que de chico yo era un poco rayado.
—Jorge Cedrón
Este 25 de abril Jorge Cedrón habría
cumplido 70 años. Pero no pudo. No le alcanzó la vida.
No pudo porque 32 años antes, el 1º de
junio de 1980, el “Tigre” Cedrón entró a un baño en la Prefectura de Policía de
París y no volvió a salir. Minutos después lo encontraron moribundo, con una
navaja Laguiole en la mano derecha. Cedrón era zurdo, pequeño detalle. Suicidio,
dijo la policía francesa, como si alguien pudiera darse una tras otra cuatro
puñaladas en el corazón. Tenía recién 38 años, una vida intensa, 2 hijos
(Julián y Lucía), 5 hermanos, y 7 películas en su haber, entre ellas la
emblemática Operación masacre que
hizo “para entender el peronismo”.
Esa noche el cineasta argentino había
acompañado a su esposa, Marta Montero, que acababa de regresar de Buenos Aires,
a un interrogatorio en las dependencias policiales de la isla de la Cité. Estuvieron
prestando declaraciones hasta que amaneció. La policía francesa, informada por
la embajada de la dictadura argentina, quería que Marta dijera lo que sabía
sobre el secuestro de su padre una semana antes. Saturnino Montero Ruiz, ex presidente
del Banco Ciudad de Buenos Aires y ex intendente de Buenos Aires bajo el
gobierno de Alejandro Lanusse (1971-1973), había sido secuestrado en París el
24 de mayo de 1980 y sus captores exigían un millonario rescate. Se pensó que
era una operación de los Montoneros.
Jorge Cedrón en París, octubre 1978 |
El rechazo visceral de Jorge Cedrón a las
dictaduras militares y sus vínculos con el movimiento Montoneros lo hacían
sospechoso, aunque mantenía distancia crítica de estos últimos, porque
consideraba que su comportamiento no era ético. Por ahí, en París, rondaba en
esos días un personaje que se reveló siniestro tiempo después, Rodolfo
Galimberti, exjefe montonero que en 1974 secuestró a los empresarios Juan y
Jorge Born y los liberó a cambio de 60 millones de dólares (y se volvió
“empresario” y socio de sus secuestrados años después). “El Loco” Galimberti se
había separado de los Montoneros al mismo tiempo que Juan Gelman, y operaba por
cuenta propia. Algunos testimonios lo vinculan a la dictadura argentina, a la
que años más tarde el propio Saturnino Montero Ruiz atribuyó su secuestro. Pocas
horas después de la muerte del “Tigre”, y aunque la noticia no había
trascendido todavía, Galimberti abandonó París precipitadamente. Montero Ruiz fue
liberado dos días después sin que se hubiera pagado el rescate.
Tantos años han pasado, pero todo ha
quedado en una nebulosa. La policía francesa dice que “se han perdido” los
archivos del caso, como si el “Tigre” Cedrón no hubiera existido jamás. De
testimonio en testimonio, queda claro que fue la represión argentina, en complicidad
con algunos montoneros renegados, la que organizó el secuestro de Montero Ruiz.
Esos mismos personajes fueron responsables de la muerte del “Tigre”
Cedrón. Hay alguien que sabe lo
que realmente pasó, pero el hombre se calló la boca: el poeta Juan Gelman,
quien nunca quiso decir lo que sabía, ni siquiera al hermano mayor del “Tigre”,
el Tata Cedrón, de quien era amigo y colaborador.
Todo esto está explicado a través de una
cadena de testimonios en El cine quema:
Jorge Cedrón, donde su autor Fernando Martín Peña, hizo una reconstrucción
extraordinaria de la vida y muerte del “Tigre” a través de las voces de los
hermanos, esposas, hijos, amigos y conocidos, menos Gelman quien ni siquiera
respondió al pedido de colaboración. Pero gracias a los otros testimonios Martín
Peña pudo reconstruir lo que pasó, minuto a minuto.
En noviembre del 2003 Teresa Toledo me
regaló un ejemplar del libro, durante un evento en Casa de América, en Madrid.
