(Publicado en Página Siete el viernes 6 de enero de 2023)
A diez mil kilómetros de nuestro país, pero en el mismo planeta, Bolivia no existe. Los astronautas pueden ver desde el espacio el espejo maravilloso del salar de Uyuni, pero Bolivia no existe. Ni la televisión, ni los diarios y revistas en Europa, mencionan a Bolivia para nada. Nuestro país no existe, parece que lo hemos inventado en un imaginario de pesadilla, una pesadilla que se repite en nosotros obsesivamente, pero que no le interesa a nadie fuera de las fronteras regionales.
Me ha tocado constatar lo anterior durante los dos meses finales del año 2022. Mientras en Santa Cruz y otras ciudades de Bolivia se libraba una cruenta batalla política para lograr la realización del censo poblacional en 2023, no había ni un titular, ni siquiera una sola línea en los medios de información europeos. La aguerrida resistencia de los cruceños frente al autoritarismo no tuvo ningún eco. Al mundo no le importamos, somos menos que una patada en una pelota, menos que el divorcio de Vargas Llosa, y muchísimo menos que los chismes de la realeza de Inglaterra.
Mientras nuestro país está sublevado contra la manipulación política y la impostura de un gobierno que miente, engaña y está llevando al país al colapso económico y social, el mundo entero permanece indiferente, como si Bolivia no existiera.
Cabildo ciudadano en Santa Cruz
A nadie le importa si aquí no hay democracia, si el gobierno muestra su músculo autoritario pasándose por el arco no solamente las leyes sino toda norma de convivencia social. No nos hagamos ilusiones, nadie quiere saber que aquí hay una violenta represión, a nadie le interesa que este es un narco Estado, ni que el 84% de la población económicamente activa es informal, ni que se incendien millones de hectáreas de bosques protegidos, se envenenen los ríos con mercurio y se soborna a comunidades indígenas para que pierdan su identidad a cambio de palabras vacías de contenido.
Este pedazo de territorio y de historia no existe en las noticias como no existe tampoco en el radar de las organizaciones defensoras de derechos humanos. En el congreso mundial de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH) que tuvo lugar a fines de octubre de 2022, se denunciaron las violaciones cometidas por los Estados en Asia, Africa y América Latina, pero no se habló para nada de Bolivia. Los testimonios sobre la represión en Nicaragua, Venezuela, Colombia, Ecuador, Brasil, Perú e inclusive México salieron a relucir pero cuando intentamos denunciar lo que sucede en Bolivia, nadie quiso escuchar. No está de moda hablar de Bolivia.
Seguimos siendo la nación encuevada de siempre, aislada no solo geográficamente sino culturalmente. Nuestras fronteras las conocen mejor los contrabandistas que el ejército boliviano, hábil para enriquecerse sirviendo al mejor postor, pero incapaz de trabajar por el país. No se puede decir menos de la policía, cuya conducta vergonzosa quedará en nuestra memoria. Jefes y oficiales de alto grado, de rodillas ante un régimen corrupto que en privado desprecian, pero en su conducta pública defienden como asesinos a sueldo para alcanzar sus galones.
Desde hace más de quince años vivimos sometidos a una banda de pillos que ha vaciado al país no solamente de sus recursos, sino de su ética y de su moral. Esa pandilla cuenta no solamente con una masa de ingenuos empobrecidos y batallones de funcionarios públicos acarreados para agitar banderas azules, varios miles de mediocres humillados por un salario, sino también de una camarilla de intelectuales lambiscones, incrustada en el Estado para obtener beneficios personales mediante consultorías y contratos en los que disimulan sus nombres.
La publicidad del gobierno inventa constantemente noticias para consumo interno que hacen creer a los incautos que somos campeones en el manejo económico, en las reservas de litio o alguna otra patraña montada por el gigantesco aparato de la propaganda estatal. Sin embargo, nada de ello es cierto, ni trasciende nuestras fronteras. Vivimos de ficciones y mentiras mientras el gobierno termina de vaciar las bóvedas del Banco Central, incapaz de generar nuevos recursos.
Pero nada de eso le interesa al mundo porque Bolivia es un punto insignificante perdido en el mapa.