Ignoro la razón por la que el barrio de
Tembladerani en las laderas de La Paz, en Bolivia, lleva ese nombre, pero sería
el apropiado para la ciudad de México desde el 20 de marzo pasado, en que se produjo un
sismo de 7.8 grados en la escala de Richter (horas más tarde degradado con
ignominia a solamente 7.4 grados).
Desde entonces, se han registrado 520 réplicas,
y ya habrá más cuando el lector abra esta nota, porque no hay día que no sume entre 10 y 15 nuevos movimientos sísmicos, en su mayoría menores a 5.0
grados, pero algunos de una magnitud superior a 6.0 grados, como las réplicas del
26 de marzo, y las del 2, 11 y 12 de abril.
Dicen que los sismos se sienten más en
Ciudad de México porque la capital está asentada sobre un gigantesco colchón de
agua. En el piso 15, estos sacudones no solamente se notan, sino que duplican
su duración, ya que el edificio continúa bamboleándose después de que ha
terminado el movimiento sísmico. Los marcos de las ventanas crujen, las puertas
se abren y cierran solas, los cuadros se balancean en las paredes, las
campanas que tenemos en la cocina hacen música sin que nadie las toque, y el sapito de cuentas de color que me
regaló mi sobrino, que tengo suspendido sobre mi escritorio, se mece de un lado
a otro. Inmediatamente después de los sacudones fuertes suele cortarse internet
y saturarse las líneas telefónicas durante unos minutos.
Terremoto, de Botero |
México, 1985 |
La capacidad de respuesta del gobierno de
izquierda en la Ciudad de México tiene mucho que ver con el trauma que para
todos significó el terremoto del 19 de septiembre de 1985, que destruyó varias
zonas de la ciudad (Tlatelolco, Centro Médico, entre otras), y arrojó un saldo
de fallecidos que hasta hoy es secreto de Estado, pero que se estima entre 15 y
25 mil víctimas mortales. Lo que sucedió entonces dejó fuera de juego a las
autoridades federales y a las de la ciudad capital, que no atinaron a responder
hasta varias horas después. Por ello, la gente se organizó y con palas y picos
se dio cita en los edificios colapsados, para tratar de rescatar a los
sobrevivientes que quedaron atrapados entre los escombros. Hay analistas que
afirman que fue entonces que nacieron los movimientos independientes de la
sociedad civil mexicana que años después contribuiría a alejar al PRI del
poder.
En 1985 no me encontraba en el país sino
en Holanda, en un evento que concluyó precisamente el día del terremoto. En el
aeropuerto, al regresar, de las dos palabras en un titular a cinco columnas en
holandés sólo pude reconocer una: “México”, pero fue suficiente, no podía
tratarse de un golpe de Estado. La otra palabra era “terremoto” (aardbeving). Por supuesto no hubo manera
de regresar hasta tres días después, cuando las aerolíneas comerciales normalizaron sus vuelos.
La sucesión de sismos en el mes posterior
al 20 de marzo no solamente ha sido cotidiana, sino que se ha extendido en el
mapa sobre el Pacífico, desde Chiapas en el extremo sur, hasta Baja California
en el extremo norte. En otras palabras, no se trata de simples réplicas, sino
de sismos en diferentes puntos al sur de la falla de San Andrés. Si unimos los
puntos en el mapa, aparece una costura que bordea peligrosamente la costa
pacífica mexicana. Debajo, mar adentro, uno puede adivinar la violencia con que
chocan las placas tectónicas de Cocos y de Rivera, disputándose el espacio.
Todos estos sismos y temblores, los de antes y los de ahora, más frecuentes, me llevan a pensar en la fragilidad de nuestro pequeño planeta. Es tan extensa la herida, que asoma en el pensamiento la imagen de la tierra partida en dos, como un fruto. ¿Tendrá todo esto que ver con las exhalaciones de "Don Goyo" en los últimos días? Lo cierto es que el volcán Popocátepetl anda manifestando su incomodidad. En la madrugada del viernes 20 de abril registró 62 exhalaciones de mediana intensidad con un penacho de vapor de dos kilómetros de largo, gases, cenizas y fragmentos incandescentes. Como dice mi amigo Jesús Galindo, "Don Goyo se expresa, algo nos dice, no sé con claridad lo que quiere, pero lo enuncia de forma magnífica y elegante."
Todos estos sismos y temblores, los de antes y los de ahora, más frecuentes, me llevan a pensar en la fragilidad de nuestro pequeño planeta. Es tan extensa la herida, que asoma en el pensamiento la imagen de la tierra partida en dos, como un fruto. ¿Tendrá todo esto que ver con las exhalaciones de "Don Goyo" en los últimos días? Lo cierto es que el volcán Popocátepetl anda manifestando su incomodidad. En la madrugada del viernes 20 de abril registró 62 exhalaciones de mediana intensidad con un penacho de vapor de dos kilómetros de largo, gases, cenizas y fragmentos incandescentes. Como dice mi amigo Jesús Galindo, "Don Goyo se expresa, algo nos dice, no sé con claridad lo que quiere, pero lo enuncia de forma magnífica y elegante."
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Cuando uno lo abre, el libro despierta.
—Ralph Waldo Emerson