El jueves 18 de enero de 1979, en La Paz,
desde un balcón sobre la Plaza Venezuela en el que discursearon los dirigentes René Higueras (maestro), Luis López Altamirano (fabril), Víctor López
(minero), y Casiano Amurrio (campesino), tomé varias fotos en blanco y negro de la gran concentración de la COB que se apretujaba abajo. “Fuera el ejército de
las minas”, decían las pancartas. Esa misma noche, mientras revelaba y ampliaba
las fotos en mi laboratorio, descubrí el rostro de Luis Espinal en medio de la
multitud y me pareció que destacaba con su propia luz. De todas las fotos que
tomé de Lucho, esa ha sido siempre para mí la que mejor lo describe. En ella destaca también la calva reluciente y la sonrisa de Xavier Albó, rodeado
de otros amigos luchadores de los derechos humanos. Incluí la foto en una
exposición de retratos que hice en 1990, y ha sido usada en varios libros y también
pirateada a diestra y siniestra.
Manifestación de la Central Obrera Boliviana (COB), en La Paz, el 18 de enero 1979 |
Esto ya lo he contado antes, pero lo que
no he mencionado es que en la imagen aparece también Gregorio Iriarte, un poco
escondido en la parte de arriba. Hay mucho que decir sobre este cura oblato
nacido en Navarra (España) en 1927, que llegó a Bolivia en 1964 y se quedó
para siempre para luchar por la democracia y por los derechos humanos. Fue fundador
de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de Bolivia (APDHB), ex
director de la Radio Pío XII, fundador de
la red de organizaciones no gubernamentales UNITAS, y también de la red Educación
Radiofónica de Bolivia (ERBOL).
Me tocó el secuestro y asesinato de Luis
Espinal cuando yo estaba en Nicaragua en una jornada histórica: el inicio de la
campaña de alfabetización del gobierno sandinista. Al regresar a Bolivia,
Gregorio Iriarte, que estaba en la Asamblea Permanente de Derechos Humanos
(APDH), me encomendó coordinar un libro sobre nuestro amigo asesinado. Pasé
varios días encerrado en el cuarto de Espinal, contiguo al de Xavier Albó en la
casa que ocupaban en Miraflores, revisando sus papeles, sus fotos y archivos
sobre cine.
Terminé el trabajo en un tiempo record,
incluyendo la selección de textos y fotos de Lucho, y el diseño de la portada y
contraportada, pero en eso vino el golpe militar de García Meza en julio de
1981. El libro se publicó un año más tarde en Lima, con el título Luis Espinal, el grito de un pueblo
(1981), y por razones de seguridad salió sin los nombres de los autores. Para
la historia debe quedar establecido que el capítulo sobre Luis periodista lo escribió Antonio
Peredo, el de Luis religioso lo escribió Xavier Albó, el de Luis mártir de la
democracia lo escribió Gregorio Iriarte, y yo escribí el capítulo sobre su actividad
como crítico de cine y cineasta.
Supe años más tarde que una segunda edición se
publicó en España con el título Lucho Espinal, testigo de nuestra América (1982). No he tenido en mis manos hasta
ahora un ejemplar de esa edición, pero se puede leer en red. Sería bueno
publicar otra vez el libro, por primera vez en Bolivia y ahora con los nombres
de todos.
La historia de Gregorio en Bolivia
comienza con Radio Pío XII, esa gran emisora sobre la que muchos hemos escrito,
en especial José Ignacio López Vigil en su libro de testimonios Una mina de coraje (1984). El hermoso testimonio
de Gregorio ocupa un tercio del libro. La emisora nació en uno de los
campamentos mineros más emblemáticos de Bolivia, en las alturas de Siglo XX,
encima de la población de Llallagua y muy cerca de Catavi. La radio pretendía
en un principio luchar “contra el alcoholismo y el comunismo” de los
trabajadores mineros, una perspectiva miope del Padre Lino, su fundador y
primer director, que pronto cambiaría con la llegada de Gregorio Iriarte. El relato
de Filemón Escobar, dirigente minero de izquierda, en su libro El evangelio es la encarnación de los
derechos humanos (2011) dice más sobre la calidad humana de Gregorio.
Gregorio era un hombre de médula
solidaria y con una ética y una moral de hierro, aunque decir esto suena
demasiado obvio tratándose de quien se trata: todos los saben. Vivió su fe
católica de la manera menos dogmática, anteponiendo en todo momento las
necesidades y aspiraciones de la colectividad y de las personas. Era un hombre
que sabía escuchar, que consultaba, que creía en el diálogo. Su compromiso con
los luchadores por la justicia era sin reservas.
