(Publicado en Página Siete el domingo 16 de octubre de 2022)
Uno de los lugares para sentirse culturalmente cerca de Bolivia en territorio argentino, es San Salvador de Jujuy, donde la población de origen boliviano es numerosa y las referencias al mundo quechua o aymara se distinguen en los letreros de la ciudad: Arte Nativo Apacheta, Café Ayllu, Hotel Munay, productos naturales Suma Qamaña, entre otros.
Jujuy es una ciudad limpia y ordenada. La gente es amable y sabe recibir al viajero que está de paso. Con 270 mil habitantes, podría ser una ciudad caótica y sucia como varias ciudades bolivianas del mismo tamaño, pero no es el caso. El rio Xibi Xibi que la atraviesa, con muy poco caudal de agua, es un cauce limpio, con corredores de paseo en sus márgenes, y no la cloaca que es el río Choqueyapu en La Paz o el rio Rocha en Cochabamba, que hay que esconderlos para que no se vean y escapar del mal olor.
Me invitaron como jurado de la 8ª Edición del Festival Internacional de Cine de las Alturas, que ha crecido continuamente gracias a su excelente organización, a la mirada que cubre la cinematografía de siete países andinos, y también por el apoyo brindado desde el gobierno provincial. Tanto el gobernador, Gerardo Rubén Morales, como el intendente, el arquitecto Raúl Eduardo Jorge, (ambos del Partido Radical) han hecho una apuesta decidida para fortalecer el cine en la provincia limítrofe con Bolivia y Chile.
El gobernador lo tiene claro: “Jujuy tiene un enorme futuro en materia de industrias culturales y creativas. Por eso hemos sancionado y puesto en funcionamiento la Ley Audiovisual de la Provincia de Jujuy, para potenciar el desarrollo de la actividad y posicionar a la provincia como un polo audiovisual de referencia”. En el marco de esa ley está la promoción de la provincia como lugar para filmar, y también el apoyo al festival internacional, sin escatimar medios.
Una veintena de asociaciones de directores, autores, actores, fotógrafos, productores independientes, editores, directores de arte y cronistas cinematográficos de Argentina, participan y otorgan premios durante el evento, pero los premios más importantes los otorga el mismo festival: una estatuilla y 400 mil pesos argentinos (unos 2.800 US$ dólares) para la mejor película de ficción y otro tanto para el mejor documental, además de otros montos para las secciones de cortometrajes y de proyectos en desarrollo.
Este año hubo 12 largometrajes de ficción y 12 largometrajes documentales en competencia, procedentes de los países andinos, aunque sin duda la representación argentina es la mayor. Bolivia estuvo representada en la competencia de largometrajes de ficción por “El gran movimiento” de Kiro Russo (que se llevó el premio a la mejor dirección de fotografía), y en la de documentales por “Achachilas” de Juan Gabriel Estellano. En total, se exhibieron de manera gratuita, en siete salas de la ciudad, más de 120 obras en diferentes categorías, 44 en competencia y muchas otras no menos interesantes, como las secciones de “Funciones de altura”, “Academia de las artes”, “Cine ambiental”, y “Cine de animación”, “Cine y cannabis”, “Género y diversidad”, entre otras.
“Manco Capac” de Henry Vallejo
La noche de premiación dejó a todos (o casi todos), satisfechos. En la principal categoría recibió el premio de Mejor Largometraje de Ficción “Manco Capac”, del peruano (puneño) Henry Vallejo, con quien me tocó hacer el viaje de ida a Jujuy, un largo periplo de 22 horas desde La Paz, pasando por Santa Cruz, el aeropuerto de Ezeiza y el de Aeroparque en Buenos Aires, luego hasta Salta y por tierra a Jujuy. (La vuelta fue más directa, ya que salimos de Jujuy, que tiene mejor aeropuerto que La Paz). La película de Henry Vallejo no era mi preferida en esa categoría donde yo habría elegido “Especial”, del boliviano-venezolano Ignacio Márquez, sin embargo, me alegré por Henry, cuya película se hizo con muy pocos recursos y mucho corazón, suyo y de su familia.
“Erase una vez en Venezuela” de Anabel Rodríguez Ríos
En la categoría documental, donde estuve de jurado junto a Sabrina Farji y Alfredo Lichter, no hubo mayor discusión: otorgamos el premio a “Erase una vez en Venezuela” de Anabel Rodríguez Ríos, extraordinaria composición, filmada a lo largo de varios años, que muestra desde un pequeño pueblo en orillas de lago Maracaibo, el proceso de descomposición de la sociedad venezolana, y lo hace con impecable fotografía y edición. Luego de un poco de discusión, acordamos dar dos menciones especiales, una a “Toro” de las colombianas Adriana Bernal-Mor y Ginna Ortega Jiménez, y a “Esquirlas” de Natalia Garayalde. Diré más sobre los documentales en otro artículo.
Celeste Cid en el festival de Jujuy
Fue un placer trabajar en el jurado con Sabrina y con Alfredo. Más allá de la reunión en la que decidimos los premios, no perdimos oportunidad de almorzar y cenar juntos varias veces, así como emprender la ruta hacia Humahuaca para degustar vinos en Huacalera y pasear luego por Purmamarka. Tuve oportunidad de ver “Eva y Lola” que Sabrina dirigió en 2010, y la disfruté de principio a fin. El personaje encarnado por Celeste Cid despide una frescura que me recordó a Giulietta Masina en “La strada” de Fellini. Se lo dije a Celeste durante la cena y se alegró por la comparación, aunque ahora, doce años más tarde, es una de las actrices más cotizadas del cine argentino.
Además de las proyecciones hubo en el festival conferencias magistrales, charlas, presentaciones de libros y homenajes a Agustín Burgos y a Julio Lencina, recientemente fallecidos. Julio Lencina nació en Santa Fe, pero pasó la mayor parte de su vida en San Salvador de Jujuy, y falleció el 13 de junio de 2022. Tuvo mucho que ver con el cine boliviano, ya que trabajó en Bolivia como camarógrafo de Antonio Eguino durante la filmación de “Chuquiago”, en “Fuera de aquí” de Jorge Sanjinés, y participó en varias otras producciones bolivianas durante las décadas de 1970 y 1980. En su homenaje se presentó el cortometraje “Julio Lencina, el viaje del fotógrafo” (2016) de Nahuel Almada.
Estuve conversando con Nahuel y me contó que su proyecto era un ejercicio documental en el marco de sus estudios de cine, pero que tiene la intención de realizar una obra más completa sobre Lencina, que se merece ese reconocimiento. En Bolivia, pocos lo recuerdan.
En suma, disfruté el Festival, impecablemente organizado bajo la batuta de Facundo Morales y de Jimena Muñoz, que respaldan lo que Daniel Desaloms y Diana Frey consiguieron desarrollar.