Levanté la cabeza y se me vinieron encima
exactamente 30 años. Sobre la pared al lado del escritorio tengo colgado el
diploma de Instituto Nacional de Bellas Artes de México, que recibí de manos
del poeta Edmundo Valadés el 23 de abril de 1982, cuando gané el Premio
Nacional de Literatura del INBA, por mi libro testimonial La máscara del gorila, sobre el golpe militar de García Meza en
1980.
Fue significativo entonces, no solamente
por el prestigio de un premio otorgado por la institución más importante de la
cultura mexicana, sino porque llegó en un momento que lo necesitaba para
sentirme mejor. La clandestinidad primero, el largo asilo en la embajada
mexicana, seguido por mi fuga rocambolesca a Perú y finalmente el exilio en
México, son cosas que veo ahora con distancia pero que en su momento fueron
difíciles de vivir.
Algún día quizás me anime a relatar esos
días, pero por ahora me limito a recordar que para salir clandestinamente de
Bolivia conté con el apoyo y la solidaridad de varios amigos que leerán estas
líneas. Un sinnúmero de anécdotas pequeñas coinciden en un rompecabezas que mi
memoria arma y desarma con piezas sueltas que tienen que ver con la política,
la represión, la amistad, el amor, la creación literaria y también con la
familia, en particular la separación de mis hijos y la muerte de mi padre en
1981, cuando yo no podía todavía regresar a Bolivia.
con René Bascopé, en México 1982 |
Con René Bascopé, mi amigo y colega de
aventuras literarias, empezamos a escribir a cuatro manos una primera versión de
La máscara del gorila, mientras
estábamos asilados en la Embajada de México en La Paz. René quería escribir un
recuento histórico de las intervenciones militares en la política boliviana, y
yo escribí un texto testimonial en tono poético, breves imágenes de lo que fue
el golpe del 17 de julio de 1980. Enviamos el libro al concurso Casa de las
Américas, y no tuvimos suerte. Eduardo Galeano –quien fue miembro del jurado-
nos explicó más tarde que las dos partes que habíamos escrito eran muy
distintas, y que mejor sería que cada uno hiciera un libro por su lado.
Siguiendo ese consejo René decidió
revisar su texto y yo presenté el mío, 68 viñetas testimoniales, al premio del
INBA, y gané. En el jurado que otorgó el premio estaba el poeta Jaime Labastida,
quien dirigía entonces la revista literaria Plural, en la que luego colaboré
varias veces (hoy es director de la Editorial Siglo XXI), el escritor guatemalteco
José Luis Balcárcel y la novelista mexicana Silvia Molina.
La Editorial Oasis publicó el libro en su
colección “Lecturas del milenio”, con esta dedicatoria: “A la memoria de mi
padre que padecido el exilio murió
en el exilio interno de la soledad”. Recuerdo que tuve que pedir a la editorial
que re-imprimiera la tapa del libro porque habían omitido mi segundo apellido,
con el que siempre firmo mis libros.
La edición mexicana, 1982 |
Jaime Labastida hizo el prólogo y el
poeta Saúl Juárez el comentario de la contratapa. Jaime escribió: “Testimonio,
pues, testimonio de los hechos; relación verídica de los acontecimientos. Nunca invención, sino siempre la
relación ordinaria de los hechos.
Pero, para aprehender en su veracidad los hechos, hay que inventarlos:
quiero decir, traducirlos a las palabras en las que ellos, por sí mismos, no están. Y esto es lo que ha logrado, con un
altísimo nivel de calidad, Gumucio Dagron. Quiero, además, decir que hay algo
en este libro que llama, de inmediato, la atención. Se abre como el guión de una película, porque el autor
piensa lo mismo en palabras que en imágenes, igual en conceptos que en realidades
plásticas. La imagen, para él,
dice tanto o más que las palabras; o las palabras se conjugan con la imagen.”
