Vestidos con sus mejores trajes de
colores vivos, los cinco voladores totonacas suben hasta la parte más alta de
un palo que puede tener entre 18 y 38 metros de altura. Una vez arriba, sobre una
pequeña plataforma giratoria, se realiza un ritual, marcado por el sonido dulce
de una flauta y un tambor que toca el caporal del grupo, en el centro, de pie
sobre la punta del palo, mientras los otras cuatro están sentados en los puntos
cardinales. Y luego se descuelgan atados de los pies imitando el vuelo de los
pájaros, y giran 13 vueltas alrededor del palo (las 52 semanas del año) mientras
las cuerdas se desenrollan hasta llegar al ras del suelo. Todo está calculado a
la perfección, pero no es un espectáculo de maromas, no es un número circense
de acrobacia, sino una tradición profundamente arraigada no solamente en la
población totonaca de Veracruz, sino en muchas otras comunidades indígenas de
México y de Centroamérica.
Tenemos la fortuna de ver a los voladores de Papantla todos los
días desde el balcón del departamento, sobre el bosque de Chapultepec, cuando
realizan una y otra vez el ritual frente al magnífico Museo Nacional de
Antropología, pero la oportunidad de viajar -a fines de marzo pasado- a
Papantla y a El Tajín, en Veracruz, nos permitió apreciar en toda su dimensión
esta manifestación cultural excepcional. Vimos voladores adultos y voladores
niños, quienes durante la Cumbre Tajín 2012 o en la propia entrada del parque
arqueológico, mantienen la
tradición fuertemente arraigada en sus comunidades.
El vuelo no es sino la culminación
majestuosa de un ritual que tiene varias etapas. Además de la muy exigente
preparación física y espiritual de los voladores, el ritual incluye el cosido y
bordado de la vestimenta, que es enriquecida a medida que los voladores
adquieren más experiencia. Así, un volador con más años de experiencia viste un
traje con bordados más elaborados y más bellos.
El ritual, tal como se practicaba
antiguamente, comienza en un bosque, donde se selecciona el árbol y se pide
permiso al dios de la montaña para cortarlo. Hoy, sin embargo, en muchos casos
se remplaza el tronco natural con un mástil metálico plantado en una base de
cemento. Esta licencia que se explica por la dificultad de encontrar árboles de
gran altura en una región que acaba aceleradamente con sus bosques, no ha
modificado los aspectos rituales de la tradición.
Antes de encaramarse en el palo los
voladores reciben la bendición de los ancianos, algo que realizan con mucha
devoción porque no faltan cada año accidentes que dejan heridos de gravedad o
muertos a algunos voladores.
La Unesco inscribió en 2009 la ceremonia
ritual de los voladores como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por tratarse
de una danza asociada a la fertilidad, que expresa “el respeto profesado hacia
la naturaleza y el universo espiritual, así como la armonía entre ambos”.
Según el documento que fue presentado a
la Unesco, en la región totonaca de México hay más de 33 grupos registrados de
voladores, además de tres asociaciones y tres escuelas de voladores para niños.
En todo México se han identificado 56 troncos o mástiles metálicos, más de la
mitad en territorio totonaca. Si bien es en Veracruz y concretamente en
Papantla donde la tradición es más fuerte porque los totonacas han asumido la
paternidad de la danza, hay otros grupos de voladores en las comunidades de teeneks en San Luis Potosí, entre los nahuas de Hidalgo, los ñanhús de Puebla, y más allá de las
fronteras mexicanas, en algunas comunidades mayas kiché y kachiquel de
Guatemala, e incluso entre los piples
de Nicaragua, lo cual es una indicación de que esta práctica ritual tiene
raíces muy antiguas en la región mesoamericana.
El ritual se practica normalmente durante
las fiestas patronales, en los equinoccios y solsticios, en las fiestas
relacionadas con el día de los muertos, y en aquellas vinculadas a las siembra
y a la cosecha. Sin embargo,
debido al interés de los visitantes, la parte final del ritual, el momento en
que se descuelgan de los mástiles, suele presentarse como una exhibición separada
del conjunto. El turismo puede ser depredador también en ese sentido, porque
resquebraja las tradiciones, adaptándolas a los caprichos del consumo
instantáneo.
Como tantas otras tradiciones, la de los voladores corre el riesgo de perderse o de sufrir un proceso de erosión continuo, que acabaría por convertirla en una muestra folklórica congelada y si espíritu.
La poca atención que el gobierno mexicano le presta a las culturas
indígenas no contribuye al mantenimiento y desarrollo de ellas, pero la
inclusión de los voladores en la lista de patrimonio mundial intangible de la
Unesco, así como iniciativas privadas como la Cumbre Tajín, dejan un margen de
esperanza.
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yapa:
La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. __ Octavio Paz