declaró con humor: “Estoy un poco delicado de los pulmones, pero ya me estoy mejorando”. Con motivo de esta distinción Nelson Martínez Espinoza y Juan Álvarez Durán realizaron un breve documental de 8 minutos: Gregorio Iriarte, religioso de la Paz (2012), donde Gregorio habla de su experiencia en las minas.

Ya se sabe, en Bolivia se hacen honores y homenajes a quienes se lo merecen, cuando ya empieza a correr el rumor de que el estado de salud es precario. En algunos casos es demasiado tarde y no faltan esas patéticas fotos de hospital, donde le ponen una medalla a alguien que ya no la necesitará en su largo viaje definitivo. Somos un país que no reconoce en vida a quienes tanto han aportado.

La última vez que chateamos brevemente fue el 10 de septiembre del 2011, renovando una promesa de vernos en Cochabamba, algo que no pudo ser. Ya no contestará el teléfono 424-6589. Xavier Albó y Roberto Durette, estuvieron con él, en silla de ruedas y tubos el sábado 29 de septiembre de este año: “Tuvimos una agradable tertulia, él lúcido como siempre. Entre otros, tocamos el tema reciente de la muerte del minero, del que poco antes yo había escrito una columna…”, me contó el P’aqla después.

Gregorio seguía enviándome sus artículos, entonces supuse que no todo andaba mal. Y quizás no andaba mal, pero 87 años debajo de la piel son muchos y a pesar del clima supuestamente saludable de Cochabamba, quizás Gregorio decidió que ya era hora de hacer maletas. Se fue este 11 de octubre por la tarde.

__________________________

Las   paradojas  que vivimos
      
P. Gregorio Iriarte o.m.i. 

Ahora compramos y acumulamos más cosas,
     pero tenemos menos satisfacciones.
Poseemos  más grados académicos,
     pero menos sentido común.
Tenemos más medicinas,
    pero menos bienestar.
Hablamos demasiado,
    pero reímos muy poco.
Vemos mucha televisión
    y cada vez leemos menos.
Divagamos  y soñamos,
    pero ni reflexionamos ni rezamos.
Las pasiones se exacerban,
    pero el amor languidece.
Tenemos más  conocimientos,
   pero cada vez menos valores.
Hemos aprendido a ganarnos la vida,
   pero no hemos aprendido a vivirla.
Vamos añadiendo  años a nuestra vida
   pero no vida a nuestros años.
No vemos nuestros defectos
   pero nos molestan los del vecino.
Hemos  ampliado nuestro espacio exterior,
   pero se ha achicado el interior.
Hacemos muchas cosas,
   pero no las hacemos mejor.
Conocemos mucho,
   pero cada vez sabemos menos.
Tenemos más  medios de comunicación,
  pero nos comunicamos muy poco.
Manejamos  más información,
   pero sabemos menos.
 Hay muchas cosas en los escaparates,
   pero  cada vez menos valores en nuestra conciencia…
 Te recomiendo que  entres en tu interior:
    hay dentro de ti otro “tú” que te está esperando.

     (Inspirado en algunas ideas de  George Carlin)