La impresión de que El Tajín lo mira a
uno, y no al revés, me invadió desde que ingresamos al sitio arqueológico. El
Tajín nos mira desde el pasado y desde unos ojos profundos y oscuros como la
propia historia.
No suelo escribir sobre los lugares que
visito, salvo sobre aquellos que despiertan en mi algún interés que va más allá
de la contemplación artística y turística. El Tajín es uno de esos sitios
ceremoniales, ligado íntimamente a los voladores de Papantla y a la cultura
totonaca, pero también el lugar en el que cada año se realiza una cumbre cultural
internacional. Además, y no es poca cosa, la Unesco inscribió El Tajín como
Patrimonio Mundial de la Humanidad, en 1992.
No visité El Tajín (“lugar del trueno” o
“ciudad del rayo” en lengua totonaca) durante mi exilio mexicano en la década
de 1980, porque una buena parte del complejo arqueológico estaba fuera de
límites debido a los trabajos de excavación y consolidación de estructuras. Es
al arqueólogo Jorge García Payón al quien se le deben 39 años de dedicación (de
1939 hasta su muerte en 1977), toda una vida que invirtió para que el complejo
arqueológico emergiera de la selva. Su trabajo fue continuado de 1984 a 1994
por Jürgen K. Brüggemann, quien logró rescatar 35 estructuras más. A pesar de
esos enormes esfuerzos, la mitad de la extensión original de El Tajín está
todavía cubierta de tierra y maleza, pero los edificios más importantes ya han
sido restaurados. Las dificultades de la restauración no son pocas, dado que el
núcleo de las estructuras es de tierra, a diferencia de la mayoría de las
pirámides mayas.
En 1785, un militar de nombre Diego Ruiz,
que andaba en busca de plantaciones clandestinas de tabaco, dio por primera vez
con la Pirámide de los Nichos y el complejo arqueológico totonaca. Tuvo que
pasar medio siglo antes de que el arquitecto alemán Charles Nebel se ocupara de
dibujar y describir en detalle la “Pirámide de Papantla”, como llamó a la que
se conoce hoy como Pirámide de los Nichos.
La magnificencia de El Tajín salta a la
vista. La antigua capital del estado totonaca llegó a su apogeo entre los años
800 y 1150, y se supone que era una de las ciudades más importantes de
Mesoamérica en aquella época. Alguna vez todos estos edificios de nichos y
cornisas voladas estuvieron cubiertos de estuco y pintados. Sus calles estaban
llenas de gente, los mercados bullían de actividad.
La Pirámide de los Nichos es el edificio emblemático
de El Tajín. Dicen los arqueólogos que en su tiempo estaba pintada de rojo
oscuro y de negro el interior de los nichos, para subrayar el contraste. Como
los mayas, los totonacas no dejaban nada al azar, es así que la pirámide cuenta
con 365 nichos, uno por cada día del año en el calendario solar. Los nichos
eran considerados pasajes hacia el inframundo habitado por los dioses. En la
cima de la pirámide se encontraron losas con bajorrelieves representando grotescas
serpientes y otros animales.
La Pirámide de los Nichos |
Las excavaciones y el proceso de
restauración permitieron identificar 17 juegos de pelota, algunos de los cuales
están adornados con relieves esculpidos en la piedra, en los que se muestra,
por ejemplo, a un jugador de pelota siendo decapitado. Al margen del riesgo que
suponía ser deportista en aquellos tiempos, es interesante que el juego de pelota
fuera común en varias de las culturas de entonces, tanto entre los totonacas
como entre los mayas, lo que indica que existía entre las grandes ciudades
contactos e intercambios, y que no estaban aisladas entre sí a pesar de las
distancias que aún hoy parecen enormes.
Todo en esta vida tiene sus luces y
sombras, también el espectáculo nocturno de luz y sonido, “Tajín Vive”, más
cercano a un alarde de Las Vegas que a la cultura totonaca. Es alarmante la
arrogancia y la incapacidad de los burócratas ladinos del Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH) para entender las culturas indígenas y para
respetar los sitios arqueológicos en lugar de convertirlos en espectáculos estridentes
para turistas gringos. Durante el día, delante de los majestuosos edificios totonacas,
quedan las cajas negras y los tendidos de cables eléctricos del show nocturno,
afeando el paisaje.
Un motivo adicional para hablar ahora del
Tajín es que tuvimos la oportunidad de estar en la Cumbre Tajín 2012, una
iniciativa cultural gigantesca que se realiza desde hace 12 años en las fechas
del equinoccio de primavera, en el Parque Takilhsukut, a apenas un kilómetro
del sitio arqueológico. La Cumbre Tajín tiene el objetivo de preservar y dar a
conocer la riqueza cultural de las tradiciones totonacas (los voladores de
Papantla, las artesanía, los rituales, etc.), al mismo tiempo que lleva hasta
ese rincón de Veracruz a artistas de todo el mundo para participar en
conciertos nocturnos que atraen miles de personas de México y de otros países.
Esta inmensa actividad cultural es el resultado del esfuerzo tesonero de
Salomón Bazbaz Lapidus, un antropólogo que tiene que estar necesariamente un
poco loco para llevar adelante semejante empresa.
Durante los cinco días de la Cumbre
Tajín, las horas diurnas están dedicadas a un millar actividades creativas: música, danza, pintura, culinaria, artesanía, filosofía, lenguas, etc. Más
de cincuenta talleres funcionan en paralelo, donde los visitantes aprenden a hacer
desde alebrijes y globos de cantoya, hasta perinolas de bellotas y papalotes, o
participan en clases de tango, jazz y zapateado jarocho.
La Aldea de la Paz, la
Casa del Algodón, la Casa de las Danzas, la Casa del Reciclaje y la Palapa de
Fuego, son algunos de los espacios que uno puede recorrer a lo largo del día. El enorme Parque Takilhsukut está dividido en “nichos” en alusión a la principal pirámide de El Tajín.
En el
centro, en la Plaza del Volador se pueden ver grupos de danzantes que llegan de
diferentes lugares de México; en el Nicho de Aromas y Sabores se degusta comida
veracruzana y de todo el país; en el Nicho de la Purificación se hacen ceremonias
y terapias curativas, y en el enorme Nicho de la Música es donde en las noches
se realizan los grandes conciertos, que este año incluyeron a los grupos
mexicanos Café Tacvba y Caifanes, así como a los músicos internacionales Willy
Chirino y Bjork, que estuvo a cargo de la clausura. En ediciones anteriores, se
contó con Miguel Bosé, Lila Downs, Julieta Venegas, Calle 13, y muchos más.
El Tajín y su cumbre multicultural son
experiencias que la memoria atesora.
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Hay cierta gloria en no ser comprendidos.
-Baudelaire