(Publicado en Los Tiempos el
domingo 8 de enero de 2023)
Hace
poco se publicó el anuario de la 8ª Edición del Festival Internacional de Cine
de las Alturas de Jujuy, donde estuve en septiembre pasado como jurado de
documentales. Ya he publicado sobre ese magnífico evento, pero ahora quiero
mencionar los documentales que nos tocó calificar a los miembros del jurado:
Sabrina Farji, Alfredo Lichter y yo. Se
presentaron seis obras de Argentina y una de Bolivia, Perú, Ecuador, Chile,
Colombia y Venezuela. Tuve tiempo de verlas dos veces, y esto rescaté de las
que más me interesaron.
Desde
el principio mi candidata fue “Érase una vez en Venezuela” (2020), de Anabel
Rodríguez Ríos, a la que le dimos el premio mayor. Es un brillante documental
que registra la muerte de un pueblo, Congo Mirador, construido sobre pilones de
madera sobre las aguas del lago Maracaibo. Transcurre en tiempos del chavismo y
el derrumbe de un proceso político que se evidencia hasta en pequeños pueblos
aislados. Dos mujeres se enfrentan y conviven en ese espacio en decadencia: Natalie,
una profesora que no es chavista y mantiene un perfil bajo ante las amenazas de
que es objeto, y Tamara, activista de Chávez cuya principal función es
garantizar disciplina partidaria en las elecciones, anulando a la disidencia
mediante prebendas. La virtud del documental es vivir con la gente en lo
cotidiano, a lo largo de un periodo de varios años.
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“Érase una vez en Venezuela”, de Anabel Rodríguez R. |
Es un film de observación,
de paciencia, que no necesita apoyarse en un discurso para orientar al
espectador. Tamara, la operadora local del chavismo, esgrime el típico discurso
del miedo: “Si gana la oposición
va a llegar el imperialismo”. Los votos se compran con 4000 Bolívares o
teléfonos celulares. A pesar de las presiones y prebendas, pierden los
candidatos oficialistas y ni una tormenta nocturna impide el festejo en el
pueblo. Fueron las últimas elecciones democráticas de Venezuela. La sedimentación
de la laguna trae plagas, hay derrames de petróleo en el lago, la gente migra a
Colombia, no hay esperanza en el horizonte, quedan solo 30 familias. La
chavista comienza a expresar dudas sobre el gobierno, su fe no es tan firme
como antes. Magníficamente filmado (fotografía de John Márquez), el documental
es una parábola del deterioro de Venezuela, su caída al vacío. “El pueblo ya está perdido, ya esto es monte y
culebras”. No se necesita poner ningún comentario en off, los propios
personajes de Congo narran su historia de decadencia. El esqueleto fantasma de
un barco encallado que antes venía de Maracaibo parece simbolizar ese
deterioro. La secuencia final de la profesora Natalie que sobre dos lanchas lleva
flotando su casa de madera con rumbo desconocido, es brillante.
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“Toro” de Ginna Ortega y Adriana Bernal-Mor |
Le
otorgamos una mención a “Toro”, de Ginna Ortega y Adriana Bernal- Mor
(Colombia), un retrato en blanco y negro de Hernando Toro Botero, fotógrafo,
que ha construido un personaje histriónico y provocador que se auto-califica de
“loco”. Aunque la voz
en off es melosa y con frecuencia innecesaria, el personaje es interesante: su
obra irreverente comienza en la cárcel modelo de Barcelona, donde estuvo preso
por narcotráfico: presos, tatuados, putas, y todo tipo de marginales
constituyen su universo fotográfico. Toro siente cariño por sus personajes, y
aunque no quiera, es lo mejor de su obra. El propio documental no puede escapar
de esa prisión. Hacia el final, en Colombia, Toro ocupa un espacio marginal en
ArtBo, la feria de arte de Bogotá, y termina sumido en una resignada soledad.
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“Esquirlas” de Natalia Garayalde |
La
otra mención fue para “Esquirlas”, de Natalia Garayalde (Argentina), un montaje
que recupera films en 8mm filmados desde 1994 en Rio Tercero por la directora,
cuando era apenas una niña. Los primeros 12 minutos son el registro de la vida
cotidiana en una familia normal, pero “después nada fue
igual”. De pronto, la ciudad se llena de explosiones, la gente corre de un lado
para otro, hay pánico. El 3 de noviembre de 1995 explotó una fábrica militar en
pleno día, 20 mil proyectiles cayeron sobre la ciudad como lluvia de fuego y
metal, al igual que fósforo blanco, un químico altamente venenoso.
Impresionantes vistas aéreas son testimonio de la destrucción de la ciudad. La
niña tiene el instinto de seguir filmando todo lo que ve, y seguirá haciéndolo
a través de los años, siempre desde la perspectiva íntima de su familia, que
sufre los efectos de aquella jornada: su hermana y su padre con cáncer. Lo
político aparece en escena: se descubre el tráfico de proyectiles a Ecuador y
Croacia, maquillados como otra carga. El documental se convierte en un alegato
sobre los manejos dolosos de las dictaduras militares.
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“Memorias de Uchuraccay” de Hernán Rivera Mejía |
“Memorias
de Uchuraccay” (Perú, 2020) de Hernán Rivera Mejía es un documental de largo
aliento sobre la violencia desatada por Sendero Luminoso y el Movimiento
Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) en los años 1980. En la sierra de Ayacucho
hubo más de 70 mil víctimas entre muertes y desaparecidos, entre ellos 50 mil
campesinos, según el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en
2003. Ocho periodistas fueron asesinados el 26 de enero de 1983 por campesinos
de Uchuraccay: “Un símbolo del
desencuentro entre el periodismo y la población” en los momentos más duros de
la guerra contra el terrorismo. Imágenes de archivo tomadas inmediatamente
después de los hechos muestran los cuerpos de los periodistas abatidos a
pedradas por una turba de 300 campesinos que habían recibido instrucciones de
matar a cualquier persona ajena a la comunidad. Luego de 34 años no hay
justicia, los crímenes siguen impunes. El documental recupera esa memoria y la
actualiza para las nuevas generaciones a través de entrevistas, a veces
excesivamente largas, que hacen del documental una obra desigual.
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“Achachilas” de Juan Gabriel Estellano |
“Achachilas”
(Bolivia) de Juan Gabriel Estellano, se caracteriza por la bella fotografía de nuestras
montañas. Es un documental antropológico que muestra las tradiciones de una comunidad
del lago Titicaca y alterna los rituales y festejos con el andinismo que
practican Sergio y Juvenal Condori Vallejo, dos hermanos. Hay escenas que se
reiteran y el ritmo es lento para alcanzar la duración de largometraje.
Me
gustó “El silencio del Impenetrable” (Argentina) de Ignacio Robayna, porque
narra una historia que bien podría ser la base de una película argumental
situada en el Gran Chaco argentino, en Resistencia, donde Manuel Roseo fue
asesinado el 13 de enero de 2011 por su lucha por la biodiversidad y la
preservación de una zona de 248 mil hectáreas. El documental, que es parte de
un proyecto ambientalista, registra un proceso de investigación con cierto
suspenso para saber quienes asesinaron a Roseo. Aunque el Estado convierte la
zona en una reserva protegida, la lucha contra invasores y cazadores furtivos
no termina.
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No soporto al artista cuya
principal motivación sea la provocación.
Creo que los grandes
provocadores lo son sin proponérselo.
—Pedro Almodóvar