Lo primero que noté en la tapa fue la foto del “Tigre”, que le tomé en octubre
de 1978 en su departamento de la Rue du Fer-a-Moulin. Vivía con Marta a una cuadra
de la Rue Geoffroy Saint-Hilaire, donde estaba el departamento que fue durante
muchos años el centre d’accueil de
los bolivianos que llegaban a París, entre ellos yo. El “Tigre” llegó exiliado
en 1976, y nos vimos sobre todo durante 1978, dos años antes de su muerte. Marta
siguió viviendo en París en un departamento en la Rue Censier Nº 31.
El “Tigre” no era un amigo cercano, pero
nos vimos varias veces en su casa, y alguna en una parrillada que organizó Juan
“Tata” Cedrón, su hermano músico, en su casa de Villejuif, en las afueras de
París. La música del Cuarteto Cedrón estaba en esos años en su mejor momento
con obras como La cantata del gallo y
las canciones con Paco Ibáñez sobre poemas de Neruda. Algunas de mis canciones
preferidas del cuarteto son Milonga de la
ganzúa, El caballo de la calesita,
Eche veinte centavos en la ranura (poema
de Raúl González Tuñón), y Balada del hombre que se calló la boca (poema de Juan Gelman).
Los hermanos Cedrón “son como el
chocolate, siempre van en barra”, decían sus amigos de la infancia. Y era
cierto. Los une la amistad más allá de la sangre. Julio Cortázar les hizo un
homenaje, con nombres y apellidos, en “Lucas, sus amigos”, del libro Un tal Lucas. “Tratarlos por separado ya
es cosa seria, pero cuando se les da por juntarse y te invitan a comer
empanadas entonces son propiamente la muerte en tres tomos”, escribió Cortázar-Lucas
sobre Juan el músico, Jorge el cineasta y Alberto el pintor. Los otros son Roberto,
Rosa y Osvaldo, el mellizo de Jorge.
Mientras fumaba compulsivamente, el “Tigre” hablaba de sus
películas y proyectos, de la dictadura y del exilio. En su departamento de la
Rue du Fer-a-Moulin lo fotografié en dos ocasiones. Incluí una imagen de esa serie en mi exposición “Retrato Hablado”, entre otras cincuenta fotos de gente de la
cultura y de la política de Bolivia, América Latina, y más allá. En un breve
texto que acompañaba la foto de Jorge, escribí que “llevaba su ideales en la
sangre, hacía sus películas con pasión”.
Antes de regresarme a Bolivia, le pedí su testimonio para el capítulo “Argentina: una enorme caja de censura”
de mi libro Cine, censura y exilio en
América Latina (1979), que ya contaba con los aportes de otros dos
amigos cineastas, Octavio Getino y Fernando “Pino” Solanas. El
“Tigre” me habló del panorama desolador del cine argentino en 1978, una época de
dictadura en la que los cineastas más importantes estaban en el exilio, y otros
habían sido asesinados, como Rodolfo Walsh, Haroldo Conti o Raymundo Gleyzer.
Todavía
golpeado por su salida precipitada de Argentina, me dijo: “Cuando uno piensa
en todos los muertos que han quedado detrás de uno, no es fácil seguir haciendo
cine, no es fácil salir de nuevo a trabajar. Esa es, al menos, mi experiencia
personal. Para mi fue necesario un tiempo para llorar a los muertos. Estuve así
unos seis meses, encerrado en casa. Pero ese tiempo fue también tiempo de
reflexión sobre lo que había sucedido allá. Reflexión que no había tenido
tiempo de hacerla allí, porque desde mis quince años había estado metido no
solamente en el cine, sino también en el teatro, en revistas, en música, sin
parar”.
Publiqué el libro a fines de
1979, en Bolivia, con una tapa que Luis Zilveti dibujó especialmente para mostrar la
violencia de la represión contra los cineastas latinoamericanos. Cinco meses
después murió Jorge Cedrón, víctima de la locura represiva, que a veces no conoce fronteras. A él y a Luis
Espinal les dediqué la segunda edición del libro, que se publicó en México en
1984.
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No hay mercancía más singular que los
libros:
son impresos, vendidos, reseñados y a veces escritos
por gente que no
los entiende.
—Lichtenberg