Cuando vivía en las minas ayudó a
dirigentes sindicales comunistas como Federico Escobar a escapar el cerco del
ejército, y muchas veces fue a sacarlos de la cárceles cuando caían presos. En
junio de 1967 le tocó vivir en la minas la masacre de San Juan, durante la
dictadura del general René Barrientos, donde murieron 26 personas que no
estaban involucradas en el enfrentamiento con el ejército, sólo un minero, Rosendo
García Maisman, quien murió defendiendo la radio La Voz del Minero. Años
después, en su propia casa, Gregorio escondió al dirigente socialista Marcelo
Quiroga Santa Cruz, y como represalia el gobierno militar de Hugo Bánzer lo
expulsó del país, pero regresó. Ahora que se cumplen 30 años del retorno a la democracia en Bolivia, podemos decir que Gregorio fue uno de los principales artífices.
Su faceta intelectual no es menos
importante. En una veintena de libros
y centenares de artículos Gregorio Iriarte desarrolló su amplio conocimiento
crítico sobre la deuda externa, sobre educación, sobre religión y otros temas
de economía y sociedad. Su texto Análisis
crítico de la realidad (1983), alcanzó 17 ediciones y más de 80 mil
ejemplares. Con Xavier Albó, Eric de Wasseige y otros, hizo el informe y luego
libro sobre La masacre del valle (1975)
que tuvo lugar durante la dictadura de Bánzer. En el Comité de Resistencia
Antifacista, en París, hicimos una re-edición del libro de 86 páginas.
Gregorio Iriarte y Antonio Aramayo, de UNIR |
Las columnas de Gregorio me llegaban puntualmente
hasta hace muy pocas semanas. Hace unos meses empecé a preocuparme por él,
porque vi en la prensa que le estaban haciendo muchos homenajes. Fue nombrado
doctor honoris causa por la Universidad Católica Boliviana San Pablo, le otorgaron
el Premio nacional de Cultura de Paz “Ana María Romero de Campero” de la
Fundación UNIR, por su labor en Defensa de la Libertad de Expresión y Derechos
Humanos, entre otros. Recibió un bello trofeo elaborado en cerámica por Lorgio
Vaca y declaró con humor: “Estoy un poco delicado de los pulmones, pero ya me
estoy mejorando”. Con motivo de esta distinción Nelson Martínez Espinoza y Juan
Álvarez Durán realizaron un breve documental de 8 minutos: Gregorio Iriarte, religioso de la Paz (2012), donde Gregorio habla
de su experiencia en las minas.
Ya se sabe, en Bolivia se hacen honores y
homenajes a quienes se lo merecen, cuando ya empieza a correr el rumor de que
el estado de salud es precario. En algunos casos es demasiado tarde y no faltan
esas patéticas fotos de hospital, donde le ponen una medalla a alguien que ya
no la necesitará en su largo viaje definitivo. Somos un país que no reconoce en
vida a quienes tanto han aportado.
La última vez que chateamos brevemente
fue el 10 de septiembre del 2011, renovando una promesa de vernos en
Cochabamba, algo que no pudo ser. Ya no contestará el teléfono 424-6589. Xavier
Albó y Roberto Durette, estuvieron con él, en silla de ruedas y tubos el sábado
29 de septiembre de este año: “Tuvimos una agradable tertulia, él lúcido como
siempre. Entre otros, tocamos el tema reciente de la muerte del minero, del que
poco antes yo había escrito una columna…”, me contó el P’aqla después.
Gregorio seguía enviándome sus artículos,
entonces supuse que no todo andaba mal. Y quizás no andaba mal, pero 87 años
debajo de la piel son muchos y a pesar del clima supuestamente saludable de
Cochabamba, quizás Gregorio decidió que ya era hora de hacer maletas. Se fue este
11 de octubre por la tarde.
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Las
paradojas que vivimos
P. Gregorio Iriarte o.m.i.
Ahora compramos y acumulamos más cosas,
pero tenemos menos satisfacciones.
Poseemos más grados académicos,
pero menos
sentido común.
Tenemos más medicinas,
pero
menos bienestar.
Hablamos demasiado,
pero reímos muy poco.
Vemos mucha televisión
y cada vez leemos menos.
Divagamos y soñamos,
pero ni
reflexionamos ni rezamos.
Las pasiones se exacerban,
pero el
amor languidece.
Tenemos más conocimientos,
pero cada vez menos valores.
Hemos aprendido a ganarnos la vida,
pero no hemos aprendido a vivirla.
Vamos añadiendo años a nuestra vida
pero no vida a nuestros años.
No vemos nuestros defectos
pero nos molestan los del vecino.
Hemos ampliado nuestro espacio exterior,
pero se ha achicado el interior.
Hacemos muchas cosas,
pero no las hacemos mejor.
Conocemos mucho,
pero cada vez sabemos menos.
Tenemos más medios de comunicación,
pero nos comunicamos muy poco.
Manejamos más información,
pero sabemos menos.
Hay muchas cosas en los escaparates,
pero cada
vez menos valores en nuestra conciencia…
Te recomiendo que
entres en tu interior:
hay dentro de ti otro “tú” que te está esperando.
(Inspirado
en algunas ideas de George Carlin)