Mural de Medina Mendieta en la Iglesia del Socavón |
En un pío-pío (tweet) que envié desde el carnaval de Oruro resumí en 120
caracteres mis impresiones: “Carnaval de Oruro, Patrimonio Intangible de la Humanidad, joya de
color, luz y sonido, en medio de un mingitorio público”. Veamos por qué.
La Unesco declaró el año 2001 el carnaval
de Oruro como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Se
lo merece, sin duda porque se trata de una fiesta de excepcional fuerza y
belleza, magnífica por su larga tradición y autenticidad. La fuerza auténtica
que tiene el carnaval de Oruro no la he visto en otros carnavales mejor
organizados, como el de Río de Janeiro, o más populares, como el de
Barranquilla (en ambos tuve la fortuna de bailar, en el primero vestido de sopa
de letras y en el segundo de monocuco).
Carnaval en 1982 |
Un gran esfuerzo colectivo hace posible
esta gran fiesta. Los hermosos disfraces bordados y las máscaras que producen
hábiles artesanos, la música cadenciosa y el ritmo enérgico de la danza, la
sensualidad y la gracia de los bailarines de ambos sexos, son imágenes y
sonidos que se impregnen en la retina y por supuesto en miles de cámaras y
celulares que disparan como ametralladoras y capturan a lo largo del día
millones de fragmentos del torbellino de colores.
No cesa uno de asombrarse cuando pasan
fraternidades como la Morenada Central Oruro de la Comunidad Cocanis, la
Diablada Ferroviaria, los Tinkus Tolkas, los Reyes Caporales de ENAF o los
Sambos Caporales. Además de la impresionante cantidad de danzantes y de la
variedad del vestuario, está el entusiasmo de los bailarines y la perfección de
la coreografía de estas fraternidades que se toman la fiesta muy en serio.
A pesar del día soleado que recibió el
último convite y la peregrinación, yo vi nubarrones. Nubarrones que tienen que
ver por una parte con problemas de organización y coordinación, y por otra con
la distorsión de la tradición, que en algunos casos peca de desmemoria y de
frivolidad.
El carnaval de Oruro admite cincuenta
fraternidades de bailarines en 18 especialidades, y todas desfilan el sábado,
pero también al día siguiente, ocupando así las calles principales de la ciudad
desde las 9 de la mañana hasta las 3 de la madrugada. La diferencia entre el
sábado y domingo es notoria.
Por muy bello que sea el espectáculo, es
una paliza sentarse durante 18 horas para presenciar la entrada de las 50 agrupaciones.
No tiene racionalidad, además, que al día siguiente desfilen los mismos
conjuntos, sólo que diezmados, desorganizados, borrachos y sin máscaras. En el
carnaval de Río de Janeiro desfilan la primera noche 7 escuelas de samba y
otras 7 la noche siguiente, y el espectáculo dura 10 horas (82 minutos por
escuela). ¿No se podría hacer que en Oruro desfilen 25 el sábado y 25 el
domingo? Claro que se podría, sería lo lógico, lo racional, lo apropiado… pero
a ver quien le tuerce el brazo a la mafia de la Asociación del Conjuntos
Folklóricos de Oruro (ACFO).
Entre las fraternidades que desfilan hay
unas mejores que otras, y algunas que no deberían figurar en “primera
división”, porque no cuentan con un mínimo de condiciones equiparables a las otras
fraternidades mejor organizadas. Pero aún en aquellas de trayectoria más
reconocida, se notan cambios que no favorecen el mantenimiento de la
autenticidad de la fiesta.
Diablo de verdad, 1982 |
A través de los años se han ido perdiendo
los colores tradicionales de los disfraces, remplazados por el verde eléctrico,
el amarillo patito o el fucsia chillón, de esos que lastiman la vista. Si en
algunas fraternidades esto es tolerable y explicable por el gusto chabacano, en
otras es lamentable, por ejemplo en los conjuntos de llameros, donde los colores
naturales de la lana han sido remplazados por colorantes sintéticos
estridentes.
El afán de hacerse notorios al precio de
abandonar los colores básicos y los materiales nobles, en beneficio del
plástico y la estridencia, se nota también en las máscaras de diablos. Algunas
fraternidades han claudicado, abandonando las máscaras tradicionales, por otras
que parecen salidas de una película de Hollywood, con narices chatas, cuernos
de alce y arreglos de luces, humo y fuego. Es una cruza entre navidad y
Halloween, de manera que los diablos ya no bailan, ya no saltan como antes,
apenas caminan para mantener en equilibrio sobre la cabeza, lo que parece un
anuncio publicitario con efectos.
Los menos afectados por esa vulgaridad
son los conjuntos de morenos, de tinkus, de llameros, y de phujllay, y lo más
afectados los tobas, los caporales y los diablos. Entre los tobas, hay
agrupaciones que más bien parecen apaches, desfilan con calaveras colgadas de los
trajes y unas máscaras caracterizadas por el mal gusto.
La entrada del carnaval es la
manifestación cultural más importante de Oruro, una ciudad que durante el resto
del año vive apaciblemente, por no decir sumida en un aburrimiento proverbial.
El carnaval le da vida y color a la ciudad minera, y la agobia con basura y
desorden.
Una ciudad que invita a decenas de miles
de visitantes nacionales e internacionales, debería engalanarse para recibirlos,
pero hace exactamente lo contrario. Yo creo que en Oruro no hay alcalde, y si
lo hay, se la pasa durmiendo. Las fachadas de sus edificios más emblemáticos, sobre
la plaza principal, están deterioradas o cubiertas por avisos comerciales de
gran tamaño, que afean el paisaje urbano. Toda la fachada del principal
edificio, de la gobernación, ostenta durante el carnaval una propaganda de la
empresa nacional de telefonía, olvidando que se trata de un edificio público.
Nadie se ha tomado la molestia de pintar
las casas que están en el recorrido principal de las fraternidades de
danzantes, ni siquiera el antiguo Palais Concert, cuya fachada ofrece una
imagen triste y descuidada. Un
tercio al menos de la entrada se hace de noche, pero la iluminación del
recorrido es precaria. Pero los leones de la plaza principales los han pintado
de dorado, un indicio de la atrofia del sentido estético de las autoridades.
Se puede culpar a la gente de ser cochina
y de tirar basura en cualquier parte, pero no sería totalmente justo, pues no
se ve ningún esfuerzo de la municipalidad de Oruro para poner a disposición de
tantos miles de visitantes, servicios adecuados que permitan mantener la ciudad
limpia, siquiera turriles para echar los desperdicios. El olor a orines, la
suciedad por doquier y los borrachos a punto de colapsar hacen contrapunto con
la belleza del carnaval y empañen la calidad de la fiesta. Y a pesar de esto,
que dice lo peor de la ciudad anfitriona, el carnaval es
magnífico y no debería existir un solo ciudadano en la Bolivia plurinacional que
no lo conozca. A ver si las autoridades se ponen las pilas y abren los ojos (y
las fosas nasales).