Y Saúl Juarez: “Por
momentos, las alternativas que el hombre tiene para ejercer su libertad se
reducen. Sin duda, la literatura es una respuesta, una ruta subterránea. Llevar
hasta las últimas consecuencias el oficio resulta, entre otras cosas, un camino
de búsqueda. La máscara del gorila
representa un testimonio de tiempos y lugares específicos en el desarrollo de
la lucha de un pueblo. La riqueza del lenguaje, la psicología de personajes, el
ritmo de la prosa y la propia estructuración, convierten a la obra en un asunto
universal.”
La edición y la editorial se agotaron en
los años siguientes, de modo que en 1989, ya de regreso en Bolivia, decidimos
publicar una nueva edición en CIMCA, cuya portada diseñada por Carlos
Villagómez me gusta más que la de la primera edición mexicana. La presentación,
a cargo de Pablo Ramos, entonces rector de la Universidad Mayor de San Andrés,
se hizo en el Salón de Honor de la UMSA, donde estuvimos rodeados por el mural
de Wálter Solón Romero, cuyo proceso filmé meses antes. También estuvo ese día
el Agregado Cultural de la Embajada de México, Lic. Lázaro Cárdenas Batel,
nieto del expresidente mexicano y posteriormente Gobernador de Michoacán.
Edición boliviana, 1989 |
A los textos de Labastida y Juárez, añadí
en las solapas dos comentarios de Eduardo Langagne y de Juan Domingo Argüelles,
publicados en la prensa mexicana. Langagne, Premio Casa de las Américas en 1980,
escribió: “El testimonio que nos presenta Gumucio es claramente visual. Parece
que a pinceladas va conformando la psicología de sus personajes. Son tomas,
acercamientos, diversos planos cinematográficos que configuran las situaciones
que se nos plantean. No en balde Gumucio, además de escritor, es un buen trabajador
y estudioso del cine. Sus ideas muy comúnmente se traducen en bellas imágenes
que no pierden la fuerza de su significado. Enfrentar La máscara del gorila es también enfrentar una suerte de tejido de
actos y hechos que a todos los latinoamericanos nos compete. El asunto no es
sólo boliviano, no, se trata de un asunto universal. La literatura es
universal. La lucha de un pueblo tiene también esa calidad. El arte trasciende
su referente real, la literatura es memoria y es acción. Toda buena novela, o
poema, o cuento, es un producto estético dinámico que cambia conforme avanza el
calendario. La obra de Alfonso Gumucio Dagron atraviesa fronteras y queda ahí,
moviéndose y denunciando a tiempo lo que todos debemos saber."
Por su parte, Juan Domingo Argüelles
publicó en El Día: “Gumucio Dagron se convierte en la lengua de su tribu;
recoge e interpreta todas esas señales que su pueblo lanza hacia un espacio que
no es un vacío o más bien que deja de ser un vacío en el momento en que Gumucio
Dagron aprehende, comprime y vuelca con gran prosa no una queja sino una
exigencia. Creo que lo más importante del libro es que el testimonio en ningún
momento se convierte en un llanto sino muy por el contrario es una acusación que
va más allá del sentimiento. Gumucio Dagron se para en un momento frío aunque
lleve todavía frescas las manchas de sangre de su pueblo que los militares
hicieron correr en esos días oscuros.
Tanta es la frialdad -tanta
es la necesidad de un análisis, tanta es la urgencia de un balance- con que el escritor mira los hechos
desde la clandestinidad, que puede darse el lujo de un leve hilo de humor que,
apenas perceptible, enseña una fuerza de optimismo que no está dispuesta a
flaquear.”
No todo fue de plácemes. En el propio
diario Excelsior -donde yo trabajaba entonces gracias a las gestiones de los
amigos periodistas “Gato” Salazar y Coco Manto- se publicó una breve nota tan
quejosa como anónima, protestando porque le habían dado el premio “a un
extranjero”. Antes como hoy, les cuesta mucho a algunos mexicanos dejar su
chauvinismo bajo llave. Pero bueno, ahí está La máscara del gorila, y todavía no ha desaparecido en la
hojarasca.
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Un
poema debe tener poco de poesía y mucho de poema.
— Dylan Thomas